Mensaje 58
Lectura bíblica: Col. 3:1-3; He. 2:9; 4:14-16; 7:25; 6:19-20; 8:1-2; Hch. 2:36; Ef. 1:20-23; Ap. 4:1, 2, 5; 5:6
En 3:1 Pablo nos exhorta a buscar las cosas de arriba, y en el versículo 2, a fijar la mente en las cosas de arriba. En este mensaje profundizaremos en lo que significa buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas.
Pablo escribió el libro de Colosenses de una manera muy concisa. En tan sólo cuatro capítulos, él presenta muchas riquezas. En 1:12 él afirma que Cristo es la porción de los santos. Aquel que es nuestra porción es la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creación y también el Primogénito de entre los muertos (1:15, 18). Pablo nos dice también que Cristo es el misterio de Dios (2:2) y que toda la plenitud de la Deidad habita corporalmente en Él (2:9). Como el misterio de Dios y la corporificación de la Deidad, Él es la realidad, el cuerpo, la sustancia, de todas las cosas positivas (2:16-17). Cuanto más disfrutamos de Él como esta realidad, más nos asimos de Él como la Cabeza del Cuerpo y, por tanto, más tomamos conciencia del Cuerpo. Así lo experimentaremos como nuestra vida (3:4) y como el constituyente del nuevo hombre (3:10-11). En el nuevo hombre, Cristo es todos los miembros y está en todos ellos. En esta epístola, Pablo menciona todos estos importantes aspectos sin entrar en detalles. Aun así, él hace notar que los que disfrutamos a Cristo y participamos de Él, los que estamos viniendo a ser miembros del nuevo hombre en nuestra constitución intrínseca, llevamos una vida escondida con Cristo en Dios. Por tanto, ahora deberíamos buscar las cosas de arriba y fijar nuestra mente en ellas.
Aunque Pablo en Colosenses nos exhorta a buscar las cosas de arriba y a fijar nuestra mente en ellas, no especifica cuáles son estas cosas. No obstante, en otros libros del Nuevo Testamento, como Hebreos, Efesios y Apocalipsis, hay algunas ventanas a través de las cuales miramos todo lo que sucede en el cielo y nos deja ver lo que se está llevando a cabo allí. Si miramos a través de estas ventanas, sabremos cuáles son las cosas de arriba.
Pablo y Juan escribieron acerca de temas muy semejantes. En Colosenses, Pablo nos presenta al Cristo que es la plenitud del Dios invisible. Después de mencionar los distintos aspectos de este Cristo, nos habla acerca del nuevo hombre. Entre el capítulo uno, donde se nos presenta al Cristo que es la plenitud de Dios, y el capítulo tres, donde se nos habla del nuevo hombre, encontramos la experiencia y el disfrute de Cristo. Esto significa que nuestra experiencia y nuestro disfrute del Cristo todo-inclusivo da por resultado la iglesia como nuevo hombre. Por consiguiente, el nuevo hombre proviene del deleite que tenemos de Cristo como la plenitud de Dios. A medida que disfrutamos a Cristo día a día, Él se forja en nosotros y llega a formar parte de nuestra constitución. De esta manera, Cristo llega a ser nuestro elemento constitutivo. Día tras día, Cristo está siendo forjado en nosotros. Con el tiempo, todos estaremos totalmente constituidos de Él y, como resultado de ello, llegaremos a ser el nuevo hombre. En el nuevo hombre no hay lugar para ninguna persona natural, sino únicamente para Cristo. Cristo es el todo y en todos en el nuevo hombre. Repito una vez más que en el nuevo hombre, Cristo es todos los miembros y está en todos ellos.
La única manera en que Cristo puede ser el todo y en todos en el nuevo hombre es que Él mismo se forje en nosotros hasta que seamos constituidos de Él. Este proceso mediante el cual Cristo se forja en nosotros se lleva a cabo solamente cuando lo disfrutamos a Él. Debemos decir: “Señor Jesús, te amo, te aprecio y te disfruto. Señor, existo aquí en la tierra única y exclusivamente por causa de Ti”. Cuanto más abrimos nuestro ser al Señor y tenemos contacto con Él de esta manera, más se infundirá Él en nosotros y nos llenará hasta rebozar. A medida que invocamos al Señor, lo alabamos y le ofrecemos nuestra gratitud y adoración, somos llenos de Él. Mediante el disfrute y experiencia que tenemos de Cristo, gradualmente llegamos a estar constituidos de Él. Es cuando le disfrutamos que Él llega a formar parte de nuestra constitución.
Comer y digerir los alimentos nos proporciona un buen ejemplo de cómo Cristo se añade a nuestra constitución intrínseca mediante el disfrute que tenemos de Él. Mediante el proceso de la digestión y la asimilación, los alimentos que ingerimos llegan a formar parte de nuestra constitución. Si entendemos esto, prestaremos atención a lo que comemos. Los dietistas afirman que somos lo que comemos. Si comemos mucho de cierto alimento, llegaremos a estar constituidos de los elementos que esa comida contiene. Hace años, observé que la hija de nuestro médico familiar en Taiwán había desarrollado una complexión amarillenta. El médico nos explicó que esa coloración se debía a que ella comía mucha zanahoria. Su hija había comido tanta zanahoria que ésta llegó a formar parte de su constitución al grado de afectar el color de su piel. Este caso evidencia el hecho de que lo que comemos llega a ser nuestra constitución misma. El mismo principio se aplica en nuestra experiencia de Cristo. A medida que lo comemos y lo disfrutamos, llegamos a estar constituidos de Él.
Ahora sería bueno preguntarnos cómo podemos disfrutar a Cristo y permitir que Él se forje en nosotros para darnos una nueva constitución intrínseca cuando Él está en los cielos y nosotros estamos en la tierra. La respuesta reside en el hecho de que existe una trasmisión que viene desde el Cristo que está en los cielos hasta nosotros, quienes estamos en la tierra, por medio del Espíritu todo-inclusivo. Mediante esta trasmisión, la electricidad que proviene de la central eléctrica de los cielos fluye a nosotros, tal como la electricidad fluye de la central eléctrica hasta nuestros hogares y hasta este local de reuniones. ¡Aleluya por la trasmisión que viene a nosotros desde el tercer cielo! “Hay un Hombre en la gloria, Su vida es para mí” (Himnos, #218). Cristo es el Hombre que, aunque está en la gloria, Su vida es para nosotros. Todos necesitamos una visión de la trasmisión celestial que procede desde el Cristo glorificado hasta nosotros. Además, debemos mantener nuestro ser abierto a esta trasmisión para que ésta no se interrumpa. La cosa más pequeña puede interrumpir esta trasmisión. Así pues, vemos que entre el Cristo que es la plenitud de Dios y el nuevo hombre, se halla la experiencia de la trasmisión celestial. No permitamos que nada interrumpa esta trasmisión divina.
Con respecto a este asunto los escritos de Juan se parecen a los de Pablo. Juan 1:16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. La plenitud de Cristo es la plenitud de Dios. De esta plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia. Finalmente, el resultado de recibir la plenitud de Cristo será la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén revelada a través del ministerio de Juan será la consumación final del nuevo hombre que fue revelado a través del ministerio de Pablo. Por un lado, Pablo empieza hablando de la plenitud y luego habla del nuevo hombre; por otro, Juan comienza hablando de la plenitud y termina hablando de la Nueva Jerusalén.
En Hebreos, Efesios y Apocalipsis, encontramos ventanas a través de las cuales podemos ver las cosas de arriba. El primer aspecto de las cosas de arriba se halla en Hebreos 2:9. En este versículo vemos a Jesús coronado de gloria y honra. Cuando estuvo en la tierra, Él fue coronado de espinas, pero en el trono celestial, Él ha sido coronado de gloria y honra. Habiendo sido coronado de gloria y honra, Cristo es mucho más precioso que el judaísmo o la filosofía griega. Fijar nuestra mente en tales cosas es fijarla en las cosas de la tierra (Col. 3:2). El judaísmo y la filosofía griega son cosas que pertenecen a la tierra. Dejemos de mirar estas cosas y volvámonos al Jesús resucitado y ascendido que ha sido entronizado y coronado de gloria y honra. Puesto que fuimos resucitados juntamente con Cristo, deberíamos buscar las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios (3:1). Olvidémonos de nuestras virtudes naturales y pongamos nuestros ojos en el Señor Jesús. En lugar de apreciar nuestros atributos y carácter naturales, debemos apreciar Aquel que ha sido coronado de gloria y honra. Según lo expresa Pablo, debemos centrar nuestra atención en el Señor Jesús. No deberíamos ser atraídos por ninguna otra cosa.
En Hechos 2:36 encontramos un aspecto más de las cosas de arriba. Pedro declara aquí lo siguiente: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”. Jesús, el carpintero de Nazaret, ha sido exaltado por Dios para ser el Señor de todos y el Cristo. ¡Qué maravilloso es esto! Si los creyentes colosenses hubieran verdaderamente comprendido esto, no se habrían distraído con el judaísmo ni con la filosofía griega. Hoy en día, Jesús es el Cristo de Dios, el Ungido de Dios, el Señor de todos.
En Efesios 1:20-23 Pablo dice que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos; le sentó a Su diestra en lugares celestiales, por encima de todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre; sometió todas las cosas bajo Sus pies; y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es Su Cuerpo. El poder que Dios empleó para resucitar a Cristo de entre los muertos es el mismo con que lo hizo Cabeza por sobre todas las cosas a la iglesia. Así que, Cristo fue coronado de gloria y honra, Él es el Señor de todos y el Cristo de Dios, y Él es la Cabeza sobre todas las cosas para Su Cuerpo, la iglesia. La visión de este Cristo ciertamente debería hacernos olvidar nuestras virtudes y características naturales, las cuales son cosas de la tierra, y no cosas de arriba.
En Hebreos 6:19 y 20 vemos que el Señor Jesús es el Precursor, el Pionero, quien nos abrió el camino a la gloria penetrando hasta dentro del velo. Penetrar hasta dentro del velo significa estar en la gloria. Cristo, quien es nuestro Precursor o Pionero, está ahora en la gloria.
El libro de Hebreos revela también que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, Aquel que “se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (He. 8:1). En Hebreos 4:14 se nos dice que tenemos “un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios”. Como nuestro Sumo Sacerdote celestial, Él “puede también salvar por completo a los que por El se acercan a Dios, puesto que vive para siempre para interceder por ellos” (He. 7:25). Cuando invocamos al Señor y tenemos comunión con Él, sentimos que algo de los cielos se trasmite a nosotros. A menudo, esta trasmisión divina nos lleva a un éxtasis de gozo. Ya que tenemos semejante Sumo Sacerdote que intercede por nosotros, deberíamos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (He. 4:16). Las cosas de arriba incluyen el ministerio de intercesión de nuestro Sumo Sacerdote. Gracias a Su intercesión, podemos recibir misericordia y gracia para nuestro oportuno socorro.
Es debido a la intercesión de Cristo en los cielos que nosotros nos sentimos motivados a buscar al Señor. Nuestra senda se halla bajo la dirección de la trasmisión que proviene de los cielos, de la trasmisión que procede de la intercesión de Cristo. Cuando nos sentimos tentados a buscar algún tipo de entretenimiento mundano, en lugar de asistir a las reuniones de la iglesia, es posible que la trasmisión celestial nos dirija a la reunión. Muchos de nosotros podemos testificar que hemos estado bajo la dirección de la intercesión de Cristo. La intercesión de nuestro Sumo Sacerdote constituye otro aspecto de las cosas de arriba.
Además, según Hebreos 8:1 y 2, Cristo es también Ministro del “verdadero tabernáculo” que está en los cielos. Cristo es nuestro Ministro celestial. Cuando la gente nos pregunte a qué iglesia asistimos y quién es nuestro pastor o ministro, lo mejor es contestar que nuestra iglesia está en los cielos y que nuestro ministro es el Jesús celestial, quien ministra en el tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Este tabernáculo, este santuario, se halla en el tercer cielo, que es el Lugar Santísimo del cielo. ¡Alabado sea el Señor porque el Lugar Santísimo que está en los cielos, está conectado a nuestro espíritu! Por consiguiente, en la experiencia, nuestro espíritu regenerado es también el Lugar Santísimo. De esta manera, nuestro espíritu se halla conectado al tercer cielo, donde está Cristo ministrando a nuestro favor.
En el libro de Apocalipsis vemos más de las cosas de arriba. Lo que hallamos en este libro no solamente es una ventana, sino un cielo abierto. Los cielos le fueron abiertos a Juan, y él vio “un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado” (Ap. 4:2). Este trono no es simplemente el trono de gracia, sino el trono de autoridad, el trono de la administración divina. En Apocalipsis 4:5, Juan añade: “Y del trono salían relámpagos y voces y truenos; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete Espíritus de Dios”. Juan nos dice además que en medio del trono vio un Cordero: “Y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Ap. 5:6). La visión de Juan en los capítulos cuatro y cinco de Apocalipsis tiene que ver con la administración actual de Dios. Dicha visión nos permite entender que el cielo no es un lugar silencioso donde nada sucede. Por el contrario, Dios desde Su trono está ejecutando Su administración sobre todo el universo. El Cordero, el Redentor, Aquel que fue inmolado en la cruz por nuestros pecados, está ahora en el trono y tiene siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios.
La primera visión del libro de Apocalipsis es la de los siete candeleros, los cuales son siete iglesias locales (1:12, 20). Vemos así que la primera visión es la visión de las iglesias que están en la tierra, y que la segunda visión se trata de lo que ocurre en los cielos. Cuando tenemos en cuenta ambas visiones, ellas indican que todo lo que sucede en las iglesias en la tierra tiene que ver con las actividades que se llevan a cabo en los cielos. Tal como un contador eléctrico indica que la trasmisión está fluyendo de la central eléctrica, así también el mover del Señor en las iglesias corresponde a las acciones que se realizan en el trono en los cielos. Esto significa que lo que sucede en las iglesias locales debe estar siempre bajo la dirección del trono de Dios en los cielos. Para que el recobro sea en verdad el recobro del Señor, debe estar bajo Su dirección. Mientras haya una trasmisión desde los cielos, el fluir divino estará en las iglesias. ¡Alabado sea el Señor porque según el libro de Apocalipsis las iglesias avanzan bajo la dirección de la administración celestial!
El Señor Jesús, Aquel que ha sido coronado con gloria y honra, Aquel que es el Señor, el Cristo, la Cabeza, el Precursor, el Sumo Sacerdote y el Ministro celestial, está ejecutando lo que Dios hace en los cielos. Él es el Cordero que tiene siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios, que lleva adelante la administración de Dios por medio de las iglesias locales. En realidad, las iglesias son las embajadas de Dios. Debido a esto, la situación mundial no se encuentra bajo el control de ningún líder terrenal, sino bajo el control de las iglesias mediante las cuales Dios ejecuta Su administración. Así como la embajada americana ubicada en determinado país constituye una expansión de Estados Unidos, de la misma manera las iglesias como embajadas de Dios son la expansión de los cielos. Nuestra sede, nuestra central administrativa, está en los cielos. Cuando me preguntan en cuanto a la sede del recobro del Señor, en mi interior respondo: “La sede del recobro del Señor está en los cielos”.
No deberíamos dejarnos distraer por el judaísmo ni por la filosofía griega como sucedió con los colosenses. Mire a los cielos, donde hay un trono en el cual Dios está sentado y desde donde el Cordero, que tiene siete ojos, ejecuta la administración divina mediante las iglesias como Sus embajadas. Puesto que las iglesias son embajadas de Dios, el enemigo las odia. En Apocalipsis 4 y 5 encontramos una visión del gobierno central, y en Apocalipsis 1 al 3, se halla la visión de las iglesias locales como embajadas. Los siete Espíritus llevan la trasmisión desde la sede celestial hasta las embajadas. Mediante los siete Espíritus, lo que está en la sede celestial se trasmite a las iglesias.
¿Entiende ahora qué son las cosas de arriba? Si sabe cuáles son, veremos que el Señor Jesús ha sido coronado de gloria y honra, que Dios lo hizo Señor y Cristo. El hecho de que Cristo sea Señor de todo significa que toda la tierra le pertenece. El Cristo que ha sido glorificado y entronizado es también la Cabeza, el Precursor y Pionero, el Sumo Sacerdote, el Ministro celestial y el Cordero que desde el trono ejecuta la administración de Dios. Desde el trono celestial, la trasmisión divina se encarga de comunicar las cosas de arriba a las iglesias locales.
Esta visión de las cosas de arriba producirá un cambio radical en nuestro diario vivir. Quitaremos nuestra atención de las cosas de la tierra y la pondremos en las cosas celestiales, o sea, en el Jesús glorificado y entronizado, en el Sumo Sacerdote celestial, en Aquel que fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, en Aquel que ejecuta el gobierno divino. Busquemos estas cosas y fijemos nuestra mente en ellas.
Hemos dicho que nuestra virtudes y características naturales constituyen rudimentos del mundo. Esto es especialmente cierto en asuntos como la humildad que nosotros mismos nos imponemos (2:23). En lugar de cultivar nuestras propias virtudes, deberíamos centrar nuestra atención en el Señor Jesús como Aquel que fue coronado de gloria y de honra, y es la Cabeza, el Precursor, el Sumo Sacerdote y Ministro. Deberíamos prestar atención al trono celestial, desde el cual Cristo, el Cordero que tiene siete ojos, ejecuta la administración de Dios por medio de las iglesias locales.
Puedo testificar que día a día soy fortalecido con la trasmisión divina que fluye del trono celestial a las iglesias que están sobre la tierra. Cuanto más ministro a las iglesias, más abastecido soy y más descanso. Algo de los cielos se trasmite a mi espíritu.
En 3:1 y 2 Pablo nos dice que no sólo debemos buscar las cosas de arriba, sino también fijar nuestra mente en ellas. Esto significa que debemos olvidarnos de las cosas terrenales, como son la cultura, la religión, la filosofía y las virtudes naturales humanas. En lugar de ello, debemos alzar nuestro ojos al cielo y fijar nuestra mente en las cosas maravillosas y excelentes, en las cosas de arriba. Éstas son cosas que operan para transformarnos, ya que nos trasmiten un elemento celestial. Aprendamos a abrir nuestro espíritu y todo nuestro ser a los cielos, y a mantener encendido el “interruptor” para que la trasmisión de la central eléctrica divina fluya continuamente a nosotros. No se deje distraer por la religión, la filosofía ni ninguna otra cosa. Centre su atención en las cosas de arriba y manténgase abierto a la trasmisión de la central eléctrica celestial. Si hace esto, las riquezas del ministerio celestial de Cristo se trasmitirán a usted, y usted será transformado y llegará a estar constituido de Cristo.