Mensaje 10
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Lectura bíblica: Dt. 12:1-32
Hasta aquí, la proclamación que se ha hecho nuevamente de la ley ha sido un tanto general. En Deuteronomio 12 encontramos un asunto muy particular: el centro para la adoración a Dios. Este capítulo hace mucho hincapié en que debemos adorar a Dios en un centro específico, en el lugar que Dios escogiere. Nosotros no tenemos derecho a escoger el lugar conforme a nuestras preferencias. La palabra de Dios nos prohíbe rotundamente ir al lugar que nosotros elijamos. El pueblo de Dios debe acudir al lugar que Dios ha escogido, al lugar donde Él ha puesto Su nombre. Únicamente el lugar donde Dios pone Su nombre puede ser el centro de adoración de Su pueblo; más aún, el lugar apropiado para adorar es el lugar donde Dios mora. Eso significa que en el lugar que Dios escogiere, allí Él pondrá Su nombre y también morará. El pueblo de Dios tiene que ir a ese lugar: al lugar donde Dios mora y donde está el nombre de Dios.
El lugar escogido por Dios como centro de adoración evitaba que el pueblo de Dios se dividiera. Si hubieran tenido la libertad de escoger un lugar según sus preferencias, habría habido división entre ellos. Debemos tener presente estos asuntos ahora que consideraremos la seria advertencia contenida en Deuteronomio 12.
En el capítulo 12 Moisés les hizo un encargo a los hijos de Israel con respecto a la manera de adorar a Dios.
En los versículos 2 y 3 Moisés mandó al pueblo, diciendo: “Destruiréis completamente todos los lugares donde las naciones que vosotros habéis de desposeer han servido a sus dioses, sobre los montes altos, sobre los collados y debajo de todo árbol frondoso. Derribaréis sus altares, quebraréis sus estelas, quemaréis en el fuego sus Aseras, talaréis los ídolos de sus dioses y destruiréis su nombre de aquel lugar”. Nada de lo que habían practicado las naciones debía ser introducido en la adoración a Dios. Este principio sigue vigente hoy en día. Sin embargo, el catolicismo introdujo muchas de las cosas practicadas por las naciones, muchas cosas relacionadas con la adoración de ídolos. Ésta fue la razón por la que la iglesia en Tiatira, la cual prefigura la Iglesia Católica Romana, fue condenada severamente por el Señor en Apocalipsis 2:18-29.
Hoy, en la vida de iglesia, debemos abandonar todas las formas y prácticas de las naciones. Debemos adorar a Dios con Cristo y únicamente con Cristo. Debemos congregarnos en el nombre del Señor y adorar a Dios con Cristo, quien es la realidad de todas las ofrendas y sacrificios. Debemos ofrecerle Cristo a Dios en el lugar que Él escoja.
Los hijos de Israel debían buscar a Jehová y venir al lugar que Jehová su Dios escogiere de entre todas sus tribus para poner allí Su nombre, es decir, Su habitación con Su altar (Dt. 12:5-6). Aquí tenemos tres cosas: el lugar, el nombre y el altar. Ellos debían llevar sus holocaustos y todas las demás ofrendas al lugar que Dios escogiera, y allí debían comer delante de Jehová su Dios; y ellos, sus familias y los levitas que vivían con ellos debían regocijarse en todas sus empresas, en las cuales Jehová su Dios los había bendecido (vs. 6-7, 10-12, 14-15, 17-19, 26-28). No debían hacer conforme a todo lo que habían hecho antes de entrar en la buena tierra, donde cada uno hacía lo que le parecía recto ante sus propios ojos; y debían cuidarse de no ofrecer sus holocaustos en cualquier lugar que vieren (vs. 8-9, 13). Cumplir con estos requisitos equivalía a tener un centro de adoración, tal como Jerusalén llegaría a ser posteriormente, a fin de mantener la unidad del pueblo de Dios y así evitar la división ocasionada por las preferencias del hombre. Esto era bueno y recto ante los ojos de Dios.
A los hijos de Israel se les permitía matar el ganado y comerse la carne dentro de todas sus ciudades conforme al deseo de su alma, según la bendición que Jehová les hubiera dado, pero no debían comer sangre (vs. 15-16, 20-25). Esto era recto ante los ojos de Dios.
Los hijos de Israel debían cuidarse a fin de no enredarse yendo en pos de las naciones, ni debían ir en busca de sus dioses para aprender cómo servirlos (vs. 29-30). Aquello era una abominación para Dios, la cual Él odiaba (v. 31). Moisés, después de dar este encargo, concluyó diciendo: “Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás” (v. 32).
El capítulo 12 de Deuteronomio corresponde con la revelación contenida en el Nuevo Testamento en por lo menos cuatro aspectos.
Primero, tanto en este capítulo como en el Nuevo Testamento vemos que el pueblo de Dios debe ser siempre uno solo. Con el fin de mantener la unidad entre los hijos de Israel, Dios no permitió que cada tribu tuviera su propio centro de adoración. Si cada tribu hubiera tenido su propio centro de adoración a Dios, habría habido doce divisiones entre el pueblo de Dios, ya que cada centro habría sido el terreno y la base para una división. Dios, en Su sabiduría, no permitió que Su pueblo hiciera las cosas según su propia elección o preferencia, sino que les exigió que aceptaran lo que Él ya había escogido y vinieran tres veces al año a un solo centro de adoración, aun cuando viajar a ese lugar fuera inconveniente para muchos de ellos.
Vemos el mismo principio en el Nuevo Testamento. Independientemente de cuántos sean, los hijos de Dios, los creyentes de Cristo, deben ser uno y tener un mismo centro de adoración a Dios. No obstante, actualmente la verdadera situación entre los cristianos es división. Existen muchos centros de adoración, y esto ha causado divisiones.
Las divisiones que existen entre el pueblo de Dios son el resultado de tener diferentes preferencias. Muchos prefieren hacer las cosas a su manera en lugar de ceñirse a lo establecido por Dios. Siempre que los creyentes actúen conforme a sus gustos y preferencias, habrá división. Todas las denominaciones son conforme a las preferencias humanas. La situación en el recobro del Señor es totalmente diferente; el recobro del Señor guarda relación con volver a lo que Dios dispuso según Su preferencia.
En segundo lugar, tanto en Deuteronomio 12 como en el Nuevo Testamento, la manera en que Dios mantiene la unidad entre Su pueblo consiste en escoger un lugar específico para poner allí Su nombre, el único nombre. El nombre en el cual nos reunimos para adorar a Dios es un asunto de suma importancia; jamás debiéramos pensar que esto es algo insignificante. Hoy en día los cristianos deben reunirse en un solo nombre, el nombre del Señor Jesús (Mt. 18:20). Sin embargo, los cristianos están acostumbrados a reunirse en torno a otros nombres, tales como bautista, presbiteriano, episcopal, luterano y metodista. Reunirse en torno a esos nombres equivale a estar divididos, por cuanto esos nombres son la base de las divisiones.
Según la tipología de Deuteronomio 12, reunirse en un nombre que no sea el único nombre del Señor es algo sumamente grave. Con respecto a nuestra adoración, tener otros nombres es una abominación; esto es cometer fornicación espiritual. Nosotros somos el complemento de Cristo, Su esposa. Puesto que somos Su complemento, no debemos tener otro nombre que no sea el de Él. Tener otro nombre es aceptar a otra persona. Así como una esposa debe llevar el nombre de su esposo, no el nombre de ningún otro hombre, también nosotros, los creyentes de Cristo, debemos llevar únicamente Su nombre y no ningún otro. Eso significa que no debemos llevar el nombre de ninguna denominación, tal como bautista o presbiteriano. En lugar de ello, debemos seguir el ejemplo de la iglesia en Filadelfia y no negar el nombre del Señor (Ap. 3:8); es decir, debemos renunciar a todo otro nombre que no sea el del Señor Jesucristo. Lejos de designarnos con algún título o nombre, debemos simplemente reunirnos en el nombre del Señor.
En tercer lugar, tanto Deuteronomio 12 como el Nuevo Testamento revelan que el lugar que Dios escogió para que lo adoremos es el lugar de Su habitación. ¿Dónde está la habitación de Dios actualmente? Según Efesios 2:22, la habitación de Dios, Su morada, está localizada específicamente en nuestro espíritu. Es cierto que como iglesia debemos reunirnos en el nombre de Cristo, pero también es necesario ejercitar nuestro espíritu. Si nos reunimos en el nombre de Cristo, pero en lugar de ejercitar nuestro espíritu permanecemos en nuestra manera natural de pensar o, peor aún, en nuestra carne, no estaremos en la habitación de Dios. Al reunirnos para adorar a Dios mediante el disfrute de Cristo, debemos reunirnos en el nombre de Cristo y debemos estar en el espíritu. De lo contrario, perderemos el terreno apropiado de la iglesia.
En cuanto a reunirnos para adorar a Dios, todos debemos aprender dos asuntos cruciales. Primero, debemos aprender a renunciar a todo otro nombre que no sea el nombre del Señor Jesús y a reunirnos en Su nombre. En segundo lugar, debemos aprender a rechazar la carne, el yo y la vida natural y a ejercitar nuestro espíritu. En todo lo relacionado con la adoración a Dios, debemos ejercitar nuestro espíritu. Siempre que cantemos, debemos cantar con nuestro espíritu. Siempre que alabemos, debemos alabar con nuestro espíritu. Siempre que hablemos, debemos hablar con nuestro espíritu. Si hacemos esto, la reunión se efectuará en la habitación de Dios.
Cuarto, en Deuteronomio 12 y en el Nuevo Testamento encontramos el altar, que es la cruz. Junto con el nombre y la habitación, debemos tener el altar, el cual representa la cruz. Lo que Pablo dice en 1 Corintios 2:2 muestra la importancia de este asunto. “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. El Cristo crucificado era el único tema, centro, contenido y sustancia del ministerio de Pablo.
A la entrada de la iglesia está la cruz, y todo el que desee entrar en la iglesia debe experimentar la cruz y ser crucificado. Experimentar la cruz equivale a ser desechados, anulados, reducidos a nada. En la iglesia solo Cristo tiene cabida, no nosotros. ¿Dónde debemos estar nosotros? Debemos estar en la cruz. Esto significa que no debemos introducir a la iglesia nada que pertenezca al viejo hombre, a la carne, al yo ni a la vida natural. Cuando estamos en la cruz, estamos verdaderamente en el espíritu.
Mientras nos preparamos para venir a la reunión, podemos orar: “Señor, si aún tengo algo relacionado con la carne, con el yo y con la vida natural, te pido que me perdones y que elimines estas cosas. Señor, necesito ser aniquilado por la cruz, y luego, ser ungido contigo mismo”. Si todos venimos a la reunión de esta manera, nos reuniremos en el nombre de Cristo, nos reuniremos en la habitación de Dios, y nos reuniremos bajo la aplicación de la cruz.
Nuestra reunión para adorar a Dios debe realizarse en el nombre del Señor Jesucristo, en nuestro espíritu como lugar donde habita Dios y en el lugar donde la cruz está presente. Nosotros no exaltamos una cruz material, pero sí tenemos la practica de aplicar la cruz a nuestro ser. Así pues, tenemos el nombre del Señor Jesús, tenemos la habitación de Dios y tenemos la cruz. Si tenemos el nombre, la habitación y la cruz, no habrá divisiones entre nosotros. Independientemente de cuántos creyentes haya en nuestra localidad y del número de lugares donde nos reunamos, todos seremos uno: uno en el mismo nombre, uno en la misma habitación y uno bajo la misma cruz.