Mensaje 35
Lectura bíblica: Fil. 1:19-21; 2:12-13, 16a; Jn. 1:1; 6:63; Ef. 6:17-18; 5:18-20; He. 4:12; Col. 3:16-17; 2 Ti. 3:16a
Filipenses 1:19-21a trata de la salvación, de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo y de cómo magnificar y vivir a Cristo. Luego, Filipenses 2:12, 13a y 16a abarca los siguientes temas: llevar a cabo nuestra salvación, el Dios que opera en nosotros y enarbolar la palabra de vida. Por consiguiente, en estos dos pasajes de Filipenses vemos dos líneas: la primera es la salvación, el Espíritu y Cristo, y la segunda, la salvación, Dios y la palabra. Al hacer esta comparación recibimos mucha revelación.
En 1:19 Pablo afirma que su situación, ambiente y circunstancias resultarían en su salvación; y luego en 2:12 nos exhorta a llevar a cabo nuestra salvación. Las palabras de Pablo en 1:19 nos ayudan a ver que las situaciones adversas pueden resultar en nuestra salvación. Esto sucederá siempre y cuando disfrutemos de la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Pero si no disfrutamos de esta suministración, todo lo que nos suceda resultará en nuestra vergüenza. Cualquier situación que enfrentemos sólo podrá tener uno de dos resultados: salvación o vergüenza. Supongamos que una hermana contraría a su esposo. Para este hermano, tal situación puede resultar en salvación o en vergüenza. Todo dependerá de si dicho hermano disfruta o no la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Si él disfruta el suministro del Espíritu, experimentará salvación en esa situación particular y Cristo será magnificado en él. Pero si en lugar de disfrutar el suministro se enoja con su esposa, él será avergonzado. Insisto en que Cristo será magnificado sólo si la situación de dicho hermano resulta en su salvación. En un sentido muy real, la salvación mencionada en 1:19 consiste en que Cristo sea magnificado.
En 2:12 Pablo vuelve a tocar el tema de la salvación. En esta ocasión ya no habla de su propia salvación, sino que exhorta a los santos a que ellos mismos lleven a cabo su salvación. Al hablar de sí mismo, Pablo declaró que sus circunstancias resultarían en su salvación, pero al dirigirse a los santos, les pidió que llevaran a cabo su propia salvación.
Debido a los problemas que afrontamos en nuestra vida diaria, requerimos experimentar la salvación de Dios, especialmente en nuestra vida familiar y en la vida de iglesia. Para cada tipo de problema necesitamos de una salvación específica. Por ejemplo, un hermano necesitará de una salvación particular al relacionarse con los santos, pero necesitará de otra clase salvación cuando se relaciona con su esposa. Conforme a lo establecido por Dios, no es bueno que el hombre esté solo; por consiguiente, todos los hermanos deberían casarse. No obstante, en la vida matrimonial, inevitablemente se presentarán problemas, y para cada uno de ellos necesitaremos la salvación que Dios nos ofrece. Dios instituyó el matrimonio para que tuviésemos la oportunidad de disfrutarle. Si disfrutamos al Señor, ciertamente experimentaremos Su salvación en nuestra vida matrimonial.
La Biblia revela que hay muchas categorías de salvación. Día tras día y momento a momento podemos disfrutar de los diferentes aspectos de la salvación que Dios nos otorga. Debemos experimentar la salvación cada año, cada mes, cada día y aun a cada instante. Yo simplemente no podría vivir sin la salvación de Dios.
Cuando Pablo nos habla de llevar a cabo nuestra salvación, él no se refiere a la salvación del infierno ni a la salvación de la condenación de Dios. Nosotros jamás podríamos llevar a cabo semejante salvación. Notemos el énfasis de las palabras de Pablo cuando dice: “Llevad a cabo vuestra salvación”. Según estas palabras, un esposo no debe fijarse en la salvación que él considera que su esposa necesita; más bien, debe prestar atención a su propia salvación.
Debemos relacionar el mandato de Pablo acerca de llevar a cabo nuestra salvación con la exhortación que él nos hace en el versículo 14: “Haced todo sin murmuraciones y argumentos”. Como ya mencionamos, las murmuraciones tienen que ver con nuestra parte emotiva, y los argumentos, con nuestra mente. Las murmuraciones provienen principalmente de las hermanas, mientras que los argumentos por lo general proceden de los hermanos. Hasta ahora no he sabido de ninguna esposa que no murmure. Es por eso que las hermanas deben llevar a cabo su salvación en cuanto a las murmuraciones. Ellas necesitan ser salvas en este respecto. De la misma manera, los hermanos deben llevar a cabo su propia salvación en cuanto a los argumentos. Si en nuestra vida matrimonial o en nuestra vida de iglesia abundan las murmuraciones y los argumentos, esto indica que nos falta experimentar más la salvación de Dios. Tanto en nuestra vida familiar como en nuestra vida de iglesia debemos experimentar una salvación plena, libre de murmuraciones y argumentos. ¡Cuán maravillosa sería la vida de iglesia en nuestra localidad si, en lugar de murmuraciones y argumentos, abundaran las experiencias de salvación!
Por una parte, nosotros mismos llevamos a cabo nuestra salvación, y por otra, Dios opera en nosotros. En el versículo 13 Pablo exclama: “Porque Dios es el que en vosotros realiza así el querer como el hacer”. Por tanto, Dios es quien opera en nosotros, y nosotros simplemente cooperamos con El. Esto significa que nosotros llevamos a cabo nuestra salvación conforme a la operación de Dios. Cuando una hermana murmura o un hermano argumenta, Dios opera en ese mismo instante para ayudarlos a llevar a cabo su salvación en ese respecto. Cuando nos volvemos al Señor y le decimos: “Oh Señor Jesús, te amo”, somos salvos de las murmuraciones y de los argumentos.
La palabra griega que en el versículo 13 se traduce “realiza”, también significa dar energía. Dios nos da energía interiormente. El sabe lo difícil que es para nosotros experimentar Su salvación en muchas situaciones. Por ejemplo, si un hermano que es muy insistente en sus argumentos desea ser salvo de ellos, necesitará que Dios le infunda energía.
Cuando Dios hizo los cielos y la tierra, sólo tuvo que hablar. Sin embargo, para rescatarnos de las murmuraciones y de los argumentos, El necesita darnos energía. Esto quiere decir que para Dios es más fácil crear la tierra que salvarnos de las murmuraciones y de los argumentos. Cuando Dios quiso crear algo, simplemente habló y aquello llegó a existir. Pero cuando El nos pide que no murmuremos ni argumentemos, tal vez no le hagamos caso. Por tanto, se lleva a cabo una lucha interna entre nosotros y Dios. ¿No ha luchado usted muchas veces con Dios? Esta lucha demuestra que a El no le es fácil rescatarnos. A fin de rescatarnos sin hacernos daño, El tiene que infundir Su energía en nuestro ser. La vida cristiana es una vida de luchas, es una vida en la que luchamos con el Dios que opera en nosotros.
El Dios que opera en nosotros es el Espíritu que nos abastece abundantemente. Ya hemos dicho que en 1:19 Pablo afirma que sus circunstancias resultarían en su salvación, mediante la abundante suministración del Espíritu. Si Dios no operara en nosotros, no podríamos experimentar la suministración que nos brinda el Espíritu. Así que El opera en nosotros con este fin; El desea proporcionarnos la abundante suministración del Espíritu. Esta no es una simple doctrina, sino una experiencia espiritual.
Cristo es magnificado en nosotros mediante la abundante suministración del Espíritu. En 1:20 Pablo habla de magnificar a Cristo, mientras que, en 2:16, él habla de enarbolar la palabra de vida. Esto significa que enarbolar la palabra de vida equivale a magnificar a Cristo. Cristo mismo es la palabra de vida. Enarbolamos la palabra de vida y esta palabra es Cristo mismo.
Estos dos pasajes de Filipenses son mis favoritos. Por una parte, en el capítulo uno vemos que nuestro entorno puede resultar en nuestra salvación; por otra, el capítulo dos muestra que debemos llevar a cabo nuestra salvación, cooperando con la energía que Dios nos proporciona. Sin embargo, nuestra manera de ser, la cual es caída, siempre tiende a ir en contra de lo que Dios desea. Por esta razón, necesitamos que Dios opere en nosotros. Si cooperamos con El, llevaremos a cabo nuestra salvación y enarbolaremos la palabra de vida.
Debemos prestar atención al hecho de que el Espíritu en 1:19 corresponde con Dios en 2:13, y que Cristo en 1:20 y 21 concuerda con la palabra de vida en 2:16. En realidad, el Espíritu, Dios, Cristo y la palabra de vida, son una sola entidad.
Hemos visto que para magnificar y vivir a Cristo, necesitamos de la abundante suministración del Espíritu. Ahora veremos que la abundante suministración se encuentra en la Palabra. La Biblia enseña que el Espíritu y la Palabra son uno. En Juan 6:63, el Señor Jesús declara: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Esto indica que la Palabra es el Espíritu. Por otra parte, Efesios 6:17-18 muestra que el Espíritu es la Palabra, y 2 Timoteo 3:16 declara que toda la Escritura es dada por el aliento de Dios. Esto significa que cada palabra de la Biblia contiene el aliento de Dios. Ya dijimos que este aliento es el pneuma, el Espíritu. Por lo tanto, ya que la Palabra y el Espíritu son el aliento de Dios, son una sola entidad. El Espíritu es el aliento de Dios, y la Palabra es también el aliento de Dios. Además, el aliento de Dios es Su pneuma, esto es, el Espíritu. Por una parte, la Palabra de Dios es el Espíritu; y por otra, el Espíritu de Dios es la Palabra.
Por experiencia sabemos que es posible tener contacto con el Espíritu y experimentar Su mover en nosotros cuando invocamos: “Oh Señor Jesús, te amo”. Muchas veces el mover del Espíritu nos trae una palabra del Señor. Por ejemplo, supongamos que un hermano está enojado con su esposa pero después se vuelve al Señor, y le dice: “Señor Jesús, te amo”. En ese momento el Espíritu se moverá dentro de él y se convertirá en una palabra que le dice: “No pienses así de tu esposa”. De este modo, vemos que primero el hermano tiene contacto con el Espíritu, y que después el Espíritu se convierte en la palabra dentro de él. Además, vemos que esta palabra viene a ser una luz que resplandece en su interior, haciendo que él enarbole la palabra de vida.
En otras ocasiones hemos recibido primero la Palabra y luego ésta se convierte en el Espíritu que se mueve en nuestro interior. En conclusión, podemos experimentar el Espíritu primero, y luego la Palabra, o primero la Palabra y después el Espíritu. De todos modos, el Espíritu y la Palabra son una sola entidad.
El Nuevo Testamento enseña que la Palabra y el Espíritu son uno. Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo”. Luego en Juan 20:22 el Señor Jesús sopló sobre los discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Al principio del evangelio de Juan, Cristo es el Verbo, pero al final de éste, El exhala el Espíritu. Además, en 6:63 el Señor revela que la Palabra es el Espíritu. Por tanto, Dios llega a nosotros por medio de la Palabra y del Espíritu.
Si Dios no fuese la Palabra y el Espíritu, no podría llegar a nosotros. Cada vez que tocamos al Señor o que el Señor nos toca, tenemos la sensación de que El ha venido a nosotros. Dios viene a nosotros como el Espíritu. Sin embargo, según el concepto de algunos cristianos, el Espíritu es simplemente un medio que Dios usa para alcanzarnos. Pero en realidad esto no es así, pues el Espíritu es Dios mismo que llega a nosotros. La corriente eléctrica es un buen ejemplo de este hecho. Dios es como la electricidad, y el Espíritu, como la corriente eléctrica. Sería incorrecto decir que la corriente eléctrica es distinta a la electricidad misma. Cuando la electricidad fluye, ésta se convierte en corriente. Por consiguiente, la corriente eléctrica es la electricidad en acción. Cuando la corriente llega a nuestra casa, sigue siendo electricidad y no otra cosa. Pero a pesar de esto, algunos cristianos insisten en que Dios el Padre se quedó en el trono en los cielos y que sólo el Espíritu vino a nosotros. No obstante, debemos ver que cuando el Espíritu llega a nosotros, es Dios mismo quien llega.
El Espíritu es misterioso, abstracto y difícil de entender; sin embargo, junto con El, tenemos la Palabra. Usemos nuevamente el ejemplo de la electricidad, y veamos esta vez lo que sucede con la antena y el cable que conecta a tierra. Podemos comparar al Espíritu con la antena y la Palabra con el cable. La electricidad se transmite por medio de la antena y el cable. Si tuviéramos el Espíritu sin la Palabra o la Palabra sin el Espíritu, no recibiríamos la transmisión divina. Así que, necesitamos tanto del Espíritu como de la Palabra, tanto la antena como el cable.
Hoy en día existen dos posiciones radicales en cuanto al Espíritu: la que adoptan los fundamentalistas y la que sostienen los pentecostales. Los fundamentalistas prestan mucha atención a la Palabra, pero generalmente descuidan el Espíritu. Este es un extremo. Por otra parte, los pentecostales se concentran en el Espíritu, pero descuidan la Palabra. Este es el otro extremo. No debemos irnos a ninguno de estos extremos. Debemos ser equilibrados y prestar atención al Espíritu y la Palabra. El Espíritu está dentro de nosotros y la Palabra o la Biblia, está en nuestras manos.
En Efesios 6:17 y 18 Pablo nos exhorta a recibir la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, con toda oración y petición. Aquí vemos que Pablo habla tanto de la Palabra como del Espíritu. Además, él nos exhorta a recibir la Palabra de Dios con toda oración, orando en todo tiempo en el espíritu. Podemos recibir la Palabra de Dios por medio de toda oración y petición, ya sea audible o silenciosa, larga o corta, rápida o lenta, en privado o en público.
Tomar la Palabra de Dios con toda oración equivale a leerla con oración. Al leer la Palabra de Dios no sólo debemos usar nuestros ojos y nuestra mente, sino también nuestro espíritu. Puedo testificar por experiencia que si leemos la Biblia sin orar, ésta se convertirá en letras muertas para nosotros. Por tanto, debemos mezclar la lectura de la Biblia con la oración. Esto es orar-leer. Por ejemplo, si oramos-leemos Génesis 1:1, podemos decir: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. En el principio, amén. Gracias, Señor; en el principio. Oh, Dios estaba allí en el principio. Gracias, Señor, porque Tú mismo eres el principio, el origen”. Cuando oramos-leemos la Palabra de esta manera, ésta viene a ser el aliento viviente de Dios, o sea, el Espíritu. Y como resultado de ello, somos nutridos, refrescados e iluminados. Entonces, en nuestra experiencia, la Biblia ya no será un libro de letras muertas, sino que se convertirá en el Espíritu que nos nutre.
En Efesios 6:17 y 18 Pablo nos exhorta a que recibamos la Palabra de Dios con toda oración. Algunos se oponen a la práctica de orar-leer, diciendo que este pasaje no se debe aplicar de esta manera. No obstante, el original griego revela que debemos recibir la Palabra de Dios con toda oración, o sea, por medio de oración. Aquí, Pablo dice que debemos recibir la Palabra de Dios, y nos explica cómo debemos recibirla, a saber, mediante la oración. Por lo tanto, no podemos negar que de hecho la práctica de orar-leer la Palabra sí se halla en la Biblia.
Debemos leer la Palabra y recibirla con oración. A través de los siglos, muchos santos han tenido esta práctica. Algunos han dicho que es necesario orar cuando se lee la Biblia. Otros han indicado que debemos leer la Biblia con un espíritu de oración. Leer la Biblia de esta forma equivale a orar-leer la Palabra. Entre el pueblo de Dios, muchos han practicado el orar-leer, aun sin conocer este término. Cuando leían la Palabra, espontáneamente componían una oración las mismas palabras de la Biblia. Incluso es posible que antes de oír la expresión “orar-leer”, usted ya lo hubiera practicado con Juan 3:16. Quizás después de haber leído: “Porque de tal manera amó Dios al mundo”, haya orado así: “Oh Dios, te doy gracias porque amaste al mundo. Gracias, Padre, por haberme amado. Me amaste tanto que diste a Tu Hijo unigénito por mí”. Sin duda, esto es orar-leer.
Cuando oramos-leemos la Palabra, ejercitamos nuestro espíritu. Como personas que han sido salvas y regeneradas, tenemos el Espíritu de Dios en nuestro espíritu. Por tanto, cuando ejercitamos nuestro espíritu al orar-leer la Palabra, aplicamos la Palabra a nosotros y la mezclamos con el Espíritu. En ese preciso instante recibimos la abundante suministración del Espíritu.
La Biblia revela que Cristo es Dios y que también es la corporificación misma de Dios. Un día, Cristo se hizo hombre. Durante Su ministerio terrenal, llevó la vida humana más elevada. Mediante la crucifixión y la resurrección, Su humanidad fue elevada al nivel de Su divinidad. Después de haber llevado una vida maravillosa y perfecta sobre la tierra, el Señor Jesús fue a la cruz y murió allí por nuestros pecados, cumpliendo así una redención completa y perfecta. Luego, al tercer día, resucitó. En Su ascensión, El fue glorificado, coronado y entronizado, y le fue dada la autoridad, el señorío y el reinado. Además de estos pasos tan cruciales, la Biblia revela también que Cristo, en Su resurrección, fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Este es el Espíritu que hoy mora en nuestro espíritu regenerado.
El Espíritu vivificante contiene la divinidad de Cristo, Su humanidad elevada y resucitada, Su vivir humano perfecto que expresó siempre a Dios, la eficacia de Su muerte todo-inclusiva que cumplió la redención, y el poder de Su resurrección que nos imparte la vida y la naturaleza divinas junto con la naturaleza humana y elevada de Cristo, y por último, contiene Su ascensión, la cual incluye Su autoridad, señorío y reinado. Todos estos elementos se hallan en el Espíritu compuesto. Sin embargo, si no tuviéramos la Biblia, no podríamos conocer ninguno de estos aspectos. No conoceríamos todos los elementos que componen esta dosis. ¡Oh, cuán maravillosas son las riquezas contenidas en la abundante suministración del Espíritu! Podemos aplicar tales riquezas a todas nuestras circunstancias.
¡Alabado sea el Señor por habernos dado el Espíritu y la Palabra! Como hemos dicho repetidas veces, el Espíritu y la Palabra son uno. La Palabra es la receta y el Espíritu es la aplicación de dicha receta. Cuando leemos la Palabra, recibimos la abundante suministración del Espíritu, y también recibimos la divinidad de Cristo, Su humanidad, Su vivir humano, Su muerte todo-inclusiva, Su resurrección y Su ascensión. Asimismo, experimentamos que somos uno con Cristo en Su autoridad, Su señorío y Su reinado. Todos estos elementos se encuentran en el Espíritu compuesto, y son los diferentes aspectos de la abundante suministración del Espíritu. ¡Aleluya, hoy podemos vivir a Cristo recibiendo la Palabra mediante el Espíritu!