Mensaje 53
Lectura bíblica: Col. 2:8-15
Colosenses 2:8-15 constituye una sección completa de la epístola. Esta sección empieza con una palabra de advertencia: “Mirad que nadie os lleve cautivos por medio de su filosofía y huecas sutilezas”(v. 8). Luego, inmediatamente después de esta sección, encontramos otra advertencia: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados” (v. 16). La advertencia del versículo 8 se basa en los versículos anteriores. En dichos versículos vemos que Cristo es el misterio de Dios, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (vs. 2-3). En el versículo 6, Pablo dice que de la manera que recibimos a Cristo, debemos andar en Él, y que para andar en Cristo, debemos cumplir los dos requisitos mencionados en el versículo 7: debemos ser arraigados en Él y estar en el proceso de ser sobreedificados en Él. Después de esto nos advierte que debemos mirar que nadie nos lleve cautivos apartándonos del Cristo que es el misterio de Dios y en quien debemos andar. Hemos recibido al maravilloso Cristo, quien es el misterio de Dios y en quien están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Ahora que hemos sido arraigados en Cristo y estamos siendo sobreedificados en Él, deberíamos andar en Él.
Esta sección de Colosenses (2:8-15) es bastante compleja. Contiene un gran número de asuntos importantes, muchos de los cuales están relacionados con el hecho de que Cristo es la buena tierra, el suelo rico y fértil en el cual hemos sido arraigados. La palabra “arraigados”, mencionada en el versículo 7, implica la existencia de un suelo. Los versículos del 8 al 15 presentan una descripción completa de este suelo, esto es, del Cristo en el cual hemos sido arraigados. Puesto que hemos sido arraigados en este suelo, crecemos con los elementos que absorbemos de él. Ya sabemos que este suelo, este Cristo, está en nuestro espíritu. Ahora, debemos ir adelante y ver, en los versículos del 8 al 15, una descripción del suelo en el cual hemos sido arraigados. Estos versículos presentan una descripción y una definición completa de él.
El primer aspecto de este suelo tan especial lo hallamos en el versículo 9, que dice: “Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. Hemos sido arraigados en Aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. No debemos permitir que nadie nos separe de este suelo. Esto sería semejante a ser desarraigados de él. Cuando fue escrito el libro de Colosenses, había algunos que estaban tratando de desarraigar a los creyentes, de desligarlos de Cristo. Los creyentes habían sido arraigados en Cristo, en la buena tierra, en Aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Debemos permanecer en este suelo, y no permitir que nadie nos separe de él.
En 2:10 Pablo añade: “Y vosotros estáis llenos en El, que es la Cabeza de todo principado y potestad”. Aquí vemos otro aspecto, el cual está relacionado con uno de los elementos de este Cristo, de este suelo. El primer aspecto tiene que ver con la plenitud de la Deidad; otro aspecto es que Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad. En Cristo, la buena tierra, encontramos diversos elementos. El primero de ellos es toda la plenitud de la Deidad, y el segundo es la Cabeza de todo principado y potestad.
En los versículos del 11 al 15 descubrimos más elementos. El versículo 11 dice: “En El también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al despojaros del cuerpo carnal, en la circuncisión de Cristo”. El suelo incluye también la circuncisión de Cristo, la cual denota la acción de cortar y aniquilar. Por lo tanto, en el suelo existe un elemento aniquilador. El versículo 12, el cual dice que fuimos sepultados juntamente con Cristo en el bautismo, indica que el suelo contiene también el elemento de la sepultura. En Cristo, nuestro suelo, hay una sustancia que nos sepulta. Luego, después de ser sepultados, somos resucitados. En el versículo 12, Pablo dice que Dios levantó a Cristo de los muertos. Esta expresión indica que en Cristo, nuestro suelo, existe un elemento que nos hace resucitar. Conforme al versículo 13, también se nos dio vida. Así que, en la tierra hay un elemento que nos da vida, que nos vivifica. En 1 Corintios 15:45 Pablo habla del Espíritu vivificante. En Colosenses 2:13, él usa la misma palabra griega en pretérito, que se ha traducido como “dio vida”. Cristo, nuestro suelo, nos avivó; Él nos dio vida.
En los versículos 14 y 15, Pablo prosigue diciendo: “Anulando el código escrito que consistía en ordenanzas, que había contra nosotros y nos era contrario; y lo quitó de en medio, clavándolo en la cruz. Y despojando a los principados y a las potestades, El los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. Aquí vemos más elementos que podemos encontrar en Cristo, nuestro suelo. La anulación del código escrito que consistía en ordenanzas constituye un elemento de este suelo. Lo mismo podemos decir del despojamiento de los principados y potestades, de su exhibición pública y de la victoria que se tuvo sobre ellos en la cruz. En Cristo, el suelo, se incluyen todos estos elementos maravillosos. ¡Alabado sea Él por ser un suelo tan fértil! Hemos sido arraigados en este suelo. Día tras día, nuestras raíces deben ahondar más en Cristo, quien es este suelo especial.
Cuando somos arraigados en Cristo, nuestro suelo, lo primero que sucede es que llegamos a estar llenos en Él (2:10). La frase “estamos llenos” conlleva muchas implicaciones y requiere de una traducción más detallada para ver su verdadero significado. La palabra griega implica completamiento, perfección, satisfacción y logro total. En Cristo, nuestro suelo, estamos llenos, completos, perfectos, satisfechos y plenamente abastecidos. Hemos señalado que la plenitud de la Deidad es el primer elemento de este suelo. A medida que absorbemos los ricos nutrientes de la tierra, disfrutamos de esta plenitud. Entonces, esta plenitud nos llena, nos completa, nos perfecciona, nos satisface, realiza todo por nosotros y abastece plenamente cada una de nuestras necesidades.
Es necesario que ahora profundicemos en lo que significa la plenitud. ¿Cuál es la plenitud de la que se habla en 2:9? Como lo indica Colosenses 1, la plenitud es la expresión de Dios. Esta expresión está relacionada con la imagen de Dios (1:15). Por ser la imagen del Dios invisible, Cristo es el Primogénito de toda creación y también el Primogénito de entre los muertos (1:15, 18). La Deidad se expresa primero en la vieja creación y después en la nueva creación, la iglesia. En la vieja creación se manifiesta la expresión de la Deidad, de la Persona divina, debido a que todas las cosas fueron creadas en Cristo, por medio de Él y para Él, y debido a que todas ellas se conservan unidas en Él. La nueva creación es la iglesia, el nuevo hombre, en el cual Cristo es el todo y en todos (3:10-11). Por tanto, la plenitud de Dios es la expresión de Dios en la vieja creación y en la nueva creación. Esta expresión de Dios, la plenitud de la Persona divina, es la imagen del Dios invisible. Hemos dicho anteriormente que en 1:15, la frase “el Primogénito de toda creación” se encuentra en aposición a la frase “la imagen del Dios invisible”, y que esto indica que el Primogénito de toda creación equivale a la imagen del Dios invisible. Cristo se expresa en todos los elementos de la vieja creación. Y podemos afirmar lo mismo con respecto a la nueva creación, ya que Cristo es el Primogénito de entre los muertos. Cristo, el Amado de Dios, es la imagen del Dios invisible, quien se expresa en la vieja creación y en la nueva creación. Dicha expresión es la plenitud de la Deidad.
La plenitud es inagotable. Dicha plenitud constituye el primer elemento del suelo rico y fértil en el cual hemos sido arraigados. Dios nos plantó en una tierra muy fértil. El primer aspecto de esta tierra es la plenitud de la Deidad, que es la expresión de Dios en la vieja creación y en la nueva creación. Por consiguiente, la palabra plenitud aquí implica la expresión de Dios en la vieja creación y en la nueva creación. Después que somos plantados en este suelo tan fértil, absorbemos el nutrimento de la tierra. El primer elemento de las riquezas del suelo es la plenitud. En esta plenitud, estamos llenos. Por lo tanto, nada nos falta.
Lo que quería Pablo era que los creyentes colosenses entendieran que puesto que estaban llenos en Cristo, no necesitaban en absoluto adorar a los ángeles. Cristo es la Cabeza de todo principado y potestad, y los ángeles no son más que criaturas de Dios. En la plenitud, estamos llenos, completos y perfectos. Todo lo que necesitamos ya ha sido completado, y hemos sido saciados y abastecidos. Oh, esta plenitud es todo-inclusiva; pues incluye la justicia, la justificación, la santidad, la santificación y todo lo que necesitamos. En esta plenitud hemos sido plantados, y ahora simplemente nos toca absorber el alimento que ella nos provee. Al hacerlo, descubrimos que nada nos hace falta. Las experiencias de la crucifixión y la resurrección se encuentran en la plenitud. ¡Alabado sea el Señor porque podemos disfrutar de la plenitud universal, eterna, extensa y todo-inclusiva! Esta plenitud habita corporalmente en Cristo. Ya que Cristo es la buena tierra en la cual hemos sido arraigados, nosotros hemos sido arraigados en esta plenitud, y en ella, estamos llenos, completos y perfectos. No tenemos necesidad de ninguna clase.
Antes de ser arraigados en Cristo, la buena tierra, no había nada positivo en nosotros. Por el contrario, estábamos involucrados en las cosas de la carne, en ordenanzas y en el poder de las tinieblas. Pero ahora que hemos sido arraigados en la buena tierra, la plenitud ha venido a ser nuestra, y hemos sido abastecidos de todo bien. En esta plenitud tan extensa y todo-inclusiva, lo tenemos todo. Tenemos a Dios, tenemos la humanidad más elevada, y los atributos divinos y las virtudes humanas. ¿Necesita usted vida? La encontrará en esta plenitud. ¿Necesita amor o paciencia? También las encontrará en la plenitud. Por ser todo-inclusiva, esta plenitud lo hace todo por nosotros, nos satisface y abastece plenamente, y hace que estemos llenos, perfectos y completos. ¡Cuán rico y fértil es el suelo en el cual hemos sido arraigados! Nos suministra todo lo que necesitamos y nada nos falta. Tenemos la plenitud todo-inclusiva e inagotable. En este universo, existe algo a lo que Pablo denomina en Colosenses: la plenitud. Esta plenitud habita en Cristo corporalmente. En Él, quien es la corporificación de la plenitud de la Deidad, estamos llenos.
Sin embargo, como lo indica 2:11-15, por el lado negativo tenemos la carne, las ordenanzas y los principados y potestades. No importa si somos jóvenes o viejos, hombres o mujeres, cultos o incultos, a todos nos afectan estas tres categorías de cosas negativas. Todos tenemos la carne, todos conservamos alguna clase de ordenanzas y todos estamos todavía sujetos a los principados malignos del aire. El pecado, la mundanalidad y las ofensas provienen de estos asuntos negativos. ¡Alabado sea el Señor porque en Cristo, nuestro suelo, tenemos el elemento de la circuncisión que aniquila la carne! En Cristo, nuestro suelo, se encuentra el poder aniquilador. Podemos comparar este elemento aniquilador con la sal, la cual cuando se añade a la tierra mata cualquier elemento de corrupción. En el suelo de la buena tierra en la cual fuimos arraigados, encontramos la “sal” de la circuncisión. Si bien, este elemento no hace crecer nada, es eficaz para matar los microbios; pues corta la carne y la aniquila.
Después de que algo es aniquilado, necesita ser sepultado. En Cristo, nuestro suelo, hallamos un elemento que nos sepulta. También encontramos otro elemento que nos resucita. Así pues, los elementos que contiene Cristo, nuestro suelo, primero nos sepultan y luego nos resucitan. En Cristo, nuestro suelo, somos aniquilados, sepultados, resucitados y vivificados. El aniquilamiento y la sepultura quitan lo negativo de nosotros, mientras que la resurrección que experimentamos nos aparta de todo lo negativo. Entonces, el elemento vivificante del suelo nos da vida. Por consiguiente, en Cristo, nuestro suelo hay elementos que nos aniquilan, nos sepultan, nos resucitan y nos vivifican.
Conforme a 2:14, el código escrito que consistía en ordenanzas, que había contra nosotros y nos era contrario, fue anulado, fue clavado en la cruz. En este suelo también encontramos el elemento que anula las ordenanzas.
Todos tenemos ciertas ordenanzas en cuanto a la manera en que nos comportamos cotidianamente. Tal vez no tengamos escritas estas ordenanzas, pero sí se hallan inscritas en nuestra mente. Es probable que jamás usted se haya dado cuenta de esto, pero las ordenanzas le impiden crecer en vida. Si usted quiere crecer normalmente, estas ordenanzas deben ser anuladas, clavadas en la cruz. Puedo testificar que mientras absorbo los nutrientes que me provee Cristo, el suelo, son anuladas mis ordenanzas. Hoy no necesitamos ordenanzas; lo único que necesitamos es asimilar las riquezas del suelo para crecer y ser edificados.
En este suelo hay también un elemento que despoja a los principados y potestades, y triunfa sobre ellos (2:15). Este elemento triunfa sobre los espíritus malignos del aire. Tanto los creyentes como los incrédulos perciben que hay algo maligno a su alrededor. Las personas quieren ser buenas, pero hay algo que las incita a hacer lo malo; pues las envuelve una atmósfera maligna. Si en nosotros mismos tratamos de combatir el poder de las tinieblas que se halla en la atmósfera, seremos vencidos. Pero en Cristo, en este suelo, hay un elemento que vence a los espíritus malignos. Si permanecemos arraigados en el suelo y absorbemos sus ricos elementos, los principados y potestades de los lugares celestiales serán despojados. El suelo contiene un elemento que despoja la potestad de las tinieblas. Fuimos plantados en este suelo, y ahora nos toca a nosotros disfrutar de todas sus riquezas.
En 2:10-15 Pablo usa muchos verbos en pretérito o en tiempo perfecto, a fin de mostrarnos diferentes hechos que ya se cumplieron. Estos hechos deben convertirse también en experiencias nuestras. Conforme a nuestra fe, los asuntos que se mencionan en los versículos del 10 al 15 son hechos cumplidos. Pero después de tener comunión con el Señor, quien es el Espíritu todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu, todos estos hechos llegan a ser nuestra experiencia. No debemos contentarnos simplemente con creer los hechos; debemos pasar tiempo disfrutando al Señor como la tierra todo-inclusiva, para que estos hechos puedan ser nuestra experiencia.
Si dedicamos suficiente tiempo para disfrutar al Señor, podremos absorberle. Hemos escuchado muchos mensajes sobre quién es el Señor, qué es Él y dónde Él está. Hemos aprendido también a ejercitar nuestro espíritu para tener contacto con Él. Ahora debemos dedicar el tiempo necesario para absorberlo a Él. No debemos ser perezosos o indolentes al respecto. Por experiencia propia y con toda confianza puedo dar testimonio de que cuando dedicamos suficiente tiempo para disfrutar al Señor, absorbemos todos los elementos del suelo rico y fértil.
Inmediatamente después de que fui salvo, comencé a amar al Señor y buscar de Él. Por ser uno que buscaba más del Señor, anhelaba ser victorioso. Así que, leí muchos libros que me enseñaban a considerarme muerto al pecado. Sin embargo, por más que lo intentaba, esto no produjo muchos resultados en mi experiencia. Por muchos años, yo andaba a tientas buscando una manera de ser victorioso. Finalmente llegué a ver que únicamente por el Espíritu podemos experimentar la crucifixión mencionada en Romanos 6, según lo revela Romanos 8. Muchos santos que son maduros en el Señor pueden testificar que esto es cierto. Si queremos ser victoriosos, debemos dedicar suficiente tiempo para absorber al Señor. A medida que lo absorbamos y nos deleitemos en Él, experimentaremos la plenitud, la circuncisión, la sepultura, la resurrección, la impartición de vida, la anulación de las ordenanzas y el elemento que despoja a la potestad de las tinieblas. Cada día podemos disfrutar al rico Cristo al absorberlo.
Estoy muy agradecido al Señor por habernos abierto 2:7 y por habernos mostrado que fuimos arraigados en Cristo, el suelo rico y fértil. También me siento agradecido porque ahora veo en 2:8-15 la clase de suelo en el cual fuimos arraigados. Si usted logra ver que nosotros fuimos arraigados en Cristo, el rico suelo, usted recibirá aliento y consuelo. No se atormente por sus debilidades. Considere el suelo tan rico y fértil en el que usted está arraigado. En este suelo, ¿no tiene usted la plenitud, la circuncisión, la sepultura, la resurrección, la impartición de vida, la anulación de las ordenanzas y el elemento que despoja a las potestades de las tinieblas? Olvídese de su situación, de su condición, de sus fracasos y de sus debilidades, y simplemente dedique el tiempo necesario para disfrutar al Señor. Tómese el tiempo que necesita para absorberlo a Él, asimilar los ricos elementos que provienen de Él, quien es el suelo. Si usted dedica suficiente tiempo para absorber al Señor, podrá testificar que en Cristo nada le falta.
Cada mañana necesitamos dedicar suficiente tiempo para absorber al Señor. Aunque diez minutos es una buena cantidad de tiempo, es mucho mejor dedicar treinta minutos para disfrutarle al comienzo de cada día. Si dedicamos treinta minutos para absorber al Señor y disfrutarle cada mañana, no nos perturbarán las adversidades que enfrentemos durante el día. No nos fastidiarán los “mosquitos” ni los “escorpiones”, ya que los elementos de este suelo los rechazarán. No obstante, si dejamos de absorber al Señor en la mañana, es probable que nos fastidien los “mosquitos” y los “escorpiones”. Muchos santos pueden testificar que al absorber al Señor por la mañana se los provee el mejor repelente contra los insectos. Sin embargo, deberíamos pasar tiempo con el Señor no solamente en la mañana, sino también durante todo el día. Si pasamos un buen tiempo con el Señor por la mañana, por la tarde y por la noche, no dispondremos solamente del pesticida más eficaz, sino que disfrutaremos también de un banquete. No obstante, si no somos fieles en dedicar tiempo para absorber al Señor, nuestra condición se deteriorará gradualmente. Nuestra experiencia lo confirma. Volvámonos de nuestra mente, de nuestra parte emotiva y de nuestra voluntad, abramos nuestro ser al Señor, y digámosle con un espíritu ejercitado: “Oh Señor Jesús, te amo, te adoro y te alabo. Señor, me entrego a Ti. Te doy mi corazón y todas mis actividades de este día”. Mientras tiene comunión con el Señor de esta manera, hágalo sin ninguna prisa. Tómese el tiempo necesario, cuanto más, mejor. Mientras pasa tiempo teniendo contacto con el Señor, espontáneamente absorberá las riquezas de la tierra. Entonces, la plenitud, la circuncisión, la sepultura, la resurrección, la impartición de vida, la anulación de las ordenanzas y el elemento que despoja a los principados, vendrán a ser suyos. Todos estos hechos que constan en el libro de Colosenses llegarán a ser su experiencia.
Los hechos cumplidos están en Cristo, pero los experimentamos por medio de Él. Los experimentamos a medida que tenemos contacto con el Señor y somos uno con Él de manera concreta. Recientemente, he orado al Señor cada mañana: “Señor, concédeme la gracia de ser un solo espíritu contigo. No tengo la menor duda de que Tú eres un solo espíritu conmigo, pero, Señor, te pido que me acuerdes que soy un solo espíritu contigo”. Cuanto más vivimos siendo un solo espíritu con el Señor, más experimentamos al Cristo todo-inclusivo y extenso que se revela en Colosenses. Entonces todos los hechos en Cristo llegarán a ser nuestra experiencia por medio de Él y con Él. ¡Oh, absorbámosle, disfrutémosle y experimentémosle! ¡Alabémosle por habernos arraigado en un suelo tan rico y fértil, lleno de los atributos divinos y de las virtudes humanas más altas! Todo lo que necesitamos está en este suelo, en esta buena tierra en la cual hemos sido arraigados. Permanezcamos arraigados en esta tierra y absorbamos todas sus riquezas, a fin de practicar la vida de iglesia.