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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Efesios»
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Mensaje 26

AMBOS RECONCILIADOS CON DIOS EN UN SOLO CUERPO, Y CONCIUDADANOS DE LOS SANTOS Y MIEMBROS DE LA FAMILIA DE DIOS

  En este mensaje llegamos a Ef. 2:16-19, donde vemos que los judíos y los gentiles fueron reconciliados con Dios en un solo Cuerpo, y que ahora nosotros los creyentes somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.

I. AMBOS NECESITABAN SER RECONCILIADOS CON DIOS

  Efesios 2:16 dice: “Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, habiendo dado muerte en ella a la enemistad”. La palabra “ambos” se refiere a los judíos y a los gentiles. Tanto los gentiles, que no eran circuncidados, como los judíos, que eran circuncidados, necesitaban ser reconciliados con Dios mediante la redención, la cual Cristo realizó en Su cruz.

II. EN UN SOLO CUERPO

  El versículo 16 dice que los judíos y los gentiles fueron reconciliados en un solo Cuerpo. Este único Cuerpo, la iglesia (1:22-23), es el nuevo hombre que se menciona en el versículo anterior. En un solo Cuerpo los judíos y los gentiles fueron reconciliados con Dios mediante la cruz. Nosotros los creyentes, ya seamos judíos o gentiles, fuimos reconciliados no sólo para el Cuerpo de Cristo, sino también en el Cuerpo de Cristo. ¡Qué gran revelación tenemos aquí! Fuimos reconciliados con Dios y fuimos salvos en el Cuerpo de Cristo.

  Por lo general consideramos que la reconciliación es algo que experimentamos individualmente; no es común pensar en una reconciliación corporativa. Sin embargo, la reconciliación adecuada y genuina se efectúa en el Cuerpo. El Cuerpo es el instrumento o medio por el cual fuimos reconciliados con Dios. Según Colosenses 3:15 incluso fuimos llamados en el Cuerpo.

  El concepto de lo corporativo impregna todo el Nuevo Testamento. Según nuestro concepto, sin embargo, nosotros fuimos reconciliados con Dios como individuos. Pero a los ojos de Dios, fuimos llamados y reconciliados con El en el Cuerpo. El éxodo de Egipto que experimentaron los hijos de Israel muestra un cuadro claro de esto. En Egipto, los hijos de Israel en cierto sentido estaban alejados de Dios. Después de ser sacados de Egipto y de pasar juntos por el mar Rojo, fueron reconciliados con Dios en el monte Sinaí, pero no como individuos, sino como una congregación. Eso fue una representación de nuestra reconciliación con Dios en un solo Cuerpo. Es importante que éste sea nuestro concepto. No pensemos que fuimos salvos de manera individual; fuimos salvos todos juntos y fuimos reconciliados con Dios en un solo Cuerpo.

III. CON DIOS

  Originalmente estábamos sin Dios, alejados de El. Pero mediante la cruz y con la sangre de Cristo, fuimos traídos de nuevo a Dios en el único Cuerpo. Siempre y cuando estemos en el Cuerpo, somos uno con Dios; de lo contrario, si estamos fuera del Cuerpo, estamos separados de El.

IV. MEDIANTE LA CRUZ

  Nuestra reconciliación con Dios en un solo Cuerpo fue efectuada mediante la cruz. Por un lado, la cruz de Cristo dio muerte a la enemistad provocada por las ordenanzas, las cuales fueron instituidas a causa de la carne; por otro, nos redimió a nosotros con la sangre de Cristo que se derramó sobre ella. Fue mediante la cruz que los judíos y los gentiles fueron reconciliados con Dios en un solo Cuerpo.

V. LA PREDICACION DEL EVANGELIO DE LA PAZ

  El versículo 17 dice: “Y vino y anunció la paz como evangelio a vosotros que estabais lejos y también paz a los que estaban cerca”. Esto se refiere a que Cristo vino como Espíritu para predicar la paz como evangelio, la cual El hizo mediante Su cruz. Los que estaban lejos eran los gentiles, quienes eran incircuncisos y estaban separados debido a su carne; los que estaban cerca eran los judíos, quienes eran circuncisos y fueron hechos cercanos gracias a la elección de Dios.

  El mismo Cristo que murió en la cruz para abolir las ordenanzas a fin de crear el nuevo hombre, y que derramó Su sangre para reconciliarnos con Dios, vino a nosotros como Espíritu para predicar el evangelio de la paz. Esto significa que Cristo vino en calidad de Espíritu vivificante, incluso como el Espíritu que predica. Tanto los que estaban lejos como los que estaban cerca necesitaban oír estas buenas nuevas de paz.

VI. ACCESO EN UN MISMO ESPIRITU

A. La cruz y la sangre de Cristo son el acceso

  La predicación del evangelio es sólo el hecho objetivo, pero no la experiencia misma. Así que, después de recibir la predicación, necesitamos la experiencia, la cual es el acceso al Padre en un mismo Espíritu. Este acceso se obtiene por la cruz de Cristo y por Su sangre (He. 10:19).

B. Por medio de Cristo

  Tanto los creyentes judíos como los gentiles tienen acceso al Padre por medio de Cristo, el propio Cristo que abolió la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, derribó la pared intermedia de separación, eliminó la enemistad a fin de reconciliar a los gentiles con los judíos, y derramó Su sangre para redimir a ambos para Dios.

C. En un mismo Espíritu

  Como lo demuestra el versículo 18, nuestro acceso al Padre es en un mismo Espíritu. Tener la cruz sin el Espíritu equivale a tener el hecho sin la experiencia; por consiguiente, el Espíritu es crucial. Primero, los creyentes judíos y gentiles fueron reconciliados con Dios en un solo Cuerpo (v. 16); esto está relacionado con la posición. Luego, los dos tienen acceso al Padre en un mismo Espíritu; lo cual tiene que ver con la experiencia.

D. Al Padre

  En un mismo Espíritu tenemos acceso al Padre. En posición, fuimos reconciliados con Dios; en experiencia, tenemos acceso al Padre. Ser reconciliados con Dios equivale a ser salvos; tener acceso al Padre es disfrutar a Dios, quien, como la fuente de la vida, nos regeneró para que seamos Sus hijos.

  En el único Cuerpo fuimos reconciliados con Dios mediante la cruz; esto es un hecho. Ahora tenemos acceso al Padre y podemos relacionarnos con El directamente; esto alude a la experiencia. Con respecto a nuestra posición, fuimos reconciliados con Dios para salvación, y con respecto a la experiencia, tenemos acceso al Padre para disfrutarlo. Es muy significativo que estos dos versículos no dicen que fuimos reconciliados con el Padre y que tenemos acceso a Dios; al contrario, habiendo sido reconciliados con Dios de una vez por todas, ahora tenemos acceso al Padre para deleitarnos de El continuamente.

  En el versículo 18 queda implícita la trinidad de la Deidad. Por medio de Dios el Hijo, quien es el Consumador, el medio por el cual todo se lleva a cabo, y en Dios el Espíritu, quien es el Ejecutor, la aplicación, tenemos acceso a Dios el Padre, quien es el Originador, la fuente de nuestro disfrute.

  En los versículos 15 y 16, el apóstol Pablo primero menciona el nuevo hombre y después el Cuerpo. ¿A qué se debe esto? Para contestar esta pregunta, debemos examinar de nuevo la sección que abarca 2:14-16. Cuando leemos estos versículos no debemos apoyarnos en nuestros conceptos naturales, en nuestro entendimiento religioso, ni en nuestras ideas doctrinales, todo lo cual entorpece nuestra capacidad para entender la Palabra. Ya que el aspecto de la iglesia como Cuerpo de Cristo no es tan elevado como el del nuevo hombre, quizá pensemos que el Cuerpo debería mencionarse primero. Pero, ¿cómo puede existir el Cuerpo si primero no existe el hombre? Primero se habla de un hombre y luego de su cuerpo. La creación del nuevo hombre tenía que efectuarse primero; luego la producción del Cuerpo. Por ello, Pablo dijo primero que la muerte de Cristo en la cruz abolió en Su carne las ordenanzas para crear en Sí mismo un solo y nuevo hombre; al hacer esto, produjo también el Cuerpo. Tan pronto fue creado el hombre, surgió el Cuerpo. En este aspecto, la palabra “y” al principio del versículo 16 es de suma importancia, pues conecta la idea de la reconciliación efectuada en el único Cuerpo con la idea de la creación del nuevo hombre. Cuando Cristo creó de los judíos y de los gentiles un solo y nuevo hombre, El los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo. Por esta razón, Pablo menciona el nuevo hombre antes de mencionar el Cuerpo.

  Recordemos que Cristo no reconcilió en un solo Cuerpo a individuos, sino a dos pueblos, a los judíos y los gentiles. Si simplemente hubiera reconciliado a pecadores como individuos, no habría sido necesario reconciliarlos en el Cuerpo. Pero para reconciliar a dos pueblos, a dos entidades colectivas, El tuvo que hacerlo en el Cuerpo.

  Anteriormente, los judíos y los gentiles estaban separados, pero en la cruz, Cristo derribó la pared intermedia de separación y de ambos pueblos creó una sola entidad, un solo y nuevo hombre. Pero, ¿qué había de hacerse respecto a su relación con Dios? Para que fueran reconciliados con Dios, se necesitaba un cuerpo que sirviera de instrumento. Cuando Cristo creó de los dos pueblos el nuevo hombre, simultáneamente los reconcilió con Dios en un solo Cuerpo. Al ser creados como nuevo hombre, se hizo posible que ellos fueran reconciliados con Dios en un solo Cuerpo. Por consiguiente, el Cuerpo fue el medio por el cual se reconciliaron con Dios. A esto se debe que en los versículos 15 y 16 el nuevo hombre se mencione antes que el Cuerpo.

  Después de ser reconciliados con Dios, los judíos y los gentiles necesitaban tener acceso al Padre para que disfrutaran de Su presencia. Este acceso no sólo se obtiene en el Cuerpo, sino también en el Espíritu. Estar en el Cuerpo es un hecho, mientras que estar en el Espíritu es una experiencia. Aunque estamos en el Cuerpo, puede ser que no estemos en el Espíritu, y que en lugar de ello vaguemos en nuestros pensamientos. Por ejemplo, mientras estamos en una reunión, es posible que viajemos en nuestra mente por todo el mundo. Esto muestra el hecho de que necesitamos estar en el Espíritu de una manera práctica.

  Cuando estamos en el Espíritu, disfrutamos al Padre. Aunque es un hecho que tenemos a Dios por estar en el Cuerpo, si queremos disfrutar al Padre, tenemos que estar en el Espíritu. En otro tiempo estábamos alejados de Dios, pero fuimos reconciliados con El en cuanto a nuestra posición. Ahora ya no hay separación, no hay división, entre nosotros y Dios; sin embargo, si no estamos en el Espíritu, no disfrutaremos este hecho. Por tanto, si deseamos disfrutar en la experiencia lo que ya es nuestro en posición, tenemos que estar en el Espíritu.

VII. YA NO SOMOS EXTRANJEROS NI ADVENEDIZOS

  Ahora llegamos al versículo 19: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios”. Este versículo abarca dos aspectos de la iglesia: el reino, denotado por la palabra “conciudadanos”, y la familia de Dios.

  El versículo 19 dice que nosotros, los gentiles, ya no somos extranjeros ni advenedizos. La palabra “sois” se refiere a los creyentes gentiles. Los extranjeros son los forasteros, y los advenedizos son los que se alojan entre el pueblo de Israel sin tener derechos de ciudadanía. Ambos aluden a los gentiles.

VIII. CONCIUDADANOS DE LOS SANTOS

  Ahora que ya no somos extranjeros ni advenedizos, somos conciudadanos de los santos. La expresión “conciudadanos” denota el reino de Dios. Todos los creyentes, judíos y gentiles, son ciudadanos del reino de Dios, el cual es el dominio donde Dios ejerce Su autoridad. Mientras que alguien sea creyente, es ciudadano del reino de Dios. Esta ciudadanía incluye derechos y responsabilidades. Nosotros disfrutamos de los derechos del reino, y también desempeñamos las responsabilidades del mismo. Estos dos aspectos siempre van juntos. Por ejemplo, como ciudadanos de Estados Unidos, disfrutamos de ciertos derechos, pero también tenemos que cumplir con nuestra responsabilidad de pagar impuestos.

IX. MIEMBROS DE LA FAMILIA DE DIOS

  El versículo 19 revela que también somos “miembros de la familia de Dios”. Esta frase se refiere a la casa de Dios. Tanto los creyentes judíos como los creyentes gentiles son miembros de la casa de Dios. La casa de Dios tiene que ver con la vida y el disfrute; todos los creyentes nacieron de Dios en Su casa para disfrutar Sus riquezas. El reino de Dios tiene que ver con derechos y responsabilidades; todos los creyentes nacidos en la casa de Dios tienen los derechos y las responsabilidades del reino de Dios. En un versículo tan breve se abarcan dos temas profundos: el reino de Dios, que incluye derechos y responsabilidades, y la casa de Dios, donde se disfruta de la vida y de las riquezas del Padre.

X. LOS SANTOS, LA FAMILIA DE DIOS, Y EL REINO DE DIOS

  El versículo 19 habla de los santos, la familia de Dios y el reino de Dios. Individualmente somos los santos; colectivamente somos la familia de Dios, y ésta da por resultado el reino de Dios. Sin la familia, no podría haber reino. Primero somos santos individualmente; luego somos la familia de Dios de manera corporativa; y esto redunda en el reino. Por consiguiente, tenemos el aspecto individual de la vida cristiana y el aspecto corporativo en la familia de Dios y en Su reino.

  ¿Por qué en el versículo 19 el apóstol Pablo se refiere primero al reino de Dios y después a la familia de Dios? Pablo tenía en mente nuestro estado anterior como extranjeros y advenedizos; éstos tienen que ver con un reino, no con una familia. Las personas que son extranjeras en este país, no lo son con relación a una familia, sino con relación a la nación. Puesto que los extranjeros y los advenedizos son forasteros para con un reino, no para con la familia, Pablo menciona primero el reino. En este versículo el concepto principal de Pablo se centra en los ciudadanos del reino de Dios. Con todo, el reino está compuesto de familias. Por esta razón, Pablo menciona también la familia, la casa de Dios.

  En el versículo 19, la expresión “conciudadanos” comunica la idea de intimidad. Antes de ser salvos, nosotros los gentiles estábamos lejos de Dios y de la ciudadanía de Israel, pero ahora tenemos una relación íntima con los santos. Somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Entre los ciudadanos de Estados Unidos existe cierta intimidad. Sin embargo, esta intimidad no puede compararse con la que existe entre los miembros de una familia. Los judíos y los gentiles no solamente son ciudadanos del mismo reino, sino que también son miembros de la misma familia. Debemos tener un afecto muy particular e íntimo para con los santos, considerándolos nuestros familiares. Ser miembros de la familia de Dios no debe ser solamente nuestra doctrina, sino también nuestra experiencia. En el universo, Dios tiene una sola casa, una sola familia. Sin importar cuál sea nuestro trasfondo, por ser creyentes, somos miembros de la familia universal y única de Dios, y todos los santos son nuestros familiares. Este es un aspecto importante de la iglesia, y no debemos tomarlo a la ligera. ¡Qué relación tan íntima tenemos en la familia de Dios!

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