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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Filipenses»
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Mensaje 41

CRISTO HACE SU HOGAR EN NOSOTROS CUANDO SU PALABRA MORA EN NOSOTROS

  Lectura bíblica: Ef. 3:8, 16-17, 19; 6:17-18a; Col. 3:16; Fil. 2:16a; Jn. 14:23; 15:4, 7

  Podemos comparar los versículos que aparecen en el encabezado de este mensaje con las piezas de un rompecabezas. Cuando juntamos las piezas vemos un cuadro completo.

  En Efesios 3:8 Pablo habla de las inescrutables riquezas de Cristo. Las inescrutables riquezas de Cristo son la plenitud de la Deidad (Col. 2:9). ¡Cuán extensas y universales deben ser estas riquezas! La plenitud de la Deidad ha venido a ser las inescrutables riquezas de Cristo.

  Efesios 3:8 y 16-17a enseñan que, a fin de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, Sus inescrutables riquezas deben ocupar todo nuestro ser. Deben llenar nuestro corazón, el cual incluye la mente, la parte emotiva, la voluntad y la conciencia. Además, si Cristo ocupa y posee nuestro corazón, indudablemente seremos uno con El en el espíritu. De esta manera, Cristo poseerá todo nuestro ser y seremos uno con El.

  Hemos dicho que la plenitud de Dios son las riquezas de Cristo y que éstas deben poseer nuestro ser. Sin embargo, es posible que esta palabra sólo sea una simple doctrina para nosotros. Por tanto, debemos proseguir y preguntarnos cómo las riquezas de Cristo pueden llenarnos de manera práctica. La plenitud de la Deidad y las riquezas de Cristo son hechas reales a nosotros por el Espíritu y en el Espíritu. Además, el Espíritu se halla corporificado en la Palabra. Por una parte, en Efesios 3:8 y 17, Pablo habla de las riquezas de Cristo y de que Cristo está haciendo Su hogar en nuestros corazones; por otra parte, en Colosenses 3:16, él nos exhorta a que permitamos que la palabra de Cristo more ricamente en nosotros. La expresión “ricamente” corresponde a “riquezas”, y el término “more” se relaciona con “haga Su hogar”. Cristo desea hacer Su hogar en nuestros corazones con todas Sus inescrutables riquezas. Colosenses 3:16 se refiere a dichas riquezas, así como al hecho de que la palabra de Cristo more en nosotros.

  Además, Efesios 3:19 indica que si Cristo hace su hogar en nuestros corazones, seremos llenos hasta la plenitud de Dios. Note que empezamos hablando acerca de la plenitud de la Deidad, y que ahora regresamos a este mismo tema. La plenitud de Dios, la cual existía desde la eternidad, llegó a ser las inescrutables riquezas de Cristo. Ahora, este Cristo con Sus inescrutables riquezas está haciendo Su hogar en nuestros corazones, a fin de llenarnos hasta la medida de toda la plenitud de la Deidad. Por consiguiente, aquí vemos un ciclo completo, que empieza con la plenitud de la Deidad y luego regresa a la misma. ¡Alabamos al Señor porque mediante el Espíritu y la Palabra podemos disfrutar las inescrutables riquezas de Cristo y ser llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios!

LA PALABRA Y EL ESPIRITU

  En cuanto al Espíritu, existen dos posiciones extremas: la que sostienen los cristianos fundamentalistas y la que adoptan los pentecostales. Algunos creyentes, por temor a experimentar el Espíritu, se preocupan principalmente por conocer la doctrina bíblica. Sin embargo, la doctrina bíblica sin el Espíritu es como un cuerpo sin vida. Hemos visto que el Espíritu está corporificado en la Palabra; por ende, podríamos decir que la Palabra es el cuerpo del Espíritu. Como ya dijimos, separar al Espíritu de la Palabra es como tener un cuerpo sin vida. El Espíritu es el contenido vital de la Biblia. Sin el Espíritu, la Biblia no sería sino simples letras muertas. Sin embargo, los cristianos fundamentalistas temen cuando escuchan acerca de tener experiencias de Cristo, del Espíritu, y de la vida interior. Por consiguiente, ellos representan un extremo.

  Los pentecostales representan el otro extremo. Ellos no se preocupan por la Palabra, sino que ponen un énfasis anormal y desequilibrado en el Espíritu.

  La economía de Dios evita ambos extremos. En la economía divina, el Espíritu es la forma consumada en la que el Dios Triuno llega al hombre. Como ya hemos dicho, cuando el Espíritu viene a nosotros, es el Dios Triuno quien viene. Además, juntamente con el Espíritu, Dios nos da la Palabra. Por un lado, tenemos al Espíritu, el cual hace posible que el Dios Triuno llegue a nosotros; por otro, tenemos la Palabra, la cual es la corporificación del Espíritu. Jamás debemos separar la Palabra y el Espíritu. Tal como nuestra vida y nuestro cuerpo físico son una sola entidad, un solo organismo viviente y completo, el Espíritu y la Palabra también son uno solo. Los seres humanos necesitamos un cuerpo visible y tangible, así como una vida invisible e intangible. De igual manera, los creyentes necesitamos tanto la Palabra como el Espíritu. Además, tal como la vida invisible en nosotros vigoriza y activa nuestro cuerpo, así también el Espíritu hace que la Palabra cobre vida.

  El Dios Triuno, quien es el Espíritu que lo incluye todo, ya está con nosotros. No es necesario que ayunemos ni oremos para recibir el Espíritu; simplemente lo podemos recibir invocando el nombre del Señor Jesús. Por experiencia sabemos que cada vez que invocamos al Señor, diciendo: “Oh Señor Jesús”, tocamos el Espíritu (1 Co. 12:3). Así, el Espíritu nos trae a la Palabra. Muchos de nosotros podemos testificar que cuando invocamos el nombre del Señor Jesús con fe y amor, obtenemos el Espíritu, y somos conducidos automáticamente a la Palabra. Esto indica que el Espíritu y la Palabra son uno. La economía de Dios depende tanto de la Palabra como del Espíritu. Debemos tener los dos y jamás separarlos. Necesitamos de la Palabra como el cuerpo y del Espíritu como la vida.

  Si permitimos que Cristo ocupe nuestro ser y haga Su hogar en nosotros, seremos llenos de la palabra de Cristo. En Juan 14:23 el Señor declara: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Aquí podemos ver la relación que existe entre la palabra del Señor y la promesa de que el Padre y el Hijo vendrán a nosotros para hacer morada con nosotros. Resulta difícil determinar exactamente para quién es esta morada, si es para el Padre, para el Hijo o para nosotros. En realidad, se trata de una condición en la cual moramos el uno en el otro. Por una parte, el Señor nos hace Su morada; por otra, El es nuestra morada. Este hecho lo comprueban las palabras del Señor en Juan 15:4, que dicen: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Esto se refiere a una acción recíproca de permanecer el uno en el otro y de morar el uno en el otro. Sin lugar a dudas, el capítulo quince de Juan es la continuación del capítulo catorce. En el capítulo catorce vemos el morar del uno en el otro, y en el capítulo quince, el permanecer del uno en el otro. Ya que existe una morada tanto para el Señor como para nosotros, ahora podemos permanecer en El y El en nosotros.

  Según Juan 15:4 y 7, el hecho de que la palabra del Señor more en nosotros significa que el Señor mismo mora en nuestro ser. El versículo 4 dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Luego, en el versículo 7, el Señor añade: “Si permanecéis en Mí y Mis palabras permanecen en vosotros...” Estos versículos indican que las palabras del Señor equivalen al Señor mismo. Si Cristo ha de permanecer en nosotros de forma práctica, Sus palabras deben permanecer en nosotros. No podemos tener a Cristo en nosotros de una forma práctica si no tenemos Sus palabras.

  ¡Alabamos al Señor porque tenemos a Cristo, el Espíritu y la Palabra! Por ser Dios, Cristo es real; por ser el Espíritu, El es viviente, y por ser la Palabra, El es muy accesible. Ninguno de nosotros puede negar que, como creyentes de Cristo, tenemos el Espíritu y la Palabra. ¡Cuán maravilloso es el hecho que el Espíritu y la Palabra sean uno!

RECIBIR LA PALABRA NOS PERMITE VIVIR A CRISTO

  Ahora llegamos a un asunto muy importante: la necesidad de recibir la Palabra día tras día. No pensemos que por el hecho de haber acumulado cierto conocimiento durante nuestra vida cristiana, ya no necesitamos acudir a la Palabra diariamente. Aunque llevamos muchos años comiendo, aún necesitamos comer cada día para subsistir. Sería insensato pensar que no necesitamos comer más porque ya hemos comido muchas veces. Del mismo modo, es necesario que comamos la Palabra diariamente, e incluso varias veces al día. Todas las mañanas debemos empezar el día con un buen desayuno, tanto físico como espiritual. Diariamente necesitamos ingerir la Palabra viva y llenarnos de ella.

  Es probable que sintamos un profundo deseo de vivir a Cristo cuando escuchamos mensajes acerca de ello. Pero si no nos nutrimos diariamente de la Palabra, no podremos vivir a Cristo. La razón por la que gozo de salud espiritual es porque a diario como la Palabra, la digiero, la asimilo y me nutro de ella.

  Dios ha determinado que Cristo sea nuestra vida y nuestro todo, y que nosotros lo vivamos a El. Si lo vivimos a El, seremos el pueblo más bienaventurado sobre la faz de la tierra. Tendremos gozo, satisfacción y todas las bendiciones. Como ya mencionamos, vivir a Cristo consiste en recibir Su palabra en nosotros y ser llenos de ella.

  Si queremos recibir la Palabra en nuestro ser, no debemos limitarnos a leer la Biblia, sino que además debemos mezclar la lectura con oración, cánticos y salmos, e invocar el nombre del Señor. Cada vez que abro la Palabra de Dios, ya sea para la obra del ministerio o para mi propio nutrimiento, me siento sumergido en una atmósfera de oración. A menudo, converso con el Señor por medio del versículo que estoy leyendo. De esta manera, la Palabra viva, que es Cristo mismo como Espíritu, se trasmite a mí, me nutre y llena mi espíritu.

  No pensemos que podemos vivir a Cristo por el simple hecho de proponérnoslo. Por ejemplo, supongamos que alguien escucha un mensaje acerca de vivir a Cristo y luego ora: “Señor, quiero vivirte. A partir de hoy tomo la decisión de vivirte a Ti. Ayúdame a lograrlo”. Esta clase de oración no es efectiva, ya que es como pedirle al Señor que nos sane, cuando ni siquiera nos alimentamos adecuadamente. De nada nos sirve la intención de ser sanos si no comemos alimentos nutritivos. Del mismo modo, de nada nos sirve proponernos vivir a Cristo si no nos nutrimos de la Palabra. Unicamente si comemos la Palabra, podremos vivir a Cristo.

  Cuando somos llenos de la palabra de Cristo, automáticamente somos llenos de Sus riquezas y de la plenitud de la Deidad. Diariamente debemos tomar la Palabra viva como alimento. Cuando acudimos a la Palabra, debemos abrir todo nuestro ser y ejercitar nuestro espíritu. Primero, debemos orar y luego, orar-leer, cantar-leer y salmodiar-leer. Al cantar y salmodiar la Palabra, podemos usar cualquier melodía que sepamos o podemos componer una espontáneamente.

CANTAR LA PALABRA DE CRISTO

  Algunos cristianos, especialmente los pentecostales, acostumbran a cantar versículos. Sin embargo, suelen cantar pasajes del Antiguo Testamento. Aunque esto es bueno, no se compara con cantar los pasajes del Nuevo Testamento. Deberíamos cantar especialmente las cuatro epístolas que constituyen el corazón de la revelación divina —Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses—, si lo hacemos, disfrutaremos las riquezas inescrutables de Cristo.

  A veces, en las reuniones de la iglesia cantamos: “Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sión cantando” (Is. 51:11). Cantar este versículo nos puede inspirar y liberar, pero no tiene ninguna comparación con las riquezas que recibimos cuando cantamos versículos de la epístola de Efesios. En especial debemos cantar los versículos que nos trasmiten las riquezas de Cristo. Quisiera animarles a cantar-orar las epístolas de Gálatas, Efesios, Filipenses y Colosenses, cuatro libros que están llenos de las riquezas divinas. Por ejemplo, las riquezas que encontramos en Colosenses 2:9 y Efesios 3:17 son: la plenitud de la Deidad que habita en Cristo, y el hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. ¡Cuántas riquezas se hallan en estos versículos!

  No debemos pensar que éstas epístolas son meramente las palabras de Pablo y no la palabra de Cristo. Cuando Pablo escribió estas epístolas, Cristo estaba en él como Espíritu. Por lo tanto, Cristo mismo podía escribir en los escritos de Pablo. Esto significa que las palabras de Pablo son las propias palabras de Cristo.

  Hebreos 1 declara que hoy Dios habla por medio de Su Hijo. Los apóstoles, al igual que todos los creyentes, tienen al Hijo de Dios, a Cristo mismo, viviendo en ellos. Por consiguiente, cada vez que los apóstoles hablan en unión con Cristo, eso constituye la palabra misma de Cristo. Por esta razón, debemos considerar que cada una de las palabras escritas por Pablo, y de hecho, todo el Nuevo Testamento, son la palabra de Cristo. Espero que algún día podamos componerle música a todo el Nuevo Testamento, para que podamos cantar la palabra de Cristo. Así, tendremos una tonada para cada versículo del Nuevo Testamento.

  No tengo ningún interés en que cantemos de manera formal; prefiero que cantemos la Palabra de forma espontánea, de modo que ejercitemos todo nuestro ser. Al cantar la Palabra, debemos ejercitar nuestros ojos para leer, nuestra mente para entender, nuestra parte emotiva para amar dicha Palabra, nuestra voluntad para recibirla, y nuestro espíritu para orar, cantar, alabar, salmodiar y agradecer al Señor por darnos Su Palabra.

LA PALABRA NOS SATURA POR MEDIO DEL ESPIRITU

  En el pasado, muchos de nosotros no ejercitábamos todo nuestro ser al venir a la Palabra. Sólo usábamos nuestra mente para estudiarla. Ni siquiera ejercitábamos nuestra parte emotiva para amar dicha Palabra, ni nuestra voluntad para recibirla. Pero si ejercitamos todo nuestro ser para ingerir la Palabra, con el tiempo esta Palabra viva nos llenará, nos ocupará y nos saturará. Así, seremos llenos de Cristo, ya que la Palabra es la corporificación del Espíritu y el Espíritu es la realidad de Cristo. Por lo tanto, todo lo que hagamos o digamos, será hecho en el nombre de Cristo. Esto es vivir a Cristo. Cuando la palabra de Cristo nos satura por medio del Espíritu, vivimos a Cristo espontáneamente.

  Cuanto más comamos la Palabra viviente, más constituidos estaremos de ella. Asimismo, seremos saturados de Cristo y estaremos plenamente constituidos de El. Entonces, nuestros pensamientos serán los pensamientos de Cristo, nuestras palabras serán Sus palabras, y nuestras acciones serán las de El. Esta es la manera de vivir a Cristo.

  Vivir a Cristo como el resultado de ser saturados de la Palabra es algo muy distinto que tomar la resolución de vivirle por nosotros mismos, pidiéndole que nos ayude a lograrlo. Por experiencia sé que esta decisión no sirve de nada. En el pasado solía decir: “Señor, te pido que me ayudes a vivirte de ahora en adelante”. Aunque obtenía éxito por unas cuantas horas, por lo general, volvía a fracasar ese mismo día. Entonces, después de confesarle mi fracaso al Señor, le pedía que tuviera misericordia y me ayudara a vivirlo a El. Finalmente, aprendí que la manera de vivir a Cristo no consiste en pedirle ayuda, sino en ser nutrido cada día por la Palabra viva. Por ejemplo, en lugar de orar para mantenernos sanos físicamente, debemos aprender a comer alimentos nutritivos cada día. De igual manera, si queremos ser espiritualmente sanos y vivir a Cristo, debemos ingerir la Palabra de Dios continuamente. Si sólo le pedimos al Señor que nos ayude, esto no funcionará. Lo que sí funciona es acudir a la Palabra cada día, para que las riquezas de Cristo se infundan en nuestro ser. Debemos abrir nuestro ser completamente y ejercitar nuestro espíritu para recibir la Palabra de Dios en nosotros, no solamente leyéndola, sino también orándola, cantándola, salmodiándola, dando gracias e invocando al Señor. Entonces las riquezas de la Palabra saturarán nuestro ser.

  El Señor no desea recobrar ningún formalismo o práctica. Antes bien, Su recobro consiste en que lo experimentemos a El y practiquemos la vida apropiada de iglesia, la cual resulta de experimentarlo de una manera práctica. Hoy en día, el Señor es tanto el Espíritu como la Palabra. Tenemos la Palabra, la cual nos ha sido dada para meditarla y conversar con el Señor. También podemos orar, cantar y salmodiar la Palabra, dando gracias a Dios el Padre por medio de ella. La meta de tal ejercicio no es simplemente obtener conocimiento bíblico, sino recibir el elemento, la sustancia y la esencia de la persona divina, Cristo mismo, quien está corporificado en la Palabra y es trasmitido por medio de ella. Oremos y cantemos la Palabra a fin de recibir Sus riquezas por medio del Espíritu.

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