Mensaje 42
A través de los siglos, los cristianos han sostenido el concepto natural de que la iglesia es simplemente una organización social. Pero de hecho la iglesia no es una organización. Como dice Pablo en sus epístolas, la iglesia es el Cuerpo de Cristo. Nuestro cuerpo físico, una figura del Cuerpo místico de Cristo, no es una organización, sino un organismo, y como tal, depende totalmente de la vida. Cuando la vida se acaba, el cuerpo se convierte en un cadáver, el cual se puede comparar con una organización.
El concepto de que la iglesia es una organización social ha causado mucho daño. En las organizaciones sociales sí es necesario que ciertos miembros ocupen rangos más elevados que otros. Y en la religión esto puede presentarse en forma de una jerarquía. Pero en nuestro cuerpo físico no existe la jerarquía. Sin bien es cierto que la posición de ciertos miembros es más elevada que la de otros, esto obedece a un orden funcional, no a un rango. Por ejemplo, debido a su función, la nariz está por arriba de la boca. Sería absurdo decir que la nariz tiene un rango superior al de la boca. Del mismo modo, nuestros dedos están por debajo de los brazos y de los hombros, pero esto no significa que tengan un rango inferior. Todo esto obedece a un orden funcional. ¿Cómo podrían funcionar los dedos si estuvieran conectados a los hombros? Por consiguiente, en el cuerpo físico, el cual es un cuadro del organismo vivo del Cuerpo de Cristo, no existen ni rangos ni jerarquías, sino un orden funcional.
En el pasado conocí a algunas mujeres que no estaban de acuerdo con lo que Pablo dice en Efesios 5 en cuanto a que las esposas deben someterse a sus maridos. De igual modo, ellas tampoco aceptaban las palabras que Pablo escribió en 1 Corintios 11, donde afirma que el hombre es cabeza de la mujer. Debido a la influencia del concepto moderno acerca de la emancipación femenina, preguntaron por qué la mujer debía sujetarse al hombre. Yo les contesté haciendo referencia al orden en que están estructurados los miembros de nuestro cuerpo físico. Traté de mostrarles que dicho orden no depende de rangos, sino de función. Por ejemplo, la nariz está en el lugar apropiado para cumplir la función que le corresponde. Pasa lo mismo con los demás miembros del cuerpo. Sin embargo, el hecho de que la nariz esté ubicada arriba de la boca según su orden funcional no significa que tenga un rango superior al de la boca. Si pensamos que debe haber rangos en el Cuerpo de Cristo, esto significa que estamos bajo la influencia de la mentalidad del ser humano caído. Estos conceptos han sido la causa de muchos problemas y dificultades.
Al examinar lo que dice el Nuevo Testamento acerca de los apóstoles, profetas y ancianos, debemos desechar todo concepto natural. Si nos aferramos a nuestro concepto natural, automáticamente pensaremos que los apóstoles, profetas y ancianos ocupan un rango superior. La idea de que hay rangos es un concepto totalmente natural, un concepto ajeno a las Escrituras. Los apóstoles, los profetas y los ancianos desempeñan ciertas funciones, pero eso no los coloca por encima de los demás santos. En el Cuerpo hay muchos miembros, y todos tienen diferentes funciones. No obstante, aunque la función de cada uno sea distinta, eso no indica que haya diferencia de rangos. En un organismo no se está consciente de rangos. Si nuestros hombros pudieran hablar, dirían que a ellos jamás se les ha ocurrido pensar que tienen algún rango en el cuerpo; dirían que nunca se han considerado superiores a los demás miembros.
Algunos ancianos se sienten orgullosos de su posición y esperan ser honrados por los santos. Otros hermanos ambicionan ser ancianos. Pero en la vida de iglesia no hay lugar para la ambición. Si conocemos la Biblia, comprenderemos que un anciano es un esclavo. El concepto de rangos debe ser arrancado de nosotros. Los apóstoles y los ancianos no son altos funcionarios; por el contrario, son personas que sirven a Cristo a las iglesias y a los santos.
Mi carga en este mensaje es que todos los santos deben ser miembros que edifican. Efesios 4:11 dice: “Y El mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros”. Las personas dotadas no son oficiales de rango especial; más bien, son personas dadas para perfeccionar a los santos (v. 12). Los santos necesitan ser perfeccionados, equipados, suplidos para la obra del ministerio, la cual consiste en edificar el Cuerpo de Cristo. Puesto que muchos santos todavía no se involucran en dicha obra, ellos necesitan a las personas dotadas mencionadas en el versículo 11, para que los perfeccionen, los equipen, los capaciten a fin de que sean aptos para llevar a cabo la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo. El perfeccionamiento o equipamiento está relacionado con el crecimiento en vida y con el adiestramiento en el desarrollo de ciertas habilidades.
La luz que vemos en estos versículos nunca ha sido tan brillante y clara como lo es ahora. Hemos visto que la obra del ministerio es simplemente edificar el Cuerpo de Cristo. Esta obra no es exclusiva de los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros, sino que en ella participan todos los miembros. Así que, todos los santos son miembros que edifican. No sólo somos miembros que han sido edificados, sino que también somos miembros que edifican el Cuerpo. Primero, los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros perfeccionan a los santos, es decir, los edifican; y a su vez, los santos perfeccionados llegan a ser los miembros que edifican. En estos días los santos están siendo perfeccionados; pero espero que después de algún tiempo, los santos que ahora están siendo perfeccionados también lleguen a ser edificadores.
El versículo 13 dice: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. Notemos que en este versículo Pablo no dice “lleguen”, sino “lleguemos”. Cuando escribió este versículo, Pablo ya era un hombre maduro; sin embargo, esperaba que los inmaduros crecieran. En otras palabras, él esperaba que todos llegáramos. Pablo no quería llegar a su destino antes que los más jóvenes; más bien, esperaba que todos llegáramos a tres cosas: a la unidad de la fe, a un hombre de plena madurez y a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Este versículo contiene tres frases que comienzan con la palabra “a”. El hecho de que no haya conjunción indica que la segunda frase está en aposición con la primera, y la tercera con la segunda. Así que, en realidad las tres frases aluden a lo mismo.
Pablo esperaba que todos los santos llegaran a la norma que él había alcanzado y que fueran idénticos a él. El era un edificador, y nosotros también debemos serlo. Pablo no era un oficial de alto rango, sino simplemente un miembro del Cuerpo. La diferencia entre él y la mayoría de nosotros es que Pablo era un miembro edificador, mientras que la mayoría de nosotros somos miembros edificados. No obstante, se acerca el día, tal vez dentro de unos pocos años, en que todos nosotros seremos miembros edificadores. Entonces todos juntos llegaremos a nuestro destino.
El versículo 14 añade: “Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un sistema de error”. Un bebé espiritual no puede edificar; él primero tiene que ser edificado, y para ello necesita crecer. Si queremos ser miembros edificados, y especialmente si deseamos ser miembros que edifican, debemos crecer. Además, debemos desarrollar ciertas habilidades. En el mensaje anterior dijimos que la manera de perfeccionar a los santos es alimentarlos para que crezcan, y entrenarlos para que aprendan ciertas habilidades. Aprender a desempeñar cierta función está relacionado con nuestro crecimiento en vida. Cuanto más maduros seamos, más podremos ser adiestrados. Por ejemplo, un niño de cierta edad puede aprender matemáticas con mayor facilidad que uno de menor edad. Es el crecimiento en vida lo que nos capacita para aprender ciertas habilidades.
Hoy en día no hay muchos cristianos que le den importancia al crecimiento en vida, y menos aun, los que se interesan por ser adiestrados. Por esta razón, entre la mayoría de los cristianos de hoy no hay crecimiento ni entrenamiento. Es por eso que, a pesar de que asisten a los llamados servicios de la iglesia por muchos años, siguen siendo bebés. Una persona así jamás podría hacer lo que hacen los apóstoles y profetas, porque que no ha sido alimentada ni entrenada.
La condición del recobro del Señor debe ser completamente diferente. Debemos levantarnos y declarar que queremos crecer en vida y que queremos desarrollar las habilidades necesarias para llegar a ser miembros edificadores. Espero que después de algunos años todos los santos serán miembros edificadores que habrán crecido en vida y que podrán desempeñar ciertas habilidades. Esto es lo que significa ser perfeccionado, completado, equipado y suministrado.
El versículo 15 dice: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo”. Este versículo habla claramente del crecimiento. ¡Cuánto necesitamos crecer! Es bueno que la Palabra nos de la confianza de que todos podemos hacer lo mismo que los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Todos tenemos el potencial para ello. Sin embargo, este potencial se puede desarrollar únicamente por medio del crecimiento. Sin crecimiento, el potencial no significa nada. Si deseamos crecer, tenemos que entrar en la Palabra, alimentarnos de ella y ejercitar nuestro espíritu orando y recibiendo al Señor cada día. Al alimentarnos de la Palabra y recibir al Señor, recibiremos la nutrición necesaria para crecer en vida.
El siguiente versículo, el versículo 16, revela que el Cuerpo procede de la Cabeza: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Este versículo indica que el Cuerpo causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor. La expresión “todas las coyunturas del rico suministro” se refiere a las personas especialmente dotadas, tales como las que se mencionan en el versículo 11; mientras que “cada miembro” denota a los miembros del Cuerpo. Cada miembro tiene una función que corresponde a su medida. Esto quiere decir que cada miembro es un miembro edificador. Los miembros edificadores mencionados en este versículo son aquellos que han crecido en vida y que han desarrollado sus habilidades funcionales.
Siento una gran carga de que todos crezcamos en vida y recibamos entrenamiento para que desempeñemos nuestra función. Estamos aquí porque queremos entregarnos al Señor sin reserva. El propósito de las reuniones de la iglesia no es relajarnos o entretenernos. El Señor necesita personas dispuestas a crecer, ser entrenadas y recibir disciplina. Así que, cada iglesia debería dedicar una tarde por la semana al entrenamiento. Si somos fieles al Señor en esto, después de algunos años todos los santos serán útiles en las manos del Señor. Que todos estemos dispuestos a decir: “Señor, queremos ser adiestrados; queremos saber cómo crecer en vida de una manera práctica, y cómo desarrollar las necesarias habilidades”.
Necesitamos que se nos adiestre para saber hablar, predicar el evangelio y enseñar y pastorear a otros. Todo cristiano que ha alcanzado la norma que el Señor exige debe ser un enviado, uno que habla de parte de Dios, que predica el evangelio y que cuida a otros. No debemos ser personas salvas que simplemente esperan ir al cielo. Creyentes así en realidad no son muy diferentes de la gente del mundo. Nosotros debemos ser personas que son enviadas continuamente a hablar de parte del Señor. Debemos predicar el evangelio y pastorear a los que se salvan por medio de nuestra predicación. Si somos personas así, seremos diferentes de la gente del mundo y de la mayoría de los cristianos. Seremos un pueblo celestial que lleva a cabo una comisión celestial.
No debemos esperar que otros sean levantados como siervos del Señor o para llevar a cabo la obra del ministerio. Todos tenemos que funcionar como apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores y maestros. Todos debemos ser miembros edificadores y todos tenemos esta capacidad. No nos interesa tener títulos ostentosos ni posiciones vanas; lo que queremos es ser los apóstoles y profetas de hoy de manera práctica. Necesitamos ser genuinos predicadores del rico y elevado evangelio, y pastores que saben cómo pastorear a los nuevos creyentes. Que todos acudamos al Señor de manera desesperada y le pidamos que nos adiestre para que seamos esta clase de miembros de Su Cuerpo. No descansaré hasta ver que todos los santos del recobro del Señor sean entrenados de esta manera. Nuestra carga es perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Creo firmemente que el Señor nos ha aclarado a todos esta visión. Ahora lo crucial es saber cómo responderán los santos. Yo diría que todos los que están entre nosotros son sinceros y fieles al Señor. Lo único que resta es que tomemos una decisión definitiva delante de El, e incluso hacer un voto de que no nos quedaremos atrás, que queremos responder a Su llamado, satisfacer Su deseo y complacerle. Si no nos entregamos a esto, nuestra vida en la tierra no tendrá sentido.
Tal vez es poco lo que podemos hacer por los cristianos que están en la religión, pero por la misericordia y gracia del Señor nosotros mismos podemos recibir ayuda para llegar a ser en la práctica y en realidad miembros que edifican. Creemos que hasta los más débiles entre nosotros pueden llegar a ser miembros edificadores. Por un lado, los hermanos que llevan la delantera deben empeñarse en perfeccionar a los santos. Por otro, los santos deben tomar una firme decisión con el Señor en cuanto a su disposición de ser adiestrados para ser miembros edificadores. Si todos somos fieles en estos aspectos, Dios hará todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o pensamos por causa de Su economía con respecto a Cristo y la iglesia.
No debe haber rangos entre los miembros edificadores del Cuerpo de Cristo. En Mateo 23:10 el Señor Jesús dijo: “Ni seáis llamados preceptores; porque uno es vuestro Preceptor, el Cristo”. Todos los que estamos en el Señor, somos hermanos, y no debe de haber preceptores entre nosotros. Las palabras claras del Señor declaran que ninguno de nosotros debe ser llamado preceptor, porque El es el único líder.
Es muy significativo que en 1 Corintios 12:28, Pablo menciona las “ayudas” antes de las “administraciones”. La palabra “ayudas” se refiere al servicio de los diáconos, mientras que “administraciones” denota la función de los ancianos. En este versículo, Pablo a propósito menciona primero el servicio de los diáconos y después la función de los ancianos. Tal vez hizo esto para que los corintios se dieran cuenta de que en la iglesia no deben existir rangos de ninguna clase. No debemos pensar que la administración que desempeñan los ancianos es más elevada que el servicio de los diáconos.
Hemos visto que en Efesios 3 Pablo dice que a él le fue dada la mayordomía de la gracia de Dios. El menciona esto con la intención de ayudar a los santos a comprender que todos ellos deben ser también mayordomos de la gracia de Dios. Este mismo pensamiento también se encuentra en 1 Pedro 4:10: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos mayordomos de la multiforme gracia de Dios”. Por tanto, todos los santos, no sólo los apóstoles, debemos ser mayordomos. Los ancianos no deben ubicarse en una categoría especial, sino que deben considerarse como mayordomos, así como lo son todos los demás santos.
En 1 Pedro 5:3 Pedro exhortó a los ancianos a no enseñorearse de la iglesia como si fuera su posesión personal. La iglesia es el Cuerpo de Cristo, no es propiedad de los ancianos. Los ancianos, por tanto, no deben pensar que la iglesia es de ellos. Sin embargo, en algunos lugares he conocido a ancianos que tienen esta actitud. Ellos mantienen a la iglesia en su “bolsillo” como si ésta fuera de ellos, y se conducen como “jefes” de la misma. Es totalmente erróneo tener dicha actitud. Los ancianos tienen que recordar que son mayordomos entre una compañía de mayordomos.
En su condición de mayordomos, los ancianos deben ser un ejemplo para los santos, tomando la iniciativa en la lectura de la Palabra, en la oración, en consagrarse al Señor, en crecer en vida, en participar en el servicio práctico de la iglesia y en todo otro aspecto. Los ancianos no son amos ni reyes, sino esclavos, siervos. Ellos también son mayordomos de la gracia de Dios, y como tales, deben ser modelos para los santos en cuanto al pastoreo, la enseñanza y a la predicación. Si todos entendemos esto claramente, no habrá problemas entre nosotros con relación al liderazgo.
Algunos me han preguntado si deben o no someterse a los ancianos de su iglesia local. Definitivamente, los santos deben ser sumisos a los ancianos. En 1 Pedro 5:5 Pedro dice: “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos”. Pero en el mismo versículo él añade: “Y todos, ceñíos de humildad en el trato mutuo”. Esto indica que no solamente los jóvenes deben someterse a los mayores, sino que éstos también deben someterse a los jóvenes. Tanto los mayores como los jóvenes deben ceñirse de humildad. A un joven le resulta difícil someterse a un anciano, pero a un anciano le resulta todavía más difícil someterse a un joven. A pesar de todo, en la vida de iglesia debe haber una sumisión mutua.
Otros me han preguntado si los ancianos tienen autoridad. Esta pregunta surge del concepto natural respecto a los rangos. Si no estuviéramos bajo la influencia del concepto natural, no haríamos esta pregunta. Digo una vez más que en la iglesia no existen tal cosa como el rango; más bien, todos somos mayordomos de la gracia de Dios, y nos sometemos unos a otros. Si el Señor lo ha puesto a usted como anciano, no debe enorgullecerse. Tampoco debe considerarse superior a los demás ni ejercer señorío sobre la iglesia como si fuera suya. Al contrario, como alguien que preside, usted debe ser un ejemplo para los santos. Cuando ellos vean el ejemplo que los ancianos les dan, posiblemente dirán: “Señor, gracias por estos buenos ejemplos. Deseamos leer la Palabra, predicar el evangelio, enseñar a otros y pastorearlos como ellos lo hacen”. Al establecer unos el ejemplo y al seguirlo otros, todos serviremos juntos como mayordomos de la multiforme gracia de Dios. Esta es la vida de iglesia apropiada, donde no hay organización, rangos, jerarquía, clero ni laicado.
Si la iglesia ha de avanzar apropiadamente es necesario que algunos hermanos se encarguen de los asuntos administrativos. Sin embargo, esta función no les da la posición de altos funcionarios, ni hace de los santos sus subordinados. Debemos despojarnos de este concepto natural, pues éste no tiene cabida en el reino de Dios. En la vida de iglesia, que es el actual reino de Dios en la práctica, tenemos un solo Rey, el Señor Jesucristo, y todos nosotros somos Sus súbditos.