Mensaje 10
Lectura bíblica: Gá 2:19-20; Ro. 6:6, 8; 2 Co. 5:14-15; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Jn. 6:57b; Fil. 1:21a
Gálatas 2:20 es un versículo conocido. En este versículo vemos uno de los puntos básicos de la economía neotestamentaria de Dios: ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Conforme a la economía de Dios, ya no deberíamos vivir nosotros, sino que Cristo debería vivir en nosotros. Esto es un aspecto básico de la verdad del evangelio. Sin embargo, la mayoría de los cristianos no tienen la comprensión apropiada de lo que significa decir ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí.
Debido a que esto no ha sido aclarado, algunos cristianos, incluyendo ciertos maestros del cristianismo, piensan que 2:20 habla de lo que se ha llamado una vida intercambiada. Según este concepto, nosotros somos reemplazados por Cristo. Cristo entra y nosotros salimos. Conforme a este concepto de tener una vida intercambiada, nuestra vida es miserable, y la vida de Cristo es mucho mejor. Por consiguiente, debemos intercambiar nuestra vida por la vida de Cristo. Como veremos, este es un concepto equivocado.
Gálatas 2:20 no habla de una vida intercambiada. Aquí Pablo dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Luego él pasa a decir: “Y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios”. Por un lado, Pablo dice “ya no vivo yo” y por otro lado, dice “vivo”. Si considera usted este versículo en conjunto, verá que no existe tal pensamiento de una vida intercambiada. Lo que aquí es presentado no es un intercambio; más bien, es un profundo misterio.
Hemos señalado que el libro de Gálatas revela las verdades básicas de la economía neotestamentaria de Dios. Entre estas verdades básicas, la más básica se encuentra en 2:20. Debido a que la verdad de que ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí es tan básica, es también misteriosa; y debido a que es misteriosa, no ha sido adecuadamente entendida por los cristianos a lo largo de los siglos. Por lo tanto, esperamos en el Señor que El nos aclare esta verdad básica.
Hemos señalado que en este versículo Pablo dice por un lado, “ya no vivo yo” y por otro lado dice “vivo”. ¿Cómo podemos reconciliar esto? Una vez más quisiera señalar que no se trata de un intercambio de vida. La forma de interpretar la Biblia adecuadamente es por medio de la Biblia misma. Esto significa que para entender este versículo se necesitan otros versículos. Romanos 6:6 nos dice que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo. Este versículo nos ayuda a ver que el mismo yo que ha sido crucificado con Cristo es el viejo “yo”, es decir, el viejo hombre. Debido a que somos personas regeneradas, tenemos tanto un viejo “yo” como un nuevo “yo”. El viejo “yo” ha sido terminado, pero el nuevo “yo” vive. En Gálatas 2:20 tenemos tanto el viejo “yo” como el nuevo “yo”. El viejo “yo” ha sido crucificado con Cristo, ha sido terminado. Por lo tanto, Pablo puede decir: “ya no vivo yo”. Sin embargo, el nuevo “yo” todavía vive. Por esta razón, Pablo puede decir “vivo”.
Ahora debemos pasar a ver la diferencia que existe entre el viejo “yo” y el nuevo “yo”. Debido a que este versículo 2:20 nos es muy familiar, podemos darlo por sentado y asumir que lo entendemos. Pero, ¿cuál es la diferencia entre el viejo “yo” y el nuevo “yo”? Según el entendimiento natural, algunos dirían que el viejo “yo” es malo, mientras que el nuevo “yo” es bueno. Este concepto de la diferencia entre el viejo “yo” y el nuevo “yo” debe ser rechazado. El viejo “yo” no tenía nada de Dios, mientras que el nuevo “yo” ha recibido la vida divina. El viejo “yo” ha sido hecho un nuevo “yo” porque Dios como vida le ha sido añadido. El “yo” que ha sido terminado es el “yo” que no poseía la divinidad. El “yo” que todavía vive es el “yo” en el cual Dios ha sido añadido. Aquí hay una gran diferencia. El viejo “yo”, el “yo” que no posee a Dios, ha sido terminado. Pero el nuevo “yo” vive todavía, el “yo” que comenzó a existir cuando el viejo “yo” fue resucitado y Dios le fue añadido. Por un lado, Pablo ha sido terminado. Pero por otro lado, un Pablo resucitado, un Pablo que tiene a Dios como su vida, vive todavía.
Debido a su rechazo de la luz de Dios, muchos cristianos están cegados y no pueden entender de este modo Gálatas 2:20. Si oyen hablar del viejo “yo” y del nuevo “yo”, rechazarán este concepto. Tal rechazo, sin embargo, no tendrá fundamento. Como genuinos cristianos, ellos han sido regenerados. Cuando una persona es regenerada, no es aniquilada ni destruida. Ser regenerado significa tener a Dios añadido a nosotros. En la regeneración, nosotros, que antes no teníamos a Dios en nosotros, ahora le tenemos añadido. El propio “yo” que no tenía a Dios llega a su fin. Este es el viejo “yo”, el viejo hombre, quien ha sido crucificado con Cristo. Pero a partir del momento en que comenzamos a apreciar al Señor Jesús y a partir de que la fe operativa comenzó a obrar en nosotros, esta fe introdujo al Dios Triuno procesado en nosotros y lo agregó a nuestro ser. A partir de entonces comenzamos a tener un nuevo “yo”, un “yo” que posee a Dios. Por consiguiente, el nuevo “yo” es el viejo “yo” que ahora es un “yo” resucitado que posee a Dios. ¡Alabado sea el Señor porque el viejo “yo” ha sido terminado y el nuevo “yo” ahora vive!
En 2:20 Pablo dice: “mas vive Cristo en mí”. Según el concepto de una vida intercambiada, nuestra vida está terminada y Cristo vive. Pero necesitamos una comprensión más completa de lo que significa decir que Cristo vive en nosotros. Es fácil entender que Cristo vive. Pero es difícil entender cómo Cristo vive en nosotros. Esto no significa que yo he sido crucificado y que ya no vivo yo, ni tampoco significa que Cristo vive en vez de mí. Por un lado, Pablo dijo “ya no vivo yo”; por otro, el dijo “mas vive Cristo en mí”. La frase “en mí” es de gran importancia. Sí, es verdad que Cristo vive, pero vive en nosotros.
A fin de entender cómo Cristo puede vivir en nosotros, necesitamos dirigirnos a Juan 14. Antes de Su muerte y resurrección, el Señor Jesús les dijo a los discípulos: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (v. 19). Cristo vive en nosotros por medio de hacer que nosotros vivamos con El. Cristo no vive solo. El vive en nosotros y con nosotros. El vive por medio de capacitarnos para vivir con El. En un sentido muy real, si no vivimos con El, El no puede vivir en nosotros. Nosotros no hemos sido totalmente eliminados, y nuestra vida no ha sido intercambiada por la vida divina. Seguimos existiendo, pero existimos con el Dios Triuno. El Dios Triuno que ahora mora dentro de nosotros nos hace vivir con Cristo. Por lo tanto, Cristo vive en nosotros por medio de que vivamos con El.
Una vez más el ejemplo del injerto nos ayuda a entender. Después que una rama ha sido injertada en un árbol productivo, la rama sigue viviendo. Sin embargo, no vive por sí misma, sino por el árbol en el cual ha sido injertada. Más aún, el árbol vive en la rama que le ha sido injertada. La rama ahora vive una vida injertada. Esto significa que vive, no por sí misma, sino por la vida del árbol en el cual ha sido injertada. Además, esta otra vida, la vida del árbol productivo, no vive por sí misma, sino por la rama injertada en ella. La vida del árbol vive en la rama. Finalmente, la rama y el árbol tienen una vida con un solo vivir. Con base en el mismo principio, nosotros y Cristo también tenemos una vida y un vivir.
En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí”. El Hijo no vivía por Sí mismo. Sin embargo, esto no quiere decir que el Hijo fue hecho a un lado y dejó de existir. El Hijo, por supuesto, siguió existiendo, pero El no vivía Su propia vida. En vez, El vivía la vida del Padre. De esta manera, el Hijo y el Padre tenían una vida y un vivir. Compartían la misma vida y tenían el mismo vivir.
El mismo principio se aplica hoy día a nuestra relación con Cristo. Nosotros y Cristo no tenemos dos vidas. Más bien, tenemos una vida y un vivir. Nosotros vivimos por El, y El vive en nosotros. Si nosotros no vivimos, El no vive; y si El no vive, nosotros no podemos vivir. Por una parte, estamos terminados; por otra parte, seguimos existiendo, pero no vivimos sin El. Cristo vive dentro de nosotros, y nosotros vivimos con El. Por lo tanto, nosotros y El tenemos una vida y un vivir.
Gálatas 2:20 explica cómo mediante la ley hemos muerto a la ley. Cuando Cristo fue crucificado, nosotros fuimos incluidos en El conforme a la economía de Dios. Esto es un hecho cumplido. Hemos muerto en Cristo por medio de Su muerte, pero ahora El vive en nosotros mediante Su resurrección. Que El viva en nosotros se basa totalmente en el hecho de que El es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45b). Este punto es plenamente desarrollado en los siguientes capítulos de Gálatas, donde el Espíritu es presentado y donde se recalca que el Espíritu es Aquel que hemos recibido como vida y en el cual debemos vivir.
El “yo”, la persona natural, se inclina a guardar la ley para que yo sea perfecto (Fil. 3:6), pero Dios quiere que yo viva a Cristo para que Dios pueda ser expresado en mí a través de El (Fil. 1:20-21). Por tanto, la economía de Dios es que “yo” sea crucificado en la muerte de Cristo y que Cristo viva en mí en Su resurrección. Guardar la ley es exaltarla por sobre todas las cosas en mi vida; vivir Cristo es hacer que El sea el centro de mi vida, hacer que El sea todo para mí. La ley fue usada por Dios para guardar a Su pueblo en custodia para Cristo por un periodo de tiempo (Gá. 3:23), para finalmente conducirlos a Cristo (3:24) a fin de que le recibiesen como vida y le viviesen como la expresión de Dios. Puesto que Cristo ha venido, la función de la ley ha sido terminada; por lo tanto, Cristo debe reemplazar la ley en mi vida para que el propósito eterno de Dios sea cumplido.
En 2:20 Pablo habla de Cristo y también del Hijo de Dios. El título “Cristo” se refiere principalmente a la misión de Cristo tocante a llevar a cabo el plan de Dios. La frase “El Hijo de Dios” se refiere a la persona de Cristo para impartir la vida de Dios dentro de nosotros. Por tanto, la fe en la cual vivimos la vida de Dios está en el Hijo de Dios, quien es Aquel que imparte vida. El Hijo de Dios nos amó y a propósito se entregó a Sí mismo por nosotros para poder impartir la vida divina dentro de nosotros.
La vida que ahora vivimos en la carne no es bíos, la vida física, ni psujé, la vida del alma, sino zoé, la vida espiritual y divina.
Pablo dice que la vida que ahora vivimos en la carne la vivimos en la fe, la fe del Hijo de Dios. No vivimos la vida divina por medio de ver ni por medio de sentir, tal como vivimos la vida física y la vida del alma. La vida divina, que es la vida espiritual en nuestro espíritu, se vive por el ejercicio de la fe, la cual es estimulada por la presencia del Espíritu vivificante.
Al hablar de la fe, Pablo se refiere a “la fe del Hijo de Dios”. ¿Qué significa aquí esta pequeña palabra “del”? Significa que la fe mencionada en este versículo es la fe del Hijo de Dios, la fe que El mismo posee. Sin embargo, al interpretar este versículo, nosotros y muchos otros hemos dicho que esta frase en verdad significa la fe en el Hijo de Dios. No obstante, el griego no usa aquí la preposición “en”. He dedicado mucho tiempo a tratar de entender este asunto. Después de consultar los escritos de varias autoridades principales, he llegado a estar completamente convencido de que aquí Pablo no habla de la fe del Hijo, sino de la fe en el Hijo. Sin embargo, todavía tenemos que explicar por qué en este versículo, así como también en 2:16 y 3:22, Pablo no usa la preposición “en”. No podemos comprender esto adecuadamente sólo por medio de estudiar las Escrituras literalmente. También es necesario que consideremos nuestra experiencia.
Pablo escribió el libro de Gálatas conforme a la verdad y conforme a su experiencia. Conforme a nuestra experiencia cristiana, la genuina fe viviente que opera en nosotros no es sólo en Cristo, sino también de Cristo. Por consiguiente, lo que Pablo aquí quiere decir es en realidad “la fe de y en Cristo”. El pensamiento de Pablo es que la fe es tanto de Cristo como en Cristo.
Hemos señalado que la fe es nuestra apreciación de lo que el Señor es y de lo que El ha hecho por nosotros. Hemos señalado también que la fe genuina es Cristo mismo infundido en nosotros para llegar a ser nuestra capacidad de creer en El. Después de que el Señor se ha infundido en nosotros, El espontáneamente llega a ser nuestra fe. Por un lado, esta fe es de Cristo; por otro lado, es en Cristo. Sin embargo, es muy simple solamente decir que la fe es Cristo. Debemos decir que la fe es Cristo revelado a nosotros e infundido en nosotros. La fe está relacionada no solamente con el Cristo que ha sido infundido en nosotros, sino también con el Cristo que se está infundiendo a Sí mismo en nosotros. Mientras Cristo opera en nosotros, El llega a ser nuestra fe. Esta fe es de El y también en El.
La prueba de que la fe mencionada en 2:20 se refiere tanto a la fe de Cristo como a la fe en Cristo, se encuentra en las palabras de Pablo al final del versículo. El concluye el versículo diciendo que el Hijo de Dios es Aquel que “me amó y se entregó a Sí mismo por mí”. Al escribir estas palabras, Pablo rebosaba de apreciación por el Señor Jesús. De otra manera, al final de un versículo tan largo, no habría necesidad de que él dijese que Cristo le amaba y se había entregado a Sí mismo por él. El pudo haber concluido con la expresión “la fe del Hijo de Dios”. Pero mientras hablaba de la manera en que ahora él vivía, su corazón rebosaba de gratitud y apreciación. La fe proviene de tal apreciación por el Señor Jesús. La fe en Cristo y la fe de Cristo son fruto de la apreciación por Cristo.
En 2 Corintios 5:14 y 15 Pablo dice: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, habiendo juzgado así: que Uno murió por todos, por consiguiente todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos y fue resucitado”. Conforme consideramos estos versículos, podemos ver que la fe de Pablo provenía de una apreciación por el amor de Cristo, el cual es un amor que constriñe. Cuanto más apreciemos el amor de Cristo, más fe tendremos. Esta fe no es producida por nuestra propia capacidad o actividad. Más bien, es producida por la obra en nosotros del mismo Cristo a quien apreciamos. Debido a nuestra apreciación por el Señor Jesús, diremos: “Señor Jesús, te amo, y Tú eres mi tesoro”. Mientras le decimos esto al Señor, El opera dentro de nosotros y llega a ser nuestra fe. Esta fe produce una unión orgánica en la cual nosotros y Cristo somos verdaderamente uno.
Me gustaría contarles una historia verdadera que confirma el punto de que la fe que opera en nosotros proviene de nuestra apreciación por el Señor Jesús. Durante la rebelión de los “boxers” en China, centenares de cristianos fueron martirizados. Un día en Pekín, la antigua capital de China, los “boxers” desfilaban por la calle. Sentada al fondo de un vagón iba una joven cristiana que era conducida a su ejecución. Estaba rodeada de verdugos, quienes llevaban espadas en las manos. La atmósfera era aterradora, llena de los gritos de los “boxers”. Sin embargo, el rostro de ella resplandecía mientras cantaba alabanzas al Señor. Las tiendas estaban cerradas debido al alboroto. Sin embargo, un joven estaba observando esta escena a través de una grieta al frente de una tienda. Impresionado profundamente por el rostro resplandeciente, la alegría y los cantos de alabanza de la joven, él decidió en ese momento que hallaría la verdad de la fe cristiana. Más tarde aprendió tal verdad y llegó a ser un creyente en Cristo. A la larga, dejó su negocio y se volvió predicador. Un día, cuando estaba él de visita en mi pueblo natal, me contó esta historia de cómo se había vuelto cristiano.
El punto aquí es que esta joven podía estar llena de alabanzas en medio de una situación tan aterradora porque la fe estaba obrando dentro de ella. Ella estaba llena de apreciación por el Señor Jesús. Debido a que ella lo amaba tanto, El espontáneamente llegó a ser la fe dentro de ella. Esta fe produjo una unión orgánica en la cual ella estaba unida al Señor. Esta unión orgánica es un aspecto básico y crucial de la economía neotestamentaria de Dios.
Los Gálatas se habían desviado de la economía de Dios y habían vuelto a la ley, la cual estaban tratando de guardar por los esfuerzos de la carne. Pero cuando nos esforzamos por guardar la ley de esta manera, estamos alejados de Dios. La economía de Dios no consiste en que tratemos de guardar la ley por la fuerza de nuestra carne. Su economía consiste en que El mismo se forja en nosotros. El Dios Triuno ha llegado a ser el Dios procesado. Mediante la encarnación, Cristo vino en la carne para cumplir la ley y luego hacerla a un lado. Mediante Su resurrección, Cristo fue hecho el Espíritu vivificante, el cual está listo para entrar en nosotros. La economía neotestamentaria de Dios es para que el Dios Triuno procesado sea forjado en nosotros a fin de que se convierta en nuestra vida y en nuestro propio ser. Si vemos esto, podremos proclamar que hemos sido crucificados con Cristo y que ya no vivimos nosotros. Sin embargo Cristo vive en nosotros, y nosotros vivimos por la fe que es en El y de El. Nuestra vieja persona ha sido crucificada, pero la nueva persona, el nuevo “yo”, todavía vive. Ahora vivimos por la fe en el Hijo de Dios y del Hijo de Dios, una fe que produce una unión orgánica en la cual nosotros y Cristo somos uno. No hay comparación entre guardar la ley y tal unión orgánica.
Gálatas 2:20 es una revelación de la economía de Dios. En Su economía, la intención de Dios es que el Dios Triuno procesado sea forjado en nuestro ser para hacer de nosotros una nueva persona, un nuevo “yo”. La vieja persona, el viejo “yo”, el “yo” que no tiene a Dios, está terminado; pero la nueva persona, el nuevo “yo”, el “yo” que posee al Dios Triuno, vive todavía. Vivimos con Cristo y por Cristo. Además, vivimos por la fe, la cual es el medio para introducirnos en unidad con El. En esta unión orgánica somos uno con el Señor, porque tenemos una vida y un vivir con El. Cuando vivimos, El vive. El vive en nosotros, y nosotros vivimos con El.
Yo creo que ahora podemos entender lo que significa decir que Cristo vive en nosotros y que la vida que ahora vivimos, la vivimos por la fe del Hijo de Dios, el cual nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros. La experiencia presentada en este versículo implica que Dios en Su Trinidad ha sido procesado. Después de que Cristo se encarnó, El vivió en la tierra y luego fue crucificado, sepultado y resucitado. En Su resurrección El fue hecho el Espíritu vivificante. Después de Su ascensión, Cristo fue coronado, entronizado y hecho Señor de todo. En el día de Pentecostés, El descendió sobre Su Cuerpo como el Espíritu. Desde aquel entonces hasta ahora, El ha estado obrando y moviéndose en la tierra, en busca de quienes lo aprecien a El e invoquen Su nombre. Siempre que de nuestra apreciación por El nace en nosotros el deseo de invocarle, El entra en nosotros y llega a ser la fe viviente que opera en nosotros y nos introduce en una unión orgánica con El. En esta unión podemos verdaderamente decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe, la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí”. En esto consiste la economía neotestamentaria de Dios. Espero que esta visión sea infundida en todos los santos.
Puedo testificar que debido a que he visto esta visión celestial, nada puede moverme. Estoy dispuesto a dar toda mi vida por la visión de la economía de Dios. La vieja persona ha sido crucificada con Cristo, y Cristo ahora vive en mí, la nueva persona. La vida que vivo, la vivo por la fe, la fe del Hijo de Dios y la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí. En esto vemos la mezcla del Dios Triuno con el hombre tripartito. ¡Qué maravilloso!