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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Efesios»
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Mensaje 6

REDENCION EN EL HIJO

  En Ef. 1:3-14 hay tres secciones: los versículos del Ef. 1:3-6 hablan de que el Padre nos escogió y nos predestinó, lo cual proclama el propósito eterno de Dios; los versículos del Ef. 1:7- 12 declaran que el Hijo nos redimió, lo cual proclama el cumplimiento del propósito divino; y los versículos del 13 al 14 hablan de que el Espíritu nos selló y se nos dio en arras, lo cual proclama la aplicación del propósito cumplido de Dios. Primero, se nos muestra el propósito eterno del Padre; luego vemos que el Hijo lo cumple; y por último, el Espíritu aplica lo que el Hijo realizó conforme al propósito del Padre. Así vemos que el Dios Triuno se expresa en Sus bendiciones. Por medio del propósito del Padre, los logros del Hijo y la aplicación del Espíritu, nosotros llegamos a ser la iglesia. En los mensajes anteriores tratamos el tema de la elección y la predestinación efectuadas por el Padre. En este mensaje estudiaremos la redención realizada por el Hijo, es decir, la redención en el Hijo (Ef. 1:7).

  Hemos visto que el libro de Efesios no habla desde la perspectiva de nuestra condición, ni desde la tierra, ni desde el tiempo, sino desde el punto de vista del propósito eterno de Dios, desde los lugares celestiales y desde la eternidad. Puesto que éste es el caso, tal vez nos preguntemos por qué se menciona aquí la redención. Esto se debe a que nosotros, los escogidos de Dios, caímos. Conforme al propósito eterno de Dios, fuimos escogidos, pero después de que El nos creó, caímos. Por ende, era necesaria la redención. Al redimirnos, el Hijo cumplió el propósito del Padre.

  A pesar de que el capítulo uno trata de la redención, no menciona nuestra lamentable condición caída; ésta se revela en detalle en el capítulo dos. Cuando lo estudiemos, veremos cuán triste era nuestra condición y cuánto necesitábamos la misericordia de Dios. Pese a lo glorioso que es el capítulo uno, éste hace alusión a nuestra necesidad de ser redimidos a causa de la caída.

  Efesios 1:7 dice: “En quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de los delitos, según las riquezas de Su gracia”. El versículo 7 es la continuación del versículo 6. Como vimos en el mensaje anterior, el versículo 6 revela que llegamos a ser el objeto del favor de Dios, pues fuimos agraciados en el Amado. La expresión “en quien” del versículo 7, se refiere a “el Amado” del versículo 6. Esto significa que fuimos redimidos en el Amado, en quien Dios se complace. Así que, a los ojos de Dios, la redención no es algo lamentable, sino un motivo de regocijo. Aunque es correcto afirmar que fuimos redimidos en Cristo, no es tan agradable como decir que lo fuimos en el Amado. Las palabras “en el Amado” quieren decir, en el deleite de Dios. En el deleite de Dios, en el Amado, tenemos redención. Este es otro indicio de que en el capítulo uno está ausente lo relacionado con nuestra miserable condición; antes bien, este capítulo está lleno de deleite. Fuimos redimidos mediante la sangre que el Amado de Dios derramó en la cruz por nosotros.

  Según el versículo 7, esta redención es el perdón de los delitos, no de los pecados. Existe una diferencia entre delitos y pecados. El capítulo uno, por ser tan dulce, no habla de pecados, sino de delitos, de ofensas. A los ojos del Padre, Sus escogidos cometieron ofensas, que necesitaban ser perdonadas. El capítulo dos, por el contrario, habla de ira y de pecados. En el capítulo uno, Dios el Padre se encarga de nuestras ofensas; con todo, aun éstas requerían la redención, y la sangre del amado Hijo de Dios fue derramada en la cruz para nuestro perdón. Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados (He. 9:22). Por tanto, se necesitaba sangre. Dicho perdón se efectuó conforme a las riquezas de la gracia de Dios, la cual El hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría y prudencia (v. 8).

I. EL TERCER ITEM DE LA BENDICION DE DIOS

  Los versículos del 4 al 5 revelan que Dios nos escogió y nos predestinó. Después de ser creados, caímos; por eso requerimos la redención, la cual Dios efectuó por nosotros en Cristo, por medio de Su sangre. Este es otro ítem de las bendiciones que Dios nos otorgó. La primera bendición consiste en que El nos escogió para que fuésemos santos; la segunda, en que nos predestinó para filiación; y la tercera, en que nos redimió en el Hijo.

II. LA REDENCION EFECTUADA EN EL AMADO DE DIOS SATISFACE LOS JUSTOS REQUISITOS DE DIOS Y LE AGRADA A EL

  Aunque Dios se deleita en nosotros y nos ha hecho objeto de Su gracia, aún necesitamos la redención, porque El es un Dios justo. Nuestro Padre se complace en nosotros, pero El es justo y no puede tolerar las injusticias, las ofensas, ni los delitos. Tales iniquidades ofenden Su justicia. Por lo tanto, Su justicia requiere que se realice la redención. La redención satisface los justos requisitos de Dios y agrada a Dios. Dios no solamente es un Dios de amor, sino que también es justo, y todo lo que es injusto, le desagrada. Todo lo que se relacione con El debe satisfacer los requisitos de Su justicia. A esto se debe el que, a fin de agradar a Dios, el Hijo amado tuvo que ir a la cruz para efectuar la plena redención a favor de los escogidos de Dios.

III. MEDIANTE LA SANGRE QUE DERRAMO EN LA CRUZ POR NUESTROS PECADOS

  El Hijo efectuó la redención derramando Su sangre en la cruz por nuestros pecados (1 P. 1:18-19). Debido a que la muerte que el Hijo sufrió en la carne sobre la cruz satisfizo los justos requisitos de Dios, Su sangre llega a ser el instrumento por el cual somos redimidos.

IV. LA REDENCION POR MEDIO DE SU SANGRE ES EL PERDON DE NUESTROS DELITOS

  La redención del Hijo por medio de Su sangre es el perdón de nuestros delitos (Mt. 26:28; He. 9:22). La redención es lo que Cristo efectuó por nuestros delitos; el perdón es la aplicación a nuestros delitos de lo que Cristo realizó. La redención fue efectuada en la cruz, mientras que el perdón se nos aplica en el momento que creemos en Cristo. La redención y el perdón son en realidad dos aspectos de una misma cosa. Ya vimos que el perdón de delitos es la redención efectuada por medio de la sangre de Cristo; sin embargo, aquí se usan dos expresiones diferentes porque este asunto tiene dos aspectos: el aspecto que corresponde a lo que se llevó a cabo en la cruz, y el que corresponde a lo que se aplica a nosotros en el momento que creemos. Aunque la redención se efectuó en la cruz cuando Cristo derramó Su sangre, ella no nos fue aplicada a nosotros en ese momento. La aplicación no se efectuó sino hasta que creímos en Cristo y confesamos nuestros pecados al Dios justo. En ese momento, el Espíritu de Dios nos aplicó la redención que Cristo efectuó en la cruz. Por consiguiente, la redención es el cumplimiento, mientras que el perdón es la aplicación.

V. SEGUN LAS RIQUEZAS DE SU GRACIA

  El versículo 7 declara que la redención se efectuó según las riquezas de la gracia de Dios. De acuerdo con nuestro concepto, era fácil que Dios nos perdonara, pues El es soberano y todopoderoso; pero realmente no fue tan sencillo. La redención fue un evento de mucha importancia y seriedad; fue tan solemne, que requirió las riquezas de la gracia de Dios.

  Ahora debemos meditar en el por qué la redención requirió las riquezas de la gracia de Dios. La Biblia dice que sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. Por consiguiente, para que fuésemos perdonados, se requería el derramamiento de sangre. Pero en este asunto la sangre de los animales era inútil (He. 10:4). Esa sangre era solamente una sombra. Para realizar la redención se requería la sangre de una vida superior, una sangre en la que no hubiera pecado. ¿Dónde podría Dios encontrar esta sangre entre el linaje humano? Esto era imposible, porque todos los hombres son pecadores. Entre la humanidad caída no existe sangre sin pecado. Además, Dios tiene millones de escogidos. Si por cada uno de ellos se ofreciera una ofrenda por el pecado, se necesitarían millones de ofrendas. Por consiguiente, además de una sangre perfecta y sin pecado, se necesitaba una ofrenda por el pecado que pudiera incluir a millones de personas. Esto indica que la sangre por medio de la cual se efectuaría la redención no sólo tenía que estar libre de pecado, sino que además debía incluirnos a todos, o sea, que debía ser capaz de redimir a todos los escogidos de Dios. Unicamente Jesucristo podía ser tal ofrenda, pues sólo El poseía una sangre sin pecado, la cual derramó a favor de millones de escogidos. Al derramar El Su sangre en la cruz una vez y para siempre, efectuó la redención eterna de todos los escogidos de Dios de una vez por todas (He. 9:28; 10:10, 12).

  Ahora necesitamos ver cómo fue posible que Dios obtuviera una sangre tan pura que pudiera ser eficaz para todos nosotros. Obtener esa sangre le fue mucho más difícil que crear el universo. Para crear el universo, Dios simplemente tuvo que hablar. Por ejemplo, El sencillamente dijo: “Sea la luz” y fue la luz (Gn. 1:3). En cambio, la redención no se llevó a cabo así. Dios no podía simplemente decir: “Efectúese la redención”. Dios no tuvo que emplear la gracia para crear el universo, pero para efectuar la redención, se necesitaron todas las riquezas de Su gracia.

  Veamos ahora cómo fue concebido el Redentor, el Señor Jesús. Para la concepción del Señor Jesús, fue necesario que el Espíritu Santo interviniera en la virgen María. No podemos explicar cómo el Espíritu Santo efectuó la concepción del Redentor en el vientre de la virgen. Esto requirió las riquezas de la gracia de Dios. Conforme a Lucas 1:35, al niño concebido en María por obra del Espíritu Santo se le llamó “lo santo”, lo cual indica que la concepción del Señor Jesús fue absolutamente un acto santo. (La santidad se refiere a algo que se concibe por obra del Espíritu Santo). Durante nueve meses, “lo santo” permaneció en el vientre de María. ¿Quién podría explicar cuánta gracia se necesitó para esto? ¡Cuánta gracia se requirió para que Jesús, Jehová el Salvador, permaneciera en el vientre de María por nueve meses!

  El Señor Jesús trabajó como carpintero hasta la edad de treinta años. El hecho de que la persona llamada Emanuel, Dios con nosotros, hiciera esto por tantos años también requirió mucha gracia. Con el tiempo, El inició Su ministerio, el cual duró tres años y medio. Aunque El se preocupaba por los pecadores, éstos se le opusieron, lo persiguieron, y conspiraron para matarlo. Después de ser traicionado por uno de Sus apóstoles, El fue arrestado. Aunque de hecho no lo arrestaron, sino que El mismo se entregó a los que vinieron a prenderle. El Señor Jesús pudo haberle pedido al Padre que le enviara doce legiones de ángeles para que lo rescataran, pero no lo hizo (Mt. 26:53). Después de Su arresto, fue probado ante el sumo sacerdote, ante Pilato y ante Herodes. Luego, fue clavado en la cruz y permaneció allí durante seis horas, de las nueve de la mañana a las tres de la tarde. ¡Cuánta gracia se requirió para que se llevara a cabo todo esto! En la cruz, el Señor Jesús murió por nuestros pecados. Luego, fue sepultado, resucitó y ascendió a los cielos para recibir el arrepentimiento y el perdón (Hch. 5:31). Debido a las riquezas de la gracia de Dios, nosotros podemos arrepentirnos y recibir el perdón de pecados. No piense que su arrepentimiento se originó en usted mismo; no fue así, sino que Dios el Padre le dio el arrepentimiento al Hijo, el Redentor, y El se lo concedió a usted mediante el Espíritu. Junto con el arrepentimiento, recibimos el perdón. Todo esto sucedió según las riquezas de la gracia de Dios. ¡Cuán ilimitada e inmensurable es Su gracia!

A. La abundante gracia de Dios efectuó la redención por nosotros y nos aplicó el perdón

  La abundante gracia de Dios efectuó la redención por nosotros y nos aplicó el perdón. La encarnación, crucifixión y resurrección de Cristo hizo posible que se efectuara la redención. Habiendo ascendido a los cielos y recibido el arrepentimiento y el perdón, Cristo ahora nos aplica dicho perdón a nosotros. Esto corresponde con las riquezas de la gracia de Dios.

B. La redención y el perdón se llevan a cabo conforme a la justicia de Dios, pero son efectuados y aplicados mediante Su abundante gracia

  Tanto la redención como el perdón concuerdan con la justicia de Dios, pero son efectuados y aplicados mediante Su abundante gracia. Esto significa que la justicia de Dios, la cual alude a la manera en que El actúa, y Su gracia, la cual es el propio Dios quien se imparte a Sus escogidos, se ejercieron a lo sumo.

VI. LA GRACIA DE DIOS ES HECHA SOBREABUNDAR PARA CON NOSOTROS

  Efesios 1:8 dice que la gracia de Dios fue hecha sobreabundar para con nosotros. La gracia de Dios no sólo es rica, sino también sobreabundante. Muchos cristianos saben acerca de la gracia sublime de Dios, mas no de Su gracia sobreabundante. Se requiere revelación para conocer la gracia sobreabundante de Dios. Su gracia sobreabundante nos ha hecho herencia para Dios (v. 11) y nos ha capacitado para heredar todo lo que Dios es (v. 14). En otras palabras, esta gracia sobreabundante, por un lado, nos hace la herencia de Dios, y por otro, hace de Dios nuestra herencia. Esto es mucho más grande que el hecho de que los pecadores sean salvos y vayan al cielo. Este concepto, es decir, el de ser salvos para ir al cielo, es un concepto natural. Debemos ver la gracia sobreabundante, la cual nos constituye herencia de Dios y nos hace aptos para heredar todo lo que El es.

VII. EN TODA SABIDURIA Y PRUDENCIA

  El versículo 8 declara que Dios hizo sobreabundar las riquezas de Su gracia para con nosotros, en toda sabiduría y prudencia. La sabiduría está en Dios y con ella El planea y se propone una voluntad con respecto a nosotros; la prudencia es la aplicación de la sabiduría de Dios. Primero, Dios, en Su sabiduría, planeó y propuso, y luego aplicó con prudencia lo que había planeado y propuesto para nosotros. La sabiduría estaba relacionada principalmente con el plan que Dios hizo en la eternidad, mientras que la prudencia, tiene que ver mayormente con la ejecución de este plan en el tiempo. Lo que Dios planeó en la eternidad con Su sabiduría, ahora lo pone en vigencia en el tiempo con Su prudencia. En Su prudencia, El nos condujo a Sí mismo y nos trajo a Su recobro. Ahora, mediante el ejercicio de Su prudencia, nos aplica todo lo que planeó para nosotros en la eternidad.

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