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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Efesios»
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Mensaje 21

SALVOS POR GRACIA PARA SER LA OBRA MAESTRA DE DIOS

  En este mensaje llegamos a Ef. 2:4-10, un pasaje que revela que fuimos salvos por gracia para ser la obra maestra de Dios.

I. DIOS ES RICO EN MISERICORDIA

  El versículo 4, que declara que Dios es rico en misericordia, comienza con las palabras: “Pero Dios”. Este fue el factor que cambió nuestra posición. Nos encontrábamos en una condición miserable, pero Dios vino con Su rica misericordia y nos hizo dignos de Su amor.

II. EL GRAN AMOR CON QUE DIOS NOS AMO

  Dios es rico en misericordia “por Su gran amor con que nos amó” (v. 4). El objeto del amor debe estar en una condición que merezca amor, pero el objeto de la misericordia siempre está en una condición lastimosa. Así que, la misericordia de Dios va más allá que Su amor. Dios nos ama porque somos el objeto de Su elección. Pero debido a que caímos, llegamos a ser despreciables, incluso muertos en nuestros delitos y pecados; por lo tanto, necesitábamos la misericordia de Dios. Debido a Su gran amor, Dios es rico en misericordia para salvarnos de nuestra posición miserable y traernos a una condición que sea propicia para Su amor.

III. AUN CUANDO ESTABAMOS MUERTOS EN DELITOS

  La misericordia de Dios llegó a nosotros aun cuando estábamos muertos en delitos (v. 5). No merecíamos nada de parte de Dios, pero El tuvo misericordia de nosotros aun cuando nos encontrábamos en nuestra lamentable condición.

IV. NOS DIO VIDA JUNTAMENTE CON CRISTO

  El versículo 5 dice que Dios nos dio vida juntamente con Cristo. El libro de Efesios, en contraste con Romanos, no nos considera pecadores; nos considera muertos. Como pecadores, necesitamos el perdón y la justificación de Dios, según lo revela el libro de Romanos; pero como muertos, necesitamos ser vivificados. El perdón y la justificación nos hacen volver a la presencia de Dios para disfrutar Su gracia y participar de Su vida; mientras que el ser vivificados hace que nosotros, miembros vivos del Cuerpo de Cristo, lo expresemos. Por medio de Su Espíritu de vida (Ro. 8:2), Dios nos vivificó impartiendo Su vida eterna, la cual es Cristo mismo (Col. 3:4), en nuestro espíritu muerto. Nos vivificó juntamente con Cristo. Dios nos dio vida cuando vivificó al Jesús crucificado. Por lo tanto, nos dio vida juntamente con Cristo.

  En el versículo 5 Pablo declara entre paréntesis: “Por gracia habéis sido salvos”. La gracia es gratuita. En este versículo la gracia denota que no sólo Dios se imparte gratuitamente en nosotros para que lo disfrutemos, sino que también nos da Su salvación gratuitamente. Por tal gracia hemos sido salvos de nuestra miserable posición de muerte para entrar en la maravillosa esfera de vida.

V. JUNTAMENTE NOS RESUCITO Y NOS HIZO SENTAR EN LOS LUGARES CELESTIALES

  El versículo 6 dice: “Y juntamente con El nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. Vivificarnos es el paso inicial de la salvación en vida. Después de esto, Dios nos resucitó de la posición de muerte. Ser vivificados y ser resucitados son dos cosas distintas. Consideremos la crónica de la resurrección de Lázaro como ejemplo (Jn. 11). El Señor primero lo vivificó y luego lo levantó de la tumba. Según el mismo principio, la misericordia de Dios primero nos vivifica y luego nos resucita de los muertos.

  El versículo 6 dice que juntamente con Cristo fuimos resucitados y hechos sentar. Desde nuestro punto de vista, hemos sido resucitados uno por uno de nuestra posición de muerte. Pero a los ojos de Dios fuimos resucitados todos juntos, tal como todos los israelitas fueron resucitados de las aguas de muerte del mar Rojo (Ex. 14). Según el libro de Exodo, toda la congregación de los hijos de Israel fue salva al mismo tiempo, pues cruzaron juntos el mar Rojo, lo cual tipifica claramente el hecho de que nosotros fuimos salvos todos juntos; todos fuimos vivificados y resucitados al mismo tiempo.

  Quisiera señalar una vez más que la salvación que se menciona en Efesios es diferente de la que se presenta en Romanos. En Romanos la salvación se efectúa por medio de la justicia de Dios, mientras que en Efesios, mediante la vida divina. La salvación revelada en Efesios no es la que satisface los requisitos justos de Dios, sino la que nos imparte la vida y nos constituye miembros del Cuerpo de Cristo, lo cual cumple el propósito eterno de Dios de que Cristo tenga un Cuerpo vivo que lo exprese. Este propósito no se cumple por medio de la justicia, sino por medio de la vida. Por esto, Efesios 2 recalca que fuimos vivificados juntamente con Cristo.

A. En los lugares celestiales

  El versículo 6 dice que fuimos sentados juntamente en los lugares celestiales. El tercer paso de la salvación que Dios efectúa en vida consiste en sentarnos juntamente en los lugares celestiales. Dios no sólo nos resucitó de la posición de muerte, sino que también nos hizo sentar en el lugar más alto del universo.

  Los lugares celestiales aluden a la posición más elevada en la que fuimos puestos al ser salvos en Cristo. En el libro de Romanos, Cristo como nuestra justicia nos lleva a un estado en el que somos aceptables a Dios, mientras que en el libro de Efesios, Cristo como nuestra vida nos salva y nos lleva a una posición en la cual estamos por encima de todos los enemigos de Dios. Hoy los que conforman la iglesia están en los lugares celestiales.

  La expresión “lugares celestiales” es un tanto peculiar. No solamente se refiere a un lugar, sino también a cierto ambiente con su propia naturaleza y características. La salvación efectuada por Dios mediante la vida, nos introdujo en un lugar celestial y en una atmósfera celestial la cual es de característica celestial. Cuando nos reunimos juntos, a menudo tenemos la profunda sensación de que no estamos en una atmósfera terrenal, sino en un ámbito celestial. Pero si fuéramos al cine o a algún otro lugar mundano, nos sentiríamos sumergidos en un ambiente terrenal. Por estar en una atmósfera celestial, cuya naturaleza y característica son celestiales, somos un pueblo celestial. La salvación nos ha trasladado a este dominio, a esta esfera.

B. En Cristo Jesús

  Fue en Cristo Jesús que Dios nos hizo sentar a todos, de una vez y para siempre, en los lugares celestiales. Esto se efectuó cuando Cristo ascendió a los cielos, y nos fue aplicado por el Espíritu de Cristo cuando creímos en El. Hoy en día obtenemos y experimentamos esta realidad en nuestro espíritu por fe en el hecho cumplido.

  Tanto Romanos como Efesios indican que estamos en Cristo. En Romanos, no obstante, el ser trasladados de Adán a Cristo implica principalmente que tenemos una posición justificada; mientras que en Efesios, estar en Cristo no solamente tiene que ver con una posición celestial, sino, e incluso más importante, con la vida. Por estar en Cristo, poseemos la vitalidad de la vida. En Romanos, Cristo es la justicia de Dios, mientras que en Efesios, El es la vida. Por consiguiente, según Romanos, estar en Cristo significa ser puestos en una posición justificada, mientras que según Efesios, estar en Cristo significa que tenemos la vitalidad de la vida.

VI. LAS SUPERABUNDANTES RIQUEZAS DE LA GRACIA DE DIOS

  El versículo 7 dice: “Para mostrar en los siglos venideros las superabundantes riquezas de Su gracia en Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. La iglesia se produce en el siglo actual; los siglos venideros aluden al milenio y a la eternidad futura. Mostrar las riquezas de la gracia de Dios equivale a exhibirlas públicamente a todo el universo. Las riquezas de la gracia de Dios exceden todo límite; ellas son las riquezas del propio Dios dadas a nosotros para que las disfrutemos. Ellas serán exhibidas públicamente por la eternidad.

  El versículo 7 dice que las superabundantes riquezas de la gracia de Dios en Su bondad nos son dadas a nosotros en Cristo Jesús. La bondad es la benevolencia que resulta de la misericordia y el amor. Es en esta bondad que se nos da la gracia de Dios.

VII. POR GRACIA

  El versículo 8 dice: “Porque por gracia habéis sido salvos por medio de la fe”. La palabra “porque” al principio de este versículo presenta la razón por la cual Dios muestra Su gracia (v. 7). Puesto que hemos sido salvos por la gracia de Dios, El la puede mostrar.

  En Efesios, la gracia es Dios infundido en nosotros. Por lo tanto, ser salvos por gracia significa ser salvos al impartirse Dios en nosotros. Los cristianos en su mayoría consideran que la gracia es una cosa, no una persona. Para ellos, la gracia es simplemente un don que se les da gratuitamente. Según este concepto acerca de la gracia, nosotros éramos pecadores que no merecíamos ser salvos, pero Dios nos salvó gratuitamente concediéndonos Su favor inmerecido. Este, sin embargo, es un entendimiento superficial de lo significa ser salvos por gracia.

  Juan 1:17 dice que la gracia vino por medio de Jesucristo. Esto indica que la gracia, en cierto sentido, es como una persona. Efesios revela que la gracia salvadora es el propio Dios, quien, en Cristo, se ha forjado en nuestro ser. Ya hemos recalcado que el concepto básico que rige en Efesios 1 es que el Dios Triuno se imparte a nuestro ser. Por consiguiente, ser salvos por gracia significa ser salvos por la impartición del Dios Triuno en nosotros.

  Para muchos creyentes, ser salvos por gracia es simplemente ser rescatados de nuestra lamentable condición. Según este concepto, ser salvo por gracia equivale a que el Salvador, quien es rico en misericordia, desciende a nuestro nivel, el cual es bajo, y nos rescata. Sin embargo, ésta no es la salvación revelada en Efesios. Según Efesios, la salvación consiste en que el Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido se trasmite a nosotros. Cuando esta persona entra en nosotros como gracia, somos salvos. Al recibir esta trasmisión divina, somos vivificados, resucitados y nos sentamos con Cristo en los lugares celestiales. Por tanto, en Efesios, la gracia es la persona salvadora de Cristo mismo. ¡Aleluya por tal salvación! Esto constituye un entendimiento más profundo de lo que es ser salvos por gracia.

  El hecho de que Dios se trasmitiera a nosotros no fue algo sencillo. El tuvo que pasar por el proceso de encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión. Al ser procesado de esta manera, El ahora puede trasmitirse a nosotros. Cuando el Dios procesado se trasmite a nosotros, El llega a ser la gracia salvadora. Esta gracia no solamente es la gracia sublime, sino también la gracia abundante. La gracia es el Dios procesado trasmitido a nuestro ser.

  No piensen que esto es una simple interpretación humana. Si leemos Efesios 1 y 2 con mucha oración, veremos que el Dios que se procesó y que se trasmite a nosotros es la gracia salvadora y la gracia abundante. La trasmisión del Dios procesado es lo que nos ha salvado.

  Como hemos indicado, esta gracia posee superabundantes riquezas. Tiene muchos aspectos, virtudes y atributos, tales como vida, luz y poder. Sin la vida, la luz y el poder, Dios no podría salvarnos. Por ejemplo, ¿cómo se podría rescatar a una persona que ha caído en un pozo si no se tiene la fuerza para hacerlo? Además, sin sentir amor por tal persona, nadie se molestaría en salvarla. Para poder salvarnos, Dios necesitó amor y sabiduría. Estas son algunas de las superabundantes riquezas de Su gracia salvadora. En Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, Dios nos salvó por Su gracia. En los siglos venideros —en el milenio y en la eternidad futura— Dios exhibirá esta gracia públicamente a todo el universo.

VIII. POR MEDIO DE LA FE

  En el versículo 8 Pablo dice que por gracia hemos sido salvos por medio de la fe. La fe es lo que da sustantividad a lo invisible. Por fe damos sustantividad a todo lo que Cristo ha cumplido por nosotros. Es por esta capacidad de dar sustantividad a lo invisible que hemos sido salvos por gracia. La acción gratuita de la gracia de Dios nos salvó por medio de tal fe.

  Hablando de la fe, el versículo 8 añade: “Y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. La fe no proviene de nuestras obras, ni de nuestros esfuerzos ni de nuestra lucha, sino que es don de Dios, para que nadie se gloríe (v. 9). La fe no proviene de nosotros. Aunque creemos, esta fe no se origina en nosotros mismos, pues nosotros no tenemos fe. Sin embargo, cuando nos arrepentimos y confesamos nuestros pecados a Dios en el nombre del Señor Jesús, nos fue instalada la capacidad de creer. Antes de ser salvos, éramos totalmente incapaces de creer. Pero el día en que fuimos salvos, nos fue impartida la fe, y creímos. Tal vez las personas se pregunten cómo podemos creer en Jesucristo si nunca lo hemos visto. Pero aunque no lo hemos visto, no podemos evitar creer en El. Esta fe no proviene de nosotros; es parte de la gracia que nos es trasmitida.

  De hecho, la fe es un aspecto de Cristo. Por esta razón, la Biblia habla de la fe de Cristo (Ro. 3:22). En Gálatas 2:20 Pablo dice: “La vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios”. La fe es Cristo mismo. Al oírme decir esto, tal vez algunos piensen que para mí, Cristo lo es todo, y están en lo cierto. La fe que nos es dada es la fe común a todos los creyentes (Tit. 1:4). La fe es dada, es recibida y nos es común a todos. Cuando reunimos todo esto, vemos que la fe es Cristo mismo.

  Si alguien le mostrara un hermoso diamante, inmediatamente y sin ningún esfuerzo brotaría de usted cierto aprecio por él. Este aprecio no se origina en usted, sino en el diamante. En un sentido, su aprecio es el diamante mismo. Indudablemente usted no valoraría de la misma manera un pedazo de barro. Un diamante, a diferencia del barro, es digno de valorar. Nosotros no ponemos nuestra fe en Sócrates o en Confucio, porque ellos no son creíbles. En cambio, Cristo es absolutamente creíble, y por eso ponemos nuestra fe en El. Nuestra fe en Cristo no procede de nosotros mismos, sino de El. Cuando vemos a Cristo, se nos imparte la fe. Así que, no es irracional afirmar que la fe es Cristo mismo. Esto es semejante a decir que la santidad, el amor, la justicia, la paciencia y la perseverancia son el propio Cristo.

  Puesto que la fe es Cristo mismo, los que creemos en El tenemos una fe común. Usted no tiene una fe y yo otra. Cuando Cristo llegó a usted, usted creyó, y cuando El vino a mí, yo creí. Cada vez que Cristo llega a una persona, ésta cree en El. Este es otro indicio de que la fe no procede de nosotros, sino de Cristo.

  Ya que la fe es un don de Dios, y no tiene nada que ver con nuestras obras, ninguno de nosotros tiene derecho a gloriarse. Por el contrario, todos debemos declarar humildemente: “Señor, si Tú no hubieras venido a mí, yo no tendría ni una pizca de fe. ¡Pero alabado seas porque viniste a mí, y yo recibí la fe! Señor, Tú eres mi fe”.

IX. LA OBRA MAESTRA DE DIOS

  Fuimos salvos por gracia por medio de la fe para ser la obra maestra de Dios. El versículo 10 dice: “Porque somos Su obra maestra”. La palabra griega, póiema, significa aquello que ha sido hecho, una obra de artesanía, o algo que ha sido escrito o compuesto como poema. No sólo un escrito poético puede considerarse un poema, sino también cualquier obra de arte que exprese la sabiduría y propósito del autor. Nosotros, la iglesia, la obra maestra de todo lo que ha hecho Dios, somos un poema que expresa la sabiduría infinita de Dios y Su propósito divino.

  Dios ha hecho muchas cosas, pero ninguna de ellas es tan querida, tan preciosa, tan deseable y tan valiosa como la iglesia. La iglesia es la obra maestra de Dios. Los escritores, compositores y artistas a menudo intentan producir obras maestras, obras sobresalientes. Dios creó los cielos y la tierra, pero ni los cielos ni la tierra son Su obra maestra. Además, El creó al hombre, pero ni siquiera el hombre es Su obra maestra. Dios tiene una sola obra maestra en el universo, y ésta es la iglesia. En calidad de obra maestra, la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. ¿Qué obra puede haber más grande que ésta? Además, la iglesia como obra maestra de Dios es el nuevo hombre corporativo y universal (2:15). Nosotros vemos la vida de iglesia desde la perspectiva de que ella es como una “cocina desordenada”, y tal vez a esto se deba que no nos demos cuenta de que la iglesia es la obra maestra de Dios. Pero un día veremos que somos el Cuerpo de Cristo y el nuevo hombre, la obra maestra de Dios.

X. CREADOS

A. En Cristo Jesús

  El versículo 10 dice que somos la obra maestra de Dios, “creados en Cristo Jesús”. Como obra maestra de Dios, nosotros, la iglesia, somos una entidad completamente nueva en el universo, algo nuevo que Dios originó. Dios nos creó en Cristo por medio de la regeneración para que fuésemos Su nueva creación (2 Co. 5:17).

B. Por medio de la mezcla de Dios y el hombre

  La obra maestra de Dios es absolutamente nueva porque es la mezcla de Dios y el hombre. Además, podemos decir que la iglesia es un híbrido, la mezcla de dos vidas. Los opositores nos acusan de enseñar que la iglesia es Dios mismo. Sin embargo, nosotros no enseñamos eso; lo que sí afirmamos es que la iglesia es la mezcla de Dios y el hombre. La obra maestra de Dios, Su obra más grandiosa, consiste en impartirse en el hombre, hacerlo uno con El, a fin de producir la iglesia.

  Como ya mencionamos, esta obra es un poema, una obra artística que expresa la sabiduría, el plan y la belleza del hacedor. La iglesia es el poema de Dios que manifiesta Su sabiduría. Según 3:10, la multiforme sabiduría de Dios será dada a conocer por medio de la iglesia. Los himnos expresan la sabiduría de sus autores. En los siglos venideros, es decir, en el milenio y en la eternidad, habrá un solo himno: la iglesia, la cual expresará la sabiduría y el plan de Dios. Cuando veamos la Nueva Jerusalén, alabaremos a Dios por la belleza, la sabiduría y el propósito manifestados en esta maravillosa obra. La Nueva Jerusalén será el poema de Dios, Su obra maestra. Cuando miremos esta obra en el cielo nuevo y la tierra nueva, tal vez diremos: “¡Este es el himno más precioso que se haya escrito en todo el universo!” Tal era el concepto de Pablo al escribir Efesios 2.

C. Para buenas obras

  Finalmente, somos la obra maestra de Dios, creados en Cristo Jesús “para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (v. 10). Las buenas obras para las cuales Dios nos creó no son las que se consideran buenas según el concepto común, sino las buenas acciones específicas que Dios planeó y ordenó de antemano para que anduviéramos en ellas. Estas buenas cosas deben de referirse a hacer Su voluntad, para vivir la vida de iglesia y ser el testimonio de Jesús, como se revela en los capítulos siguientes de este libro. Por tanto, debemos hacer la voluntad de Dios, vivir la vida de iglesia y ser el testimonio de Jesús. Estas son las buenas obras que Dios preparó de antemano para que nosotros, Su obra maestra, anduviésemos en ellas. Así que, 2:4-10 revela que fuimos salvos por gracia para ser la obra maestra de Dios y andar en las buenas obras que El preparó de antemano.

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