Mensaje 5
(3)
Lectura bíblica: Dn. 3
En este mensaje consideraremos la victoria que los jóvenes descendientes del pueblo elegido de Dios —que había caído en degradación— logran sobre la seducción de la idolatría.
En el capítulo 3, la estrategia de Satanás consistió en valerse de la ceguera de Nabucodonosor para seducir con la idolatría a los jóvenes vencedores que estaban entre el pueblo elegido de Dios que había sido derrotado (vs. 1-7). Nabucodonosor erigió una gran imagen de oro, de sesenta codos (treinta metros) de alto y la puso en la llanura de Dura, en la provincia de Babilonia (v. 1). Puede ser que la interpretación hecha de su sueño en el capítulo 2 haya influido en que él decidiese erigir esta imagen. Nabucodonosor mandó a convocar a los altos funcionarios y a toda clase de oficiales y gobernantes de las provincias para que asistiesen a la dedicación de la imagen que él había levantado y ordenó a todos los pueblos, naciones y lenguas que adorasen su imagen de oro (vs. 2-5). Todo el que no se postrase y adorase habría de ser echado en medio de un horno de fuego ardiente (v. 6). Los tres compañeros de Daniel estaban entre los funcionarios allí reunidos, pero Daniel, el jefe de los prefectos sobre todos los sabios de la provincia de Babilonia, no estaba presente. Esto parece haber sido algo inusual. Creo que Daniel se mantuvo en un lugar escondido y oró con respecto a la situación.
Los tres compañeros de Daniel, quienes eran los jóvenes vencedores entre los cautivos judíos, opusieron resistencia a la idolatría diabólica y fueron acusados por los caldeos (vs. 8-12). Los caldeos sentían celos de Daniel y sus compañeros y aprovecharon su negativa con respecto a adorar la imagen de oro, tomándola como base para acusarlos ante Nabucodonosor.
Nabucodonosor, con ira y furor, tentó a los jóvenes vencedores al darles otra oportunidad de adorar su imagen de oro, además de amenazarlos con arrojarlos al horno de fuego ardiente si no lo hacían (vs. 13-15).
Los tres vencedores respondieron: “De ser así, nuestro Dios a quien servimos es capaz de librarnos del horno de fuego ardiente, y de tu mano, oh rey, nos librará” (v. 17). Su respuesta a Nabucodonosor fue descortés y muy osada (vs. 16-18). No obstante, todavía había algo del pensamiento natural en su respuesta. Ellos dijeron que Dios podría librarlos del horno de fuego ardiente. En realidad, Dios no tenía necesidad de librarlos del horno. Él los mantuvo en el horno e hizo que el fuego no tuviera efecto sobre ellos (v. 25). Ellos fueron osados, pero no fueron muy espirituales. Si hubieran sido espirituales, habrían dicho: “Nabucodonosor, estamos contentos de ir al horno de fuego ardiente, pues cuando nosotros vamos Él viene. Él hace de tu horno de fuego un lugar muy placentero”.
Nabucodonosor se llenó de furia y demudó su semblante contra los jóvenes vencedores. Él, entonces, ordenó que el horno fuese calentado siete veces más de lo normal y que ciertos hombres valientes de su ejército atasen a los vencedores y los echasen al horno de fuego ardiente (vs. 19-21).
Aquellos hombres valientes fueron muertos por las llamas de fuego, y los tres jóvenes vencedores cayeron atados en medio del horno de fuego ardiente (vs. 22-23).
Nabucodonosor se asombró y dijo a sus consejeros: “¿No echamos a tres varones atados dentro del fuego? [...] ¡Mirad! Veo a cuatro varones sueltos que caminan en medio del fuego sin sufrir ningún daño. Y el aspecto del cuarto es semejante a un hijo de los dioses” (vs. 24-25). Esta cuarta persona era Cristo. Cristo había venido para acompañar a Sus tres vencedores que padecían tribulación y persecución y para convertir el fuego en un lugar placentero donde se podía pasear.
Nuestro pensamiento natural es que debemos apartarnos del fuego de nuestras circunstancias. Podríamos pensar que si tenemos un esposo problemático o una esposa fastidiosa, debemos orar pidiendo que Dios nos libre de tal situación. Pero el Señor nos diría: “No me gustaría librarte de esta situación en la que te encuentras en tu vida matrimonial; más bien, te mantendré allí y vendré para hacer de ese entorno un lugar placentero”.
Cuando el enemigo nos arroje en el horno, debemos comprender que no es necesario pedirle al Señor que nos libre. Él vendrá para acompañarnos y cuidarnos en medio de nuestro sufrimiento, convirtiendo esa situación de sufrimiento en una situación placentera. Puedo testificar de esto con base en mi experiencia cuando fui encarcelado por el ejército japonés que invadió China. Durante ese tiempo de sufrimiento, el Señor estuvo conmigo. Un día, mientras conversaba con el Señor, tuve el profundo sentir de que Él estaba allí conmigo en prisión. Lloré delante de Él diciéndole: “Señor, Tú sabes por qué estoy aquí”. En lugar de librarme inmediatamente de aquella prisión, el Señor, mediante Su presencia, convirtió aquella prisión en un lugar placentero. Del mismo modo que el Señor acompañó a aquellos vencedores que padecían sufrimientos en Babilonia, Él nos acompañará en medio de nuestro sufrimiento hoy en día.
Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiente y les dijo a los jóvenes vencedores: “Siervos del Dios el Altísimo, salid y venid” (v. 26). Entonces los jóvenes vencedores salieron de en medio del fuego, y todos los altos funcionarios y consejeros del rey observaron que, con respecto a estos jóvenes vencedores, el fuego no había tenido efecto sobre sus cuerpos y que ni aun el cabello de sus cabezas se había chamuscado, ni habían sido afectadas sus ropas, ni siquiera olor de fuego había quedado sobre ellos (v. 27).
Nabucodonosor respondió y dijo: “Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que ha enviado a Su ángel y ha librado a Sus siervos que, confiando en Él, mudaron la palabra del rey y entregaron sus cuerpos para que no sirvieran ni adoraran a ningún dios excepto a su propio Dios” (v. 28). Los tres jóvenes vencedores no solamente hicieron nulas las palabras del rey, sino que mudaron dichas palabras. En lugar de preocuparse por las palabras de Nabucodonosor, ellos mudaron la naturaleza de las mismas y entregaron sus cuerpos a fin de no servir ni adorar otro dios que no fuese su propio Dios.
Nabucodonosor procedió a promulgar un decreto ordenando que todo pueblo, nación o lengua que hablase algo ofensivo contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego fuese hecho pedazos, y sus casas convertidas en muladar, por cuanto no hay dios que pueda librar de esta manera (v. 29). Entonces el rey hizo prosperar a los tres jóvenes vencedores en la provincia de Babilonia (v. 30).
Los tres jóvenes vencedores obtuvieron la victoria sobre la seducción de la idolatría. El universo entero vio cómo ellos rechazaron aquella adoración diabólica. Por tanto, Dios pudo jactarse ante Satanás de que incluso en el territorio de Su enemigo Él contaba con un pueblo que le adoraba. Ellos no temían a Satanás. Al presente, en esta era oscura, todo parece ser desalentador. Pero todavía hay un grupo de vencedores que se mantiene firme contra la corriente para adorar a Dios, ser Su testimonio y atender a Sus intereses sobre la tierra.