Mensaje 17
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Lectura bíblica: Dt. 16:18-20; 17:8-20; 19:15-21; 21:1-9
En este mensaje acerca de los estatutos generales y las ordenanzas que son proclamados nuevamente, empezaremos a considerar el tema del gobierno divino ejercido entre los hijos de Israel (Dt. 16:18-20; 17:8-20; 19:15-21; 21:1-9, 18-23; 22:13-30; 24:1-4, 7, 16; 25:1-3, 5-16). Los pasajes de Deuteronomio que tratan sobre el gobierno divino son la palabra de Dios, no meramente la palabra de Moisés. Debemos estudiar todos estos pasajes a fin de conocer la mente de Dios y saber lo que Él piensa. Dios conoce al hombre así como las necesidades, la condición y la situación del hombre. Por consiguiente, todo lo que Dios habla acerca del hombre, constituye la última palabra.
El gobierno divino ejercido entre el pueblo de Dios no era una autocracia ni una democracia, sino una teocracia. La teocracia es el gobierno ejercido por Dios conforme a lo que Él es. Hoy, en la vida de iglesia, nosotros no ejercemos la autocracia, la cual es una especie de dictadura, ni la democracia, la cual se realiza conforme a la opinión del pueblo. En lugar de ello, nosotros honramos la autoridad de Dios como nuestro gobierno, y por ende, el gobierno que existe en la iglesia es una teocracia.
Deuteronomio 16:18-20 habla del nombramiento de los jueces y oficiales.
Debía haber jueces y oficiales en cada ciudad. “Jueces y oficiales pondrás en todas las ciudades que Jehová tu Dios te da, según tus tribus, y ellos juzgarán al pueblo con juicio justo” (v. 18).
Como lo indica el versículo 19, los jueces y oficiales que fueran nombrados debían guardar el derecho de Dios. “No pervertirás el derecho; no harás acepción de personas ni tomarás soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos”. Aquí vemos que el gobierno divino presta atención primeramente al derecho. Cualquier gobierno que no practica el derecho no dura mucho. Un gobierno fuerte es aquel que está fundado en el derecho. En tal gobierno, todo es ecuánime, recto y justo.
Los jueces y los oficiales debían seguir la justicia. “La justicia, y sólo la justicia, seguirás, para que vivas y poseas la tierra que Jehová tu Dios te da” (v. 20). Guardar el derecho equivale a seguir la justicia. Al seguir la justicia, los hijos de Israel tendrían una larga vida en la tierra que Dios les había dado. Sin guardar el derecho y sin seguir la justicia, no habrían podido tener una larga vida en la buena tierra.
En 17:8-13 se habla de la ordenanza concerniente un pleito civil complicado.
El primer requisito en la ordenanza concerniente a un pleito civil complicado era llevar el caso al lugar que Jehová Dios escogiere (v. 8b).
“Acudirás a los sacerdotes levitas y al juez que oficie en aquellos días e investigarás el asunto, y ellos te anunciarán la sentencia del juicio” (v. 9). El caso era investigado principalmente por el sacerdote. Primero, el sacerdote investigaba el caso presentándose ante Dios y permaneciendo con Dios. Segundo, en presencia de Dios el sacerdote consideraba la palabra santa de Dios. Tercero, como lo indica 33:8, los sacerdotes levíticos poseían el pectoral que contenía el Urim y el Tumim, el cual podía iluminarlos en ese momento. (Para los detalles en cuanto al Urim y al Tumim, véase el estudio-vida sobre Éxodo 28:15-21). Finalmente, en virtud de la presencia de Dios, la palabra de Dios y el Urim y el Tumim, el sacerdote comprendía claramente cuál era el juicio divino y se lo comunicaba al juez encargado. Entonces, el juez juzgaba conforme a lo que el sacerdote había recibido de parte de Dios y le había comunicado. Por tanto, el juicio sobre un caso en particular era dado mediante el hombre, pero procedía de Dios y era conforme a Dios mismo. Era realmente propio de una teocracia.
El gobierno ejercido en la iglesia no debe ser una autocracia ni una democracia, sino una teocracia; éste debe ser como el gobierno presentado en 17:8 y 9. Todos los santos son sacerdotes, pero los ancianos son los sacerdotes que llevan la delantera. Como tales sacerdotes, ellos deben permanecer en la presencia de Dios con la santa palabra de Dios y con el pectoral actual: el espíritu mezclado con Cristo y la iglesia. Mientras permanecen en la presencia del Señor con la palabra y el espíritu mezclado en pro de la iglesia, ellos recibirán un entendimiento que concuerda con el pensamiento del Señor, y esto llegará a ser una decisión a manera de juicio. Los ancianos, entonces, deben administrar conforme a ese juicio divino. Por consiguiente, los ancianos ejercen su función primeramente como sacerdotes que llevan la delantera, y luego, como administradores.
El pueblo debía hacer según la sentencia declarada por el sacerdote y el juez. “Harás conforme a los términos de la sentencia que te declaren desde aquel lugar que Jehová escoja; y cuidarás de hacer todo lo que te enseñen. Según los términos de las instrucciones que te enseñen, y según el juicio que te digan, así harás; no te apartarás ni a la derecha ni a la izquierda de la sentencia que te declaren” (17:10-11). Aquí la palabra hebrea traducida “instrucciones” es torah, la palabra que se usaba en otras partes del libro para denotar toda la ley (cfr. v. 18).
Si alguien no escuchaba al sacerdote o al juez, al tal se le daba muerte. “El hombre que actúe con presunción, no escuchando al sacerdote que está allí para ministrar allí delante de Jehová tu Dios, o al juez, al tal se le dará muerte. Así quitarás completamente el mal de en medio de Israel” (v. 12).
Deuteronomio 17:14-20 habla respecto al establecimiento de un rey sobre el pueblo. En realidad, a Dios no le gusta ver que haya un rey entre Su pueblo. Él mismo es el Rey; por consiguiente, el hecho de que Su pueblo quiera un rey significa que quiere a alguien que reemplace a Dios. Pero Dios como nuestro Rey no debe ni puede ser reemplazado. Con todo, según nuestra naturaleza humana caída, a nosotros nos gusta tener un rey. Ésta fue la situación durante el tiempo de Samuel. El pueblo quería un rey, aunque eso era una ofensa contra Dios (1 S. 8:4-22). Debido a que ellos insistieron, Dios les dio un rey: a Saúl. Saúl no fue un buen rey, pues no fue un rey conforme al corazón de Dios. Más tarde, Dios ejerció Su propia elección y levantó a David para que reemplazara a Saúl. David no fue un rey conforme a la preferencia de Dios, sino conforme al corazón de Dios (1 S. 13:14). A los ojos de Dios, David fue el rey más agradable.
El rey debía ser un hermano escogido por Dios (Dt. 17:14-15). Un incrédulo no debe ser rey en el pueblo de Dios.
“Pero él no aumentará para sí caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto con el fin de aumentar caballos, puesto que Jehová os ha dicho: Jamás volveréis por este camino” (v. 16). El hecho de que el rey aumentara para sí caballos habría causado que el pueblo volviera a Egipto. Egipto representa el mundo, y los caballos representan los medios mundanos. Si nos valemos de los medios mundanos o seguimos el camino mundano, ciertamente caeremos y volveremos al mundo.
El rey no debía tomar para sí muchas mujeres, a fin de que su corazón no se desviara (v. 17a).
El rey no debía amontonar para sí ni plata ni oro en abundancia (v. 17b).
El rey debía escribir para sí en un libro una copia de la ley, de aquel libro que estaba delante de los sacerdotes levitas (v. 18). Aquí la ley se refiere al Pentateuco. Luego, el rey debía leer esa copia de la ley todos los días de su vida para que aprendiera a temer a Jehová su Dios, guardando todas las palabras de la ley (v. 19). Esto indica que para gobernar al pueblo, el rey debía primeramente ser regido por la palabra de Dios. Un rey idóneo entre los hijos de Israel era aquel que fuese instruido, gobernado, regido y controlado por la palabra de Dios.
Este mismo principio se aplica a los ancianos de las iglesias hoy en día. Si los ancianos no leen la Biblia y no son controlados por la palabra de Dios, ellos no pueden administrar la iglesia. Para poder administrar la iglesia, los ancianos tienen que ser reconstituidos con la palabra santa de Dios. Como resultado, estarán sujetos al gobierno de Dios, serán regidos y controlados por Dios. Entonces, espontáneamente, Dios estará presente en sus decisiones, y los ancianos podrán representar a Dios al atender los asuntos de la iglesia. Esta clase de administración es una teocracia.
El rey debía aprender a temer a Dios guardando los mandamientos de la ley para que su corazón no se enalteciera sobre sus hermanos y para que no se apartara del mandamiento ni a la derecha ni a la izquierda (v. 20a). El resultado de que el rey no hiciera esas cosas sería que él y sus hijos prolongarían sus días en su reino en medio de Israel (v. 20b).
En 19:15-21 se habla acerca de la ordenanza concerniente a cualquier iniquidad o pecado.
El juicio concerniente a cualquier iniquidad o pecado se llevaba a cabo ante la palabra de dos o tres testigos (v. 15). No era suficiente que hubiese un solo testigo. Se requerían dos, y era mejor si había tres.
Si se levantaba testigo malicioso contra alguno, para testificar contra él de un delito, los dos litigantes debían presentarse delante de Jehová, delante de los sacerdotes y de los jueces (vs. 16-17).
Los jueces debían indagar bien sobre el asunto (v. 18a).
Si el testigo era un testigo falso, uno que hubiere dado falso testimonio contra su hermano, los hijos de Israel debían hacer a él como él pensaba hacer a su hermano (vs. 18b-19a).
Debido a que el pueblo haría al falso testigo como él pensaba hacer a su hermano, el mal sería quitado completamente de en medio de los hijos de Israel (v. 19b).
Los que quedaban oirían y temerían, y no volverían a hacer más una maldad semejante en medio de ellos (v. 20). De este modo, esta especie de sentencia criminal se convertía en una advertencia para el resto del pueblo.
Ellos no debían compadecerse de él. Antes bien, debía ser “vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (v. 21).
En 21:1-9 encontramos la ordenanza concerniente a alguien que cometió homicidio, cuya víctima yace en un campo de la buena tierra.
Los ancianos de las ciudades debían salir y medir la distancia hasta las ciudades que estaban alrededor del muerto (vs. 1-2). Al hacer esto, ellos determinaban cuál ciudad estaba más cerca del que había sido muerto. Puesto que éste era un asunto local, no lo llevaban a cabo los sacerdotes, sino los ancianos.
Los ancianos de la ciudad más cercana al lugar donde era hallado el muerto debían tomar de las vacas una novilla que no hubiese sido sometida a trabajo y que no hubiese llevado yugo, y traer la novilla a un valle de aguas siempre corrientes y quebrar allí la cerviz de la novilla (vs. 3-4).
Los sacerdotes, los hijos de Leví, debían acercarse, y por la palabra de ellos se decidía toda disputa y todo asalto (v. 5).
Todos los ancianos de la ciudad más cercana debían lavar sus manos sobre la novilla cuya cerviz había sido quebrada (v. 6). Luego, debían decir: “Nuestras manos no han derramado esta sangre, ni nuestros ojos lo han visto. Cubre a Tu pueblo Israel, al cual rescataste, oh Jehová, y no imputes culpa por haber derramado sangre inocente en medio de Tu pueblo Israel” (vs. 7-8a). Aquí la palabra hebrea traducida “cubre” es kipper. Literalmente, esta palabra significa cubrir completamente, ser propicio. Después que los ancianos habían lavado sus manos y expresado estas palabras, quedaban a cubierto de esa sangre.
La conclusión del asunto era que la culpa por haber derramado sangre inocente era totalmente quitada de en medio de Israel, por haber hecho lo que es recto ante los ojos de Jehová (v. 9).