Mensaje 26
Lectura bíblica: Ez. 47:1-12; Sal. 36:8; 46:4; Jl. 3:18b; Zac. 14:8a
El libro de Ezequiel habla de dos ríos. El primer río, mencionado en el capítulo 1, es el río Quebar, que estaba en el lugar donde el pueblo de Dios fue mantenido en cautiverio. El segundo río, mencionado en el capítulo 47, es el río de vida en la Tierra Santa. El primer río tiene por finalidad ejecutar juicio; el segundo río tiene por finalidad suministrar vida. Estar cerca del río Quebar equivale a estar en un lugar de disciplina, pero estar cerca del río de agua de vida equivale a estar en un lugar donde se recibe vida. En este mensaje consideraremos el río que fluye desde la casa.
Génesis 2 habla del árbol de la vida (v. 9) y del río que salía del Edén para regar el huerto (v. 10). Tanto el árbol como el río significan que Dios desea impartirse a Sí mismo como vida al hombre. El árbol de la vida indica que Dios desea que nosotros le comamos, y el río indica que Dios desea que nosotros le bebamos. El árbol y el río en Génesis 2 son el inicio de dos líneas —una referente a Dios como alimento vivo y otra referente a Dios como agua viva— que corren a lo largo de toda la Biblia hasta alcanzar su consumación con el árbol de la vida y el río de agua de vida en Apocalipsis 22. En relación con Dios como alimento para el hombre, la Biblia habla sobre la carne del cordero, el pan sin levadura, el maná, las diversas ofrendas y todo lo producido, tanto animal como vegetal, por la buena tierra de Canaán. En Juan 6 el Señor Jesús habló claramente acerca de esto: “Yo soy el pan de vida” (v. 48); “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo” (v. 51); “Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (v. 55); “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (v. 57). En relación con Dios como agua que el hombre puede beber, la Biblia habla sobre los manantiales (Éx. 15:27), el agua que brotó de la roca (17:6; Nm. 20:11; 1 Co. 10:4), el agua del pozo (Nm. 21:16-17) y el agua de la cuenca (Jue. 15:19). Salmos 36:8b dice: “Tú los haces beber del río de Tus delicias”. Salmos 46:4 dice: “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, / el lugar santo de los tabernáculos del Altísimo”. Joel 3:18 dice: “Saldrá una fuente de la casa de Jehová”. Zacarías 14:8 dice: “Y en aquel día saldrán de Jerusalén aguas vivas”. El Evangelio de Juan habla del agua viva en 4:14 y 7:37-38. Estos pasajes de la Palabra revelan que Dios como agua viva ha fluido desde la eternidad para aplacar nuestra sed.
El pasaje de la Palabra que describe con mayor detalle el fluir del agua viva de Dios es Ezequiel 47. Es significativo que el fluir del río de vida no es presentado en el capítulo 1. En ese capítulo, en lugar del río de vida, vemos el fuego consumidor. En el capítulo 37 tenemos el viento que se convirtió en aliento para nosotros, pero no fluye el agua. El fluir del agua no comenzó sino hasta el capítulo 47. El agua no podía venir antes del capítulo 47, pues la casa todavía no había sido edificada.
Varios factores cruciales dieron origen al fluir del río. El primero fue la edificación de la casa y su compleción. Después de esto, las personas comenzaron a vivir en conformidad con la casa, es decir, en conformidad con el modelo, las leyes y los estatutos de la casa. Su vida diaria y toda su conducta comenzó a conformarse al diseño, la forma, el modelo, los estatutos y las leyes de la casa (43:10-11). El siguiente factor es que los servidores, los sacerdotes, servían al Señor de la manera apropiada. Finalmente, tenemos todas las ofrendas: una cordera de cada doscientas, una sexagésima parte del trigo y la cebada, y una centésima parte del aceite. Se tenían las ofrendas anuales, las ofrendas mensuales, las ofrendas diarias y todas las fiestas solemnes. Debemos comprender que la experiencia de todos estos asuntos dio origen al fluir del río.
Cuando el Señor vio todas estas cosas, Él debió haber estado muy feliz. Él tenía una casa: el lugar de Su trono, un lugar donde posar las plantas de Sus pies, un lugar donde Él podía morar para Su descanso y satisfacción. Él vio la casa con todas sus formas y estatutos, y Él vio a los sacerdotes y las ofrendas. Por tanto, Él envió el fluir del río, y el río comenzó a fluir desde la casa.
Ahora podemos entender por qué no se hace mención del fluir del río antes del capítulo 47. El fluir del río depende de la edificación. En todo tiempo y lugar en que haya un grupo de creyentes edificados en unidad según lo describe Ezequiel, se tendrá el fluir del río que sale del edificio. Si en su localidad se tiene el edificio, el fluir saldrá de dicho edificio. Supongamos que con respecto a la iglesia en su localidad, el Señor pudiera decir: “Éste es el lugar de Mi trono, éste es el lugar donde puedo posar las plantas de Mis pies, y éste es el lugar donde puedo morar, descansar y hallar satisfacción”. Si el Señor puede decir esto con respecto a su localidad, el río ciertamente fluirá del edificio.
Hoy en día hay muchos cristianos que en su celo dan importancia a proyectos de ayuda y labores de evangelismo en el campo misionero, mas pese a ello, se encuentran en una situación muy pobre. Ellos salen a laborar por el Señor, pero no son seguidos por el fluir, pues han descuidado la fuente, a saber: la edificación de la iglesia. No podemos tener el fluir aparte de la edificación genuina. Si en las iglesias locales la edificación es fuerte y prevaleciente, entonces tendremos un río que fluye desde el edificio hacia otros lugares. Tendremos el fluir, el inundar y el impacto.
¡Cuánto necesitamos la edificación! Tenemos necesidad de que la iglesia sea edificada como templo, la casa de Dios. Es a partir de tal edificación que se producirá el fluir de Dios. La propagación depende de la edificación. La predicación del evangelio depende de la edificación. Ésta es la razón por la cual en Juan 17:23 el Señor Jesús dijo que cuando seamos perfeccionados en unidad, el mundo conocerá que el Padre ha enviado al Hijo. Esto significa que cuando seamos edificados como una sola entidad, entonces el mundo será convencido. La situación de división que impera en el cristianismo limita grandemente el impacto del evangelio.
Ezequiel 47:1a dice: “Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí, fluía agua de debajo del umbral de la casa hacia el oriente”. A fin de que el agua fluya, tiene que haber un umbral, una abertura, por donde el agua pueda fluir. Esto indica que si nosotros, por medio de Cristo, tenemos más contacto con Dios y nos acercamos a Él, habrá una abertura que permitirá que el agua viva de Dios fluya desde la iglesia.
El río sale de la casa y fluye hacia el oriente (v. 1b). El oriente es la dirección de la gloria del Señor (Nm. 2:3; Ez. 43:2). Que el río fluya hacia el oriente indica que el río de Dios siempre fluye en dirección de la gloria de Dios. Para el río lo importante es la gloria de Dios.
Todo en la vida de iglesia debe tener por finalidad la gloria de Dios. Por ejemplo, al predicar el evangelio, debemos buscar la gloria de Dios. Si nuestra predicación del evangelio tiene por finalidad la gloria de Dios, se producirá el fluir del agua viva. Sin embargo, si a nosotros no nos importa la gloria de Dios, el fluir será limitado. Todos en la iglesia debemos buscar la gloria de Dios y darle la debida importancia; entonces el agua viva fluirá de la iglesia.
Ezequiel 47:1c también dice que el agua fluye desde el lado derecho de la casa. Según la Biblia, el lado derecho representa la posición más elevada. Que el agua fluya desde el lado derecho indica que el fluir del Señor debe tener la preeminencia. Debemos darle al Señor la posición más elevada, y también debemos darle al fluir del Señor la posición más elevada. Entonces, el fluir será prevaleciente y llegará a ser el factor que rija nuestra vida y obra.
El fluir pasa por un costado del altar (v. 1d). Esto indica que el fluir siempre pasa por la cruz. Si la cruz no ha operado en nosotros, el fluir será obstaculizado. Si hemos de tener el fluir, debemos experimentar la operación de la cruz. Debemos estar dispuestos a pasar por la cruz a fin de que el fluir pueda correr libremente.
Lo principal aquí es el varón con la caña de medir en su mano (v. 3). Este hombre, quien es el propio Señor Jesús, tiene la apariencia de bronce (40:3). Como ya dijimos, el bronce o el cobre en tipología representa juicio y pruebas. El Señor Jesús fue puesto a prueba y juzgado como hombre, y debido a que Él fue puesto a prueba y fue juzgado, ahora Él pone a prueba y juzga. Debido a que Él fue puesto a prueba, Él es apto para ponernos a prueba; y debido a que Él fue juzgado, Él es apto para juzgarnos. Él es Aquel con la caña de medir en Su mano, plenamente apto para medirnos.
Ya dijimos que medir significa poner a prueba, juzgar y poseer. Cuando una hermana está por comprar una tela, ella primero la examina y después la mide. La cantidad que ella mida, ella tomará en posesión. Esto indica que medir es examinar, poner a prueba, juzgar y, finalmente, tomar y poseer.
Aquel varón vino con una caña de medir en su mano para medir el fluir del río (47:3-5).
Cuando este varón midió por primera vez el río, había apenas un hilo de agua que salía de la casa. Después él midió mil codos, y el fluir se hizo más profundo, hasta los tobillos (v. 3). Él midió nuevamente mil codos, y el fluir se hizo más profundo, hasta las rodillas (v. 4). Después, el varón midió nuevamente otros mil codos, y el fluir se hizo aún más profundo, hasta los lomos (v. 4). Cuando él midió por cuarta vez mil codos, el fluir se convirtió en un río que no se podía cruzar, y el río llegó a ser aguas en que se podía nadar.
En la Biblia, el número mil representa una unidad completa. Por ejemplo, en Salmos 84:10 el salmista dice que es mejor un día en los atrios del Señor que mil fuera de ellos. Puesto que mil denota una unidad completa, medir mil significa medir una unidad completa; es una medición completa.
Si queremos disfrutar del fluir de la casa, debemos ser medidos de manera completa. Para disfrutar de un fluir que sea más profundo, debemos ser medidos, esto es, probados, examinados, juzgados y poseídos por el Señor. Nuestros motivos, intenciones, objetivos, metas y deseos, todo ello tiene que ser juzgado. Todo cuanto poseemos y todo aquello en lo cual estamos involucrados tiene que ser juzgado. Esto hará que el fluir se haga más profundo dentro de nuestro ser.
A medida que somos juzgados por el Señor, debemos hacer una confesión exhaustiva. Debemos permitir que el Señor sea nuestro Juez y dejar que Él nos introduzca en Su luz y nos ponga al descubierto. Luego, deberíamos decirle: “Señor, todo cuanto Tú has juzgado ahora es Tuyo. Te pido, Señor, que me poseas, que tomes completa posesión de mí”.
El Señor no nos juzga y prueba de una vez por todas. En Ezequiel 47 el varón midió no una vez, ni dos, ni tres veces, sino que él midió cuatro veces. En la Biblia el número cuatro representa a las criaturas. Las cuatro mediciones aquí mencionadas indican que nosotros, como criaturas, tenemos que ser exhaustivamente juzgados y probados por el Señor, y luego ser plenamente poseídos por Él.
Ser completamente poseídos por el Señor no es una experiencia fácil para nosotros. Tal vez pensemos que ya hemos sido poseídos completamente por el Señor, pero después de un período de tiempo nos daremos cuenta de que todavía tenemos ciertas reservas. Entonces seremos puestos a prueba y juzgados nuevamente, después de lo cual experimentaremos una consagración adicional al Señor diciéndole: “Señor, toma esto y poséelo”. Tal vez pensemos que el Señor ya ha tomado posesión de todo, pero el Señor sabe que Él nos ha ganado sólo hasta cierto grado. Por tanto, algún tiempo después quizás nos demos cuenta nuevamente de que hay algo que nos habíamos reservado y habíamos guardado para nosotros mismos. Una vez más, confesaremos ante el Señor y experimentaremos el ser puestos a prueba y el ser juzgados por Él. Incluso después de un número de años, es posible que todavía no hayamos sido completamente poseídos por el Señor, por lo cual tendremos necesidad nuevamente de ser medidos, puestos a prueba, juzgados y poseídos por Él.
Tal vez usted se esté preguntando cómo puede determinar cuánto ha sido medido y poseído por el Señor. Esto puede ser determinado por la profundidad del río. Si el río sólo le llega hasta los tobillos, esto es prueba que no hemos sido completamente medidos por el Señor. La profundidad del río depende de cuánto hayamos sido medidos por el Señor. No es necesario argumentar ni procurar justificarnos; más bien, debemos simplemente considerar la profundidad de nuestro fluir. ¿Cuán profundo es su fluir? ¿Le llega a los tobillos? ¿A las rodillas? ¿A los lomos? ¿Se ha convertido el fluir en un río que no se puede cruzar? ¿Ha llegado a ser el fluir aguas en las que se puede nadar? Debemos considerar nuestra situación personal de este modo.
El mismo principio se aplica a las iglesias locales. No hay necesidad de argumentar con respecto a la iglesia en su localidad. Tal vez usted diga que su iglesia es la mejor. Tal vez su iglesia sea la mejor conforme a su concepto, pero quizás no sea la mejor en conformidad con el fluir. Tal vez usted diga que tiene el fluir, pero ¿cuán profundo es este fluir? Considere la profundidad del fluir en la iglesia donde usted se reúne. Quizás el fluir llegue sólo a los tobillos, o a las rodillas, o a los lomos. Quizás el fluir sea un río que no puede cruzarse y cuyas aguas se pueden nadar. La profundidad del fluir en cada iglesia local depende del grado en que el Señor haya medido y poseído. Al respecto, tal vez podamos engañar a los demás, pero no podemos engañar al Señor. Él sabe cuán profundo es el fluir allí donde estamos.
Es necesario que todos seamos medidos y poseídos por el Señor. Para Su medición, el Señor requiere de nuestra cooperación. Es difícil para el Señor medirnos, juzgarnos, poseernos y conquistarnos sin la cooperación adecuada de parte nuestra. Que pongamos nuestra mirada en el Señor esperando Su misericordia para que, mediante Su medición en todas las iglesias locales, haya un río que nadie pueda cruzar.
Es fácil caminar en tierra seca, pero el fluir del río hace difícil caminar. Cuando el agua llega a los tobillos, todavía podemos andar, pero no con comodidad. Cuando el agua llega a las rodillas, se hace más difícil caminar. Cuando el agua llega a los lomos, es muy difícil caminar. Esto indica que antes de disfrutar la gracia del Señor como fluir, podemos hacer lo que se nos antoje. Cuando experimentamos el fluir del Señor solamente de una manera superficial, todavía podemos caminar por nuestro propio esfuerzo. Pero cuando el fluir se hace más profundo y nos llega a las rodillas, caminar se hace mucho más difícil. Tenemos gracia, pero la cantidad de gracia que tenemos no es suficiente, así que continuamos recurriendo a nuestro propio esfuerzo.
A medida que el fluir aumenta, éste nos incomoda, nos restringe y nos obstaculiza. Cuando el fluir de gracia se eleva aún más, hasta los lomos, éste es el momento más duro respecto a ser un cristiano. Nos encontramos en una situación bastante incómoda. Por ejemplo, por un lado quizás tengamos suficiente gracia como para que se nos haga difícil perder los estribos; por otro, tal vez no tengamos suficiente gracia como para vencer nuestro mal genio. Tenemos gracia, pero todavía necesitamos recurrir a nuestro esfuerzo propio. Nos encontramos en un dilema. El río de gracia está con nosotros, pero no es lo suficientemente profundo. Pero una vez que el fluir de la gracia llega a ser tan profundo que no podemos cruzarlo, alabaremos al Señor y comenzaremos a nadar en el río. Al nadar ya no intentaremos apoyarnos en nuestros propios pies; más bien, abandonaremos nuestro esfuerzo propio y comenzaremos a nadar en el río.
Cuanto menos gracia recibimos de parte del Señor, más tenemos que valernos de nuestras propias fuerzas. Pero cuando recibimos la abundancia de la gracia, ya no necesitamos recurrir a nuestras propias fuerzas; más bien, cesamos todo esfuerzo propio y permitimos que el fluir del río nos lleve. Al ser llevados de este modo, podemos fácilmente seguir al Señor y dejar que Él nos guíe adondequiera que Él desee que vayamos.
Me preocupa que muchos entre nosotros todavía no han renunciado a valerse de sus propios esfuerzos, sino que todavía están tratando de permanecer erguidos por sus propios medios. Ellos continúan luchando en sus esfuerzos por pararse sobre sus pies. Esto significa que se valen de sus propios esfuerzos para ser vencedores. Aquellos que se encuentran en tal situación deben comprender que necesitan más gracia. Ellos necesitan un fluir más profundo a fin de que renuncien a intentar ponerse de pie y, más bien, naden en el río. La mejor manera de nadar en el río es poner nuestra confianza en el fluir del río, olvidar nuestros propios esfuerzos y dejar que el fluir nos lleve. Cuando recibimos la abundancia de la gracia, ésta es nuestra experiencia.
Aunque la gracia es suficiente, todavía tenemos que dejarnos llevar por el fluir de la gracia del Señor. Cuando somos llevados por el río, no debemos intentar establecer nuestra propia dirección. Debemos poner a un lado nuestra propia dirección y movernos en la dirección del fluir. Sin embargo, puede ser que el fluir avance en una dirección pero nuestra intención sea movernos en dirección opuesta. A esto se debe que, con frecuencia, el Señor tenga problemas con nosotros.
Allí donde el río fluye, todo vivirá y estará lleno de vida (Ez. 47:9). Este río es el río de vida, y únicamente la vida puede hacer que las cosas vivan. Meras enseñanzas y dones no son importantes aquí, pues no pueden impartir vida. Ezequiel no dice que todos adquirirán conocimiento ni que todos ejercerán dones; más bien, él dice que todo aquello adonde llegue este río vivirá.
En este fluir los árboles viven y producen fruto dulce y delicioso cada mes (v. 12). Además, el agua hace que haya abundancia de peces (v. 9). El ganado está implícito en los nombres de las dos ciudades: En-gadi y En-eglaim (v. 10). En-gadi significa “la fuente del cabrito” y En-eglaim significa “la fuente de los dos becerros”. Estas fuentes son para el ganado tierno, los cabritos y los becerros. Con base en esto podemos ver que el fluir del río produce árboles, peces y ganado.
En la vida de iglesia apropiada hay muchos árboles que dan fruto, por lo cual no hay carencia de frutos. Si la iglesia en su localidad es viviente, habrá allí árboles que den fruto. Los árboles frutales son indicio de que hay un fluir en su iglesia. Los árboles crecen junto al agua viva. Si hay un fluir en su iglesia local, con certeza habrá allí árboles que lleven abundante fruto.
Con el fluir del río también tenemos la pesca (v. 10). La pesca representa el incremento numérico. Si el número de personas en su iglesia local no aumenta año tras año, esto quiere decir que no hay pesca, y que no haya pesca quiere decir que el fluir no está presente. Si hemos de pescar, debemos tener el fluir. Necesitamos de un lugar adonde arrojar nuestras redes y extenderlas. La pesca es necesaria para lograr el incremento numérico.
En la vida de iglesia también tenemos necesidad de algunas fuentes de cabritos y fuentes de becerros para dar alimento. Por tanto, necesitamos alimentos, necesitamos el incremento numérico y necesitamos dar de comer. Esto traerá consigo el remendar, la edificación. ¡Oh, necesitamos los árboles, la pesca y las fuentes! Todos estos asuntos dependen de una sola cosa: el fluir del río. Nuevamente vemos cuánto necesitamos el fluir del río de Dios.
Ezequiel 47:8 dice que el río fluye hacia el mar oriental. Según el mapa, este mar es el mar Salado, el mar Muerto. Por el fluir del río que procede de la casa, el agua salada del mar Muerto será sanada. Esto quiere decir que la muerte será engullida por la vida. Cuando hay un fluir de vida rico y profundo en una iglesia local, la vida engullirá mucha muerte. Sin embargo, si el fluir no está presente en una determinada localidad, esa iglesia se convertirá en un “mar muerto” lleno de sal. Pero si el fluir del río está presente, la mortandad será engullida por la vida y, entonces, el “mar muerto” será vivificado.
Aunque el mar Muerto y los lugares secos pueden ser vivificados y la muerte puede ser engullida por la vida, los pantanos no pueden ser sanados (v. 11). Los pantanos son lugares que ni están secos ni en ellos fluye el agua. Ya que consisten parte de lodo y parte de agua, los pantanos no están ni completamente inundados ni completamente secos. Un pantano representa una situación en la que prevalece la transigencia. Esto significa que siempre que hay una situación en la que se ha transigido, hay un pantano. Jamás debiéramos vernos involucrados en una situación que es un “pantano”.
El Señor Jesús reprendió a la iglesia en Laodicea por ser tibia y no ser ni caliente ni fría. Él le dijo a los que estaban en Laodicea que debían ser fríos o calientes, pero no tibios. Él también les dijo que si ellos permanecían tibios, Él los vomitaría de Su boca (Ap. 3:15-16). Ser tibio es encontrarse en una situación en la que se ha transigido, o sea, estar en un pantano.
Nuestra postura con respecto a la iglesia tiene que ser absoluta. Si usted toma la postura de una denominación, debe hacerlo de manera absoluta. Si toma la postura de un grupo independiente, debe hacerlo de manera absoluta. Si toma la postura que corresponde al terreno de la iglesia, tiene que hacerlo de manera absoluta. Debe ser frío o caliente, pero no tibio. Ser tibio equivale a estar en un pantano. Si usted deja las denominaciones y los grupos independientes pero no es absoluto en pro del terreno apropiado de la iglesia, usted se encuentra en un pantano. Es posible para alguien estar en la vida de iglesia, pero aun así no entregarse a ello de manera absoluta. Tal persona es un pantano.
Ni siquiera el Señor mismo puede sanar un pantano. Un pantano es un lugar neutral, un lugar a medio camino, un lugar donde se ha transigido. Ciertos santos no están ni en Babilonia ni en Jerusalén, sino en un lugar a mitad de camino entre Jerusalén y Babilonia. Esto significa que están en un pantano e, incluso, que son un pantano.
Debemos estar de manera absoluta en el fluir o permanecer en tierra seca. Si permanecemos en una situación “pantanosa”, el Señor no podrá hacer nada con nosotros. Es muy fácil meterse en un pantano, pero es muy difícil salir de allí. La iglesia tiene que ser un lugar de entrega absoluta. Por tanto, para la vida de iglesia nosotros debemos ser absolutos.
La iglesia también debe ser un lugar según su propia especie. Génesis 1:11-12 dice que el pasto, los árboles y las hierbas se reprodujeron cada uno según su propia especie. Un manzano no puede producir una manzana-durazno. Producir una manzana-durazno, es decir algo que no es según su propia especie, equivaldría a ser un pantano. Un hombre tiene que ser un hombre y una mujer tiene que ser una mujer; nadie puede ser un hombre-mujer. Si usted está en una denominación, permanezca allí según su propia especie. Asimismo, si un grupo de santos en cierta localidad son la iglesia en dicha localidad, ellos tienen que ser la iglesia según su propia especie.
Si usted está en el recobro del Señor, entonces permanezca en el recobro de manera absoluta, no a medias. Regrese por completo de Babilonia a Jerusalén. Si se detiene a mitad del camino, se convertirá en un pantano y no tendrá ningún fluir, ni siquiera un hilo de agua; más bien, tendrá apenas el agua suficiente para hacerlo “pantanoso”. Usted será un pantano, y un pantano no puede ser sanado. A lo largo de todos mis años en el recobro del Señor, jamás he visto que un pantano fuese sanado.
En Apocalipsis 22:11 el Señor Jesús dijo: “El que comete injusticia, cometa injusticias todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía”. Aquí vemos que el Señor desea y exige nuestra entrega absoluta. Tenemos que aprender a ser absolutos. Si somos absolutos, estaremos en el fluir; y este fluir no será apenas un hilo de agua, sino un río en el que se pueda nadar. Entonces todo aquello adonde llegue este río vivirá.