Mensaje 1
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Lectura bíblica: Ez. 1:1-3; Nm. 4:2-3; 1 Cr. 23:3a; Lc. 3:23a; Ez. 40:17; 41:6; 46:22; Nm. 8:24; Gn. 11:6, 31
Nuestra intención en estos mensajes es ver las visiones contenidas en el libro de Ezequiel. Nuestro objetivo no es hacer una investigación en torno a este libro ni exponerlo, sino ver las visiones de la vida gloriosa de Dios contenidas allí. Por tanto, en lugar de considerar Ezequiel de versículo en versículo, o incluso de capítulo en capítulo, nos esforzaremos por presentar los puntos cruciales con respecto a la vida contenidos en este libro.
La Biblia revela que una historia misteriosa se viene desarrollando en el universo: una historia en la que están involucrados Dios y el hombre. En esta historia Dios entra en el hombre para ser la vida del hombre, con lo cual hace que el hombre posea Su naturaleza y Su gloriosa imagen. Por último, en la naturaleza divina, Dios y el hombre serán juntamente edificados para constituir el lugar donde Dios halle descanso. Como resultado de esta edificación, Dios y el hombre tendrán una unión completa. Ésta es la misteriosa historia de vida que se desarrolla entre Dios y el hombre.
Aunque la Biblia entera relata esta misteriosa historia de Dios y el hombre, hay dos libros que prestan particular atención a esta historia. Estos libros son Ezequiel y Apocalipsis. Ambos dicen que Dios es vida para el hombre, ambos hablan sobre el Espíritu de vida, el fluir del agua de vida y el pueblo de Dios, el cual posee la gloriosa semejanza de Dios y llega a ser Su morada. Ambos libros culminan con una visión de Jerusalén, y ambos libros nos muestran que el pueblo de Dios es conjuntamente edificado no solamente para ser morada de Dios donde Él halle descanso, sino también para ser Su complemento corporativo que lo satisfaga.
Los libros de Ezequiel y Apocalipsis son paralelos entre sí. Si hemos de entender Ezequiel, necesitamos Apocalipsis; y si hemos de ver algo en el libro de Apocalipsis, debemos entender lo revelado en Ezequiel. Por tanto, es de mucha ayuda considerar estos libros juntos. Si leemos Ezequiel y Apocalipsis juntos, veremos que son muy similares con respecto a muchos asuntos. Los puntos principales en estos dos libros son casi idénticos.
La primera similitud es que ambos libros comienzan con visiones. Tanto Ezequiel como Juan vieron visiones, y las visiones vistas por ellos se relacionan principalmente con la vida. La Biblia nos habla acerca de la vida. En los libros de Ezequiel y Apocalipsis no solamente tenemos el término vida, sino también visiones que presentan lo que es la vida y cómo la vida opera en nuestro ser así como entre nosotros. En ambos libros no solamente tenemos una descripción de la vida, sino también visiones que nos muestran este asunto de la vida.
En toda la Biblia, los libros que hablan con mayor claridad sobre el hecho de que Dios mismo fluye como vida son Ezequiel y Apocalipsis. Ezequiel y Apocalipsis nos muestran el fluir del agua viva. Ezequiel 47:1 habla del río que fluye procedente de la morada de Dios. El versículo 9 dice: “Todo aquello adonde llegue este río vivirá”, y el versículo 12 dice: “Junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles para comida. Sus hojas no se marchitarán ni faltará su fruto, sino que cada mes darán nuevo fruto, porque sus aguas fluyen del santuario. Y su fruto será para alimento, y sus hojas para sanar”. En Apocalipsis 22:1-2 vemos el río de agua de vida que sale del trono de Dios y del Cordero: “Me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle. Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones”. Así pues, tanto en Ezequiel como en Apocalipsis tenemos un río que fluye procedente de Dios con el suministro de vida.
El asunto principal que Ezequiel y Apocalipsis tienen en común es que ambos libros nos dan una visión de Jerusalén. Ezequiel concluye con una visión de Jerusalén, y así también lo hace Apocalipsis. Estos dos libros, que concluyen con una visión de Jerusalén, nos dicen que Dios se ha propuesto entrar en nuestro ser como vida de modo que tengamos Su naturaleza e imagen a fin de que, en Su naturaleza con Su imagen, los que le tenemos a Él como nuestra vida podamos ser conjuntamente edificados en calidad de ciudad santa con miras a ser la morada de Dios por la eternidad. Éste es el mensaje central tanto de Ezequiel como de Apocalipsis. Por tanto, el mensaje del libro de Ezequiel es el mismo que el del libro de Apocalipsis.
Los libros de Ezequiel y Apocalipsis no solamente son similares en cuanto a su contenido, sino que también sus autores se asemejan en ciertos aspectos. La similitud más importante es que el profeta Ezequiel y el apóstol Juan eran sacerdotes delante de Dios. Aunque Ezequiel era un profeta, cuando él vio las visiones relatadas en su libro, se afirmó en la posición de sacerdote, pues tanto su estatus (Ez. 1:3) como su vida correspondían a un sacerdote. Mientras estaba junto al río Quebar, Ezequiel ciertamente llevaba a cabo su sacerdocio en el espíritu sirviendo a Dios y teniendo comunión con Dios, por lo cual los cielos le fueron abiertos, y él vio la gloriosa visión de Dios mismo como vida para el hombre de modo que Él y el hombre pudiesen ser conjuntamente edificados. En Apocalipsis 5:10 el apóstol Juan dice que los del pueblo redimido por Dios son sacerdotes para Dios. Esto indica que Juan mismo debía haber estado sirviendo en calidad de sacerdote. Cuando Juan escribió el libro de Apocalipsis, su corazón, su posición, su condición y su situación correspondían a la de un sacerdote.
El libro de Ezequiel ocupa una posición muy importante entre los libros de la Biblia. Si sabemos lo que revela la Biblia, veremos que Ezequiel es una miniatura de toda la Biblia. Lo que se revela en Ezequiel es toda la revelación hallada en la Biblia de forma condensada. En este sentido, Ezequiel es una miniatura de las Escrituras en su totalidad.
La Biblia nos muestra claramente que el propósito eterno de Dios es impartirse en un grupo de seres humanos. Su intención es impartirse a Sí mismo en nuestro ser de modo que le tengamos a Él como nuestra vida, poseamos Su naturaleza y llevemos Su gloriosa imagen. Esto significa que el propósito de Dios, Su intención, es que nosotros y Él tengamos la misma vida, naturaleza e imagen y que, finalmente, nosotros y Él, Él y nosotros, seamos juntamente mezclados como una sola entidad, la cual tiene dos naturalezas —la naturaleza divina y la naturaleza humana—, a fin de ser conjuntamente edificados como eterna morada de Dios. Éste es el propósito eterno de Dios, el cual está claramente revelado en las Escrituras. El libro de Ezequiel nos muestra el mismo cuadro de forma condensada al revelarnos que la intención de Dios es forjarse a Sí mismo en nosotros como nuestra vida y mezclarse con nosotros, de modo que podamos ser conjuntamente edificados en Él como vida a fin de que seamos Su habitación eterna. Esto es lo que la Biblia revela, y esto es lo que, en miniatura, Ezequiel también revela.
En los primeros tres capítulos de Génesis vemos que Dios creó al hombre y lo puso frente al árbol de la vida. El árbol de la vida representa a Dios como vida para nosotros en forma de alimento. Debido a la caída del hombre, el árbol de la vida fue cubierto al ser rodeado por querubines, y “una espada llameante que giraba en toda dirección” guardaba “el camino al árbol de la vida” (Gn. 3:24). A partir de Génesis 3 vemos tanto el juicio de Dios como Su cuidado, misericordia y salvación. Por un lado, la espada llameante de Dios ejecuta Su juicio, eliminando mediante el fuego todo aquello que sea contrario a Él mismo. Por otro, mediante Su gracia Dios ha redimido a un pueblo para Sí. Mediante la redención efectuada por Cristo, el camino al árbol de la vida ha sido abierto nuevamente para el hombre. Ahora el hombre, bajo la redención de Cristo y por medio de ésta, tiene libre acceso al árbol de la vida y puede tomar el árbol de la vida como su alimento. A esto se debe que en Juan 6 el Señor Jesús nos dijera que Él vino como el pan de vida y que nosotros debemos tomarlo como nuestro alimento. Él dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (v. 57b). Si le tomamos a Él como nuestro alimento, tendremos Su vida y naturaleza, y finalmente llevaremos Su imagen. Al tener Su vida, naturaleza e imagen, podremos ser juntamente edificados. Él oró por este edificio en Juan 17:21 al orar: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros”. Ser uno de tal modo significa que debemos ser juntamente edificados. Si vamos del Evangelio de Juan al Apocalipsis de Juan, podemos ver que en Apocalipsis 21 y 22 todos los redimidos han sido juntamente edificados hasta conformar una ciudad. En esta ciudad todos nosotros somos uno, no solamente somos uno en doctrina o en visión, sino que somos uno en edificación. Con base en esto podemos ver cuán necesario es que seamos edificados en vida los unos con los otros. Entonces Dios obtendrá una ciudad, la Nueva Jerusalén. Éste es el cuadro presentado en las Escrituras.
Cuando venimos al libro de Ezequiel, vemos el mismo cuadro. En el capítulo 1 están los querubines de fuego ardiente con Dios en medio de ellos. Otros capítulos nos muestran cómo Dios viene para ser nuestra vida (caps. 11, 33, 34, 36, 37 y 47). Finalmente, el capítulo 48 revela que quienes tienen la vida de Dios serán juntamente edificados para conformar la ciudad santa, Jerusalén. Una vez más, vemos que el libro de Ezequiel es una miniatura de la Biblia.
Debe impresionarnos profundamente el hecho de que la Biblia en su totalidad y el libro de Ezequiel como miniatura de la Biblia revelan que la intención de Dios es impartirse en nosotros como vida a fin de que poseamos Su naturaleza divina y seamos portadores de Su gloriosa imagen. Entonces, en virtud de la naturaleza divina con la imagen divina, seremos juntamente edificados como una sola morada eterna: la Nueva Jerusalén. Éste es el punto central de la revelación de la Biblia y también del libro de Ezequiel.
Ezequiel es un libro de visiones. La primera sección de este libro (cap. 1) presenta una visión de la apariencia que tiene la gloria del Señor, revelándonos cómo Dios es manifestado, cómo Dios lleva adelante Su mover y cómo Dios administra Su gobierno por medio de los cuatro seres vivientes. Mediante la coordinación de los seres vivientes, Dios puede llevar adelante Su mover y ejercer Su administración. En la segunda sección (caps. 2—32) Dios viene como fuego consumidor para juzgar a Su pueblo y a las naciones paganas. Después de tal juicio, Dios viene para recobrar a Su pueblo mediante la vida. La tercera sección (caps. 33—39) es la sección de recobro. La cuarta sección (caps. 40—48), que trata sobre el edificio santo de Dios, es el resultado del recobro efectuado mediante la vida y sirve de consumación a este libro. Por tanto, Ezequiel comienza con la apariencia propia de la gloria del Señor y concluye con el edificio santo de Dios. Esto indica que la meta de Dios es el edificio.
Todos los libros de la Biblia comienzan de una manera única. Por ejemplo, Génesis comienza diciendo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Mateo y Juan comienzan de manera muy distinta el uno del otro. Mateo 1:1 dice: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. Juan 1:1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. El libro de Ezequiel también comienza de un modo muy peculiar. Los primeros tres versículos de Ezequiel son una introducción especial, específica y extraordinaria para todo el libro.
Ezequiel 1:1-3 dice: “Aconteció en el año treinta, en el mes cuarto, el día cinco del mes, que estando yo entre los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron y vi visiones de Dios. El día cinco del mes (era el quinto año de la cautividad del rey Joaquín) vino palabra de Jehová expresamente al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzi, en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar; y allí la mano de Jehová estuvo sobre él”. En esta introducción se abordan cuatro cosas principales. Primero, éste es un libro de visiones, y estos versículos que sirven de introducción nos informan del año, mes y día en que Ezequiel comenzó a ver las visiones. Segundo, estos versículos nos dicen en qué lugar él vio las visiones. Tercero, aquí se nos dice algo con respecto al hombre, la persona, que vio las visiones. Cuarto, en esta introducción vemos las condiciones para ver las visiones.
Con respecto a la introducción de Ezequiel, lo primero que debemos considerar es la fecha, incluyendo el año, el mes y el día.
El año fue el año treinta. Esto hace referencia a la edad de Ezequiel. En aquel entonces Ezequiel tenía treinta años de edad. Según Números 4:2-3 y 1 Crónicas 23:3 un sacerdote, un levita, comenzaba a servir al Señor a la edad de treinta años. El Señor Jesús también comenzó a servir a Dios en Su ministerio a la edad divinamente lícita de treinta años (Lc. 3:23). Por ser un sacerdote que había llegado a la edad de treinta años, Ezequiel era apto para dar inicio a su ministerio sacerdotal.
Aquí tenemos el principio según el cual para comprender los asuntos espirituales y ver las visiones celestiales, es necesaria la madurez en la vida divina. La edad de treinta años representa madurez. Para cuando los sacerdotes alcanzaban la edad de treinta años, se consideraba que eran maduros. Por tanto, la frase en el año treinta indica que Ezequiel, por tener treinta años de edad, era maduro. Esto indica que si hemos de ver las visiones contenidas en el libro de Ezequiel, es imprescindible que hayamos alcanzado cierta madurez en vida. Hoy en día los cristianos tienen dificultad en entender este libro debido a que la mayoría de ellos carecen de madurez en la vida divina. En términos espirituales, no son muchos los cristianos que han alcanzado la edad de treinta años y, por tanto, les es difícil entender las visiones presentadas en este libro.
En Ezequiel 40—48, la sección de este libro dedicada al edificio de Dios, el número treinta es usado para tres clases de cosas. El atrio del templo de Dios descrito en 46:22 tiene cuatro rincones, cada uno de los cuales tiene treinta codos de anchura. Estos cuatro rincones son los lugares donde los sacerdotes preparan las ofrendas para que el pueblo coma de ellas y las disfrute. Según 40:17, el atrio del templo tiene treinta cámaras. Cuando el pueblo se reúne para adorar a Dios, puede disfrutar las ricas ofrendas en estas treinta cámaras. Ezequiel 41:6 menciona otras treinta cámaras laterales. Éstas rodean al templo por tres de sus lados, cada lado de tres pisos. En cada piso hay treinta cámaras laterales. Todas estas cámaras laterales indican la plenitud del templo. Al considerar todos estos versículos conjuntamente, podemos ver que el número treinta guarda relación con preparar a Cristo, ministrar Cristo a los demás, disfrutar las riquezas de Cristo y expresar la plenitud de Cristo. Por tanto, en la Biblia el número treinta representa la madurez en vida requerida a fin de preparar a Cristo para los demás, disfrutar nosotros mismos a Cristo y expresar a Cristo en toda Su plenitud. Cuando Ezequiel vio las visiones relatadas en este libro, tenía treinta años de edad. Él era una persona madura, capaz de preparar a Cristo y ministrar Cristo para el disfrute de los demás y capaz también de disfrutar él mismo las riquezas de Cristo y expresar a Cristo en toda Su plenitud.
El número treinta no es significativo únicamente para Ezequiel, sino que también es significativo para nosotros como creyentes de Cristo en la actualidad. Tal como Ezequiel tenía que ser maduro a fin de servir como sacerdote, ver visiones, preparar a Cristo como las ofrendas para el disfrute de los demás, disfrutar él mismo las riquezas de Cristo y expresar la plenitud de Cristo, así también nosotros tenemos que ser maduros en nuestra vida espiritual a fin de que podamos ver las visiones con respecto a Cristo y Su Cuerpo, preparar a Cristo para el disfrute de otros y disfrutar nosotros mismos todas las riquezas de Cristo a fin de llegar a ser la plenitud de Cristo como Su expresión.
En el libro de Ezequiel el número treinta es formado de dos maneras: cinco multiplicado por seis y tres multiplicado por diez; principalmente, está constituido por tres veces diez. En la Biblia el número diez, que representa compleción en términos humanos, está compuesto de dos cincos, o sea, de cinco por dos. Consideren, por ejemplo, las diez vírgenes en Mateo 25. Cinco vírgenes eran prudentes, y cinco eran insensatas. Aquí vemos que las diez vírgenes estaban divididas en dos grupos de cinco. En el caso de los Diez Mandamientos, había cinco mandamientos en una de las tablas y otros cinco en la segunda tabla. Los Diez Mandamientos, por tanto, también estaban divididos en dos grupos de cinco. El número cinco representa nuestra capacidad de llevar responsabilidades en virtud de que Dios se ha añadido a nosotros. Cuatro es el número de la criatura, y uno es el número del Creador. Cuando el Creador es añadido a la criatura, la criatura puede llevar responsabilidades. El número dos es el número de testimonio, unión y equilibrio. Cuando el Señor Jesús envió a los discípulos, los envió de dos en dos. Así pues, el número diez, compuesto por dos cincos, significa que a nosotros, que somos criaturas, se ha añadido Dios mismo a fin de que podamos llevar responsabilidades. Esto indica que hemos recibido gracia para llevar responsabilidades delante de Dios a manera de testimonio, unión y equilibrio.
Tal como se muestra en los siguientes capítulos, esta responsabilidad es ejercida en tres niveles, o pisos, lo cual representa a las tres personas de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Tres es el número del Dios Triuno, y treinta representa la naturaleza trina de Dios dentro del hombre. Así pues, treinta es un número importante que representa al hombre con el Dios Triuno dentro de él, quien lleva responsabilidades de una manera completa. Con base en todo esto podemos ver que en Ezequiel el número treinta indica que las criaturas tienen al Dios Triuno añadido a ellos a fin de que puedan llevar responsabilidades en el Dios Triuno. Ésta es la madurez en vida requerida a fin de preparar a Cristo para el disfrute de los demás, disfrutar plenamente a Cristo nosotros mismos y expresar a Cristo como Su plenitud. Únicamente al tener esta clase de madurez podremos ver las visiones del libro de Ezequiel.
A continuación, Ezequiel se refiere al quinto año. Mientras que el año treinta corresponde a los años contados desde el nacimiento de Ezequiel, el quinto año corresponde a los años contados desde el año de inicio del cautiverio. ¿Por qué las visiones vinieron a Ezequiel en el quinto año del cautiverio y no antes? Las visiones no vinieron antes porque el pueblo no estaba preparado ni tampoco Ezequiel mismo, al ser menor de treinta años, estaba preparado. Esto indica que ver las visiones presentadas en Ezequiel requiere que nosotros nos preparemos.
Puesto que Ezequiel tenía treinta años de edad cuando vio las visiones, en el año en que se inició el cautiverio él tenía solamente veinticinco. Números 4:2-3 dice que los sacerdotes comenzaban su ministerio a la edad de treinta años, pero Números 8:24 dice que los levitas comenzaban a servir a la edad de veinticinco años. La razón de esta diferencia era que los sacerdotes necesitaban cinco años de práctica. Ellos no podían entrar inmediatamente en el servicio sacerdotal; más bien, tenían que ser entrenados y disciplinados durante cinco años. Al inicio del cautiverio, Ezequiel era un sacerdote practicante, un aprendiz. Él no tenía la madurez requerida para ver las visiones. Esto indica que en asuntos espirituales existe la necesidad de madurez. Debido a la falta de madurez, algunos entre nosotros no pueden ver las visiones que el Señor desea mostrarnos en este libro. No podemos ver ciertos asuntos espirituales cuando somos jóvenes. Por tanto, tenemos que poner nuestra mirada en el Señor para que Él nos conceda la madurez en vida a fin de que podamos ver, aceptar, recibir y apropiarnos de todas las cosas espirituales.
El hecho de que las visiones vinieron en el año quinto indica que no solamente Ezequiel estaba preparado, sino también el pueblo. El número cinco significa que el hombre recibe gracia de parte de Dios para llevar responsabilidades ante Dios. Aunque el pueblo de Dios estaba en cautiverio, ellos todavía tenían cierta medida de gracia de parte de Dios, de modo que llegado el tiempo, podían llevar ciertas responsabilidades ante Dios. La expresión el quinto año de la cautividad del rey Joaquín indica que el tiempo había llegado para que el pueblo de Israel llevara ciertas responsabilidades ante Dios. Cuando este cautiverio empezó, Ezequiel comenzó a aprender a ser sacerdote. Incluso en el cautiverio, Dios le dio la gracia requerida para que él aprendiera a ser sacerdote. En el quinto año, tanto Ezequiel como el pueblo estaban listos. Por un lado, Ezequiel, habiendo llegado a los treinta años de edad, podía oficialmente ministrar como sacerdote delante de Dios. Por otro, el pueblo podía ahora llevar responsabilidades, y Dios vino para hablarles al respecto.
Antes que los padres puedan hablar con su hijo respecto a una responsabilidad particular que deseen asignarle, será necesario que el niño tenga la edad apropiada para poder recibir tales palabras. Un niño debe tener cierta edad antes que sus padres puedan pedirle que lleve ciertas responsabilidades. La situación es parecida con respecto al hablar de Dios en el libro de Ezequiel. Dios no habló de estas cosas sino hasta el quinto año del cautiverio. Antes que Ezequiel tuviese treinta años de edad, Dios no le dio la responsabilidad de hablar por Él. Asimismo, antes del quinto año del cautiverio, el pueblo tampoco había recibido suficiente gracia para llevar las responsabilidades relacionadas con lo que Dios les diría. Pero para el quinto año, el pueblo tenía suficiente gracia, y Ezequiel había aprendido lo suficiente y podía llevar la responsabilidad de hablar por Dios. Por tanto, en el quinto año Dios quería que Ezequiel llevara la responsabilidad de hablarle al pueblo de Israel y quería que Israel llevara la responsabilidad de escuchar Sus palabras.
No podemos hablar acerca de las cosas contenidas en el libro de Ezequiel a quienes acaban de ser salvos, pues ellos no las entenderían. Sin embargo, cuando alguien llegue al “quinto año” de su salvación, es posible que Dios quiera hablarle a tal persona de una manera particular. Asimismo, como alguien que habla por Dios, yo no podía hablar estas cosas sino hasta que llegué al “año treinta”. Ahora que he llegado a mi “año treinta” y otros han llegado al “quinto año”, puedo hablarles con respecto a las visiones en Ezequiel, y ellos pueden recibir este hablar. Tanto el que habla como el que escucha tiene que llevar su propia responsabilidad ante Dios.