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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Colosenses»
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Mensaje 56

ASIRNOS DE LA CABEZA, EN VIRTUD DE QUIEN TODO EL CUERPO CRECE CON EL CRECIMIENTO DE DIOS

  Lectura bíblica: Col. 2:16-19; 1:18a; 2 Co. 3:17a; 2 Ti. 4:22a; 1 Co. 6:17

  Colosenses 2:18-19 dice así: “Que nadie, con humildad autoimpuesta y culto a los ángeles, os defraude juzgándoos indignos de vuestro premio, hablando constantemente de lo que ha visto, vanamente hinchado por la mente puesta en la carne, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el Cuerpo, recibiendo el rico suministro y siendo entrelazado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento de Dios”. Las frases “hablando constantemente de lo que ha visto” y “no asiéndose de la Cabeza” están relacionadas con el hecho de ser defraudados. Si en lugar de asirnos de la Cabeza nos basamos en cosas que hemos visto, seremos defraudados y privados de nuestro premio, que consiste en disfrutar a Cristo. No permitamos que nos defrauden aquellas personas que hablan constantemente de lo que han visto y no se asen de la Cabeza. Cada vez que nosotros mismos dejamos de asirnos de la Cabeza, somos privados de nuestro premio.

DISFRUTAR A CRISTO COMO LA REALIDAD DE TODAS LAS COSAS POSITIVAS

  Es importante entender de manera experimental lo que significa asirnos de la Cabeza y cómo hacerlo. No debemos dar por sentado el versículo 2:19, pensando que ya sabemos lo que significa asirnos de la Cabeza. Al contrario, debemos profundizar en este versículo y pedirle al Señor que nos muestre su significado. Entonces, seremos iluminados.

  Si queremos entender correctamente lo que significa asirnos de la Cabeza, debemos analizar los versículos 2:16 y 17, donde Pablo nos dice que Cristo es el cuerpo, la sustancia, la realidad, de todas las sombras. La comida, la bebida, los sábados, la luna nueva y los días de fiesta son sombras de lo que ha de venir, mientras que Cristo es el cuerpo, la realidad, de todas ellas. Pablo, basándose en este hecho, nos amonesta que no dejemos que nadie nos defraude juzgándonos indignos de nuestro premio. La advertencia que él nos hace en 2:18 y 19 se basa en el hecho revelado en los versículos 16 y 17, que establece que Cristo es la realidad de todas las cosas positivas. Quienes buscan defraudarnos son aquellos que hablan constantemente de lo que han visto y no se asen de la Cabeza. Así pues, vemos una relación entre el hecho de que Cristo sea el cuerpo de todas las sombras y el hecho de que debemos asirnos de la Cabeza. En otras palabras, el propio Cristo que es la realidad de todas las cosas positivas es la Cabeza del Cuerpo. Si queremos saber lo que significa asirnos de la Cabeza, debemos saber lo que significa disfrutar a Cristo como la realidad de todas las cosas positivas. Si no disfrutamos a Cristo de esta manera, en nuestra experiencia no podemos asirnos de Él como Cabeza. Basándonos en esto podemos afirmar que asirnos de la Cabeza significa simplemente disfrutar a Cristo como la realidad de todas las cosas positivas.

  La verdadera vida cristiana es una vida en la que se disfruta a Cristo. Debemos disfrutar al Señor durante todo el día. Hemos visto que al hablar de la comida, la bebida, los sábados, las lunas nuevas y los días de fiesta, Pablo se refería a las cosas que disfrutamos diaria, semanal, mensual y anualmente. De hecho, comemos y bebemos varias veces al día. Los ejemplos que usó Pablo en 2:16 abarcan desde el disfrute que tenemos de Cristo cada hora hasta el disfrute que tenemos de Él cada año. Esto indica que debemos disfrutar a Cristo continuamente. Cada vez que bebo un vaso de agua, debería recordar que tengo que beber a Cristo. Cada vez que como, debería disfrutar a Cristo, quien es la verdadera comida. Cada vez que disfrutamos a Cristo de esta manera, automáticamente nos asimos de Él como Cabeza. Por consiguiente, la mejor manera de asirnos de Cristo, la Cabeza, es disfrutarlo a Él. Aparte de comerle, no existe otra mejor manera de asirnos de Él. Así como nos “asimos” de la comida al ingerirla y al comerla, debemos también asirnos de Cristo comiéndole.

  En 2:16-19 Pablo da un gran salto, en el que nos lleva desde la experiencia más básica de disfrutar a Cristo como nuestro todo, hasta la cima de asirnos de Cristo como Cabeza. A medida que disfrutamos a Cristo como nuestra comida, nuestra bebida, nuestro aire y nuestro todo, vamos ascendiendo en el ascensor divino hasta llegar a lo más alto, donde nos asimos de Cristo como Cabeza. Sin embargo, si dejamos de disfrutar a Cristo, automáticamente dejamos de asirnos de la Cabeza. Es sólo cuando lo disfrutamos que también nos asimos de Él. Esto no es una doctrina que hemos aprendido en libros de teología, sino un hecho en el campo de la experiencia cristiana. En mi experiencia a lo largo de los años he aprendido que asirnos de la Cabeza significa disfrutar a Cristo continuamente. Somos vasijas que han sido hechas para contenerlo a Él, y nos asimos de Él al comerlo, beberlo y respirarlo. Esto nos permite ver que asirnos de Cristo la Cabeza es una experiencia muy subjetiva.

TOMAR CONCIENCIA DEL CUERPO

  En 2:17 Pablo dice que el cuerpo es de Cristo, pero en el versículo 19 él no solamente habla de Cristo, sino de asirnos de la Cabeza. La razón para este cambio de terminología, o sea, de Cristo a la Cabeza, es que el disfrute que tenemos del Señor hace que tomemos conciencia del Cuerpo. Si continuamente disfrutamos a Cristo, no seguiremos siendo individualistas. Los santos que son individualistas son aquellos que no disfrutan consistentemente al Señor. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más tomamos conciencia del Cuerpo. En la mañana deberíamos tocar al Señor, y en la noche, asistir a las reuniones de la iglesia. No es normal disfrutar al Señor durante el día y descuidar las reuniones de la iglesia, que es Su Cuerpo. Aunque las circunstancias en las cuales se halla uno no le permitan asistir a todas las reuniones, interiormente debería sentir que todo su ser está con los santos en la reunión. El hecho de que tomemos conciencia del Cuerpo proviene del disfrute que tenemos de Cristo.

  Cuando disfrutamos a Cristo día a día, de hecho estamos disfrutando de la Cabeza. Es por eso que cuando disfrutamos a Cristo, Él nos lleva a tomar conciencia del Cuerpo. Por experiencia sabemos que cuanto más disfrutamos a Cristo, más intensamente deseamos el Cuerpo. No obstante, si dejamos de tener contacto con el Señor por cierto tiempo, descuidamos automáticamente la vida de iglesia o perdemos interés por las reuniones. Cuanto menos contacto tenemos con el Señor, más críticos nos volvemos en cuanto a la iglesia o a los santos. Nos fijamos en las fallas y defectos de los demás. No disfrutar adecuadamente a Cristo abre la puerta para que el enemigo, Satanás, nos incite a criticar a otros miembros del Cuerpo. Pero si comenzamos a disfrutar al Señor nuevamente, la puerta se irá cerrando. Y si seguimos disfrutando a Cristo consistentemente, la puerta se cerrará completamente. Así, en lugar de criticar la iglesia, alabaremos al Señor por la vida de iglesia, y testificaremos de cuánto la amamos. Lo que produce este cambio no es la amonestación ni la corrección, sino el hecho de haber recobrado nuestro disfrute de Cristo.

  La persona querida y preciosa a quien disfrutamos como nuestra comida, nuestra bebida y nuestro aire, es la Cabeza del Cuerpo. Debido a que Pablo entendía todo esto perfectamente, él pudo dar este gran salto, partiendo de Cristo como la realidad de todas las cosas positivas y finalizando con el asunto de Cristo como Cabeza. El Cristo que disfrutamos como nuestro todo es la Cabeza del Cuerpo; por eso, cuanto más lo disfrutamos, más tomamos conciencia del Cuerpo. Esto indica que disfrutar a Cristo no es una acción individualista, sino algo que está relacionado con el Cuerpo. Como los miembros del Cuerpo que somos, debemos disfrutar a Cristo de una manera corporativa.

AMAR A TODOS LOS MIEMBROS DEL CUERPO

  En 2:19 Pablo habla de “todo el Cuerpo”. Disfrutar a Cristo nos guarda en unidad con los demás miembros del Cuerpo. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más amamos a los demás miembros del Cuerpo. El disfrute que tenemos de Cristo nos lleva a amar a cada hermano en la vida de iglesia. Incluso aquellos que nos parecen más difíciles de amar, se vuelven queridos y preciosos para nosotros. Sin embargo, si dejamos de disfrutar a Cristo, menospreciaremos a ciertos santos de la iglesia. En realidad, la iglesia y los santos siguen siendo iguales, pero es nuestra actitud hacia ellos la que cambia. No obstante, si se nos imparte la suministración de Cristo y empezamos a disfrutarle nuevamente, todos los miembros del Cuerpo volverán a ser queridos para nosotros. Tendremos la agradable sensación de que, como miembros del Cuerpo, amamos a todos los demás miembros.

  Es mediante el disfrute que tenemos de Cristo que Él llega a ser nuestra Cabeza en términos de nuestra experiencia. Cristo no puede ser nuestra Cabeza de manera subjetiva y en nuestra experiencia si no lo disfrutamos. Aunque le digan una y otra vez que Cristo es la Cabeza del Cuerpo, usted no tomará conciencia de que Él es la Cabeza, a menos que lo disfrute regularmente. Cuanto más usted disfrute a Cristo, más comprenderá en su experiencia que el Cristo que disfruta es la Cabeza del Cuerpo. Comprender esto le hará tomar conciencia del Cuerpo y lo llevará a amar a todos los miembros del Cuerpo.

INTRODUCIDOS EN LA RESURRECCIÓN

  En 1:18 Pablo dice: “Y El es la Cabeza del Cuerpo que es la iglesia; El es el principio, el Primogénito de entre los muertos”. El hecho de que Cristo sea el Primogénito de entre los muertos significa que Él es la Cabeza del Cuerpo en resurrección. Antes de Su resurrección, Cristo aún no era la Cabeza del Cuerpo. Efesios 1 indica que después de Su resurrección y ascensión, Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Por consiguiente, la posición que Cristo tiene como Cabeza se halla en resurrección.

  Ya que la posición que Cristo tiene como Cabeza está en resurrección, cuando disfrutamos a Cristo espontáneamente somos introducidos en la resurrección, lo cual nos salva de nuestro ser natural. Todos tenemos una manera natural de ser. Por tanto, si no disfrutamos a Cristo y, por ende, no logramos entrar en resurrección, permaneceremos en nuestra persona natural. ¡Alabado sea el Señor, porque el disfrute que tenemos de Cristo nos introduce en la resurrección! Cuanto más le disfrutamos, más dejamos a un lado nuestro ser natural. Repito una vez más que esto no es una simple doctrina, sino un hecho en nuestra experiencia cristiana.

LLEVADOS A LOS CIELOS

  Disfrutar a Cristo también nos introduce en la ascensión. Cuanto más le disfrutamos, más estamos en los cielos en nuestra experiencia. Eso significa que a medida que disfrutamos a Cristo, llegamos a ser personas celestiales. No sólo dejamos a un lado nuestro ser natural, sino que además dejamos de ser personas terrenales. Disfrutar a Cristo es lo que nos lleva a estar tanto en resurrección como en ascensión. Cuanto más disfrutamos a Cristo, más estamos en los cielos. Por consiguiente, asirnos de Cristo como Cabeza equivale a estar en los cielos de manera experimental. Es válido también decir que estar en los cielos equivale a asirnos de la Cabeza. En términos de nuestra experiencia, asirnos de la Cabeza y estar en los cielos son una misma cosa.

  No obstante, si temporalmente abandonamos a Cristo y dejamos de asirnos de la Cabeza, sentiremos que somos personas terrenales. Por ejemplo, supongamos que una hermana no se ase de Cristo como Cabeza en el área de las compras. Eso significa que, al menos temporalmente, durante el tiempo que sale de compras, ella ha abandonado la Cabeza.

  Podemos aplicar esto a nuestra vida matrimonial. Cuando los esposos discuten entre sí, ciertamente, su experiencia no es la de estar en los cielos. Cuando menos, diríamos que son personas terrenales, porque mientras discuten, no están asiéndose de Cristo, la Cabeza. Cada vez que nos comportamos de una manera terrenal, no estamos asiéndonos de la Cabeza. No obstante, si en nuestra vida matrimonial disfrutamos constantemente a Cristo, nos asiremos de Él, quien es la Cabeza, y en nuestra experiencia estaremos en los cielos. Entonces, seremos personas celestiales y nada nos hará bajar de los cielos. Lamentablemente, conforme a nuestra experiencia, descendemos de los cielos con mucha facilidad. Tan solo una palabra o una mirada desagradable puede hacernos caer de los cielos a la tierra. ¡Con cuánta facilidad podemos dejar de asirnos de la Cabeza en nuestra vida diaria!

  Conforme a 3:1-4, nuestra vida debería estar en los cielos, donde está el trono de Dios. Por un lado, Cristo, nuestra Cabeza, está en nuestro espíritu; por otro, Él está en los cielos, y no en la tierra. Solamente cuando estamos en los cielos podemos asirnos de Él, de la Cabeza. Disfrutar a Cristo equivale a asirnos de la Cabeza, y asirnos de la Cabeza equivale a estar en los cielos.

ES NECESARIO PERMANECER EN EL ESPÍRITU

  ¿Cómo podemos estar en los cielos de forma experimental? Esto sólo sucede cuando disfrutamos a Cristo, la Cabeza, como el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. En 2 Corintios 3:17 se dice: “Y el Señor es el Espíritu”. Si Cristo fuese solamente la Cabeza y no el Espíritu, no podríamos tener contacto con Él ni asirnos de Él de una manera concreta. Sin embargo, aunque Cristo es la Cabeza con respecto a Su posición, en nuestra experiencia Él es el Espíritu vivificante. Según lo que consta en Timoteo 4:22, el Señor, quien es el Espíritu, está ahora con nuestro espíritu. ¡Cuán maravilloso es este hecho! En los cielos, Cristo es la Cabeza, pero en nuestro espíritu, Él es el Espíritu. Por consiguiente, asirnos de Cristo la Cabeza no sólo significa disfrutarle a Él y estar en los cielos, sino también permanecer en nuestro espíritu. Si queremos asirnos de la Cabeza, debemos estar en nuestro espíritu.

  En 2:18 Pablo usa la expresión “vanamente hinchado por la mente puesta en la carne”. La mente forma parte del alma, y la carne está relacionada con el cuerpo físico. Todo aquel que se hincha por poner su mente en la carne no se ase de Cristo como Cabeza, porque está en su mente carnal, y no en el espíritu. Cada vez que estamos en la mente o en la carne, no nos asimos de la Cabeza. No obstante, cuando nos volvemos de la carne y de la mente al espíritu, nos asimos automáticamente de Cristo, la Cabeza. Si permanecemos en nuestra mente carnal, no podremos tocar a Cristo ni asirnos de Él; en cambio, si nos volvemos al espíritu, nos asiremos de la Cabeza, la cual es el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu.

  Hemos visto que asirnos de Cristo, la Cabeza, incluye tres cosas. Para asirnos de la Cabeza, debemos disfrutar a Cristo, debemos estar en los cielos y debemos permanecer en nuestro espíritu. Por experiencia sabemos que estos tres asuntos siempre van juntos. Cuando disfrutamos a Cristo, estamos en los cielos y en nuestro espíritu, y no en la mente ni en la carne. En nuestra experiencia, estar en el espíritu equivale a estar en el tercer cielo. Conforme a la Biblia, el Lugar Santísimo está en el tercer cielo y también en nuestro espíritu. Cada vez que nos volvemos al espíritu, estamos en los cielos, disfrutando al Señor. Es así como nos asimos de la Cabeza.

ABSORBER LAS RIQUEZAS DE CRISTO PARA EL CRECIMIENTO DEL CUERPO

  Cuando disfrutamos a Cristo y nos asimos de Él, de la Cabeza, absorbemos Sus riquezas. Según 2:19, algo procede de la Cabeza que causa que el Cuerpo crezca con el crecimiento de Dios. Cuando disfrutamos a Cristo en los cielos y en nuestro espíritu, nos asimos de la Cabeza y absorbemos Sus riquezas. Entonces, algo procede de la Cabeza y hace que Dios crezca en nosotros, lo cual significa que más del elemento de Dios se añade a nuestro ser y, por ende, también al Cuerpo. Esto hace que el Cuerpo crezca con el crecimiento de Dios.

  Mientras nos asimos de la Cabeza, absorbemos las riquezas del Cristo extenso y todo-inclusivo. Estas riquezas son los elementos de Dios, los cuales proceden de la Cabeza y llegan a ser el crecimiento de Dios en nosotros, en virtud del cual crece el Cuerpo. Finalmente, el Cuerpo llegará a ser un solo y nuevo hombre, en el cual Cristo es el todo y en todos. Ya que Cristo es el único constituyente del nuevo hombre, Él es cada miembro del nuevo hombre y está en cada uno de ellos.

  Asirnos de Cristo, la Cabeza, equivale a disfrutarle continuamente, a estar en los cielos y a permanecer en nuestro espíritu. Al asirnos de la Cabeza, tomamos conciencia del Cuerpo. A medida que experimentamos la vida del Cuerpo, absorbemos las riquezas que proceden de la Cabeza. Estas riquezas son los elementos de Dios, los cuales, en los miembros del Cuerpo, llegan a ser el crecimiento de Dios en virtud del cual todo el Cuerpo crece. Por consiguiente, el crecimiento del Cuerpo se produce cuando disfrutamos a Cristo, nos asimos de Él, de la Cabeza y absorbemos Sus riquezas.

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