Mensaje 15
Efesios 1:18 dice: “Para que, alumbrados los ojos de vuestro corazón, sepáis cuál es la esperanza a que El os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos”. Según este versículo, necesitamos conocer dos cosas: la esperanza a que Dios nos ha llamado y las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos. En la primera oración que el apóstol Pablo hizo en el libro de Efesios, él pidió que se nos concediera un espíritu de sabiduría y de revelación para que conociéramos ciertas cosas, de las cuales la primera es la esperanza a que Dios nos llamó.
Antes de ser salvos, no teníamos esperanza. Como dice en 2:12, estábamos “separados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”. Pero después de ser salvos, nuestra situación cambió y ahora estamos llenos de esperanza. No obstante, debido a que muchos creyentes no saben en qué consiste dicha esperanza, Pablo oró para que recibiéramos un espíritu de sabiduría y de revelación y supiéramos cuál es la esperanza a que Dios nos ha llamado.
Por ser nosotros el pueblo que Dios llamó, estamos llenos de esperanza. En primer lugar, nuestra esperanza es Cristo mismo. Colosenses 1:27 declara que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria. Además, en 1 Timoteo 1:1 se afirma también que Jesucristo es nuestra esperanza. Cristo no solamente es nuestra vida y santidad, sino también nuestra esperanza. Cristo es nuestra única esperanza. Todo lo relacionado con nuestra esperanza tiene que ver con El.
El segundo aspecto de nuestra esperanza consiste en ser trasladados, por medio del arrebatamiento, de la esfera terrenal y física a la esfera espiritual y celestial, y ser glorificados (Ro. 8:23-25, 30; Fil. 3:21). Los maestros de la Biblia [del habla inglés], al referirse al arrebatamiento, usan una palabra cuyo significado principal es éxtasis, es decir, una condición en la cual uno está fuera de sí mismo por el gozo que tiene, lo cual da a entender que el ser llevados a lo alto producirá este afecto en nosotros. Sin embargo, dudo que muchos cristianos verdaderamente crean que ser arrebatado sea un éxtasis. ¿Se alegraría usted si el Señor viniera hoy? ¿Le provocaría éxtasis o llanto? La mayoría de los cristianos posiblemente lloraría, o se aterraría. Aunque el arrebatamiento es un aspecto de la esperanza a la cual Dios nos llamó, esta esperanza depende de si vivimos por el Señor o no. Si vivimos por El y andamos con El, el arrebatamiento será un éxtasis para nosotros; pero si no vivimos por El ni andamos con El, dudo que lo sea.
Un gran número de cristianos toman este asunto del arrebatamiento a la ligera. Algunos sostienen el concepto de que no importa lo que estén haciendo ni dónde estén cuando el Señor regrese, de todos modos serán arrebatados. Pero, ¿que pasaría si usted estuviera en un teatro, o discutiendo con su cónyuge? ¿Sería el arrebatamiento un éxtasis para usted en tales circunstancias? ¡Ciertamente que no! Yo no quisiera ser hallado riñendo cuando el Señor Jesús regrese. En 2 Timoteo 4:1 Pablo le dijo a Timoteo: “Delante de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los muertos, te encargo solemnemente por Su manifestación y por Su reino”. Esto indica que Timoteo debía vivir a la luz de la manifestación del Señor y en el reino. Todo lo que el reino rechazará en el futuro debe ser rechazado hoy en nuestro vivir. No creo que muchos, aun de los que están entre nosotros, vivan conforme a la manifestación del Señor. Si lo hiciéramos, ciertamente evitaríamos las disputas, pues no nos gustaría que el Señor nos encontrase discutiendo cuando El se manifieste. Muy pocos cristianos consideran la venida del Señor como una advertencia. Si leemos el Nuevo Testamento, especialmente las epístolas, veremos que los apóstoles vivían teniendo en mente la manifestación del Señor; la aparición del Señor era una constante advertencia para ellos y regulaba su vida. Ellos no se atrevían a hacer ciertas cosas porque creían que el Señor podía aparecer en cualquier momento. Si tomamos en serio la manifestación del Señor y el reino, esto afectará mucho nuestro diario vivir.
Muchos cristianos, sin embargo, discuten mucho el tema del arrebatamiento y la venida del Señor, pero después de hacerlo, se entregan libremente a las diversiones mundanas. ¡Cuán lamentable es esto! Hemos sabido de algunos cristianos que la mesa que usan para apostar, la usan también para estudiar la Biblia. Otros, después de discurrir sobre la venida del Señor, van a eventos deportivos, al cine o a bailar. ¿Habíamos visto que la manifestación de Cristo debe ser un factor fundamental en nuestra vida diaria? Debemos vivir hoy a la luz de la manifestación del Señor. Si lo hacemos, el arrebatamiento será un éxtasis para nosotros.
Después de ser arrebatados, todos compareceremos ante el tribunal de Cristo y arreglaremos cuentas con El. Allí responderemos a nuestras deficiencias, falta de fidelidad, fracasos e injusticias. Muchos cristianos han acumulado muchas de estas cosas en el curso de su vida cristiana; por ello, cuando el Señor venga y ellos tengan que comparecer ante Su tribunal, ciertamente no estarán llenos de gozo. Por el contrario, ellos estarán aterrados. Todos necesitamos reconsiderar nuestras vidas. Muchos ponen muchas excusas, en especial, su debilidad. Algunos dicen: “El Señor sabe que somos débiles, y El tendrá misericordia de nosotros. No importa si fallamos o cometemos errores; el Señor es misericordioso”. Otros se excusan diciendo que no quieren ser tan espirituales o religiosos. Sin embargo, cuando el Señor venga, no habrá excusas. Si Su regreso será o no un éxtasis para nosotros, dependerá de cómo vivimos hoy. Si llevamos una vida de faltas, derrotas, deshonestidad, infidelidad y rebelión, la venida del Señor no será un éxtasis, sino un juicio. Debemos poner atención a lo que el Señor dijo con respecto a velar y orar (Lc. 21:36). Si buscamos al Señor velando y orando, Su venida será un éxtasis para nosotros. Esta es nuestra esperanza.
La esperanza que tendremos en los días venideros depende de que seamos edificados hoy. Si no somos edificados en el Señor, tendremos muy poca esperanza. Cristo está en nosotros como la esperanza de gloria; sin embargo, aun esta esperanza depende de cuánto somos edificados. Cuando Cristo regrese, ¿será El nuestro juez o nuestro Novio? Quizás para otros sea un Novio, pero para nosotros sea un juez. Si ése es el caso, El no será nuestra esperanza de gloria. La vida que llevamos como cristianos hoy día, determinará si El será dicha esperanza para nosotros. Este asunto es serio y debe llevarnos a reconsiderar nuestros caminos. Si nuestro vivir es normal, Cristo es nuestra esperanza, y el arrebatamiento será un éxtasis para nosotros.
Cuando seamos arrebatados, nuestro cuerpo será transfigurado y seremos glorificados. Sin embargo, digo esto con cautela, debido a la deplorable condición que existe entre los cristianos de hoy. Por la gracia de Dios, los que estamos en el recobro del Señor debemos alcanzar la norma y vivir cómo El requiere. Debemos ser Sus testigos vivientes y llevar Su testimonio fuera del campamento. Si lo hacemos, el regreso de Cristo y el arrebatamiento serán nuestra esperanza. Además, la transfiguración de nuestro cuerpo y nuestra glorificación también serán una esperanza para nosotros.
La esperanza a que Dios nos ha llamado incluye también la futura salvación de nuestra alma (1 P. 1:5, 9). Si perdemos nuestra alma por causa del Señor hoy, sufriendo en nuestra alma por Su testimonio, tenemos la esperanza de recibir la salvación de nuestra alma cuando El regrese. Hoy nuestra alma sufre, pero cuando el Señor venga, ella entrará en el gozo del Señor. Esta es la salvación del alma mencionada en 1 Pedro. Sin embargo, si en vez de cuidar del testimonio del Señor, salvamos nuestra alma hoy entregándola a los placeres terrenales, el regreso del Señor será una pérdida y un juicio para ella. Pero si siempre estamos dispuestos a perder nuestra alma por causa del testimonio del Señor, cuando El regrese, traerá salvación a nuestra alma, y la salvación introducirá nuestra alma al disfrute del Señor. Esta esperanza la determina la manera en que vivimos hoy.
Otro aspecto de nuestra esperanza es el disfrute que tendremos como reyes con Cristo en el milenio (Ap. 5:10; 2 Ti. 4:18; Mt. 25:21, 23). Esto también tiene que ver con la manera en que vivimos hoy. En el Evangelio de Mateo vemos que los esclavos negligentes son echados a las tinieblas de más afuera, y que los fieles entran en el disfrute del Señor. Como podemos ver, habrá castigo para algunos y recompensa para otros. Todos somos cristianos, mas no todos recibiremos el mismo trato cuando el Señor regrese. Todo dependerá de la manera en que vivamos hoy. Si somos fieles, seremos recompensados con el disfrute del Señor por mil años; pero si somos negligentes, seremos castigados. Si el milenio será o no una esperanza para nosotros, depende de cuál sea nuestra actitud hoy. Debemos ser cristianos normales, fieles al Señor. Si lo somos, el milenio será nuestra esperanza.
Por último, la esperanza a la cual Dios nos ha llamado incluye el disfrute consumado que tendremos de Cristo en la Nueva Jerusalén, donde gozaremos de bendiciones universales y eternas en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:1-7; 22:1-5). ¡Aleluya por esta esperanza! Todos estaremos en la Nueva Jerusalén. Sin embargo, para llegar allí necesitamos crecer y madurar. Si no maduramos en esta era, tendremos que madurar en la venidera. Todo aquel que disfrute de la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva, habrá madurado. No me pregunten de qué manera el Señor nos hará madurar. El sabe cómo hacerlo y lo logrará, ya sea en esta era o en la venidera. Estoy consciente de que la teología popular no reconoce este hecho. La mayoría de los cristianos afirma que mientras hayamos sido redimidos por la sangre de Cristo, todo estará bien en la era venidera. Sin embargo, el día llegará cuando se darán cuenta de que no todo está bien. Es verdad que somos salvos eternamente, pero necesitamos pasar por ciertas experiencias y madurar. Por eso, digo que debemos reconsiderar nuestros caminos. En cuanto a la Nueva Jerusalén, ella será la esperanza de todos nosotros. En 2 Pedro 3:13 dice: “Pero nosotros esperamos, según Su promesa, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”.
Si no conocemos la esperanza a que Dios nos llamó, no estaremos dispuestos a dejar las cosas que nos distraen. Pero si vemos que Cristo viene, que seremos arrebatados, transfigurados y glorificados, y que podemos entrar en el gozo del Señor en el milenio, espontáneamente dejaremos todo lo demás. Si no vemos lo que está por venir, seremos engañados por las cosas del presente. Necesitamos ver cada aspecto de nuestra esperanza a fin de ser rescatados. Por esta razón, el apóstol Pablo pidió en oración que conociéramos la esperanza a que Dios nos ha llamado. El llamamiento de Dios no sólo incluye la elección, la predestinación, la redención, el sellar y el darse en arras, sino también un espléndido futuro. Su llamamiento no sólo tiene que ver con el pasado, sino también con el futuro. ¡Qué maravilloso futuro nos espera!
El llamamiento de Dios es la suma de todas las bendiciones enumeradas en los versículos del 3 al 14: la elección y la predestinación efectuadas por Dios el Padre; la redención lograda por Dios el Hijo; y el sellar y el darse en arras llevados a cabo por Dios el Espíritu. Cuando fuimos llamados, participamos de la elección y predestinación efectuadas por el Padre, de la redención realizada por el Hijo, y del sello y las arras del Espíritu.
¿Ha considerado usted que con nuestro llamamiento recibimos todas las bendiciones del Dios Triuno? Pocos cristianos saben esto. No obstante, estas bendiciones son el contenido del llamamiento de Dios. Así vemos que el llamamiento de Dios es grandioso, pues comprende la elección, la predestinación, la redención, el sellado y las arras. Esto significa que Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu participan en el llamamiento de Dios. En este llamamiento recibimos al Dios Triuno como nuestra porción.
Ya mencionamos que el llamamiento de Dios incluye la elección. El Padre también nos predestinó; nos marcó un destino de antemano. Este destino es la filiación. ¡Qué maravilloso destino! Después de ser seleccionados y predestinados por el Padre, fuimos redimidos por el Hijo. Luego el Espíritu vino a nosotros, nos selló y nos dio a Dios en arras. Puesto que tenemos todo esto, ¿qué más podemos desear? Estoy completamente satisfecho y contento con lo que el Dios Triuno es para mí.
Ahora hablaremos de las riquezas de la gloria de la herencia de Dios en los santos. Hemos dicho muchas veces que la gloria de Dios es Dios mismo expresado. Cuando Dios se expresa, eso es gloria.
Las riquezas de la gloria de Dios son los diversos atributos de Dios, tales como luz, vida, poder, amor, justicia y santidad, expresados en diferentes grados. Puesto que la gloria es la expresión de Dios, las riquezas de Su gloria son las riquezas de Su expresión. Algunos de los atributos divinos son el amor, la humildad, la paciencia y la santidad. Uso específicamente la palabra “divino” porque fuimos hechos de tal manera que tenemos la forma de lo divino. Por ejemplo, nosotros tenemos humildad humana, pero la humildad humana no es verdadera; simplemente es la forma de la humildad genuina, la cual es la humildad divina. Pasa lo mismo con el amor humano, el cual es una forma del amor divino y genuino. Por lo tanto, el amor divino es la realidad del amor humano. Todo ser humano posee amor, pero es un amor que no perdura. Por ejemplo, usted ama a sus padres, pero quizás su amor por ellos sólo dure unos cuantos días. Asimismo, es posible que un hermano ame a su esposa, pero quizás la ame solamente por unas cuantas semanas. Todos amamos a los demás, pero nuestro amor es como una estrella fugaz. Tal vez un hermano ame muchísimo a su esposa hoy, y al siguiente día la mande al infierno. Un amor así no es parte de las riquezas de la gloria de Dios.
Como dije anteriormente, las riquezas de la gloria de Dios son la expresión de los atributos divinos y las virtudes divinas. Sólo hay dos clases de amor, el humano y el divino; y también dos clases de justicia y de paciencia, la justicia y la paciencia humanas y la justicia y la paciencia divinas. Muchos cristianos confunden las virtudes humanas con las virtudes divinas. Al hacer esto cometen un grave error. No es necesario desarrollar nuestras virtudes humanas; lo que nos falta es las virtudes divinas. Cuando Dios en Cristo se forja en nosotros, nuestro amor, nuestra humildad, nuestra paciencia y nuestra justicia llegan a ser divinos. Estas virtudes divinas son las riquezas de la gloria de Dios; tales virtudes son la herencia de Dios entre los santos. Es muy importante que entendamos esto.
Si logramos ver esto, nuestra vida cristiana cambiará. Casi todos los que buscan al Señor siguen viviendo regidos por la vida natural y condenan únicamente su maldad, mas no su bondad natural. Lo malo es condenado y lo bueno, apreciado. No se discierne entre lo natural y lo divino. Mientras que algo sea bueno, lo justifican y lo aceptan. Esta práctica es errónea. Debemos discernir entre lo natural y lo divino. Solamente los atributos divinos, y no las virtudes humanas, constituyen las riquezas de la gloria de Dios. Si vemos esto, tendremos la adecuada vida de iglesia. La apropiada vida de iglesia no está llena de virtudes humanas naturales, sino de virtudes divinas, las cuales son las riquezas de la expresión de Dios en Su herencia entre los santos.
Ahora debemos ver qué es la herencia de Dios en los santos y entre ellos. En el versículo 18, la palabra griega que se traduce en también puede traducirse entre. La herencia de Dios está en los santos y entre ellos. Nosotros, los santos, somos la herencia de Dios. No obstante, lo que somos por naturaleza no puede ser la herencia de Dios. El no desea heredar nuestra naturaleza, nuestra carne o nuestro ser natural; El desea heredar todo lo que ha forjado de Sí mismo en nosotros. Por consiguiente, todo lo que Dios imparte de Sí mismo en nosotros llega a ser Su herencia.
En primer lugar, Dios nos constituyó Su herencia (v. 11), Su posesión adquirida (v. 14), y nos permitió participar de todo lo que El es, de todo lo que El tiene y de todo lo que logró, lo cual es nuestra herencia. Finalmente, todo esto llegará a ser la herencia de Dios en los santos por la eternidad. Esto será Su expresión eterna, Su gloria con todas Sus riquezas, las cuales lo expresarán plena, universal y eternamente (Ap. 21:11).
Hemos visto que Dios está en el proceso de impartirse a Sí mismo en nosotros paulatinamente. Todo lo que El imparte en nosotros llega a ser Su herencia. Un día, Dios nos heredará; de hecho, El se heredará a Sí mismo en nosotros. Dentro de nosotros se ha depositado cierta cantidad de la herencia de Dios. La cantidad depende de cuánto Dios se ha forjado en nuestro ser. Debemos orar y pedirle al Señor que nos muestre cuánto de El tenemos. No piensen que hacer esto es ser introspectivos. Necesitamos pedirle que nos muestre cuánto de nuestro ser está constituido de El, y cuánto, de nosotros mismos. Generalmente los cristianos no piensan así. Ellos se pesan a sí mismos conforme a la ética, a lo bueno y lo malo, a lo correcto y lo incorrecto, y al amor y el odio. Sin embargo, la báscula en la que debemos pesarnos es Dios mismo. ¿Cuánto de Dios hay en nosotros en nuestra vida familiar y en la vida de iglesia? Si nos pesamos de esta manera, descubriremos que tenemos muy poco de Dios. No obstante, le damos gracias a El por lo que tenemos. Lo que necesitamos ahora es que El aumente en nosotros, pues la herencia de Dios en los santos es El mismo. En esta herencia están las riquezas de Su gloria. Por ello, en 1:18 Pablo habla de las riquezas de Su gloria en los santos. La vida de iglesia adecuada no es una vida de virtudes naturales, sino una vida de virtudes divinas, las cuales son la expresión de Dios en Su herencia entre los santos.