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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Efesios»
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Mensaje 50

ANDAR EN AMOR Y EN LUZ

  En este mensaje llegamos a Ef. 5:1-14, un pasaje de Efesios que abarca el cuarto aspecto de un andar digno del llamamiento de Dios, a saber, andar en amor y en luz.

I. SED IMITADORES DE DIOS COMO HIJOS AMADOS

  El versículo 1 dice: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. Pablo habla en un tono imperativo, es decir, da un mandato; nos ordena que seamos imitadores de Dios. ¡Qué hecho tan glorioso que por ser hijos amados de Dios podamos ser imitadores de El! Como hijos de Dios, tenemos Su vida y Su naturaleza. Nosotros imitamos a Dios no por nuestra vida natural, sino por Su vida divina. Es por medio de la vida de nuestro Padre, que nosotros Sus hijos podemos ser perfectos como El (Mt. 5:48).

  Según el Nuevo Testamento, los creyentes somos hijos de Dios, y como tales, tenemos Su vida. Juan 1:13 dice que nosotros nacimos de Dios. Nacer de Dios equivale a recibir la vida de Dios. Además, 2 Pedro 1:4 declara que somos participantes de la naturaleza divina. Puesto que tenemos la vida y la naturaleza divinas, podemos ser imitadores de Dios. Imitar a Dios de esta manera es muy diferente a adiestrar a un mono para que imite a un humano. El mono no tiene la vida ni la naturaleza humanas; en cambio nosotros tenemos la vida y la naturaleza divinas, y por tanto, podemos ser imitadores de Dios.

II. ANDAR EN AMOR

  En el versículo 2 Pablo da otro mandamiento: “Andad en amor”. Así como la gracia y la verdad [realidad] son los elementos básicos en Ef. 4:17-32, el amor (Ef. 5:2, 25) y la luz (Ef. 5:8, 9, 13) son los elementos básicos de la exhortación del apóstol en Ef. 5:1-33. La gracia es la expresión del amor, y el amor es la fuente de la gracia. La verdad es la revelación de la luz, y la luz es el origen de la verdad. Dios es amor y Dios es luz (1 Jn. 4:8; 1:5). Cuando Dios se expresa y se revela en el Señor Jesús, Su amor se convierte en gracia, y Su luz, en verdad. Después de que, en el Señor Jesús, recibimos a Dios como la gracia y le conocemos como la verdad, acudimos a El y disfrutamos de Su amor y Su luz. El amor y la luz son más profundos que la gracia y la verdad. Por lo tanto, el apóstol primero tomó la gracia y la verdad como elementos básicos de su exhortación, y luego, el amor y la luz. Esto implica que él quería que nuestro andar diario fuera más profundo, y que avanzara de los elementos exteriores a los interiores.

  El amor es la sustancia interna de Dios, mientras que la luz es el elemento de la expresión de Dios. El amor de Dios, el cual es interno, se puede sentir, y Su luz, la cual es externa, se puede ver. Nuestro andar diario debe estar constituido de la sustancia amorosa de Dios y de Su elemento resplandeciente. Estos deben ser la fuente interna de nuestro andar. El amor y la luz son más profundos que la gracia y la verdad.

  Pablo nos manda a que andemos en amor, como también Cristo nos amó y “se entregó a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (5:2). En 4:32 el apóstol presenta a Dios como el modelo de nuestro andar cotidiano, mientras que en esta sección, presenta a Cristo como ejemplo de nuestro vivir. En 4:32 Dios en Cristo es nuestro modelo, pues en este versículo se toman la gracia y la verdad de Dios expresadas en la vida de Jesús, como elementos básicos. Conforme a 4:32, nosotros debemos perdonar a otros así como Dios en Cristo nos perdonó; lo cual significa que Dios es nuestro ejemplo. Pero en el capítulo cinco, Cristo mismo es nuestro ejemplo, pues en esa sección, los elementos básicos son el amor que Cristo nos expresa (vs. 2, 25) y la luz que hace resplandecer sobre nosotros (v. 14). Cristo, quien nos amó y se dio a Sí mismo por nosotros, es el ejemplo de lo que es andar en amor.

  Pablo dice que Cristo “se dio a Sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante”. En la Biblia, una ofrenda y un sacrificio son dos cosas distintas. La ofrenda se presenta para que el oferente tenga comunión con Dios, mientras que el sacrificio tiene como fin redimir del pecado. Cristo se dio a Sí mismo por nosotros como ofrenda para que tuviéramos comunión con Dios, y se ofreció en sacrificio para redimirnos del pecado.

  Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros. Aunque se entregó por nosotros, fue un olor fragante para Dios. Al seguir Su ejemplo, no sólo debemos andar en amor por el bien de otros, sino también para que nuestra vida sea un olor fragante para Dios.

III. COSAS QUE NO CONVIENEN A SANTOS

  En los versículos 3 y 4, Pablo menciona algunas cosas que no convienen a santos: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias”. Nada daña más la humanidad que la fornicación. La avaricia es un deseo desenfrenado. Cosas perversas como éstas, ni siquiera se deberían nombrar entre nosotros, como conviene a santos, es decir, a personas separadas para Dios y saturadas de El, que viven conforme a la naturaleza santa de Dios.

  En lugar de hablar palabras necias o bufonerías maliciosas, debemos ofrecer acciones de gracias. Dar gracias a Dios es proclamarlo a El como la verdad, mientras que hablar necedades o bufonerías viles es expresar al diablo como falsedad.

IV. NO TENER HERENCIA EN EL REINO DE CRISTO Y DE DIOS

  El versículo 5 dice: “Porque entendéis esto, sabiendo que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. La palabra griega traducida “entendéis” es oida, la cual alude al conocimiento subjetivo, mientras que la palabra griega traducida “saber” es ginosko y se refiere al conocimiento objetivo. Debemos conocer subjetiva y objetivamente lo que Pablo dice en el versículo 5. Debemos comprender que ningún fornicario, inmundo, o avaro tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios. A los ojos de Dios, el avaro es un idólatra, uno que adora ídolos.

  En este versículo Pablo habla del reino de Cristo y de Dios. El reino de Cristo es el milenio (Ap. 20:4, 6; Mt. 16:28), además es el reino de Dios (Mt. 13:41, 43). Los creyentes entraron al reino de Dios por medio de la regeneración (Jn. 3:5), y hoy viven en él en la vida de iglesia (Ro. 14:17). Sin embargo, no todos los creyentes, sólo los vencedores, participarán en el milenio. Los impuros, los derrotados, no tendrán herencia en el reino de Cristo y de Dios, en el siglo venidero.

  Según Juan 3 todos los que han sido regenerados están en el reino de Dios. Romanos 14:17 indica también que en la vida de iglesia actual estamos en el reino de Dios. Sin embargo, el milenio será el reino en una manera que es más práctica de lo que experimentamos hoy en la vida de iglesia. Sólo durante el milenio el reino de Cristo llega a ser también el reino de Dios. Por consiguiente, la frase: “El reino de Cristo y de Dios” no se refiere al reino actual en la vida de iglesia, sino a la manifestación del reino en el milenio venidero. Hoy todos los creyentes están en el reino de Dios, pero no todos tendrán herencia en el reino milenario. Aunque tanto los derrotados como los vencedores pueden estar en la iglesia como reino de Dios hoy, sólo los vencedores heredarán el reino durante el milenio. Los fornicarios, los inmundos y los avaros no tendrán parte en el reinado de Cristo en el milenio.

V. LA IRA DE DIOS VIENE SOBRE LOS HIJOS DE DESOBEDIENCIA

  El versículo 6 añade: “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia”. La ira de Dios vendrá sobre los hijos de desobediencia principalmente a causa de las tres cosas malignas mencionadas en el versículo 3. Los hijos de desobediencia son los incrédulos. Nosotros, los creyentes, somos los hijos amados de Dios. No obstante, algunos hijos de Dios se comportan como si fueran hijos de desobediencia. Por lo tanto, la ira de Dios vendrá sobre ellos. Por esta razón, en el versículo 7 Pablo dice: “No seáis, pues, partícipes con ellos”. Debemos ser buenos imitadores de Dios y no participar de nada que sea inmundo.

VI. ANDAR COMO HIJOS DE LUZ

  En el versículo 8 Pablo dice: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz”. Nosotros en otro tiempo no sólo estábamos en tinieblas, sino que éramos las tinieblas mismas. Ahora no solamente somos hijos de luz, sino la luz misma (Mt. 5:14). Así como Dios es luz, Satanás es tinieblas. Eramos tinieblas porque éramos uno con Satanás. Ahora somos luz porque somos uno con Dios en el Señor.

  En este versículo, Pablo nos exhorta a andar “como hijos de luz”. Como Dios es luz, así también nosotros, Sus hijos, somos los hijos de luz. Por ser ahora luz en el Señor, debemos andar como hijos de luz.

  En el versículo 2 Pablo nos pide que andemos en amor, y en el versículo 8, que andemos como hijos de luz. Los primeros siete versículos de este capítulo abarcan el tema del amor. Si andamos en amor, nos guardaremos de la inmundicia. Andar en amor es andar en intimidad con Dios. Un ejemplo de este andar se ve en la íntima relación que existe entre una madre y su hija. Algunas jóvenes disfrutan de un amor especial e íntimo con sus madres. Ellas aman todo lo que sus madres aman. Por el amor que les tienen no hacen nada que contradiga el sentir de sus madres; antes bien, andan en un íntimo amor para con ellas. En el mismo principio, nosotros tenemos una relación íntima con el Padre. Los que hemos recibido gracia, podemos, en el Hijo, contactar al Padre. En la presencia del Padre no sólo disfrutamos la gracia, la expresión del amor, sino también el amor mismo. Experimentamos este amor de una manera muy íntima. Puesto que disfrutamos el amor de Dios de una manera tan íntima, no deseamos hacer nada que disguste a nuestro Padre. El Padre aborrece la fornicación, la inmundicia y la lujuria. Si nosotros andamos en amor, nos mantendremos alejados de esas cosas. Por amor al Padre, no haremos nada que contriste Su corazón. ¡Qué andar tan tierno y delicado! Esto no es simplemente vivir por la gracia; es andar en amor. Siempre debemos recordar que somos hijos de Dios y, como tales, disfrutamos de Su amor. Somos santos separados para El y saturados de El. Por ello, en nuestro andar diario siempre debemos preocuparnos por los sentimientos del Padre, porque vivimos íntimamente en Su tierno amor.

  La relación entre una madre y su hijo muestra un ejemplo de la diferencia entre el amor y la gracia. A veces el niño desea que su mamá le dé algo, pero en otras ocasiones, simplemente quiere que su madre lo abrace tiernamente. Recibir de parte de la madre algo que exprese su amor es gracia, mientras que descansar en los brazos amorosos de ella es una muestra de amor. Siguiendo el mismo principio, nosotros hemos recibido gracia, la cual es la expresión del amor del Padre; pero cuando vamos al Padre en comunión, entramos en Su amor, el cual es el origen de Su gracia.

  Es bastante difícil definir la diferencia entre la verdad y la luz. En nuestra experiencia, a menudo percibimos a Dios como verdad, como nuestra realidad, pero hay momentos en que entramos a Su presencia y sentimos que estamos en Su luz. En esas ocasiones, no solamente experimentamos la realidad, sino que estamos en la luz misma. Así que, experimentar la luz es más profundo que experimentar la verdad.

  No sólo debemos actuar conforme a la verdad y por medio de la gracia, sino también en amor y bajo la luz. Andar en amor y en luz es más profundo y más tierno que vivir conforme a la verdad y por medio de la gracia.

  Después de que Pablo nos exhortó a andar como hijos de luz, en el versículo 9, él inserta un paréntesis con respecto al fruto de la luz, diciendo que “el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad”. La bondad es la naturaleza del fruto de la luz; la justicia es la manera o el procedimiento por el cual se produce el fruto de la luz; y la verdad es la realidad, la expresión real del fruto de la luz. Esta expresión es Dios mismo. El fruto de la luz debe ser bueno en naturaleza, justo en procedimiento y real en expresión, de modo que Dios sea expresado como la realidad de nuestro andar diario.

  Es muy significativo que al hablar del fruto de la luz, Pablo menciona solamente tres cosas: bondad, justicia y verdad. El no habla de santidad, benignidad ni de humildad. Esto se debe a que el fruto de la luz, el cual consiste en bondad, justicia y verdad, está relacionado con el Dios Triuno. La bondad se refiere a la naturaleza del fruto de la luz. En una ocasión, el Señor Jesús indicó que Dios es el único bueno (Mt. 19:17). Así que, la bondad en este contexto se refiere a Dios el Padre. Dios el Padre, quien es la bondad misma, es la naturaleza del fruto de la luz.

  Debemos notar que Pablo no habla de la obra ni del comportamiento de la luz, sino del fruto de la luz. El fruto hace alusión a la vida y su naturaleza. Dios el Padre es la naturaleza del fruto de la luz.

  Ya mencionamos que la justicia denota el modo o procedimiento por el que se produce el fruto de la luz. En la Deidad, el Hijo, Cristo, es nuestra justicia. El vino a la tierra para realizar ciertas cosas conforme al proceder de Dios, el cual siempre es justo. La justicia es la manera en que Dios actúa, Su proceder. Cristo vino para cumplir el propósito de Dios conforme a Su justo procedimiento; por lo tanto, el segundo aspecto del fruto de la luz se refiere a Dios el Hijo.

  La verdad es la expresión del fruto de la luz. Este fruto debe ser real, es decir, debe ser la expresión de Dios, el resplandor de la luz que está oculta. Sin duda, esta verdad se refiere al Espíritu de realidad, el tercero del Dios Triuno. Por consiguiente, los tres, el Padre como bondad, el Hijo como justicia y el Espíritu como verdad, como realidad, están relacionados con el fruto de la luz.

  En el versículo 9 se define en qué consiste el andar como hijos de luz. Si andamos como hijos de luz, produciremos el fruto al que se refiere el versículo 9. El fruto que llevamos al andar como hijos de luz debe ser en bondad, en justicia y en verdad. La prueba de que andamos como hijos de luz se ve en el hecho de que llevemos tal fruto.

VII. COMPROBAR LO QUE ES AGRADABLE AL SEÑOR

  El versículo 10 dice: “Comprobando lo que es agradable al Señor”. Esta frase está relacionada con el versículo 8. No debemos andar de manera insensata, ciega o ignorante; más bien, debemos vivir como hijos de luz, comprobando lo que es agradable al Señor.

VIII. NO DEBEMOS PARTICIPAR DE LAS OBRAS INFRUCTUOSAS DE LAS TINIEBLAS

  En el versículo 11 Pablo declara: “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas”. Las obras infructuosas de las tinieblas son vanidad, mientras que el fruto de la luz es verdad, realidad. Así como Pablo nos exhorta a andar como hijos de luz, también nos pide que no participemos en las obras infructuosas de las tinieblas.

IX. PONER DE MANIFIESTO LAS OBRAS DE LAS TINIEBLAS

  En el versículo 11 Pablo nos exhorta a reprender, a dejar al descubierto, las obras infructuosas de las tinieblas, y en el versículo 13, declara: “Mas todas las cosas que son reprendidas, son hechas manifiestas por la luz; porque todo aquello que hace manifiestas las cosas es luz”. La palabra griega traducida reprendidas también puede traducirse descubiertas.

  Es muy difícil reprender o poner de manifiesto a alguien. Por lo general las personas rechazan toda reprimenda y se enojan con quienes las reprenden. En la naturaleza humana caída del hombre hay un elemento que rechaza que se le reprenda, que se le repruebe, o que se ponga de manifiesto su condición. Así que, en lo que sea posible, debemos evitar exponer o reprender a otros. Sin embargo, a veces es necesario hacerlo. En esas ocasiones, el que reprende debe estar seguro de que él mismo está limpio de toda impureza. Debe ser como un cirujano que antes de intervenir quirúrgicamente a una persona, se purifica a sí mismo de todo microbio. Si nosotros mismos no estamos purificados, no seremos aptos para “operar” a nadie reprendiéndole o poniéndole de manifiesto, pues nuestros microbios pueden contaminar al reprendido. La razón por la cual la reprensión no es eficaz se debe a la falta de pureza por parte del que reprende. Por ello, inmediatamente después de la “cirugía” aparece una infección. Antes de reprender o sacar a luz la condición de alguien, debemos purificarnos e incluso esterilizarnos. Nuestros pensamientos, motivos, sentimientos e intenciones tienen que ser limpios. Debemos purificar nuestro espíritu y nuestro corazón. Este es uno de los aspectos relacionados con la reprensión.

  Otro aspecto tiene que ver con el que recibe la exhortación o reprimenda. Si somos reprendidos por alguien, no debemos tratar de discernir si el que nos reprendió es puro o no. Simplemente recibamos la reprimenda, aceptémosla. Si lo hacemos, seremos bendecidos; seremos despertados del sueño, y Cristo nos alumbrará. Cristo nos ilumina por medio de cada reprensión, sea pura o impura, limpia o inmunda. Cada vez que seamos reprendidos, debemos decir: “Señor, te adoro por iluminarme. En esta reprimenda veo Tu iluminación, y la recibo”. Recibir la reprensión es andar en la luz. Esto significa que si no estamos dispuestos a ser reprendidos, andamos en tinieblas. Si de verdad andamos en la luz, seremos beneficiados cuando seamos reprendidos.

X. DESPERTAR Y LEVANTARNOS

  En el versículo 14 Pablo declara: “Por lo cual dice: ‘Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo’”. El que duerme y necesita la reprensión mencionada en los versículos 11 y 13, es alguien que está muerto, que necesita despertarse del sueño y levantarse de entre los muertos. Cuando exponemos o reprendemos a alguien que duerme y que está en las tinieblas de la muerte, Cristo le alumbrará. Reprender a otros en la luz, trae la iluminación de Cristo.

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