Mensaje 49
En mensajes anteriores hablamos de lo que se requiere para aprender a Cristo y de la vida que esto supone. El requisito consiste en que nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo. Una vida en la que aprendemos a Cristo depende de que apliquemos el principio básico de la verdad y de que vivamos conforme a la gracia. En este mensaje presentaremos un resumen de lo que es aprender a Cristo. Este resumen incluye la verdad [realidad] (Ef. 4:21, 24, 25) y la gracia (Ef. 4:29) como los elementos básicos, y la vida de Dios (Ef. 4:18), el Espíritu de Dios (Ef. 4:30) y el diablo (Ef. 4:27) como los factores básicos.
En el mensaje anterior dijimos que en el Nuevo Testamento la gracia y la verdad forman un par, y que el amor y la luz forman otro par. Estos pares se revelan principalmente en los escritos de Juan. En su evangelio, Juan habla de la gracia y la realidad, y en su primera epístola, del amor y la luz. El Evangelio de Juan relata cómo Dios vino a nosotros en el Hijo para que lo recibiéramos como gracia y lo conociéramos como verdad. Luego, 1 Juan revela que después de recibir a Dios en el Hijo, podemos presentarnos ante el Padre y disfrutarlo como amor y luz. Así que en el Evangelio de Juan Dios viene a nosotros como gracia y verdad, y en 1 Juan nosotros vamos a Dios y entramos en comunión con El en Su amor y Su luz. Esto indica que hay un tráfico entre Dios y nosotros y viceversa. Según el libro de Apocalipsis, el resultado, el producto, de este tráfico divino es los candeleros de oro en esta era y la Nueva Jerusalén en la eternidad.
Juan 1:17 dice que la ley fue dada por medio de Moisés y que la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo. Esto significa que antes de que Cristo viniera, ni la gracia ni la verdad habían llegado al pueblo de Dios. Por supuesto, el Antiguo Testamento contiene sombras relacionadas con la gracia y la verdad, pero la realidad de éstas no existió sino hasta que vino Jesucristo. Cuando Cristo vino, vinieron con El la gracia y la verdad.
El Evangelio de Juan revela que Dios vino al hombre por medio de la encarnación. El Verbo que estaba con Dios y que era Dios se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:1, 14). El versículo 14 dice que El, el Verbo hecho carne, estaba lleno de gracia y de realidad. No dice que estaba lleno de poder y autoridad, de majestad y soberanía, ni de amor y luz. Muchos cristianos citan Juan 1:14 sin conocer lo que significan la gracia y la verdad. La gracia y la verdad están estrechamente ligadas a Dios mismo. La gracia es algo agradable, y la verdad es algo real. La gracia es de hecho la dulce persona del Señor Jesús, quien es la corporificación de la plenitud de Dios y el resplandor de la gloria divina (Col. 2:9; He. 1:3). Esto quiere decir que El es la expresión de Dios.
El Evangelio de Juan habla mucho acerca de la vida. Juan 10:10 declara que el Señor vino para que tuviéramos vida y para que la tuviéramos en abundancia. La dulce y amorosa persona de Jesús es el resplandor de Dios, Su misma expresión. Como tal, El es vida para nosotros. La vida alude a la esencia, mientras que la gracia, al disfrute que resulta de gustar de la vida. Cuando gustamos de la dulzura de la vida, experimentamos la gracia como un disfrute. Por tanto, la vida es la substancia, y la gracia es el disfrute.
Esto lo confirman los escritos de Pablo. Pablo sufría de un “aguijón en la carne” (2 Co. 12:7), el cual pudo haber sido un malestar o defecto físico. Pablo le pidió en oración al Señor tres veces que le fuera quitado dicho aguijón (v. 8), y el Señor le contestó: “Bástate Mi gracia, porque Mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co. 12:9). El Señor le dejó el aguijón a Pablo con el fin de que él tuviera la oportunidad de disfrutar de Su gracia. En la debilidad de Pablo se perfeccionó el poder de Dios y Su gracia, la cual suple toda necesidad.
La gracia es el disfrute que tenemos del Dios Triuno en todo lo que El es para nosotros. Cuando El es nuestra vida, eso es gracia. Cuando El es nuestro poder, eso también es gracia. La gracia es todo lo que Cristo es para nosotros subjetivamente a fin de que lo disfrutemos. Necesitamos la gracia a diario y continuamente. Necesitamos disfrutar a Cristo como nuestra vida, como nuestro poder y como nuestro todo. La gracia es el Dios Triuno como nuestro deleite. El vino a nosotros para que lo poseamos, experimentemos y disfrutemos. Cuando lo experimentamos como nuestro disfrute, El llega a ser la gracia para nosotros.
Ahora llegamos al tema de la verdad [la realidad]. Debido a que nuestra mente está llena de conceptos naturales con respecto a la verdad, se nos dificulta entender su significado conforme al Nuevo Testamento. Muchos piensan que la verdad es simplemente la doctrina. Siempre que leen esta palabra en la Biblia, automáticamente la interpretan de esa manera. Sin embargo, conforme al Nuevo Testamento, la verdad no se refiere a la doctrina. Si quiere pruebas de esto, substituya la palabra “verdad” por la palabra “doctrina” en versículos donde se menciona esta palabra. Al hacer esto, Juan 1:14 diría que el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y de doctrina; Juan 1:17 declararía que la gracia y la doctrina vinieron por medio de Jesucristo; y Juan 14:16 diría que el Señor es el camino, la doctrina y la vida. ¡Qué ridículo! Sería absurdo afirmar que hemos aprendido a Cristo conforme a la doctrina que está en Jesús. No obstante, en el concepto de muchos creyentes, la verdad no es más que doctrina. Otros piensan que se refiere a la sinceridad. Según este concepto, hablar la verdad equivale a hablar con sinceridad.
Si queremos conocer el significado de la palabra verdad conforme al Nuevo Testamento, tenemos que olvidarnos de todas estas definiciones. La verdad es el Dios revelado. ¡Cuán diferente es esto a decir que la verdad se refiere a la doctrina o la sinceridad! En principio, puesto que la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo, éstas deben provenir de Dios mismo. Jesús es el Dios que viene a nosotros. Cuando Dios viene a nosotros, El no viene como doctrina ni como sinceridad. Cuando El viene, todo lo relacionado con Su ser, viene también. Dios viene a nosotros para ser nuestro deleite; esto es la gracia. Dios también viene para revelarse a nosotros; esto es la verdad. En otras palabras, cuando Dios se da a nosotros para que lo disfrutemos, El es gracia; mientras que cuando se revela a nosotros, El es verdad. Por consiguiente, la verdad es el Dios que se revela a nosotros.
Estas definiciones de la gracia y de la verdad pueden ser aplicadas a casi todos los casos mencionados en los cuatro evangelios, especialmente en los que se hallan en el Evangelio de Juan. Examinemos dos de ellos: Juan 4 y Juan 8. En ambos capítulos se menciona la palabra verdad [realidad] (4:23-24; 8:32). Un día, cuando el Señor Jesús se dirigía de Judea a Galilea, “le era necesario pasar por Samaria” (Jn. 4:4) para encontrarse con una mujer samaritana inmoral, quien acostumbraba venir al pozo a sacar agua. Cansado del camino, el Señor se sentó junto al pozo y esperó a que llegara la mujer samaritana. Cuando el Señor Jesús le pidió agua, ella se quedó sorprendida de que un judío le pidiera agua a una samaritana, a lo cual el Señor contestó: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le habrías pedido, y El te habría dado agua viva” (v. 10). Después de que ella le hiciera más preguntas, el Señor respondió diciendo: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él un manantial de agua que salte para vida eterna” (vs. 13-14). ¡Cuánta gracia mostró El para con ella! Después de gustar de la gracia de Dios, la samaritana pudo comprender un poco quién era el Señor Jesús. Así que ella no sólo disfrutó a Dios, sino que también gozó de Su revelación. Cuando el Señor Jesús se encontró con la mujer samaritana, El era la corporificación de la gracia y la verdad [realidad].
En Juan 8 el Señor conversó con otra mujer pecadora, una mujer que había sido sorprendida en adulterio. Al venir a ella, Dios vino para ser su disfrute y también se reveló a ella. El Señor la ayudó a que le recibiera como gracia y a que lo conociera como el Dios revelado.
Según los evangelios todo aquel que se relacionó con el Señor Jesús de una manera positiva, recibió gracia y vio la verdad. La gracia que ellos recibieron era Dios mismo, y la verdad que ellos contemplaron también era Dios. Por consiguiente, Juan dice que de Su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia (1:16). Nosotros recibimos de El las riquezas de lo que Dios es. El es para nosotros el Dios que recibimos, que experimentamos y que disfrutamos. Esto es gracia. Después de esto, vemos a Dios y lo percibimos; esto es la verdad.
Cuando yo era joven, me molestaba el hecho de que Juan mencionara la gracia antes de la verdad. Pensaba que primero Dios se nos revelaba y luego lo disfrutábamos. Un día vi que el Señor Jesús viene a nosotros primero como gracia y después como verdad. Al analizar mi experiencia comprendí que yo había disfrutado a Cristo como gracia mucho antes de conocerlo como verdad. Muchos disfrutamos a Cristo como gracia y después lo conocimos como verdad. Esto quiere decir que lo disfrutábamos sin darnos cuenta de lo que El era. Esto indica que primero disfrutamos y después comprendemos; la gracia precede a la verdad.
Ya mencionamos que en el Evangelio de Juan, Dios viene a nosotros, mientras que en su primera epístola, nosotros vamos a Dios. Cuando vamos a Dios, entramos en Su cámara interior y tocamos al Padre por medio del Hijo y bajo la sangre limpiadora de Jesús. En esta cámara no experimentamos la gracia ni la verdad, sino el amor y la luz. Por esta razón, en 1 Juan vemos el amor en lugar de la gracia, y la luz en lugar de la verdad. Cuando Dios viene a nosotros, le recibimos como gracia y verdad; y cuando nosotros vamos a El, le encontramos como amor y luz. Esto es más profundo e íntimo que experimentar la gracia y la verdad.
Cuando tenemos comunión con el Padre en la cámara interior y le disfrutamos como amor y luz, tenemos la gracia y la verdad que necesitamos para nuestro diario vivir en el mundo. En nuestra comunión con el Padre, tenemos amor y luz, pero en el hogar o en el trabajo, tenemos gracia y verdad. Mediante la gracia y la verdad llevamos la vida diaria que concuerda con la exhortación que Pablo da en Efesios 4. Aunque estemos bajo presión en el trabajo o en el hogar, podemos vivir conforme a la verdad y por medio de la provisión de la gracia. Si hay algunos que no son amables con nosotros, tenemos la gracia para soportarlo. Cuando eso sucede, ellos verán que Dios está con nosotros. De esta manera, nuestra vida cotidiana estará llena de gracia y de verdad.
La vida de iglesia es el resultado de que Dios venga a nosotros como gracia y verdad, y de que nosotros vayamos a Dios y lo conozcamos como amor y luz. De este tráfico surgen los siete candeleros de oro mencionados en el libro de Apocalipsis. Finalmente, el resultado de este tráfico celestial será la Nueva Jerusalén como testimonio eterno de Dios. Tanto los candeleros como la Nueva Jerusalén son el fruto del tráfico entre Dios y nosotros y nosotros y Dios. En este tráfico, Dios viene a nosotros para ser nuestra gracia y verdad, y nosotros vamos a El para experimentarlo como nuestro amor y luz.
Apliquemos esto ahora al libro de Efesios. Ya vimos que los elementos básicos necesarios para aprender a Cristo son la verdad y la gracia. En contraste con el Evangelio de Juan, en Efesios 4 la verdad precede a la gracia. La verdad no es el suministro; es el resplandor de la luz. Así que, la verdad es el principio, el patrón, la norma. Como miembros del Cuerpo de Cristo que se someten a la Cabeza, estamos aprendiendo a Cristo conforme a la verdad [la realidad] que está en Jesús.
Antes de mencionar la gracia, Pablo presenta el principio, el patrón, la norma, es decir, la verdad [realidad]. Todos fuimos bautizados, no en la gracia, sino en el molde, en el patrón, el cual es la vida conforme a la realidad que se halla en Jesús. Por medio del bautismo, Dios nos puso en el patrón, en la norma, en el principio, establecido por la vida terrenal del Señor Jesús. Este es el significado de la palabra verdad [realidad] en Efesios 4.
Si deseamos expresar esa norma en nuestro vivir, debemos recibir la gracia. En el versículo 29, Pablo hace una relación entre la gracia y lo que hablamos, lo cual indica que necesitamos la gracia para los pequeños detalles de nuestra vida cotidiana, no sólo para los que consideremos importantes. Es posible que tengamos la gracia en asuntos mayores, mas no en los de menor importancia. Un hermano, por ejemplo, tal vez tenga más gracia para ministrar la Palabra, que para conversar con su esposa. Además, posiblemente todos nosotros tenemos gracia en la reunión de oración, pero carecemos de ella en nuestras conversaciones diarias. En ninguna otra área de nuestra vida necesitamos más gracia que en nuestras conversaciones. Si tenemos gracia en este aspecto de nuestro vida, la tendremos en todos los demás.
En todas las cosas necesitamos gracia para llevar una vida conforme a la realidad que está en Jesús y para ser moldeados a la imagen de Cristo. La gracia es nuestro rico suministro y disfrute. Si tenemos este suministro y este disfrute, podremos vivir según la norma del principio de la verdad. Por ello, Pablo presenta la verdad y la gracia como elementos básicos de su exhortación en el capítulo cuatro.
Junto con estos elementos hay también algunos factores básicos. Por el lado positivo, están la vida de Dios (v. 18) y el Espíritu de Dios (v. 30).
Nosotros, en contraste con los gentiles, no estamos ajenos a la vida de Dios. En efecto, en vez de estar ajenos a la vida de Dios, estamos unidos a la fuente de esta vida. La vida de Dios ha llegado a ser una fuente dentro de nuestro ser. ¡Aleluya por el suministro de vida que tenemos en nuestro interior!
También tenemos al Espíritu de Dios, el cual es la persona misma de Dios. El propio Dios en la persona del Espíritu mora en nosotros; por ende, debemos tener cuidado de no contristarlo. Debemos obedecerle, honrarle, respetarle y ser uno con El en todo momento.
El diablo constituye el factor básico por el lado negativo. En el versículo 27 Pablo nos exhorta a que no demos lugar al diablo. Aunque tenemos la vida de Dios y al Espíritu de Dios, el enemigo todavía está al acecho, buscando la oportunidad de aprovecharse de nosotros o perjudicarnos. Así que tenemos que estar alerta y cuidarnos del enemigo.