Mensaje 2
Antes de considerar los puntos cruciales contenidos en el libro de Deuteronomio, quisiera decir algo más acerca de Deuteronomio Dt. 30:11-14.
El versículo 11 dice: “Este mandamiento que te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos de ti”. Noten que este versículo no habla de la palabra, sino del mandamiento.
Los versículos 12 y 13 añaden: “No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, para que nos lo traiga y nos lo haga oír a fin de que lo pongamos por obra? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír a fin de que lo pongamos por obra?”. El pronombre lo en estos versículos se refiere al mandamiento mencionado en el versículo 11. Este mandamiento es la palabra que, como aliento, sale de la boca de Dios.
El versículo 14 dice: “Pero muy cerca de ti está la palabra, incluso en tu boca y en tu corazón, para que la pongas por obra”. Este versículo no habla del mandamiento, sino de la palabra.
Si leyéramos 30:11-14 sin la interpretación que Pablo hace en Romanos 10, no aplicaríamos estos versículos a Cristo como Palabra, y mucho menos a Cristo como Aquel que descendió de los cielos en la encarnación, y quien, después de Su muerte, salió del Hades en Su resurrección. A fin de tener este entendimiento de 30:11-14, debemos estudiar la manera en que Pablo cita e interpreta estos versículos en Rom. 10:6-8.
Romanos 10:6 dice: “La justicia que procede de la fe habla así: No digas en tu corazón: ‘¿Quién subirá al cielo?’ (esto es, para traer abajo a Cristo)”. Ésta es la interpretación que Pablo hace de Deuteronomio 30:12. Al parecer, 30:12 no habla acerca de traer abajo a Cristo; sin embargo, si consideramos este versículo detenidamente, veremos que sí se refiere a Cristo. Ya señalamos que el pronombre lo del versículo 12 se refiere al mandamiento del versículo 11. ¿Qué es el mandamiento de Dios? El mandamiento de Dios es la palabra. La Biblia en su totalidad revela que la palabra es Cristo (Jn. 1:1). Cristo es la palabra única en el universo; Él es la palabra verdadera. Toda otra palabra que sea hablada es una mentira. Según el entendimiento de Pablo, traerla abajo (la palabra) equivale a traer abajo a Cristo. Conforme a esta perspectiva del significado más profundo de Deuteronomio 30:12, el pronombre lo de este versículo denota la palabra, la palabra es la palabra de Dios, y la palabra de Dios es Cristo. Por consiguiente, traer abajo la palabra equivale a traer abajo a Cristo.
En Romanos 10:7 Pablo añade: “O, ‘¿quién descenderá al abismo?’ (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)”. Mientras que Deuteronomio 30:13 nos habla del mar, Pablo en este versículo nos habla del abismo. El mar es en realidad la boca del abismo. Apocalipsis 9 indica que el anticristo subirá del abismo, y Apocalipsis 13 dice que el anticristo subirá del mar. Es obvio que el anticristo no subirá de dos lugares diferentes. Por tanto, que él suba del mar equivale a que él suba del abismo. El mar, por consiguiente, es la boca del abismo. El punto que Pablo presenta en Romanos 10:7 es que Cristo en Su resurrección subió del abismo, subió de entre los muertos. Las palabras de entre los muertos indican que ir al abismo equivale a morir. Después de que Cristo murió en la cruz, Él fue al abismo, a la región de la muerte y del poder satánico de las tinieblas. Eso significa que Él fue al Hades, de donde subió en Su resurrección.
Romanos 10:6 y 7 revela que Pablo estudió la Palabra santa de manera profunda, y que en su estudio él tocó el significado más profundo de Deuteronomio 30:11-14. Según su interpretación, estos versículos hacen referencia al Cristo encarnado, crucificado y resucitado.
En Romanos 10:8 Pablo dice: “Mas ¿qué dice? ‘Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón’. Ésta es la palabra de la fe que proclamamos”. La palabra que está en nuestro corazón y en nuestra boca es Cristo como aliento, como Espíritu vivificante, pues en la resurrección Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).
Al juntar Deuteronomio 30:11-14 y Romanos 10:6-8, podemos ver un cuadro completo acerca de Cristo. En este cuadro vemos que Cristo se encarnó, fue crucificado y sepultado, fue al abismo, se levantó de entre los muertos y que, en Su resurrección, llegó a ser el aliento, el Espíritu vivificante. Puesto que Cristo es ahora el aliento, Él —al igual que el aire— está en todas partes. Cuando les hablemos a los incrédulos acerca de Cristo, podemos decirles que Cristo está en su boca y en su corazón.
Damos gracias al Señor porque, en Su misericordia, Él abrió nuestros ojos para que entendiéramos Deuteronomio 30:11-14 de la misma manera en que Pablo lo entendió. Ahora vemos que estos versículos nos muestran al Cristo encarnado, crucificado y resucitado, quien llegó a ser el Espíritu vivificante. Él es ahora el aliento mismo exhalado por el Dios que nos habla. Me complace decirle a la gente que Cristo es el Dios que se encarnó para ser un hombre llamado Jesús, que murió en la cruz para nuestra redención, que fue sepultado y que descendió al abismo, que resucitó del Hades, y que en resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante como aliento divino. Éste es el Cristo quien ahora es la palabra de Dios que podemos recibir como nuestra vida. Además, como lo indica la cita que el Señor hace de Deuteronomio 8:3 en Mateo 4:4, Cristo también es nuestro alimento. Él no solamente es nuestra vida, sino también nuestro suministro de vida.
Al juntar estos versículos de Deuteronomio con Mateo 4:4 y Romanos 10:6-8, y si nos ceñimos a la manera en que el Señor Jesús y Pablo entendieron Deuteronomio, podremos ver que toda palabra contenida en el libro de Deuteronomio es Cristo mismo. Cristo es el hablar reiterado de Dios; Él es la repetida declaración de Dios. Toda la Biblia es un deuteronomio, y toda la Biblia está contenida en el libro de Deuteronomio.
Consideremos ahora los nueve puntos cruciales hallados en este libro.
El primer punto crucial en Deuteronomio es que Moisés, el portavoz de Dios, se asemejaba a un padre anciano y amoroso que hablaba a sus hijos con mucho amor y consideración. Este libro contiene la palabra de Dios más que cualquier otro libro de la Biblia: las palabras que Dios habló mediante este portavoz único.
Algunos podrían pensar que en Job hay más de la palabra de Dios que en Deuteronomio. Sin embargo, esta perspectiva no es correcta. El libro de Job en efecto contiene la palabra de Dios, pero también contiene las palabras de Job y de sus tres amigos, los cuales hablaron según la opinión, la lógica, la filosofía y la psicología humanas. Al final, el joven Eliú habló lo que estaba en el corazón de Dios. En el libro de Job, la palabra de Dios no es tan abundante como en el libro de Deuteronomio.
Cada palabra que Moisés habló en Deuteronomio era la palabra de Dios. Puede ser que Moisés haya expresado un poco su propio sentir, pero aun eso llegó a ser la palabra de Dios. Lo que Moisés habló en Deuteronomio es semejante a lo que Pablo habló en 1 Corintios 7. En dicho capítulo Pablo dijo: “No tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel” (v. 25). Luego, después de dar a conocer su parecer, él dijo: “Pienso que también yo tengo al Espíritu de Dios” (v. 40). Con el tiempo, puesto que Pablo era un hombre constituido de Dios, su opinión llegó a formar parte de la palabra de Dios como revelación divina en el Nuevo Testamento. En su hablar él fue uno con Dios; por consiguiente, lo que él habló era el hablar de Dios. Este mismo principio se aplica al hablar de Moisés en Deuteronomio. Moisés habló en representación de Dios durante cuarenta años, desde que tenía ochenta años hasta cumplir los ciento veinte. Él era una persona que no sólo estaba empapada y saturada de los pensamientos de Dios, sino que Dios mismo, el Dios que habla, era el elemento constitutivo de su ser. Por tanto, las palabras que procedían de su boca eran las palabras de Dios habladas mediante este portavoz único.
El libro de Deuteronomio habla sobre el amor de Dios y la administración gubernamental de Dios. Moisés era una persona ejercitada en cuanto al amor y una persona experimentada en cuanto a la administración gubernamental de Dios.
Aunque la expresión administración gubernamental no se halla en Deuteronomio, si leemos este libro detenidamente veremos que es un libro que trata sobre el gobierno de Dios, incluso Su administración gubernamental. Moisés a menudo habló explícitamente acerca del amor, pero el tema de la administración gubernamental de Dios se halla implícito. Si nos adentramos en las profundidades de este libro, comprenderemos que la disciplina que Dios aplicó a Su pueblo era una especie de administración gubernamental.
Puesto que Dios es sabio, Él no malcría a Sus hijos. Él es un padre perfeccionador que ama a Sus hijos y los disciplina conforme a Su gobierno. Hebreos 12:6 dice: “El Señor al que ama, disciplina”. ¿Cuál es el propósito de Dios al disciplinarnos? Él nos disciplina con el propósito de perfeccionarnos.
Esto es exactamente lo que Dios hacía con los hijos de Israel, y también con Moisés, mientras estaban en el desierto. Puesto que Dios los amaba, no era indulgente con ellos cuando cometían errores. Dios incluso disciplinó a Moisés por el error que cometió en Números 20:1-13. Moisés se enojó con el pueblo rebelde y, en vez de hablarle a la roca, como Dios le había mandado, golpeó la roca una segunda vez. Esto ofendió a Dios y, como resultado, Moisés perdió su derecho de entrar en la buena tierra. Dios permitió que Moisés viera la tierra desde la cumbre del Pisga, pero no le permitió entrar en ella. Éste es un caso en el que vemos la administración gubernamental de Dios, la disciplina gubernamental de Dios.
Dios es un Dios amoroso y también un Dios que disciplina. Él nos ama y también nos disciplina debido a Su administración gubernamental. Puesto que Moisés conocía la administración gubernamental de Dios y era experimentado en ella, él estaba capacitado para reiterar el hablar consignado en Deuteronomio.
Los hijos de Israel, en calidad de audiencia, también eran experimentados en cuanto a ser disciplinados por Dios. Tanto el portavoz como la audiencia eran personas experimentadas; por tanto, este libro comienza haciendo un recuento del pasado.
Los que oyeron el hablar reiterado de Moisés en Deuteronomio eran la segunda generación, la nueva generación. Sin duda alguna, ellos habían oído hablar a sus padres acerca de cómo Dios había disciplinado al pueblo en los pasados cuarenta años. Por lo que oyeron, ellos aprendieron mucho; como consecuencia, llegaron a ser la audiencia apropiada que había de recibir el hablar de Moisés. Moisés, una persona de mucha experiencia, era el orador apropiado, y los de la nueva generación, quienes también tenían mucha experiencia, eran la audiencia apropiada para escuchar y entender lo que Moisés les habló.
Este libro contiene el hablar que complementa el libro de Números referente a la clase de persona que uno debe ser para heredar la tierra prometida, la buena tierra. Esta persona debe ser alguien que ama a Dios, teme a Dios, se sujeta al gobierno de Dios, considera los tiernos sentimientos de Dios y vive en la presencia de Dios. El principio que encontramos en el Nuevo Testamento es el mismo: la salvación de Dios es incondicional, pero el disfrute que tenemos de las riquezas de Cristo es condicional, pues depende de que el hombre ame únicamente a Cristo. Por tanto, la enseñanza contenida en Deuteronomio es exactamente igual a la que se encuentra en el Nuevo Testamento. Las expresiones que se usan en la enseñanza son diferentes, pero la esencia de la enseñanza es la misma.
Cuando oímos acerca de la clase de persona que debemos ser para heredar la buena tierra, quizás sintamos que jamás alcanzaremos esa norma. Si éste es nuestro sentir, debemos recordar que el libro de Deuteronomio es un libro lleno de la palabra, que es Cristo. Cristo, en calidad de palabra, es Aquel que nos sustenta y nos hace personas que aman a Dios, temen a Dios, se sujetan al gobierno de Dios, consideran los tiernos sentimientos de Dios y viven en la presencia de Dios. Con tal que experimentemos un avivamiento matutino mediante la Palabra santa y seamos victoriosos diariamente también mediante la Palabra, seremos personas aptas para heredar la buena tierra.
Este libro nos presenta a Dios como un Dios de amor y de justicia. Esto lo comprueba la manera en que Dios dirigió a los hijos de Israel en el pasado y la manera en que los disciplinaría en el futuro, conforme a Su amor y Su gobierno. Dios en Su amor lleva a cabo Su administración entre Sus amados conforme a la fidelidad de ellos. Este mismo principio se aplica con relación a nosotros hoy en día.
Como Dios de amor, Él es extensamente acogedor, pero como Dios de justicia, Él es muy estricto y rígido. En Su amor, Él es amplio; en Su justicia, Él es rígido. En Su justicia, Él a menudo nos dice “No” cuando queremos hacer ciertas cosas.
Algunos santos, aun en el recobro del Señor, actúan con demasiada libertad y no temen a Dios. Una vez que experimentemos la mano disciplinaria de Dios, temeremos a Dios. Él nos disciplina con justicia a fin de que seamos perfeccionados para también ser justos. Todos los que desean entrar en la buena tierra y heredarla, poseerla y disfrutarla, deben aprender a ser justos en todos los aspectos de su vida diaria.
Debido a lo anterior, se requiere que el pueblo de Dios responda a Dios amándole en conformidad con la administración gubernamental de Dios. Los herederos deben corresponder al Dador de la herencia, a fin de que Él pueda estar con ellos tanto en el vivir de ellos como en las batallas que libran. Esto no es un requisito de la ley, sino una condición que exige que el pueblo de Dios corresponda a Dios. Dios es santo, y nosotros también debemos ser santificados. Para corresponder al Dador de la herencia, debemos ser santos como Él es santo. Si no correspondemos a Dios en esto, Él podrá estar con nosotros en nuestro vivir, pero no estará con nosotros cuando combatamos.
Al hacer un recuento del pasado, este libro, por un lado, recalca la dirección provista por Dios con el fin de que el hombre conozca el corazón de Dios y Su mano, de modo que el hombre ponga su confianza en Dios y le tema. El corazón de Dios es un corazón amoroso, y Su mano es justa; por otro, este libro recalca el fracaso del hombre para que éste se conozca a sí mismo a fin de que se condene a sí mismo, se humille y deje de confiar en sí mismo. La intención de este libro no es mostrar la historia del hombre, sino señalar los errores que el hombre cometió en el pasado para que éste reciba corrección.
Proyectándose al futuro, este libro expresa la expectativa de que, por un lado, el hombre conozca el amor de Dios y Su gobierno y, por otro, conozca su verdadera condición a fin de que ya no confíe en sí mismo. Por consiguiente, el propósito del libro de Deuteronomio es que nosotros conozcamos a Dios y que también nos conozcamos a nosotros mismos. Necesitamos conocer a Dios. En particular, necesitamos conocer que Dios es amoroso y que Él es justo en Su trato con nosotros. También debemos conocer que nosotros mismos somos un fracaso. Si conocemos esto, dejaremos de confiar en nosotros mismos y pondremos nuestra confianza en Dios, Aquel que es fiel.
Por último, este libro nos muestra que el amor de Dios, en su consumación, opera en beneficio de Su pueblo a fin de que ellos disfruten de la plena bendición de Dios conforme a Su voluntad y presciencia. Pese a que fracasamos al no amar a Dios ni temerlo y pese a que le somos infieles, Dios será exitoso. Independientemente de cuál sea la situación de Su pueblo, Dios permanecerá fiel hasta el fin y, al final, logrará conseguir que disfrutemos de Su plena bendición.
En Deuteronomio, Moisés es severo al reprender al pueblo. Sin embargo, al final de este libro encontramos el cántico de Moisés y la bendición plena que él otorga a cada tribu. A la postre, el pueblo escogido y redimido de Dios entró en la Tierra Santa, la poseyó, vivió en ella y la disfrutó. En eso consistía el triunfo de Dios, y la correspondiente jactancia y gloria le pertenecen únicamente a Él.
Lo que se revela en Deuteronomio es lo que se revela en toda la Biblia. La Biblia en conjunto nos muestra que Dios es amoroso, justo y fiel. La Biblia también pone de manifiesto cuán infieles somos nosotros; nos muestra cuánto hemos sido derrotados en el pasado y cuántos fracasos aún experimentaremos en el futuro. Sin embargo, pese a toda esta infidelidad, derrota y fracaso, Dios todavía hará posible que Su pueblo escogido entre en el Cristo rico a fin de poseerlo, disfrutarlo, experimentarlo e, incluso, vivirlo.