Mensaje 55
Ef. 5:25-27 presenta a Cristo en tres etapas. El versículo 25 declara que Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella; en esto vemos la etapa de Cristo en la carne. El versículo 26 declara que Cristo santifica a la iglesia, purificándola por el lavamiento del agua en la palabra; en esta etapa Cristo es el Espíritu vivificante. Y por último, el versículo 27 afirma que Cristo se presentará la iglesia a Sí mismo a Su regreso; en esta etapa Cristo será el Novio que recibe a Su novia. La primera de estas tres etapas transcurrió en el pasado; la segunda ocurre en el presente; y la tercera ocurrirá en el futuro. En la primera etapa Cristo fue el Redentor; en la segunda El es el Espíritu vivificante; y en la tercera El será el Novio.
En este mensaje necesitamos considerar algunos aspectos que se encuentran en estos versículos. Sin embargo, deseo aclarar que nuestro enfoque no será doctrinal. En el recobro del Señor, no es necesario darle mucha atención a la doctrina; lo importante es que veamos qué Cristo tenemos y que lo experimentemos y lo disfrutemos cada vez más.
Cristo es Dios, pero no sólo Dios. Si El sólo fuera Dios, no podría ser nuestro Cristo. Para ser nuestro Cristo El tuvo que encarnarse. Mediante Su encarnación, Cristo llegó a ser un hombre de carne, sangre y huesos. ¡Qué maravilloso es que Dios se vistió de humanidad! Nuestro Dios no es solamente Dios; en Cristo, El llegó a ser un Dios-hombre.
Fue en la carne que el Señor se entregó a Sí mismo por nosotros. Si no se hubiera entregado como un hombre en la carne, no nos habría sido posible recibirle. Nosotros no somos espíritus; somos carne. Los ángeles son espíritus. Dios no desea que seamos espíritus como los ángeles. A él no le interesan los ángeles sino los hombres de carne. Nada es más agradable para Dios que un hombre de carne. A veces nos lamentamos porque somos carnales, pero si nos viéramos desde el punto de vista de Dios, nos daríamos cuenta de que la carne tiene un lado positivo. Según Hebreos 2, Cristo no participó de la naturaleza angelical, sino de sangre y carne. Además, Juan 1 declara que el Verbo que era Dios y que estaba en el principio con Dios, se hizo carne (v. 14). Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en la carne (1 Ti. 3:16). Dios no puede manifestarse en los ángeles, sino únicamente en la carne. La porción que le corresponde a los ángeles es contemplar la manifestación de Dios en la carne.
El Verbo se hizo carne y Dios se manifestó en la carne. Sí, debemos condenar la carne pecaminosa; pero la carne presenta también un aspecto positivo. Nosotros no somos espíritus como los ángeles, ¡somos carne! Nuestro Cristo no se hizo un espíritu angelical; El se hizo carne. El Cristo que se entregó por nosotros era el Dios encarnado.
Si Cristo no se hubiera vestido de la naturaleza humana, habría sido imposible recibirle en nuestro interior. El Cristo que tomamos como nuestra persona es el Dios-hombre. Es imposible recibir a Dios directamente. Únicamente después de que El llegó a ser un Dios-hombre, nos fue posible recibirle como nuestra vida y como nuestra persona.
Hay cristianos que piensan que deben comportarse como si fuesen ángeles; ellos tratan de vivir como seres celestiales. A los ojos de Dios, una vida así es anormal. Dios no quiere que Sus hijos imiten a los ángeles; lo que El desea es que ellos sean muy humanos. Todos los miembros de la iglesia deben poseer una humanidad genuina. Por esta razón, Efesios, un libro cuyo tema es la iglesia, habla de las distintas relaciones humanas: la relación entre mujer y marido, entre hijos y padres, y entre esclavos y amos. Si queremos experimentar una vida de iglesia apropiada, debemos llevar una vida humana adecuada.
El Cristo que recibimos y ganamos no es un ángel ni ningún ser celestial, sino un Dios-hombre. Fue como un hombre en la carne, que El se entregó a Sí mismo por nosotros. Además, como hombre El puede involucrarse en nuestras circunstancias y satisfacer nuestras necesidades. El asumió nuestra naturaleza humana a fin de ser como nosotros. Ahora El vive en nosotros como nuestra vida y nuestra persona con el fin de manifestarse desde nuestro interior. Cuando una hermana toma a Cristo como su persona y se somete a su marido, su sumisión será gloriosa, estará llena de la realidad del Cristo que se expresa desde su interior. Del mismo modo, cuando un hermano toma a Cristo como su persona y ama a su mujer, Cristo será expresado en ese amor. Manifestar a Cristo de esta manera es posible gracias a que El se entregó por nosotros en calidad de Dios-hombre.
Según el versículo 26, Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia para “santificarla, purificándola por el lavamiento del agua en la palabra”. Después de entregarse a Sí mismo por nosotros en la carne, el Señor Jesús resucitó, y en resurrección, fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como Espíritu vivificante, El es el Espíritu que habla. Las palabras que El nos comunica nos lavan. El vocablo griego traducido palabra en el versículo 26 no es lógos, la palabra constante, sino réma, la palabra instantánea, la palabra que el Señor nos habla para el momento. Como Espíritu vivificante, el Señor no se mantiene en silencio, sino que nos habla constantemente. Si le tomamos como nuestra persona, descubriremos cuánto El desea hablar en nuestro interior. Los ídolos son mudos, pero el Cristo que mora en nosotros siempre nos habla. Nadie que tome a Cristo como su vida y su persona puede permanecer callado; al contrario, Cristo le instará a hablar. Cada vez que ministro a los hijos del Señor, siento que Cristo habla desde mi interior.
En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. La palabra griega traducida “palabras” es réma, la cual denota la palabra hablada para el momento. Difiere de lógos, la palabra constante, la cual se usa en Juan 1:1. El Señor, quien es el Espíritu que habla, nos comunica la palabra rema. Todo lo que El habla es espíritu.
Si al pasar los días el Señor no nos habla, esto indica que existe un problema en nuestro interior. Si no percibimos que el Señor nos habla, si no recibimos el réma, entonces, en lo que atañe a la experiencia práctica, el Espíritu está ausente, porque lo que El nos habla es Espíritu. Si tenemos la palabra presente, tenemos al Espíritu, esto es, al Espíritu vivificante. No podemos separar a Cristo, quien es el Espíritu vivificante, de Su palabra. Su presencia consiste de Su palabra. ¿Cómo podemos saber que el Cristo que es nuestra persona está presente con nosotros? Lo sabemos por medio de Sus palabras. Si Sus palabras no están en nosotros, no tenemos Su presencia. Mas si nos tornamos a El seriamente y le tomamos como nuestra vida y nuestra persona, El comenzará a hablarnos de nuevo. Lo que nos habla es la palabra viva; y la palabra viva es el Espíritu; y el Espíritu es el Cristo maravilloso. El es el Espíritu que habla. ¡Cuán práctico, subjetivo, íntimo y real es El.
El Espíritu es el agua que nos lava. Cuanto más nos habla, más nos lava y nos purifica. Cada vez que El nos hable, debemos experimentar esta purificación.
La purificación es una limpieza metabólica que elimina lo viejo y lo reemplaza con algo nuevo. ¡Cuán diferente es esto de una purificación superficial! La purificación interna y metabólica nos transforma. Esta purificación, que viene del Cristo que nos habla como Espíritu vivificante, produce un verdadero cambio en nuestro ser.
Gracias a esta transformación interna, en la vida de iglesia no hay necesidad de corregir a las personas. Dios no lleva a cabo Su economía cambiándonos exteriormente, sino propiciando que Cristo se entregue por nosotros y que entre en nuestro ser en calidad de Espíritu vivificante. Podemos decir que la presencia del Señor y Su palabra son uno solo. Cada vez que El nos habla, Su presencia se hace real a nosotros. Las palabras que nos habla el Espíritu vivificante son el agua que limpia nuestro interior. Esta agua purificadora deposita dentro de nosotros un nuevo elemento que reemplaza el viejo elemento de nuestra naturaleza y de nuestro carácter. Esta purificación metabólica produce un cambio genuino en vida. A este cambio nos referimos cuando hablamos de la transformación. Corregir a las personas no tiene ningún valor; lo que la iglesia necesita es una purificación metabólica, que se efectúa cuando permitimos que Cristo como Espíritu vivificante sea nuestra vida y nuestra persona.
En el versículo 26 no vemos a Cristo en la etapa de la carne, sino en la del Espíritu vivificante. Como ya mencionamos, el Espíritu vivificante es el Espíritu que nos habla. Lo que Cristo habla es el Espíritu, es la presencia del Espíritu vivificante. Si honramos lo que el Espíritu habla dentro de nosotros, Sus palabras vendrán a ser el agua que nos limpia, nos purifica, nos santifica y nos suministra el elemento de Cristo. Este elemento reemplaza y desecha el viejo elemento y produce una genuina transformación. De esta manera somos purificados y santificados, y de esta manera entramos en el aspecto práctico de la vida de iglesia.
Supongamos que dos creyentes que viven juntos en una casa de hermanos tienen problemas entre sí. Uno acude a uno de los ancianos en busca de ayuda, y el otro acude a una hermana de edad avanzada. El anciano le dice al primer hermano que en la vida de iglesia debemos aprender a tener paciencia, mientras que la hermana le dice al segundo que el Señor le puso en esa situación para que pueda aprender ciertas lecciones. Estos consejos son hasta cierto punto religiosos. Si estos hermanos tratan de seguirlos, los problemas entre ellos se agudizarán, y es posible que ellos opten por salir de la casa de hermanos e incluso abandonen la vida de iglesia.
En la vida de iglesia no necesitamos ser corregidos. La vida de iglesia es una vida en la que todos tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona. Los ancianos de la iglesia y las hermanas de más edad deben ayudar a los santos a darse cuenta de que su necesidad es tomar al Señor Jesús como su persona. Cuanto más lo pongan en práctica, más experimentarán que Cristo, el Espíritu vivificante, les habla en su interior. Este hablar será para ellos el agua que los lava y los purifica. Esta agua esparcirá el elemento de Cristo por todo el ser de ellos, y eliminará su vejez. Como resultado, los hermanos que estén en una situación parecida al ejemplo anterior, ya no se turbarán por los problemas que tengan entre sí, sino que crecerán juntos y se edificarán mutuamente. Esta es la vida de iglesia adecuada. ¡Cuánto necesitamos todos el lavamiento interior, esa purificación metabólica que nos transforma!
Lo que estoy ministrando en este mensaje lo he aprendido a lo largo de años de experiencia tanto en la vida cristiana como en la vida de iglesia. Conozco diferentes enseñanzas relacionadas con la vida interior, la santidad y la espiritualidad. Pero debo admitir que aunque practiqué algunas de ellas, no fueron muy eficaces. Muchos de nosotros podemos testificar lo mismo. A raíz del fracaso y desencanto que estas prácticas les ocasionaron, muchos creyentes han concluido que sencillamente no se puede llevar una vida adecuada de iglesia hoy en día, y que tenemos que esperar hasta la era venidera. Por la misericordia del Señor, puedo testificar que sí es posible experimentar la vida de iglesia genuina. Esto se logra, no por implementar ciertas enseñanzas, sino al tomar a Cristo como nuestra vida y nuestra persona. Entonces disfrutamos y experimentamos a Cristo como Espíritu vivificante, como el Espíritu que nos habla. Disfrutamos Sus palabras, las cuales nos limpian, nos transforman y nos ayudan a crecer.
A medida que crecemos en vida, somos edificados espontáneamente unos con otros. En esta edificación no hay lugar para la división ni para discusiones sobre opiniones y doctrinas. Nosotros, en la iglesia en Los Angeles, podemos testificar que no tenemos ningún interés en opiniones, sugerencias ni propuestas; lo único que nos interesa es tomar a Cristo como nuestra vida y como la persona que habla en nuestro ser. Valoramos mucho que El nos hable porque Su presencia como Espíritu vivificante se halla en lo que El nos habla. Al hablarnos, nos limpia, nos purifica y nos santifica. Al final, la vida absorberá todas las manchas y las arrugas.
Por las palabras que el Señor, como Espíritu vivificante, nos habla, llegamos a ser una iglesia gloriosa, una iglesia santa y sin defecto. Ahora esperamos el regreso del Señor, sabiendo que cuando El venga, se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, santa y sin mancha. Entonces experimentaremos a Cristo en la tercera etapa, como el Novio que viene por Su novia. Hasta que eso ocurra, nuestra necesidad es seguir tomando a Cristo a diario como nuestra persona, y ser lavados, purificados y santificados por lo que El, como Espíritu vivificante, habla en nuestro interior. De este modo, experimentaremos un cambio metabólico que nos transformará en vida, lo cual es necesario para la vida de iglesia.