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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Efesios»
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Mensaje 17

CRISTO ES DADO POR CABEZA SOBRE TODAS LAS COSAS A LA IGLESIA

  En Ef. 1 Pablo ora pidiendo que recibiésemos un espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Dios. Según el contexto, tener el pleno conocimiento de Dios significa conocer la esperanza a que El nos ha llamado, la gloria de Su herencia en los santos y la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos. Conocer a Dios es conocer la esperanza, la gloria y el poder, pues El mismo está en ellos. Si afirmamos conocer a Dios sin conocer estas tres cosas, nuestro conocimiento de El es objetivo y no conforme a la experiencia. Pero conocer a Dios como la esperanza, la gloria y el poder es conocerlo según la experiencia y de manera subjetiva.

  En la actualidad los creyentes, en su mayor parte, conocen a Dios solamente de manera objetiva, o sea, tienen un mero conocimiento de El. Para ellos, Dios está muy lejos, en los cielos; lo conocen únicamente como el objeto de su creencia y adoración, mas no como su esperanza, gloria y poder, ni como Aquel que opera en ellos para hacerlos santos y constituirlos hijos Suyos y herencia Suya.

SOMOS HECHOS HERENCIA DE DIOS

  Hemos mencionado que el llamamiento de Dios es la suma total de las buenas palabras con las que El nos bendice. Sus bendiciones nos hacen santos y nos constituyen hijos de Dios y herencia de Dios. Así que, seremos un tesoro digno de ser la herencia de Dios. Dios es sublime, grandioso y sumamente precioso; con todo, El nos recibirá a nosotros como herencia. Pero si vemos nuestra condición, nos daremos cuenta de que no somos dignos de que El nos herede. Sin embargo, Dios operará en nosotros y nos hará dignos, preciosos y valiosos; hará de nosotros un tesoro único en el universo y nos recibirá como herencia. Dios nos considera a nosotros, Sus escogidos, Su posesión especial. No obstante, lo único que hará posible que seamos el tesoro de Dios, Su posesión peculiar, es que El opere en nuestro ser. Dios es el tesoro, y como tal, se forja a Sí mismo en nosotros para que seamos Su tesoro.

LA NUEVA JERUSALEN

  Ya vimos que el ser hechos santos, ser constituidos hijos de Dios y llegar a ser Su herencia, son tres aspectos importantes de las bendiciones de Dios. Estos aspectos se ven en la Nueva Jerusalén. De acuerdo con Apocalipsis 21, la Nueva Jerusalén será una ciudad santa, una ciudad en la cual se verá la santidad de Dios. Además, la Nueva Jerusalén la conformarán los hijos de Dios. Apocalipsis 21:7 declara que el que venza heredará todas las cosas y será hijo de Dios. Esto indica que la Nueva Jerusalén es la totalidad de la filiación divina. Además, ella será un tesoro, una herencia, tanto para Dios como para nosotros. En la Nueva Jerusalén, Dios nos disfrutará como Su tesoro, y nosotros lo disfrutaremos a El como nuestro tesoro. Por tanto, la Nueva Jerusalén será una herencia mutua y una satisfacción mutua para Dios y para nosotros. La Nueva Jerusalén será la corporificación de la santidad, una entidad compuesta de los hijos de Dios y una herencia mutua para Dios y para el hombre. Además, la Nueva Jerusalén tendrá la gloria de Dios, la cual es la gloria de la herencia de Dios, las riquezas de la gloria de Su herencia entre los santos. Esta gloria es nuestra esperanza hoy.

EL PODER TODO-INCLUSIVO DE DIOS OPERA EN NOSOTROS LOS QUE CREEMOS

  Esta esperanza se cumple por medio de la supereminente grandeza del poder de Dios. El poder que se manifiesta en el cristianismo fundamental es muy limitado, y el que experimentan en el cristianismo pentecostal es inadecuado. Efesios 1 habla de un poder que actúa para con nosotros los creyentes. Como personas que creemos en el Señor Jesús y en la Biblia, podemos proclamar: “¡Aleluya, yo creo! Creo en el Señor Jesús y creo en la Palabra de Dios”. Para recibir el poder divino, no es necesario ayunar ni orar, ya que este poder actúa para con nosotros los que creemos. Al creer, tenemos la posición y somos aptos para recibir el poder de Dios. ¡Aleluya! ¡Este poder opera en nosotros los que creemos!

  La electricidad es un excelente ejemplo de esto. Cuando construimos nuestro salón de reuniones en Anaheim, instalamos la electricidad en él. Ahora la energía eléctrica opera en el edificio. El uso de esta energía depende de nosotros, y la usamos activando el interruptor. De la misma manera, la electricidad celestial fue instalada en nosotros, y el poder celestial opera en nosotros. La manera de recibir este poder no consiste en ayunar y orar por varios días, sino simplemente en usar el “interruptor”. Una forma de hacerlo es declarar varias veces lo que dice Efesios 1:19-23. Si declaramos estos versículos diez veces, nos llenaremos de poder. Sin embargo, si afirmamos constantemente que somos débiles, seremos de hecho débiles; pero si hablamos positivamente en fe, ejercitaremos todo nuestro ser y recibiremos el poder divino. Cuando hablamos por fe y recibimos el poder, todas las cosas negativas se desvanecen. Satanás no teme a las oraciones en las que suplicamos y rogamos; lo que le atemoriza es que hablemos en fe. Debemos decir: “Yo creo, y declaro que tengo el poder, que soy fuerte”. Esto no es superstición; es nuestra fe cristiana.

  Con respecto a la fe, primero debe existir el hecho; Dios viene y nos habla de ello, y nosotros creemos lo que El dice. Así funciona la fe cristiana. Aunque no podemos ver el hecho de que Cristo resucitó de entre los muertos y que está sentado en los lugares celestiales por encima de todo, con todo y eso, permanece un hecho innegable. Además, es un hecho que todas las cosas fueron sometidas bajo Sus pies y que El fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Estos son hechos que ocurrieron en el universo, y Dios, mediante Su santa Palabra, nos los hace saber. Luego nosotros creemos lo que El nos declara y expresamos lo que El expresa. Así funciona la fe. No solamente debemos leer y estudiar la Biblia, sino también proclamar lo que dice. Aunque algunas personas nos condenen por repetir los versículos de la Biblia, en lugar de cesar, los repetiremos más.

  Actualmente se lleva a cabo en el universo una trasmisión, la cual proviene del Señor, quien está en los cielos, y llega a la iglesia. Efesios 1:19 dice que esta trasmisión actúa “para con nosotros los que creemos”. Además, 1:22 dice: “Y sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. La preposición “a” denota una trasmisión. El poder que actúa para con nosotros es el Dios Triuno mismo. Este poder no solamente es el poder creador, sino también el poder que pasó por la encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión. Después de estos pasos, el Dios Triuno viene a nosotros como tal poder. Por tanto, este poder incluye el poder de la creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. Es un poder todo-inclusivo. El poder que actúa para con nosotros los que creemos es el propio Dios Triuno, el Creador del universo, quien se encarnó, pasó por la crucifixión, entró en la resurrección, ascendió y descendió a nosotros. Este poder fue instalado en nosotros, así como la electricidad se instala en un edificio.

  Debemos creer que este poder está ahora en nosotros. Muchos de nosotros somos muy naturales, muy lógicos, y decimos: “¿Cómo es posible que este poder esté en mí? Sé que me arrepentí, que confesé mis pecados a Dios, y creo y confío en El. Entiendo que Dios me salvó, me perdonó y me purificó con la preciosa sangre de Cristo; con todo, en el momento que creí no sentí que el poder divino fuera instalado en mí. ¿Quiere usted decir que un poder todo-inclusivo, el Padre, el Hijo y el Espíritu, el poder que operó en la creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, se haya forjado en mí? Simplemente no siento que tenga ese poder, y sería ilógico afirmar que lo tenga”. La lógica siempre se opone a la fe y viceversa. Con respecto al poder divino que se trasmite continuamente a nosotros, no tratemos de ser lógicos; simplemente ejerzamos la fe.

  Analicemos esto de otra manera. Nosotros nacimos de nuevo, fuimos regenerados. Nacer de nuevo significa que Dios nace en nosotros. ¿Cree que Dios nació en usted? El Dios que nació en usted es el Padre, el Hijo y el Espíritu. Cuando esto sucedió, El ya había pasado por la creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. ¿Estuvo usted consciente de todo esto cuando fue regenerado? Si estuvo o no consciente de ello, no tiene ninguna importancia; lo importante es que usted crea todo lo que la Biblia dice. Cuando la Biblia afirma que usted es un pecador, debe decir: “Amén”, y cuando le exhorta a arrepentirse, debe arrepentirse. En el momento en que creyó en el Señor, algo le ocurrió a usted y en usted, aunque quizás no lo entendió. Lo que sucedió fue que el poder, el Dios Triuno mismo, fue instalado en usted.

LA NECESIDAD DE CONOCER ESTE PODER

  Debido a que es crucial que los creyentes conozcan debidamente este poder, el apóstol Pablo oró pidiendo que recibiésemos un espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Dios y que conociésemos la supereminente grandeza del poder que es para con nosotros los que creemos. Si bien es cierto que dentro de nosotros está este poder grande y supereminente, nuestra necesidad hoy es conocerlo. Estemos conscientes o no, actualmente se lleva a cabo una trasmisión desde el tercer cielo, donde está Dios, hasta nosotros. Es esta trasmisión la que nos distingue de los incrédulos. Gracias al poder que actúa en nosotros, nos es imposible abandonar nuestra fe. Quiero reiterar que dentro de nosotros está instalado el poder divino, y que este poder es el Dios Triuno, quien pasó por la creación, la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, y que se instaló en nosotros como el poder todo-inclusivo. Así que, existe una conexión divina entre nosotros y el tercer cielo. Lo que necesitamos ahora es conocer la supereminente grandeza de este poder.

LA RELACION ENTRE LA PROCLAMACION Y LA EXPERIENCIA

  Debemos leer repetidas veces estos versículos de Efesios hasta que dejen una profunda impresión en nosotros y los podamos proclamar. Debemos declararlos todos los días a nosotros mismos, a nuestros familiares, a los hermanos y hermanas, a los ángeles, a los demonios y a todo lo creado. Cuanto más hablemos de este poder, más experimentaremos su trasmisión a nosotros.

  Finalmente, si ejercemos fe en esta trasmisión y proclamamos lo que creemos, la iglesia surgirá de una manera práctica. Cristo fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Debemos creer esto y declararlo continuamente. Si deseamos llevar una vida de iglesia mejor, les sugiero que todos proclamemos Efesios 1:19-23 diez veces al día, y veamos lo que sucede. Es mucho mejor hablar de esto, que hablar vanamente de los hermanos y hermanas, o de los problemas de la iglesia. Criticar a los santos no nos levanta ni nos fortalece; al contrario, nos debilita. Si todos los santos hablan de esta manera, la vida de iglesia desaparecerá. Por tanto, declaremos 1:19-23 y olvidémonos de la condición de las iglesias, los ancianos y los hermanos y hermanas. Insto a que por un período de diez días, toda la iglesia proclame estos versículos diez veces al día. Estoy seguro de que si lo hacemos, la vida de iglesia se elevará, pues al proclamar esto, activaremos la trasmisión. De esta manera se nos infundirá el poder divino, procedente de la trasmisión celestial. Puedo testificar por experiencia que esto sucederá.

  Nosotros somos demasiado naturales, lógicos y bajos. Olvidémonos de la condición de las iglesias y de los santos, y volvámonos a lo que Dios dice; volvamos a Su Palabra pura. Creámosla y proclamémosla. Si lo hacemos, experimentaremos la trasmisión celestial, la cual nos infundirá al Dios Triuno, quien es el poder todo-inclusivo. Este gran poder se trasmite a la iglesia. Al experimentar el poder divino, tendremos una vida de iglesia sólida.

  En lugar de estudiar Efesios 1 doctrinalmente, debemos creer en el hecho universal que Dios proclama ahí. Y no solamente debemos creerlo, sino también repetirlo continuamente. De esta manera experimentaremos el poder divino que se trasmite a la iglesia.

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