Mensaje 8
(3)
Lectura bíblica: Dt. 9:1-8; 10:12-21
En este mensaje hablaremos sobre los consejos y advertencias generales contenidos en 9:1—10:22.
En 9:3 Moisés encargó a los hijos de Israel, diciendo: “Entiende, pues, hoy, que es Jehová tu Dios el que cruza delante de ti como fuego consumidor; Él los destruirá y los sojuzgará delante de ti, para que pronto los puedas desposeer y destruir, como Jehová te ha dicho”. Aunque Jehová es un Dios amoroso, aquí Él es revelado como fuego consumidor que destruirá a las naciones.
En los versículos del 4 al 6 vemos que Dios echaría a las naciones de delante de ellos, no a causa de la justicia de los hijos de Israel, sino a causa de la maldad de esas naciones. En el versículo 4 Moisés continuó su encargo, diciendo: “No digas en tu corazón cuando Jehová tu Dios los haya echado de delante de ti: Por mi justicia me ha traído Jehová a poseer esta tierra; más bien, ha sido a causa de la maldad de estas naciones que Jehová está a punto de desposeerlas de delante de ti”. Por consiguiente, el hecho de que Dios desposeyera a las naciones no se debía a la rectitud del corazón de Su pueblo, sino a la maldad de las naciones. Esto indica que incluso la maldad de las naciones sirve al propósito de Dios.
En el versículo 7 Moisés añade: “Acuérdate, no olvides que has provocado la ira de Jehová tu Dios en el desierto; desde el día en que saliste de la tierra de Egipto, hasta que llegasteis a este lugar, habéis sido rebeldes a Jehová”. Aquí Moisés le recordó al pueblo que la historia de ellos era una historia de rebelión. Desde el día en que salieron de Egipto, ellos se habían rebelado continuamente. Los cuarenta años que estuvieron en el desierto fueron años en los que hubo rebelión.
Supongamos que algunos de entre la nueva generación de los hijos de Israel dijeran: “Nosotros no somos culpables de esa rebelión; ese error lo cometieron nuestros padres. Ellos fueron los que se rebelaron y murieron en el desierto. Esa rebelión no tuvo nada que ver con nosotros. Nosotros somos diferentes”. A cualquiera que hubiese hablado de esta manera, Moisés podía haberle dicho: “No digan que son diferentes de sus padres. Ustedes son hijos de rebeldes, y los rebeldes únicamente pueden engendrar rebeldes. Así como una serpiente no puede engendrar un cordero, tampoco un rebelde puede engendrar a una persona obediente. Deben comprender que, puesto que son hijos de rebeldes, ustedes también son rebeldes”.
En 9:8—10:11 Moisés proclamó nuevamente la historia de la rebelión de los hijos de Israel al hacer el becerro de oro y adorarlo en el monte de Dios, como solemne testimonio contra los hijos de Israel. Justo en el momento en que estaban siendo dados los Diez Mandamientos, los rebeldes hijos de Israel violaban el segundo mandamiento: el mandamiento de no hacer ídolos ni postrarse ante ellos. Ellos hicieron un ídolo, se postraron ante él y le sirvieron. Moisés, con el propósito de mostrarles un ejemplo de su historial de rebelión, les recordó lo que habían hecho en el monte de Dios.
En 10:12-22 Moisés encargó a los hijos de Israel con respecto a nueve asuntos: temer a Jehová su Dios, andar en todos Sus caminos, amarle, servirle con todo su corazón y con toda su alma, guardar Sus mandamientos y Sus estatutos para su propio bien, circuncidar el prepucio de su corazón, no endurecer más su cerviz, asirse a Él y jurar por Su nombre, Aquel que es su alabanza y su Dios. Consideremos ahora estos asuntos uno por uno.
El versículo 12 dice: “Ahora, pues, oh Israel, qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, de modo que andes en todos Sus caminos, que ames y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”. En primer lugar, Moisés habla aquí de temer a Dios. Es menester que todos tengamos el debido temor de Dios. Sin embargo, tal parece que hoy en día muchas personas, que dicen ser libres, no temen nada ni a nadie, incluyendo a Dios mismo. Esta falta de temor es terrible; esto es causa de toda índole de iniquidad. Los jóvenes deben reconocer que, según lo establecido por Dios, hay autoridad en la familia, en la sociedad y en la iglesia. En todo lo que hacemos, decimos y pensamos, debemos temer a Dios. Él nos observa y sabe dónde estamos y qué estamos haciendo. A la postre cosecharemos de lo que hayamos sembrado, y comeremos del fruto de dicha cosecha.
Si tememos a Dios, andaremos en Sus caminos. En realidad, los caminos de Dios equivalen a lo que Dios es. Eso significa que todo lo que Dios es, para nosotros es un camino por el cual andar. Dios es amor, y este amor es un camino en el cual debemos andar. Dios “ama al peregrino dándole alimento y vestido. Amad, pues, al peregrino, porque peregrinos erais vosotros en la tierra de Egipto” (vs. 18b-19). Uno de los caminos de Dios es amar a los peregrinos, y nosotros debemos andar en este camino de Dios. Muchos peregrinos son pobres, pues carecen de alimento y de ropa. Debemos amarlos y darles lo que necesiten. Dios también es santo, y Su santidad constituye otro camino por el cual debemos andar. Además, Dios “no hace acepción de personas ni acepta soborno” (v. 17b); nosotros, por tanto, debemos tomar esto como un camino, no haciendo acepción de personas ni aceptando sobornos. Dios también “ejecuta juicio a favor del huérfano y de la viuda” (v. 18a), y nosotros debemos también andar en el camino de Su justicia.
El Señor Jesús dijo: “Yo soy el camino” (Jn. 14:6). Puesto que el Señor Jesús es el propio Dios, estas palabras indican que Dios mismo es el camino. Tomar a Dios mismo como nuestro camino y andar en tal camino equivale a vivir a Dios. Cuando tomamos a Cristo como nuestro camino, le vivimos conforme a lo que Él es. Él es humilde, y nosotros debemos vivir en el camino de la humildad. Él siempre toma la cruz, y nosotros debemos andar en el camino de la cruz. Tomar a Cristo como nuestro camino es vivirle, y vivirle es expresarle, manifestarle e incluso magnificarle. Por ende, andar en los caminos de Dios es vivir a Dios, expresar a Dios, manifestar a Dios y magnificar a Dios. Debemos tomar a Dios como nuestro camino y, de este modo, actuar como Él actúa.
La visión de la Nueva Jerusalén revela que debemos tomar a Dios como nuestro único camino. En la Nueva Jerusalén hay una sola calle, que es de oro puro (Ap. 21:21), lo cual significa que la naturaleza de Dios es nuestro camino. El río de agua de vida sale del trono de Dios y del Cordero, y fluye en medio de la calle (22:1). Esto indica que Dios es tanto nuestra vida como nuestro camino. Nosotros tomamos a Dios como nuestra vida, y luego Su vida con Su naturaleza llegan a ser para nosotros el camino por el cual andamos. Hoy todos debemos temer a Dios y andar en Sus caminos.
En Deuteronomio 10:12 Moisés también encargó al pueblo que amara a Dios. Esta palabra amor contiene muchas implicaciones. Por ejemplo, implica afecto, lo cual es algo muy tierno. Dios mismo nos dejó ejemplo de Su amor al manifestar Su afecto por Su pueblo. Moisés se refiere a esto en los versículos 14 y 15: “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos y los cielos de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella. Pero sólo de tus padres se prendó Jehová para amarlos y escoger su descendencia después de ellos, es decir, a vosotros, por encima de todos los pueblos, como se ve en este día”. Ahora nosotros debemos amar a Dios al prendarnos de Él.
En el versículo 12 Moisés habla de amar y servir a Dios con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma. Nuestro corazón está ligado a nuestro espíritu, pues nuestra conciencia, la cual forma parte de nuestro espíritu, también forma parte de nuestro corazón. Por tanto, amar y servir a Dios con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma indica que le amamos y servimos también con nuestro espíritu. Además, según 6:5, debemos amarle también con todas nuestras fuerzas, o sea, nuestras fuerzas físicas. Si hoy hemos de servir a Dios poniendo en práctica la nueva manera, debemos servir con nuestro espíritu y con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Visitar a las personas con el propósito de llevarlas a ser salvas y ser bautizadas, para después cuidar de ellas, requiere todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestras fuerzas.
En 10:13 Moisés añade: “Para que guardes los mandamientos de Jehová y Sus estatutos, que yo te ordeno hoy, para tu bien”. En lugar de decir “para tu bien” también podríamos decir “para que seas bendecido”. Hoy en día debemos guardar Cristo y las riquezas de Cristo que nos han sido ministradas a fin de que seamos bendecidos.
Moisés continuó su encargo, diciendo: “Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (v. 16). Puesto que los hijos de Israel eran un pueblo especial de Dios, Su tesoro, ellos tenían que purificarse, es decir, circuncidar la impureza de su corazón.
En el versículo 20 Moisés dice: “A Jehová tu Dios temerás; a Él servirás, de Él te asirás y por Su nombre jurarás”. Hoy en día debemos asirnos al Señor Jesús. Al hacer esto, podemos decirle: “Señor, no me desprenderé de Ti. Debes vivir en mí”.
En este versículo, Moisés no sólo habla de asirnos a Dios, sino también de jurar por Su nombre. Creo que para los hijos de Israel, jurar por el nombre del Señor era invocar Su nombre. Ésta era la manera antigua de invocar el nombre del Señor. Hoy en día todos debemos asirnos al Señor Jesús e invocar Su nombre.