Mensaje 16
Lectura bíblica: Fil. 2:19-30
En este mensaje quisiera hablarles algo adicional en cuanto a tener el mismo ánimo y arriesgar la vida del alma. Al referirse a Timoteo, Pablo dijo: “Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros” (2:20). Luego, acerca de Epafrodito, dijo: “Porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, arriesgando su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí” (v. 30). Sin la debida experiencia espiritual, no podemos entender lo que Pablo quiso decir en estos versículos. Una simple lectura de estos versículos no es suficiente. Pero gracias a la experiencia que hemos adquirido en la vida de iglesia y a nuestra observación, hemos podido entender, por lo menos hasta cierto punto, lo que Pablo quiso decir cuando habló de tener el mismo ánimo y de arriesgar el alma.
Como todos sabemos, en la actualidad los cristianos están divididos; de hecho, existen miles de divisiones. En la mayoría de los casos, las divisiones son causadas por cristianos que tienen un corazón dispuesto y que aman al Señor con sinceridad. De hecho, cuanto mayor sea el número de los creyentes que amen al Señor, más peligro existe de que se produzcan divisiones. Esto se debe a que su amor por el Señor les incita a hacer algo para El. Pero una y otra vez se ha comprobado que el resultado de esto ha sido la división.
Siempre que hagamos algo para Cristo, necesitaremos ejercitar nuestra alma. Para tener comunión con el Señor, sólo basta ejercitar nuestro espíritu, pero si deseamos laborar para El, tendremos que valernos de nuestra alma con todas sus facultades. Es por eso que Dios creó el alma con la facultad de pensar, sentir y tomar decisiones. Así que, cada vez que un creyente hace algo para el Señor, necesita usar dichas facultades. Sin embargo, el mayor problema se presenta cuando los cristianos, movidos por su amor hacia el Señor, se proponen hacer cosas para El, sin tener el mismo ánimo. En lugar de ello, tienen una alma muy distinta de los demás. Tales diferencias en el alma son la fuente principal de las divisiones.
Comúnmente pensamos que las diferencias doctrinales son la causa principal de las divisiones entre los cristianos. Aunque aparentemente sí lo son, en realidad, la verdadera causa de las divisiones no reside en los desacuerdos doctrinales, sino en las diferencias que se presentan en el alma de los creyentes. Puesto que muchos cristianos no tienen el mismo ánimo, es decir, que no son verdaderamente uno en el alma, aun cuando amen al Señor, ellos son los causantes de la mayoría de las divisiones que vemos en la actualidad. Por consiguiente, deducimos que el origen de las divisiones es el alma del hombre.
En el recobro del Señor, los santos aman al Señor Jesús con un amor sincero. En cuanto a amarlo y disfrutarlo en comunión no hay ningún problema. Pero es muy probable que surjan dificultades cuando nos proponemos hacer algo para El, aun cuando esto se base en la visión que hemos recibido al tener comunión con El en nuestro espíritu. Esto se debe a que somos diferentes en el alma; en otras palabras, el problema es que no tenemos el mismo ánimo al emprender algo para El.
Las diferencias que se originan en nuestra alma pueden producir dos resultados. El primero es que algunos decidan abandonar la vida de iglesia y crear una nueva división; y el segundo es que, respetando la unidad basada en la localidad, decidan permanecer en el recobro, pero con una actitud negativa, disidente y fría. Es posible que un santo que permanece en el recobro con esta actitud, razone de la siguiente manera: “Estos hermanos son muy férreos en su perspectiva. Simplemente no logro hacer que me entiendan. Ya que no aceptan mis sugerencias, lo mejor es que de aquí en adelante me quede callado. No volveré a tomar ninguna iniciativa, más bien, me haré a un lado y permaneceré pasivo. Aunque siga asistiendo a las reuniones, dejaré que otros se encarguen de los asuntos de la iglesia”. Puede ser que los que adopten esta actitud tengan una buena intención. Tal vez estén tratando de evitar discusiones y no causar tensiones. Por ejemplo, un anciano de una iglesia local puede pensar: “Mi punto de vista es diferente al de los demás ancianos. Aunque pienso que mis ideas son mejores, ellos se rehúsan aceptarlas. Por tanto, creo que lo mejor es que me quede callado y no discuta. Voy a dejar que ellos hagan las cosas como quieran, y que asuman toda la responsabilidad de llevar la iglesia adelante”. He visto muchos casos así en la vida de iglesia.
Debemos darnos cuenta de que si mantenemos esta actitud, nuestra experiencia de Cristo será limitada y no podremos experimentarle de una manera plena. En lugar de ello, nuestra experiencia se limitará a lo que experimentemos al tener comunión con El en nuestro espíritu, y no podremos avanzar y experimentar a Cristo en el Cuerpo. Ciertamente, todos somos distintos en el alma debido a que tenemos diferentes maneras de pensar, sentir y decidir. Estas diferencias nos impiden experimentar plenamente a Cristo en el Cuerpo. Si no experimentamos a Cristo en Su Cuerpo, nos será imposible experimentarlo plenamente. Solamente en el Cuerpo se experimenta a Cristo en plenitud.
Si hemos de experimentar a Cristo en el Cuerpo, nuestra experiencia debe ser corporativa. Además, a fin de experimentarle corporativamente, debemos ser de una sola alma con los demás. Es de vital importancia que aprendamos esto. Un anciano debe aprender a ser unánime con los demás ancianos, y todos los miembros de una iglesia local tienen que aprender a ser unánimes con todos los santos.
A lo largo de los años hemos visto que muchos santos no han podido entrar de lleno en la vida de iglesia por no tener el mismo ánimo. Por ejemplo, algunos no estaban dispuestos a entregarse al servicio de la iglesia de una manera positiva y activa. Se excusaban diciendo que no querían provocar problemas y que preferían mantener una situación tranquila. Pero la verdadera razón era que no tenían el mismo ánimo y que no estaban dispuestos a arriesgar la vida de su alma por la iglesia. Hemos conocido hermanos que se comportaban como verdaderos “caballeros” en la iglesia. Siempre fueron buenos y sinceros, y nunca causaron problemas. Sin embargo, debido a que no tenían el mismo ánimo que los demás, y a que tenían diferentes opiniones, finalmente abandonaron el recobro del Señor. Cuando estos hermanos se fueron de la iglesia, no nos criticaron; simplemente siguieron su propio camino. Pero la razón de su partida era que no estaban dispuestos a dejar a un lado las diferencias que había en su alma. Como dijimos anteriormente, el origen de la mayoría de las divisiones entre los cristianos proviene de las diferencias que existen a nivel del alma.
Por otra parte, aunque otros santos decidieron permanecer en el recobro, su actitud hacia la iglesia, y específicamente hacia el servicio, se tornó negativa. En efecto, ellos no ofendieron a nadie ni causaron problemas, pero prefirieron retraerse y se enfriaron. Por un lado, no abandonaron el recobro del Señor, pero por otro, no siguieron con el mismo entusiasmo y dejaron de tener una actitud positiva y emprendedora.
Cuando Pablo escribió la epístola de Filipenses, tenía muchos colaboradores. Sin embargo, él declaró que aparte de Timoteo, no tenía a nadie más del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interesara por los creyentes de Filipos. La situación de Pablo con respecto a sus colaboradores era bastante difícil. El tenía varios colaboradores, pero en el momento en que quiso enterarse de cómo estaban los filipenses, se dio cuenta de que sólo podía contar con Timoteo, pues sólo éste tenía el mismo ánimo suyo. Por lo tanto, Timoteo era el único colaborador que Pablo podía enviar a Filipos para atender los asuntos de los santos.
El hecho de que ningún otro de los colaboradores de Pablo no tuviera tal interés por el Cuerpo de Cristo, demuestra que ellos no experimentaban a Cristo al mismo nivel que él lo hacía. Sin embargo, debido a que Timoteo tenía el mismo ánimo que Pablo, podía experimentar plenamente a Cristo en el Cuerpo, al igual que el apóstol. De la misma manera, aquellos que no tenían el mismo ánimo que Pablo, no podían experimentar a Cristo a ese nivel, pues las diferencias en el alma los limitaban.
En Filipenses, Pablo no sólo habla de tener el mismo ánimo, sino también de arriesgar la vida del alma. El se refirió a Epafrodito como un hermano que arriesgó su vida, es decir, su alma, a fin de suplir lo que faltaba en el servicio de los filipenses hacia el apóstol. Algunos dirán que lo que Pablo quería decir era que Epafrodito no amó su vida física y que aceptó renunciar a ella por causa del Cuerpo de Cristo. Efectivamente, este colaborador arriesgó su vida física por el bien del Cuerpo, pero esto deja implícito que primero tuvo que arriesgar la vida de su alma.
Hace varios años leí un artículo según el cual, para que un creyente llegase a ser un verdadero mártir, debe tener primero la actitud de un mártir. Según este artículo, los que han sido mártires fueron previamente equipados con cierta actitud. Luego, en el momento de ser martirizados, pudieron ofrecer su vida y ser verdaderos mártires. Podemos aplicar el mismo principio al hecho de arriesgar nuestra alma. Si en la vida de iglesia no estamos dispuestos a sacrificar nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad por causa el Cuerpo de Cristo, jamás estaremos dispuestos a sacrificar nuestra vida física. Para que Epafrodito pudiera arriesgar su vida física, tuvo primero que estar dispuesto a arriesgar su alma.
En un sentido real, quienes estamos en la vida de iglesia debemos ser mártires por el Cuerpo de Cristo y por los santos. Si en verdad deseamos ser uno con el Señor por causa de Su recobro, debemos estar dispuestos a sacrificar nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones. esto equivale a arriesgar nuestra alma. Si queremos experimentar a Cristo a lo sumo, no sólo debemos ser del mismo ánimo, sino también estar dispuestos a arriesgar nuestra alma, es decir, nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad.
En 2:30 Pablo dijo a los filipenses que Epafrodito había arriesgado su vida para “suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí”. Epafrodito arriesgó la vida de su alma para suplir lo que faltaba a los creyentes filipenses en su servicio por el apóstol. Esto indica que si no arriesgamos nuestra alma, no podremos suplir las deficiencias que haya en el Cuerpo de Cristo. Cuando hay una necesidad en el Cuerpo, tenemos una excelente oportunidad para experimentar a Cristo. Debemos experimentar a Cristo hasta el grado de suplir lo que le falta al Cuerpo. Pero a fin de experimentar a Cristo de esta manera, debemos arriesgar la vida de nuestra alma sacrificando nuestra parte emotiva con sus deseos, nuestra voluntad con sus intenciones y nuestra mente con sus opiniones. Cada vez que sacrificamos nuestra alma por el bien del Cuerpo, tenemos una oportunidad para experimentar a Cristo en el Cuerpo. De esta manera, le experimentaremos al máximo.
Si diariamente arriesgamos la vida del alma en la vida de iglesia, estaremos listos para ser mártires si fuera necesario. Los que arriesgan su alma por el Cuerpo de Cristo, son capaces de sacrificar aun su vida física por el Señor. Además, si arriesgamos nuestra alma, nos resultará fácil tener el mismo ánimo que los demás creyentes.
Durante los años que pasé con el hermano Watchman Nee en China, pude darme cuenta de que a él no le era nada fácil llevar a cabo lo que el Señor le había mostrado acerca de Su mover en la tierra por Su Cuerpo. Esto se debía a que algunos de sus colaboradores no tenían el mismo ánimo que él. Esa fue la razón por la cual no se pudieron llevar a la práctica ciertos asuntos importantes relacionados con el recobro del Señor.
Un buen ejemplo de esto es el caso de un joven muy inteligente que estaba por irse a estudiar a los Estados Unidos. Acababa de recibir al Señor y deseaba ser bautizado. El hermano Nee estaba convencido de que era correcto y necesario que este joven se bautizara, y pensaba que la iglesia debía hacerlo antes que él partiera de China. Sin embargo, un colaborador de esa localidad no estuvo de acuerdo, porque pensaba que no era prudente bautizar precipitadamente a un joven que acababa de creer en Cristo. A esto el hermano Nee respondió que el joven se iría a los Estados Unidos y que tal vez no tendrían otra oportunidad de bautizarlo. Sin embargo, este colaborador permaneció firme en su posición. El hermano Nee le presentó el asunto de varias maneras, tratando de hacerle cambiar de parecer, pero no lo logró. Por último, optó por decirle que estaba dispuesto a bautizarlo él mismo y asumir la responsabilidad delante del Señor. Pero como este colaborador aún disentía, el hermano Nee no pudo hacer nada al respecto.
Este caso nos muestra que existían diferencias al nivel del alma entre el hermano Nee y algunos de sus colaboradores. En aquel entonces, yo no comprendía que esta clase de problemas se debía al hecho de que ellos no eran de un mismo ánimo con él. Pero ahora, al reflexionar sobre esta situación a la luz de lo que Pablo escribió en Filipenses, puedo ver claramente la raíz del problema. Finalmente, algunos de estos queridos colaboradores que no tenían el mismo ánimo que el hermano Nee, se apartaron del recobro del Señor. La experiencia que ellos tenían de Cristo era limitada y no lo pudieron experimentar en el Cuerpo de una manera más perfecta.
La expresión usada por Pablo “tener el mismo ánimo” es una advertencia dirigida a todos los que aún estamos en el recobro del Señor. Si no tenemos el mismo ánimo que los demás, no podremos disfrutar a Cristo plenamente, aun cuando permanezcamos en la vida de iglesia. Es posible que no tengamos ningún problema en nuestro espíritu, pero tal vez seguimos aferrándonos a las diferencias que provienen de nuestra alma. Según nuestro parecer, lo que sentimos en nuestra alma es lo correcto. Pero debido a que no estamos dispuestos a abandonar nuestras opiniones, nuestra experiencia de Cristo será limitada. Por tanto, es crucial que aprendamos que, en la vida de iglesia, debemos tener el mismo ánimo. No permitamos que las diferencias al nivel del alma nos impidan experimentar a Cristo en Su Cuerpo. Aprendamos a arriesgar nuestra alma, a sacrificar nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Entonces tendremos el mismo ánimo que los demás miembros del Cuerpo de Cristo. Si este es nuestro caso, ¡cuán rica será la experiencia y el deleite que tendremos de Cristo en el Cuerpo! Si hemos de experimentar plenamente a Cristo en el Cuerpo, debemos tener el mismo ánimo y estar dispuestos a arriesgar nuestra alma.