Mensaje 100
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En este mensaje tengo la carga de compartir algo más acerca de Gn. 49:8-15. El lenguaje que se usa para describir el grupo compuesto de Judá, Zabulón e Isacar, es extraño, nuevo y ajeno a nuestra comprensión. En estos versículos se usan muchas figuras acerca de Judá: un león joven, un león que se recuesta, una leona, el cetro, la vara de autoridad, el pollino atado a la vid, el pollino hijo de asna atado a la vid escogida, los vestidos lavados en vino, y la ropa lavada en jugo de uva. ¿Ha oído usted alguna vez de alguien que lave sus vestidos en vino o su ropa en jugo de uva? El versículo 12 habla de ojos rojos por el vino y de dientes blancos por la leche. En cuanto a Zabulón, se nos da la figura de un “puerto de naves” (v. 13), e Isacar es comparado con “un asno fuerte que se recuesta entre los apriscos”, quien ve que el descanso es bueno y que la tierra es deleitosa y baja su hombro para cargar y servir en tributo (vs. 14-15). Todos estos aspectos son ricos y deben dejar una profunda impresión en nosotros.
Génesis 1 no podría abarcar ninguno de estos puntos, pues es un relato de la creación. Según el relato de Génesis 1, en el sexto día Dios hizo al hombre a Su propia imagen. En ese entonces era imposible encontrar alguna alusión a Judá como león joven, como un león que se recuesta y como una leona, o alguna referencia a atar nuestro asno a la vid. Tampoco era posible oír hablar de vestidos lavados en vino. En Génesis 2 tenemos un huerto y dos árboles, pero no encontramos ninguno de los puntos mencionados en Génesis 49:8-15. Dado que estos asuntos forman parte de la profecía con bendición que declaró un hombre transformado y maduro por la vida divina, solamente se pueden encontrar en el capítulo cuarenta y nueve.
En Génesis 2 Adán era maravilloso, pues él pudo asignar un nombre a todos los animales. Esto indica que él era muy capaz. Sin embargo, aunque podía dar nombres a los animales, no podía dar una profecía con bendición. Adán era simplemente un hombre creado. La vida divina no había sido forjada en él. En Génesis 1 y 2 él todavía no había caído. En cierto sentido, debemos valorar la caída del hombre. Los niños que más se caen llegan a ser los más fuertes. Indudablemente, un niño que nunca se ha caído es muy débil. Adán, el hombre de Génesis 1, era perfecto, pero no era muy fuerte; mientras que Jacob, el hombre de Génesis 49, no sólo era perfecto, sino también fuerte. Si el Jacob transformado hubiera estado rodeado de serpientes, no habría caído. Por el contrario, él habría aplastado la cabeza de aquellas serpientes y cortado sus colas. ¿Qué prefiere ser usted, el Adán del capítulo uno o el Jacob del capítulo cuarenta y nueve? Yo prefiero ser Jacob.
En el capítulo cuarenta y nueve Jacob pronunció una bendición profética que Adán jamás habría podido pronunciar. sólo Jacob era apto para pronunciar esta bendición. Adán, por su parte, no estaba facultado en absoluto para ello porque la vida divina no se había forjado en él; jamás fue transformado ni madurado en la vida de Dios. Jacob no sólo era un ser creado que había caído, sino que también era regenerado, y la vida divina había sido forjada en él. No existe ningún relato según el cual el nombre de Adán fuese cambiado, pero vemos que el nombre de Jacob fue cambiado por Israel. Adán significa “barro rojo”, pero Israel significa “príncipe de Dios”. ¿Prefiere usted ser barro rojo o príncipe de Dios? El barro rojo nunca pudo expresar una profecía como la que pronunció Jacob en el capítulo cuarenta y nueve.
Jacob experimentó plenamente lo que es ser un hombre caído. Dudo que otra persona hubiese caído más bajo que Jacob. La historia de Jacob es nuestra biografía, pero no podemos compararnos con él en cuanto a la caída. Jacob era experto en caer. Nadie lo supera en este asunto. Jacob engañó, robó y suplantó a todos, incluyendo a su madre. El hecho de que él usara a su madre, demuestra que la suplantó (suplantar a una persona consiste simplemente en usarla o manipularla). En una ocasión Jacob hizo lo posible por suplantar a Dios. Aquella noche en Peniel, Jacob usó toda su energía para asirse de Dios, para manipularlo y obligarlo a hacer algo en su favor (32:24-31). Por supuesto, Jacob no podía vencer a Dios. Por último, Dios tocó el encaje del muslo de Jacob, y éste quedó cojo. Por suplantar a todos, Jacob descendió a lo más bajo. No obstante, al final fue transformado y madurado, y llegó a la cumbre de la experiencia de la vida divina. Por consiguiente, en el capítulo cuarenta y nueve él pudo pronunciar una rica profecía con bendición.
Antes de dicho capítulo no se podía dar esa profecía, pues nadie tenía la suficiente transformación ni madurez para hacerlo. Además, antes del capítulo cuarenta y nueve no se había creado el ambiente propicio. Para que se imparta la visión celestial siempre se requiere un ambiente adecuado. Jacob tenía que ser transformado y madurado, y necesitaba tener los hijos sobre los cuales habría de profetizar lo mencionado en 49:8-15, para poder dar esta profecía. Consideremos ahora el significado espiritual de la bendición profetizada en estos versículos, un pasaje que requiere toda la Biblia para su desarrollo.
Los versículos del 8 al 12 se refieren a Judá. El versículo 9 afirma que Judá es un león. En Apocalipsis 5:5 Cristo es llamado el León de la tribu de Judá. Esto demuestra que Génesis 49 necesita Apocalipsis 5 para su desarrollo. También demuestra que los versículos de la bendición profética de Jacob requieren toda la Biblia para su desarrollo. La carga que tengo en este mensaje es grabar en ustedes una interpretación espiritual de estos versículos.
Vimos que Génesis es un libro de semillas. Casi todas las verdades bíblicas son sembradas en Génesis. En el Nuevo Testamento hay tres verdades principales acerca de Cristo. La primera es la verdad de la victoria de Cristo. El hecho de que Cristo es victorioso significa que cumplió todo lo que Dios requería de El. En la obra que cumplió, quitó de en medio el pecado, venció el mundo y a Satanás, y anuló la muerte y todo lo negativo. El obtuvo una victoria completa en cuanto al cumplimiento del propósito de Dios. Esta es la victoria de Cristo, la primera verdad fundamental que vemos en el Nuevo Testamento acerca de El.
La segunda verdad principal es la verdad de la autoridad de Cristo, Su reino. Por haber ganado la victoria, Cristo fue constituido Señor de todo. Se le dio toda autoridad en los cielos y en la tierra (Mt. 28:18). Además, El recibió el reino universal y eterno de Su Padre. Por tanto, tiene la autoridad, el reinado y el reino.
La tercera verdad principal que consta en el Nuevo Testamento acerca de Cristo es la verdad del deleite y el descanso que se hallan en Cristo. Cristo lo cumplió todo en Su victoria y recibió la autoridad y el reino para que hallemos deleite y reposo en El. ¡Cuánto deleite y descanso tenemos en Cristo! Estas tres verdades resumen el Nuevo Testamento.
Puesto que el Nuevo Testamento es la cosecha de las semillas sembradas en Génesis, ahora debemos localizar las semillas de la victoria de Cristo, del reino de Cristo, y del deleite y descanso que hay en Cristo. Estas se hallan en Génesis 49:8-12. Estos cinco versículos contienen tres semillas maravillosas: la de la victoria de Cristo, la de Su reino y la del deleite y reposo que encontramos en El. ¡Cuánto agradezco al Señor y cuánto le adoro porque en estos postreros tiempos nos ha abierto esta porción de la Palabra!
En Génesis 49:8 y 9 tenemos la victoria de Cristo. Génesis es un libro maravilloso, un libro de cuadros. Jacob, en su profecía, compara a Judá con un león en tres aspectos. Un león joven, un león que se recuesta y una leona. El león joven lucha hasta atrapar la presa. Veamos el versículo 9: “Cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío”. La palabra “subiste” implica que el león joven primero tuvo que bajar. El desciende del monte al llano para capturar su presa, y después de hacerlo, sube a la cima del monte para disfrutarla. Cuando Cristo estaba en la tierra y fue crucificado, era un león joven que atrapaba la presa. ¡Y qué presa capturó! Incluyó a todo el mundo, a todos los pecadores e incluso a Satanás, la serpiente. Después de coger Su presa, Cristo subió a la cima del monte, es decir, al tercer cielo. Esto significa que al obtener Su victoria, ascendió a los cielos. Efesios 4:8 afirma que cuando Cristo subió a lo alto, llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio. Cristo ganó la victoria; puso Su mano sobre la cerviz de Satanás. ¡Aleluya, El puso su mano sobre la cerviz de Sus enemigos! Como león joven, venció a todos sus enemigos. En el Nuevo Testamento muchos capítulos revelan la manera en que Cristo vino como león joven, en que fue a la cruz para atrapar Su presa, y en que ascendió a la cima del monte en el tercer cielo.
Génesis 49:9 también afirma: “Se encorvó, se echó como león”. Cristo también es el león que se recuesta, el león que se echa satisfecho después de disfrutar Su presa. Después de que un león disfruta su presa y queda satisfecho, se recuesta para descansar. La figura del león echado al que alude el versículo 9, describe a Cristo como el que disfruta Su descanso en los cielos. Después de ganar la victoria y de disfrutar de la presa, El queda satisfecho. Por tanto, ahora descansa satisfecho en los cielos. Este reposo y esta satisfacción son el resultado de Su victoria. Cristo ya dejó de luchar y ahora está recostado.
En el versículo 9 [en el texto hebreo] Cristo también es comparado con una leona. Como leona, El produce muchos cachorros. Todos nosotros somos los cachorros de Cristo. En realidad, la iglesia es una nación de leones, y todos en la iglesia son cachorros. ¿Se ha dado cuenta usted alguna vez de que es un cachorro? Si viéramos la situación desde el punto de vista de Dios, nos daríamos cuenta de que a Sus ojos la iglesia es una nación de leones. Para con los hombres, nosotros somos corderos que siguen al Cordero; pero con respecto a Satanás, somos cachorros de león. Quizá usted no se dé cuenta, pero Satanás reconoce este hecho. El sabe que todos los creyentes del recobro del Señor son cachorros de león. A menudo debemos decir a Satanás: “Satanás, no me toques. ¿Acaso no sabes que mi familia es una familia de leones?”. Cristo es el león joven, el león que se recuesta y la leona que se reproduce, y nosotros somos Sus cachorros. Esta es la plena victoria de Cristo. Esta es la razón por la cual el versículo 8 afirma que Cristo, tipificado por Judá, ha de ser alabado y adorado.
La victoria de Cristo trae el reino (v. 10). Inclusive hoy en la tierra, donde hay victoria, ahí se establece el reino. Cristo ascendió a los cielos, y allí recibió toda autoridad. También allí recibió el reino. Si nosotros tenemos la visión divina, veremos que la tierra en su totalidad es el reino de Cristo. Las naciones de hoy usan el calendario cristiano. Según la historia, el reino pertenece a aquel cuyo calendario rige. El hecho de que las naciones usen el calendario de Cristo significa que son Su reino. Incluso las naciones que se oponen a Cristo siguen Su calendario. Por esta razón, Cristo quizá se ría de ellos y diga: “Aunque ustedes se oponen a Mi, están usando Mi calendario. De esta manera, ustedes Me reconocen como su rey”. Cristo es el Rey, y todo está bajo Su gobierno. Si usted no lo cree, yo le pediría que espere un tiempo. Al final, usted verá que toda la tierra será el reino de Cristo.
A Cristo se le dio toda autoridad en los cielos y en la tierra. Esto no debe ser simplemente una doctrina para nosotros. Debemos estar conscientes de que nos encontramos bajo Su autoridad. Dice en el versículo 10: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies”. Es correcto traducir la palabra hebrea como “cetro” o como “autoridad”. Decir que el cetro no se quitará de Judá significa que la autoridad no se le quitará. Este cetro representa la autoridad real. Cristo tiene esta autoridad, y todos debemos someternos a ella. Nosotros los ciudadanos del reino nos encontramos bajo el gobierno celestial de Cristo.
Nosotros los cristianos también debemos aprender a ejercer la autoridad de Cristo. Mientras nos enfrentamos a ciertas dificultades, no necesitamos orar en forma de súplica, sino que debemos hacerlo ejerciendo la autoridad. Cuando los hijos de Israel eran perseguidos por los egipcios, el Señor le dijo a Moisés que levantara su vara y extendiera su mano sobre el mar (Éx. 14:15-16). Moisés lo hizo. Este fue el ejercicio de la autoridad divina. Del mismo modo, en lugar de rogar, debemos ejercer la autoridad de nuestro rey, y ordenar que las dificultades huyan. Por estar bajo el gobierno celestial, tenemos la posición y el derecho de hablar a las dificultades y a los ataques. Les podemos decir: “Ustedes deben huir. No les permito permanecer”. Todos debemos aprender a ejercer esta autoridad.
Si queremos ejercer esta autoridad, debemos estar primero bajo el gobierno de Cristo. Si somos rebeldes y le mandamos a Satanás que huya, él dirá: “¿Quién eres tú? No te obedeceré porque tú no obedeces a Cristo. Como no le obedeces a tu Rey, no tienes ningún derecho a ordenarme”. Así que, debemos ser los ciudadanos del reino, un pueblo obediente. Nuestra obediencia nos confiere la posición en la cual podemos ejercer la autoridad del Rey. Este es el reino. En el reino todo se ha cumplido, todo enemigo ha sido vencido y todo problema ha sido resuelto.
El versículo 10 afirma que el cetro no se quitará de Judá y que la vara de autoridad no se apartará de sus pies hasta que venga Siloh. Siloh significa el que trae paz. El reino apropiado es una esfera de paz. Si usted no tiene paz, en realidad no está en el reino. El Rey debe ser el que dé la paz, el que la traiga. Cuando vuelva nuestro Rey, vendrá como el gran Siloh que trae paz a toda la tierra. Sin embargo, no necesitamos esperar hasta ese día para disfrutarle como nuestro Siloh. Debemos disfrutar ahora a Cristo como Siloh.
Considere el ejemplo de la vida familiar. En cierto sentido, la vida familiar es un mar tempestuoso y lleno de agitación. Nunca sabemos cuándo vendrá una tormenta. Yo he estado navegando por el mar de la vida familiar por muchos años, y puedo testificar que a menudo es muy borrascoso. En Mateo 14 vemos lo que sucedió a los discípulos en un mar tempestuoso (Mt. 14:22-33). Cuando Jesús estaba a punto de subir al monte para orar, hizo a los discípulos “entrar en la barca e ir delante de El a la otra orilla” (Mt. 14:22). Cuando llegó la noche, la barca era azotada por las olas. Después de que el Señor oró en la cima del monte, vino a los discípulos caminando sobre el mar, y ellos estaban en la barca (Mt. 14:25). Cuando El entró en la barca, el viento cesó (Mt. 14:32). Esto es muy significativo. La tormenta cesó porque no puede haber tormenta en donde está Jesús. La borrasca no nos teme a nosotros, pero sí al rey celestial. La tormenta nos puede trastornar a nosotros, pero no lo puede turbar a El, pues El camina sobre las olas. En medio de la borrascosa vida de familia, no debemos orar a modo de súplica, sino ejerciendo autoridad, y decir: “Señor, Tú caminas sobre el mar. Tú eres el Rey y tienes la autoridad. Ahora ejerzo Tu autoridad sobre esta situación tempestuosa”. Procure orar de esta manera.
A los ojos de Dios, la victoria ya se ganó, el reino está aquí, y la paz está presente. Todo se ha cumplido. Por consiguiente, no debemos mirar nuestras circunstancias. En Mateo 14:28 Pedro dijo: “Señor, si eres Tú, manda que yo vaya a Ti sobre las aguas”. Pedro parecía decir: “Señor, si eres Tú, dime la palabra, y yo iré a Ti. Estás caminando sobre el mar, y también yo caminaré sobre el mar”. El Señor dijo: “Ven”, y Pedro salió de la barca y caminó sobre el agua para ir al encuentro de Jesús (Mt. 14:29). Pedro tuvo suficiente fe para saltar de la barca y andar sobre las olas. Pero cuando empezó a mirar su entorno, su fe flaqueó, y él empezó a hundirse. Lo que sucedió a Pedro es una lección para nosotros: no debemos detenernos en nuestras circunstancias, sino permanecer en la palabra del Señor. La fe radica en permanecer en la palabra del Señor. La fe no se basa en las circunstancias, sino en la palabra del Señor. Si usted brinca de la barca y permanece en la palabra del Señor, se solucionarán muchos problemas. Usted ha hecho muchas oraciones a modo de súplica. En vez de suplicar, ordene al ambiente y diga: “No permitiré que me molestes. Jesús es el Rey; el reino le pertenece, y El es Siloh. Por consiguiente, yo debo tener paz en mis circunstancias”.
En muchas ocasiones, antes de que se presenten los problemas, ya los hemos aceptado. Este es un asunto netamente psicológico. Antes de que Satanás, el enemigo sutil, lo ataque a usted, primero lo vence psicológicamente. Job dijo: “Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía” (Job 3:25). Antes de enfrentarse a las dificultades, Job pensaba en ellas y les temía. Tener miedo de algo significa que uno ya lo ha recibido. Cuando tenga miedo, inmediatamente debe decir: “Satanás, apártate de mí. No le temo a nada, No acepto este temor”. El temor es una artimaña de Satanás. Si usted acepta el temor, él vendrá. Todo temor proporciona una abertura. Antes de mandarle a usted la dificultad misma, Satanás primero manda el temor de esa dificultad. No acepte el argumento satánico del temor; ¡deséchelo! Esto se relaciona con la guerra espiritual. Algunos hermanos han tenido miedo de perder el empleo, y pocos días después de aceptar ese temor, son despedidos. No reciba el pensamiento de ser despedido; diga: “Satanás, jamás seré despedido. Aunque todos lo sean, yo seguiré empleado. Yo estoy en el reino; por esta razón, no acepto este temor”. Cristo ganó la victoria, y el resultado de Su victoria es el reino.
Génesis 49:10 afirma que a Siloh “se congregarán [lit., obedecerán] los pueblos”. Esto se refiere al reino milenario. Cuando Cristo venga por segunda vez como Siloh, todos los pueblos se someterán a El y le obedecerán. En principio, sucede lo mismo hoy. Donde dominan la autoridad y el reino de Cristo, los pueblos se le someten y le obedecen.
Ahora llegamos al corazón de la carga que tengo en este mensaje. Leamos el versículo 11: “Atando a la vid su pollino, y a la cepa el hijo de su asna”. Todos debemos atar nuestro asno a la vid. Ojalá esto se convierta en un proverbio entre nosotros. En la Biblia el asno es un animal usado como medio de transporte. El profeta Balaam viajaba sobre un asno (Nm. 22:22). Cuando el Señor Jesús entró en Jerusalén poco antes de Su crucifixión, El también montó sobre un asno (Mt. 21:5). Según la Biblia, un asno se usa siempre para viajar con una meta. Atar un asno a algo indica que el viaje ha terminado, que uno ha llegado a su destino y ha alcanzado su meta. Atar un asno no es negativo en absoluto. Cualquier asno estaría contento de ser atado a una vid. La labor de un asno consiste en viajar a cierto destino, a cierta meta. ¡Qué cuadro tan significativo tenemos en 49:11! Todas las personas mundanas de hoy son asnos que viajan, luchan, laboran y procuran alcanzar su meta. Sin excepción, todos los cristianos también son asnos que viajan, se esfuerzan y laboran. Ciertamente yo era así cuando era joven. Luchaba por vencer el pecado con la meta de algún día llegar a ser vencedor. Este era mi destino, mi meta. Seguí mi lucha hasta que recibí la visión de atar mi asno a la vid. Vi que yo no necesitaba trabajar ni viajar para llegar a mi destino, porque ya había llegado, había alcanzado mi meta. Nuestro destino es la vid, el Cristo vivo que está lleno de vida. Debemos atar nuestro asno a esta vid. Eso significa que debemos dejar nuestra labor y nuestros esfuerzos y descansar en Cristo, aquel que vive.
Supongamos que un hermano le habla de su deseo de ser santo. La santidad es su meta, y su destino la patria santa. El le dice que se está esforzando y que procura llegar a esa meta; labora para ser lleno de santidad y morar en esa patria santa. ¿Qué le diría usted a este hermano? Dígale: “Hermano, ata tu asno a la vid. No necesitas laborar ni esforzarte por llegar a la meta de la santidad. Cristo está aquí; El es la vid, la fuente de la vida. Cristo es rico en vida. Ata tu asno a El. Esto significa que debes dejar de esforzarte y descansar en el Cristo rico y viviente”.
Supongamos que un hermano recién casado le dice a usted: “Hermano, puesto que estoy en el recobro del Señor, deseo llevar una vida victoriosa. Mi esposa es una gran prueba para mí. Día y noche me esfuerzo por no enojarme con ella. Mi meta es no perder la calma con mi esposa”. ¿Qué le diría usted a este hermano? Primero, usted debe ser una persona que ha atado su asno a la vid. Después de experimentarlo usted mismo, otros podrán venir a usted a consultarle sus problemas. Si lo hacen, podrá decirles: “Ustedes deben atar su asno a la vid. Dejen su labor y sus esfuerzos; no necesitan esforzarse, porque Cristo ya ganó la victoria. El cetro, el reinado y el reino le pertenecen a El. Simplemente descansen en El como la vid”. ¿Cuántas veces ha oído usted que debe dejar de esforzarse y que sólo necesita descansar en Cristo, la fuente de vida? Creo que muchos de nosotros hemos hecho eso. No obstante, espero que en el recobro tengamos un nuevo proverbio que nos ayude en este asunto: “Ata tu asno a la vid”. Este proverbio es un proverbio que denota reposo. Hermanas, ¿por qué se esfuerzan? Necesitan atar su asno a la vid. La gente acostumbra atar sus asnos a una estaca. Pero nosotros no debemos atar nuestro asno a una estaca inerte, sino a una vid llena de vida. Hace poco tuve una clara visión al respecto. De todos modos, muchísimas veces he atado mi asno a la vid. Paré mi viaje, dejé de esforzarme, abandoné mi meta y olvidé mi destino. Pude abandonar mi meta porque ya la había alcanzado, y pude despreocuparme de mi destino porque ya había llegado a él. La santidad es Cristo. El poder para vencer los problemas que tenemos con nuestras esposas también es Cristo. Ya estamos en Cristo. ¡Cuán insensato es continuar nuestro viaje, nuestros esfuerzos y nuestros intentos! Tal labor es vana. Cuando recibí esta visión, até mi asno a la vid.
Cuando muchos hermanos jóvenes entran en la vida de iglesia, son asnos que se esfuerzan. Inclusive compiten unos con otros en las reuniones. Pero cuando usted se esfuerza, lucha y compite, no descansa. En lugar de esforzarse y competir, debe atar su asno a la vid, la cual es Cristo, la fuente de vida, Aquel que está lleno de vida. Cristo no es solamente la vid, sino también la vid escogida, la fuente misma de la vida. Debemos cesar nuestra labor y descansar en El.
Ahora debemos ver la manera de atar nuestro asno a la vid. En lo relacionado a ganar la victoria sobre el enemigo, Cristo es el león. Pero para nosotros El es la vid que nos satisface y nos hace descansar. Mediante Su victoria El puede ser la vid. Si Cristo jamás hubiese obtenido la victoria, nunca podría ser la vid para nosotros. Sin embargo, puesto que la victoria pertenece a Cristo, El es nuestra vid, una vid llena de vida. Por consiguiente, debemos abandonar nuestra labor y ser atados a El y descansar en El.
Es posible que algunos al leer este mensaje, piensen que yo voy demasiado lejos al interpretar algunas figuras y aplicarlas a Cristo. Pero si uno no interpreta el versículo 11 de esta manera, ¿cómo lo podría interpretar? ¿Qué significa atar el asno a la vid? Algunos dirán que ello alude a las riquezas de la tribu de Judá, o sea que es una figura que muestra que la tribu de Judá está llena de vino y que hasta los asnos que laboraban podían ser atados a la vid. Esto es correcto; aun así, recuerde que el versículo 11 también es un cuadro y un ejemplo. Vimos que, según Apocalipsis 5:5, Cristo es el León de la tribu de Judá. Basándonos en la interpretación de que Cristo es el león viviente del versículo 9, el Cristo victorioso, podemos decir que el significado de atar nuestro asno a la vid es éste: debemos dejar nuestra labor al llegar a Cristo, quien es la fuente de la vida. Esta no es una interpretación imaginativa. Es una interpretación correcta, genuina, lógica y concuerda con el principio bíblico. Agradecemos al Señor por darnos la interpretación correcta. ¡Aleluya, tenemos la vid a la cual podemos atar nuestro asno! ¿Sigue usted laborando? ¿Sigue usted esforzándose y viajando para alcanzar su meta? También nuestros jóvenes deben decir: “¡Alabado sea el Señor! No necesito laborar ni esforzarme ni viajar. Sólo debo atar mi asno a la vid”.
El versículo 11 añade: “Lavó en el vino su vestido, y en la sangre de uvas su manto”. Hace años yo no entendía lo que significaba lavar nuestros vestidos en vino y nuestra ropa en sangre de uvas. En la Biblia nuestro comportamiento diario es comparado con el vestido. La ropa y los vestidos representan nuestro comportamiento, nuestro andar y nuestros hechos. Por consiguiente, lavar nuestros vestidos en vino y nuestra ropa en jugo de uva significa que empapamos nuestro comportamiento, nuestro andar diario, en el disfrute de las riquezas de Cristo.
Tanto el vino como el jugo de uva nos nutren. El jugo de uva sirve principalmente para satisfacer nuestra sed, mientras que el vino principalmente estimula nuestra alegría. Nuestra sed necesita ser satisfecha, y nuestro entusiasmo debe crecer. El cristiano debe estar “ebrio”, fuera de sí, en un sentido apropiado. Todo cristiano que ate su asno a la vid estará alegre y entusiasmado. Esta es la función del vino. El jugo de uva que bebemos satisface nuestra sed. Por una parte, el rico Cristo exalta nuestro entusiasmo; y por otra, satisface nuestra sed. Debemos empapar nuestro comportamiento, nuestro andar diario y nuestras acciones en el rico disfrute de la vida de Cristo. Entonces nuestro comportamiento será impregnado y saturado del pleno disfrute de las riquezas de la vida de Cristo; de tal modo que los demás dirán: “Miren a estos cristianos. Observen cómo viven y cómo se conducen. Indudablemente debe de haber algo especial en lo que son”. Este algo es la rica vida de Cristo como el vino alegre que nos exalta y como el jugo que nos satisface. Estos cristianos están alegres, satisfechos, entusiasmados, e inclusive están fuera de sí con su alegría. Por estar tan alegres, llegan a entusiasmar a otros. Su comportamiento, su andar diario y sus acciones están llenos de la vida de Cristo como vino y como jugo.
¿Es usted un cristiano que siempre está insatisfecho? ¿Es usted un cristiano que no sabe alegrarse, que siempre tiene el ceño fruncido y la cara larga, que siempre parece triste? Todos los que están en el reino de Cristo deben sonreír, estar contentos y alegres; deben ser agradables, entusiastas, y estar satisfechos. Esto indica que empapamos nuestra conducta del rico deleite que hallamos en la vida de Cristo.
Al descansar disfrutando las riquezas de Cristo en vida, somos transformados. Dice el versículo 12: “Sus ojos, rojos del vino, y sus dientes blancos de la leche”. Esto se refiere a la transformación realizada por la rica vida de Cristo. Cuando somos transformados así, nuestra apariencia cambia. Los que padecen hambre adquieren un color gris alrededor de sus ojos. Por falta de la debida alimentación, la circulación de la sangre en los ojos es deficiente. Pero nosotros los ciudadanos del reino, los que disfrutamos a Cristo, jamás carecemos de alimento. Por el contrario, tenemos tanto que nuestros ojos se ponen rojos. Esto indica que hemos sido transformados, que pasamos de muerte a vida. Si mi rostro fuese gris, usted se preocuparía por mi salud, y pensaría que probablemente me moriría dentro de poco. Pero mi rostro no es gris. Mi constitución es muy sana porque como alimentos nutritivos. ¡Aleluya, he sido transformado, he pasado de muerte a vida! Según el versículo 12, los ojos son rojos por el vino. Este color no procede de algún colorante ni de algún maquillaje, sino del vino interno que da energía.
El versículo 12 también menciona dientes blancos por la leche. Nuestros dientes tienen dos funciones: con ellos comemos e ingerimos alimentos, y ellos nos ayudan en la articulación de las palabras. La blancura de los dientes aquí indica que la función de los dientes es sana. Por haber recibido una nutrición adecuada, tengo dientes sanos y blancos y con ellos puedo ingerir la palabra de Dios como comida y declarar esta palabra a fin de que otros sean nutridos. Si queremos ingerir la palabra de Dios como alimento y declararla para alimentar a los demás, debemos tener dientes sanos y saludables. Pocos cristianos pueden ingerir la palabra de Dios correctamente o declararla con denuedo. No obstante, todo cristiano saludable debe ser capaz de recibir la palabra de Dios apropiadamente y de declararla con denuedo.
Quienes estamos en la vida de iglesia dejamos ya de laborar, descansamos en Cristo y disfrutamos las riquezas de Su vida como vino y como jugo de uva. También empapamos nuestro comportamiento en este rico deleite. Con el tiempo, tendremos la fragancia de Cristo. Entonces todo nuestro ser será plenamente transformado, estará lleno de vida, y podremos ingerir la palabra de Dios como alimento y proclamarla para nutrir con ella a los demás. Este es el deleite y el reposo que se tiene en el Cristo victorioso. Por consiguiente, en los versículos del 8 al 12 se siembran tres semillas significativas: la semilla del Cristo victorioso, la del reino de Cristo y la de nuestro disfrute y descanso en Cristo. Estas semillas requieren tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo para su desarrollo y son las verdaderas buenas nuevas, el verdadero evangelio. Estas buenas nuevas fueron proclamadas por Jacob en la profecía con bendición que profirió acerca de Judá.