Mensaje 97
Lectura bíblica: Ef. 6:10-18
En Efesios 1 vemos un panorama general de lo que es la iglesia y de cómo se produce. En el capítulo dos vemos que la iglesia es el nuevo hombre creado por Cristo en Sí mismo. En el capítulo tres tenemos una clara visión de cómo Cristo hace Su hogar en los corazones de los que conforman la iglesia. El hecho de que Cristo haga Su hogar en el corazón de la iglesia significa que El se infunde en el centro del ser interior de la iglesia. Por medio de esta infusión, la iglesia es llena hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Es así como la iglesia se mezcla con la divinidad y es saturada de ella. Por consiguiente, la iglesia se compone de la humanidad mezclada con la divinidad así como saturada y empapada de ella.
En el capítulo cuatro vemos a la iglesia como nuevo hombre. Conforme al capítulo dos, el nuevo hombre ya está completo orgánicamente, pero no es perfecto con relación a sus funciones. Para esto, la iglesia como nuevo hombre debe crecer en la vida divina. Cuanto más crezca el nuevo hombre, más capacitado estará para funcionar. En Efesios 4 vemos también el diario andar del nuevo hombre. Como ya mencionamos, la humanidad caída anda conforme a la vanidad de la mente; pero la iglesia en calidad de nuevo hombre anda en el espíritu de la mente.
En Efesios 5 vemos otro aspecto de la iglesia, a saber: la iglesia como la novia preparada para Cristo. Por una parte, la iglesia es el nuevo hombre que necesita crecer, funcionar y tener un vivir diario adecuado; por otra parte, ella es la novia que debe embellecerse para que Cristo se la presente a Sí mismo a Su regreso. En cuanto a la iglesia como novia, el problema que ella enfrenta no se relaciona con las ordenanzas, la doctrina ni el viejo hombre; lo que a ella le afecta son las manchas y las arrugas, las cuales son defectos orgánicos que arruinan su belleza. Para librarse de estos defectos, la iglesia debe experimentar la santificación, la purificación, la nutrición y el cuidado tierno, todo lo cual se realiza al forjarse metabólicamente en ella el elemento de Cristo. Este elemento hará que desaparezcan las manchas y las arrugas, y embellecerá a la novia para que sea presentada a Cristo. Finalmente, por medio de este proceso de transformación metabólica, la iglesia llegará a ser gloriosa.
En Efesios 6 vemos otro aspecto de la iglesia. En este capítulo, la iglesia no es el Cuerpo, la morada, la familia, el reino, el nuevo hombre, ni la novia; es el guerrero de Dios. La iglesia no debe ser solamente el Cuerpo que expresa a Cristo, la morada donde habita Dios, ni el nuevo hombre que cumple Su economía; la iglesia debe ser también un guerrero, un soldado, que derrota al enemigo de Dios.
Según Apocalipsis 19, la iglesia es tanto la novia que es presentada a Cristo, como el guerrero que combate junto con El contra el enemigo de Dios. Cuando el Señor Jesús regrese, primero se reunirá con Su novia. Después de recibirla, Cristo y los vencedores librarán la batalla contra el enemigo. Según Apocalipsis 19:11, el Señor montará un caballo blanco y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, lo seguirán en caballos blancos (v. 14). Apocalipsis 17:14, que hace alusión a esto mismo, declara: “Harán guerra contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque El es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con El, los llamados y elegidos y fieles, también vencerán”.
En Apocalipsis 19:7 y 8 vemos que la novia está vestida de lino fino, resplandeciente y limpio. En el versículo 14 leemos que los ejércitos que siguen al Señor en la batalla están “vestidos de lino finísimo, blanco y limpio”. Estos versículos muestran que el traje de bodas de la novia será también el uniforme que ella llevará como ejército de Dios al combatir contra el enemigo. Por consiguiente, cuando uno tiene el vestido de bodas también tiene el uniforme.
En Efesios 5 y 6 vemos a la iglesia como novia y como guerrero; estos dos aspectos de la iglesia también se hallan en Apocalipsis 19. Nosotros, por ser la iglesia, no sólo somos el Cuerpo de Cristo, la morada de Dios, Su reino, Su familia y el nuevo hombre; también somos la novia y el guerrero. Como novia, debemos ser hermosos, sin mancha y sin arrugas, y vestirnos de lino finísimo, y como guerrero, debemos ser equipados para combatir contra el enemigo de Dios.
En la economía de Dios, hay un solo ejército, el cual se compone de un guerrero corporativo. Esto significa que el guerrero de Efesios 6 es una entidad corporativa. Sólo como una entidad corporativa, el Cuerpo, podemos vestirnos de toda la armadura de Dios. Esto contradice el concepto que muchos cristianos sostienen, o sea, que un creyente individual es capaz de llevar toda la armadura. La armadura de Efesios 6 no es para los creyentes individuales, sino para la iglesia como un todo, para la iglesia como Cuerpo de Cristo. Lo que revela este capítulo no es la lucha que libran los creyentes como individuos, sino la que pelea un ejército corporativo por los intereses de Dios sobre la tierra.
La guerra espiritual no es un asunto de individuos, sino del Cuerpo, una entidad corporativa que pelea la batalla contra el enemigo de Dios. En un ejército moderno, ningún soldado emprendería la batalla a solas; más bien, lo haría como parte integral de un ejército bien adiestrado y plenamente equipado. Después de ser formados corporativamente como un ejército, podremos pelear contra el enemigo de Dios. La estrategia de Dios consiste en usar a la iglesia como Su ejército para pelear contra el enemigo. Por ello, es muy peligroso aislarnos del ejército, pues sólo permaneciendo en él tendremos la protección que necesitamos.
Hace algunos años el pueblo del Señor consideraba que la guerra espiritual era un asunto individual, pero a través de los años hemos visto que quien libra la batalla es la iglesia, el ejército corporativo de Dios. Si nos apartamos de la iglesia, seremos vencidos. La estrategia de Satanás consiste en aislarnos de la iglesia, el ejército de Dios. Es crucial que nos demos cuenta de que la guerra espiritual es un asunto que atañe al Cuerpo. Si estamos conscientes de ello y permanecemos en la iglesia, seremos victoriosos. A los creyentes como individuos no les toca librar la batalla; la iglesia como ejército de Dios es quien la libra.
Como guerrero de Dios, la iglesia no pelea valiéndose de sus propias fuerzas. Efesios 6:10 dice: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor, y en el poder de Su fuerza”. Este versículo indica claramente que no debemos pelear usando nuestras propias fuerzas; antes bien, debemos ser fortalecidos en el Señor y en el poder de Su fuerza. La palabra griega traducida “fortaleceos” tiene la misma raíz que la palabra “poder” en 1:19. Para hacer frente al enemigo de Dios, para pelear contra las fuerzas malignas de las tinieblas, necesitamos ser fortalecidos con la grandeza del poder que levantó a Cristo de los muertos y lo sentó en los lugares celestiales, muy por encima de todos los espíritus malignos del aire. En la guerra espiritual contra Satanás y su reino maligno, podemos combatir únicamente en el Señor, y no en nosotros mismos. Cada vez que estamos en nosotros mismos, somos vencidos.
Según Efesios 6 el Señor con Su poder es la armadura con la que nos vestimos para protegernos. Esto significa que nosotros, como Cuerpo, debemos vestirnos de Cristo mismo como nuestra armadura. Para librar la guerra espiritual, debemos ponernos al Cristo que es la armadura completa de Dios.
En 6:14-17 vemos seis aspectos de Cristo, la armadura: el cinto de la verdad o realidad; la coraza de la justicia; el firme cimiento del evangelio de la paz (el calzado); el escudo de la fe; el yelmo de la salvación; y la espada del Espíritu. Por tanto, la armadura completa de Dios consta del cinto, la coraza, el calzado, el escudo, el yelmo y la espada. El escudo sirve para defensa, mientras que la espada, para ofensa. De hecho, de toda la armadura, la espada es la única arma de ataque.
Conforme al versículo 18, recibimos el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu con toda oración y petición. De hecho, todos los aspectos de la armadura de Dios se reciben por medio de la oración. ¿Sabe cómo ceñirse con la verdad? Lo puede hacer orando en el espíritu. La oración también es la manera de aplicar la coraza, el calzado, el escudo, el yelmo y la espada.
En griego, el antecedente del pronombre relativo “el cual” del versículo 17 es el Espíritu, y no la espada. Esto indica que el Espíritu es la palabra de Dios. Tanto el Espíritu como la palabra son Cristo (2 Co. 3:17; Ap. 19:13).
Debemos recibir la palabra de Dios con toda oración y petición. Según los versículos 17 y 18, debemos recibir la palabra con toda oración. Estos versículos indican que podemos recibir la palabra al orar-leer, es decir, al orar con las palabras de la Escritura y con respecto a ellas, usando las palabras de la Biblia como la misma oración que ofrecemos a Dios. Aunque la expresión “orar-leer” no se encuentra en la Biblia, el hecho no obstante consta en ella. Así como la Biblia revela el hecho de que Dios es triuno, aunque la palabra “trinidad” no se halle en las Escrituras, del mismo modo, la Biblia contiene el hecho de orar-leer, aunque no use esta expresión.
Puedo testificar que orar-leer la palabra es mejor, más elevado, más rico y más completo que simplemente leerla. Día tras día el orar-leer la palabra de Dios me refresca, me llena, me satisface, me aviva, me fortalece, me nutre, y recibo un cuidado tierno. Además, al orar-leer soy santificado, purificado y transformado. Aunque no estoy de acuerdo en imponer el orar-leer a los demás, jamás renunciaría a ello; es demasiado dulce, demasiado bueno. Por ejemplo, con el simple hecho de orar con las palabras de Juan 1:1 soy nutrido, lleno y satisfecho en el Señor.
Mientras recibimos la palabra por medio de toda oración y petición, debemos orar “en todo tiempo en el espíritu”. El “espíritu” mencionado en el versículo 18 es nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu de Dios; por ende, es un espíritu mezclado, nuestro espíritu mezclado con el de Dios. Cada vez que oremos para ingerir la palabra, debemos estar en el espíritu. El espíritu es el órgano apropiado para la oración, y como hemos mencionado muchas veces, podemos estar en el espíritu simplemente al invocar el nombre del Señor Jesús desde nuestro interior. Cuando clamamos: “Oh Señor Jesús”, nos volvemos de la vanidad de la mente al espíritu de la mente. ¡Cuán dulce y deleitoso es invocar al Señor Jesús en el espíritu!
Cuando oramos en el espíritu, aplicamos al Cristo que es toda la armadura de Dios. Mientras tomamos la Palabra orando en el espíritu, tocamos espontáneamente al Cristo que es el Espíritu vivificante. Inmediatamente, nuestra oración y nuestra lectura llegan a ser vivientes, y somos fortalecidos y cubiertos con Cristo como nuestra armadura. Además, tenemos la sensación de que estamos en el Cuerpo y que Cristo, con todo lo que El es y tiene, es nuestra porción. Es así como lo aplicamos a El como toda la armadura.
Cuando estamos en el Cuerpo, en realidad no llevamos a cabo la guerra espiritual; simplemente la disfrutamos. En lugar de ser un esfuerzo, la batalla se convierte en un deleite. Puesto que oramos en el espíritu y aplicamos todos los aspectos de Cristo, los cuales constituyen la armadura, la batalla espiritual se convierte en un disfrute. Disfrutamos a Cristo como la verdad que nos ciñe y como la justicia que cubre y protege nuestra conciencia. Además, lo disfrutamos como el firme cimiento del evangelio de la paz y como el escudo de la fe. Cristo mismo es nuestra fe. Como dice Hebreos 12:2, El es el Autor y Perfeccionador de la fe. Al tomar a Cristo como nuestro escudo, somos protegidos de los dardos de fuego del maligno. Además, disfrutamos a Cristo como el yelmo de la salvación que cubre nuestra cabeza y como la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios. Salmos 23:5 dice: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis adversarios”. Esto quiere decir que el campo de batalla es un lugar de banquete. Comemos en presencia del enemigo, disfrutando a Cristo como la realidad, la justicia, la paz, la fe, la salvación y como la palabra viva de Dios. Lo disfrutamos y lo aplicamos orando en el espíritu.
Ya mencionamos que al orar-leer ingerimos la Palabra de Dios. Generalmente cuando hablamos de tomar la Palabra de Dios, nuestro concepto es que la palabra es el sustento. Sin embargo, Efesios 6 no pone énfasis en la palabra que nutre, sino en la palabra que aniquila. La función de la palabra que alimenta es edificarnos; mientras que el objetivo de la palabra que aniquila es hacerle frente al enemigo. Según este contexto, debemos orar-leer la Palabra no tanto para recibir alimento, sino principalmente para experimentar la espada como instrumento aniquilador. Cuanto más oramos-leemos la Palabra, más experimentamos el poder aniquilador contenido en la Palabra.
Hemos dicho que de toda la armadura, la espada es la única arma ofensiva, es decir, la única parte de la armadura de Dios que se usa para atacar al enemigo. Quizás se pregunten qué relación tiene esto con la experiencia que tenemos del poder aniquilador de la Palabra. Para entender esto, debemos ver que en la guerra espiritual no sólo tenemos un enemigo objetivo, sino también un adversario subjetivo. Satanás no sólo es el enemigo que está fuera de nosotros, sino también el adversario que está dentro de nosotros. Hoy el adversario interior representa un mayor problema para nosotros que el enemigo exterior. Los ataques externos que recibimos del enemigo no son tan graves como los ataques internos que nos lanza nuestro adversario. Para hacerle frente al adversario que nos ataca por dentro, debemos experimentar el poder aniquilador de la Palabra. Es cierto que el enemigo se halla fuera de nosotros, pero sus elementos están en nuestro propio ser. Puesto que los elementos del enemigo están dentro de nosotros, necesitamos que el poder aniquilador de la Palabra sea aplicado a nuestro ser subjetivamente. Ya que el enemigo se inyectó en nuestro ser, lo que necesitamos es que el poder aniquilador de la Palabra sea aplicado a nosotros para que éste haga frente a los elementos del enemigo dentro de nosotros.
Si examinamos nuestra experiencia espiritual, nos daremos cuenta de que en la mayoría de los casos, el enemigo nos ataca por dentro. Casi todos los dardos de fuego provienen, no del enemigo que está fuera de nosotros, sino del adversario que está en nuestro interior. Si nos encerramos en nosotros mismos, descubriremos que los dardos de fuego nos atacarán desde adentro. Por esto vemos que debemos enfrentarnos tanto con el adversario como con el enemigo. En nuestra experiencia llegamos a darnos cuenta de que nuestro peor enemigo es el yo. En muchas ocasiones somos tentados, pero no por un enemigo externo, sino por el yo, por nosotros mismos.
Ya que el yo es el principal enemigo, debemos experimentar el poder aniquilador de la Palabra de Dios. Por una parte, cuando oramos-leemos somos nutridos, y por otra, son eliminados ciertos elementos. Tal vez le molesten las dudas, el odio, los celos o el egoísmo. ¿Sabía usted que estas cosas pueden ser eliminadas orando-leyendo la Palabra? Cuanto más absorbemos la Palabra con su poder aniquilador, más se elimina nuestro orgullo y todos los elementos negativos que tenemos por dentro. El orar-leer aniquila al adversario interno. Después de orar-leer la Palabra, descubriremos que el adversario que nos atacaba desapareció. Hablando en términos prácticos, él fue aniquilado por la Palabra que ingerimos.
No pensemos que el campo de batalla de la guerra espiritual se encuentra fuera de nosotros; el campo de batalla está dentro de nosotros, especialmente en nuestra mente. Todos los elementos del adversario se encuentran en nuestra mente, y la manera de aniquilarlos consiste en orar-leer la Palabra. Cuando oremos-leamos la Palabra de Dios, los elementos del adversario que están en nuestra mente serán eliminados uno por uno. De este modo obtendremos la victoria.
Hoy los cristianos tratan las cosas espirituales de una manera vaga y general. Ellos hablan de temas tales como la unidad, la santidad, el amor y la venida del Señor, pero generalmente no son precisos ni específicos en lo que dicen. Es imposible saber con certeza de qué hablan. En el recobro del Señor las cosas deben ser diferentes. Debemos ser precisos y específicos en nuestra experiencia con el Señor. Muchos de nosotros podemos testificar que cuando oramos-leemos la Palabra, el Señor nos muestra nuestra condición. Por ejemplo, tal vez un hermano que tiene problemas con su esposa lea lo que Pablo dijo acerca de que el marido debe amar a su mujer. Cuanto más ore-lea este versículo, más sentirá amor para con su esposa. Este amor sorberá el elemento negativo que hay en él.
Los que estamos en el recobro del Señor debemos ser prácticos. No nos limitemos a las teorías; más bien, pongámoslas en práctica. El orar-leer es una manera práctica de aniquilar los elementos negativos que hay en nosotros. Cuanto más tomemos la Palabra de Dios con toda oración en el espíritu, más se da muerte a lo negativo que hay en nosotros. Así que, el orar-leer, además, de ser un banquete, nos provee la manera de librar la batalla. Cuando oramos-leemos la Palabra, la batalla arrecia, al ser aniquilados los elementos negativos en nuestro ser. Un día, el yo, el peor de todos los enemigos, será aniquilado. Cuando oramos-leemos y las cosas negativas en nosotros son aniquiladas, el Señor obtiene la victoria. Puesto que El es victorioso, nosotros también lo somos.
En este mensaje, mi deseo no es exponer Efesios 6 de manera meramente objetiva, sino ayudarlos a ustedes a experimentar a Cristo como todos los aspectos de la armadura, especialmente como la espada del Espíritu. Ya señalamos reiteradas veces que orar-leer es la manera de aniquilar al adversario que está en nosotros. Debemos orar-leer cada día y en cualquier situación. Cada vez que algo negativo nos moleste por dentro, tomemos la Palabra de Dios orando en el espíritu. Al hacerlo, se le dará muerte al elemento negativo.
En Efesios 5 vemos que la función de la Palabra es alimentar, con miras a embellecer a la novia; mientras que en Efesios 6 descubrimos que su función es aniquilar, lo cual capacita a la iglesia, quien es el guerrero corporativo, para librar la guerra espiritual. Mediante la palabra aniquiladora el adversario dentro de nosotros es destruido. A veces, ganamos la victoria sobre el enemigo objetivamente, pero somos derrotados por el adversario subjetivamente. Aunque nos regocijamos de que el enemigo externo huya, sentimos que el adversario que está en nosotros nos sigue molestando. Por esta razón, debemos prestar más atención al adversario que se esconde dentro de nosotros. Aniquilémoslo orando-leyendo la Palabra.
Al considerar todos estos mensajes acerca del libro de Efesios, debemos agradecer al Señor por el hecho de que estamos en Su recobro. ¡Qué bendición es estar en el recobro del Señor! Día tras día disfrutamos una satisfacción interna a medida que avanzamos bajo Su bendición. El Señor será victorioso, ganará todo nuestro ser, y preparará todo lo necesario para Su regreso.