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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Efesios»
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Mensaje 40

LA MANERA DE ALCANZAR LA NORMA

  En el mensaje anterior vimos la norma del creyente; en este mensaje veremos cómo alcanzarla.

  Efesios 3:1 dice: “Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles”. Este versículo no contiene una oración completa, pues tiene sujeto, mas no predicado. Los versículos del 2 al 21 del capítulo tres forman un paréntesis, incluso una de las mejores traducciones de la Biblia los coloca en paréntesis. Esto significa que el pensamiento que Pablo expresa en 3:1 continúa en 4:1. Mientras Pablo redactaba esta epístola, al llegar a 3:2, surgió la carga dentro de él de añadir algo a manera de paréntesis. Luego, en 4:1, regresó a su tema, diciendo: “Yo pues, prisionero en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”, completando así el pensamiento que comenzó a expresar en 3:1. Por tanto, al juntar 3:1 y 4:1, tenemos la idea completa.

  El extenso paréntesis entre 3:1 y 4:1 constituye una sección de gran importancia en Efesios. En esta sección Pablo indica que su anhelo era que todos los creyentes fueran como él. Puesto que nosotros también queremos andar como es digno del llamamiento de Dios, debemos tomar a Pablo como nuestra norma. Con este fin, él se presentó a sí mismo como modelo. En el capítulo tres, Pablo no se basó en su condición de apóstol llamado por Dios, sino en su condición de prisionero del Señor. Como tal, él era el modelo de uno que andaba como es digno del llamamiento de Dios. En el capítulo tres de Efesios Pablo no sólo presenta la norma del creyente, sino también la manera de alcanzarla. Examinemos con algunos detalles los varios aspectos de cómo alcanzar dicha norma.

LA MAYORDOMIA UNIVERSAL

  En primer lugar, todos debemos ser mayordomos como Pablo (3:2). La mayordomía no está limitada a los primeros apóstoles; más bien, es de carácter universal, es decir, pertenece a todos los discípulos del Señor. Por ejemplo, la parábola del mayordomo descrita en Lucas 16 fue presentada a los discípulos, lo cual indica que todo creyente, incluyéndonos a nosotros, debe ser un mayordomo. Creo que cuando Pablo habló de la mayordomía en 3:2, él estaba consciente de que ésta es dada a todos los creyentes.

  En Efesios 3, Pablo desarrolla un concepto que el Señor Jesús presentó en los cuatro evangelios. Los evangelios revelan que todos los creyentes son mayordomos y también siervos (Mt. 25:14-30). Según los evangelios, un esclavo no difiere en nada de un siervo, de un mayordomo. Efesios 3 presenta el concepto de que los apóstoles no son los únicos mayordomos y esclavos, sino que también lo son todos los creyentes.

  Muchos cristianos, debido a la influencia de su trasfondo y entorno religiosos, no se consideran mayordomos. ¿Estamos conscientes nosotros de que no somos simplemente creyentes, personas que confían en el Señor para su salvación? ¿Nos hemos dado cuenta de que no somos simplemente discípulos que reciben disciplina y entrenamiento? ¿Sabíamos que somos mayordomos que servimos las riquezas de Cristo a los demás? Todos tenemos que considerarnos mayordomos. Si asimilamos este concepto, nuestra vida cristiana cambiará. Todos somos mayordomos; hasta se nos podría llamar mozos, personas que sirven a otros las riquezas de Cristo como alimento nutritivo. La “cocina” en la que se prepara este alimento es la iglesia. Si no tenemos nada que suministrarles a los demás, vengamos a esta “cocina” y recibamos el suministro.

RECIBIR GRACIA

  Debido a que nuestra mayordomía es la mayordomía de la gracia de Dios, necesitamos recibir la gracia, aun la abundancia de la gracia. Es un hecho que todos podemos ser enviados y ser portavoces de Dios, pero para cumplir esta función necesitamos la gracia. En Juan 1:16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”.

  Ya mencionamos que todos los creyentes son mayordomos. Además, como mayordomos, tenemos el suministro que proviene de una excelente “cocina”. Pero, ¿qué le serviremos a los “comensales” cuando estemos con ellos? Debemos servirles la misma gracia que nosotros hemos recibido.

  Quizás nos preguntemos cómo podemos recibir gracia de manera práctica. Para esto, tenemos que acudir a la Palabra y orar con ella. Sumergirnos en la Palabra equivale a recibir la gracia, y orar con la Palabra es tocar la realidad. Además, después de entrar en la Palabra y de orar con ella, debemos andar en el espíritu conforme a la Palabra. Si diariamente ponemos en práctica estas tres cosas, recibiremos un continuo suministro de gracia. Con esta gracia, seremos iluminados y experimentaremos la realidad de Dios como gracia. La gracia espontáneamente nos une a la iglesia y nos vincula vitalmente con la “cocina”. De esta manera nos convertimos en verdaderos mayordomos.

  Si afirmamos ser apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros, pero no entramos en la Palabra, ni oramos ni andamos en el espíritu conforme a la Palabra, lo único que tendremos será un título vacío. No tendremos la realidad ni podremos alcanzar la norma establecida por Pablo.

  Cuando oremos, no debemos preocuparnos por asuntos triviales. Por ejemplo, no debemos orar por problemas secundarios tales como la salud o el mal genio. Cuanto más uno ore por su mal genio, más molesto se sentirá. Oremos con la Palabra, especialmente con capítulos como Efesios 3. Debemos orar con la Palabra hasta que entre en nosotros y nos llene. Cuando la Palabra entra en nosotros, y el Espíritu llena nuestro espíritu, nuestro andar cotidiano espontáneamente se convierte en un andar digno del llamamiento de Dios. Entonces andamos en el espíritu conforme a la Palabra, y recibimos la gracia y la experimentamos. Al recibir la gracia de esta manera, alcanzamos la norma que Pablo estableció.

RECIBIR REVELACION

  Para llegar a esta norma, también necesitamos recibir revelación (3:3, 5). Un profeta es una persona llena de luz, alguien que ve lo que otros no ven. Los que están en tinieblas no tienen nada que decir; en cambio, los que están en la luz tienen mucho que expresar. Cuando vemos algo por revelación, automáticamente tenemos algo que hablar. Si queremos ser los enviados y profetas de hoy, debemos recibir gracia y también revelación.

  Al recibir gracia y revelación, espontáneamente sentiremos la carga de visitar a otros. Alguien que a diario entra en la Palabra y que ora de manera consistente, tendrá la carga de comunicarles a otros lo que ha visto y experimentado; por lo menos, tendrá el deseo de llamar a alguien por teléfono. No piense que la gracia y la revelación que recibimos nos permitirán permanecer pasivos o inactivos. No; la gracia y la revelación nos infundirán la carga de visitar y ministrar a otros. Esto es lo que implica ser apóstol y profeta de una manera práctica. Es inútil que yo u otra persona lo animemos para que usted sea un enviado o un portavoz; lo único que funciona es que usted profundice en la Palabra, ore y reciba gracia y revelación. Cada vez que usted sea iluminado por el Señor, anhelará fervientemente comunicarles a otros lo que ha visto.

  La manera de recibir revelación consiste en sumergirnos en la Palabra. Yo creo que Pablo recibió revelación mediante su estudio del Antiguo Testamento. Esta dedicación al estudio de la Palabra, le permitió recibir revelación. En el caso de los fariseos, sin embargo, ellos no podían recibir revelación al estudiar la Palabra porque estaban cerrados y eran desobedientes. Pablo, en cambio, estaba abierto, y el Señor quitó de él todos los velos que lo cubrían. Al venir a la Palabra, debemos pedirle al Señor que corra los velos de nuestros ojos. Nosotros no sabemos qué velos nos cubren, pero el Señor sí sabe y está dispuesto a quitarlos. Debemos orar: “Señor, vengo a buscarte en Tu Palabra. Concédeme Tu luz y quita de mí todo aquello que cubra mi visión”. Si oramos de esta manera, la luz resplandecerá, y recibiremos revelación. Entonces comunicaremos a otros la luz que hemos recibido del Señor. Nuestras palabras estarán tan llenas de la luz divina que sorprenderán en gran manera a los religiosos. ¡Cuánto necesitamos todos los que nos reunimos como la iglesia estar llenos de luz y de revelación!

FORMULAR PREGUNTAS ADECUADAS

  Al recibir revelación, no debemos preocuparnos por asuntos menores tales como el lavamiento de los pies, la manera de bautizar o el tamaño de la copa que se debe usar en la mesa del Señor. Me preocupa cuando los santos me hacen preguntas respecto a temas secundarios y descuidan asuntos tales como el propósito eterno de Dios y Su economía. En cierta ocasión visité un lugar donde supuestamente la gente era muy espiritual. Durante una comunión que tuvimos con el propósito de responder a algunas preguntas, me quedé decepcionado por la clase de preguntas que me formularon. Ellos me preguntaron sobre temas insignificantes, y ni siquiera mencionaron puntos importantes tales como la diferencia entre el misterio de Cristo y el misterio de Dios.

  Las preguntas que hacemos muestran dónde estamos y qué somos. Por ejemplo, muchas de las preguntas que me hacen mis nietos pequeños carecen de sentido. Por supuesto, yo no espero que ellos me hagan preguntas sobre temas profundos, pues para ello es necesario tener mucho conocimiento y experiencia. Al leer el capítulo tres de Efesios debemos hacernos muchas preguntas, como por ejemplo: ¿Qué es la mayordomía de la gracia? ¿qué es el misterio de Cristo? ¿qué es un coheredero? ¿qué son las inescrutables riquezas de Cristo? ¿qué es la economía del misterio? ¿cuál es la diferencia entre las eras y las generaciones? ¿qué significa ser fortalecido en el hombre interior? ¿cómo puede Cristo hacer Su hogar en nuestros corazones? Si buscamos las respuestas a estas preguntas, recibiremos revelación.

  Después de recibir luz y revelación en respuesta a todas esas preguntas, tendremos mucho que compartir con otros. Los que estamos en el recobro del Señor debemos ser personas que siempre están comunicando la revelación que hemos recibido. Cuanto más veamos, más desearemos hablar. Esta es la razón por la cual siempre tengo algo que compartir en el ministerio. En realidad, cuanto más hablo, más tengo que decir. Si queremos tener esta capacidad, debemos recibir revelación. Todos los santos, no sólo los primeros apóstoles, debemos recibir revelación.

MINISTROS DEL EVANGELIO

  En 3:7 Pablo declara que él fue “hecho ministro por el don de la gracia de Dios”. Como mencionamos en un mensaje anterior, un ministro es uno que sirve. Así que, no debemos ser sólo mayordomos, sino también ministros, servidores.

  En el versículo 7 las palabras “del cual” aluden al evangelio del versículo 6. Esto quiere decir que Pablo llegó a ser un ministro del evangelio, es decir, uno que servía el evangelio a otros. Nosotros también somos ministros del evangelio. Este evangelio no se centra en el cielo, sino en el hecho de que en Cristo Jesús los gentiles son “coherederos y miembros del mismo Cuerpo, y copartícipes de la promesa” (v. 6). El evangelio del versículo 6 trata de los coherederos, los miembros del mismo Cuerpo y los copartícipes de la promesa. Todos los santos podemos ser ministros de este evangelio tan rico y elevado.

  Es menester que prediquemos el evangelio elevado a nuestros padres, a nuestros vecinos y a nuestros amigos. Hablémosles de lo que significa ser coherederos y copartícipes de la promesa en Cristo. Si responden de manera negativa, continuemos hablándoles de manera positiva acerca de lo que hemos visto en el libro de Efesios. No debe preocuparnos si ellos no nos entienden. Si seguimos hablándoles regularmente, con el tiempo, entenderán lo que les hablamos. Hablemos todos a otros lo que hemos visto en el libro de Efesios.

FORTALECIDOS EN EL HOMBRE INTERIOR

  Si queremos alcanzar la norma establecida por el apóstol Pablo, es necesario que todo nuestro ser sea fortalecido en el hombre interior. Al experimentar este fortalecimiento, seremos arraigados y cimentados en amor y recibiremos la fortaleza necesaria para comprender las dimensiones de Cristo, conocer Su amor, que excede a todo conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios (3:16-19). Pablo era uno que había sido fortalecido en su hombre interior; por tanto, estaba arraigado y cimentado en amor, y conocía las dimensiones de Cristo y Su amor, que excede a todo conocimiento. ¿Podríamos decir lo mismo de nosotros? Pablo pidió en oración que se nos fortaleciera en nuestro hombre interior a fin de que fuéramos llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.

  No pensemos que Pablo podía alcanzar tal norma, pero que nosotros no. El pensamiento crucial del capítulo tres es que Pablo esperaba que todos los santos fueran como él. Todos podemos y debemos ser fortalecidos en el hombre interior. De igual manera, todos debemos ser arraigados y cimentados en amor, y todos debemos tener la fortaleza para conocer las dimensiones de Cristo, conocer Su amor, que excede a todo conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios.

  En el capítulo tres de Efesios vemos que el deseo de Pablo era que todos los santos fueran como él. En los versículos del 2 al 9, él expresa esto desde una perspectiva, y en los versículos del 16 al 19, lo relata desde otra. Desde una perspectiva, somos mayordomos, hemos recibido gracia, hemos visto la revelación del misterio y somos los ministros del evangelio elevado. Nosotros ministramos las riquezas de Cristo para que la iglesia se produzca de una manera práctica. Por otra, debemos ser fortalecidos en el hombre interior a fin de ser arraigados y cimentados en amor, y tener la fortaleza para conocer las dimensiones de Cristo, conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Desde ambas perspectivas, debemos ser semejantes a Pablo. Si somos lo que él era, andaremos como es digno del llamamiento de Dios, pues habremos alcanzado el nivel de un creyente normal.

  Cuando Pablo estaba a punto de implorar a los santos que anduvieran como es digno del llamamiento de Dios, sintió la carga de añadir un paréntesis, que consta en 3:2-21. En esta sección, Pablo se presenta a sí mismo como el modelo de lo que debe ser un creyente normal. El había recibido gracia, era un mayordomo, había visto la revelación y había sido hecho ministro del evangelio elevado. El predicaba las riquezas de Cristo como evangelio para producir la iglesia. Como tal, Pablo fue fortalecido en el hombre interior, estaba arraigado y cimentado en amor, conocía las dimensiones de Cristo y Su amor, y estaba lleno hasta la medida de toda la plenitud de Dios, la cual es la iglesia, la expresión del Dios Triuno. Hoy todos podemos ser tales personas. ¡Alabado sea el Señor porque en Efesios 3 no sólo tenemos la norma, sino también la manera de alcanzarla!

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