Mensaje 54
En el mensaje anterior indicamos que la iglesia tiene la misma vida y naturaleza que Cristo, lo cual se revela en la tipología de Adán y Eva. Si la iglesia no tuviera la vida y naturaleza de Cristo, la iglesia no podría ser Su complemento, Su pareja. Si dos mitades de una unidad no poseen la misma vida y naturaleza, no pueden formar un entero. Cristo y la iglesia, siendo una sola entidad, comparten la misma vida y la misma naturaleza.
Además, mencionamos que Cristo sustenta y cuida con ternura a la iglesia; la abastece y la cuida para que crezca. Aunque la iglesia tiene la misma vida y naturaleza de Cristo, ella necesita de cierto suministro y cuidado a fin de poder crecer. El crecimiento está implícito en la manera que Eva, quien es un tipo de la iglesia, fue formada. Dios creó a Adán como un hombre maduro; él no necesitó crecer. Pero Eva fue hecha de una costilla tomada del costado de Adán, el cual hace alusión al crecimiento. Primero, Eva recibió la vida y la naturaleza de Adán; luego, creció y llegó a ser una mujer. La referencia a la alimentación y al cuidado tierno en Efesios 5 hace alusión a la necesidad de crecer. La alimentación y el cuidado tierno no tienen que ver con la impartición de vida inicial, sino al suministro y al cuidado que se le debe dar a la vida que ya existe, a fin de que ésta crezca plenamente.
Usemos la vid como ejemplo. La vid primeramente recibe el alimento del suelo y del agua. El elemento alimenticio que ella absorbe le provee la vida que satisface su necesidad interna. Al recibir este alimento, la vid recibe al mismo tiempo un cuidado tierno por parte del ambiente que la rodea, principalmente del aire fresco y de la luz solar. El viento y el sol regulan la atmósfera a fin de fomentar el crecimiento de la vid. Si el clima es muy frío, el sol la calienta, y si la temperatura es muy elevada, el viento la refresca. A esta regulación ambiental nos referimos cuando hablamos del cuido con ternura, lo cual es diferente del suministro de vida, de la alimentación. Hoy Cristo sustenta a la iglesia interiormente y la cuida con ternura exteriormente. El nos suministra vida y regula la atmósfera a fin de que crezcamos apropiadamente.
En este mensaje veremos un tercer aspecto relacionado con Cristo y la iglesia, el aspecto de la santificación que se efectúa por medio de la purificación. Cristo santifica a la iglesia purificándola (5:25-27). Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia con el propósito de santificarla, no sólo al separarla para Sí mismo de todo lo profano, sino también al saturarla con Su elemento para que ella sea Su complemento. El logra este objetivo al purificar a la iglesia por el lavamiento del agua en la palabra.
Los versículos del 25 al 27 forman una sola oración gramatical. En estos versículos Pablo dice que los maridos deben amar a sus esposas así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella. Cristo hizo esto para santificar a la iglesia purificándola por el lavamiento del agua en la palabra, a fin de presentarse a Sí mismo una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante. El propósito que tenía Cristo en cuanto a amar a la iglesia y a entregarse a Sí mismo por ella, fue santificarla por medio del lavamiento del agua en la palabra. La santificación se efectúa por la purificación; la purificación, por el lavamiento; el lavamiento, por el agua; y el agua está en la palabra.
Cristo santifica a la iglesia a fin de presentársela a Sí mismo. En el pasado, se entregó a Sí mismo por la iglesia; en el presente, la santifica; y en el futuro, se la presentará a Sí mismo como Su complemento, para Su satisfacción. Por consiguiente, por amor la santifica, y la santifica para presentársela a Sí mismo.
El primer punto de estos versículos consiste en que Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella; el segundo es la santificación mencionada en el versículo 26; y el tercero es la presentación mencionada en el versículo 27. Lo primero conduce a lo segundo, y lo segundo a lo tercero.
Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella a fin de redimirla e impartirle Su vida. Según Juan 19:34, del costado herido del Señor salió sangre y agua. La función de la sangre es redimir, mientras que la del agua es impartir vida a fin de producir la iglesia. En Efesios 5:25 vemos que la iglesia es el fruto del amor de Cristo y de Su entrega por ella.
Una vez que la iglesia llega a existir, necesita ser santificada. El proceso de santificación incluye la saturación, la transformación, el crecimiento y la edificación. Aunque la santificación incluye la separación, su aspecto principal es la saturación. La iglesia necesita ser saturada de todo lo que Cristo es. La saturación va acompañada por la transformación, el crecimiento y la edificación. Mediante este proceso de santificación, el cual incluye los aspectos ya mencionados, la iglesia llega a ser completa y perfecta, llega a ser la realidad de lo que tipificaba Eva en Génesis 2.
Después de ser preparada para Adán al ser hecha de la costilla de éste, Eva fue presentada a Adán, el origen de donde había salido. Asimismo, la iglesia será presentada a Cristo, quien es su origen. Esta presentación no la hará Dios, sino el propio Cristo. El versículo 27 declara que Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa. Así que, El será tanto el que la presente como el que la reciba.
Si la iglesia no es separada, saturada y transformada, si no crece ni es edificada, no podrá ser perfeccionada ni crecerá a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Solamente por medio de un proceso completo de santificación, podrá la iglesia llegar a ser completa y alcanzar la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, lo cual hará posible que Cristo se presente a Sí mismo una iglesia perfecta.
En estos versículos vemos que la iglesia se produce en tres etapas: en primer lugar, nace; en segundo lugar, es santificada, y de esa manera es perfeccionada y completada; y por último, la iglesia es presentada a Cristo como una iglesia gloriosa que no tiene mancha, ni arruga ni cosa semejante. Ella es presentada a El santa y sin mancha. Actualmente estamos en la segunda etapa de la producción de la iglesia, la etapa de la santificación. Cuando esta etapa esté completa, seremos presentados a Cristo como una iglesia gloriosa.
En este mensaje dedicaremos más tiempo para hablar de la santificación de la iglesia, una santificación completa. En las reuniones de la iglesia somos sustentados interiormente y cuidados con ternura exteriormente. También somos santificados. Entre nosotros muy pocos son los que han sido apartados para el Señor con sólo el tiempo que han pasado en privado con El. Al contrario, la mayoría de nosotros hemos sido separados del mundo para el Señor a través de la ayuda que hemos recibido en las reuniones de la iglesia. Necesitamos ser sustentados y cuidados con ternura para poder separarnos del mundo. A medida que somos separados, también somos saturados. La alimentación produce la saturación. Además, cuanto más recibimos el cuidado tierno que propicia la atmósfera de las reuniones, más dispuestos estamos a renunciar a las cosas del mundo. Mediante el cuidado tierno, simplemente perdemos el gusto que sentimos por esas cosas, porque nos damos cuenta que ellas mismas eran las que nos hacen indiferentes para con el Señor. Este cuidado tierno también nos ayuda a ser saturados de Cristo, y esta saturación espontáneamente produce la transformación. Es posible que no estemos conscientes de cuánto hemos sido transformados, pero otros sí lo están. Ellos pueden ver el cambio que ha ocurrido en nuestra vida y en nuestro vivir.
Ni la enseñanza, ni la corrección ni la disciplina producen la transformación; ésta se produce por medio de alimentación y el cuidado con ternura. Si asistimos fielmente a las reuniones y recibimos esta alimentación y este cuidado, espontáneamente nos separaremos del mundo y seremos saturados con las riquezas de Cristo. Entonces experimentaremos crecimiento, transformación y edificación. De esta manera la novia estará preparada para Cristo. Con el tiempo, ella estará completa, será perfecta y habrá crecido a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Entonces, el Señor Jesús vendrá y se presentará a Sí mismo esta novia ya preparada.
Ahora debemos ver la manera en que el Señor nos santifica. En el versículo 26 Pablo dice que Cristo santifica a la iglesia purificándola por el lavamiento del agua en la palabra. Según el concepto divino, en este contexto el agua se refiere a la vida de Dios, una vida que fluye, tipificada por el agua que corre (Ex. 17:6; 1 Co. 10:4; Jn. 7:38-39; Ap. 21:6; 22:1, 17). El lavamiento del agua es diferente del lavamiento de la sangre redentora de Cristo. La sangre redentora nos lava de nuestros pecados (1 Jn. 1:7; Ap. 7:14), mientras que el agua de vida nos lava de los defectos de la vida natural de nuestro viejo hombre, tales como “manchas, arrugas y cosas semejantes” (v. 27). El Señor, al santificar a la iglesia, primero nos lava de nuestros pecados con Su sangre (He. 13:12), y luego nos lava de las manchas de nuestra naturaleza con Su vida. Ahora estamos bajo este proceso de lavamiento a fin de que la iglesia sea santa y sin defecto.
En el caso de Eva en Génesis 2, no había necesidad de lavamiento porque en ese entonces ella aún no había caído; ella era pura y no tenía contaminación alguna. Pero nosotros hoy en día, por ser caídos, contaminados e impuros, necesitamos ser purificados. Tenemos muchas cosas tales como la carne, el yo, el viejo hombre y la vida natural, que deben ser eliminadas. Además, también tenemos muchas manchas y arrugas de las cuales debemos ser purificados.
Si recibimos la nutrición y el cuidado tierno sin ser purificados, nuestros problemas seguirán con nosotros. La alimentación y el cuidado tierno por parte del Señor siempre nos purifican. En el proceso metabólico espiritual producido por la purificación, los “microbios” de nuestro ser son aniquilados y las cosas negativas son eliminadas. Por medio de la nutrición y del cuidado tierno, junto con la purificación, llegamos a ser saludables y fuertes. En las reuniones experimentamos la purificación sin darnos cuenta. Cuanto más somos sustentados y cuidados con ternura, más somos purificados metabólicamente.
La alimentación que recibimos es la que produce la purificación. Si cesa la alimentación, cesa también la purificación. Pero si tomamos continuamente el suministro espiritual, los elementos que nuestro ser absorbe nos limpiarán interiormente y quitarán lo viejo, lo muerto y lo impuro. Este proceso metabólico se lleva a cabo día tras día en la vida de iglesia.
Ser purificados es lo mismo que ser santificados. La purificación por el lavamiento del agua de vida está en la palabra. Esto indica que la Palabra contiene el agua de vida, lo cual es tipificado por el lavacro situado entre el altar y el tabernáculo (Ex. 38:8; 40:7). En griego, la palabra traducida lavamiento en el versículo 26 significa lavacro. Esta palabra griega se usa en la Septuaginta como traducción de la palabra hebrea que significa lavacro. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes usaban el lavacro para lavarse de toda contaminación terrenal (Ex. 30:18-21). Ahora el lavamiento del agua nos lava de la contaminación. Por consiguiente, somos purificados por el lavacro del agua en la palabra.
En realidad, la Palabra de Dios es un lavacro. Según el Antiguo Testamento, los sacerdotes que servían a Dios en el tabernáculo se limpiaban de sus pecados con la sangre del altar, y se purificaban de toda contaminación en el lavacro. Yo creo que el concepto de Pablo era que la iglesia es purificada por el lavacro del agua en la palabra. ¡Aleluya que tenemos el lavacro verdadero! Los sacerdotes sólo tenían un tipo, un lavacro material hecho de bronce, pero nosotros tenemos el lavacro real, el lavacro del agua en la Palabra de Dios.
Así como en el Antiguo Testamento los sacerdotes iban primero al altar y después al lavacro, nosotros también vamos primero a la cruz para ser salvos, redimidos y justificados, y después vamos a la Palabra para ser purificados. Día tras día, por la mañana y por la tarde, necesitamos acudir a la Biblia para ser purificados por el lavacro del agua en la Palabra. Al ir a la Palabra de esta manera, somos purificados de la contaminación que acumulamos al relacionarnos con el mundo. Cada vez que nos relacionamos con el mundo en el curso de nuestro vivir humano, necesitamos ir a la Palabra para ser purificados de él.
El lavacro de la Palabra contiene agua, pero no el agua que apaga nuestra sed, sino el agua que nos lava. En este contexto, Pablo no estaba interesado en nuestra sed, sino en que fueran eliminadas de nosotros todas las cosas negativas. Y esto se logra por el agua que está en la Palabra.
Un día, mientras el hermano Nee hablaba de la importancia de leer la Biblia, cierta hermana le comentó que ella tenía muy mala memoria y que no retenía nada de lo que leía, así que no miraba razón para leerla. En su respuesta, el hermano Nee le comentó acerca de la manera en que las mujeres chinas lavan el arroz. Ellas ponen el arroz en canastas de sauce y las sumergen en el agua una y otra vez. Cada vez que sacan del agua la canasta, toda el agua se escurre. No obstante, aunque la canasta no retiene el agua, tanto la canasta como el arroz se lavan. Luego, él aplicó este ejemplo a la lectura de la Palabra. Aunque tal vez no retengamos nada de lo que leemos, lo leído nos lava y nos purifica. Debemos sentirnos animados a ir continuamente a la Palabra para ser lavados. Debemos sumergir nuestra “canasta” en el agua de la Palabra una y otra vez. Es posible que toda el agua se salga de ella; no obstante, seremos purificados.
La purificación mencionada en el versículo 26 no se limita a los pecados; también abarca las manchas y las arrugas. Las manchas son el producto de la vida natural, y las arrugas son señal de vejez. Sólo el agua de vida puede lavar metabólicamente tales defectos por medio de la transformación que realiza la vida. Todas las manchas y las arrugas de la iglesia serán eliminadas mediante la purificación realizada por el agua que está en la Palabra. Cuanto más venimos a la Palabra, más somos sustentados, y la alimentación que recibimos nos purifica internamente de los defectos causados por la vida natural y de las arrugas producidas por la vejez. Todos necesitamos este lavamiento orgánico y metabólico, que quita nuestros defectos y las marcas de nuestra vejez. A medida que la iglesia es lavada orgánica y metabólicamente de esta manera, ella es renovada y queda sin defecto.
Este lavamiento lo lleva a cabo la vida y la alimentación que ésta nos proporciona. Seamos alentados a permanecer en Cristo, quien es la fuente del sustento, y a tocar la Palabra para recibir el elemento nutritivo, a fin de ser lavados orgánica y metabólicamente de todo defecto y de toda vejez. Por medio de este lavamiento, la iglesia será perfeccionada y llegará a ser gloriosa.
La iglesia que Cristo se presentará a Sí mismo a Su regreso será gloriosa. La gloria es Dios expresado. Así que, ser glorioso es ser la expresión de Dios. Finalmente, la iglesia presentada a Cristo será una iglesia que expresa a Dios. Tal iglesia también será santa y sin defecto. Ser santo significa estar saturado de Cristo y ser transformado por El, y ser sin defecto significa no tener manchas ni arrugas, es decir, no tener ningún vestigio de la vida natural de nuestro viejo hombre.
La iglesia que proviene de Cristo volverá a El, tal como Eva salió de Adán y volvió a él. Así como Eva llegó a ser una sola carne con Adán, así también la iglesia que vuelve a Cristo será un solo espíritu con El.
La iglesia presentada a Cristo será gloriosa; será la expresión, la manifestación, de Dios. El hecho de que ella llegue a ser gloriosa significa que llega a ser la expresión de Dios. Al ser saturada con la esencia de Dios por el sustento, el cuidado tierno y la santificación, la iglesia llegará a ser la novia que expresa a Dios. Hoy cada iglesia local debe ser la expresión de Dios, y la única manera de lograrlo consiste en ser saturados continuamente de la esencia divina. Si deseamos experimentar esta saturación, necesitamos que Cristo nos sustente, nos cuide con ternura y nos santifique.
Hemos señalado anteriormente que la iglesia gloriosa, la iglesia que expresa a Dios, será santa y sin defecto. Ser santo significa ser separado para el Señor de todo lo común y ser saturado con la naturaleza divina, con todo lo que Dios es. La iglesia que ha sido santificada de esta manera no tendrá defecto alguno. Un defecto es como una mancha en una piedra preciosa, una mancha que proviene de una imperfección de la piedra. Si queremos ser puros, no debemos tener ninguna contaminación; es decir, en nuestro ser no debe haber ninguna otra cosa que no sea Dios. Un día, la iglesia será así; no sólo será limpia y pura, sino que no tendrá defecto ni contaminación alguna. La iglesia será la expresión del Dios que se mezcla con la humanidad resucitada, elevada y transformada. Esta es la iglesia gloriosa, una iglesia santa y sin defecto. En el futuro, Cristo se presentará a Sí mismo esta iglesia gloriosa. Hoy, sin embargo, la iglesia está en el proceso de ser sustentada, cuidada con ternura y santificada por Cristo.