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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Colosenses»
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Mensaje 57

MUERTOS CON CRISTO EN CUANTO A LOS RUDIMENTOS DEL MUNDO Y RESUCITADOS JUNTAMENTE CON ÉL PARA VIVIR CON ÉL EN DIOS

  Lectura bíblica: 2:11-12, Col. 2:20-23; 3:1-3

  En el capítulo dos, Pablo escribe que Cristo es el misterio de Dios, y que en Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Ya que hemos recibido a este Cristo, debemos andar en Él, estando arraigados y sobreedificados en Él. Andar en Cristo significa vivir y tener nuestro ser en Él. En 2:9 y 10 Pablo dice también que en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad y que nosotros estamos llenos en Él. En Cristo estamos completos, perfeccionados y satisfechos, y en Él somos abastecidos. Además, en Cristo fuimos circuncidados con circuncisión no hecha a mano, fuimos sepultados juntamente con Él en el bautismo y también juntamente con Él fuimos resucitados (vs. 11-12). Conforme a los versículos 14 y 15, el código escrito que nos era contrario fue anulado, y los principados y potestades fueron despojados. Todas estas cosas se cumplen en Cristo.

ARRAIGADOS EN EL SUELO RICO Y FÉRTIL, QUE ES CRISTO

  Todos los asuntos que acabamos de mencionar son elementos de Cristo, quien es la buena tierra en la cual estamos arraigados. La plenitud de la Deidad es el primer elemento de este suelo. Los demás elementos incluyen la circuncisión, la sepultura, el hecho de ser resucitados, la anulación de las ordenanzas, y el elemento que despoja a las potestades de las tinieblas. Puesto que hemos sido arraigados en Cristo, ahora podemos absorber todos estos ricos elementos en nuestro ser.

  A los ojos de Dios, se puede comparar a los creyentes con las plantas. Es por esto que Pablo dijo: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Co. 3:6). Más adelante también dijo que nosotros somos labranza de Dios, plantío de Dios (1 Co. 3:9). Hemos sido plantados en Cristo, quien es la buena tierra con un suelo muy rico y fértil.

DISFRUTAR A CRISTO HASTA TOMAR CONCIENCIA DEL CUERPO

  Los versículos del 16 al 19 de Colosenses 2 constituyen una sección distinta. Los asuntos mencionados en el versículo 16 —la comida, la bebida, los días de fiesta, las lunas nuevas y los sábados— son sombras cuya realidad o sustancia es Cristo. “Lo que ha de venir” se refiere a cosas relacionadas con Cristo. En los versículos 18 y 19, Pablo nos exhorta a que no permitamos que nadie nos defraude juzgándonos indignos de nuestro premio y a que nos asgamos de la Cabeza. Anteriormente señalamos que asirnos de la Cabeza equivale, de una manera práctica y experimental, a disfrutar a Cristo como la realidad de todas las cosas positivas. El resultado de asirnos de la Cabeza de esta manera, es que llegamos a estar conscientes del Cuerpo. Todo lo que disfrutamos de Cristo está relacionado con el hecho de que Él es la Cabeza. Debido a esto, cada vez que disfrutamos a Cristo, en realidad nos estamos asiendo de la Cabeza. Disfrutamos a Cristo como nuestra comida, bebida, sábados, lunas nuevas y como días de fiesta. Pero el Cristo que disfrutamos en todos estos aspectos es la Cabeza que nos lleva a tomar conciencia del Cuerpo. Aquel que disfrutamos no es simplemente Cristo para nosotros; Él es la Cabeza del Cuerpo. Por consiguiente, el resultado o la consecuencia, de disfrutar a Cristo y de asirnos de Él, quien es la Cabeza, es que tomamos conciencia del Cuerpo.

CRUCIFICADOS CON CRISTO

  Disfrutar a Cristo, asiéndonos de Él, de la Cabeza, equivale a absorber los ricos elementos del suelo, que es Cristo. Dos de estos elementos son la experiencia de haber muerto con Cristo y la de haber resucitado juntamente con Él. En 2:20 Pablo dice que morimos “con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo”, y en 3:1, afirma que fuimos “resucitados juntamente con Cristo”. El Nuevo Testamento establece claramente que nosotros fuimos crucificados con Cristo (Ro. 6:6; Gá. 2:20). Al principio de mi vida cristiana, hice lo posible por entender esto. ¿Cómo podíamos haber muerto con Cristo cuando Él fue crucificado hace más de mil novecientos años? Algunos libros dicen que cuando Cristo fue crucificado, Él nos incluyó a nosotros. El hermano Nee se basó en Hebreos 7 para mostrar esto. En Hebreos 7:9 y 10 leemos que “por medio de Abraham pagó el diezmo también Leví, que recibe los diezmos; porque aún estaba en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro”. Eso significa que cuando Abraham ofreció una décima parte a Melquisedec, Leví, un descendiente de Abraham que en ese entonces aún se hallaba en los lomos de éste, pagó también el diezmo. Si Abraham hubiese muerto y no hubiera tenido ningún hijo, Leví habría muerto también. Este ejemplo me ayudó a entender cómo fuimos incluidos en Cristo cuando Él fue crucificado.

EXPERIMENTAR NUESTRA CRUCIFIXIÓN CON CRISTO

  Para entender más profundamente el hecho de nuestra crucifixión con Cristo, leí muchos libros que decían que tenía que considerarme muerto. No obstante, esto resultó inútil en mi experiencia, ya que cuanto más trataba de considerarme muerto, más vivo me encontraba. Años después, mis ojos fueron abiertos y vi que el Cristo que fue crucificado en la cruz llegó a ser el Espíritu vivificante en la resurrección. Cuando creímos en Cristo, el Espíritu vivificante entró en nuestro espíritu. Ahora ambos espíritus son uno (1 Co. 6:17). Cada vez que invocamos: “¡Señor Jesús!”, viene el Espíritu vivificante. Esto indica que Jesús es el nombre y el Espíritu es la Persona. El Espíritu como tal Persona está ahora en nuestro espíritu. Todo lo que Él experimentó es ahora nuestra historia. Él pasó por la crucifixión y entró en la resurrección. Él hace que incluso estas mismas experiencias lleguen a ser nuestra historia, dado que Él entró en nuestro espíritu y nos hizo uno con Él. Por consiguiente, es en el espíritu donde participamos de la muerte de Cristo en la cruz. No es cuestión de considerarnos muertos, sino más bien disfrutar de una unión, de una identificación. Cuando el Espíritu entró en nosotros y se hizo uno con nosotros, trajo consigo la eficacia de la muerte de Cristo. Por tanto, nosotros participamos de la muerte de Cristo por medio del Espíritu compuesto que mora en nuestro espíritu. Día a día, podemos experimentar la eficacia de la muerte de Cristo.

  El Espíritu compuesto y vivificante es una bebida todo-inclusiva que contiene muchos elementos. Cuando bebemos al Espíritu, espontáneamente recibimos todos los elementos que el Espíritu contiene. La eficacia de la muerte de Cristo es uno de los elementos que se hallan en este Espíritu. Esto es lo que nos capacita a experimentar la crucifixión de Cristo. Cristo, quien es la Cabeza, es ahora el Espíritu todo-inclusivo que mora en nuestro espíritu. Por tanto, para asirnos de Él como Cabeza, debemos estar en el espíritu.

LA VID, EL SUELO Y LA CABEZA

  En Colosenses 2 Pablo nos dice que fuimos arraigados y que necesitamos asirnos de la Cabeza, y en Juan 15, el Señor Jesús nos exhorta a permanecer en la vid. Permanecer en la vid equivale a ser arraigados en el suelo, y el ser arraigados en el suelo equivale a asirnos de la Cabeza. Por un lado, Cristo es la vid en la cual permanecemos; por otro, Él es el suelo en el cual hemos sido arraigados. Pero Él es también la Cabeza. Cristo es la vid, el suelo y la Cabeza. Permanecemos en Aquel que es la vid, somos arraigados en Aquel que es el suelo, y nos asimos de Aquel que es la Cabeza. El principio es el mismo en cada caso: absorbemos las riquezas de Cristo en nosotros. Como pámpanos, absorbemos la savia que procede de la vid; como plantas, absorbemos las riquezas que provienen del suelo; y como miembros del Cuerpo de Cristo, absorbemos el elemento nutritivo que proviene de la Cabeza. Al absorber las riquezas de la Cabeza, el Cuerpo crece con el crecimiento de Dios (2:19). Como ya hemos dicho, las riquezas que absorbemos incluyen la crucifixión, el ser sepultados y el ser resucitados juntamente con Cristo. Cuando nos asimos de Cristo, la Cabeza, absorbemos todos estos elementos en nosotros.

ALGO QUE EXPERIMENTAMOS CONSTANTEMENTE

  En 2:20 Pablo dice: “Si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a ordenanzas?” La palabra griega traducida “si” puede traducirse también “puesto que”, es decir, puesto que hemos muerto con Cristo, ya no deberíamos someternos a ordenanzas. Es un hecho que morimos con Cristo. Sin embargo, aunque Cristo murió hace más de mil novecientos años, nuestra participación de esa muerte se produce constantemente, a medida que disfrutamos a Cristo, asiéndonos de Él, de la Cabeza. No experimentamos la crucifixión de Cristo una vez y para siempre. Por el contrario, la experimentamos continuamente. Es posible que usted haya experimentado la crucifixión de Cristo anoche, y que hoy, debido a que no está contento con su cónyuge, usted decida bajarse de la cruz para argumentar y justificarse. Puesto que algo lo ha provocado a usted, siente que no puede quedarse callado. La noche anterior se encontraba en la muerte de Cristo; pero ahora, usted se encuentra muy vivo en sí mismo. En uno de sus himnos, A. B. Simpson exclamó: “¡Oh, qué dulce es morir con Cristo!”. La noche anterior quizás tuvo una experiencia dulce, pero ahora usted no quiere permanecer más en la muerte de Cristo. Esto indica que cada vez que no estamos en el espíritu, no tenemos la realidad de la muerte de Cristo en nuestra experiencia. Sin embargo, cuando estamos en el espíritu, estamos muertos con Cristo. Cada vez que no estamos en el espíritu, nos hallamos en nosotros mismos, viviendo conforme a nuestra vida natural. Por experiencia sabemos que cuando en el espíritu nos asimos de Cristo, la Cabeza, somos crucificados con Él. En ese momento, somos capaces de proclamar a todos, aun al diablo, que hemos muerto con Cristo.

VELAR Y ORAR

  En 4:2 Pablo dice: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias”. Si queremos permanecer en el espíritu, debemos velar y orar, e incluso orar sin cesar (1 Ts. 5:17). La única manera de permanecer en el espíritu es orar sin cesar. Hace muchos años no valoré tanto la palabra del Señor acerca de velar y de orar (Mt. 26:41), pero en años recientes he llegado a ver la importancia de esta palabra. Debemos velar y fijarnos si estamos o no en el espíritu, y orar para mantenernos en el espíritu. ¿Está a punto de argumentar con su marido o su esposa? ¡Le insto a que vele! ¿Desea ir a comprar un artículo determinado? Vele para saber si compra en el espíritu o en la carne. Debemos estar alertas para permanecer en el espíritu.

  Debemos orar también: “Señor, concédeme la gracia de permanecer en el espíritu. Señor, guárdame en mi espíritu”. Si permanecemos en el espíritu, experimentaremos la muerte de Cristo, la cual se halla en el Espíritu todo-inclusivo y compuesto. No necesitamos considerarnos muertos, ni siquiera necesitamos creer que ya fuimos crucificados con Cristo; lo único que debemos hacer es permanecer en el espíritu velando y orando. Es en el espíritu que experimentamos la muerte de Cristo y somos liberados de todos los rudimentos del mundo.

NO SOMETIDOS MÁS A LOS RUDIMENTOS DEL MUNDO

  Conforme a 2:20, nosotros morimos con Cristo a los rudimentos del mundo. Los rudimentos del mundo son los principios elementales de la religión y la filosofía. Tanto los creyentes judíos como gentiles intentaron introducir ciertos elementos del mundo en la vida de iglesia. Incluso puede ser que nosotros mismos nos sometamos a estos rudimentos. Tal vez sin darnos cuenta sigamos bajo la influencia de nuestro pasado religioso. Los principios elementales que heredamos de la religión son los rudimentos del mundo.

  En Colosenses Pablo da a entender que si nos aferramos a cualquier cosa que no sea el Cristo que experimentamos, esa cosa constituye un rudimento del mundo. Por ejemplo, tal vez una hermana sea amable, simpática y disciplinada. Éste era su carácter aun antes de ser salva. Ahora, después de hacerse creyente, ella trae su carácter a la vida de iglesia. Los demás admirarán su carácter, sin darse cuenta de que es natural. En tanto que esta hermana viva conforme a su carácter natural, estará viviendo conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Puede ser que en la iglesia haya otra hermana con un carácter más bien tosco. Si la comparamos a la primera hermana, ella es burda e indisciplinada. Pero supongamos que ella se ejercita cada día para velar y orar, y así permanecer en el espíritu. Gradualmente, los demás observan un cambio en su modo de vivir. Es difícil describir su manera de vivir. No puede uno decir con exactitud si ella es amable, simpática o disciplinada. En realidad, ella no está viviendo conforme a los rudimentos del mundo, sino según Cristo. Existe una diferencia enorme entre esta clase de vivir y aquella que es conforme a nuestro carácter natural. Los rudimentos del mundo son útiles en la sociedad, pero no tienen cabida en la iglesia. Cuando permanecemos en nuestro espíritu, experimentamos espontáneamente la muerte de Cristo, la cual se halla en el Espíritu todo-inclusivo. En esta muerte, morimos a los rudimentos del mundo.

  Debemos entender que cosas como la amabilidad natural no son más que rudimentos del mundo. Cuando estemos bajo la luz de esta visión, odiaremos incluso nuestra amabilidad porque no es de Cristo, sino que es sólo un rudimento del mundo. Entonces procuraremos permanecer en nuestro espíritu para disfrutar a Cristo y participar de Su muerte. Aun podremos decirle a Satanás: “He dejado de vivir conforme a la amabilidad natural. Satanás, tú me engañaste por muchos años teniéndome sometido a los rudimentos del mundo. Ahora veo que en Cristo morí a todos esos rudimentos. En mi espíritu disfruto a Cristo, me asgo de la Cabeza, y participo de Su muerte. En esta muerte soy liberado de los rudimentos del mundo”.

  Cuando nos asimos de la Cabeza al permanecer en nuestro espíritu, absorbemos todos los ricos elementos del Espíritu compuesto. Uno de estos elementos es nuestra crucifixión con Cristo. Solamente cuando estamos en el espíritu somos liberados de los rudimentos del mundo de una manera práctica, y es sólo entonces que podemos proclamar que no tenemos nada que ver con la religión, la filosofía, la cultura ni con las virtudes naturales. Cuando estamos en el espíritu, es posible aborrecer estas cosas porque reconocemos que son mundanas y no tienen que ver con Cristo. Resulta imposible abandonar los rudimentos del mundo si no estamos en el espíritu. Si tratamos de hacer esto fuera del espíritu, nuestros esfuerzos serán vanos. Cuando permanecemos en el espíritu velando y orando, tenemos la experiencia de haber muerto con Cristo a los rudimentos del mundo.

RESUCITADOS CON CRISTO

  El mismo principio se aplica al hecho de haber sido resucitados con Cristo. Si permanecemos en el espíritu, sentiremos en lo más profundo de nuestro ser que hemos sido levantados, resucitados, con Cristo. Algunas veces los santos dicen que andan desanimados. La razón por la que nos sentimos desanimados es porque no estamos en el espíritu. Cada vez que estamos en el espíritu, somos resucitados. Sin embargo, no podemos resucitarnos a nosotros mismos. Cuanto más tratemos de hacerlo, más nos hundiremos. En cambio, si simplemente nos volvemos al espíritu e invocamos al nombre del Señor Jesús, seremos resucitados con Cristo.

FIJAR NUESTRA MENTE EN LAS COSAS DE ARRIBA

  En 3:1 Pablo dice: “Si, pues, fuisteis resucitados juntamente con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. Observemos que Pablo no menciona “las cosas que están en los cielos”, sino “las cosas de arriba”. Esto se refiere a las cosas que son superiores y elevadas. Nuestras virtudes naturales, por otro lado, son inferiores y bajas. En 3:2 Pablo añadió: “Fijad la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. ¿Cuáles son las cosas de arriba? De niño me enseñaron que las cosas de arriba se referían a cosas que hay en el cielo, tales como mansiones, puertas de perla, y una calle de oro. No obstante, si seguimos el principio de interpretar la Biblia conforme a ella misma, entenderemos que no es esto lo que significa la frase “las cosas de arriba”. Según el Nuevo Testamento, las cosas de arriba incluyen la ascensión de Cristo, Su entronización, y el hecho de que Él fue dado por Cabeza, Señor y Cristo. En Hechos 2:36 Pedro dice que Dios hizo a Jesús Señor y Cristo. En Hebreos 2:9 se nos dice que el Señor Jesús fue coronado de gloria y de honra. En Efesios 1:22 vemos que en la ascensión, Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. En Apocalipsis 5:6 vemos que Cristo, como el Cordero que tiene siete ojos, está ahora en el trono administrando el gobierno de Dios. Estas cosas son las cosas de arriba.

  Cuando Pablo escribió a los creyentes colosenses, él los exhortó a que no prestaran más atención al judaísmo, al gnosticismo ni al ascetismo, los cuales no eran más que rudimentos del mundo, cosas inferiores y bajas. Puesto que habían sido resucitados con Cristo y vivían ahora con Cristo en Dios, ellos debían buscar las cosas de arriba y fijar su mente en ellas. Cristo había sido coronado y entronizado; Él había sido hecho Señor y Cabeza sobre todas las cosas. Él era ahora el Cordero con los siete ojos que administran el gobierno de Dios en el universo. Éstas son las cosas de arriba, las cosas elevadas y superiores, en las cuales debemos fijar nuestra mente.

  Si fijamos nuestra mente en las cosas de arriba, esto nos ayudará a experimentar a Cristo. El Cristo que podemos experimentar no es solamente nuestra comida, nuestra bebida, nuestro sábado, nuestra luna nueva y nuestros días de fiesta. Él no solamente es nuestro disfrute de cada día, semana, mes y año; nuestro Cristo es Aquel que fue coronado y entronizado, Aquel que fue hecho Señor y Cabeza, Aquel que lleva a cabo la administración gubernamental de Dios. ¡Cuánto más abundante sería nuestro disfrute de Cristo si fijáramos nuestra mente en estas cosas!

VIVIR EN DIOS

  Los que estamos en las iglesias, en el recobro del Señor, hablamos mucho acerca de disfrutar a Cristo. Pero quizás no tengamos un concepto muy alto de lo que significa disfrutar a Cristo. Para nosotros, Cristo es nuestra comida, nuestra bebida, nuestro vestido, nuestro transporte y nuestra morada. No cabe duda de que todo esto es cierto. No obstante, el disfrute que tenemos de Cristo debe ser más elevado. Debemos estar conscientes de que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Eso significa que la esfera de nuestro vivir no debería ser la tierra, sino Dios mismo. En 3:3 Pablo dice claramente que nuestra vida está “escondida con Cristo en Dios”. Pablo no dice que nuestra vida está escondida con Cristo en los cielos, pues esto sería hacer énfasis en algo material. Así que él nos dice que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cada vez que estamos en el espíritu, somos resucitados y sentimos que estamos en Dios, muy por encima de todo y de todos. En esos momentos vivimos en Dios; pero cuando no estamos en el espíritu, tenemos la sensación de seguir viviendo en la tierra. Dios está muy por encima de todo y de todos, incluso por encima de los cielos. Cuando estamos en el espíritu, vivimos en Dios.

  Hemos visto que, en conformidad con 2:16-19, disfrutar a Cristo equivale a asirnos de la Cabeza, que es Cristo. Cuando nos asimos de la Cabeza, absorbemos todos los ricos elementos de Cristo en nuestro ser. Dos de estos elementos constituyen dos hechos: el hecho de que hemos muerto con Cristo y el hecho de que fuimos resucitados juntamente con Él. Cuando permanecemos en el espíritu al asirnos de la Cabeza, podemos proclamar que hemos muerto a todo lo que no es Cristo. Hemos muerto a los rudimentos del mundo. También podemos proclamar que fuimos resucitados con Cristo y que ahora estamos escondidos con Cristo en Dios. Tendremos el valor de testificar que nuestra esfera no es la tierra, sino Dios. ¡Alabado sea Él porque hemos muerto a todos los rudimentos del mundo y hemos sido resucitados para vivir con Cristo en Dios! ¿Tiene usted el denuedo de decir que ahora vive en Dios? Lo tendrá si está en el espíritu, pero no si está en la carne viviendo en la tierra. Podemos experimentar el hecho de haber muerto a los rudimentos del mundo y haber resucitado para vivir con Cristo en Dios sólo cuando nos asimos de la Cabeza al permanecer en el espíritu.

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