Mensaje 15
En este mensaje siento la carga de compartir, a modo de paréntesis, acerca del principio sobre el cual se basa el árbol de la vida en las Escrituras. Hemos dicho reiteradas veces que casi todo lo que contienen los primeros dos capítulos de Génesis se sembró allí como semilla, y que esa semilla crece gradualmente en los siguientes libros de la Biblia, y aparece como la mies en el Nuevo Testamento y madura como la cosecha en el libro de Apocalipsis. Este es un principio fundamental de la Palabra divina. Dios fue muy económico al escribir la Biblia, y no desperdició ni una sola palabra. El usó cada palabra de manera exacta. Además, la revelación de Dios es la misma a lo largo de las Escrituras. Por consiguiente, todo lo que encontramos al principio de la Biblia lo hallamos por toda la Biblia y también al final.
El relato de los dos árboles en Gn. 2, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento, no constituye una mera historia antigua, pues estos dos árboles todavía están ante nosotros hoy. Si leemos detenidamente la Biblia, descubriremos que en toda ella se presentan dos líneas: la línea del árbol de la vida y la línea del árbol del conocimiento. Podemos referirnos brevemente a éstas como la línea de la vida y la línea del conocimiento. Estas dos líneas empiezan en el libro de Génesis y continúan en los siguientes libros de la Biblia hasta llegar a su destino. Como dijimos en el mensaje trece, la línea de la vida conduce a la Nueva Jerusalén, donde aparece nuevamente el árbol de la vida. El río de agua viva también se encuentra en la Nueva Jerusalén, pues fluye por toda la ciudad. Por lo tanto, la Nueva Jerusalén, una ciudad de agua viva, es la máxima consumación de la línea del árbol de la vida. La línea del conocimiento concluirá con el lago de fuego, que presenta un marcado contraste con la Nueva Jerusalén. Esta es una ciudad de agua viva; el lago es un lago de fuego ardiente.
La revelación bíblica nos muestra dos corrientes que proceden del trono de Dios. La primera es la corriente de agua viva, y la otra es la corriente de fuego. La corriente de agua viva es revelada en Ezequiel 47 y Apocalipsis 22. En Ezequiel el agua viva proviene de la casa de Dios; en Apocalipsis 22 el agua viva procede del trono de Dios. En Daniel 7:9-10 vemos otra corriente, una corriente de fuego, que sale del trono de Dios. El agua viva sirve para avivar y regar, pero la corriente de fuego sirve para traer juicio. Esta corriente va por todo el universo trayendo juicio. El río de agua procede del trono de Dios y llevará consigo todas las cosas positivas a la Nueva Jerusalén. La corriente de fuego proviene del trono de Dios y arrastrará todas las cosas negativas al lago de fuego. Al comienzo de la Biblia se inician dos líneas: la línea de la vida y la línea del conocimiento. Al final de la Biblia vemos dos resultados, dos consumaciones: la ciudad de agua viva y el lago de fuego ardiente.
¿Dónde está usted y adónde va? ¿En cuál línea se encuentra usted? Ciertamente la línea de la vida es la línea correcta, y la línea del conocimiento es la línea equivocada. Nosotros los redimidos estamos en la línea correcta, la línea de la vida. No obstante, es posible que nuestro andar y nuestra labor, es decir, la manera en qué vivimos y laboramos para Dios, se encuentre en la línea equivocada. Aunque estemos en la línea de la vida, nuestro andar y nuestra labor pueden hallarse en la línea del conocimiento. Primero la Biblia exhorta a apartarse de la línea del conocimiento y a permanecer en la línea de la vida o regresar a ella. Cuando somos salvos, somos salvos para siempre, y nuestra salvación está asegurada por la eternidad. No obstante, la Biblia nos amonesta en cuanto a nuestro andar cotidiano y nuestra labor para el Señor. En Gálatas Pablo nos exhorta a andar en el Espíritu (5:16) y a sembrar para el Espíritu (6:7-8). De no ser así, todo lo que hagamos será consumido por el fuego. En 1 Corintios 3, Pablo nos exhorta a nosotros los edificadores de las iglesias a tener cuidado y a construir con los materiales apropiados. Si edificamos la iglesia con oro, plata y piedras preciosas, esta obra será preservada hasta llegar a ser la Nueva Jerusalén, porque ésta es una ciudad construida con oro, perlas y piedras preciosas. Por otra parte, Pablo nos advierte que la madera, el heno y la hojarasca sólo sirven para ser quemados (1 Co. 3:12-15). Todo lo que sea construido con esos materiales será arrastrado por la corriente de fuego y echado al lago de fuego. De modo que debemos cuidarnos a nosotros mismos, nuestro andar y nuestra labor. Nosotros debemos permanecer en la línea correcta, y nuestro andar y nuestra labor cotidianos también deben hallarse en la línea correcta. Entonces tanto nosotros como nuestra labor entraremos en la Nueva Jerusalén. Debemos entender claramente estas dos líneas. En este mensaje quiero compartir acerca de la línea de la vida, y en el mensaje siguiente, acerca de la línea del conocimiento.
A menudo me ha inquietado el hecho de que el árbol de la vida apareció sólo por poco tiempo en Génesis 2 y que fue cerrado el acceso a él al final de Génesis 3. Aparentemente el acceso al árbol de la vida le quedó cerrado al hombre; en realidad, en el transcurso de los siglos y por medio de la redención prometida, se ha abierto el acceso para que el pueblo de Dios toque el árbol de la vida, lo disfrute y lo experimente. En palabras muy sencillas quisiera ahora enumerar muchas de las personas que se hallan en la línea de vida. No empezamos con Adán, quien cayó y fue redimido. Empezamos con Abel.
La vida de Abel se caracterizó por el contacto que mantuvo con Dios conforme al camino fijado por Dios (Gn. 4:4). No diga que en tanto que usted tenga contacto con Dios todo está bien. ¿De qué manera tiene contacto con Dios: a su manera o a la manera de El? Existen tres pueblos que afirman tener contacto con Dios: los judíos, los musulmanes y los cristianos. Los judíos tienen contacto con Dios conforme a su propio camino. Conforme a Romanos 10:2-3, los judíos quieren establecer su propia justicia y no se someten a la justicia de Dios. Esto significa que ellos se relacionan con Dios conforme a su propia idea. Los musulmanes muestran aún más devoción en su propia manera de adorar a Dios. Si usted visita una mezquita musulmana, encontrará que los musulmanes se muestran bastante piadosos, y adoran a Dios postrándose. Muchos de los que se llaman cristianos, incluyendo a los católicos, llevan a cabo su servicio para Dios conforme a su propio concepto, y no por medio de la redención de Cristo ni en el Espíritu.
¿Cuál es el origen de la manera humana de tocar a Dios? La fuente es la conflictiva mente del hombre, la cual no puede producir más que conocimiento. Por consiguiente, los hombres tienen contacto con Dios por medio del conocimiento, y no por la vida. Sin embargo, Abel se relacionó con Dios de la manera que Dios deseaba. Como lo veremos en el mensaje siguiente, Caín, su hermano mayor, tenía contacto con Dios, pero según su propio camino. El camino de Dios es la vida; el camino de Caín fue el conocimiento. Todos debemos tener cuidado. Aunque usted diga que está entregado absolutamente a Dios, quizás lo esté según su propio camino. Usted se acerca a Dios de la manera que usted se inventa, y esa manera no es más que conocimiento. No siga ese camino. Debemos observar el ejemplo de Abel y relacionarnos con Dios desechando nuestros pensamientos, nuestras opiniones y nuestros conceptos; debemos decir: “Señor, me relaciono contigo según Tu camino. No te toco a Ti por mis pensamientos, conceptos o conocimiento. Señor, Tú eres mi camino”. Si hacemos eso, disfrutaremos a Dios como el árbol de la vida. Abel participó de Dios como el árbol de la vida. El comió verdaderamente del fruto de ese árbol.
Quizás usted desconozca los nombres de Set y Enós. Set y Enós fueron parte de la tercera y la cuarta generaciones de la humanidad respectivamente, aunque la Biblia los considera como una sola. Después de habérsele dado muerte a Abel, la línea de la vida parecía haber terminado. No obstante, Set y Enós fueron levantados para continuarla. Estas dos generaciones tienen una característica extraordinaria: empezaron a invocar el nombre del Señor (Gn. 4:26). No sólo oraron, sino que invocaron el nombre del Señor. Si usted lee el texto original del hebreo y del griego, verá que la palabra invocar significa gritar, y no solamente orar. Aunque todos los cristianos oran, pocos oran invocando. La mayoría oran calladamente, incluso en silencio. No obstante, la tercera y la cuarta generaciones de la humanidad aprendieron que para tocar a Dios, necesitaban clamar a El a gran voz e invocarle. No argumente diciendo que Dios no es sordo, que El puede oírnos de todos modos. Aun el Señor Jesús oró con un gran clamor en el huerto (He. 5:7). En la época de Set y Enós, los hombres aprendieron a orar a Dios invocándole. Si usted lo invoca, descubrirá que eso hace una gran diferencia. El apóstol Pablo dijo que el Señor es rico para con todos los que le invocan (Ro. 10:12). Si usted quiere disfrutar de las riquezas del Señor, debe invocar Su nombre.
Suponga que usted ayuda a un nuevo converso a tocar al Señor en oración. El ora: “Jesús, Tú eres el Hijo de Dios. Moriste por mí. Te tomo como mi Salvador. Gracias”. Aunque ésta es una buena oración, le resultaría mejor invocar al Señor a gran voz. Si él dice: “Oh Señor Jesús, gracias por morir por mí”, su espíritu será avivado y tocará al Señor de una manera viva.
Aunque la tercera y la cuarta generaciones de la humanidad descubrieron la manera de invocar el nombre del Señor, esta manera de invocarle se perdió gradualmente. Hoy en día, muchos cristianos la descuidan y hasta la menosprecian. Sin embargo, ningún cristiano puede evitar invocar el nombre del Señor. En los períodos de paz y de tranquilidad, usted puede guardar la compostura, y no estar dispuesto a quedar mal invocando al Señor. No obstante, en tiempo de dificultades, quizás después de un accidente automovilístico o en tiempo de enfermedad repentina, le invocará espontáneamente, diciendo: “Oh Señor”. No es necesario enseñar a otros a invocar al Señor. Un día lo invocarán. Cuando pasen por problemas, necesitarán invocar el nombre del Señor. Invocar el nombre del Señor consiste simplemente en disfrutarle y en comerle como el árbol de la vida.
La vida de Enoc se caracterizó por el hecho de que él caminaba con Dios (Gn. 5:22, 24). No se nos relata que él laborara por Dios ni que hiciera proezas para Dios, sino que caminó con Dios. Esto es significativo. Si usted desea andar con una persona, debe amarla. Si usted no me cae bien, nunca andaré con usted. Primero usted me cae bien, luego lo amo, y entonces caminaré continuamente con usted. El hecho de que Enoc anduviera con Dios demuestra que amaba a Dios. El amaba el simple hecho de estar en la presencia de Dios. El Señor Jesús reprendió a la iglesia en Efeso porque ellos hacían muchas obras para Dios pero habían perdido su primer amor (Ap. 2:2-4). El Señor no quiere ver tantas buenas obras; El desea ver nuestro amor para con Dios. Suponga que una esposa lleva a cabo muchas buenas obras para su marido, sin estar nunca en la presencia de éste. Ciertamente el marido dirá: “No quiero que estés ocupada y apartada de mí. Quiero una esposa que esté conmigo todo el tiempo”.
Enoc caminaba con Dios. Si leemos cuidadosamente Génesis 5:21-24, veremos que Enoc empezó a caminar con Dios a la edad de sesenta y cinco años y siguió caminando con El durante trescientos años. El caminó con Dios día tras día durante un período de trescientos años. Finalmente, fue como si Dios le dijera: “Enoc, has caminado conmigo suficiente tiempo. Déjame traerte a Mí”. A muchos cristianos les fascina hablar del arrebatamiento y de la venida del Señor. ¿Se da cuenta usted de que el arrebatamiento exige que usted ame al Señor y viva en Su presencia? Debemos amar al Señor. “Señor Jesús, Te amo. Quiero vivir en Tu presencia. Quiero andar contigo porque Te amo”. Esta actitud de amor es la preparación, la condición y la base del arrebatamiento. ¿Por qué razón fue arrebatado Enoc? El fue arrebatado porque anduvo con Dios durante trescientos años. Enoc nos presenta un excelente ejemplo.
Noé siguió los pasos de Enoc y también caminó con Dios (Gn. 6:9). En realidad, él anduvo con Dios más de trescientos años. Por haber caminado Noé con Dios, recibió una visión de lo que Dios quería hacer en esa era. Noé recibió la visión del arca, mediante la cual ocho miembros del linaje caído fueron salvos. Así como Noé, nosotros no deberíamos actuar conforme a nuestro concepto. Todo lo que hacemos y toda nuestra labor debe concordar con la visión que recibimos al andar con el Señor. Al andar diariamente con el Señor, llegaremos a ver Su deseo, Su intención y Su voluntad. Entonces laboraremos y serviremos conforme al deseo de Dios, y no conforme a nuestros pensamientos. Noé disfrutó a Dios al andar con El.
Abraham fue más extraordinario que Noé. Como subrayamos en el estudio-vida de Romanos, Abraham recibió una infusión con la aparición del Dios de gloria. Mientras Abraham estaba en Ur de Caldea, el Dios de gloria se le apareció y lo atrajo (Hch. 7:2). Génesis nos revela que Dios se apareció a Abraham varias veces más (Gn. 12:7; 17:1; 18:1). Abraham no era un gigante de fe en sí mismo; él era tan débil como nosotros. El Dios de gloria se apareció a Abraham repetidas veces, e infundió en él Sus elementos divinos, lo cual le capacitó para que viviera por la fe de Dios. La experiencia de Abraham se parece a una batería que opera bien después de ser cargada, pero que necesita ser cargada cada cierto tiempo. Resulta muy interesante estudiar la historia de Abraham según las apariciones de Dios. Dios llamó a Abraham a salir de Ur de Caldea y le mostró el camino apareciéndosele repetidas veces. Como ya dije, cuando Dios llamó a Abraham a salir de Ur, no le dio un mapa ni instrucciones. Abraham anduvo conforme a las apariciones de Dios. Si las apariciones de Dios se producían en cierta dirección, Abraham simplemente se movía en esa dirección. De esta manera, Abraham disfrutó de las riquezas de Dios.
Además de experimentar las apariciones de Dios, Abraham invocaba el nombre del Señor (Gn. 12:7-8). Isaac, el hijo de Abraham, y Jacob, su nieto, también invocaban el nombre del Señor. Puesto que estas tres generaciones eran la misma, Dios fue llamado el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Esto significa que Dios es el Dios de Su pueblo, el cual vive según la aparición de Dios e invoca Su nombre. Mientras Abraham vivía según la aparición de Dios e invocaba el nombre del Señor, lo disfrutaba a El como el árbol de la vida. Génesis 18 nos dice que Dios se apareció a Abraham mientras éste estaba sentado a la entrada de su tienda, y permaneció con él como medio día, y hasta comió con él. De manera que la Biblia dice que Abraham fue llamado amigo de Dios (Jac. 2:23). En Génesis 18, Dios y Abraham conversaron y comieron juntos como amigos.
Indudablemente todos nosotros deseamos disfrutar así al Señor. No obstante, nuestra porción actual es mucho mejor que la experiencia de Abraham mencionada en Génesis 18. En Apocalipsis 3:20 el Señor Jesús toca a la puerta. Si alguien oye Su voz y abre la puerta, el Señor entra en él y cena con él. Día tras día, podemos tener un banquete con el Señor. Abraham cenó con el Señor durante aproximadamente medio día, pero nosotros podemos tener un continuo banquete con El. Podemos encontrarnos con el Señor al desayuno, al almuerzo y a la cena. Nuestra porción es más elevada y más rica que la de Abraham.
Abraham disfrutó a Dios como el árbol de la vida. ¿Qué es el árbol de la vida? El árbol de la vida es la provisión de vida que sustenta nuestra vida en la presencia de Dios. Abraham disfrutaba a Dios de esa manera.
Isaac, como hijo de Abraham, se relacionó con Dios de la misma manera que su padre. El también vivió en la aparición de Dios e invocó el nombre del Señor (Gn. 26:2, 24-25). El no sólo heredó todas las bendiciones de su padre, sino también su manera de disfrutar a Dios.
Jacob, la tercera generación del linaje llamado, fue finalmente guiado por Dios a no vivir por su propio camino, un camino de suplantación, sino por el mismo camino que siguieron su abuelo y su padre, que consistía en relacionarse con Dios. Después de ser disciplinado por el Señor durante un tiempo considerable, él aprendió a vivir en la aparición de Dios y a invocar el nombre del Señor (Gn. 35:1, 9; 48:3). Para él, éste no era solamente el método que había heredado, sino también el camino por el que lo condujo la disciplina de Dios.
Moisés fue una persona muy interesante. Nació cuando los israelitas se encontraban bajo la persecución de los egipcios. Dios lo puso soberanamente en el palacio de Faraón, y fue criado como miembro de la familia real, como hijo de la hija de Faraón. Moisés se enteró de los sufrimientos que infligían los egipcios a su pueblo; probablemente se lo dijo su nodriza, quien era su verdadera madre. Indudablemente estos informes despertaron el corazón de Moisés. Quizás Moisés haya dicho: “Los egipcios han perseguido a mi pueblo. Haré algo para ayudar a mi pueblo”. Aunque Moisés tenía un buen corazón, éste era un corazón de conocimiento, un corazón de muerte. El caso es el mismo con muchos cristianos hoy. Muchos tienen un buen corazón. Son despertados y quieren hacer algo por Dios. Sin embargo, Moisés actuó a su manera y con su propia fuerza. Esto dio por resultado el fracaso, y él quedó terriblemente desilusionado. Finalmente, Moisés se dio cuenta de que no podía hacer nada; estaba desanimado hasta el punto que desistió. Fue como si dijese: “Todo el interés de mi corazón estaba en mi pueblo, pero Dios no me ayudó. Dios no valoró mis esfuerzos. Puesto que Dios no está conmigo, me olvidaré de esta situación y me iré al desierto”. Aunque él se preocupó por el bienestar de los hijos de Israel, quedó desilusionado por su fracaso y huyó al desierto, donde llegó a ser un pastor de ovejas, solitario y abatido. Moisés, el hombre que había sido enseñado en toda la sabiduría de los egipcios y que era poderoso en palabras y en obras (Hch. 7:22), ahora era un pequeño pastor en el desierto, un hombre vencido y rechazado.
Un día, cuando Moisés estaba desilusionado, Dios vino y se le apareció en la visión de una zarza que ardía sin consumirse (Éx. 3:2, 16). Moisés se sorprendió y se acercó para ver la zarza. Aparentemente Dios le decía a Moisés: “Moisés, debes ser como esta zarza ardiente. No ardas por ti mismo ni actúes por tu propia cuenta. Tuviste un buen corazón, pero actuaste de manera equivocada”. Podemos usar el ejemplo de un automóvil moderno. Si queremos echar a andar el automóvil, sería insensato empujarlo. Esto nos cansaría; y eso sería todo lo que conseguiríamos. Debemos usar la gasolina como fuente de energía. Cuando se quema gasolina, el auto se mueve. Debemos usar el automóvil de esta manera. Del mismo modo, Moisés aprendió a abandonar su propio conocimiento, su propio camino, su propia energía y sus propias actividades. Moisés empezó a vivir, como lo hicieron sus antepasados, en la presencia y la aparición del Señor. El dejó de actuar por sí mismo. De ahí en adelante, fue uno con Dios. Para dirigir a los israelitas en su viaje, el Señor le dijo: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Y él dijo al Señor: “Si Tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Éx. 33:13-15). Esto demuestra que Moisés conocía la necesidad de obrar para el Señor en Su presencia. El actuaba en la presencia del Señor.
Después de que Moisés hubo sacado de Egipto a los hijos de Israel, Dios lo llamó a la cima del monte, donde permaneció cuarenta días. Mientras se encontraba allí, fue totalmente inundado con la gloria shekinah de Dios. Mientras bajaba por la ladera del monte, la gloria de Dios resplandecía en su rostro (Éx. 34:29). En esa cima Moisés experimentó el pleno disfrute de Dios como el árbol de la vida. A pesar de haber desaparecido para los incrédulos el árbol de la vida, apareció a Moisés, y éste disfrutó a Dios como el árbol de la vida en el monte de la gloria.
Moisés, igual que Noé, recibió una visión del edificio de Dios. Mientras se encontraba en la gloria en el monte, Dios le dio un modelo detallado de Su morada sobre la tierra (Éx. 25:9). Si somos uno con Dios mientras ministramos y laboramos para El, nuestra obra no será un trabajo, sino un disfrute. Cuando hablo por el Señor, lo disfruto en gran manera. Cuando termino un mensaje, me siento satisfecho. En realidad, la ministración que pertenece a Dios y concuerda con El constituye una especie de comida para el ministro. Así sirvió Moisés a Dios y así le disfrutó.
Cuando hablamos de los hijos de Israel, es fácil tener una mala impresión de ellos. Si nos acordamos de la manera en que adoraron al becerro de oro en el desierto, pensaremos que eran despreciables. No obstante, en el universo todo tiene dos lados. Por ejemplo, tenemos el día y la noche. Además, en todas las casas hay una sala y también un lugar para echar la basura. En la Biblia podemos ver lo positivo y lo negativo, dependiendo de lo que miremos. Por ejemplo, Abraham, que era tan bueno, tenía una concubina y no era tan admirable como pensamos. Pero no debemos mirar lo negativo sino lo positivo. Sucede lo mismo cuando llegamos a la historia de los hijos de Israel.
Durante cuarenta años los hijos de Israel anduvieron en la presencia del Señor (Éx. 13:21-22; Nm. 14:14). Tenían la columna de nube durante el día y la columna de fuego por la noche. Los israelitas no viajaban conforme a sus opiniones, sino que simplemente seguían la columna. En realidad, no eran dos columnas, sino una sola. En el día, la columna era semejante a una nube, y por la noche, a un fuego. Durante el día Dios hacía sombra al pueblo, y los protegía de los abrasadores rayos del sol. Durante la noche, El les daba la luz que iluminaba su camino. Esta columna era Dios mismo. Por consiguiente, durante los cuarenta años que los hijos de Israel vagaron por el desierto, disfrutaron de la presencia de Dios. También comieron del maná, la comida celestial, día tras día, lo cual indica que disfrutaron a Dios como el árbol de la vida. De modo que aun en el desierto vemos la línea del árbol de la vida. A pesar de nuestro concepto negativo acerca de los hijos de Israel en el desierto, ellos experimentaron el árbol de la vida, disfrutando a Dios día tras día.
¿No sería maravilloso experimentar esa columna de nube, esa columna de fuego y ese maná celestial en el condado de Orange hoy en día? No obstante, nuestra porción es mucho mejor. Tenemos el Espíritu Santo como columna de nube, y la Biblia como columna de fuego. También tenemos al Señor Jesús como nuestro maná celestial. Mientras viajamos por el desierto del condado de Orange, el Señor está presente con nosotros, y lo disfrutamos a El como el árbol de la vida.
Cuando Dios llamó a Josué, lo alentó, y le aseguró que estaría con él del mismo modo que había estado con Moisés (Jos. 1:5-9). El Señor exhortó a Josué a ser fuerte y valiente, pues el Señor estaría con él adondequiera que fuese. Josué era una persona que disfrutaba a Dios. Mientras disfrutamos de la presencia de Dios, podemos ser un Josué hoy en día. Dios no está lejos de nosotros; El está con nosotros todo el tiempo. Por tanto, nosotros, como Josué, podemos vivir, andar y laborar en la presencia del Señor.
La característica más sobresaliente de Gedeón era que libraba las batallas en la presencia de Dios (Jue. 6:12, 16). El no sólo vivía, andaba y laboraba en la presencia del Señor, sino que luchaba junto con la presencia del Señor. Todos debemos ser así. En cierto sentido, nuestra vida cotidiana es un andar, en otro sentido es una labor, y en otro sentido también es una lucha. Debemos estar en la presencia del Señor al andar, al laborar y al luchar. Estar en la presencia del Señor significa simplemente disfrutar al Señor como el árbol de la vida. Gedeón disfrutaba a Dios como el árbol de la vida.
Samuel fue otra persona admirable en el Antiguo Testamento, un hombre que oraba continuamente por los hijos de Dios. La Biblia relata que Samuel dijo al pueblo que él no pecaría contra el Señor dejando de orar por ellos (1 S. 12:23). Cuando Samuel supo que el rey Saúl había ofendido a Dios, se entristeció y lloró delante del Señor toda una noche (1 S. 15:11). Por consiguiente, la Biblia se refiere a Samuel como un hombre que invocaba al Señor (Sal. 99:6) y como un hombre que permanecía en la presencia de Dios (Jer. 15:1). Todo eso nos revela que Samuel era una persona que oraba continuamente, que invocaba el nombre del Señor, y que permanecía en la presencia de Dios. Al permanecer en la presencia del Señor y al invocar el nombre del Señor, él disfrutaba al Señor, pues participaba de El como el árbol de la vida. Esta motivación y este deleite hicieron de él una persona tan notable en la historia humana.
David era un hombre que confiaba en Dios y recurría a El (1 S. 17:37, 45; 30:6). El secreto de la vida de David consistía en que él deseaba morar continuamente en la casa de Dios y contemplar Su hermosura (Sal. 27:4, 8, 14). Esto significa que él disfrutaba de la presencia de Dios. Además, disfrutaba a Dios como la grosura y como el torrente de Sus delicias (Sal. 36:8-9). David dijo: “Contigo está el manantial de la vida”. Esto demuestra que aun en aquellos tiempos David disfrutaba de la vida de Dios como el árbol de la vida y como el río que fluía dentro de sí. Este disfrute hizo de él ese gran rey de los hijos de Israel.
Todos conocemos la historia de Daniel. No obstante, la mayoría de los cristianos sólo sienten curiosidad en cuanto a las profecías de Daniel. Desean saber sobre la gran imagen de Daniel 2, la imagen que tenía cabeza de oro, hombros de plata, abdomen de bronce, piernas de hierro y dedos de barro. También quieren conocer las bestias que salen del mar en Daniel 7. Todos los jóvenes se interesan por estos asuntos. Aunque pasé mucho tiempo estudiando estos puntos hace años, finalmente llegué a valorar más los otros aspectos del libro de Daniel. Ahora me agrada el libro de Daniel porque allí veo a un hombre que oraba constantemente al Señor y tenía un contacto continuo con El (Dn. 6:10-11; 9:3-4; 10:2-3, 12). Daniel 6 nos enseña que Daniel era preeminente entre los gobernadores y príncipes en el reino de Darío. Los demás gobernadores y príncipes le tenían envidia y planearon intrigas en su contra, tratando de destruirlo. Cuando Daniel se enteró de esto, acudió al Señor y oró. La meta de la conspiración de ciento veinte gobernadores consistía en hacer tambalear la relación que tenía Daniel con Dios. No obstante, Daniel abrió sus ventanas hacia Jerusalén y oraba tres veces al día. Al leer la profecía de Jeremías, Daniel se enteró de que el período de exilio sería setenta años y de que el cautiverio iba a terminar; entonces empezó a orar (Dn. 9:2-3). Luego recibió otra visión y oró sin detenerse durante tres semanas hasta que recibió la respuesta (Dn. 10:1-3, 12). La vida de oración de Daniel procedía de una vida santa. El llevaba una vida santa en la tierra pagana de Babilonia. Por ejemplo, Daniel se negó a participar de la comida del rey, la cual era ofrecida a los ídolos y luego usada para alimentar al rey y a su gente (Dn. 1:8). El rechazó esa comida y disfrutaba mucho a Dios. El disfrutaba a Dios como el árbol de la vida.
Al llegar al Nuevo Testamento, vemos que la primera persona en la línea de vida del Nuevo Testamento fue el Señor Jesús. Jesús no sólo disfrutaba el árbol de la vida, sino que El mismo era el árbol de la vida. El dijo que venía del Padre y que vivía por el Padre (Jn. 6:57). El no vivió conforme al conocimiento ni al aprendizaje. El vivía, andaba y laboraba conforme al Padre que obraba dentro de El (Jn. 14:10).
Nosotros los creyentes neotestamentarios tenemos un destino: permanecer en el Señor y permitir que El more en nosotros (Jn. 15:5). Esto significa que disfrutamos al Señor. El Señor Jesús nos dijo que debemos comerle a El, y que todo aquel que lo coma vivirá por El (Jn. 6:57; 14:19). Debemos comer al Señor Jesús porque El es nuestro pan de vida, nuestro árbol de vida. El árbol de la vida es la vida presentada en forma de alimento. En Juan 6 el Señor se presentó como la provisión de vida también en forma de alimento, diciéndonos que El es el pan de vida (v. 35) y que Su carne es comestible (v. 55). Si lo comemos a El, lo tomaremos como nuestra vida y como nuestra provisión de vida por la cual vivimos. Este es el verdadero disfrute del árbol de la vida.
Entre todos los creyentes neotestamentarios, Pablo fue el ejemplo por excelencia de un hombre que vivía al Señor. En Gálatas 2:20, dijo que Cristo vivía en él y que la vida que él vivía la vivía por la fe del Señor Jesús. Pablo dijo que él mismo había sido crucificado y sepultado, y que era Cristo quien vivía en él. Finalmente Pablo pudo decir: “Para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Cristo era su vida y su provisión de vida, porque Pablo disfrutaba a Cristo como él árbol de la vida.
La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Es imposible que el cuerpo no disfrute de la cabeza. El cuerpo no puede ser separado de la cabeza, pues esa separación significaría la muerte. La iglesia entera es el Cuerpo de Cristo, depende de Cristo y vive por Cristo como vida (Ef. 1:23; Col. 3:4). Por lo tanto, podemos ver que la iglesia puede disfrutar a Cristo como el árbol de la vida.
Al final de la Biblia vemos la consumación del árbol de la vida: la Nueva Jerusalén. En el centro de esa ciudad hallamos el río de vida, que sale del trono de Dios y del Cordero, y en el cual crece el árbol de vida que lleva fruto cada mes (Ap. 22:1-2). Nuestro destino y nuestra porción eterna será el disfrute del árbol de la vida y el agua de la vida. La Biblia concluye con una promesa y un llamado. La promesa se encuentra en Apocalipsis 22:14 donde leemos: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida”. Vemos el llamado de Apocalipsis 22:17 donde leemos: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Por tanto, toda la Biblia termina con comer y beber, es decir, con disfrutar a Dios como el árbol de la vida y con beberlo como el agua de la vida. Esta es la consumación de la línea de la vida.
¿Qué debemos hacer ahora? No debemos hacer nada. Sólo debemos permanecer en la línea del árbol de la vida, disfrutando a Dios como nuestra vida y como nuestra provisión de vida. Dios se ocupará de todo. Al disfrutar al Señor como nuestra provisión de vida, nuestra vida cotidiana, nuestro andar, nuestra labor y la edificación de las iglesias serán el resultado de ello. Entonces todo lo que tengamos se conformará al elemento divino, al elemento de Dios, y no a nuestros conceptos. Ahora vemos el camino que debemos tomar. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que todos sigamos la línea de la vida.