Mensaje 94
Lectura bíblica: Ef. 1:17; 2:22; 3:5, 16; 4:23; 5:18; 6:18
En 4:17 Pablo dice: “Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente”. Los gentiles son las personas caídas, las cuales se envanecieron en sus razonamientos (Ro. 1:21). Ellos caminan sin Dios, en la vanidad de sus mentes, controlados y dirigidos por sus pensamientos vanos. Todo lo que ellos hacen conforme a sus mentes caídas es vanidad. Por consiguiente, la vanidad de la mente constituye el elemento fundamental de la vida diaria de la humanidad caída.
Si estudiamos la Biblia desde Génesis 6 hasta Apocalipsis 20, nos daremos cuenta de que toda la humanidad caída vive en la vanidad de la mente. La humanidad ha caído del espíritu a la mente. Cuando Dios creó al hombre le dio un espíritu con la intención específica de que el hombre viviera y anduviera en el espíritu. Pero como resultado de la caída, el espíritu del hombre fue afectado por la muerte, y el hombre empezó a vivir conforme a la vanidad de la mente. El vivir del hombre caído está dirigido por sus pensamientos. Toda persona caída, sin excepción, es dominada por sus pensamientos. Antes de ser salvos, nosotros hablábamos y actuábamos conforme a los pensamientos de nuestra mentalidad caída.
En la iglesia como nuevo hombre, no debemos vivir según la vanidad de la mente, sino conforme al espíritu de la mente (4:23). Esta es la clave para el vivir diario del nuevo hombre corporativo. Antes, nuestra mente estaba llena de vanidad, pero ahora debe de ser impregnada del espíritu. Debemos andar conforme al espíritu que se está extendiendo a nuestra mente y llenándola. De esta manera, el diario andar del nuevo hombre se realizará en el espíritu de la mente. Esta es la clave para experimentar la vida de iglesia.
El espíritu humano se menciona en cada capítulo de Efesios. Efesios 1:17 dice: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de El”. El espíritu mencionado en este versículo se refiere al espíritu humano regenerado, donde mora el Espíritu de Dios. Dios nos da este espíritu a fin de que tengamos sabiduría y revelación para conocerlo a El y Su economía.
Con relación a la iglesia, lo que necesitamos es un espíritu de sabiduría y revelación. En lo que atañe a la iglesia, tener una mente perspicaz no sirve de nada; lo que es de suma importancia es el espíritu. Así como usamos los órganos apropiados para ver, oír y gustar, debemos usar el órgano adecuado, el espíritu, para relacionarnos con la iglesia.
Además, nuestro espíritu debe de ser un espíritu de sabiduría y de revelación. La sabiduría está en nuestro espíritu para que conozcamos el misterio de Dios, y la revelación viene del Espíritu de Dios para mostrarnos la visión quitando el velo. Primero, recibimos sabiduría, la habilidad de comprender, para que conozcamos lo espiritual; luego, el Espíritu de Dios revela las cosas espirituales a nuestro entendimiento espiritual. Pablo, sabiendo que el espíritu es de vital importancia en relación con la iglesia, oró al Padre de gloria pidiéndole que nos concediera un espíritu de sabiduría y revelación.
En 2:22 Pablo declara: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. Esto se refiere a nuestro espíritu humano, en el cual mora el Espíritu Santo. El Espíritu de Dios es el morador, mientras que nuestro espíritu es la morada. Por consiguiente, nuestro espíritu es la morada de Dios.
Si queremos poner en práctica la vida de iglesia, es menester que estemos en el espíritu. La mente natural para nada aprovecha cuando se trata de experimentar la vida de iglesia en su condición de nuevo hombre. En la escuela o en los negocios se depende de la mente, pero en la iglesia debemos depender del espíritu, conscientes de que en la mente natural no hay más que vanidad. Según Efesios 2:22, hoy la morada de Dios entre Su pueblo se encuentra en el espíritu de ellos, no en sus mentes.
Pablo, hablando del misterio de Cristo, declara en Efesios 3:5: “Que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a Sus santos apóstoles y profetas en el espíritu”. Vemos una vez más que en este pasaje el espíritu se refiere al espíritu humano regenerado, en el cual mora el Espíritu Santo. Por ende, el espíritu humano mezclado con el Espíritu de Dios se puede considerar un espíritu mezclado. El espíritu mezclado fue el medio por el cual le fue dado a conocer a los apóstoles y profetas la revelación neotestamentaria respecto a Cristo y la iglesia. Ahora necesitamos ese mismo espíritu para recibir dicha revelación.
En este versículo, los “hijos de los hombres” son representados por los “santos apóstoles y profetas”. Cuando Dios reveló el misterio de Cristo a estos representantes de la humanidad, se los reveló en el espíritu de ellos. Vemos así que con relación a la economía de Dios, el órgano crucial no es la mente, sino el espíritu.
En 3:16 Pablo, hablando del hombre interior, dice: “Para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. El hombre interior es nuestro espíritu regenerado, que posee la vida de Dios como su vida. Si queremos experimentar a Cristo como la corporificación de Dios, debemos ser fortalecidos en nuestro hombre interior. Los hermanos por naturaleza son fuertes de mente y de voluntad, mientras que en las hermanas predomina la parte emotiva. ¡Quiera el Señor hacernos fuertes en el espíritu, en nuestro hombre interior!
Todos debemos ser fortalecidos en nuestro hombre interior para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Nuestro corazón se compone de las partes del alma, a saber, la mente, la parte emotiva y la voluntad, más la conciencia, la parte principal de nuestro espíritu. Estas son las partes internas de nuestro ser. Por medio de la regeneración, Cristo entró a nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Ahora debemos permitir que El se extienda a cada parte de nuestro corazón. Ya que nuestro corazón es la totalidad de todas nuestras partes internas, y el centro de nuestro ser, cuando Cristo hace Su hogar en nuestro corazón, El controla nuestro ser interior, y suministra y fortalece consigo mismo cada parte interna. El fortalecimiento de nuestro hombre interior constituye la clave para que Cristo haga Su hogar en nuestro corazón. Puesto que Pablo conocía esta clave, él oró al Padre pidiéndole que nos concediera, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior.
Al llegar al capítulo cuatro, vemos que el espíritu fortalecido debe llegar a ser el espíritu de nuestra mente, un espíritu renovador. En 4:3 Pablo dice: “Y os renovéis en el espíritu de vuestra mente”. Vemos una vez más que en este contexto el espíritu también se refiere al espíritu regenerado de los creyentes, que está mezclado con el Espíritu de Dios, el cual mora en nosotros. Tal espíritu mezclado se extiende a nuestra mente y llega a ser así el espíritu de nuestra mente. Es en este espíritu que somos renovados, lo cual produce nuestra transformación (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18).
Nuestro espíritu fortalecido es el medio por el cual nuestro ser se renueva. Cuando nuestro espíritu se fortalece, se extiende a nuestra mente y la renueva, y una vez que la renueva, prosigue a renovar nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. El espíritu renovador propicia que la iglesia como el nuevo hombre viva apropiadamente.
En 5:18 Pablo habla de ser llenos en el espíritu. Este versículo dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos en el espíritu”. Embriagarnos con vino es ser llenos en el cuerpo, mientras que ser llenos en nuestro espíritu regenerado equivale a ser llenos de Cristo (1:23) hasta la medida de toda la plenitud de Dios (3:19). Embriagarnos con vino en nuestro cuerpo físico nos trae disolución, pero ser llenos de Cristo hace que rebosemos en hablar, cantar, salmodiar y en dar gracias a Dios (5:19-20). Eso nos lleva también a someternos unos a otros (v. 21). En la vida de iglesia, nuestra necesidad no es llenar nuestras mentes de conocimiento objetivo, sino ser llenos en nuestro espíritu de las riquezas de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
La última referencia encontrada en Efesios respecto al espíritu humano regenerado, en el cual mora el Espíritu de Dios, se encuentra en 6:18. En este versículo, Pablo nos exhorta a orar en todo tiempo en el espíritu, es decir, a orar en nuestro espíritu, el cual está mezclado con el Espíritu de Dios. Esta referencia al espíritu se halla en el contexto de la guerra espiritual. Cuando la iglesia llega a ser el nuevo hombre, donde los miembros desarrollan sus funciones normalmente y llevan un diario vivir apropiado, y cuando sus manchas y arrugas son eliminadas por la alimentación y el cuidado de Cristo, ella se convierte en un poderoso guerrero, un soldado que libra la batalla por causa de los intereses de Dios. Si queremos involucrarnos en la guerra espiritual, debemos orar en el espíritu mezclado.
Espero que en todos quede una impresión de la importancia que ocupa el espíritu humano en el libro de Efesios. En el capítulo uno vemos el espíritu de sabiduría y de revelación; en el capítulo dos, el espíritu como morada de Dios; en el capítulo tres, el espíritu como medio por el cual se recibe la revelación y como órgano que debe ser fortalecido; en el capítulo cuatro, el espíritu renovador, que se extiende a nuestra mente y renueva todas nuestras partes internas; en el capítulo cinco, el espíritu que se llena de Cristo hasta la medida de toda la plenitud de Dios; y en el capítulo seis, el espíritu mezclado, el órgano en el cual oramos para pelear la batalla por el Señor. Al examinar todas estas referencias al espíritu en este breve libro, nos damos cuenta que la vida de iglesia depende totalmente del espíritu. Para practicar la vida de iglesia, debemos tornarnos a nuestro espíritu y permanecer allí. La vida diaria del nuevo hombre corporativo se lleva a cabo absolutamente en el espíritu de la mente.
En varias ocasiones hemos hablado de lo importante que es tener un cielo despejado. De hecho, tener un cielo despejado es simplemente tener un espíritu claro. En el sentido espiritual, nuestro espíritu es nuestro cielo. Así que, si nuestro espíritu está claro, también lo está nuestro cielo. En cambio, si nuestro espíritu está nublado, también lo estará nuestro cielo.
En 4:17-19 Pablo dice que los que andan en la vanidad de la mente tienen el entendimiento entenebrecido y son ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay. El añade que sus corazones son duros, que han perdido toda sensibilidad y que se han entregado a la lascivia. Por consiguiente, andar en la vanidad de la mente es estar en tinieblas densas. En contraste con esto, los creyentes que en otro tiempo eran tinieblas “ahora son luz en el Señor” (5:8). Por tanto, debemos “andar como hijos de luz”. En 5:14 Pablo declara: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”. Cada vez que estamos en el espíritu, estamos en la luz, bajo el resplandor del Señor. Eso nos permite tener un cielo despejado. Cuanto más claro sea nuestro espíritu, más claro será nuestro cielo.
Si ejercitamos la mente en lugar del espíritu, el cielo dentro de nosotros estará nublado; y sucede lo mismo cuando nuestra parte emotiva y nuestra voluntad son más fuertes que nuestro espíritu. Pero si nos negamos a nuestra mente, a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad naturales y tomamos una posición firme por el Señor en nuestro espíritu, nuestro cielo se esclarecerá inmediata e instantáneamente. Cuando titubeamos para seguir al Señor, nuestro cielo se nubla; pero cuando nos decidimos y seguimos al Señor sin reservas, nuestro cielo se esclarece.
La razón por la que titubeamos para seguir al Señor es que les damos demasiada importancia a nuestros pensamientos y a nuestros sentimientos. Tal vez tenemos miedo de ofender a alguien. Quizás a un hermano le preocupa la reacción de su esposa si él llegara a tomar la senda de la iglesia. Este tipo de consideraciones y preocupaciones nublan nuestro espíritu. Pero una vez las ponemos a un lado y tomamos la firme resolución de seguir al Señor sin reservas, nuestro cielo se aclarará. No habrá ninguna nube en nuestro espíritu. En nuestro espíritu no existe la aflicción ni la preocupación, sino únicamente el Espíritu Santo.
Si vivimos conforme a la vanidad de la mente, andaremos en tinieblas y seremos ajenos a la vida de Dios. Pero si nos tornamos al espíritu de la mente, Cristo nos alumbrará y tendremos un cielo claro. La razón por la cual algunos no han crecido a pesar de los muchos años que han estado entre nosotros, es que ellos viven en la vanidad de la mente; pocas veces se vuelven al espíritu de la mente. Si estos hermanos y hermanas se tornaran de la vanidad de la mente al espíritu de la mente, experimentarían un gran cambio. Oír mensajes ayuda muy poco, a menos que estemos en el espíritu de la mente, y no en la vanidad de la mente. No podemos recibir ayuda espiritual de los mensajes si en lugar de ejercitar el espíritu, ejercitamos la mente. Es menester salir de inmediato de la vanidad de la mente y andar conforme al espíritu de la mente.
A medida que andamos conforme al espíritu de nuestra mente, somos renovados. Ser renovados no es ser corregidos o reformados exteriormente. Ser renovados equivale a que se forje en nosotros un nuevo elemento, el elemento divino. Esto significa que en la vida de iglesia no debemos preocuparnos por autocorregirnos exteriormente, sino por ser renovados interiormente.
Si queremos ser renovados, debemos despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo. Notemos que Pablo no dice que debemos mejorar el viejo hombre. Muchos santos no tienen la intención de despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo; al contrario, su intención es mejorar su comportamiento e incluso perfeccionarse. Es posible que traten de cambiarse a sí mismos a fin de poder adaptarse a la vida de iglesia. Esto es un error. En la vida de iglesia genuina no debemos reformarnos ni corregirnos; lo único que debemos hacer es despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo. De hecho, la acción de despojarnos y vestirnos equivale a ser renovados.
En la renovación, el elemento viejo es reemplazado por uno nuevo. Nuestro espíritu es un espíritu renovador, porque en él mora el Cristo vivo como elemento renovador. El elemento que tiene ésta innovación está en nuestro espíritu; así que, cuando el espíritu renovador se extiende a nuestra mente, somos renovados en el espíritu de la mente. Cuanto más nos tornamos al espíritu de la mente y andamos en él, más será renovada nuestra mente. Entonces, el viejo elemento es sustituido de manera práctica por uno nuevo. Así nos despojamos del viejo hombre y nos vestimos del nuevo.
Como resultado de vivir de la manera descrita anteriormente, llegamos a tener la imagen de Dios; o sea, nuestra vida llega a ser la expresión de Dios. En 4:24 Pablo declara que el nuevo hombre fue creado según Dios. Esto significa que la vida de iglesia es conforme a Dios mismo y es Su expresión. La meta de Dios es obtener un pueblo por medio del cual El podrá expresarse a Sí mismo. Esta meta divina se cumple en la iglesia en su aspecto de nuevo hombre creado según Dios. Esto es completamente diferente de la religión, la cual enseña a las personas a portarse bien. Dios no desea simplemente obtener un pueblo cuya conducta sea benévola, amable y humilde; Su deseo es obtener el Cuerpo, el nuevo hombre, para que sea Su expresión. Para lograr esta meta, en primero lugar, el nuevo hombre debe ser creado en Cristo; Pablo habla de esto en el capítulo dos. Luego, según dice en el capítulo cuatro, el nuevo hombre debe crecer y vivir andando en el espíritu de la mente y debe ser renovado cada día. Esto da por resultado que el nuevo hombre corporativo llegue a ser la imagen de Dios, Su expresión. De esta manera se cumple el deseo de Dios.
En 4:24 Pablo declara que el nuevo hombre fue creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. La justicia es la condición de estar bien con Dios y con el hombre conforme al camino justo de Dios, mientras que la santidad consiste en ser separados para Dios de todo lo común y ser saturados con la naturaleza santa de Dios.
En este versículo, la palabra griega traducida “santidad” es josiótes, la cual denota una piedad genuina. Basado en esto, algunas versiones la traducen “piedad”. Si examinamos este versículo en su contexto, veremos que la vida de iglesia es una vida en la que se expresa la verdadera piedad. Desgraciadamente, esta palabra ha sido dañada por el uso tradicional y se le ha dado una connotación religiosa. En el Nuevo Testamento, esta palabra, que en algunos casos se traduce piedad, significa virtud conforme al carácter divino, expresado a través de lo humano. Por una parte, denota la virtud humana, y por otra, expresa la naturaleza y carácter divinos. Debemos llevar una vida diaria en la que nuestra virtud exprese el carácter divino.
Esta manera de vivir es muy diferente a simplemente expresar la virtud humana. Los seres humanos tenemos virtudes, pero éstas deben convertirse en la expresión del carácter divino. Por ejemplo, el Nuevo Testamento enseña que las mujeres deben someterse a sus maridos. Confucio también enseñaba lo mismo. De hecho, Confucio enseñaba una triple sumisión: al padre, al marido, y, si éste moría, al hijo. ¿Cuál es la diferencia entre la sumisión que enseñaba Confucio y la que enseña la Biblia? La sumisión que enseñaba Confucio no pasa de ser una virtud humana; en ella no se percibe nada de Cristo ni del carácter divino. Sin embargo, si una hermana en el Señor que está llena en el espíritu se somete a su marido, su sumisión llevará el aroma de Cristo. Dicho de otro modo, su sumisión expresará el carácter divino.
Tomemos otro ejemplo, el de honrar a nuestros padres. La Biblia enseña claramente que debemos honrar a nuestros padres; y Confucio también enseñó esto. Sin embargo, la diferencia entre honrar a los padres conforme a lo que enseñaba Confucio y hacerlo conforme a la Biblia es que en lo primero no se percibe nada de Cristo, mientras que en lo último se percibe a Cristo y se ve una expresión del carácter divino. Cuando somos llenos en el espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios y honramos a nuestros padres, como resultado de esto, expresaremos a Dios en nuestra relación con ellos. Nuestro comportamiento no es simplemente la expresión de la virtud humana, sino que expresa el carácter divino y despide el aroma de Cristo. Cuando honramos a nuestros padres, esta honra despide el dulce aroma de Cristo. Esta es la expresión de Dios a través de la virtud humana. Si un joven que está lleno en su espíritu hasta la medida de toda la plenitud de Dios, honra a sus padres, esa virtud manifestará el carácter divino. Esto es la expresión de Dios en la humanidad.
Expresar a Dios de esta manera difiere totalmente de un simple comportamiento ético. Aunque los seguidores de Confucio pudieran alcanzar una norma ética elevada, en su virtud no se percibe a Cristo. Repito que nuestra virtud debe contener el carácter de Dios y el sabor y gusto de Cristo. A esta expresión divina mediante la virtud humana se refiere la palabra griega traducida “santidad” en 4:24. La vida de iglesia debe expresar plenamente el carácter divino por medio de la virtud humana.
Nuestra honestidad y generosidad deben expresar el carácter divino. Existen dos clases de honestidad y dos clases de generosidad: la honestidad y la generosidad que aluden a las virtudes humanas, y la honestidad y generosidad que expresan el carácter de Dios. En la vida de iglesia, nuestra honestidad y generosidad deben tener sabor a Cristo. Cuando otros nos contactan, deben sentir que no somos solamente virtuosos; ellos deben percibir que nuestra virtud tiene sabor a Cristo y ver en nosotros la expresión del carácter divino.
La clave para la vida de iglesia es el espíritu de la mente. Si vivimos conforme a dicho espíritu, la vida de iglesia reflejará el carácter divino. Entonces seremos un pueblo corporativo que despide el sabor de Cristo y que expresa a Dios. Si sólo damos la impresión de ser buenos, justos y amables, nuestra vida de iglesia será un fracaso. Nuestra bondad, justicia y amabilidad deben expresar al Dios Triuno. La vida de iglesia debe estar llena del aroma y sabor de Cristo y del carácter de Dios. Esta vida es el vivir del Dios Triuno por medio de nuestra humanidad. Dios lleva siglos anhelando una vida de iglesia así. Nuestra oración es que muy pronto se practique esta clase de vida de iglesia entre nosotros en el recobro del Señor. ¡Que el Señor se complazca al ver en la tierra esa expresión de Sí mismo por medio del nuevo hombre corporativo!