Mensaje 9
Lectura bíblica: Col. 1:18-23
Hemos visto que el libro de Colosenses revela que Cristo lo es todo. En el universo tenemos a Dios el Creador y también la creación. Conforme a 1:15, Cristo es la imagen del Dios invisible, lo cual significa que Él no es nada menos que el propio Dios en Su plena expresión. Además, Cristo es el Primogénito de la creación, el primero entre todas las criaturas de Dios.
Dios ha realizado dos creaciones, la vieja creación y la nueva creación. La vieja creación comprende los cielos, la tierra, la humanidad y millones de cosas distintas. La nueva creación es la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Los versículos del 15 al 17 revelan que Cristo es el primero en la creación original, como Aquel que tiene la preeminencia entre todas las criaturas. El versículo 18 muestra que Cristo es el primero en la resurrección, y que, como tal, es la Cabeza del Cuerpo. Él tiene el primer lugar en la iglesia.
La primera creación llegó a existir mediante el hablar de Dios. Romanos 4:17 dice que Dios llama las cosas que no son, como si existiesen. Sin embargo, la nueva creación se produjo mediante la resurrección, es decir, mediante la muerte y la resurrección de la vieja creación. En la nueva creación, en la iglesia, Cristo es el Primogénito de entre los muertos.
Como Hijo de Dios, Cristo experimentó dos nacimientos. El primer nacimiento tuvo lugar en la encarnación, y el segundo, en Su resurrección. Todos los cristianos saben que Cristo nació mediante la encarnación, pero no muchos consideran que Su resurrección fue también un nacimiento. Hechos 13:33 indica que Cristo fue engendrado, o que nació, en la resurrección. Fue por medio de la resurrección que Cristo fue engendrado como Hijo de Dios. No obstante, antes de la encarnación, en la eternidad, Él ya era el Hijo de Dios. ¿Por qué, entonces, necesitaba nacer como Hijo de Dios en la resurrección? Antes de la encarnación, Cristo no era hombre. Él simplemente era el Dios infinito y eterno. Pero en la plenitud del tiempo, Cristo fue concebido por el Espíritu Santo en el vientre de María, y, nueve meses después, nació en un pesebre de Belén. Según Juan 1:14, el Verbo, quien es Cristo, se hizo carne. Esto quiere decir que Él dio el paso de hacerse hombre. ¡Qué maravilloso es que, por medio de la encarnación, el Dios infinito y eterno se hubiera hecho hombre! Sin embargo, al hacerse hombre, Él no dejó de ser Dios.
Después de vivir en la tierra por treinta y tres años y medio, Cristo fue crucificado. Luego, en la resurrección, Él dio un segundo paso al nacer por segunda vez y convertirse en el Hijo primogénito de Dios. Antes de Su resurrección, Cristo era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 3:16). Pero mediante la resurrección, el Hijo unigénito llegó a ser el Primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29). De acuerdo con Hebreos 2:10, Dios está llevando muchos hijos a la gloria. Estos muchos hijos son los muchos hermanos de Cristo, el Hijo primogénito.
Mediante los dos nacimientos de Cristo, lo divino se introdujo en lo humano, y lo humano en lo divino. Por medio de la encarnación de Cristo, Dios se introdujo en el hombre. Antes de la encarnación, Dios se hallaba fuera del hombre. Sin embargo, por medio de la encarnación de Cristo, Dios se introdujo en la humanidad. Podemos decir que en el nacimiento de Cristo, Dios nació en el hombre. Por consiguiente, mediante el primer nacimiento de Cristo, en la encarnación, Dios se introdujo en el hombre y se hizo uno con el hombre. Luego, mediante la resurrección de Cristo, el hombre fue introducido en Dios. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Dios vivía en un hombre, debido a que Dios estaba en Él. Ahora, mediante la resurrección de Cristo, el hombre ha sido introducido en Dios. ¡Aleluya porque Cristo está en los cielos como hombre! Dios ha sido introducido en el hombre, y el hombre ha sido introducido en Dios. ¡Qué transacción más excelente! ¡Cuán maravilloso es este tráfico de doble sentido! En este tráfico, Dios se introdujo en el hombre mediante la encarnación, y el hombre fue introducido en Dios mediante la resurrección.
¿Ha oído usted alguna vez que Cristo, el Hijo de Dios, tuvo dos nacimientos? Quizás haya escuchado que usted necesitaba un segundo nacimiento, el nacimiento que se efectúa en nuestro espíritu por medio del Espíritu Santo; pero tal vez nunca haya oído que Cristo nació dos veces, primero en la encarnación y después en la resurrección. En la eternidad pasada Cristo era Dios. Por medio de la encarnación, Él se hizo hombre, y mediante la resurrección, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios.
Por medio de Cristo, Dios se introdujo en nosotros y nosotros fuimos introducidos en Él. ¡Cuánto le alabamos por esta mezcla! En el momento en que nacimos de nuevo, simultáneamente Cristo nació en nosotros, y nosotros fuimos introducidos en Dios. Por consiguiente, en nuestra vida cristiana experimentamos, en lo más recóndito de nuestro ser y de una manera personal, los dos nacimientos de Cristo. Con relación a Cristo, Su nacimiento en la resurrección aconteció treinta y tres años y medio después de Su nacimiento en la encarnación. Pero en nuestra experiencia de Cristo, Dios se introdujo en nosotros y nosotros fuimos introducidos en Él simultáneamente. ¡Alabado sea el Señor por el tráfico maravilloso entre Dios y nosotros!
Colosenses 1:19 dice que agradó a toda la plenitud habitar en Cristo, y 2:9 declara que en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. En 2:10 Pablo agrega que en Cristo estamos llenos. Puesto que toda la plenitud habita en Cristo y nosotros hemos sido introducidos en Él, nosotros estamos llenos, llenos de las riquezas divinas. ¡Aleluya, en Cristo estamos llenos! Ciertamente los que creemos en Cristo somos personas muy complejas, debido a que estamos en Él, quien es sumamente complejo. Si no lo fuese, no habría disputas con relación a Su persona.
La cristología es el estudio teológico acerca de la persona de Cristo. Algunos enseñan la verdad de que Cristo es al mismo tiempo Dios y hombre. Otros, en cambio, enseñan que Cristo es Dios, pero no hombre, o que Él es hombre, pero no Dios. No es necesario argumentar acerca de la persona de Cristo. Él es todo-inclusivo. Él es Dios, hombre y la realidad de todas las cosas positivas del universo. Si vemos que Cristo lo es todo, no contenderemos acerca de Él. Muchos versículos indican claramente que Cristo es Dios. Por ejemplo, Romanos 9:5 dice: “Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos”. En un tiempo determinado, Cristo se hizo hombre. Luego, mediante la muerte y la resurrección, Él llegó a ser el Hijo primogénito de Dios.
Durante Su vida en la tierra, el Señor Jesús estuvo con Sus discípulos, pero no en ellos. Por tanto, era necesario que Él pasara por la muerte y la resurrección a fin de entrar en Sus discípulos como Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), como Espíritu de realidad (Jn. 14:17). En Juan, en los capítulos del catorce al dieciséis, vemos que a los discípulos les turbaba el hecho de que el Señor los iba a dejar. Él parecía decirles: “Si no me voy, no hay forma de que entre en vosotros. Debo pasar por la muerte y la resurrección para convertirme en el Espíritu vivificante. Entonces estaré en vosotros para siempre”. En el día de la resurrección, el Señor se apareció a los discípulos, sopló en ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Éste es el Espíritu prometido en 14:16-17, 26; 15:26 y 16:7, 13. Cuando el Señor sopló e infundió el Espíritu Santo en los discípulos, cumplió Su promesa de que enviaría el Espíritu Santo como Consolador. Al soplar en los discípulos e infundirles el Espíritu, el aliento santo, el Espíritu vivificante, el Señor se impartió en ellos como vida y como todas las cosas positivas.
Cristo, como Hijo de Dios, dio dos pasos extraordinarios. En primer lugar, Él dio el paso de la encarnación para hacerse hombre, con el fin de efectuar la redención y poner fin a la vieja creación. En segundo lugar, en la resurrección Él se hizo Espíritu vivificante, a fin de regenerarnos para producir la iglesia, que es la nueva creación de Dios.
Tanto en la vieja creación como en la nueva creación, Cristo es el primero y ocupa el primer lugar, el lugar de preeminencia. Cristo es preeminente tanto en el universo como en la iglesia. Si esto es para nosotros una visión y no una simple doctrina, ocurrirá un cambio radical en nuestra manera de vivir y en nuestra vida de iglesia. Comprenderemos que Cristo debe ser el primero en todas las cosas.
En 1:18 Pablo dice: “Para que en todo El tenga la preeminencia”. En la Biblia, el hecho de ser el primero equivale a serlo todo. Puesto que Cristo es el primero en el universo y en la iglesia, Él debe ser todas las cosas en el universo y en la iglesia. Como el primero, Él lo es todo.
La manera en que Dios concibe este asunto es muy distinta de la nuestra. Según nuestra forma de ver las cosas, si Cristo es el primero, entonces debe haber algo que sea segundo, tercero, y así sucesivamente. Sin embargo, desde la perspectiva de Dios, el hecho de que Cristo sea el primero significa que Él lo es todo.
El primer Adán no sólo incluía a Adán como individuo, sino a la humanidad entera. Bajo el mismo principio, a los ojos de Dios, el primogénito de los egipcios incluía a todos los egipcios. El primogénito incluye a todos. Por consiguiente, el hecho de que Cristo sea el Primogénito en el universo significa que Él lo es todo en el universo. De la misma manera, el hecho de que Cristo es el Primogénito en la resurrección, significa decir que Él lo es todo en la resurrección. El hecho de que Él sea el Primogénito tanto de la vieja creación como de la nueva creación, implica que Él lo es todo en la vieja creación y en la nueva creación. Esto concuerda con las palabras de Pablo en 3:11, donde dice que en el nuevo hombre, en la nueva creación, “no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es el todo, y en todos”. En el nuevo hombre Cristo es todos y está en todos. En la nueva creación sólo hay lugar para Cristo.
En esta epístola Pablo parecía estar diciendo a los colosenses: “¿Por qué sois tan necios? Vosotros habéis recibido a Cristo, a Aquel que lo es todo. Él es el primero tanto en la vieja creación como en la nueva creación. ¿Qué necesidad tenéis de buscar algo más? ¿Por qué adoráis a los ángeles y os volvéis a la filosofía gnóstica? ¿Por qué vais en pos de los rudimentos del mundo? ¿Acaso no sabéis que el Cristo a quien recibisteis y ahora poseéis, lo es todo? Él es la Cabeza de todos los ángeles, y vosotros estáis en Él. En Él vosotros estáis llenos”.
Los capítulos dos y tres revelan que los colosenses se habían distraído con distintos “ismos”, como el gnosticismo, el misticismo, el legalismo y el ascetismo. Tales “ismos” constituyen los rudimentos del mundo. Ya que tenemos al Cristo todo-inclusivo, no necesitamos ningún “ismo”; no necesitamos filosofías, teorías ni prácticas, porque tenemos a Aquel que es el todo, y en todos. Cristo es profundo. ¿Qué filosofía puede compararse con Él? En Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3).
Tal Cristo es la imagen, la expresión plena de Dios. Él no es el Dios escondido, el Dios oculto y misterioso, sino el Dios expresado, la imagen misma del Dios invisible. Además, Él es el primero de todo lo que Dios creó. Como ya hemos mencionado, esto implica que Él lo es todo. Él es el alfa, la omega y todas las demás letras del alfabeto (Ap. 22:13). Él lo es todo en el universo y el primero en la nueva creación, la iglesia.
Quizás ustedes se pregunten qué ayuda práctica les puede ofrecer el hecho de tener este entendimiento de Cristo. Si durante treinta días ustedes permiten que los ocupe la revelación de Cristo presentada en Colosenses, experimentarán un cambio radical, su constitución será renovada y ustedes serán transformados. Oren sobre estos mensajes de Colosenses y tengan comunión acerca de ellos, y verán qué diferencia hará esto en ustedes. Puedo testificar que se produce un cambio enorme cuando la visión del Cristo que lo es todo impregna nuestro ser. Cuando ustedes obtengan esta visión, aborrecerá todo lo que proviene del yo. No sólo menospreciará su odio, sino también su amor, su bondad y su paciencia. Mientras esta visión los conduce a odiar el yo, los constreñirá a amar al Señor. Ustedes dirán: “Señor Jesús, te amo porque Tú lo eres todo. No necesito luchar ni esforzarme por hacer algo. Oh Señor, Tú significas tanto para mí. Tú eres Dios, eres el Primogénito de toda creación y también el Primogénito de entre los muertos”. Les recomiendo que oren-lean Colosenses durante treinta días. Oren hasta que todos los aspectos de Cristo revelados en este libro saturen su ser. No necesitamos reglamentos ni enseñanzas; lo que necesitamos es que el Cristo que lo es todo se infunda en nosotros y nos sature de Él.
Cuando Cristo se infunde en nosotros, ciertamente abandonamos todo lo que no sea Él, y espontáneamente Él llega a formar parte de nuestra constitución. La religión imparte doctrinas a la gente y les enseña a comportarse. El libro de Colosenses, por el contrario, habla del Cristo todo-inclusivo. Este Cristo ya está en nosotros, pero aún necesitamos verle, conocerle, ser llenos y saturados de Él, y llegar a ser absolutamente uno con Él.
Nosotros estamos llenos en Él. Puede ser que hayamos oído muchas veces estas palabras mencionadas en Colosenses 2:10, pero lamento decir que tal vez no las apreciemos lo suficiente. ¿Se ha dado cuenta de que usted está lleno en Cristo? Dudo que muchos vean la realidad que este versículo comunica. Tal vez sepamos esto como una doctrina, mas no como experiencia. Puede ser que en nuestra vida diaria aún no estemos llenos, y que hasta ahora, nuestra participación de las riquezas inescrutables de Cristo haya sido muy limitada. Cristo es nuestra buena tierra, pero nosotros aún no lo disfrutamos plenamente como tal. El propósito de Pablo en Colosenses era introducirnos en el pleno disfrute de Cristo como la tierra inescrutablemente rica.
En 1:20 Pablo agrega: “Y por medio de El reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz”. La expresión “por medio de El” alude a Cristo como el instrumento activo mediante el cual se efectuó el proceso de la reconciliación. Reconciliar todas las cosas con Dios significa hacer la paz entre Él y todas las cosas. Esto fue logrado por medio de la sangre que Cristo derramó en la cruz.
No solamente debían ser reconciliadas con Dios las cosas que están en la tierra, sino también las que están en los cielos. Esto indica que las cosas que están en los cielos también están mal en relación con Dios, debido a la rebelión de Satanás, el arcángel, y los ángeles que lo siguieron. Su rebelión ha contaminado los cielos.
El versículo 21 dice: “Y a vosotros también, aunque erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente por vuestras malas obras”. Debido a que éramos pecadores, necesitábamos redención, y debido a que éramos enemigos de Dios, necesitábamos reconciliación. Nuestra enemistad con Dios radicaba principalmente en nuestra mente corrupta.
Cristo nos reconcilió con Dios en Su cuerpo de carne, a fin de presentarnos santos y sin mancha e irreprensibles delante de Dios (v. 22). No obstante, es necesario que aún permanezcamos fundados y firmes en la fe, sin dejarnos mover de la esperanza del evangelio (v. 23). La fe aquí no denota nuestra acción de creer, sino aquello en lo que creemos.
Pablo menciona aquí la esperanza del evangelio. Cristo en nosotros es la esperanza de gloria (v. 27), de quien no debemos dejarnos mover jamás.