Mensaje 57
Hemos visto que Ef. 5:25-27 presenta a Cristo en tres etapas. En la primera etapa, la etapa de Cristo en la carne, Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia; en la segunda etapa, El como Espíritu vivificante la santifica, la purifica, la sustenta y la cuida con ternura; finalmente, en la tercera etapa, El se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, la cual es Su novia.
Debemos ver la manera en que Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa. Cuando yo era joven, pensaba que Cristo estaba meramente en los cielos y que la iglesia estaba en la tierra. Tenía el concepto de que cuando El viniera de los cielos a la tierra, tomaría súbitamente a la iglesia y se la presentaría a Sí mismo. Según este concepto, Cristo está en los cielos y nosotros en la tierra, preparándonos para ser presentados a El. Pero más adelante me di cuenta de que esto era un concepto natural, que hace de Cristo un Cristo demasiado objetivo.
La economía de Dios difiere por completo tanto del concepto natural como de la religión. Conforme a Su economía, Dios forja a Cristo en nuestro ser. Un día, Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, no meramente viniendo de una manera objetiva, sino al extenderse dentro de nosotros y brotando desde nuestro interior.
Romanos 8 indica que Dios no sólo nos llamó y nos justificó, sino que también nos glorificará. Hace muchos años se me enseñó que un día el Señor descendería súbitamente de los cielos, nos recogería y nos conduciría a la gloria. Sin embargo, este concepto de la glorificación no concuerda con la economía de Dios. Cristo no nos glorificará descendiendo sobre nosotros desde los cielos, sino brotando desde nuestro interior. La esperanza de gloria no es el Cristo que está en los cielos, sino el que está en nosotros (Col. 1:27). Si no tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona, no podremos disfrutar de la gloria que está en nosotros. Debemos decirle: “Señor Jesús, te tomo como mi vida y como mi persona; Señor, te ofrezco mi corazón; tómalo, poséelo, ocúpalo, y haz Tu hogar en él”. Si hacemos esto, espontáneamente conoceremos la gloria que está dentro de nosotros.
A muchos de nosotros se nos enseñó que la luz de Dios resplandece sobre nosotros desde afuera. Sin embargo, nuestra experiencia no concuerda con esta enseñanza. Nuestra experiencia nos enseña que la luz no resplandece desde afuera sino desde nuestro interior. Cuando tomamos a Cristo como nuestra vida y nuestra persona, no esperemos que los cielos se abran y que una gran luz brille sobre nosotros de manera externa. Si nuestra experiencia es como la de muchos, el Señor resplandecerá desde adentro de nosotros. Ese resplandor es la expresión de la gloria interior. Nuestra esperanza de gloria es Cristo en nosotros. Así que, cuando Dios nos glorifique, no tendrá que enviar la gloria desde arriba; más bien, El hará que Cristo resplandezca desde nuestro interior. Esto indica que la glorificación es una experiencia subjetiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros.
A diferencia del concepto religioso, nuestra glorificación no será un evento repentino; más bien, se llevará a cabo gradualmente a medida que Cristo se extienda dentro de nosotros y nos sature consigo mismo. Cristo nos glorifica “consumiéndonos” poco a poco. Todos necesitamos que Cristo, la gloria interior, nos coma, nos devore, nos absorba. Dentro de nosotros tenemos a Cristo, no sólo como nuestra vida y persona, sino también como la gloria de Dios.
Un ejemplo de la glorificación es la metamorfosis que experimenta una oruga, por la cual se convierte en una bella mariposa. La oruga no se convierte en mariposa súbitamente, al descender sobre ella una belleza que la envuelve. No; la belleza de la mariposa está contenida en la vida de la oruga. A medida que la ley de esta vida funciona en ella, la oruga se transforma gradualmente en una mariposa. Por medio de este proceso, la belleza de la mariposa absorbe la fealdad de la oruga.
Según el mismo principio, el Cristo que mora en nosotros es nuestra esperanza de gloria. Como la gloria que mora en nosotros, El aprovecha cada oportunidad para extenderse en nuestro ser. La gloria interna nos satura, e incluso nos absorbe. Un día todo nuestro ser será saturado de la gloria divina. Ese día seremos plenamente introducidos en la gloria.
Esto difiere completamente de la enseñanza religiosa según la cual debemos tratar de portarnos bien hasta que llegue el día en que seremos transportados repentinamente a una esfera de gloria. Conforme a ese concepto religioso, debemos hacer todo lo posible por agradar al Señor. Si logramos agradarlo, un día El descenderá del cielo y nos llevará a la gloria. ¡Qué enorme contraste existe entre este concepto y la economía de Dios! La economía de Dios consiste en impartir a Cristo en nosotros. Como creyentes, tenemos a Cristo en nosotros como nuestra gloria. Lo que necesitamos no es comportarnos bien ni esforzarnos por agradar a Dios, sino centrarnos en Cristo, nuestra esperanza de gloria, y permitir que esta gloria sea nuestra vida y nuestra persona.
Lo que tenemos dentro de nosotros no es simplemente la vida o el Espíritu, sino al propio Cristo, quien es la gloria de Dios. Este Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa. No obstante, El no lo hará de manera religiosa, sino conforme a la economía de Dios. Esto significa que El se extenderá en nuestro ser interior y nos saturará consigo mismo hasta que seamos totalmente absorbidos por esta gloria interior. Entonces El aparecerá desde nuestro interior.
La mayoría de los cristianos espera que Cristo venga desde los cielos. Estoy consciente de que hay versículos que hablan acerca de esto. Por una parte, Cristo vendrá desde los cielos; pero por otra parte, para sorpresa de muchos, El también vendrá desde nuestro interior. Objetivamente Cristo está en los cielos, pero según el aspecto subjetivo y conforme a nuestra experiencia, El está en nosotros, y como tal, vendrá desde nuestro interior.
Desde el día en que Cristo entró en nosotros, El ha buscado la manera de brotar desde nuestro ser. A El le fue fácil entrar en nosotros, pero le es difícil salir de nosotros. Por ejemplo, es fácil sembrar una semilla, pero toma tiempo y requiere de un proceso para que la semilla brote del suelo. Sin embargo, así como la semilla finalmente crece y brota de la tierra, así también Cristo finalmente nos saturará, nos absorberá y surgirá de nosotros.
Los creyentes en su mayoría desconocen la economía de Dios debido a que los conceptos religiosos cubren su entendimiento. Ellos simplemente no tienen idea de qué es la economía de Dios. El contraste entre la religión y la economía de Dios se puede ver en la vida humana del Señor Jesús. Cuando El estaba en la tierra, en Jerusalén aún estaba el templo y sus ritos, prácticas y ordenanzas. Allí los sacerdotes presentaban ofrendas, quemaban incienso y encendían las lámparas. Sin embargo, Dios no estaba en el templo; El estaba en el Señor Jesús. A veces el Señor Jesús se hospedaba en la casa de Lázaro, Marta y María en Betania. El los visitaba y hablaba con ellos de una manera normal, de una manera humana. No obstante, mientras El estaba en esa casa en Betania, los sacerdotes seguían realizando sus rituales en el templo. En el caso de los sacerdotes, vemos la religión puesta en práctica, mientras que en el caso del Señor, quien estaba en Betania, vemos la economía de Dios. La economía divina consiste en que Dios se forje a Sí mismo en el hombre. Su economía no se llevaba a cabo en el templo, sino en la casa en Betania, pues ahí estaba presente Cristo, la corporificación de la plenitud de Dios. Los que adoraban en el templo practicaban su religión, pero Lázaro, Marta y María disfrutaban la presencia del Señor Jesús. Hoy las iglesias locales no deben ser como el templo de Jerusalén, sino como la casa en Betania. Esto significa que las iglesias no deben ser lugares religiosos, sino lugares donde se lleva a cabo la economía de Dios.
La religión enseña que Dios nos introducirá a una esfera, a un ámbito de gloria. Según el concepto religioso, el Señor nos transportará instantáneamente a una gloria objetiva. Mientras eso sucede, tenemos que portarnos bien y ordenar nuestras vidas conforme a las Escrituras; debemos ser bíblicos en todo lo que hagamos. Si lo hacemos, según esta enseñanza, un día seremos aptos para ser llevados a la esfera de la gloria de Dios.
Este concepto difiere totalmente de la economía de Dios. Conforme a la economía divina, la gloria ya está en nosotros y ahora mora en nosotros. Esta gloria es el propio Cristo, quien es nuestra vida y nuestra persona. Cristo se presentará a Sí mismo una iglesia gloriosa, pero no al descender repentinamente sobre la iglesia, sino al extenderse dentro de ella al grado de impregnarla, saturarla y absorberla consigo mismo. ¡Cuán diferente es esto del deseo de agradar a Dios de una manera externa! La glorificación depende en su totalidad de que Cristo se extienda en nosotros y nos absorba consigo mismo. Esta es la economía de Dios.
Abandonemos las enseñanzas religiosas y entreguémonos por completo a la economía de Dios. La Biblia revela que Dios, conforme a Su economía, está en proceso de forjar a Cristo en nosotros. El día en que nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús, Cristo entró en nosotros como elemento de gloria. Ahora El está en el proceso de presentarse a Sí mismo una iglesia gloriosa al extenderse en todo nuestro ser. Según Efesios 3:17, que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón significa que El se extiende en nuestro ser. Cristo nos satura e incluso nos “consume” constantemente. Esto continuará hasta que un día El aparezca desde nuestro interior. Por medio de este proceso, Cristo se presenta a Sí mismo una iglesia gloriosa.
Efesios 5:27 no declara que Cristo se presentará una iglesia agradable, ni siquiera victoriosa, sino una iglesia gloriosa. Se puede ser victorioso sin ser glorioso. Muchos libros hablan de cómo ser victoriosos, pero nunca he visto un libro que muestre cómo ser gloriosos. Del mismo modo, se han dado muchos mensajes respecto a la manera de obtener la victoria, pero ¿hemos escuchado alguna vez un mensaje que enseñe cómo ser gloriosos? Cristo quiere una iglesia gloriosa, no sólo una iglesia victoriosa.
No muchos de nosotros tenemos la confianza de afirmar que somos gloriosos. Esto se debe a que entendemos muy bien que no le hemos dado al Señor la oportunidad de saturarnos y de brotar de nosotros. Después de recibir al Señor Jesús, muchos fuimos distraídos o engañados por las enseñanzas religiosas. En lugar de centrarnos en el Cristo que mora en nosotros, pusimos nuestra atención en otras cosas. Por ello, en el recobro del Señor debemos volver al Cristo que mora en nosotros. Desde lo más recóndito de nuestro ser debemos decirle que queremos tomarlo como nuestra vida y como nuestra persona, y que queremos abrirle todo nuestro ser.
Si el Señor sólo estuviera en los cielos, no podría ser nuestra vida ni nuestra persona. Pero Cristo está tanto en los cielos como en nosotros. Es a este Cristo, al Cristo que mora en nosotros, que debemos tomar como nuestra vida y persona. Cuando hacemos esto, El hace Su hogar en nuestro corazón; El se extiende en nosotros, nos satura y poco a poco nos absorberá. Finalmente, cuando regrese, El será expresado plenamente desde nuestro interior. Esta es la economía de Dios.
En la economía de Dios, Cristo está en el proceso de presentarse a Sí mismo una iglesia gloriosa. A medida que se lleva a cabo este proceso, El hace Su hogar en nuestro corazón al llegar a ser nuestra vida y nuestra persona. De esta manera El satura nuestro ser consigo mismo. Su intención no es corregirnos, regularnos o mejorarnos; Su objetivo es glorificarnos. Para realizar esta meta, El efectúa un proceso de glorificación dentro de nosotros.
Por muy agradables, buenos, justos y victoriosos que seamos, todavía no somos gloriosos. Cristo no desea obtener una iglesia agradable, justa, o buena, sino una iglesia que sea totalmente gloriosa. Por tanto, lo que a El le interesa es glorificarnos saturándonos consigo mismo y absorbiéndonos. Día tras día El nos devora y nos reemplaza con el elemento de lo que El mismo es. Este proceso se produce en lo más recóndito de nuestro ser. ¡Cuánto necesitamos experimentar a este Cristo tan íntimo y personal! Nuestro Cristo no debe ser un Cristo doctrinal, sino el Cristo que hace Su hogar en nuestro corazón, un Cristo que satura nuestro ser con Su elemento.
Un himno muy conocido nos exhorta a confiar en el Señor y a obedecerlo. No obstante, la economía de Dios es más que eso; requiere que Cristo nos “devore”. Cristo desea que nosotros lo comamos a El, y El a nosotros. Así que, en la economía de Dios el comer es mutuo. En este mensaje mi carga es expresar que el deseo de Cristo es “devorarnos”. Cuando El logre consumirnos plenamente, se presentará la iglesia a Sí mismo como una iglesia gloriosa.
¿Sabe usted por qué la iglesia hoy no está tan gloriosa? Esto se debe a que muy pocos han permitido que Cristo los “devore”. Si queremos que la iglesia sea gloriosa, debemos permitir que el Cristo que mora en nosotros consuma cada parte de nuestro ser. Según el versículo 25, Cristo se entregó a Sí mismo por la iglesia. Ahora El opera dentro de nosotros con el fin de saturarnos y brotar desde nuestro interior. Pero El no desea hacer esto haciéndonos a nosotros a un lado, sino saturándonos y devorándonos. Debemos orar así: “Señor Jesús, ¡devórame!” Cuando Cristo nos haya consumido interiormente, El podrá jactarse ante Satanás y decirle: “Satanás, ¡mira Mi gloriosa iglesia!”
La meta de la economía de Dios es obtener una iglesia gloriosa. Dios nos predestinó para gloria (1 Co. 2:7). Esta gloria no es una gloria objetiva, sino una gloria que es subjetiva y experimental. Esta gloria es el propio Cristo a quien comemos y quien nos come. Hoy nuestra urgente necesidad es comer al Señor y permitir que El nos consuma. Sólo de esta manera se producirá la iglesia gloriosa que Cristo tanto anhela.