Mensaje 8
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En este mensaje llegamos a la máxima consumación, al punto culminante de Génesis 1. Debemos recordar varios pasos en el proceso de restauración y creación adicional que Dios llevó a cabo. El Espíritu se cernía sobre las tinieblas y la muerte. La luz vino, y creó una separación entre la luz y las tinieblas. Dios hizo la expansión para separar las cosas de arriba de las cosas de abajo. Luego Dios llamó a la tierra seca a salir de las aguas de muerte. En la tierra seca se generó la vida vegetal. Después de la vida vegetal, se produjeron las lumbreras del cuarto día y resplandecieron sobre la tierra. Luego vino la vida de los peces, la vida de las aves, del ganado, de las bestias y de todo lo que se arrastra. Finalmente Dios creó al hombre. El hombre es el punto culminante de la creación de Dios porque lleva la imagen de Dios. Esto no es algo insignificante.
El hombre es la expresión de Dios porque lleva la imagen de Dios. El tiene también el señorío de Dios. Al hombre le fue confiado el señorío sobre los mares, sobre el aire, sobre la tierra y, particularmente, sobre todo lo que se arrastra. El hombre tiene poder, autoridad y señorío porque es semejante a Dios. El hombre lleva la imagen de Dios; por tanto, tiene autoridad. El punto culminante en la creación de Dios es el hombre, el cual lleva la imagen de Dios y lo representa con Su autoridad sobre todas las cosas.
Cuando el hombre mira a Dios y Dios mira al hombre, ven que se parecen. Si tomo una fotografía de usted, usted se parecerá a la foto, y la foto se parecerá a usted. Del mismo modo, Dios puede decir: “Hombre, te pareces mucho a Mí”. El hombre contestará: “Dios, Tú te pareces mucho a mí. Tú y yo somos muy parecidos”. Asimismo, cuando el hombre viene de la presencia de Dios, él gobierna todas las cosas creadas y tiene potestad para gobernar. Esto es tener señorío, esto es el reino.
En el capítulo 1 de Génesis, las dos palabras clave son imagen y señorío. Usted puede olvidarse de lo que se arrastra y de los peces, pero no olvide al hombre con la imagen y el señorío. El hombre no fue hecho a la imagen de una serpiente ni de un escorpión, sino a la imagen de Dios. Este es el punto culminante: el hombre lleva la imagen de Dios y ejerce la autoridad de Dios para mantener el señorío.
La imagen y el señorío fueron sembrados como dos semillas en Génesis 1. No obstante, estas dos semillas requieren toda la Biblia para crecer y desarrollarse. La cosecha, o sea la plena madurez, se encuentra en Apocalipsis 21 y 22. Toda la Nueva Jerusalén expresa a Dios, expresa el semblante de Dios. La Nueva Jerusalén también ejerce la autoridad de Dios para mantener el señorío de Dios por la eternidad. Ahora ambas semillas van creciendo dentro de usted y dentro de mí. La imagen de Dios y la autoridad de Dios crecen continuamente dentro de nosotros.
Considere el caso de una pareja recién casada. El marido ama a la esposa, y la esposa ama al marido. Aunque ella ama al marido, dice dentro de sí: “Aunque te amo, no eres más que un joven travieso”. Doctrinalmente es correcto decir a la esposa que su marido es su cabeza. No obstante, la esposa pensará: “Sé que mi marido es mi cabeza, pero en realidad él es un joven malcriado. Me cuesta trabajo respetarlo”. Un día el marido es salvo, y la vida divina entra en él. Esta es la semilla, y la semilla crece en este joven día tras día, mes tras mes. Es probable que después de dieciocho meses, la esposa mire a su marido y diga: “Indudablemente debo respetarle. Antes él no era más que un joven malcriado. Pero ¡mírenlo ahora! Es bien serio. No es tan descuidado. Ahora tiene sobriedad”. No es necesario que el esposo imponga la autoridad y diga: “Debes saber que ahora soy un esposo cristiano. Debes someterte a mí”. El marido no necesita decir eso. Cada vez que la esposa lo mire, se dará cuenta de que las palabras del esposo tienen peso, que hay algo precioso y valioso en él. Ella lo respetará espontáneamente. Anteriormente ella discutía. Ahora ella lo respeta y lo honra, y considera todo lo que dice porque ahora él lleva la imagen de Dios, y de esta imagen viene la autoridad divina. Este es el señorío.
Muchas personas han leído el libro de Watchman Nee Autoridad espiritual. Usan ese libro únicamente de esta manera: “Nosotros somos los ancianos de la iglesia. Somos los líderes de un grupo de cristianos. Somos la autoridad de Dios”. Si ustedes dicen eso, ya no tienen la autoridad de Dios. No llevan la imagen de Dios. Cuando el Señor Jesús vino, nunca tuvo una actitud autoritaria hacia la gente ni le pidió que se sometiera a El. Jamás hizo semejante cosa. Pero mientras estuvo en esta tierra, llevaba la imagen de Dios. También tenía la autoridad de Dios. La autoridad siempre procede de llevar la imagen de Dios.
La máxima consumación consiste en que Dios es expresado y representado. No existe nada superior a eso. Cuando Dios es expresado y representado, ése es el punto culminante.
El hombre fue hecho a la imagen de Dios para expresarlo a El. Esto es un asunto de vida. El propósito de la vida y la imagen es expresar a Dios. Dios le dio al hombre señorío sobre todas las cosas para que lo representara. Este es un asunto de autoridad. Si usted desea representar a Dios con autoridad, debe expresar a Dios en vida. Todo el relato bíblico constituye una sola narración, la historia de los santos que expresaron a Dios y lo representaron. Ahora vamos a considerar dieciocho casos que se extienden a lo largo del Antiguo Testamento y del Nuevo.
Empezamos con Abraham. Esto no significa que antes de Abraham no hubiese ningún hombre que expresara a Dios. Hubo por lo menos tres hombres notables: Abel, Enoc y Noé. No obstante, si leemos su historia, no encontramos ningún relato en el cual sometieran al enemigo o hubiesen vencido algo. Antes de Abraham no hay ningún relato de alguien que hubiese sometido al enemigo. Abraham construyó un altar para tener contacto con Dios (Gn. 12:7). Cuanto más contacto tenga usted con Dios, más llevará la imagen de El. Cuanto más mire a Dios, más se parecerá a El. Construir un altar para acercarse a Dios significa ser transformado cada vez más a Su imagen. Abraham no construyó una torre. Los habitantes de Babel no construyeron un altar para tener contacto con Dios; construyeron una torre para hacerse un nombre (Gn. 11:4). Esto se llama orgullo. No obstante, Abraham fue llamado a salir de ese entorno; él construyó un pequeño altar y allí tuvo contacto con Dios. Cuanto más tocaba a Dios, más se parecía a Dios. La Biblia nos dice que finalmente Dios llegó a ser amigo de Abraham y que Abraham fue llamado el amigo de Dios (Jac. 2:23). Si usted lee Génesis 18, verá que Dios no se presentó a Abraham como el Creador ni como el Todopoderoso; se presentó a él como un amigo. Dios y Abraham tuvieron comunión como dos amigos que conversaban. En aquel tiempo, Abraham se parecía cada vez más a Dios. Por tanto, leemos que Abraham venció a los enemigos (Gn. 14:17).
José fue la última persona cuya historia leemos en Génesis. El llevó una vida santa y victoriosa (Gn. 39:11-12). Llevó una vida que se parecía mucho a Dios. Dios era santo; José era santo. Dios era victorioso; José era victorioso. José llevaba la imagen de Dios. El fue un hombre que cumplió la intención de Dios. La historia de José es la historia de una vida santa y victoriosa, una vida que finalmente llegó a ser la autoridad gobernante. José regía sobre todo Egipto (Gn. 41:39-45). En el capítulo uno de Génesis, vemos a un hombre hecho por Dios a Su imagen y al cual se le comisionó el señorío de Dios. En los últimos capítulos de Génesis, también vemos a un hombre que realmente expresaba a Dios y lo representaba, y gobernaba sobre toda la tierra.
Moisés no fue un gran político. Fue un hombre que se mantuvo en contacto con Dios. Después de tener contacto con Dios, su rostro brillaba con la gloria divina (Éx. 34:29-30). Cuando el rostro de Moisés resplandecía con la gloria de Dios, él llevaba la imagen de Dios. Por tanto, Moisés se convirtió en un hombre de autoridad. El tenía la autoridad de gobernar sobre toda la casa de Israel (He. 3:2, 5). También tenía la autoridad de vencer al enemigo (Éx. 14:30-31). No peleó la batalla con ametralladoras ni bombas atómicas, sino con una pequeña vara. Esta vara no sólo representaba el poder, sino también la autoridad. Moisés usó esa vara y dijo al mar Rojo: “Abre el camino”, y se separaron las aguas. Esto era autoridad. Moisés era un hombre que llevaba la imagen de Dios y representaba a Dios con la autoridad divina.
Después de Moisés, tenemos al pueblo de Israel. Israel era un pueblo llamado a ser un reino de sacerdotes (Éx. 19:6). Israel no fue llamado a ser un reino de reyes, sino un reino de sacerdotes. El sacerdocio está estrechamente relacionado con la imagen de Dios. El reinado está relacionado con la autoridad de Dios. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, vemos estos dos oficios: el sacerdocio y el reinado. El sacerdocio sirve para que tengamos contacto con Dios y para que llevemos la imagen de Dios; el reinado sirve para que representemos a Dios y ejerzamos Su autoridad. Más adelante veremos que los cristianos fueron llamados a ser sacerdotes y reyes. El destino del reino de Israel consistía en ser un reino de sacerdotes. Debían relacionarse con Dios hasta que, como Moisés, sus rostros brillaran con la gloria de Dios. No se fije en el lado negativo del pueblo de Israel. Mire el lado positivo. En cuanto al arca del tabernáculo, los israelitas fueron los sacerdotes que vencieron a Jericó (Jos. 6:1-21). Si usted vuelve a leer Josué 6, se dará cuenta de que la nación de Israel no peleó la batalla con espadas ni con lanzas. Día tras día, ellos llevaban el testimonio y hacían sonar los cuernos de carneros. Luego gritaron, lo cual significa que alabaron a Dios. Y Jericó cayó. No pelearon la batalla como soldados ni como guerreros. Pelearon la batalla como sacerdotes. Mientras usted es sacerdote, está calificado para vencer al enemigo.
Esposas, ¿por qué pierden ustedes la guerra en su vida de familia? Porque no tienen el rostro de un sacerdote. Quizás tengan el rostro de un escorpión o de una tortuga o de una serpiente. Si no expresan el rostro de un sacerdote, ya han perdido la guerra. Maridos, nosotros somos la cabeza, pero ¿qué clase de cabeza somos: la cabeza de un escorpión? El marido que tiene una cabeza de escorpión nunca podrá ser una cabeza apropiada. Usted debe tener una cabeza con rostro de sacerdote, en el que resplandezca la gloria de Dios. Si tenemos el rostro de un sacerdote, ganaremos la victoria en nuestra familia. Quisiera hacerles una pregunta a los hermanos que viven en la casa de los hermanos solteros. ¿Qué clase de rostro tienen ustedes? ¿Tienen el rostro de un sacerdote que refleja la gloria del Señor o el rostro de un ratón? Debemos ser sacerdotes. Entonces someteremos todo lo que nos rodea. Mientras usted tiene rostro de sacerdote, tiene autoridad. Jericó será sometida.
El caso de Aarón es muy interesante. Aunque la intención de Dios era hacer de toda la nación de Israel un reino de sacerdotes, la nación le falló a Dios. Por tanto, de toda la nación Dios llamó una sola tribu, los levitas, a ser una tribu de sacerdotes. La cabeza de esa tribu era la casa de Aarón. En cierto tiempo, el pueblo de Israel murmuró y se rebeló en contra de Aarón, diciendo: “¿Está Dios solamente contigo y no con nosotros?” Entonces Dios pidió que cada una de las doce tribus trajera una vara con el nombre de la tribu escrita en ella. La vara representa la autoridad. La vara de Aarón fue la única vara que reverdeció (Nm. 17:2-10). Echó almendras. En Palestina, lo primero que florece en la primavera es el almendro. En tipología, las flores del almendro representan la vida de resurrección. Después del invierno, lo primero que florece es el almendro; ésta es la vida de resurrección. La vara de Aarón era un pedazo de madera muerta. De la noche a la mañana, este pedazo de madera muerta floreció. Se convirtió en una vara floreciente, donde brotaron almendras, y no manzanas ni uvas. Esto significa que sobrevivió con la vida de resurrección. Donde hay vida, hay autoridad. Donde hay vida divina, hay autoridad divina. Donde está la vida, está la imagen, y la imagen trae el señorío. Por consiguiente, Aarón tenía la vida de resurrección que expresa a Dios. Por tanto, Aarón tenía la autoridad de representar a Dios.
Ancianos de las iglesias locales, líderes de todos los grupos de servicio, hermanas que llevan el liderazgo, tengan muy presente: para ser un líder en las iglesias entre el pueblo de Dios, ustedes deben reverdecer. Deben florecer con la vida de resurrección. Todos somos únicamente pedazos de madera muerta. La autoridad de esta vara de madera muerta depende del florecimiento de la vida de resurrección de esa madera muerta. Si usted tiene la intención de ser un líder en un servicio determinado, esperaremos para ver si la madera muerta se pudre o reverdece. Si retoña con la vida de resurrección, demostrará que la autoridad está allí. Ya no es un pedazo de madera muerta, sino una vara de autoridad.
Vemos el mismo principio en el caso de Josué y Caleb. Ellos siguieron al Señor con plena determinación (Nm. 14:24). El Señor mismo testificó que Caleb lo seguía plenamente. Por consiguiente, ellos derrotaron al enemigo (Nm. 14:6-9). Cuando seguían al Señor, tenían la imagen. Entonces estaban en una posición de autoridad.
Me agrada Jueces 5:31. Este versículo dice que en la época de los jueces, algunos amaban al Señor. Aquellos que amaban al Señor brillaban como el resplandor del sol. Por tanto, vencieron al enemigo. Cada vez que una persona brillaba como el sol, se obtenía la victoria sobre el enemigo y toda la nación descansaba. Todo el libro de Jueces es un libro de repeticiones. Cada vez que alguien amaba al Señor y brillaba como el sol, se obtenía la victoria por medio de él. La nación entera disfrutaba de reposo por medio de él.
David era un hombre según el corazón de Dios. Si usted lee 1 Samuel 13:14, verá que originalmente Saúl era el rey. Sin embargo, no tenía un corazón conforme al corazón de Dios. El perdió el trono, y Dios encontró otro hombre cuyo corazón era conforme al Suyo. Indudablemente David tenía la imagen de Dios. El venció al enemigo (1 Cr. 22:8a).
Vimos ya el sacerdocio. Ahora llegamos al reinado. Cada vez que los reyes eran uno con el Señor, vencían al enemigo (2 Cr. 14:2-14). Cuando no eran uno con el Señor, eran vencidos. Perdían la autoridad. En otras palabras, cada vez que los reyes se conformaban a la imagen de Dios y lo expresaban a El, tenían la autoridad de vencer a los enemigos. Ahora tenemos el sacerdocio y también el reinado. No olvide jamás que el sacerdocio corresponde a la imagen y el reinado al señorío. Ahora somos sacerdotes que han de ser semejantes a Dios y, al mismo tiempo, somos reyes que han de representar a Dios, ejerciendo Su autoridad sobre los enemigos.
Daniel era un cautivo en Babilonia, un muchacho que estaba en el palacio del rey. No obstante, llevaba una vida santa, una vida que expresaba a Dios (Dn. 1:8). Por consiguiente, él llegó al poder. El tenía autoridad sobre el mundo de aquellos tiempos (Dn. 6:28).
Cuando Jesús estaba en esta tierra, El expresaba a Dios. Adondequiera que iba, expresaba a Dios. El era un hombre auténtico y típico, pero expresaba continuamente a Dios. Por tanto, El obtuvo autoridad sobre todas las cosas (Mt. 28:18). Zacarías 6:13 nos dice que Jesús tiene dos oficios, el sacerdocio y el reinado. El era sacerdote y rey. Hoy en día El sigue siendo el Sumo sacerdote y el Rey de reyes. El es Aquel que expresa a Dios, Aquel que lo representa. El lleva la imagen de Dios y mantiene la autoridad de Dios. Este es Jesús.
Un día, la madre de los hijos de Zebedeo acudió a Jesús con sus dos hijos, para orar (Mt. 20:20-23). Ella hizo una buena oración, pidiendo que sus dos hijos se sentaran a ambos lados del Señor en el reino. Puede ser que todos hayamos orado allí. El Señor Jesús contestó su oración, pero no de la manera que ella pidió. El Señor Jesús dijo: “Has orado pidiendo que tus hijos estén a cada lado Mío. Ahora debes saber que esto no depende de Mí; depende del Padre. Pero sí te puedo decir una cosa: debes sufrir. Debes beber lo que Yo beberé y sufrir lo que Yo sufriré”. Esto significa que si ustedes desean tener autoridad, deben tener vida. Sufrir significa obtener vida. Sin muerte, no puede haber vida. Sin sufrimiento, no hay vida. La vida siempre proviene del sufrimiento. Si deseamos obtener autoridad, debemos ganar vida por medio del sufrimiento.
Todo el libro de Hechos y todas las epístolas nos muestran que los apóstoles eran personas que llevaban la imagen de Dios. Por consiguiente, tenían constantemente la autoridad de Dios. Tenían la imagen de Dios y ejercían Su autoridad. No debemos considerarlos simplemente buenos predicadores o grandes maestros. Esto es demasiado insignificante. Ese no es el punto culminante. Debemos considerarles como personas que llevaban la imagen de Dios y ejercían la autoridad divina.
Los siete hijos de Esceva vieron cómo Pablo echaba fuera demonios en el nombre de Jesús (Hch. 19:13-16). Imitaron a Pablo, diciendo a los demonios: “Te echamos en el nombre de Jesús, el que Pablo predica”. Los demonios no se vencen tan fácilmente. El demonio dijo: “Yo conozco a Jesús y conozco también a Pablo, pero ¿quiénes son ustedes que se atreven a echarme? Saltaré sobre ustedes”. En vez de vencer a los demonios, fueron derrotados por ellos. Si usted no tiene la imagen, nunca tendrá la autoridad. Los demonios saben y usted mismo también lo sabe. Si usted no tiene vida, no tiene autoridad. Si usted no lleva la imagen, nunca podrá ejercer el señorío.
Apocalipsis 5:10 y 1 Pedro 2:9 nos revelan que hoy en día los cristianos son sacerdotes reales. Por una parte somos sacerdotes, y por otra, somos reyes. No obstante, debemos relacionarnos con Dios para tener la verdadera imagen que lleve la gloria de Dios en vida. Entonces tenemos la autoridad que representa a Dios. Pero la mayoría de los cristianos pierden de vista eso. No parecen sacerdotes y, por ende, no son reyes. Si usted no tiene la imagen, perderá la autoridad. Alabado sea Dios porque en el transcurso de los siglos ha habido y sigue habiendo algunos santos que tienen contacto con Dios, que se mantienen en el verdadero sacerdocio. Tienen autoridad y ejercen el reinado.
Durante el milenio, la era del reino venidero de mil años, los santos vencedores serán sacerdotes y reyes (Ap. 20:4, 6). Serán sacerdotes que expresan a Dios y reyes que lo representan.
En la eternidad, todos los santos servirán a Dios como sacerdotes (Ap. 22:3b-4). Expresarán a Dios y tendrán la imagen de Dios. Los santos también regirán como reyes, y representarán a Dios con Su autoridad (Ap. 22:5b).
Finalmente, la Nueva Jerusalén tendrá la apariencia de Dios. Apocalipsis 4:3a nos dice que la apariencia de Dios es semejante al jaspe. Al final, la pared de toda la Nueva Jerusalén será de jaspe (Ap. 21:18a). La ciudad entera tendrá la apariencia de Dios (Ap. 21:11). Entonces la ciudad ejercerá la autoridad de Dios (Ap. 21:24, 26). En la eternidad, todo el cuerpo de los santos redimidos llevará la imagen de Dios para expresarlo, y ejercerá Su autoridad para representarlo. Esto será el punto culminante y la máxima consumación.
No tenemos que esperar ese día. Todos podemos tener un anticipo ahora. Podemos disfrutar de la imagen de Dios y de Su señorío. Hoy somos sacerdotes y reyes. Debemos mantener nuestra primogenitura. Aquí expresamos a Dios con Su imagen y aquí lo representamos con Su señorío. ¡Aleluya! ¡Qué posición es ésta y qué responsabilidad!, y a la vez ¡qué disfrute! ¡Alabado sea el Señor! Somos sacerdotes de Dios y somos reyes Suyos. Llevamos la imagen de Dios y tenemos Su señorío. Ahora somos aquellos que constituyen la iglesia, quienes expresan a Dios y quienes representan a Dios. ¡Aleluya! Sí, tenemos la imagen y el señorío.
Espero que todos podamos ver que la Biblia relata el desarrollo de la imagen y del señorío. El hecho de que estos dos puntos sean la cumbre del relato de Génesis 1 no es algo insignificante. Ese capítulo empezó con las tinieblas, el vacío, la desolación y las aguas de muerte. Luego el Espíritu se cernía, la luz separaba, y la expansión dividía. La tierra seca apareció para generar vida. Luego vino la vida más baja, la vida inferior, la vida elevada y la vida creada más elevada: el hombre. Considere todas las formas de vida. Ni el pasto, ni las hierbas ni los árboles tienen rostro. Un pez sí tiene rostro pero no se distingue muy bien. El rostro de un ave es más fácil de distinguir. Luego tenemos el ganado y las fieras. Por último, tenemos el rostro humano. Todos debemos reconocer que el rostro humano es el más distintivo. Este rostro es la cara que lleva la imagen de Dios. A este rostro, es decir a esta expresión, le fue encomendada la autoridad de Dios.
Su parecido lo determina todo. El parecido con un escorpión indica cierta relación con los demonios. La semejanza a una serpiente tiene cierta relación con Satanás. Pero la similitud con un hombre se relaciona con la imagen de Dios. Un hombre auténtico tiene autoridad.
¿Qué es el verdadero hombre? Un verdadero hombre es un sacerdote de Dios. Si usted es sacerdote, entonces es rey. Si usted está en el sacerdocio, ciertamente tiene el reinado. Esto significa que si usted tiene la imagen de Dios en vida, ciertamente tiene la autoridad de Dios para ejercer Su señorío.
Toda la Biblia relata el desarrollo de la imagen y del señorío. En Génesis 1 vemos a Adán, hecho a la imagen de Dios y con el señorío de Dios, pero eso sólo es una pequeña semilla. Seguimos con Abraham, quien fue la primera persona que maduró y desarrolló algo de la imagen y de la autoridad de Dios. El se mantenía en contacto con Dios y venció al enemigo. Luego llegamos a José, una persona muy madura. Mientras leemos la historia de José, vemos a un hombre que lleva la imagen completa de la santidad y de la victoria de Dios. Vemos al hombre José ejerciendo autoridad. En aquel tiempo, la autoridad no era el Faraón de Egipto, sino José. José gobernó sobre toda la tierra. Mientras seguimos en el Antiguo Testamento, vemos que Dios llamó al pueblo a ser una nación de sacerdotes. La nación entera debía tener contacto con Dios y de llevar la imagen de Dios como sacerdotes Suyos. Por consiguiente, debían ser reyes en toda situación. No necesitaban pelear. Toda situación debía ser sometida a sus pies. Luego llegamos a los reyes y los profetas. Finalmente, llegamos a Jesús. El es todo un sacerdote y también un rey. En El está el sacerdocio que expresa a Dios y el reinado que lo representa. Cristo es la Cabeza. Después de El tenemos el Cuerpo, compuesto de todos los santos redimidos. Como Cuerpo, somos iguales a la Cabeza, como sacerdotes llevamos la imagen, y como reyes ejercemos la autoridad. Hoy en día somos sacerdotes para Dios y reyes sobre toda situación. Expresamos a Dios en la vida de iglesia y lo representamos a El en cada situación. Más adelante vendrá el milenio, la plenitud de los tiempos, durante el cual todos los santos vencedores serán literalmente los reyes que expresen a Dios con Su imagen, y los reyes que representen a Dios con la autoridad de El, y tendrá pleno señorío sobre esta tierra. Finalmente tendremos la eternidad. En la eternidad veremos una consumación maravillosa: la Nueva Jerusalén. Esta será la verdadera cumbre. Nada puede ser más elevado y más completo que esto. Toda la ciudad, la Nueva Jerusalén, tendrá la imagen de Dios y ejercerá el señorío de Dios. ¡Aleluya! Este es el relato de la Biblia. La Biblia relata el desarrollo de la imagen de Dios y Su señorío. Dios será eternamente expresado y eternamente representado por Su pueblo redimido.
Volvamos al libro de Mateo y leamos el último versículo del capítulo 16 y los primeros dos versículos del capítulo 17. El Señor Jesús dijo: “De cierto os digo: Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en Su reino. Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció Su rostro como el sol, y Sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. En estos versículos, vemos la venida de Jesús en Su reino. El resplandor de Jesús en la transfiguración constituye la venida del reino. Donde está el resplandor de Jesús, allí está el reino. Este resplandor es la imagen de Dios que llevamos. La imagen está presente, y el señorío aparece inmediatamente. Cuando resplandece la gloria de Dios, no necesitamos ejercer señorío a propósito. La autoridad de Dios está allí.
¿Cómo podemos resplandecer con la gloria de Dios? Debemos leer 2 Corintios 3:18: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Me encanta la expresión “a cara descubierta”. Al transfigurarse el Señor Jesús, Su rostro resplandecía como el sol resplandeciente. Sin embargo, la cara mencionada en 2 Corintios 3:18 no es solamente el rostro exterior, sino el rostro interior. Todos tenemos una cara exterior y una cara interior. La cara exterior es simplemente la expresión del rostro interior. La cara exterior es nuestro ser exterior, y la cara interior es nuestro ser interior. La cara es la expresión que muestra todo nuestro ser, la manifestación de todo nuestro ser. Entre nosotros nadie lleva un velo sobre su cara exterior, pero me temo de que muchos entre nosotros tienen algunos velos sobre su cara interior. Necesitamos una cara descubierta.
Lo religioso y lo santo, así como lo pecaminoso y lo mundano pueden constituir un velo para nosotros. Si usted estudia el contexto de 2 Corintios 3, verá que el velo mencionado allí corresponde particularmente a la letra del Antiguo Testamento. Aun la Biblia puede constituir un velo. Incluso la letra de la Biblia puede ser un velo que nos cubra y nos evite ver al Señor viviente. Si la letra de la Biblia puede ser un velo para nosotros, entonces cualquier cosa puede ser un velo: su esposa, su marido, sus amigos, sus hijos, su ego, sus hermanos y hermanas, su comportamiento bueno o malo, su celo, sus obras para Dios, o sea, todo. Todas las cosas, en tanto que no sean el Señor mismo, pueden convertirse en un velo. No importa cuán santo sea algo, cuán celestial, cuán espiritual y cuán religioso, puede ser un velo, si no es el Señor mismo. Tal vez usted siga bajo esta clase de velo. Esta es la razón por la cual está sentado aquí, pero no puede ver al Señor.
En 2 Corintios 3:18 dice que todos nosotros, a cara descubierta, contemplamos como un espejo. Somos un espejo. Por ser un espejo, contemplamos. Lo que contempla un espejo, es lo que refleja. Debemos tener una cara descubierta que contemple y refleje la gloria de Dios, así como Moisés cuando contempló la gloria de Dios durante cuarenta días, y la gloria de Dios resplandecía desde el cutis de su rostro. Cuando él descendió del monte, resplandecía, y brillaba con la gloria de Dios. Todos debemos ser así. Todos debemos olvidar todo lo malo, lo bueno, lo santo, lo profano, lo religioso, lo irreligioso, lo espiritual, lo no espiritual. Debemos echar a un lado todo lo que no es el Señor mismo. Debemos percatarnos de la astucia del enemigo. Satanás puede usarlo todo para desviarlo a usted e impedirle que contemple al Señor. Lo único que Satanás no puede usar es al Señor mismo.
El Nuevo Testamento contiene por lo menos cuatro libros escritos particularmente acerca de las cosas que obstaculizan a la gente y le impiden contemplar al Señor, cosas que ponen un velo sobre la gente para que no tenga contacto con el Señor ni lo disfrute a El. El libro de Gálatas habla de la ley, de la religión y de la tradición. Todo eso constituye un velo de separación. La ley fue dada por Dios y era santa. Inclusive el Nuevo Testamento dice que la ley es santa (Ro. 7:12). No obstante, hasta la ley puede separarlo a usted de Cristo, e interrumpir el disfrute que tiene de Cristo (Gá. 5:4). Podemos ser separados de Cristo, no solamente por los libros inmorales, sino por la ley que Dios dio. ¿Cómo? Porque el rostro de uno puede volverse a la ley en vez de volverse a Cristo. Por consiguiente, la ley se convierte inmediatamente en velo. La ley forma siempre una religión, y la religión tiene largas tradiciones. De modo que, tenemos la ley, la religión y las tradiciones, las cuales forman capas que lo aíslan a uno de la electricidad celestial, la cual es el Señor mismo.
Colosenses es otro libro. En Colosenses se usa la palabra filosofía. En Colosenses la palabra filosofía denota en realidad el gnosticismo. El gnosticismo era una filosofía muy elevada, una composición de las filosofías griega, egipcia y babilónica, además de la filosofía del cristianismo, la cual incluía la filosofía judía. Era realmente una mezcla. Aquella filosofía, el producto más elevado de la cultura humana, se infiltró en la iglesia primitiva, y causó un gran obstáculo. Aunque la filosofía puede resultar buena y ser el mejor producto de la cultura humana, se convierte en velo porque no es el Señor. Debe ser aniquilada.
Llegamos a otro libro, el libro de Hebreos. Si usted lee dicho libro, verá que presenta una lista de todo lo bueno del judaísmo. El libro de Hebreos nos muestra que todas las buenas cosas del judaísmo deben ser consideradas como tipos, figuras y sombras de Cristo.
Supongamos que usted antes de visitarme me manda una fotografía suya. Estimaré esa fotografía porque le amo a usted. Esto es de esperarse; simplemente amo su fotografía. Ahora usted viene a visitarme personalmente. En lugar de mirarlo a usted, sigo mirando a su fotografía y amándola. Su fotografía se convierte en velo para mis ojos. Usted dirá: “Necio, tira la fotografía. Mírame a Mí”.
Antes de que Jesús viniese, Dios usó el Antiguo Testamento para presentar a Su pueblo muchos cuadros de Cristo desde varios ángulos. Sin embargo, los judíos se fijaron simplemente en los cuadros, no sólo vistos desde cuatro ángulos, sino desde treinta y dos direcciones distintas. Eso los absorbía y les impedía ver a Cristo. Cristo se encuentra fuera de ese cerco. Los judíos vieron muchas cosas acerca de Cristo, pero no pudieron ver al propio Cristo. Por tanto, el libro de Hebreos fue escrito para comunicarles a todos los creyentes judíos que debían abandonar los cuadros, todo el sistema del judaísmo y mirar a Cristo. Considere al Apóstol y Sumo Sacerdote, Jesucristo (He. 3:1). Olvídese de Moisés, de los ángeles y de Josué. Considere solamente a nuestro Apóstol Jesucristo. Considere a nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo. Mírelo a El; no lo mire solamente, sino que ponga sus ojos en El (He. 12:2). Apártese de las cosas judías. Apártese de la Biblia y mire a Jesús mismo.
Tenemos un libro más, 1 Corintios. En 1 Corintios, Pablo nos advirtió que aun los dones espirituales, tales como el hablar en lenguas, la interpretación de lenguas, las sanidades y los milagros, pueden ser velos para el cristiano. ¿Ve usted la sutileza del enemigo?
La ley, la filosofía, el judaísmo con sus escrituras y enseñanzas, y los dones espirituales, son buenos, pero se han convertido en velos que cubren la cara de muchos cristianos genuinos. Todos debemos decir al Señor Jesús: “Señor Jesús, te amo. Estimo la Biblia porque te revela a Ti, pero nunca dejaré que la Biblia se convierta en un velo. Te amo, Señor Jesús. Te amo a Ti personalmente, te amo directamente, te amo de manera muy íntima. Te amo besándote. No me agrada que estés alejado. Quiero verte cara a cara. Señor, quiero incluso besarte”. Creo que muchos de ustedes ya han entrado en esta experiencia, pero todos debemos ser preservados en esta experiencia. Debemos decirle al Señor: “Señor Jesús, aprecio los dones porque me ayudan a tocarte, pero si los dones llegan a ser un velo, los abandonaré. Te amo sólo a Ti, Señor. Te amo personal, directa e íntimamente. Te amo de una manera tal que puedo besarte en cualquier momento. No existe ninguna distancia entre Tú y yo, ninguna distancia, ninguna separación y ningún aislamiento. Estoy directa e íntimamente en Tu presencia”. Si usted actúa así, subirá al monte de la transfiguración. Será transfigurado y resplandecerá.
Entre nosotros son muchos los que pueden dar testimonio de sus padres. Cuando salían de su cuarto después de pasar tiempo en la presencia del Señor, sus rostros resplandecían, dándonos testimonio de que ellos habían estado con el Señor. Este resplandor subyuga toda criatura rebelde. Somete al marido, a la esposa, a los hijos y a toda clase de circunstancias. Este resplandor es el reino; es el señorío. El señorío proviene del resplandor. Jesús apareció en Su reino cuando se transfiguró. El resplandeció como el sol. El tenía la imagen y tenía el señorío.