Mensaje 37
Al exhortarnos a salvaguardar la unidad (Ef. 4:3), el apóstol Pablo menciona siete cosas que forman la base, o fundamento, de nuestra unidad: un Cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Dios y Padre. Estos siete elementos forman tres grupos. Los tres primeros forman el primer grupo, el grupo del Espíritu, con el Cuerpo como Su expresión. Este Cuerpo, habiendo sido regenerado y estando saturado con el Espíritu como su esencia, tiene la esperanza de ser transfigurado en la plena semejanza de Cristo. Los siguientes tres forman el segundo grupo, el del Señor, incluyendo la fe y el bautismo para que podamos unirnos a El. El último de los siete forma el tercer grupo, el grupo de un solo Dios y Padre, quien es el Autor y el origen de todo. El Espíritu como el Ejecutor del Cuerpo, el Hijo como el Creador del Cuerpo, y Dios el Padre como el que da origen al Cuerpo —los tres del Dios Triuno— están relacionados con el Cuerpo. El tercero de la Trinidad se menciona primero porque lo principal en este contexto es el Cuerpo, del cual el Espíritu es la esencia, la vida y el suministro de vida. El curso, entonces, se remonta al Hijo y al Padre.
El versículo 4 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación”. El Cuerpo se menciona antes que el Espíritu debido a que nuestra unidad se relaciona con el Cuerpo, y éste es su meta. Debemos guardar la unidad porque todos conformamos un solo Cuerpo.
Existe una profunda relación entre el Espíritu y la esperanza. Si no vemos en qué consiste esta relación, no comprenderemos por qué Pablo los menciona junto con el Cuerpo. El Espíritu es la esencia del Cuerpo. Sin el Espíritu, el Cuerpo está vacío y no tiene vida. El Cuerpo al que nos referimos es el Cuerpo de Cristo, y la esencia del Cuerpo de Cristo es el Espíritu. Por consiguiente, el Cuerpo y la esencia del Cuerpo son uno solo. Es imposible que el Cuerpo de Cristo tenga más de una esencia. El Espíritu solo es la esencia del Cuerpo.
El Espíritu está en el Cuerpo. En 1 Corintios 12:13 leemos: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Este versículo revela que el Espíritu no sólo es la esencia del Cuerpo, sino también Su vida y suministro de vida. Sin el Espíritu, el Cuerpo sería un cadáver.
La esperanza del versículo 4 es la esperanza de gloria (Col. 1:27). Como personas salvas, tenemos la esperanza de que un día el Señor Jesús vendrá como nuestra esperanza de gloria y que por medio de El, el cuerpo de la humillación nuestra será transfigurado (Fil. 3:21). Por un lado, valoramos mucho nuestro cuerpo, pues nos es útil y sin él no podríamos existir; pero por otro, nuestro cuerpo nos causa problemas porque a veces se debilita y es propenso a enfermarse. Por consiguiente, nosotros los creyentes tenemos la esperanza de que un día nuestro problemático cuerpo será metabólicamente transfigurado por Cristo y será un cuerpo glorificado.
Si les es difícil creer que nuestro cuerpo vil será transfigurado y llegará a ser glorioso, les pido que consideren el proceso por el cual una semilla de clavel produce una flor. La semilla no tiene ninguna belleza en sí misma, pero cuando se siembra y crece normalmente, se transfigura y llega a ser una planta que produce bellas flores. Pablo, al hablar de la transfiguración de nuestros cuerpos en 1 Corintios 15, los asemeja a semillas (vs. 35-44). Tenemos la firme esperanza de que un día la “semilla” florecerá.
Según Romanos 8, nuestra esperanza también implica el hecho de que seremos manifestados como hijos de Dios. Nosotros ya somos hijos de Dios, pero nuestra condición de hijos está escondida y es un tanto misteriosa. Por ello, el mundo nos trata como personas comunes, y no ve que somos hijos de Dios. Pero el día llegará cuando nuestra filiación se manifestará. Entonces ya no será necesario proclamar que somos cristianos, pues será evidente que somos hijos de Dios y que hemos entrado en Su gloria. La manifestación de los hijos de Dios será la glorificación de ellos. Esta es nuestra esperanza.
Ni la transfiguración de nuestro cuerpo ni nuestra manifestación como hijos de Dios transcurrirá repentinamente. Este es un proceso que toma lugar poco a poco. Es verdad que en cierto sentido la transfiguración y la manifestación ocurrirán repentinamente, pero conforme a la verdad contenida en el Nuevo Testamento y según nuestra experiencia, esto también es un proceso gradual por el cual estamos pasando actualmente. Este proceso se lleva a cabo por el Espíritu, quien es la esencia, la vida y el suministro de vida del Cuerpo de Cristo. Actualmente el Espíritu actúa en nosotros para transfigurarnos y manifestar nuestra filiación. Esta es la razón por la cual Pablo enlaza la esperanza y el Espíritu con el Cuerpo.
Como creyentes, somos miembros del Cuerpo de Cristo. Pero, aunque somos miembros del Cuerpo, ¿estamos satisfechos con nuestra condición actual? Si somos sinceros, reconoceremos que tanto nuestro estado actual como el de la iglesia no es satisfactorio. Necesitamos ser transfigurados. En cada uno de nosotros como miembros del Cuerpo, y en el Cuerpo como un todo, está el Espíritu, quien es la esencia, la vida y el suministro vital del Cuerpo. Este Espíritu no está inactivo ni ocioso; por el contrario, está operando energética y continuamente en nosotros con el propósito de que experimentemos el cumplimiento de la esperanza a que fuimos llamados. Por esta razón decimos que la transfiguración de nuestro cuerpo no ocurrirá por casualidad. Actualmente el Espíritu que mora en nosotros está realizando dos cosas: la transfiguración de nuestros cuerpos y la manifestación de los hijos de Dios. Debido a este proceso de transfiguración y manifestación, el arrebatamiento, lejos de ser una sorpresa, debe de ser una experiencia normal.
El versículo 4 implica que el Espíritu que ahora mora en nosotros está conduciendo al Cuerpo de Cristo a la gloria, lo cual es el cumplimiento de nuestra esperanza. Por tanto, en este versículo se menciona un Cuerpo, un Espíritu y una esperanza. Puesto que todos estamos en el Cuerpo y tenemos un solo Espíritu y una sola esperanza, somos uno. No hay motivo para no ser uno y no hay razón para ser diferentes. Somos un solo Cuerpo y tenemos un solo Espíritu, el cual obra en nosotros para conducirnos a la meta de nuestra esperanza.
El versículo 5 dice: “Un Señor, una fe, un bautismo”. Este versículo no dice “un Hijo”, sino “un Señor”. En el Evangelio de Juan es el Hijo en quien creemos (3:16), mientras que en Hechos creemos en el Señor (Hch. 16:31). En los escritos de Juan, el Hijo imparte vida (1 Jn. 5:12), mientras que en Hechos, el Señor, después de Su ascensión, ejerce la autoridad (Hch. 2:36), algo que tiene que ver con Su función como Cabeza. Aquí, como Cabeza del Cuerpo (Ef. 1:22), El es el Señor. El hecho de que creemos en Cristo está relacionado tanto con la vida como con la autoridad. No hay muchos cristianos, sin embargo, que se dan cuenta de que la fe que ejercen en el Señor tiene que ver con la autoridad así como con la vida. Nosotros, como pecadores perdidos, no sólo estábamos espiritualmente muertos, sino que también estábamos sin el Señor, es decir, no teníamos cabeza. Pero habiendo creído en el Señor, ahora tenemos vida y también una cabeza.
En Efesios, la unidad del Cuerpo no sólo está ligada a la vida, sino también a la autoridad. Los cristianos están divididos porque no honran la Cabeza. En el versículo 4 Pablo habla de la vida, la cual está íntimamente relacionada con el Espíritu; mientras que en el versículo 5 él habla de la autoridad. Hoy son pocos los cristianos que le dan importancia a la vida, y menos todavía los que tienen en cuenta la autoridad. Por la misericordia y la gracia del Señor, los que estamos en el recobro del Señor le damos importancia tanto a la vida como a la autoridad de la Cabeza. No sólo tenemos un Cuerpo con un Espíritu y una esperanza, sino también un Señor con una fe y un bautismo.
En el Nuevo Testamento, la fe denota tanto la acción de creer como el contenido de lo que creemos. La fe como acción de creer es personal y subjetiva, mientras que como contenido de lo que creemos, es objetiva. La fe del versículo 5 no se refiere a la acción de creer, sino al objeto de nuestra fe.
Como cristianos, tal vez difiramos con respecto a varias doctrinas; no obstante, tenemos una sola fe. Todos creemos en la persona del Señor Jesús y en Su obra redentora. Creemos que Cristo es el Hijo de Dios, que se encarnó para ser un hombre, que murió en la cruz por nuestra redención, que resucitó al tercer día y que ascendió a los cielos. Esta es la fe a la cual se aferra todo creyente genuino.
Por medio de esta fe nos unimos a Cristo. Tan pronto como creemos en la persona y obra de Jesucristo, el Hijo de Dios, quedamos unidos a El. Anteriormente estábamos fuera de Cristo, pero ahora estamos en El. Cristo es nuestro Señor y nuestra Cabeza, y estamos bajo Su autoridad. Somos miembros de Su Cuerpo, y El es nuestra Cabeza.
Si queremos guardar la unidad, debemos prestar atención tanto a la vida como a la autoridad. El Espíritu vivificante opera constantemente en nosotros para transformar nuestra alma y transfigurar nuestro cuerpo a fin de que seamos plenamente manifestados como hijos de Dios. Esto depende totalmente de la vida. Por otra parte, no solamente tenemos al Espíritu vivificante, el cual está dentro de nosotros, sino también al Señor, la Cabeza del Cuerpo. Así que es imprescindible que nos sometamos a la autoridad de Cristo, la Cabeza.
Mediante la fe creemos en el Señor (Jn. 3:36), y mediante el bautismo somos introducidos en El (Gá. 3:27; Ro. 6:3) y llegamos a nuestro fin con respecto a Adán (Ro. 6:4). Por medio de la fe y el bautismo fuimos trasladados de Adán a Cristo y así unidos al Señor (1 Co. 6:17).
La realidad del bautismo consiste en comprender y confesar que nuestro ser natural fue crucificado y sepultado. Por ende, cuando nos bautizamos, estamos conscientes de tres cosas: la muerte, la sepultura y la resurrección. Por medio de la fe nos unimos a Cristo, y somos crucificados, sepultados y resucitados en Cristo. Inmediatamente después de creer en Cristo, debemos bautizarnos como testimonio de que entendemos esto. El bautismo siempre sigue a la fe. Mediante el bautismo, experimentamos un traslado completo de Adán a Cristo. Ahora nos encontramos en Cristo, quien es nuestra vida y nuestro Señor. Ya no estamos en Adán y él ya no es nuestra cabeza. Ahora estamos en Cristo, y ahora El es nuestra Cabeza. Puesto que el Señor, la fe y el bautismo están relacionados de esta manera, Pablo los menciona juntos en el versículo 5.
El versículo 6 dice: “Un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Dios es el Autor de todas las cosas, y el Padre es el origen de la vida del Cuerpo. En el versículo 4 tenemos la vida; en el versículo 5, la autoridad de la Cabeza; y en el versículo 6, el origen o fuente. Ya que todo tiene un origen, se puede trazar. Lamentablemente los cristianos, en su mayoría, por ser tan superficiales no prestan atención al origen o fuente de las cosas. En contraste, los que estamos en la vida de iglesia debemos ejercer un discernimiento sobrio. Esto significa que debemos tomar en consideración la vida, la autoridad de la Cabeza y la fuente u origen. Si trazamos el origen de las cosas, no seremos engañados ni desviados.
El apóstol Pablo era una persona con un gran discernimiento, pues había recibido de parte del Señor la capacidad de discernir las cosas. El comenzó con el Cuerpo y trazó la fuente hasta llegar al Dios y Padre. Esto significa que él regresó al origen mismo, a la fuente de todo.
En el versículo 6, Pablo habla de un Dios y Padre, “el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. En estas palabras está implícita la Trinidad. “Sobre todos” se refiere principalmente al Padre; “por todos”, al Hijo; y “en todos”, al Espíritu. El Dios Triuno entra en nosotros como el Espíritu. Nuestra unidad se compone de la Trinidad de la Deidad: el Espíritu, quien es el Espíritu vivificante; el Hijo, quien es el Señor y la Cabeza; y el Padre, quien es el origen de todo. Si vemos esto, nada nos podrá distraer o desviar; tendremos el debido discernimiento con respecto a la unidad y sabremos cómo guardarla.
El asunto de guardar la unidad está vinculado con el Dios Triuno. Esto significa que el Dios Triuno es la base de nuestra unidad, su fundamento, su cimiento. El Padre es el que dio origen a nuestra unidad, el Señor la realizó y el Espíritu la ejecuta. Sin embargo, en nuestra experiencia, el Espíritu es primero porque El está directamente relacionado con la unidad del Cuerpo de Cristo, El es quien aplica la unidad en el Cuerpo. Después de esto, tenemos al Señor, quien realizó la unidad, y al Padre, quien es el origen de la unidad. Por consiguiente, nuestra unidad es el propio Dios Triuno hecho real y experimentado por nosotros en nuestra vida cristiana.
Aunque muchos hemos sido cristianos por años, nunca habíamos oído que la unidad es el propio Dios Triuno hecho real para nosotros en nuestra experiencia. Nuestra unidad es el Dios Triuno —el Espíritu, el Señor y el Padre— forjado en el Cuerpo. Además del Dios Triuno, tenemos la fe, el bautismo y la esperanza. Un día recibimos la fe y fuimos puestos en Cristo. ¡Qué visitación más gloriosa fue la llegada de la fe! Después de creer en Cristo, fuimos bautizados y llegamos a ser miembros del Cuerpo y recibimos la esperanza de que un día seríamos glorificados. Esta es nuestra unidad. La unidad es el Dios Triuno forjado en el Cuerpo, el cual nace por medio de la fe y el bautismo y tiene la esperanza de un día ser glorificado. Que todos tengamos un corazón que anhele esta unidad y se dedique a guardarla.