Mensaje 22
Ef. 2:1-3 presenta un cuadro de lo que éramos por naturaleza. En este mensaje examinaremos los versículos Ef. 2:11-12, que describen nuestra posición como gentiles. Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, nos encontrábamos en una condición de muerte; y según nuestra posición como gentiles, estábamos alejados de Dios, de Cristo, del reino de Dios, de Sus bendiciones, de Su promesa y de todo lo relacionado con El.
En cuanto a nuestra posición, vemos primeramente que éramos los gentiles en cuanto a la carne (v. 11). La palabra griega traducida “gentiles” también significa “naciones”. Conforme a nuestra posición, éramos gentiles en cuanto a la carne.
El hombre que Dios creó para cumplir Su propósito era puro, sin pecado y sin contaminación. No obstante, por medio de la caída, el pecado, la naturaleza maligna de Satanás, entró en él. Cuando la maligna naturaleza de Satanás entró en el hombre, esto hizo primeramente que el cuerpo humano se convirtiera en la carne, llena de concupiscencias, y finalmente, que el hombre en su totalidad llegara a ser carne. Hablando con propiedad, Dios creó el cuerpo del hombre, y no la carne, pero cuando el pecado entró en el cuerpo humano, éste sufrió un cambio de naturaleza y se convirtió en la carne. El cuerpo era un vaso puro creado por Dios; la carne es el cuerpo corrupto. Dios no creó la concupiscencia que hay en el cuerpo del hombre; ésta surgió a raíz del pecado. Según la Biblia, el hombre caído en su totalidad se hizo carne. La gente caída vive conforme a la carne, no según el espíritu, la conciencia o la razón. Debido a que a los ojos de Dios el hombre se ha hecho carne, la Biblia dice: “Por las obras de la ley ninguna carne será justificada delante de El” (Ro. 3:20). La palabra “carne” empleada en este versículo alude a una persona caída que vive según la carne y que se ha convertido en carne.
Puesto que todo el ser del hombre se hizo carne, él quedó dañado e imposibilitado para cumplir el propósito de Dios. Puesto que el hombre como un todo no pudo cumplir dicho propósito, Dios intervino y llamó a otro linaje de entre la humanidad caída, a Abraham y sus descendientes, para que cumpliesen Su propósito. Dios le mandó a Abraham y a sus descendientes que se circuncidasen, es decir, que renunciasen a su carne. Vemos así que la circuncisión es una señal de que el pueblo escogido de Dios debe hacer a un lado la carne. El hecho de que el linaje llamado se circuncidara significaba que se separaba del resto de la humanidad y se libraba de la condición caída. La circuncisión marcaba una fuerte distinción entre ellos y el resto de los hombres. El pueblo circuncidado era llamado la “circuncisión”, los que estaban separados de la caída. Al resto de la humanidad se le llamaba la “incircuncisión”, lo que permanecía en el estado caído. Ya que Abraham y sus descendientes, el linaje llamado, fueron circuncidados, aquellos que permanecieron en el estado caído llegaron a ser las naciones conforme a la carne, los gentiles. Nosotros estábamos en esta categoría antes de ser puestos en Cristo.
El versículo 11 declara que los gentiles según la carne eran “llamados incircuncisión por la llamada circuncisión, hecha por mano en la carne”. Las palabras “incircuncisión” y “circuncisión” de este versículo se refieren a personas, no a acciones. La circuncisión se refiere a los que están circuncidados, y la incircuncisión, a quienes no lo están.
El versículo 12 dice que nosotros en aquel tiempo estábamos “separados de Cristo”. Cristo, quien es la corporificación de todas las bendiciones que Dios brinda a Su pueblo escogido, provino de Israel, el pueblo circuncidado. Puesto que nosotros, los gentiles incircuncisos, estábamos alejados de Israel, nos encontrábamos separados de Cristo y no teníamos nada que ver con El.
El versículo 12 dice que estábamos “alejados de la ciudadanía de Israel”. La “ciudadanía” se refiere a los derechos civiles del pueblo escogido de Dios, tales como el gobierno, la bendición y la presencia de Dios. A causa de la caída, el hombre perdió todos los derechos que Dios había destinado para él al crearlo. Dios entonces llamó a Abraham, y por medio de la circuncisión devolvió a Su pueblo escogido todos estos derechos. Pero nosotros, por ser gentiles incircuncisos, estábamos todavía alejados de ellos.
Conforme al versículo 12, también estábamos “ajenos a los pactos de la promesa”. Los pactos de Dios son Sus promesas, y Sus promesas son Sus palabras, con las cuales se compromete a hacer ciertas cosas gratuitamente por Su pueblo escogido. Tales promesas no son demandas, requisitos ni reprimendas. El pensamiento básico relacionado con las promesas de Dios es que ellas son Su palabra. Sin la palabra de Dios, no hay promesas.
Más tarde, la promesa de Dios se convierte en un pacto, ya que fue legalizada por medio de los procedimientos necesarios. Todas las palabras que Dios habló a Su pueblo escogido, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, fueron Sus promesas, las cuales se convirtieron en un pacto por medio de un proceso legal. Tal vez se pregunte qué procedimiento fue necesario para legalizar la promesa de Dios y convertirla en pacto. El mejor ejemplo de esto es la muerte que sufrió el Señor Jesús por el perdón de nuestros pecados. El Señor prometió que derramaría Su sangre en la cruz para que recibiéramos el perdón de pecados, y legalizó esta promesa al derramar Su sangre. Por medio de este procedimiento, Su promesa llegó a ser un pacto.
Ninguna promesa compromete tanto a una persona como un pacto. Uno puede hacer muchas promesas y no sentirse comprometido por ellas. Pero una vez que pagamos el precio requerido para que la promesa se convierta en pacto, quedamos comprometidos por el pacto que hemos hecho. El pago del precio es el procedimiento que convierte una promesa en un pacto.
Todas las palabras que Dios habló a Su pueblo escogido, desde Abraham hasta Malaquías, son Sus promesas, las cuales al ser legalizadas, se convirtieron en pactos. Estas palabras abarcan todo el Antiguo Testamento, desde Génesis 12 hasta el final del libro de Malaquías. Debido a que estas palabras han sido legalizadas y se han convertido en el pacto de Dios, se les llama el Antiguo Testamento, que también significa pacto. Toda la Biblia es un pacto, y el Antiguo Testamento es el antiguo pacto.
Antes de creer en Cristo, nosotros los gentiles no sólo estábamos alejados de la ciudadanía de Israel, sino que también éramos ajenos a los pactos de la promesa de Dios. Hemos visto que la promesa es la Palabra de Dios, que la promesa se ha convertido en un pacto y que todas las palabras que Dios dirigió a Su pueblo fueron legalizadas y se convirtieron en un pacto. Antes de ser salvos, nosotros estábamos ajenos del pacto de la promesa de Dios.
Conforme a nuestra posición antes de ser salvos, no teníamos esperanza. Todas las bendiciones de Dios están en Cristo; todos los derechos civiles están relacionados con la nación de Israel; y todas las cosas buenas fueron prometidas en los pactos de Dios. Puesto que estábamos separados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa de Dios, no teníamos esperanza alguna.
Por ser gentiles según la carne, también estábamos sin Dios (v. 12). Dios está en Cristo, reina y actúa en Israel, y concede Sus bendiciones conforme a Sus pactos. Cuando estábamos alejados de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa, estábamos sin Dios. Dios no había llegado a ser nuestro disfrute.
El versículo 12 también declara que estábamos “en el mundo”. El mundo, que es el sistema de Satanás, está en contraste con la ciudadanía de Israel. La ciudadanía de Israel era el reino de Dios, mientras que el mundo es el reino de Satanás. Antes de ser salvos, vivíamos en el mundo, donde no teníamos ninguna esperanza ni disfrutábamos a Dios; por eso, buscábamos entretenimientos mundanos. La gente del mundo tiene apetito por las diversiones porque no tiene a Dios como su disfrute. Pero nosotros, por estar en Cristo, tenemos a Dios como nuestro deleite. ¡Cuánta satisfacción nos trae este deleite!
Hace muchos años, algunos de mis amigos incrédulos me preguntaban por qué no me interesaban los juegos de azar. Yo les contestaba que estaba muy ocupado disfrutando la Biblia y que no tenía tiempo ni interés para dichos juegos. Cuando me preguntaban por qué no iba al cine, les contestaba que tenía un cine celestial, a saber, la vida de iglesia, donde recibía la visión celestial. Disfrutar de Dios colma tanto mi ser que no hay lugar en mí para entretenimientos mundanos. Nosotros ya no estamos en el mundo; estamos en Cristo, en el Espíritu y en los lugares celestiales.
Ahora tenemos un cuadro claro de cuál era nuestra posición antes de ser salvos; éramos gentiles según la carne, la incircuncisión, estábamos apartados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel, ajenos a los pactos de la promesa, no teníamos esperanza y estábamos sin Dios en el mundo. Según nuestra naturaleza, estábamos muertos; según nuestra posición, estábamos alejados de Dios, de Cristo, de la promesa de Dios, de Su reino y de todo lo relacionado con El. Debido a que tal era nuestra posición, no teníamos esperanza ni podíamos disfrutar a Dios. Buscábamos entretenimientos pecaminosos en el mundo con la intención de hallar satisfacción. No obstante, la iglesia fue producida a partir de esa condición y posición tan deplorables. Dios nos salvó de esa condición y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. Ahora somos la obra maestra de Dios y tenemos una nueva condición, una nueva posición, una nueva naturaleza y un nuevo estado.
Efesios 2:13 dice: “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo”. El versículo 4 comienza con las palabras: “Pero Dios”, mientras que las primeras palabras de este versículo son: “Pero ahora”.
En Efesios 2, el apóstol Pablo presenta dos cuadros: el de nuestra condición según nuestra naturaleza (vs. 1-3), y el de nuestra posición según nuestro estado (vs. 11-12).
Nuestra naturaleza caída nos puso en una posición muy baja. Conforme a nuestra naturaleza, estábamos caídos; según nuestra posición, estábamos alejados de Dios, de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa. Efesios 2 revela que no solamente necesitamos ser salvos de nuestra condición, por medio de la gracia de Dios, sino que también necesitábamos un cambio de posición, por medio de la redención de Cristo. Cuando experimentamos este cambio de posición, nosotros, que en otro tiempo estábamos lejos de Dios, somos hechos cercanos a El.
Dios nos salvó al forjarse a Sí mismo en nosotros como nuestra salvación. Esta es la gracia salvadora que nos rescata de la condición en que caímos por causa de nuestra naturaleza caída. Cuando la vida entró en nosotros, fuimos salvos de nuestra condición de muerte. Además, Dios también nos trasladó de nuestra posición anterior a una posición nueva, donde tenemos un nuevo estado.
Para valorar lo que dice el versículo 13, es necesario revisar los puntos principales de los versículos 11 y 12. Antes de ser salvos, éramos los gentiles según la carne, los que se nos denominaba la incircuncisión. El hombre que Dios creó para cumplir Su propósito era puro, sin pecado y sin ninguna mezcla negativa. Sin embargo, el pecado, la naturaleza maligna de Satanás, entró en el hombre a través de la caída, lo cual provocó que primeramente el cuerpo del hombre se convirtiera en la carne, la cual está lleno de concupiscencias, y finalmente, que el hombre en su totalidad se hiciera carne. Así el hombre fue dañado y quedó imposibilitado para cumplir el propósito divino. Luego Dios vino y llamó a otro linaje, a Abraham y sus descendientes, a salir de la humanidad caída. Para cumplir Su propósito, Dios les mandó que se circuncidaran, es decir, que rechazaran su carne. Esto separó al pueblo de Dios de la humanidad que había caído y lo liberó de su condición caída. La circuncisión marcó una distinción importante entre ellos y el resto de la humanidad, a quienes a partir de ese entonces se les consideró la incircuncisión, personas que aún permanecían en el estado caído. Nosotros estábamos en esa categoría antes de ser puestos en Cristo.
Debido a que estábamos separados de Israel, de donde provino Cristo, estábamos separados de Cristo y no teníamos nada que ver con El. Además, estábamos alejados de la ciudadanía de Israel y éramos ajenos a los pactos de la promesa. También estábamos sin esperanza y sin Dios en el sistema satánico del mundo. Por estar separados de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa de Dios, nos encontrábamos lejos de Dios y de todas Sus bendiciones.
Las preciosas palabras al principio del versículo 13: “Pero ahora” indican que ahora tenemos esperanza y también a Dios. Ya no estamos más en el mundo, sino en Cristo Jesús, y en El hemos sido hechos cercanos.
Pero ¿a qué o a quién nos hemos acercado? Nos acercamos no sólo a Dios, sino también a Cristo, a Israel y a la promesa de Dios. Esto equivale a estar cercanos a Dios y a todas Sus bendiciones. Por lo tanto, en la sangre redentora de Cristo, nos hemos acercado a Dios y a Israel.
Ya mencionamos que en otro tiempo estábamos lejos de Cristo, de la ciudadanía de Israel y de los pactos de la promesa de Dios. Esto equivale a estar lejos de Dios y de todas Sus bendiciones. Pero ahora, en Cristo, nos hemos acercado a las mismas cosas de las cuales estábamos lejos. Hemos sido trasladados de nuestra posición anterior, a Cristo. Debido a que nuestra nueva posición y condición se hallan en El, ya no estamos lejos.
El versículo 13 dice específicamente que nos hemos acercado por la sangre de Cristo. Esto significa que no solamente estamos en el Mesías, sino también en la redención lograda por El. Los judíos aún están esperando la venida del Mesías; sin embargo, no se dan cuenta de cuánto necesitan que el Mesías los redima. Fue la redención la que logró nuestro traslado de nuestra condición anterior a nuestra nueva condición en Cristo. Antes teníamos una posición inferior debido a que habíamos caído. Pero cuando Cristo derramó Su sangre en la cruz por nuestra redención, Su sangre nos sacó de nuestra baja condición. Ahora que hemos sido trasladados a Cristo, gracias a Su sangre, estamos en El y en los lugares celestiales. Por lo tanto, en esta posición celestial estamos cerca de Dios, de Israel, de las promesas y de las bendiciones de Dios. Por haber sido trasladados de nuestra posición anterior a una posición nueva, podemos participar de todo lo que es de Dios. Esta es nuestra porción en Cristo.
Fuimos salvos de nuestra condición caída por medio de la vida, y fuimos trasladados de nuestra posición anterior por medio de la obra redentora de Cristo. Ahora disfrutamos de la salvación y participamos de todo lo que es de Dios. ¡Aleluya, fuimos salvos y trasladados! El capítulo dos presenta un cuadro claro de cómo fuimos salvos de nuestra lamentable condición para ser la obra maestra de Dios, y de cómo fuimos trasladados de nuestra posición anterior para llegar a ser el nuevo hombre, el reino de Dios, Su familia y Su morada. Esto es lo que revela Efesios 2.