Mensaje 11
Lectura bíblica: Gá. 2:16, 20-21; 3:3; 4:21; 5:2, 4, 16, 24-25; Jn. 1:17; 6:57; 15:4-5; 1 Co. 6:17; 15:45b; 2 Co. 3:17; Ro. 5:17-18, 21; 1 Ti. 1:14
En 2:21 Pablo dice: “No hago nula la gracia de Dios”. Si consideramos este versículo conforme al contexto, vemos que anular la gracia de Dios quiere decir que en nuestra experiencia no tenemos a Cristo viviendo en nosotros. En el versículo 20 Pablo dice: “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”. Después dice que él no hace nula la gracia de Dios. Esto es una firme indicación para nosotros como creyentes que anular la gracia de Dios es que le neguemos a Cristo la oportunidad de vivir en nosotros. La gracia de Dios es sencillamente el mismo Cristo viviente. Permitir que Cristo viva en nosotros es disfrutar la gracia de Dios, pero no permitir que Cristo viva en nosotros es anular la gracia de Dios.
Es importante que descubramos el significado verdadero y adecuado de la gracia de Dios según el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento en realidad no se hace mención de la gracia de Dios. La palabra “gracia”, tal como se usa en el Antiguo Testamento, significa favor. Juan 1:17 nos dice que la gracia vino por medio de Jesucristo. Antes de la encarnación del Hijo de Dios, la gracia todavía no había llegado. La gracia llegó cuando el Señor Jesús vino. Antes de ese tiempo, la ley había sido dada por medio de Moisés. La promesa de la gracia también le había sido dada a Abraham; esta promesa fue dada antes que la ley fuese dada. Primero, Dios le dio a Abraham la promesa de la gracia. Luego, cuatrocientos treinta años más tarde, la ley fue dada por medio de Moisés en el monte Sinaí. Pasaron aproximadamente otros mil quinientos años antes de que la gracia viniese por medio de Jesucristo, es decir, por medio del Hijo de Dios encarnado.
Conforme a Juan 1:1 y 14, el Verbo que era desde el principio con Dios y que era Dios se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de realidad. El versículo 16 dice: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”. Puesto que la gracia vino con Jesucristo, la gracia no estaba todavía presente en el Antiguo Testamento.
Ahora debemos dar una definición de la gracia. La gracia es Dios en Su Trinidad, procesado por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión, para ser todo para nosotros. Después de pasar por ese largo proceso, el Dios Triuno ha venido a ser todo para nosotros. El es nuestra redención, salvación, vida y santificación. Habiendo sido procesado para ser el todo-inclusivo Espíritu vivificante, el Dios Triuno mismo es nuestra gracia.
Si hemos de entender la gracia tal como se revela en el Nuevo Testamento, necesitamos tener una visión clara de la totalidad del Nuevo Testamento. La gracia es un asunto de gran importancia. Para los judíos, la entrega de la ley por medio de Moisés fue un gran evento. El hecho de que la venida de la gracia esté en contraste con la entrega de la ley, indica que la gracia es mayor que la ley. Con respecto a los judíos, aparte de Dios mismo nada era mayor que la ley. Pero Juan 1:17 indica que la gracia es mayor que la ley. La ley fue dada, pero la gracia vino.
Según el concepto de muchos cristianos, la gracia de Dios es principalmente un asunto relacionado con bendiciones materiales. Algunos cristianos se reúnen al final del año para contar las bendiciones que Dios les ha concedido durante ese año, y para agradecerle por Su inmensa gracia de haberles enviado esas bendiciones. Después proceden a agradecerle al Señor por cosas tales como una casa grande y ropa nueva. ¡Este concepto acerca de la gracia es muy pobre! El apóstol Pablo hubiera considerado esas cosas como estiércol, no como gracia.
Ya hemos señalado que, según Juan 1:17, la gracia es mayor que la ley. Seguramente Dios mismo es mayor que la ley. Sin embargo, si nuestra apreciación por Dios sigue siendo objetiva, en nuestra experiencia El no será mayor que la ley. A fin de que para nosotros El sea mayor que la ley, nuestra apreciación por el Dios Triuno debe ser subjetiva. Por consiguiente, en el Nuevo Testamento, la gracia denota al Dios Triuno procesado para ser todo para nosotros y vivir en nosotros. Nada puede sobrepasar al hecho de que el todo-inclusivo y procesado Espíritu vivificante viva en nosotros.
Ya hemos señalado que en 2:20 Pablo dice que él ha sido crucificado con Cristo y que Cristo vive en él. Después, en el versículo 21 agrega que él no ha hecho nula la gracia de Dios. Esto quiere decir que la gracia de Dios es el Hijo de Dios viviendo en nosotros. Sin duda alguna esto es mucho mayor que la ley. El Hijo de Dios no sólo se encarnó para vivir en la tierra, ser crucificado, ser resucitado y ascender a los cielos; El también vino para vivir en nosotros. Esto es gracia.
Volverse a la ley es rechazar esta gracia. Es rechazar al mismo Hijo de Dios que ahora vive en nosotros. Esto es anular la gracia de Dios. Sin embargo, si permanecemos en Cristo, disfrutándole como todo para nosotros, no anulamos la gracia de Dios.
Todas las epístolas de Pablo comienzan y terminan diciendo algo acerca de la gracia. Esto también es verdad con respecto al libro de Apocalipsis. En Apocalipsis 1:4 Juan escribe a las siete iglesias que están en Asia: “Gracia ... a vosotros”; y en 22:21 Juan concluye con las palabras: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros”. Pablo concluye la epístola a los gálatas diciendo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu, hermanos”. Si la gracia fuera un asunto de bendiciones materiales, ¿cómo podría la gracia estar con nuestro espíritu? La gracia no es una cosa física o material; es divina y espiritual. En realidad, como ya hemos señalado con énfasis, la gracia es Dios mismo de una manera subjetiva para ser todo para nuestro disfrute. Espero que todos los santos puedan comprender claramente esta definición de la gracia.
Ahora consideremos conforme al Nuevo Testamento lo que esta gracia ha hecho por nosotros y lo que hará por nosotros. Aunque el hombre fue creado a la imagen y semejanza de Dios a fin de expresarle y representarle a El, el hombre cayó. Al caer, el hombre no simplemente hizo algo incorrecto exteriormente, sino que la misma naturaleza del pecado le fue inyectada. Por consiguiente, por fuera somos pecaminosos, y por dentro somos malignos. Ante el Dios justo, nuestra conducta es pecaminosa y a los ojos del Dios santo, nuestra naturaleza es maligna. Además, no hay nada que podamos hacer tocante a nuestra situación. Es extremadamente insensato que el hombre caído acuda a la ley y se esfuerce por guardarla. Aunque pudiéramos guardar la ley, ¿qué haríamos con nuestra naturaleza maligna? ¡Cuánto debemos alabar a Dios por Su gracia y por lo que ésta ha hecho por nosotros! En primer lugar, el Dios Triuno se encarnó para vivir en la tierra a fin de cumplir los requisitos de la ley justa y santa de Dios. Habiendo cumplido los requisitos de la ley, fue a la cruz y murió por nuestros pecados como nuestro substituto. Por medio de Su muerte Cristo nos ha redimido. Por lo tanto, la redención es lo primero que la gracia de Dios ha efectuado por nosotros.
Después de efectuar la redención por medio de Su muerte, Cristo fue resucitado de entre los muertos a fin de liberar la vida divina de Su interior. En resurrección El fue hecho el Espíritu vivificante que ha de ser recibido por aquellos que lo aprecian, lo aman, creen en El, invocan Su nombre y se arrepienten. Tan pronto como un pecador le responde de este modo, El como el Espíritu vivificante entra en tal persona y nace en ella mediante la regeneración. ¿No es este acaso un aspecto de la gracia de Dios? Esto es la segunda cosa que la gracia de Dios ha hecho por nosotros.
En tercer lugar, a partir de nuestra regeneración, Cristo ha estado residiendo en nuestro espíritu a fin de vivir en nosotros y con nosotros. Por medio de vivir en nosotros Cristo nos capacita para que tengamos la clase de vivir que satisface a Dios. En Su gracia, Cristo vive en nosotros y con nosotros.
Conforme Cristo vive dentro de nosotros El también ministra en nuestro ser todas Sus riquezas a fin de santificarnos, transformarnos y hacernos hijos de Dios en la realidad y en la práctica. De este modo, disfrutamos una filiación total.
En quinto lugar, llegado el tiempo señalado, Cristo volverá y saturará nuestro cuerpo físico con Su elemento. Esto hará que nuestro cuerpo sea transfigurado a un cuerpo de gloria, un cuerpo que será igual al cuerpo de la resurrección de Cristo. Sin duda este es otro aspecto de la gracia de Dios. Por medio de saturarnos, Cristo nos glorificará y El será glorificado en nosotros. El nos introducirá en Su gloria, donde nosotros seremos exactamente iguales a El en espíritu, alma y cuerpo.
Por último, en la eternidad y por la eternidad disfrutaremos a Cristo como el agua viviente y como el árbol de vida.
Esta descripción de lo que la gracia de Dios es para nosotros abarca todo el Nuevo Testamento, desde el principio de Mateo hasta el final de Apocalipsis. El Dios Triuno, el Padre, el Hijo y el Espíritu, ha sido procesado a través de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión a fin de entrar en nosotros, de ser uno con nosotros y de ser todo para nosotros. Ahora el es nuestra redención, salvación, vida, vivir, santificación y transformación, y El será nuestra conformación, glorificación y eternidad. Esta es la porción de los santos en luz (Col. 1:12).
No podemos disfrutar la gracia de Dios en su totalidad en un día ni en una vida. Necesitamos toda la eternidad para obtener el disfrute total de esta gracia. Esta es la propia gracia que vino cuando el Señor Jesús vino, y esta es la gracia que necesitamos día a día. Alabado sea el Señor porque ésta es la gracia que obtenemos cuando nos acercamos diariamente al trono de la gracia para que sea satisfecha a tiempo nuestra necesidad. Cada mañana debemos dirigirnos al Señor y orar: “Señor, concédeme Tú gracia hoy. Necesito mi porción diaria de Tu gracia. Que la gracia sea conmigo y con todos mis hermanos y hermanas”. ¡Todos debemos orar de este modo! Entonces experimentaremos la gracia, la gracia que es el mismo Dios Triuno procesado para ser el Espíritu vivificante todo-inclusivo para nuestro disfrute.
En 2:21 Pablo dice: “Pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo”. Cristo murió por nosotros a fin de que en El nosotros hallásemos la justicia por la cual pudiésemos recibir la vida divina (Ro. 5:18, 21). Esta justicia no es recibida por medio de la ley, sino por medio de la muerte de Cristo. Si por la ley fuese la justicia, Cristo habría muerto por nada, por demás. Pero la justicia se obtiene por la muerte de Cristo, la cual nos ha separado de la ley. Ahora, según Romanos 5:17, “reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”, es decir, nosotros. La gracia nos capacita para reinar en vida.
Es la gracia de Dios que Cristo haya impartido la vida divina dentro de nosotros por medio del Espíritu vivificante. No vivir por este Espíritu es anular la gracia de Dios. Anular la gracia de Dios es rechazar al Dios Triuno procesado, quien ahora es el Espíritu vivificante todo-inclusivo. Los judaizantes querían que los creyentes gálatas se regresaran a la ley. Regresar a la ley es anular la gracia de Dios. Es negar y rechazar al Dios Triuno procesado. Además, es fracasar en cuanto a experimentar y disfrutar a este Dios procesado. Por medio de esto podemos ver que anular la gracia de Dios mediante volver a la ley es un asunto muy serio.
En su ceguera, los judaizantes eran insensatos. Si ellos hubiesen visto lo que era la gracia de Dios, no hubieran sido judaizantes. Pero debido a que estaban ciegos, persistían celosamente en alejar de Cristo a las personas. Fracasaron en darse cuenta que la economía de Dios no consiste en que Su pueblo escogido guarde la ley. La economía de Dios es para que Su pueblo disfrute al Dios Triuno, quien ha sido procesado y ahora es el Espíritu vivificante por medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión, la resurrección y la ascensión. En Su economía Dios intenta que Su pueblo le disfrute a El mismo, el Dios Triuno, y venga a ser uno con El. Así Su pueblo sería uno en la vida divina para expresar a Dios corporativamente. Esta expresión corporativa del Dios Triuno es la vida de la iglesia. El producto final de esto será la Nueva Jerusalén, la expresión corporativa del Dios Triuno en la eternidad.
Si tenemos esta visión acerca de la economía de Dios, ¿cómo nos regresaríamos a la ley? ¿Cómo podríamos alejarnos del Dios Triuno que ha sido procesado para ser nuestra gracia? No es de asombrarse que Pablo haya dicho que los gálatas eran insensatos. En su insensatez estaban anulando la gracia de Dios.
Si hemos de ser de los que no anulan la gracia de Dios, es necesario que habitemos en Cristo (Jn. 15:4-5). Habitar en Cristo es permanecer en el Dios Triuno procesado. Además, necesitamos disfrutar a Cristo, especialmente por medio de comerle (Jn. 6:57b). Después debemos seguir adelante y ser un espíritu con Cristo (1 Co. 6:17), andar en el Espíritu (Gá. 5:16, 25), negar el “yo” natural (2:20) y abandonar la carne (5:24). No debemos ser distraídos por cosas como la ley, la circuncisión, el Sábado y las regulaciones dietéticas. Más bien, debemos disfrutar a Cristo y vivir con El en un espíritu. Si andamos en el espíritu, si negamos el “yo” natural y si abandonamos la carne, seremos los que no anulan la gracia de Dios.
Alabamos al Señor porque en Su recobro estamos disfrutando y experimentando Su gracia. Muchos cristianos, sin embargo, no están en esta gracia. En Romanos 5:2 Pablo dice que por medio de la fe obtenemos acceso a esta gracia en la cual estamos firmes. Permanezcamos firmes en la gracia en la cual hemos entrado.