Mensaje 20
Lectura bíblica: Gá. 3:7, 9, 16, 19, 26-29
En Gálatas 3 Pablo habla de la simiente de Abraham (vs. 16, 19, 20) y de los hijos de Abraham (v. 7). La palabra “simiente” está en singular, mientras que la palabra “hijos” está en plural. Es difícil para los lectores de Gálatas entender el significado de esto.
Con respecto a la promesa que Dios hizo a Abraham, vemos el aspecto del cumplimiento y el aspecto del disfrute. Cumplir la promesa es un cosa, pero disfrutar la bendición de la promesa es otra. Tocante a promesas hechas de una persona a otra, el que cumple la promesa raramente es el que disfruta la bendición de la promesa. Por lo regular, la persona que hace la promesa es el que cumple la misma, y aquel a quien es hecha la promesa es quien disfruta su bendición. En el caso de la promesa que Dios hizo a Abraham, Dios, hablando en términos estrictos, no es el que cumple la promesa. En vez de eso, la promesa es cumplida por la simiente, Cristo (v. 16). Cristo ha cumplido la promesa de Dios a Abraham. Por lo tanto, el cumplimiento de esta promesa no depende de los muchos hijos de Abraham, sino de la única simiente de Abraham. Sin embargo, con respecto al disfrute de la bendición de la promesa, los muchos hijos sí tienen que ver. Mientras que la simiente única es el que cumple, los muchos hijos son los que disfrutan. Si entendemos este asunto, podremos entender de qué habla Pablo en Gálatas 3.
Pablo escribió el capítulo 3 de Gálatas como si fuese él un abogado que escribiese un documento legal. Sus palabras son específicas y precisas. Consideremos el versículo 16: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: ‘Y a las simientes’, como si hablase de muchos, sino como de uno: ‘Y a tu simiente’, la cual es Cristo”. En los versículos 19 y 29 Pablo también se refiere a la simiente, pero en el versículo 26 habla de los hijos de Dios. Los hijos de Abraham del versículo 7 son los hijos de Dios del versículo 26. Ahora debemos preguntarnos cómo los muchos hijos de Abraham pueden ser los muchos hijos de Dios. La respuesta a esta pregunta tiene que ver con la simiente. Por un lado, la simiente es el heredero que hereda la promesa. Sin embargo, como la simiente de Abraham, Cristo también cumple la promesa.
Los hijos de Israel, descendientes de Abraham, heredaron la buena tierra de Canaán. En tipología, la buena tierra tipifica a Cristo. Cristo es tanto la simiente como la tierra. El no sólo es la simiente que hereda la promesa; El también es la buena tierra. La simiente y la buena tierra tipifican a Cristo. Como la simiente única que se menciona en Gálatas 3, Cristo no sólo hereda la promesa, sino que también cumple la promesa. La promesa que Dios le hizo a Abraham fue cumplida por medio de Cristo como la simiente de Abraham.
En el asunto del cumplimiento de la promesa, nosotros no tenemos parte alguna. Solamente Cristo, la simiente única, está calificado para cumplir la promesa que Dios le hizo a Abraham. En este sentido, la simiente es únicamente una. Pero en el aspecto del disfrute de la promesa cumplida, la simiente viene a ser muchos, los muchos hijos de Abraham.
Gracias a 3:16 sabemos que Cristo es la única simiente de Abraham. Cristo es la simiente, y la simiente es el heredero que hereda las promesas. Aquí, Cristo es la única simiente que hereda las promesas. Por consiguiente, a fin de heredar la bendición prometida, tenemos que ser uno con Cristo. Afuera de El, no podemos heredar las promesas que Dios le hizo a Abraham. A los ojos de Dios, Abraham sólo tiene una simiente, Cristo. Nosotros debemos estar en El a fin de participar de la promesa hecha a Abraham. El no sólo es la simiente que hereda la promesa, sino también la bendición de la promesa que sirve para herencia. Que los creyentes gálatas se apartaran de Cristo y se volvieran a la ley significaba que ellos perderían tanto al Heredero como la herencia de las promesas.
Si Cristo no hubiera venido, no habría habido manera de que Dios cumpliese la promesa que le había hecho a Abraham. Como hemos señalado, Aquel que cumplió esta promesa no es Aquel que hizo la promesa, sino el Prometido, la simiente. Dios había prometido darle a Abraham una simiente y la buena tierra. Esta promesa fue cumplida por la única simiente prometida.
Por ser la única simiente de Abraham, Cristo incluye a todos los creyentes que han sido bautizados en El (3:27-28). En cierto sentido, cuando Cristo murió en la cruz, El estaba solo y fue crucificado como nuestro Redentor. Pero en otro sentido, cuando fue crucificado, nosotros estábamos con El. Para cumplir la redención, El fue crucificado solo. Pero para darle fin a la vieja creación, Cristo nos incluyó en Su crucifixión. En el mismo principio, en el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a Abraham, nosotros no estamos incluidos como parte de la simiente única. Nosotros no podemos tener parte en el cumplimiento de la promesa. Sin embargo, para heredar la promesa y disfrutarla, nosotros sí estamos incluidos. Cristo por sí mismo cumplió la promesa, pero Cristo y nosotros compartimos el disfrute de la promesa. Por consiguiente, por un lado la simiente es únicamente una; pero por otro, es todo-inclusiva. Para el cumplimiento, la simiente es una; para la herencia y el disfrute, la simiente es todo-inclusiva e incluye a todos los creyentes que han sido bautizados en Cristo.
En 3:19 vemos que la promesa fue hecha a la simiente antes de que la ley fuese dada. La promesa no le fue dada a los muchos hijos, sino a la simiente que cumplió la promesa.
La simiente única también es la buena tierra. Esta simiente no sólo es para cumplir la promesa, sino también para heredar la promesa. Heredar la promesa es heredar la buena tierra. La simiente única es la tierra. Esto comprueba que la simiente es también el que cumple la promesa, no sólo el que hereda la promesa. Si El solamente fuera el que hereda la promesa, ¿quién entonces sería la tierra?
Gálatas 3:7 dice: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham”. Las obras de la ley hacen a la gente discípulos de Moisés (Jn. 9:28), quienes no tienen nada relacionado con la vida. La fe en Cristo hace de los creyentes neotestamentarios hijos de Dios, una relación totalmente en vida. Nosotros, los creyentes neotestamentarios, por nacimiento somos hijos de Adán, y en Adán, por causa de las transgresiones, estábamos bajo la ley de Moisés. Pero ahora hemos renacido para ser hijos de Abraham y hemos sido liberados de la ley de Moisés por la fe en Cristo. No somos hijos de Abraham por nacimiento natural, sino por fe. Por consiguiente, que seamos hijos de Abraham se basa en el principio de la fe. Se basa en nuestro creer, no en nuestras obras. Nuestra base para ser hijos de Abraham no tiene que ver con la descendencia natural. Somos hijos de Abraham conforme al principio de la fe.
En el versículo 9 Pablo sigue adelante y dice: “De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham”. Bajo el tratar de Dios, Abraham no obraba para satisfacer a Dios. El le creía a Dios. Ahora los que somos de la fe, somos bendecidos con el creyente Abraham.
La fe es el reflejo de la gracia. También podemos decir que la fe es la fotografía del escenario divino. Por esa fe llegamos a ser los verdaderos hijos de Abraham. Cuando creímos en Cristo, ocurrió una unión orgánica. La vida divina entró en nosotros y nacimos de Dios por fe. Cuando nuestra fe tomó una fotografía del escenario divino de la gracia, algo de una verdadera y substancial naturaleza espiritual fue infundida en nosotros. Aunque esta substancia no es material ni física, es sin embargo muy real. La fe no es superstición. Está relacionada con una realidad espiritual substancial, una realidad que es en verdad muy misteriosa. Esta realidad es de hecho el mismo Dios Triuno procesado. Cuando ejercitamos la fe en Cristo y tomamos así una fotografía del escenario divino, el Dios procesado entra nosotros para ser nuestra vida. Esta vida es divina, espiritual, celestial y santa. Por medio de entrar en nosotros, esta vida produce un nacimiento espiritual. Este nacimiento produce una unión orgánica entre nosotros y el Dios Triuno. Debido a que Dios ha nacido en nuestro ser, hemos llegado a ser hijos de Dios. Por lo tanto, podemos decir que somos Dios-hombres.
Algunos cristianos se oponen al uso del término Dios-hombres y hasta nos difaman por decir que los creyentes en Cristo, los hijos de Dios por la fe en Cristo, son Dios-hombres. Pero conforme a la Biblia, es un hecho divino que los seres humanos pueden ser hechos hijos de Dios. Cuando creímos en Cristo, la vida divina que tiene la naturaleza divina, de hecho el Ser divino del Dios Triuno mismo, entró en nosotros, y nacimos de Dios para llegar a ser hijos de Dios. Tal como el hijo de un hombre participa de la vida y naturaleza de ese hombre, así mismo nosotros como hijos de Dios participamos de la vida y la naturaleza divinas. El descendiente de un tigre es un tigre. En el mismo principio, la descendencia de Dios son Sus hijos, quienes poseen la vida divina y la naturaleza divina.
Algunos padres de la iglesia primitiva llegaron a hablar de la “deificación” de los creyentes en Cristo. Yo amonestaría contra el uso de semejante término. Decir que los creyentes son deificados para llegar a ser objetos de adoración es una blasfemia. Pero es correcto decir que los creyentes son deificados en el sentido de poseer la vida divina y la naturaleza divina. Si fuese posible, reemplazaríamos la palabra “deificación” con un término más apropiado que implicase el hecho de que hemos nacido de Dios para llegar a ser hijos de Dios. ¡Alabado sea el Señor porque Dios es nuestro Padre y porque somos iguales a El con respecto a la vida divina y la naturaleza divina! Sin embargo, con énfasis declaramos que nosotros nunca seremos iguales a Dios en el sentido de merecer ser adorados. Es una blasfemia decir que como hijos de Dios nosotros debemos recibir adoración juntamente con Dios. Pero no es demasiado decir que, debido a que somos hijos de Dios, tenemos la misma vida y naturaleza de nuestro Padre. Lejos de ser una blasfemia, es una gloria para el Padre que declaremos este hecho.
Ahora debemos preguntarnos de qué manera los hijos de Dios son también hijos de Abraham. Cristo es Hijo de Dios y también Hijo de Abraham. Puesto que ahora nosotros estamos en Cristo, somos hijos de Dios por un lado e hijos de Abraham por el otro. ¿Cómo podemos ser hijos de Dios? Porque estamos en Cristo, quien es el Hijo de Dios. ¿Cómo podemos ser hijos de Abraham? También porque estamos en Cristo, quien es el Hijo de Abraham.
Es un asunto de enorme importancia que la vida divina sea impartida en nosotros. Este impartir de la vida divina produce una unión orgánica que nos hace ser hijos de Dios e hijos de Abraham. Esta unión orgánica ocurre exclusivamente en Cristo. En Cristo disfrutamos la maravillosa unión orgánica con el Dios Triuno. En esta unión orgánica somos por un lado hijos de Dios y por otro, hijos de Abraham. Cristo es la esfera única en la que todo esto ocurre. Cuando entramos en esta esfera llegamos a ser hijos de Dios e hijos de Abraham. Nuestra condición verdadera es que en Cristo y por la unión orgánica somos tanto hijos de Dios como hijos de Abraham.
Somos tanto hijos de Abraham como hijos de Dios porque hemos sido bautizados en Cristo y hemos sido revestidos de Cristo (3:27). Creer es creer en Cristo (Jn. 3:16), y ser bautizados también es ser bautizados en Cristo. La fe en Cristo nos introduce en Cristo y nos hace uno con Cristo, en quien está la filiación. Debemos ser identificados con Cristo por la fe para que en El seamos hijos de Dios. Por medio de la fe y del bautismo, hemos sido sumergidos en Cristo, hemos, por consiguiente, sido revestidos de Cristo, y nos hemos identificado con El.
Aunque todos tenemos una vida natural con antepasados naturales, ya no debemos vivir conforme a esa vida. En vez de eso, podemos vivir por la vida divina y su naturaleza divina. Por medio de vivir conforme a esta vida, somos en realidad hijos de Dios e hijos de Abraham. Hemos sido bautizados en Cristo, la simiente única que ha cumplido la promesa que Dios le hizo a Abraham. Nosotros y Cristo hemos sido unidos en una maravillosa unión orgánica. Por causa de esta unión, nosotros somos hijos de Dios e hijos de Abraham. Aquí, en esta unión orgánica, heredamos la promesa que ha sido cumplida por Cristo. En realidad, Cristo mismo es la herencia. La promesa que heredamos es la promesa que ahora disfrutamos.
Gálatas 3:28 dice: “No puede haber judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Aquí vemos que todos los hijos de Abraham son uno en Cristo y que no tienen ninguna condición natural. En Cristo no hay diferencias entre razas, nacionalidades, clase social ni entre sexos.
Gálatas 3:29 dice: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”. Abraham tiene una sola simiente, un solo linaje, Cristo (v. 16). Por consiguiente, para ser linaje de Abraham tenemos que ser de Cristo, ser parte de Cristo. Debido a que somos uno con Cristo, somos también linaje de Abraham, herederos según la promesa, quienes heredamos la bendición que Dios prometió, la cual es el Espíritu todo-inclusivo como la consumación máxima del Dios procesado para ser nuestra porción. Bajo el Nuevo Testamento, los creyentes, el pueblo escogido de Dios, por ser hijos de edad madura, son los herederos, quienes no están bajo la ley, sino en Cristo. Los judaizantes que permanecieron bajo la ley y que se mantuvieron separados de Cristo fueron, como Ismael, (4:23), descendientes de Abraham según la carne, no como Isaac (4:28), herederos suyos según la promesa. Sin embargo, los creyentes en Cristo son tales herederos y heredan la bendición prometida. Por lo tanto, debemos permanecer en Cristo y no volver a la ley.
Puesto que la ley no puede darnos vida (3:21), no puede producir hijos de Dios. Pero el Espíritu que es recibido por fe (3:2), y que nos da vida (2 Co. 3:6), puede producir hijos de Dios. La ley mantenía al pueblo escogido de Dios bajo custodia hasta que viniese la fe (3:23). La fe en Cristo, el todo-inclusivo Espíritu vivificante hace que el pueblo escogido de Dios sea la simiente de Abraham, “las estrellas del cielo” (Gn. 22:17), según la promesa de Dios.
Ahora estamos en la posición de ver un breve esquema de Gálatas 3. Este capítulo revela que Dios intentó darle a Abraham la promesa según Su propósito eterno. Antes de que esta promesa fuese cumplida, la ley fue dada para que sirviese como custodio del pueblo escogido de Dios. Después, llegado el tiempo señalado, Cristo, la simiente prometida, vino para cumplir la promesa que Dios le había hecho a Abraham. Cuando Cristo vino, el cumplimiento de la bendición prometida por Dios también vino. Esto es gracia. Por lo tanto, la gracia vino con Cristo y con el cumplimiento. Todo esto queda del lado de Dios. Por nuestro lado, necesitamos la manera de aprender, de comprender profundamente y asir todo lo que Cristo, la simiente, ha cumplido. En otras palabras, necesitamos una cámara espiritual para tomar una fotografía del escenario de la gracia. Esta “cámara” es nuestra fe. Por lo tanto, con la venida de la gracia por el lado de Dios, también viene la fe por nuestro lado. Ahora que tenemos la gracia, la fe y la simiente que ha cumplido la promesa, ya no necesitamos que la ley nos sirva de custodio. Por consiguiente, la ley debe ser desechada. Ya no debe tener parte en el escenario. Debemos apartarnos de la ley, el ayo, y permanecer con Cristo, Aquel que ha cumplido la promesa. Por supuesto, esto significa que también debemos permanecer con la gracia y con la fe. Entonces seremos incluidos en Cristo, la simiente única, para heredar la promesa cumplida y disfrutar la bendición de la promesa hecha a Abraham. Esta bendición es el Dios Triuno procesado, quien es el todo-inclusivo Espíritu vivificante.