Mensaje 11
Lectura bíblica: Fil. 2:9-11; Ef. 1:19-22; Hch. 2:36
En este mensaje veremos la exaltación de Cristo (2:9-12). La exaltación de Cristo mencionada en Filipenses 2:9, es en realidad el poder de la resurrección. El poder de la resurrección siempre viene después de la vida crucificada. Conforme a 3:10, Pablo anhelaba conocer el poder de la resurrección de Cristo y la comunión de Sus padecimientos. En el mensaje anterior mencionamos que en 2:5-8 tenemos a Cristo como nuestro modelo, y que este modelo es en realidad la vida crucificada que mora en nosotros. Lo que sigue a la vida crucificada es el poder de la resurrección, mediante el cual Cristo fue exaltado a lo sumo. En la Biblia, el poder que exaltó a Cristo también se denomina el poder de la resurrección. Cuando llevamos una vida crucificada, podemos conocer el poder de la resurrección de Cristo y la comunión de Sus padecimientos.
Hay una correlación entre los capítulos dos y tres de Filipenses. Mientras que el capítulo dos revela que debemos llevar una vida crucificada a fin de disfrutar del poder de la resurrección, el capítulo tres dice que Pablo aspiraba a conocer el poder de la resurrección de Cristo. Debemos tomar como nuestro modelo la vida crucificada que se presenta en 2:5-8. De esta manera, experimentaremos el poder de la resurrección que exaltó a Cristo, y lo elevó hasta a la cima del universo. La experiencia de Cristo como modelo de una vida crucificada y la experiencia del poder de la resurrección que lo exaltó, no tienen límites. Diariamente debemos llevar una vida crucificada. Esto es lo que significa vivir a Cristo como nuestro modelo. En lugar de llevar una vida de ambición y vanagloria, debemos llevar una vida de despojamiento y autohumillación. Esto es llevar una vida crucificada. Dicha vida nos introducirá en el poder de la resurrección que exaltó a Cristo. Conforme a las palabras de Pablo en el capítulo tres, él no consideraba haber experimentado plenamente este poder. En lugar de ello, declaró que aspiraba conocer y experimentar el poder de la resurrección de Cristo y la comunión de Sus padecimientos.
Los que estamos hoy en el recobro del Señor, tenemos la urgente necesidad de experimentar a Cristo como nuestro modelo. Es apremiante que lo experimentemos como nuestra vida crucificada. Esta vida está en contraste con la vida de ambición y vanagloria. En la vida de iglesia tenemos dos alternativas: tomar la vida crucificada como nuestro modelo o llevar una vida de ambición y vanagloria. No existe una tercera opción. Si no hacemos de la vida crucificada nuestro modelo, espontáneamente ambicionaremos una gloria vana. Esto es muy serio. Debemos ser honestos y preguntarnos qué clase de vida hemos llevado hasta ahora en la iglesia. Si hacemos esto, nos daremos cuenta de que si no tomamos el modelo de la vida crucificada, llevamos una vida de ambición, buscando vanagloria.
Ninguna otra cosa perturbaba más al apóstol Pablo que saber que los filipenses perseguían la vanagloria. Su mayor anhelo era que ellos llevaran una vida crucificada. Como ya vimos, esta vida es el propio Cristo que se despojó y se humilló. Cuando hacemos de esta vida crucificada nuestro modelo, la puerta de la resurrección se abre ante nosotros y nos da entrada al poder de la resurrección. Dios nunca nos exaltará si nos encontramos en una esfera de ambición y vanagloria. Cuanto más vanagloria busquemos, más vergonzosa será nuestra situación. Perseguir la vanagloria de ninguna forma es una gloria; antes bien, es una vergüenza. Asimismo, si en nosotros hay ambición, Dios nunca nos exaltará. Por el contrario, el resultado inevitable será que seremos humillados. La vida más elevada en la tierra es la vida crucificada. Siempre y cuando llevemos una vida crucificada, Dios nos introducirá en el poder de la resurrección y en dicho poder seremos exaltados.
En los años que llevo en la vida de iglesia, conocí a muchos hermanos que actuaban por ambición y vanagloria. Sin excepción, todos ellos terminaron mal. Es insensato tratar de competir en la vida de iglesia. Debemos temerle más a esto que a una serpiente. Si competimos con los demás, esto mostrará que vivimos en el yo. Por consiguiente, debemos tratar la ambición severamente, y rechazarla.
Además, en la vida de iglesia nadie debe defender su reputación personal. Por supuesto, debemos defender el testimonio del Señor, pero no debemos reclamar ningún mérito, título ni rango para nosotros mismos. Si lo hacemos, nunca entraremos en el poder de la resurrección.
En la vida de iglesia, no sólo he visto a muchos actuar por ambición y buscar vanagloria, sino también a muchos otros santos que han seguido fielmente el modelo de la vida crucificada. Estos santos finalmente fueron introducidos en el poder de la resurrección, en el cual fueron exaltados por Dios.
Mi mayor anhelo es que en la vida de iglesia nadie busque su propia gloria. En lugar de ello, debemos seguir exclusivamente a Cristo. De este modo experimentaremos la vida crucificada.
Estoy seguro de que las dos hermanas de la iglesia en Filipos, Evodia y Síntique, competían buscando posición o vanagloria. De no ser así, Pablo no les habría rogado que fueran “de un mismo sentir en el Señor” (4:2). Si no hubiera habido ninguna rivalidad en la iglesia, el apóstol no habría tenido que escribir la advertencia mencionada 2:3: “Nada hagáis por ambición egoísta o por vanagloria”. Debido a que había ambición, egoísmo y vanagloria entre algunos miembros de la iglesia en Filipos, fue necesario que Pablo les hablara de Cristo como el modelo de una vida crucificada. A diferencia de otras epístolas suyas, Pablo presentó este modelo en Filipenses, debido a que la ambición y la vanagloria representaba un serio problema para los santos de esa ciudad. En tanto que los filipenses buscaran alguna gloria para sí mismos, la ambición estaría presente. Por consiguiente, Pablo les mostró que Cristo, el Hijo de Dios, tenía una posición muy elevada. Les indicó que aunque Cristo poseía la forma misma de Dios y el derecho de ser igual a Dios, El no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de esclavo y haciéndose semejante a los hombres. Y luego, siendo hallado en porte exterior como hombre, se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Los creyentes de Filipos que buscaban alguna posición o título, ciertamente necesitaban conocer a Cristo como el modelo de la vida crucificada.
Tenemos que admitir que en muchas iglesias locales persiste el mismo problema de ambición y vanagloria que vemos en los filipenses. Sin duda alguna, este problema es muy evidente entre los creyentes que no están en el recobro del Señor. Pero reflexionemos sobre nuestra condición en las iglesias. Debemos reconocer que hasta cierto grado, entre nosotros también existe la ambición. Por lo tanto, la exhortación que hace Pablo de tomar a Cristo como nuestro modelo se aplica también a nosotros. Tenemos que ser iluminados y tomar la vida crucificada como nuestro modelo, lo cual nos permitirá experimentar el poder de la resurrección. Si llevamos una vida crucificada, entraremos en el poder de la resurrección, y este poder nos exaltará.
Sin embargo, al escuchar acerca de la vida crucificada, del poder de la resurrección y de ser exaltados por Dios, debemos tener cuidado de no usar esto como base para obtener gloria. No busquemos otra gloria aparte del propio Cristo. Debemos decirle al Señor: “Lo único que deseo eres Tú. No busco ninguna exaltación ni gloria”. Si tomamos la vida crucificada como nuestro modelo, experimentaremos el poder de la resurrección. Este poder es Cristo mismo. El no es solamente la vida crucificada, sino también el poder de la resurrección.
A menudo los santos se lamentan de sus debilidades, pero continuarán siendo débiles mientras no tomen la vida crucificada como su modelo. Si somos débiles en nuestra vida familiar, en nuestra vida personal o en nuestra vida de iglesia, es porque no tomamos la vida crucificada y, por ende, no nos encontramos en el poder de la resurrección. Una vez más, la vida crucificada es la puerta por la que entramos en el poder de la resurrección. Pablo anhelaba que los santos de Filipos llevaran tal vida crucificada y experimentaran el poder de la resurrección.
En este mensaje, tengo la carga de aplicar la exaltación de Cristo a nuestra experiencia espiritual. Dios exaltó a Cristo, pero ¿ya lo exaltó usted? Cristo fue exaltado a la cima del universo, pero ¿ha sido exaltado El en usted también? Es precisamente aquí donde radica el problema: Cristo ha sido exaltado en todo lugar menos en usted. Es por eso que no tengo interés alguno de hablarles de la exaltación de Cristo de una manera doctrinal, sino más bien, de aplicar este hecho a nuestra experiencia. Cristo no puede ser exaltado en nosotros si primero no lo tomamos como la vida crucificada y como el modelo de nuestro diario vivir.
No olvidemos que Filipenses es un libro que habla de cómo experimentar a Cristo. Por consiguiente, aun la exaltación de Cristo, mencionada en este libro, tiene que ver con nuestra experiencia. Desde mi juventud me enseñaron que Cristo fue exaltado. Pero yo no veía que este hecho se reflejara en la vida de los creyentes. Esto no era más que una simple enseñanza bíblica. Debemos experimentar a Cristo hasta el grado en que El sea exaltado en nuestras vidas. No tomemos la exaltación de Cristo como una doctrina. De la misma manera en que necesitamos experimentar al Cristo que se despojó y se humilló, también debemos experimentar al Cristo que fue exaltado. Ciertamente Dios exaltó a Cristo en el universo, pero ahora nos toca a nosotros exaltarlo en nuestro universo personal: en nuestro diario vivir, en nuestra vida familiar y en nuestra vida de iglesia.
Pablo deseaba que los santos de Filipos exaltaran a Cristo en su diario vivir. Si lo hubieran hecho, habrían completado su gozo. A él no le interesaba solamente que los filipenses tuvieran una buena actitud hacia él. Su mayor anhelo era que ellos experimentaran a Cristo como la vida crucificada y que además lo experimentaran en Su exaltación. La exaltación de Cristo debe llevarse a cabo en nuestra vida cotidiana.
El versículo 12 muestra que el pensamiento de Pablo era que Cristo debía ser exaltado, no sólo de una manera objetiva en el universo, sino también en nuestra vida diaria, de una manera práctica y subjetiva. Así que, después de hablar acerca de la vida crucificada en los versículos del 5 al 8, y de la vida exaltada en los versículos del 9 al 11, él declaró en el versículo 12: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor”. Las palabras “por tanto” indican que lo dicho por Pablo en el versículo 12, era la consecuencia de tomar a Cristo como el modelo de la vida crucificada que se menciona en los versículos precedentes. Este versículo indica que la vida crucificada de Cristo debe ser también nuestra experiencia. Asimismo, lo debemos experimentar como la vida que exalta. Por una parte, podemos hablar de la vida exaltada de Cristo, y por otra, de Su vida que exalta. Lo que importa no es la expresión que usemos, sino subrayar el hecho de que en 2:9-11 se encuentra la vida de exaltación. Esta vida también forma parte de la salvación que debemos llevar a cabo. Los principales elementos de la salvación que se mencionan en el versículo 12 son Cristo como la vida crucificada y Cristo en Su exaltación. Esta es la salvación que llevamos a cabo con la ayuda de la operación de Dios en nosotros.
Sin duda, la exaltación de Cristo es el nivel más alto de nuestra salvación. No debemos conformarnos con ser salvos, sino aspirar a ser exaltados mediante el poder de la resurrección de Cristo. Cuando Pablo hablaba de la exaltación de Cristo, su interés no era simplemente enseñar una doctrina objetiva. Esta verdad, así como los demás asuntos presentados en esta epístola, tienen que ver con la experiencia cristiana. Debemos experimentar a Cristo en Su humillación, lo cual significa que debemos experimentarlo como Aquel que se despojó y se humilló a Sí mismo. Además, puesto que Dios exaltó a Cristo hasta la cumbre del universo, también nosotros debemos experimentarlo en Su exaltación. ¡Que el Señor abra nuestros ojos para que nos demos cuenta cuán lejos estamos de la norma de Su salvación! La norma de la salvación que debemos llevar a cabo es muy elevada, al grado de incluir la exaltación de Cristo. La exaltación de Cristo debe ser el punto culminante de nuestra experiencia de salvación. Esto requiere no sólo que Cristo sea nuestra vida crucificada, sino también nuestra vida exaltada en el poder de la resurrección. El mismo poder que exaltó a Cristo sobre el universo, es el mismo poder que lo exalta a El en nosotros. De hecho, este poder no es otra cosa que la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo.
En la epístola de Filipenses, Pablo usa varias expresiones que se refieren a la misma realidad. La abundante suministración del Espíritu de Jesucristo es el poder mismo que exalta a Cristo. También es el poder de la resurrección mencionado en 3:10 y el poder referido en 4:13, donde Pablo declara: “Todo lo puedo en Aquel que me reviste de poder”. Por tanto, somos fortalecidos con el poder de la resurrección, con el poder que exalta y con la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Gracias a tal poder, podemos llevar a cabo nuestra salvación al nivel más alto. Cuando llegamos a este nivel, somos más que vencedores.
Los versículos 12-16 son la interpretación de los versículos 5-11. Esto indica que la expresión “por tanto”, incluye todo lo que Pablo declara en los versículos 12-16. Por consiguiente, debemos interpretar 2: 5-11 a la luz de 2:12-16.
Filipenses 2:9 dice: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre”. El Señor se humilló a Sí mismo hasta lo sumo, pero Dios lo exaltó hasta la cumbre más alta. Según lo indica el versículo siguiente, el nombre al cual se refiere este versículo es el nombre de Jesús. Desde la ascensión del Señor no ha habido sobre la tierra ningún otro nombre que esté por encima del nombre de Jesús. Dios exaltó a Jesús, quien era un hombre auténtico, para que fuese hecho Señor de todos. Por tanto, es correcto clamar: “¡Oh, Señor Jesús!” Debemos confesar el nombre del Señor públicamente. ¡Cuán glorioso es adorar al Señor invocando Su nombre! De hecho, el Nuevo Testamento no nos exhorta a adorar a Cristo, pero sí nos da una clara indicación de que debemos invocar Su nombre.
Cuando Pablo aún era Saulo de Tarso, él recibió autoridad de parte de los principales sacerdotes para encarcelar a los que invocaban el nombre de Jesús. En la actualidad también afrontamos oposición por invocar el nombre del Señor Jesús. Pero cuanto más se nos opongan y nos ataquen, más debemos invocar Su nombre. Cuando el Señor Jesús fue exaltado, El recibió un nombre que es sobre todo nombre. En la historia de la humanidad no ha existido ningún otro nombre que esté por encima del nombre del Señor Jesús. El nombre de Jesús es el nombre más elevado del universo.
En los versículos 10 y 11 Pablo añade: “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”. El nombre del Señor expresa la totalidad de lo que el Señor Jesús es en Su persona y Su obra. La expresión “en el nombre...” denota la esfera y elemento de todo lo que es el Señor. Es de esta manera que nosotros oramos y adoramos al Señor.
No sólo debemos invocar el nombre del Señor Jesús, sino además doblar nuestras rodillas en Su nombre; esta es la manera de adorarle.
En el versículo 10 vemos que hay tres niveles en el universo: los cielos, la tierra y el lugar debajo de la tierra. Los que están en los cielos son los ángeles; los que están en la tierra son los hombres; y los que están debajo de la tierra son los muertos. Llegará el día en que todos los que moran en estos tres lugares doblarán sus rodillas y confesarán que Jesucristo es el Señor. Confesar públicamente que Jesucristo es el Señor equivale a invocar al Señor (Ro. 10:9-10, 12-13). En Su ascensión, Dios hizo Señor a Jesús como hombre (Hch. 2:36). Por consiguiente, toda lengua debe confesar que El es el Señor. Esta confesión es para la gloria de Dios Padre. La preposición griega traducida “para” significa “dando por resultado”. Por lo tanto, confesar que Jesús es el Señor da por resultado que Dios el Padre sea glorificado. Esta es la excelente culminación de todo lo que Cristo es y ha hecho, en Su persona y Su obra (1 Co. 15:24-28).