Mensaje 12
Lectura bíblica: Ez. 1:26-28; Éx. 24:10; Gn. 9:12-15; Ap. 4:2-3; 21:19; 22:1
En el mensaje anterior señalamos que en la vida cristiana y en la vida de iglesia tenemos necesidad de un cielo despejado con el trono en él. Tener un cielo despejado significa que no hay nubes ni oscuridad que se interpongan entre nosotros y el Señor, y tener el trono significa que estamos sujetos al gobierno de los cielos. Todos necesitamos llevar una vida con un cielo despejado y con el trono sobre dicho cielo. En este mensaje procederemos a considerar a Aquel que está sentado en el trono (Ez. 1:26-27).
El versículo 26b dice: “Sobre la semejanza del trono había un Ser que tenía la apariencia de hombre, sentado sobre él”. Aquí se nos dice que Aquel que está en el trono tiene aspecto de hombre. Esto difiere completamente del concepto humano y también difiere del concepto religioso, incluso del concepto ampliamente adoptado en la cristiandad actual. Por lo general, nuestro concepto es que Aquel que está en el trono es el Dios poderoso. ¿Se les había ocurrido alguna vez que el Señor en el trono no solamente es el Dios poderoso, sino también un hombre? ¡Oh, Aquel que está sentado en el trono es un hombre! Sin embargo, el versículo 28 habla de “la apariencia de la semejanza de la gloria de Jehová”. Aquel que está en el trono tiene aspecto de hombre; no obstante, Su apariencia manifiesta la gloria del Señor.
Los cristianos saben, por supuesto, que el Señor Jesús era un hombre mientras estuvo en la tierra. Ellos aceptan el hecho de que desde el pesebre en Belén hasta cuando fue crucificado en el Gólgota, Él era un hombre. Todos compartimos este concepto. Sin embargo, son muchos los creyentes de Cristo que no han considerado el hecho de que el Señor que está en el trono hoy sigue siendo un hombre. Él es un hombre allí. Como Aquel que está en el trono, el Señor sigue siendo un hombre. Aunque Él es el Dios Todopoderoso, en el trono Él tiene aspecto de hombre. Por tanto, Mateo 19:28 dice que “en la restauración”, esto es, en la era del reino venidero, el Hijo del Hombre se sentará en el trono de Su gloria.
¡Cuán precioso es que Aquel que está en el trono en Ezequiel 1:26 tiene apariencia de hombre! Este versículo no nos habla del Dios Todopoderoso, sino de Aquel que tiene “apariencia de hombre”. Como mínimo, hay un significado doble con respecto al hecho de que Aquel que está sentado en el trono tiene apariencia de hombre. Primero, ciertamente existe un vínculo entre Ezequiel 1:26 y Génesis 1:26, el cual dice que Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. Segundo, en la encarnación Dios mismo se hizo hombre. Al poseer la naturaleza humana, Él vivió, murió, resucitó y ascendió en calidad de hombre, y ahora en los cielos Él continúa siendo el Hijo del Hombre (Jn. 6:62; Hch. 7:56).
En la Biblia encontramos un pensamiento misterioso con respecto a la relación entre Dios y el hombre. El deseo de Dios es llegar a ser igual que el hombre y hacer al hombre igual a Él. Esto significa que el propósito de Dios es mezclarse Él mismo con el hombre para llegar a ser como el hombre y hacer al hombre como Él. El Señor Jesús es el Dios-hombre; Él es el Dios completo y el hombre perfecto. También podríamos afirmar que Él es el Hombre-Dios. Aquel a quien adoramos hoy es el Hombre-Dios. Además, ser un hombre de Dios, como lo fue Moisés (Dt. 33:1; Jos. 14:6; Sal. 90, encabezado), equivale a ser un Dios-hombre, un hombre que está mezclado con Dios. Es un deleite para Dios que todos Sus escogidos y redimidos sean Dios-hombres.
La intención de Dios en la tierra es obtener un hombre. Éste es Su deseo. Con el tiempo, Él mismo se hizo hombre, y al presente, en el trono, Él sigue siendo un hombre. Tal vez la gente anhele ser como Dios, pero Dios quiere ser un hombre. La intención de Dios es forjarse en nosotros y hacernos iguales a Él e, incluso, hacerse Él mismo igual a nosotros. Por tanto, la intención de Dios es obtener un hombre y forjarse en el hombre. Debe causarnos una profunda impresión el hecho de que el Señor sigue estando en el trono como un hombre. En el libro de Ezequiel, la expresión hijo de hombre es usada más de noventa veces. Esto indica cuánto Dios desea obtener un hombre.
Si hemos de manifestar a Dios en nuestro vivir y expresarle, debemos ser un hombre y tener la apariencia de hombre. Ezequiel 1:5 dice que los cuatro seres vivientes tienen apariencia de hombre, y el versículo 26 dice que Aquel que está en el trono tiene apariencia de hombre. El punto crucial aquí es que debido a que el hombre fue creado a la imagen de Dios para expresar a Dios, únicamente el hombre es como Dios. Una persona debe tener apariencia de hombre a fin de manifestar en su vivir la imagen de Dios y, por ende, expresar a Dios. Si queremos manifestar a Dios en nuestro vivir y expresarle, tenemos que ser un hombre y tener la apariencia de hombre. El que no tenga apariencia de hombre no podrá expresar a Dios. El que está en el trono y los cuatro seres vivientes tienen, ambos, apariencia de hombre, lo cual indica que los cuatro seres vivientes que están en la tierra son la expresión de Aquel que está en el trono.
Ezequiel 1 es el capítulo más profundo de la Biblia. El pensamiento contenido en este capítulo es muy profundo. Hemos visto que el trono está sobre el cielo despejado, es decir, encima de la expansión espiritual y celestial, o firmamento. La gracia de Dios opera sobre un grupo de personas al grado que la condición de ellos es, ahora, la condición propia del cielo. En esta condición, indicada por el cielo que es diáfano como cristal, el trono de Dios está presente. El lugar del trono es el lugar donde el cielo y la tierra están conectados. Debido a que con los seres vivientes en la tierra está un trono sobre el cielo despejado, Dios no solamente es el Dios de los cielos, sino también el Dios de la tierra. Mediante estos seres vivientes, los cuales tienen el trono sobre sus cabezas, son unidos el cielo y la tierra.
En Ezequiel 1, Aquel que está en el trono es la unión de Dios y el hombre. Por tanto, el lugar donde está el trono, es el lugar donde el cielo y la tierra se unen. Aquel que está en el trono es Dios, pero Él manifiesta la apariencia de hombre. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era Dios manifestado en la carne, pues Él era el Dios-hombre y tenía la apariencia propia de un hombre. Internamente, Él era Dios, pero Su apariencia en la tierra era la apariencia de hombre. Ahora, en calidad de Aquel que está en el trono después de Su ascensión, Él continúa siendo el Dios-hombre; Él es Dios, pero tiene apariencia de hombre.
La condición en la vida de iglesia hoy debe ser una en la que Dios es manifestado en el hombre. Esto significa que en la iglesia no debemos tener solamente un cielo despejado con un trono en él y al Señor en dicho trono, sino que, también, debemos tener la expresión en el hombre de Aquel que está en el trono. Cuando ésta sea la condición de la iglesia, tendremos en la iglesia el gran misterio de la piedad: Dios manifestado en la carne (1 Ti. 3:15-16). Por un lado, tenemos un cielo despejado, un trono y al Señor en el trono; por otro, la manifestación del Señor en la iglesia tiene apariencia de hombre. En la vida de iglesia debe haber la manifestación de Dios en la carne. Para que ésta sea la situación, tiene que darse en la iglesia la gloriosa unión de Dios y el hombre. Internamente debemos tener a Dios, pero Dios es manifestado en la carne, es decir, manifestado en una humanidad normal y apropiada y por medio de ésta. Todos aquellos que están en la vida de iglesia —los hermanos y hermanas, los ancianos y los jóvenes— deben comportarse de un modo que sea normal y adecuado a sus respectivas edades. En lugar de fingimiento, debe haber una autenticidad que es tanto humana como divina. Ésta es la condición en la cual Dios se manifiesta en la humanidad.
El plan eterno de Dios consiste en conectar el cielo y la tierra, y en unir a Dios con el hombre. El Dios que está en los cielos desea ganar al hombre que está en la tierra con miras a Su expresión forjándose en él. El deseo que Dios tiene en Su corazón es lograr este único objetivo: conectar el cielo y la tierra, y unir a Dios y el hombre. Allí donde exista tal condición, allí estará el trono. Aquel que está sentado en el trono es Dios, pero Su manifestación tiene apariencia de hombre. El plan eterno de Dios consiste en obtener tal manifestación. En la iglesia hoy, tenemos necesidad de estar en una condición tal que Dios sea manifestado en la apariencia de hombre.
La intención de Dios es forjarse en el hombre a fin de que el hombre esté en el trono. ¿Se habían dado cuenta de que ésta es la intención de Dios? Tal vez nosotros nos sintamos satisfechos con ir al cielo. Esto podría satisfacernos, pero jamás habría de satisfacer a Dios. Dios no estará satisfecho hasta que nosotros estemos en el trono.
En Apocalipsis 3:21 el Señor Jesús dijo: “Al que venza, le daré que se siente conmigo en Mi trono, como Yo también he vencido, y me he sentado con Mi Padre en Su trono”. El Señor Jesús parecía estar diciendo que Él se había hecho hombre y, como tal, había ido al trono. La intención de Dios es llevarnos al trono. Su deseo es hacernos gente del trono. El reino de Dios no puede venir en toda su plenitud sino hasta que nosotros estemos en el trono; más aún, el enemigo de Dios no será sojuzgado sino hasta que nosotros estemos en el trono. Por tanto, Dios tiene como meta no solamente librarnos del infierno, sino llevarnos al trono.
Debemos considerar nuestra condición actual a la luz de la intención de Dios. En muchas cosas somos negligentes y descuidados. El Señor nos llevará al trono, pero si nosotros todavía somos negligentes y descuidados, no estaremos preparados para estar en el trono. Nadie puede estar en el trono de una manera que no sea digna o apropiada. No estoy de acuerdo con los formalismos en la cristiandad formal, pero tampoco estoy de acuerdo con la manera negligente de proceder tan prevaleciente hoy en día. Si uno toma en serio las cosas del Señor tanto en calidad de cristiano como en calidad de discípulo del Señor Jesús, uno no puede ser descuidado, negligente ni indisciplinado. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él no actuó de manera descuidada con respecto a ningún asunto; por el contrario, en la actualidad muchos creyentes no parecen tener el concepto y sentir apropiados con respecto a cómo ser un hombre apropiado. Personas así no pueden estar en el trono.
Dios nos ha escogido. Él nos ha llamado al trono. Una prueba contundente de ello es que nosotros invocamos el nombre del Señor. El llamamiento de Dios consiste en llevarnos al trono.
¿Por qué Dios desea llevarnos al trono? Dios desea llevarnos al trono porque la rebelión de Satanás se levanta contra el trono de Dios (Is. 14). Si leemos la Biblia cuidadosamente, veremos que la mayor dificultad que Dios enfrenta en el universo es que Su trono es objeto de la oposición y ataque de fuerzas rebeldes. El trono de Dios es absoluto, pero una de Sus criaturas se rebeló e intenta exaltar su trono a fin de estar al mismo nivel de Dios. En su rebelión contra el trono de Dios, Satanás intentó exaltar su trono a los cielos y, con ello, desafió la autoridad de Dios. Isaías 14:12-14 dice: “¡Cómo has caído del cielo, / oh Lucero de la mañana, hijo de la aurora! / [...] Pero tú dijiste en tu corazón: / Subiré al cielo; / por encima de las estrellas de Dios / exaltaré mi trono / [...] Subiré sobre las alturas de las nubes; / me haré semejante al Altísimo”. Desde la rebelión de Satanás hasta el presente se ha venido desarrollando una disputa en el universo con respecto a la autoridad. Mucho de lo que sucede en la tierra es expresión de la resistencia de Satanás al trono de Dios. La pregunta crucial es ésta: ¿Quién reina en la tierra: Dios o Satanás?
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él fue absolutamente sumiso a la autoridad de Dios. Obedecer al Señor equivale a ser una persona sujeta al trono. Debido a que el Señor Jesús obedeció a Dios el Padre y se sujetó a la autoridad de Dios de manera absoluta, después que Él fue resucitado de entre los muertos Dios le dio toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt. 28:18) y lo exaltó al trono. Ahora Aquel que se sienta en el trono no es solamente Dios sino también hombre, pues Él es la mezcla de Dios y el hombre. Por tanto, a partir de la ascensión del Señor Jesús ha habido un hombre en el trono.
La mente de Dios está puesta en el hombre (He. 2:6), y Él desea que el hombre le exprese y ejerza Su autoridad. El hombre tiene la imagen de Dios y ejerce el dominio de Dios con Su autoridad. Dios desea manifestarse por medio del hombre, y Él desea reinar, administrar, por medio del hombre.
El propósito de Dios es abatir a Satanás así como redimir a quienes Satanás hizo cautivos y llevarlos a Su trono. Dios no puede recibir plena gloria sino hasta que nosotros seamos llevados al trono. Un día seremos llevados al trono y, entonces, Dios podrá gloriarse ante Satanás. Él triunfalmente declarará que Sus escogidos, a quienes Satanás había hecho cautivos, han sido llevados al trono.
Sin embargo, debemos comprender que en nuestra condición actual no somos aptos para estar en el trono. ¿Se ve usted como un rey? Si usted fuese pesado en las balanzas celestiales para que su peso espiritual fuese determinado, ¿cuánto pesaría? Me temo que muchos entre nosotros apenas pesarían. Este asunto reviste gran seriedad. Hemos sido llamados para ser hijos de Dios y estamos destinados a ser reyes, pero es necesario que Dios opere en nosotros y sobre nosotros a fin de que seamos aptos para el reinado.
Mediante Su crucifixión, resurrección y ascensión, el Señor Jesús fue llevado al trono. Un auténtico hombre llamado Jesús es quien está en el trono. Por eso declaramos “Jesús es Señor” y por eso invocamos “¡Oh, Señor Jesús!”. Dios siempre fue el Señor, pero ahora un hombre está en el trono como Señor. Mediante Su resurrección y ascensión, “a este Jesús [...] Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Dios ha hecho a Jesús, un Nazareno, el Señor, y hoy en día el Señor de los cielos y de la tierra es un hombre.
¿Comprende usted verdaderamente que el Señor del universo hoy en día es un hombre? ¡Aleluya por este hombre! No sería raro para nosotros decir que Jehová Elohim es el Señor del universo; pero no es fácil para nosotros comprender que un hombre, al cual pudieron crucificar y sepultar, pueda ser el Señor del universo. Cuando Judas y una multitud vinieron a arrestarle, el Señor Jesús no se escapó. Él estuvo dispuesto a hacerse débil y se dejó arrestar y crucificar. En las palabras de 2 Corintios 13:4, Él “fue crucificado en debilidad”. Pero después que Él fue crucificado y sepultado, Dios le resucitó y lo puso a Su diestra, haciéndolo el Señor del universo entero. Actualmente, el Señor del universo es un hombre.
También debemos ver que el Señor Jesús tomó la delantera en el camino al trono. Él fue el Pionero, el Precursor (He. 6:20), al abrir el camino al trono (2:10). Esto indica que Él no es el único hombre destinado al trono. Él ha abierto el camino y ha tomado la delantera para que nosotros le sigamos. Él fue el primero en ir al trono, y nosotros le seguiremos. Ahora nos encontramos marchando hacia el trono, pues Dios se ha propuesto introducirnos en la gloria y ponernos en el trono.
Ezequiel 1:27 dice: “Vi algo con el aspecto del electro, que tenía la apariencia de fuego encajonado en derredor, desde la apariencia de Sus lomos hacia arriba; y desde la apariencia de Sus lomos hacia abajo, vi algo que tenía la apariencia de fuego. Y había un resplandor a Su alrededor”. Aquí vemos que el aspecto que tiene el hombre en el trono presenta dos facetas: de Sus lomos hacia arriba tiene el aspecto del electro, y de Sus lomos hacia abajo tiene la apariencia de fuego. ¿Por qué la parte superior de Su cuerpo se ve como electro y la parte inferior de Su cuerpo se ve como fuego? La sección superior del hombre, de su cintura a su cabeza, es la parte que corresponde a sus sentimientos, sus sensaciones, lo cual representa su naturaleza y su manera de ser. Conforme a Su naturaleza y Su manera de ser, el Señor Jesús en el trono tiene el aspecto del electro. La sección inferior del cuerpo del hombre sirve para que éste se movilice. Que de la cintura para abajo este hombre tenga la apariencia de fuego representa el aspecto que tiene el Señor en Su mover.
Cuando el Señor viene a nosotros, Él viene primero como fuego. Cuando Él permanece con nosotros, Él se convierte en electro. Además, siempre que el Señor se mueve a través de nosotros, Él se mueve como fuego a fin de incinerar, iluminar y escudriñar. Después de esta incineración algo quedará, y lo que queda es el electro: una aleación de oro y plata que representa al Dios-Cordero, el Dios redentor.
Dios quiere que le obtengamos a Él como electro. Para que ésta sea nuestra experiencia, Él primero tiene que venir a nosotros como fuego a fin de iluminar, escudriñar e incinerar. Después, mediante el fuego, Él llega a ser para nosotros el electro. Por tanto, si hemos de obtenerle como electro, debemos experimentarle como fuego.
A la postre, debemos darnos cuenta de que nada bueno hay en nosotros. Como Pablo, debemos poder decir: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Ro. 7:18a). Una lista parcial de las cosas negativas en nuestro ser incluiría: la división, la contienda, el odio, la envidia, el mal genio, la egolatría, los propios intereses, la ambición, el egoísmo, el ego y muchas otras cosas horribles y malvadas. Estamos llenos de estas cosas, y es posible que tengamos muy poco del Señor. Por tanto, tenemos necesidad de que el Señor venga a nosotros e incinere todas estas cosas negativas. Después que todas estas cosas hayan sido incineradas, lo que permanecerá en nosotros será el electro, el Dios redentor.
No importa cuán despejado esté nuestro cielo ni lo mucho que tengamos el trono en nuestro cielo, todavía tenemos necesidad de la presencia del Señor como fuego que ilumina, escudriña e incinera, a fin de que sea Él quien quede en nosotros como electro. En esto consiste la visitación del Señor para con nosotros, y éste es el mover del Señor con nosotros y sobre nosotros. Es una gran bendición experimentar la visitación del Señor. El Señor viene a nosotros como fuego consumidor, y nosotros le obtenemos como electro. Con frecuencia no es necesario que declaremos que tenemos tal Dios. Cuando los demás estén con nosotros, podrán percibir que tenemos el electro, el Dios redentor, que permanece con nosotros. Ellos también podrán tener la impresión de que no somos personas livianas, sino personas de peso. Somos personas de peso porque tenemos el electro, tenemos al Dios-Cordero.
Ahora, el propósito que cumplen los cuatro seres vivientes no es solamente que el Señor sea manifestado, ni únicamente que el Señor lleve adelante Su mover, sino también que el Señor ejerza Su administración, Su gobierno. El Señor está en medio de ellos y sobre ellos con miras a Su manifestación, Su mover y Su gobierno. Esto es verdaderamente maravilloso.
Como resultado de tener un cielo despejado con el trono en él y a causa de experimentar al hombre que tiene apariencia de electro y de fuego consumidor, nosotros tendremos la apariencia de un arco iris. Ezequiel 1:28 dice: “Como la apariencia del arco iris que está en las nubes el día de la lluvia, así era la apariencia del resplandor alrededor. Ésta fue la apariencia de la semejanza de la gloria de Jehová”. El arco iris es el resplandor que está alrededor del hombre sentado en el trono. Este resplandor representa el esplendor y gloria que hay alrededor del Señor en el trono.
A fin de entender el significado del arco iris, tenemos que recordar el arco iris en tiempos de Noé. Una inundación destruyó toda la tierra, y únicamente ocho personas se libraron de aquel juicio. Después, cuando la gente veía los nubarrones en el cielo podría haber temido ser destruida nuevamente. Por tanto, Dios hizo un pacto por el cual prometió que jamás volvería a destruir la totalidad de los seres vivos mediante una inundación y, entonces, Él puso un arco iris en las nubes como señal de este pacto. “Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre Yo y la tierra. Y cuando haga venir nubes sobre la tierra, y aparezca el arco en las nubes, me acordaré del pacto Mío, que hay entre Yo y vosotros y todo animal viviente de toda carne; y nunca más se convertirán las aguas en diluvio para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo miraré para acordarme del pacto perpetuo entre Dios y todo animal viviente de toda carne que hay sobre la tierra” (Gn. 9:13-16). El arco iris, por tanto, era una señal de la fidelidad de Dios y de Su promesa de no destruir al linaje humano caído por medio de una inundación.
Al ejecutar Su juicio y destrucción del linaje humano caído en tiempos de Noé, Dios libró a algunos por Su fidelidad. Esto también ocurre en relación con nuestra situación como creyentes en Cristo. Debemos comprender que hemos sido librados por Dios. Todos somos caídos y merecemos ser destruidos, pero Dios nos ha librado de ello. ¡Alabado sea el Señor por habernos librado por Su fidelidad! Ahora tenemos un arco iris como señal de la fidelidad de Dios. Aunque Dios es un Dios santo y fuego consumidor, de modo que nadie podría existir en Su presencia, hemos sido librados por Su fidelidad.
En el arco iris hay varios colores, pero los colores básicos son solamente tres: el rojo, el amarillo y el azul. Cuando estos colores resplandecen y se mezclan, producen los otros colores, tales como el naranja, el verde y el violeta. Es muy significativo que los tres colores primarios del arco iris son el rojo, el amarillo y el azul, pues esto corresponde a lo que ya vimos en Ezequiel. El trono se ve como piedra de zafiro, el electro es amarillo y el fuego es rojo. Al resplandecer y ser refractados, estos tres colores se combinan para producir un arco iris.
Ahora debemos ver el significado espiritual de estos tres colores. El azul representa el trono. Según Salmos 89:14, el cimiento del trono de Dios es la justicia. Esto indica que el trono azul representa la justicia de Dios. El fuego representa el fuego que santifica, separa y consume. Esto significa que el rojo aquí se refiere a la santidad de Dios. El amarillo representa la gloria de Dios en el electro refulgente. Por tanto, tenemos la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios representadas por los colores azul, rojo y amarillo.
La justicia de Dios, Su santidad y Su gloria son tres atributos divinos que mantienen a los pecadores apartados de Dios. Antes que fuéramos salvos, estábamos separados de Dios por Su justicia, santidad y gloria. Sin embargo, el Señor Jesús vino, murió en la cruz para satisfacer los requerimientos de la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios, después de lo cual fue resucitado, y ahora Él es nuestra justicia, santificación y redención (1 Co. 1:30). Él también es ahora nuestra gloria. En nosotros mismos estamos carentes de la gloria de Dios (Ro. 3:23), somos objeto del juicio justo de Dios y somos mantenidos lejos de Dios por Su santidad. Pero ahora, como creyentes, estamos en Cristo, y Él ha llegado a ser nuestra justicia, santidad y gloria; más aún, debido a que estamos en Cristo, incluso somos portadores de Cristo como justicia, santidad y gloria. Debido a que estamos en Cristo, a los ojos de Dios somos vistos como justicia, santidad y gloria.
Esto no debiera ser simplemente una doctrina o una enseñanza para nosotros. Es imprescindible que experimentemos a Cristo de tal modo que cuando los demás entren en contacto con nosotros, ellos puedan percibir justicia, santidad y gloria. Esto significa que ellos deben poder percibir que tenemos un cielo claro, que tenemos el trono y que somos justos y apropiados, no negligentes ni descuidados en ningún aspecto. También debemos tener el electro que irradia, resplandece y nos hace personas de peso. Así tendremos la apariencia de un arco iris, y los ángeles, los demonios y Satanás podrán verlo. Este arco iris es la señal de la fidelidad de Dios manifestada al librarnos a nosotros, personas caídas. Por ser aquellos que cayeron pero que ahora han sido salvos, hemos llegado a ser un testimonio de la fidelidad de Dios manifestada al salvarnos. Toda iglesia local debería ser portadora del testimonio de tal arco iris.
Incluso la Nueva Jerusalén tiene la apariencia del arco iris. Las piedras de fundamento de la Nueva Jerusalén son de doce capas, y cada capa es de un color distinto (Ap. 21:19-20). Hace algún tiempo leí un artículo que afirmaba que las doce capas de las piedras de fundamento tienen la apariencia de un arco iris con respecto a su color. Con base en esto podemos ver que la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, se ve como un arco iris. Este arco iris significa que la ciudad es edificada sobre el fundamento de la fidelidad de Dios para guardar Su pacto y que su seguridad deriva de dicha fidelidad. Este arco iris declarará por la eternidad que cuando Dios juzgó a los pecadores conforme a Su justicia, Él no destruyó a todos sino que salvó a muchos de la destrucción, lo cual constituye un testimonio de Su fidelidad. En la eternidad nosotros, la suma total de quienes fueron salvos, seremos un arco iris que testifique por siempre que nuestro Dios es justo y fiel.
Nosotros, quienes fuimos librados por Dios, constituiremos esta santa ciudad. Por Su justicia, santidad y gloria, tendremos la apariencia de un arco iris que proclame ante el universo entero la fidelidad salvífica de Dios. Al final de la Biblia hay una ciudad cuyos cimientos tienen la apariencia de un arco iris que, en calidad de testimonio prevaleciente de Dios, rodea al Dios eterno. La experiencia de la vida cristiana y de la vida de iglesia alcanzará su consumación en tal arco iris.
Cuando este arco iris aparezca, Dios logrará el cumplimiento del deseo de Su corazón. A lo largo de las eras, Dios ha juzgado al hombre caído en conformidad con Su trono justo, Su fuego santo y Su naturaleza gloriosa. No obstante, Dios ha salvado a algunos al punto que tales personas se han convertido en un arco iris resplandeciente que refleja Su gloria y que testifica para siempre de Dios mismo y de Su fidelidad. La aparición de este arco iris indica que los cielos y la tierra se han conectado y que Dios y el hombre se han unido. Alrededor del trono en la Nueva Jerusalén habrá un grupo de personas que recibieron la salvación debido a la fidelidad de Dios y, por la eternidad, ellos serán el arco iris que refleje el resplandor de la justicia de Dios, Su santidad y Su gloria. Al llegar a este punto, el plan eterno de Dios habrá sido llevado a cabo.
Aunque este arco iris será manifestado en la eternidad, la realidad espiritual de este arco iris resplandeciente debe manifestarse en la iglesia hoy. En la vida de iglesia debemos permitir que Dios opere en nuestro ser y recibir la gracia al grado que todo en nosotros se vuelva puro, justo y santo. Esto significa que el fuego santo de Dios tiene que incinerar todo cuanto no corresponda a Dios mismo a fin de que la naturaleza de Dios sea manifestada como oro resplandeciente en la humanidad de los hermanos y hermanas y por medio de dicha humanidad. Entonces la iglesia estará llena de la justicia de Dios, de la santidad de Dios y de la gloria de Dios. Estas tres características se combinarán y se reflejarán entre sí de modo que formen un arco iris resplandeciente que exprese a Dios y testifique por Él.
Otra vez les digo que esto no debe ser mera enseñanza para nosotros; más bien, la realidad de este arco iris tiene que ser forjada en nuestro ser a fin de que, como aquellos que han sido librados por Dios, seamos portadores de la apariencia de un arco iris al manifestar el testimonio de Dios y declarar Su fidelidad a todo el universo. Esto significa que portaremos la justicia de Dios, la santidad de Dios y la gloria de Dios.
Ezequiel dijo haber visto la apariencia de la gloria del Señor: “Cuando la vi, me postré sobre mi rostro y oí la voz de uno que hablaba” (Ez. 1:28b). Si queremos oír la palabra del Señor en los siguientes capítulos de Ezequiel, debemos llegar al mismo punto, a saber: estar bajo un cielo despejado frente al trono con el hombre que está sentado en él y portar el arco iris resplandeciente y que es reflejado. Éste es el lugar donde podemos oír la voz procedente de lo alto. Estar aquí nos posiciona para oír la voz que habla desde los cielos. Espero que todos y cada uno de nosotros llegue a este punto, y también espero que todas las iglesias locales estén allí. Entonces el Señor podrá hablarnos.