Mensaje 21
Lectura bíblica: Gá. 3:27-29; Ro. 6:3; Mt. 28:19b; 1 Co. 12:13a; Ro. 13:14; Ef. 2:15-16; Col. 3:10-11
En este mensaje consideraremos la sección 3:27-29. En 3:26 Pablo nos dice que somos “hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús”. El versículo 27 comienza con la palabra “porque”, la cual conecta estos versículos e indica que el versículo 27 da una explicación de cómo somos hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús. Somos hijos de Dios porque estamos en Cristo, y estamos en Cristo porque hemos sido bautizados en Cristo. El versículo 27 dice: “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. Ser bautizados en Cristo es la manera de estar en Cristo. Con base en el hecho de que hemos sido bautizados en Cristo, podemos decir que estamos revestidos de Cristo.
En el versículo 28 Pablo continua y dice: “No puede haber judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Aquí vemos que somos uno en Cristo y que tenemos Su vida de resurrección y Su naturaleza divina para ser el nuevo hombre, tal como se menciona en Efesios 2:15. Este nuevo hombre está absolutamente en Cristo. No hay lugar para nuestro ser natural, nuestra disposición natural o nuestro carácter natural. En este nuevo hombre, Cristo es el todo en todos (Col. 3:10-11).
En Romanos 6:3 Pablo dice: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?”. Aquí vemos que cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús, también fuimos bautizados en la muerte de Cristo. Por un lado, hemos sido bautizados en la persona de Cristo; por otro, hemos sido bautizados en la muerte de Cristo.
En Mateo 28:19 el Señor Jesús les encargó a Sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Según este versículo, los creyentes son bautizados en el nombre del Dios Triuno, es decir, en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Más adelante consideraremos lo que significa bautizar, sumergir, a alguien en el nombre del Dios Triuno.
En 1 Corintios 12:13 vemos además otro aspecto del bautismo: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Según este versículo, también hemos sido bautizados en el Cuerpo.
En Efesios 2:15 y 16 Pablo dice: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, habiendo dado muerte en ella a la enemistad”. En estos versículos tenemos el pensamiento de que todos los creyentes, judíos y gentiles por igual, han sido reconciliados con Dios en un solo Cuerpo y que en Cristo ellos han sido creados como un nuevo hombre. En Colosenses 3:10 y 11 Pablo dice: “Y revestidos del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”.
Hemos visto que al final de Gálatas 3 Pablo nos dice que todos hemos sido bautizados en Cristo. Este es el factor principal en el hecho de que seamos hijos de Dios e hijos de Abraham. Es también el factor por el cual somos incluidos en la simiente de Abraham, y es además el factor que nos introduce en el disfrute de la bendición de la promesa de Dios por fe. Debido a que hemos sido bautizados en Cristo, ahora disfrutamos una unión orgánica con El.
Con respecto al bautismo, el Nuevo Testamento revela que hemos sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28:19), en Cristo (Gá. 3:27), en la muerte de Cristo (Ro. 6:3) y en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). Tenemos que ejercitar todo nuestro ser a fin de tener un apropiado entendimiento de tan maravilloso bautismo. Lamentablemente, en estos días muchos cristianos no tienen una visión adecuada del bautismo. Algunos cristianos argumentan en cuanto al método de bautismo o en cuanto a la clase de agua utilizada. Algunos rebajan el bautismo a la categoría de un ritual muerto. Otros cristianos se van al otro extremo y asocian el bautismo con el hablar en lenguas. Raramente entre los cristianos de hoy vemos que el bautismo se practique de una manera apropiada, genuina y viviente, en la cual los creyentes sean bautizados en el nombre del Dios Triuno, en Cristo, en la muerte de Cristo y en el Cuerpo de Cristo. Un bautismo así, un bautismo en el nombre divino, en una persona viviente, en una muerte efectiva y en un organismo vivo, pone a los creyentes en una posición en la cual pueden experimentar una unión orgánica con Cristo.
En un comentario acerca de Mateo 28:19, en su obra Word Studies in the New Testament, M. R. Vincent dice: “Bautizar en el nombre de la Santa Trinidad implica una unión espiritual y mística con él”. La preposición griega traducida “en” es muy importante, ya que señala hacia esta unión espiritual y mística. Más aún, Vincent dice que esta palabra nombre “es la expresión de la suma total del Ser divino ... Es equivalente a su persona”. Por consiguiente, bautizar a los creyentes en el nombre del Dios Triuno significa bautizarlos en el mismo ser, en la misma Persona, del Dios Triuno. El nombre denota a la Persona, y la Persona es el Dios Triuno procesado y todo-inclusivo, quien es el Espíritu vivificante. Cuando bautizamos a la gente en el nombre del Dios Triuno, los bautizamos en esta Persona divina. Bautizar a cualquier persona en el nombre de la Trinidad, es sumergir a tal persona en todo lo que el Dios Triuno es.
Según el Evangelio de Mateo, el bautismo saca de su viejo estado a los arrepentidos y los introduce en uno nuevo por medio de terminar con su vieja manera de vivir y de hacer que la vida nueva de Cristo germine en ellos, a fin de que lleguen a ser el pueblo del reino. El ministerio recomendante de Juan el bautista comenzó con un bautismo preliminar mediante agua solamente. Ahora, después de que el Rey celestial terminó Su ministerio en la tierra, después de que pasó por el proceso de la muerte y la resurrección, y después de que fue hecho el Espíritu vivificante, El les encargó a Sus discípulos que bautizaran en el Dios Triuno a todos los que ellos hicieran discípulos. Este bautismo tiene dos aspectos: el aspecto visible, por agua, y el aspecto invisible, por el Espíritu Santo (Hch. 2:38, 41; 10:44-48). El aspecto visible es la expresión, el testimonio, del aspecto invisible, mientras que el aspecto invisible es la realidad del aspecto visible. Sin el aspecto invisible realizado por el Espíritu, el aspecto visible efectuado en el agua está vacío; sin el aspecto visible efectuado en el agua, el aspecto invisible realizado por el Espíritu no es práctico y es abstracto. Se necesitan los dos. No mucho después de que el Señor les encargó a Sus discípulos que efectuaran este bautismo, El bautizó en el Espíritu Santo a ellos y a toda la iglesia (1 Co. 12:13) el día de Pentecostés (Hch. 1:5; 2:4) y en la casa de Cornelio (Hch. 11:15-17). Después, con base en esto, los discípulos bautizaron a los nuevos convertidos (Hch. 2:38), no sólo visiblemente en el agua, sino también invisiblemente en la muerte de Cristo (Ro. 6:3-4), en Cristo mismo (Gá. 3:27), en el Dios Triuno (Mt. 28:19) y en el Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). El agua, representando la muerte y sepultura de Cristo, puede considerarse como una tumba que termina con la vieja historia de aquel que está siendo bautizado. Puesto que la muerte de Cristo está incluida en Cristo, y puesto que Cristo es la misma incorporación del Dios Triuno, y el Dios Triuno es a la larga uno con el Cuerpo de Cristo, bautizar a los nuevos creyentes en la muerte de Cristo, en Cristo mismo, en el Dios Triuno y en el Cuerpo de Cristo es, por el lado negativo, terminar la vida vieja de ellos y, por el lado positivo, hacer que en ellos germine la vida nueva, es decir, la vida eterna del Dios Triuno, para el Cuerpo de Cristo. Por lo tanto, el bautismo que el Señor ordenó en Mateo 28:19 es un bautismo que bautiza a las personas sacándolas de su vida e introduciéndolas en la vida del Cuerpo, con miras al reino de los cielos.
Hemos señalado que la palabra griega traducida “en” indica unión, tal como en Romanos 6:3; Gálatas 3:27 y 1 Corintios 12:13. La misma palabra griega es usada en Hch. 8:16; 19:3, 5 y en 1 corintios 1:13, 15. Bautizar a la gente en el nombre del Dios Triuno es introducirlos en una unión espiritual y mística con El.
Mateo y Juan son dos libros donde la Trinidad es ampliamente revelada para la participación y disfrute del pueblo escogido de Dios. Tal revelación es más amplia en tales libros que en ningún otro libro de la Biblia. Juan revela el misterio de la Deidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu, especialmente en los capítulos catorce al dieciséis, para nuestra experiencia de vida, mientras que Mateo da a conocer la realidad de la Trinidad en un solo nombre para los Tres, para la constitución del reino. En el capítulo que sirve de introducción en Mateo, el Espíritu Santo (v. 18), Cristo (el Hijo, v. 18), y Dios (el Padre, v. 23) están en la escena para producir al hombre Jesús (v. 21), quien, como Jehová el Salvador y Dios con nosotros, es la misma incorporación del Dios Triuno. En el capítulo tres, Mateo presenta un cuadro en el cual el Hijo está de pie en el agua del bautismo bajo los cielos abiertos, el Espíritu desciende como paloma sobre el Hijo, y el Padre desde los cielos le habla al Hijo (vs. 16-17). En el capítulo doce, el Hijo, en la persona de hombre, echa fuera demonios por el Espíritu para introducir el reino de Dios el Padre (v. 28). En el capítulo dieciséis, el Hijo es revelado por el Padre a los discípulos para la edificación de la iglesia, la cual es el pulso de vida del reino (vs. 16-19). En el capítulo diecisiete el Hijo entra en la transfiguración (v. 2) y es confirmado por la palabra de complacencia del Padre (v. 5), para una exhibición en pequeño de la manifestación del reino (16:28). Al final, en el capítulo de conclusión, después de que Cristo, como el postrer Adán ha pasado por el proceso de la crucifixión, ha entrado en el reino de la resurrección, y ha sido hecho el Espíritu vivificante, El vuelve a Sus discípulos, en la atmósfera y realidad de la resurrección, para encargarles que obliguen a los paganos a que sean el pueblo del reino, por medio de bautizarlos en el nombre, la Persona, la realidad, de la Trinidad. Más adelante, en los Hechos y las epístolas, se indica que bautizar a la gente en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu es bautizarlos en el nombre de Cristo (Hch. 8:16; 19:5, gr.) y que bautizarlos en el nombre de Cristo es bautizarlos en Cristo, la Persona (Gá. 3:27; Ro. 6:3), porque Cristo es la incorporación del Dios Triuno, y El, como el Espíritu vivificante, está disponible a toda hora y en todo lugar para que la gente sea bautizada en El. Tal bautismo en la realidad del Padre, del Hijo y del Espíritu, conforme a Mateo, tiene como fin la constitución del reino de los cielos. El reino de los cielos no puede ser organizado con seres humanos de carne y sangre (1 Co. 15:50), como si fuera una sociedad terrenal. Sólo puede ser constituido con personas que son sumergidas en una unión con el Dios Triuno y quienes son establecidas y edificadas con el Dios Triuno que se ha forjado en ellas.
Siempre que estemos a punto de bautizar a alguien, debemos darle un mensaje rico y viviente tocante al significado del bautismo. Por medio de escuchar tal mensaje, la fe de tal persona será reanimada y tendrá una apreciación adecuada del bautismo. Nunca debemos bautizar creyentes de modo ritualista, considerando que el bautismo es un simple acto de poner a la gente en el agua, conforme a la Biblia. Un bautizo así carece de la realidad de la unión orgánica. Pero si la gente escucha un rico mensaje tocante al significado del bautismo y oyen con fe, anhelarán ser bautizados. Entonces, conforme los bautizamos, debemos ejercitar nuestra fe para comprender que no solamente los estamos bautizando en el agua, sino que los estamos bautizando en una realidad espiritual. Conforme los sumergimos en el agua, los sumergimos en el Dios Triuno, quien es el Espíritu todo-inclusivo. Cuando alguien es bautizado en el Dios Triuno, entra en una unión orgánica que puede transformar todo su ser. Mediante nuestra unión orgánica con el Dios Triuno, somos uno con el Dios Triuno y el Dios Triuno es uno con nosotros.
En Gálatas 3:27 Pablo dice que todos los que hemos sido bautizados en Cristo, de Cristo estamos revestidos. Estar revestidos de Cristo es vestirse uno mismo de Cristo, ponerse a Cristo como vestidura. Por un lado, en el bautismo somos sumergidos en Cristo; por otro, en el bautismo nos vestimos de Cristo. Cristo, el Espíritu viviente, es el agua de vida. Por lo tanto, ser bautizado en Cristo es ser sumergido en El como el Espíritu. Cuando una persona es sumergida en Cristo, automáticamente se reviste de Cristo como si fuese su vestidura. Esto quiere decir que el bautizado viene a ser uno con Cristo, habiendo sido sumergido en El y llegando a estar vestido con El.
Si Cristo no fuese el Espíritu vivificante, no habría manera de ser bautizado en El. ¿Cómo podríamos ser bautizados en Cristo si, conforme a la enseñanza tradicional de la Trinidad, El sólo estuviera sentado en los cielos? Para que podamos ser bautizados en Cristo, Cristo tiene que ser el pneuma, el aire, el Espíritu que nos rodea. Si consideramos que Cristo es simplemente alguien que está lejos en los cielos, practicaremos el bautismo como ritual. La gente puede ser bautizada sin tener ninguna comprensión del significado del bautismo. Sin embargo, no podemos ser bautizados en un Cristo que solamente está en los cielos. Podemos ser bautizados en el Cristo que es el pneuma, el Espíritu. Esto se comprueba por 1 Corintios 12:13, donde se nos dice que en un Espíritu fuimos todos bautizados en un Cuerpo. Aquí el Espíritu es el Dios Triuno procesado y todo-inclusivo. En el Espíritu, el Dios Triuno procesado, hemos sido bautizados en un Cuerpo. Por consiguiente, para que seamos bautizados en esta realidad divina, Cristo debe ser el Espíritu vivificante. Siempre que bauticemos a otros, debemos decirles que el Dios Triuno como el Espíritu vivificante procesado está alrededor de ellos, y que necesitan ser bautizados, sumergidos en la realidad de esta Persona divina.
Es digno de mencionar que al final del capítulo tres de Gálatas, Pablo concluye con una palabra acerca de ser bautizado en Cristo y ser revestido de Cristo. El hecho de que Pablo concluya hablando del bautismo indica que lo que hemos abarcado en este capítulo sólo puede ser experimentado si hemos sido bautizados en Cristo y hemos sido revestidos de Cristo. No debe preocuparnos si hemos hablado en lenguas o no, sino más bien debemos poner nuestra atención en si hemos sido bautizados en Cristo y si nos hemos revestido de El. Nuestro punto debe ser que hemos llegado a ser uno con Cristo. Puedo testificar firmemente que yo he sido bautizado en Cristo y que lo llevo puesto como mi vestidura, como mi cubierta. Tengo la plena certeza de que soy uno con El y de que El es uno conmigo. Tengo la vida divina, estoy en la Persona divina y la Persona divina es uno conmigo.
En el versículo 28 Pablo dice que en Cristo “no puede haber judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Esto quiere decir que en Cristo no hay lugar para el hombre natural. Debido a que hemos sido bautizados, el hombre natural ha sido terminado, sepultado, y ahora está en la tumba. Todas las diferencias entre las razas y las nacionalidades, en clases sociales y entre los sexos han sido abolidas, y todos somos uno en Cristo Jesús.
La palabra “uno” mencionada en 3:28 tiene un gran significado. Sin embargo, por la mayor parte, los cristianos de hoy no son uno en su experiencia. La razón de esta carencia de unidad es que muchos no han experimentado el bautismo genuino y apropiado en el cual ellos son sumergidos en la Persona del Dios Triuno, en Cristo como el Espíritu vivificante, en la muerte de Cristo y en el Cuerpo de Cristo. Por medio del bautismo, nosotros los bautizados somos uno en Cristo. Si tomamos con fe esto que hemos hablado acerca del bautismo, tendremos la certeza de decir que estamos en el Dios Triuno, en Cristo, y en el Cuerpo de Cristo. Además, sabremos que somos uno con todos aquellos que han sido bautizados en Cristo.
Mediante la fe reflejamos el divino escenario de la gracia. Nuestro vivir viene a ser una fotografía en la cual otros pueden ver las cosas celestiales. Por nosotros y en nosotros, ellos pueden contemplar la realidad celestial. Lo que nosotros estamos reflejando hoy en día no es la ley, sino a Cristo como el Espíritu todo-inclusivo, la bendición de la promesa que Dios le hizo a Abraham. Somos un reflejo del hecho de que nosotros los creyentes en Cristo somos uno en El.