Mensaje 71
Lectura bíblica: Ef. 4:22-24, 30; 5:18-21, 26-27; 6:17-18
Antes de considerar lo que significa despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo, el cual es la iglesia (4:22-24), debemos ver que el hecho de que las ordenanzas fueron abolidas con miras a que se creara el nuevo hombre es parte integral del evangelio. Muy pocos cristianos se dan cuenta de que esto tiene que ser proclamado como parte del evangelio. Refiriéndose a Cristo, el versículo 17 del segundo capítulo dice que Cristo “anunció la paz como evangelio”. Esto indica que lo que Pablo presenta en Efesios 2:12-22 tiene que ver con el evangelio.
Conforme al versículo 12, en otro tiempo nosotros estábamos separados de Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero en Cristo Jesús y por Su sangre, fuimos hechos cercanos (v. 13). El contexto prueba que fuimos hechos cercanos unos a otros. Los gentiles estaban muy lejos de los judíos, y los judíos estaban muy lejos de los gentiles. Pero en la cruz, Cristo derribó la pared intermedia que los separaba. Por consiguiente, ahora por la sangre de Cristo, los gentiles y los judíos han sido hechos cercanos unos a otros. Si bien es cierto que la sangre nos llevó a Dios, Pablo no dice en el versículo 13 que fuimos hechos cercanos a Dios, sino los unos a los otros. Esto forma parte del evangelio.
El versículo 14 dice que Cristo es nuestra paz. Esta paz no es la paz entre nosotros y Dios, sino la que ahora reina entre nosotros y los demás creyentes, en particular, entre los creyentes judíos y los creyentes gentiles. Cristo, nuestra paz, ha hecho de los judíos y los gentiles una sola entidad al derribar la pared intermedia que los separaba. En Su carne, El abolió la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre (vs. 14-15). De esta manera El hizo la paz entre los gentiles y los judíos.
En el versículo 16 Pablo añade: “Y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, habiendo dado muerte en ella a la enemistad”. Cristo reconcilió con Dios a los judíos y a los gentiles en un solo Cuerpo. Esto indica que la reconciliación es un asunto corporativo.
El versículo 17 dice: “Y vino y anunció la paz como evangelio a vosotros que estabais lejos y también paz a los que estaban cerca”. El sujeto de este versículo es Cristo. El día que escuchamos el evangelio, Cristo vino como Espíritu a predicarnos las buenas nuevas de la paz que El había logrado en la cruz.
En los versículos del 18 al 22 vemos que ahora tenemos acceso al Padre, que somos conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, que estamos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, que todo el edificio va creciendo para ser un templo santo en el Señor, y que estamos siendo edificados juntamente para ser morada de Dios en el espíritu. Todos estos versículos indican que una parte integral del evangelio consiste en el hecho de que las ordenanzas fueron abolidas para producir la iglesia.
Muchos podemos dar testimonio de que sin la vida de iglesia, nuestra vida humana carecería de sentido. Aunque ya fuimos salvos y regenerados para llegar a ser hijos de Dios, sin la iglesia nuestra vida no tendría sentido. ¿Estaría usted satisfecho con sólo comer, dormir, trabajar, dedicar algún tiempo para orar, leer la Biblia y, de vez en cuando, hablarles de Cristo a otros? Por mi propia experiencia, puedo testificar que sin la vida de iglesia, no tengo deseos de vivir. Esto indica que si no experimentamos la vida de iglesia de una manera práctica, aunque seamos salvos, carecemos de algo vital. El evangelio completo, el evangelio perfecto y máximo, tiene que incluir la vida de iglesia. La mayoría de los cristianos, sin embargo, no tiene un evangelio completo porque no ve que el evangelio incluye la abolición de las ordenanzas, cuyo fin es la creación del nuevo hombre. Hoy los que estamos en el recobro del Señor no debemos predicar un evangelio parcial, sino el evangelio íntegro, el evangelio completo.
Muchos cristianos sólo predican el primer aspecto del evangelio, es decir, la redención efectuada por la sangre de Cristo. Algunos también predican el segundo aspecto: el ser salvos por la vida de Cristo (Ro. 5:10). Otro aspecto del evangelio consiste en disfrutar las riquezas de Cristo. En Efesios 3:8 Pablo dice que a él le había sido dada la gracia de “anunciar a los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”. El aspecto final del evangelio es lo que vemos en Efesios 2, a saber, que Cristo abolió las ordenanzas para crear un solo y nuevo hombre, la iglesia. El fin de la redención, la vida y el disfrute que tenemos de las riquezas de Cristo es la iglesia. Por tanto, la meta final del evangelio es la iglesia, el nuevo hombre. Alabamos al Señor por mostrarnos que, conforme al libro de Efesios, el evangelio incluye la creación del nuevo hombre.
Ya examinamos dos cosas negativas que perjudican la vida de iglesia, a saber, las ordenanzas y la doctrina. Ahora llegamos al tercer elemento negativo: el viejo hombre. Algunos cristianos interpretan que el viejo hombre mencionado en 4:22 representa la vieja naturaleza. Esto es cierto, pero también conlleva algo más. Efesios 4:22 indica que el viejo hombre lo incluye todo, pues dice: “Que en cuanto a la pasada manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se va corrompiendo conforme a las pasiones del engaño”. En este versículo Pablo nos exhorta a que, en lo que respecta a nuestra pasada manera de vivir, nos despojemos del viejo hombre. La pasada manera de vivir incluye todo lo que tiene que ver con nosotros: lo que somos, lo que tenemos, nuestra vida familiar y nuestra vida social. Lo que Pablo quiere decir es que tenemos que despojarnos de todo lo que somos, lo que hacemos y lo que tengamos. Debemos despojarnos de nuestra propia manera de vivir.
El viejo hombre, con todo lo que procede de él, es dañino para la vida de iglesia. Donde esté el viejo hombre, ahí no habrá iglesia. Esto significa que lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos imposibilita la vida de iglesia.
Las ordenanzas, las doctrinas y el viejo hombre son los tres elementos negativos principales que hacen daño a la vida de iglesia. Si tenemos ordenanzas, la vida de iglesia desaparecerá. Si nos ocupamos de las doctrinas, no será posible tener una vida adecuada de iglesia. Además, si seguimos viviendo conforme al viejo hombre, la vida de iglesia será seriamente dañada, e incluso se le dará fin. Sin embargo, si no tenemos ordenanzas ni doctrinas y si nos despojamos del viejo hombre con su pasada manera de vivir, tendremos una vida de iglesia maravillosa, una vida de iglesia que será una miniatura de la Nueva Jerusalén, la cual se manifestará en el cielo nuevo y la tierra nueva. En una vida de iglesia así es imposible que haya divisiones.
Quisiera decir una vez más que en el recobro del Señor no estamos en pro de ordenanzas ni de doctrinas. Lo que tenemos es un profundo respeto por la Palabra de Dios y, por la misericordia del Señor, nunca quebrantaremos Su Palabra. Sin embargo, no tomamos la Biblia como mera doctrina. Es muy distinto guardar la Palabra de una manera viva, a convertir sus revelaciones en doctrinas. Debemos tomar la Palabra como alimento para crecer en vida; no lo utilicemos como un libro de doctrinas y ordenanzas. Aunque prefiero arrodillarme cuando oro, no hago de esto una formalidad ni una ordenanza que otros deben seguir; más bien, cuando me arrodillo para orar, lo hago en el espíritu.
Con miras a la vida de iglesia, debemos despojarnos de las ordenanzas, no debemos ocuparnos de la doctrina, y en nosotros no debe haber vejez. Si deseamos ser libres de la vejez, debemos hacer a un lado lo que somos, lo que hacemos y la manera en que vivimos. Los que se libran de la vejez son personas muy flexibles. Cuando Pablo iba camino a Damasco, él vivía completamente conforme al viejo hombre. Por eso se opuso firmemente a Esteban y aprobó su muerte. Su viejo hombre era tan fuerte, que él defendía el templo, a los sacerdotes y la religión del judaísmo. El reaccionaba severamente a los que se oponían a estas cosas. Sin embargo, después de venir al Señor y de ser disciplinado por El, se volvió flexible, como si no tuviera opinión alguna. En 1 Corintios 9 él dijo que a todos se había hecho de todo (v. 22). El podía ser flexible porque se había despojado del viejo hombre.
Durante los primeros años de mi ministerio, tenía mucho que decir a los que venían a mí en busca de algún consejo. Por ejemplo, si un hermano me pedía consejo en cuanto al matrimonio, tenía muchos principios que compartirle respecto a la vida matrimonial. Pero ahora, cuando los santos acuden a mí buscando algún consejo, no tengo mucho que decir. Lo que hago principalmente es alentarles a contactar al Señor en oración. Mi deseo es ser como Pablo, ser alguien que se ha despojado del viejo hombre y que es flexible en su relación con los demás.
Si de verdad nos hemos despojado del viejo hombre, con dificultad otros intentarán describirnos. Pero si nos pueden describir con facilidad, eso significa que probablemente no nos hemos despojado del viejo hombre. No debemos ser ni soberbios ni humildes; de hecho, no debemos ser nada. Entonces seremos útiles en la vida de iglesia.
Por causa de la vida de iglesia, no sólo debemos despojarnos del viejo hombre, sino que también debemos vestirnos del nuevo. El nuevo hombre es la vida de iglesia práctica, la cual es Cristo como Espíritu vivificante, mezclado con nuestro espíritu de manera corporativa. Vestirnos de la vida de iglesia como nuevo hombre equivale a vestirnos de la entidad producida por la mezcla del Espíritu divino y el espíritu humano. En esta entidad maravillosa, en el nuevo hombre, no hay ordenanzas ni nada que pertenezca al viejo hombre; sólo existe Cristo como Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien está mezclado con nuestro espíritu.
En 4:30 Pablo nos exhorta a no contristar al Espíritu Santo de Dios. Una de las principales formas de contristar al Espíritu es no darle importancia a la vida de iglesia. Por ejemplo, no asistir a las reuniones de la iglesia podría contristar al Espíritu. Muchos contristan al Espíritu al negarse a funcionar en las reuniones. A menudo sienten en su espíritu que deben decir algo o invocar el nombre del Señor, pero se resisten a hacerlo. En situaciones como éstas contristan al Espíritu Santo de Dios. Además, es posible contristar al Espíritu de muchas maneras en nuestra vida diaria. Nuestro diario vivir debe ser parte del nuevo hombre, parte de la vida de iglesia. En lugar de tratar de ser humildes y bien portados, debemos vestirnos de la vida de iglesia de una manera práctica. ¡Qué maravilloso sería si día tras día todos experimentáramos a Cristo como al Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien se mezcla con nuestro espíritu de manera corporativa!
En 5:18 Pablo dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos en el espíritu”. Debemos dejarnos llenar del Dios Triuno en nuestro espíritu regenerado, hasta la medida de toda la plenitud de Dios, lo cual hará que rebosemos cantando, alabando y siendo sumisos. Esto no será el producto de nuestro esfuerzo, sino el espontáneo rebosamiento que resulta de ser llenos interiormente. Si nos llenamos en nuestro espíritu de todo lo que Dios es, inevitablemente experimentaremos este rebosamiento.
En 5:26 Pablo habla de la purificación que experimentamos mediante el lavamiento del agua en la Palabra. El Señor Jesús lava, purga y purifica Su iglesia por medio del agua en la palabra. El agua que está en la Palabra es la Palabra viva que contiene la vida divina, activada por el Espíritu. El agua que se halla en la Palabra es en realidad el Espíritu vivificante. En nuestra experiencia, la Palabra de Dios no debe ser sólo letras, sino espíritu y vida. En Juan 6:63 el Señor Jesús dijo: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. La Palabra como espíritu y vida es el agua que nos purifica.
Este lavamiento no elimina la impureza; más bien, quita las manchas y las arrugas. Las arrugas provienen de la vejez, y las manchas, de las heridas. La iglesia necesita ser lavada para que se quite tanto la vejez como las heridas. La eficacia de este lavamiento no proviene de la sangre de Cristo, sino del agua que se halla en la Palabra. La sangre quita el pecado y las impurezas, mientras que el agua en la palabra elimina las arrugas y las manchas, es decir, la vejez y las ofensas.
La manera de ser lavados por el agua en la palabra se presenta en 6:17 y 18. En estos versículos Pablo nos exhorta a recibir “la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios; con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu”. Esto indica que debemos orar-leer la Palabra, es decir, debemos ingerir la Palabra viva recibiéndola en lo más profundo de nuestro ser al orar en el espíritu. Esto equivale a ejercitar nuestro espíritu para recibir la Palabra por medio de la oración. Si hacemos esto, la Palabra no sólo será el alimento que nos nutre, sino también el agua que nos lava y nos purifica de toda vejez y de toda herida.
En la vida de iglesia es necesario relacionarnos unos con otros; sin embargo, cuanto más estamos juntos, más nos agraviamos unos a otros. Si algún hermano viviera conmigo por algunos días, no hay duda de que yo lo lastimaría a él y él a mí. La única manera de quitar las manchas producidas por dichas heridas es experimentar el lavamiento del agua en la Palabra. Si nuestras heridas no son lavadas por el agua que está en la Palabra, es probable que nos sintamos ofendidos y desanimados, e incluso deseemos abandonar la vida de iglesia. Pero si ejercitamos nuestro espíritu y oramos-leemos la Palabra, absorbiéndola así en lo más recóndito de nuestro ser, experimentaremos el lavamiento del agua en la Palabra, y todas nuestras manchas desaparecerán. Además, este lavamiento nos hará crecer, y mediante este crecimiento seremos edificados con otros.
El libro de Efesios en su totalidad revela de una manera coherente que la iglesia es la mezcla del Espíritu divino con el espíritu humano. Hoy el Espíritu divino, quien es el Dios Triuno, está en la Palabra santa. El Dios Triuno es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, y este Espíritu se halla en la Palabra. Por consiguiente, no sólo debemos ejercitar nuestra mente para estudiar la Palabra, sino que también debemos ejercitar nuestro espíritu para orarla. Al orar-leer, no sólo tocaremos la Palabra, sino también al Espíritu, y, como resultado, el Espíritu nos nutrirá, nos regará y nos lavará a fin de que toda mancha y toda arruga sea eliminada de nosotros. Finalmente, mediante este lavamiento, seremos completamente santificados de manera práctica. Esto es lo que el Señor lleva a cabo hoy en la iglesia.
En el recobro del Señor, no hay lugar para las ordenanzas, las doctrinas ni el viejo hombre. Si todavía nos aferramos a estos elementos negativos, no tendremos parte en la vida de iglesia. A nosotros sólo nos interesan el Cristo vivo y la Palabra viva. Cuando leemos la Palabra no sólo ejercitamos nuestra facultad mental para estudiarla y adquirir conocimiento de ella, sino que también ejercitamos nuestro espíritu para orarla y tomarla como el Espíritu vivificante, a fin de alimentarnos y lavarnos. De esta manera creceremos corporativamente y seremos edificados. Es por medio de este proceso que el Señor Jesús cumplirá lo que profetizó en Mateo 16:18, cuando dijo: “Edificaré Mi iglesia”. Entonces tendremos la realidad y el disfrute del evangelio completo, el evangelio de Cristo y la iglesia.