Mensaje 22
Lectura bíblica: Gá. 3:27-29; 4:1-7; Ro. 8:14-16
En el mensaje anterior señalamos que Pablo concluye el capítulo 3 de Gálatas con tres asuntos importantes: bautizados en Cristo, revestidos de Cristo y la unidad de todos los creyentes en Cristo. Ser bautizados en Cristo es entrar en una unión orgánica con el Dios Triuno. La intención de Dios en Su economía es ponernos en El por un lado, y por otro, venir El a nosotros y vivir en nosotros. Esto es lo que queremos decir cuando hablamos de la unión orgánica, una unidad orgánica en vida.
A fin de experimentar esta unión orgánica con el Dios Triuno, necesitamos creer en Cristo y ser bautizados en El. Creer y ser bautizados son dos partes de un solo paso. Primero creemos en Cristo, después somos bautizados en El. La preposición griega eis, usada en Juan 3:16, 18 y 36, quiere decir “hacia dentro de”. Estos versículos indican que necesitamos creer hasta entrar en el Hijo. Por medio de creer en Cristo, somos puestos en El. Creemos hasta entrar en El. Hemos visto que M. R. Vincent dice que esta preposición griega, tal como se usa en Mateo 28:19, implica una unión espiritual y mística con el Dios Triuno. Los chinos pueden creer en Confucio, pero nunca podrán decir que creen hasta entrar en Confucio. Tampoco los griegos pueden reclamar que ellos creen hasta entrar en Platón. Los chinos no llegan a ser uno con Confucio ni los griegos entran en una unión espiritual con Platón. Sin embargo, cuando nosotros creemos en el Señor Jesús, experimentamos una unión orgánica con El. Cuando creemos en El, creemos hasta entrar en El y así llegamos a ser un espíritu con El. Esto es lo que queremos decir cuando usamos la expresión unión orgánica.
Además de creer hasta entrar en Cristo, lo cual es interior y subjetivo, también necesitamos ser bautizados dentro de El, un acto que es exterior y objetivo. Necesitamos ambas cosas, la acción interior de creer y la acción exterior de ser bautizados. De esta forma damos un paso completo para entrar en el Dios Triuno. En Gálatas 3 Pablo habla a menudo de la fe y de creer. Sin embargo, al final del capítulo habla de ser bautizados en Cristo. El paso que comienza con creer en El es completado por medio de ser bautizados en El. De esta forma ocurre en plenitud una unión orgánica entre los creyentes y el Dios Triuno.
Habiendo sido bautizados en Cristo, ahora debemos revestirnos de Cristo. Revestirse de Cristo es vivir Cristo. Es vital para los cristianos darnos cuenta de que necesitamos revestirnos de Cristo y vivirlo a El. Según Romanos 13:14, vivimos a Cristo por medio de revestirnos de El.
Revestirse de Cristo es ponernos a Cristo como ropa. Siempre que nos vestimos de cierta manera, significa que intentamos vivir de esa manera. Del mismo modo, revestirse de Cristo quiere decir vivir por Cristo, en Cristo y con Cristo. En particular, quiere decir que expresamos a Cristo en nuestro vivir. Cristo viene a ser la expresión de nuestro vivir. Inmediatamente después de haber sido puestos en Cristo y de haber entrado en una unión orgánica con El, necesitamos vivir a Cristo, revestirnos de Cristo en nuestro vivir. Día a día necesitamos estar vestidos de Cristo y expresarlo a El conforme vivimos en El, por El y con El.
En 3:28 Pablo dice que todos somos “uno en Cristo Jesús”. Esto se refiere a la vida de la iglesia, el único Cuerpo, el único nuevo hombre.
En 3:27 y 28 tenemos tres puntos cruciales. El primero es que entramos en Cristo; el segundo es que nos vestimos de Cristo y expresamos a Cristo por medio de vivirlo a El; y el tercero es que tenemos la vida de la iglesia, en la cual, en el nuevo hombre, el único Cuerpo, todos somos uno en Cristo. Si tenemos estos tres asuntos, el propósito eterno de Dios se cumplirá y el deseo que Dios tiene en Su corazón será satisfecho.
El libro de Gálatas muestra que Pablo era un excelente escritor. Después de mucho argumentar y debatir en el capítulo 3, Pablo concluye por medio de decir que hemos sido bautizados en Cristo, que nos hemos revestido de Cristo y que todos somos uno en Cristo. Los que tenemos el oír por fe hemos sido revestidos de Cristo. Ahora necesitamos vivir a Cristo y expresar a Cristo. Esto hará que seamos uno en Cristo en la vida de la iglesia.
Los creyentes gálatas eran insensatos al volver a la ley. Parecía que Pablo les estaba diciendo: “Todos ustedes han sido bautizados dentro de Cristo y dentro de un Cuerpo. Ahora deben tomar a Cristo como vestidura, como expresión y vivirle. No regresen a la ley a tratar de cumplir sus requerimientos. Permanezcan en Cristo y exprésenle en el vivir de ustedes. Recuerden, ustedes son miembros del único Cuerpo, del único nuevo hombre. Permanezcan con todos aquellos que están en Cristo y pongan en práctica la vida de la iglesia para que así el propósito de Dios pueda ser cumplido. Si vuelven a la ley, estarán nuevamente en esclavitud. El deseo que Dios tiene en Su corazón no puede ser satisfecho por el esfuerzo de ustedes de guardar la ley. Tal deseo sólo puede ser satisfecho si ustedes permanecen con Cristo y le expresan a El en su vivir”. Alabado sea el Señor porque hemos entrado en una unión orgánica con El y porque ahora vivimos a Cristo en la iglesia, el único Cuerpo. Con toda seguridad esto satisface a Dios.
En este mensaje vamos a considerar la sección 4:1-7, donde vemos que el Espíritu de filiación reemplaza a la custodia de la ley. La introducción y la conclusión del libro de Gálatas se encuentran, respectivamente, en 1:1-5 y en 6:18. En la sección de 1:6—4:31 vemos la revelación del evangelio del apóstol. Después, en 5:1—6:17 vemos el andar de los hijos de Dios. En 1:6—4:31 vemos varios puntos cruciales. Aquí vemos que el Hijo de Dios está en contraste con la religión del hombre (1:6—2:10), que Cristo reemplaza a la ley (2:11-21) y que el Espíritu recibido por fe está en contraste con la carne perfeccionada por la ley (3:1—4:31). En 3:1-14 vemos que el Espíritu es la bendición de la promesa por fe en Cristo; en 3:15-29 vemos que la ley es el ayo de los herederos de la promesa; en 4:1-7 vemos que el Espíritu de filiación reemplaza a la custodia de la ley; en 4:8-20 vemos la necesidad de que Cristo sea formado en los herederos de la promesa; en 4:21-31 vemos que los que son hijos según el Espíritu están en contraste con los que son hijos según la carne.
El capítulo tres de Gálatas abarca dos puntos principales. El primero es que el Espíritu es la bendición del evangelio. El segundo es que la ley es el ayo que guarda a los hijos de Dios. Tenemos que preguntarnos si preferimos la bendición o el ayo. Si hemos sido apropiadamente iluminados por este libro, seguramente escogeremos el Espíritu, quien es el Dios Triuno procesado. En 4:1-7 Pablo continúa el pensamiento expresado en el capítulo tres. Aquí él busca aclarar que el Espíritu de filiación reemplaza la custodia de la ley.
Gálatas 4:1 dice: “Pero digo: Entretanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo”. La palabra griega usada aquí para niño quiere decir infante o menor. En el versículo 2 Pablo también dice: “Sino que está bajo tutores y mayordomos hasta el tiempo señalado por el padre”. Los tutores son los guardianes y los mayordomos son los administradores. Esto describe las funciones de la ley en la economía de Dios. El tiempo señalado por el Padre es el tiempo del Nuevo Testamento, a partir de la primera venida de Cristo.
En el versículo 3 Pablo dice: “Así también nosotros, cuando éramos niños, se nos tenía en esclavitud bajo los rudimentos del mundo”. La expresión “los rudimentos del mundo” se refiere a los principios elementales, las enseñanzas rudimentarias de la ley. La misma expresión se usa en Colosenses 2:8, en donde se refiere a las enseñanzas rudimentarias de los judíos y los gentiles, las cuales consisten en normas rituales en cuanto a comidas, bebidas, lavamientos y al ascetismo.
En los versículos 4 y 5 Pablo dice además: “Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la filiación”. La plenitud del tiempo se refiere a la terminación de los tiempos antiguotestamentarios, lo cual ocurrió en el tiempo señalado por el Padre (v. 2). En este versículo Pablo describe al Hijo como “nacido de mujer y nacido bajo la ley”. La mujer es, por supuesto, la virgen María (Lc. 1:27-35). El Hijo de Dios vino de ella para ser la simiente de la mujer, como fue prometido en Génesis 3:15. Además, Cristo nació bajo la ley, como se revela en Lucas 2:21-24, 27, y guardó la ley, como lo revelan los cuatro evangelios.
El pueblo escogido de Dios fue encerrado por la ley para estar bajo su custodia (3:23). Cristo nació bajo la ley a fin de redimirlos de la custodia de la ley para que recibiesen la filiación y fuesen hechos hijos de Dios. Por lo tanto, ellos no debían regresar a la custodia de la ley para estar bajo la esclavitud de la ley, tal como los gálatas habían sido seducidos a hacer, sino que debían permanecer en la filiación de Dios para disfrutar en Cristo el suministro de vida del Espíritu. Según toda la revelación del Nuevo Testamento, la economía de Dios es para producir hijos. La filiación es el punto central de la economía de Dios, de la dispensación de Dios. La economía de Dios es la dispensación de Sí mismo en Su pueblo escogido para hacerlos sus hijos. La redención de Cristo es para introducirnos en la filiación de Dios a fin de que disfrutemos la vida divina. La economía de Dios no consiste en hacernos personas que guardan la ley, quienes obedecen los mandamientos y las ordenanzas de la ley, la cual fue dada sólo para un propósito temporal. La economía de Dios consiste en hacernos hijos de Dios, quienes heredan la bendición de la promesa de Dios, la cual fue dada para Su propósito eterno. Su propósito eterno es tener muchos hijos para Su expresión corporativa (He. 2:10; Ro. 8:29). Por consiguiente, El nos predestinó para filiación (Ef. 1:5) y nos regeneró para que fuésemos Sus hijos (Jn. 1:12-13). Debemos permanecer en Su filiación para que lleguemos a ser Sus herederos a fin de heredar todo lo que El ha planeado para Su expresión eterna y no debemos ser distraídos por el judaísmo mediante la apreciación de la ley.
Es difícil dar una definición adecuada de la filiación. La filiación tiene que ver con la vida, la madurez, la posición y el privilegio. Para ser hijos del Padre, necesitamos tener la vida del Padre. Sin embargo, debemos seguir adelante y madurar en esta vida. La vida y la madurez nos dan el derecho, el privilegio, la posición para heredar lo que es del Padre. Según el Nuevo Testamento, la filiación incluye vida, madurez, posición y derecho.
En 4:6 Pablo declara: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”. El Hijo de Dios es la incorporación de la vida divina (1 Jn. 5:12). Por lo tanto, el Espíritu del Hijo de Dios es el Espíritu de vida (Ro. 8:2). Dios nos da Su Espíritu de vida, no porque seamos los que guardan la ley, sino porque somos Sus Hijos. Si somos los que guardan la ley, no tenemos derecho a disfrutar el Espíritu divino de vida. Como hijos de Dios, tenemos la posición y todo el derecho de participar del Espíritu de Dios, quien posee el abundante suministro de vida. Tal Espíritu, el Espíritu del Hijo de Dios, es el centro de la bendición de la promesa que Dios le hizo a Abraham (3:14).
En los versículos 4 al 6, el Dios Triuno produce muchos hijos para el cumplimiento de Su propósito eterno. Dios el Padre envió a Dios el Hijo para redimirnos de la ley a fin de que recibiésemos la filiación. También envió a Dios el Espíritu a impartir Su vida en nosotros a fin de que fuésemos hechos Sus hijos en realidad.
Básicamente, la filiación es un asunto de vida. La posición y el derecho dependen de la vida. A fin de que disfrutemos la filiación de Dios, necesitamos el Espíritu. Sin el Espíritu, no podemos nacer de Dios para tener la vida divina. Una vez que hemos nacido del Espíritu, necesitamos el Espíritu para crecer en vida. Sin el Espíritu no podemos tener la posición, el derecho, ni el privilegio de la filiación. Todos los puntos cruciales que tienen que ver con la filiación dependen del Espíritu. Por el Espíritu tenemos el nacimiento divino y la vida divina. Mediante el Espíritu crecemos hasta alcanzar la madurez. Por el Espíritu tenemos la posición, el derecho y el privilegio de la filiación. Por consiguiente, sin el Espíritu la filiación es un término vacío, carente de significado. En cambio, cuando viene el Espíritu, la filiación se hace real. Comprendemos plenamente la filiación de Dios en la vida, la madurez, la posición y el derecho. Nada puede reemplazar al Espíritu de filiación. Por el contrario, todas las cosas, en particular la ley, deben ser reemplazadas por el Espíritu de filiación.
El concepto de Pablo es que la ley es un ayo, un guardia. Aunque la ley podría mantenernos bajo vigilancia, no podía darnos la vida, la madurez, la posición ni el derecho de la filiación. La ley no puede otorgarle posición a un niño. Sólo puede servir como conductor de un niño. El Espíritu, en contraste, nos da vida, madurez, posición y derecho. Por lo tanto, la ley no debería reemplazar al Espíritu; el Espíritu debe reemplazar a la ley.
Puesto que la ley no pudo producir la realidad de la filiación, se preguntará usted por qué el Espíritu no fue enviado antes. ¿Por qué el Espíritu no vino antes que la ley? La respuesta es que la promesa hecha a Abraham necesitaba un periodo de tiempo para ser cumplida. Aunque Dios no es lento, El esperó dos mil años antes de enviar a Su Hijo para cumplir la promesa. En realidad, Dios no actuó con rapidez ni aún al hacer la promesa. El no vino inmediatamente después de la caída de Adán para hacerle a Adán la promesa que a la larga le hizo a Abraham. Efectivamente, en Génesis 3 se dio la promesa de que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Sin embargo, Dios esperó hasta que la situación maldita y caída del hombre quedase totalmente expuesta en Babel antes de que El interviniera, llamara a Abraham y le hiciera a él la promesa. En Babel la humanidad quedó confundida, desconcertada y dividida, quedando plenamente expuesto que estaba bajo una maldición. Ante un trasfondo como este, no hay duda de que Abraham apreció profundamente la promesa de Dios. Abraham apreció esta promesa más de lo que Adán lo hubiese apreciado si la promesa le hubiese sido hecha a él inmediatamente después de la caída. Por consiguiente, la razón del retraso recae en el hombre, no en Dios.
El mismo principio se aplica con respecto al cumplimiento de la promesa en la venida de Cristo. Supongamos que Cristo hubiese venido inmediatamente después de que Abraham había recibido la promesa. Si ese hubiera sido el caso, el cumplimiento de la promesa no habría tenido tanto significado. Considere todo lo que ocurrió entre la época de Abraham y el nacimiento del Señor Jesús. En el transcurso de esos dos mil años, el pueblo escogido de Dios fue totalmente expuesto. Por un lado, la ley expuso la corrupción e incapacidad de ellos; por otro, la ley los guardó hasta la venida de Cristo. La ley cumplió una función necesaria y útil al guardar para Dios a los hijos de Israel. La ley preservó al pueblo escogido de Dios aunque al mismo tiempo los exponía.
En 4:4 vemos que Dios envió a Su Hijo cuando vino la plenitud del tiempo. Cristo vino exactamente en el tiempo apropiado. Antes hubiera sido muy temprano y después hubiera sido muy tarde. Cristo vino cuando el tiempo era adecuado. Cortar el fruto maduro de un árbol puede servirnos de ejemplo. Si el fruto se corta antes de tiempo, no madurará, pero si se corta después de tiempo, se pasará de maduro. Cristo vino en el tiempo señalado, en la plenitud del tiempo. Por esta razón, Su venida tuvo mucho significado.
En los versículos 4 y 6 leemos tocante a dos diferentes envíos. En el versículo 4 Pablo dice que Dios envió a Su Hijo, y en el versículo 6 dice que Dios envió el Espíritu de Su Hijo. Según la promesa mencionada en Génesis 3:15, Cristo vino bajo la ley como la simiente de la mujer para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiesen la filiación. La meta de que Cristo nos redimiera no es el cielo, como muchos cristianos creen, sino la filiación. Cristo nos redimió con miras a que tuviéramos la filiación de Dios. Mediante Su redención, El ha abierto el camino para que nosotros poseamos la filiación. Sin embargo, si el Espíritu no hubiera venido, nuestra filiación sería vana. Sería una filiación en posición o forma, no una filiación con realidad. La realidad de la filiación, la cual depende de la vida y la madurez, viene solamente por el Espíritu. Por consiguiente, el versículo 6 declara que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo.
No debemos creer que el Espíritu del Hijo es una persona separada del Hijo. En realidad, el Espíritu del Hijo es otra forma del Hijo. Ya hemos señalado que Aquel que fue crucificado en la cruz es Cristo, pero que Aquel que entra en los creyentes es el Espíritu. En la crucifixión para nuestra redención, El era Cristo, pero en el vivir interior para ser nuestra vida, El es el Espíritu. Cuando el Hijo murió en la cruz, El era Cristo, pero cuando entra en nosotros, El es el Espíritu. Primero El vino como el Hijo, bajo la ley, con el fin de capacitarnos para la filiación y con el fin de abrir el camino para que compartamos la filiación. Pero después de que hubo terminado esta obra, El fue hecho, en resurrección, el Espíritu vivificante y viene a nosotros como el Espíritu del Hijo. Por lo tanto, primero Dios el Padre envió al Hijo para cumplir la redención y capacitarnos para la filiación. Después envió el Espíritu para vitalizar la filiación y hacer así que ésta fuera real en nuestra experiencia. Hoy día en realidad la filiación depende del Espíritu del Hijo de Dios.
En el versículo 6 Pablo dice que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo. En realidad, el Espíritu de Dios entró en nuestro espíritu en el momento de nuestra regeneración (Jn. 3:6; Ro. 8:16). Debido a que nuestro espíritu está escondido en nuestro corazón (1 P. 3:4), y debido a que esta palabra se refiere a un asunto que está relacionado con nuestro sentir y entendimiento, ambos de los cuales pertenecen a nuestro corazón, dice aquí que el Espíritu del Hijo de Dios fue enviado a nuestro corazón.
Romanos 8:15 es un versículo paralelo a Gálatas 4:6. Romanos 8:15 dice que los que hemos recibido un espíritu de filiación clamamos, en este espíritu, Abba, Padre, mientras que Gálatas 4:6 dice que el Espíritu del Hijo de Dios clama en nuestro corazón, Abba, Padre. Esto indica que nuestro espíritu regenerado y el Espíritu de Dios se han mezclado y son uno, y que nuestro espíritu está en nuestro corazón. Esto también indica que por nuestra parte, la filiación de Dios es comprendida por nuestra experiencia subjetiva en lo profundo de nuestro ser. En este versículo, para dar su revelación, Pablo apela a la experiencia de los creyentes gálatas. Esta apelación es muy convincente y subyugante, no meramente por las doctrinas objetivas, sino por los hechos que tienen que ver con la experiencia.
Abba es una palabra aramea y por consiguiente, hebrea, y Padre es la traducción de la palabra griega pater. Tal término fue usado primeramente por el Señor Jesús en Getsemaní mientras oraba al Padre (Mr. 14:36). La combinación del título hebreo con el griego expresa un cariño más profundo al clamar al Padre. Tal clamor cariñoso implica una relación íntima en vida entre un hijo y el padre que le dio la vida.
Como seres humanos, no sólo tenemos un espíritu, sino que también tenemos nuestra persona, nuestro ser. El centro de nuestra persona es nuestro corazón. Que seamos hechos hijos de Dios no sólo tiene que ver con nuestro espíritu, sino también con nuestro corazón, el centro de nuestra personalidad. El Nuevo Testamento revela claramente que el espíritu está en el corazón (1 P. 3:4). Por consiguiente, no es posible que el Espíritu sea enviado a nuestro espíritu sin que también sea enviado a nuestro corazón. Es importante que comprendamos que nuestro espíritu es el núcleo, la parte central, de nuestro corazón. Cuando el Espíritu de Dios fue enviado a nuestro espíritu, el Espíritu fue enviado al centro de nuestro corazón. Cuando el Espíritu clama dentro de nosotros, El clama desde nuestro espíritu y a través de nuestro corazón. Por lo tanto, en lo que a la filiación se refiere, nuestro corazón tiene mucho que ver.
El sentir interior que experimentamos cuando invocamos al Señor desde nuestro espíritu y a través de nuestro corazón está principalmente en el corazón, no en el espíritu. Esto significa que para ser genuinamente espirituales necesitamos tener emociones en la manera adecuada. El hermano Nee una vez dijo que si una persona no puede reír o llorar no puede ser verdaderamente espiritual. Nosotros no somos estatuas insensibles; somos seres humanos con sentimientos. Por consiguiente, cuanto más clamemos Abba, Padre, en el espíritu, más profundo será el agradable e íntimo sentir que experimentamos en nuestro corazón.
El sentir que experimentamos cuando clamamos de esta manera es agradable e íntimo. Aunque el Espíritu de filiación ha entrado en nuestro espíritu, el Espíritu clama en nuestros corazones Abba, Padre. Esto indica que nuestra relación con nuestro Padre en la filiación es agradable y muy íntima. Por ejemplo, cuando un hijo le dice a su padre “papito”, tal vez por dentro haya un agradable e íntimo sentir. Sin embargo, este sentir no será igual si trata de decirle lo mismo a su suegro. La razón es que con un suegro no existe la relación de vida. Pero qué tierno es cuando los niños pequeños, disfrutando una relación de vida con sus padres, dicen tiernamente “papito”. Del mismo modo, qué tierno y placentero es invocar a Dios, diciéndole, ¡Abba, Padre! Un clamor tan íntimo incluye nuestra parte emotiva y nuestro espíritu. El Espíritu de filiación clama en nuestro espíritu Abba, Padre, desde nuestro corazón. Esto comprueba que tenemos una genuina y auténtica relación de vida con nuestro Padre. Somos Sus verdaderos hijos.
Puesto que tenemos el Espíritu de filiación, ya no necesitamos ser mantenidos bajo la custodia de la ley. No necesitamos que la ley sea nuestro guardián, mayordomo o tutor. En 4:7 Pablo dice: “Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios”. El creyente de la era neotestamentaria ya no es un esclavo para las obras de la ley, sino un hijo por la vida, bajo la gracia. En vez de tener la ley para que nos mantenga bajo vigilancia, tenemos al Espíritu todo-inclusivo. Este Espíritu es todo para nosotros. Mientras que la ley no podía vivificar, el Espíritu vivifica y nos introduce en la madurez para que tengamos la plena posición y el derecho de los hijos. La custodia de la ley ha sido reemplazada por el Espíritu de filiación.
Como hijos, también somos herederos por medio de Dios. Un heredero es alguien de edad madura conforme a la ley (la ley romana se usa como ejemplo) y que está capacitado para heredar los bienes del Padre. Los creyentes de la era neotestamentaria llegaron a ser herederos de Dios no por medio de la ley ni por medio de su padre carnal, sino por medio de Dios, por medio del Dios Triuno: el Padre que envió al Hijo y al Espíritu (vs. 4-6), el Hijo que efectuó la redención para la filiación (v. 5), y el Espíritu que lleva a cabo la filiación dentro de nosotros (v. 6).