Mostrar cabecera
Ocultar сabecera
+
!
NT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Nuevo Testamento
AT
-
Navega rápidamente por los libros de vida del Antiguo Testamento
С
-
Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
Чтения
Marcadores
Mis lecturas


Mensaje 113

La madurez: el aspecto reinante del Israel maduro

(3)

  En este mensaje llegamos a Gn. 41, donde se nos proporcionan más detalles acerca de la vida de José. Como lo hicimos notar, José representa el aspecto reinante de una vida madura. Como representante de esa vida, él tipifica perfectamente a Cristo. Es difícil encontrar en el Antiguo Testamento alguien que tipifique a Cristo de una forma tan plena y completa. Así que, por un lado, José representa el aspecto reinante de la vida madura, y por otro, tipifica plenamente a Cristo. En todo el relato de la vida de José, vemos dos líneas: la línea de la figura de Cristo y la línea de la clave de la vida reinante. En este mensaje examinaremos un poco más la línea de José como figura de Cristo, y en el mensaje siguiente, la línea de la clave de la vida reinante. En los mensajes anteriores abarcamos ocho aspectos de José como figura de Cristo. En este mensaje abarcaremos siete aspectos más.

(9) Resucitó de la cárcel de la muerte

  José tipifica a Cristo como Aquel que resucitó de la cárcel de la muerte (Gn. 41:14; Hch. 2:24). Cristo no fue arrestado y echado a la cárcel, sino que fue voluntariamente a la cárcel, es decir, fue voluntariamente a la cárcel de la muerte. Aunque El entró voluntariamente en la muerte, las puertas del Hades, es decir, el poder de la muerte, la autoridad de las tinieblas, se levantaron inmediatamente y procuraron retenerlo allí para siempre. Sin embargo, según lo afirma Hechos 2:24, era imposible que fuese retenido por la muerte. Cristo estuvo en la cárcel de la muerte tres días. Durante esos días, el poder de la muerte hizo todo lo posible por mantenerlo encarcelado. Pero Cristo no pudo ser retenido por la muerte porque El es la resurrección (Jn. 11:25). ¿Cuál tiene más poder, la muerte o la resurrección? Sin duda alguna, la resurrección es más poderosa que la muerte. Así que la muerte no podía retener a Cristo, quien no era solamente la vida, sino también la resurrección. Por consiguiente, Cristo salió de la muerte. Esta salida fue Su resurrección. Así como José fue liberado de la cárcel, también Cristo fue liberado de la cárcel de la muerte.

  Todos los cristianos deberían estar conscientes de tres cosas: la encarnación de Cristo, Su crucifixión y Su resurrección. Creo que los que estamos en las iglesias conocemos estos tres asuntos.

(10) Ascendió al trono con autoridad

  José también tipificaba a Cristo como Aquel que fue entronizado con autoridad (Gn. 41:40-44; Mt. 28:18; Hch. 2:36; Ap. 3:21). En el mismo día que José salió de la cárcel, fue entronizado como gobernador sobre toda la tierra de Egipto. Del mismo modo, después de resucitar Cristo, ascendió al trono con autoridad. En Hechos 2:36 se afirma que el Cristo crucificado y resucitado fue hecho Señor y Cristo. En el día de Pentecostés el apóstol Pedro parecía decir a los israelitas que habían rechazado al Señor: “Aquel a quien rechazasteis, crucificasteis y matasteis, Dios lo ha levantado de los muertos. Y además lo hizo Señor de todo”. Eso se refiere a la entronización de Cristo. ¡Qué asunto más importante!

(11) Recibió la gloria

  Cuando Cristo subió al trono, recibió la gloria (He. 2:9). José también tipifica a Cristo en este aspecto, pues cuando salió de la cárcel, recibió gloria (41:42). Los que se oponían a José no sólo lo vendieron y lo menospreciaron, sino que lo metieron en la cárcel. En el capítulo cuarenta y uno, la cárcel es un calabozo. Las condiciones de vida en el calabozo de José eran mucho peores que las cárceles actuales de este país. El calabozo en el cual fue echado José era un pozo. Los que lo pusieron allí hicieron eso con la intención de atormentarlo. Pero Dios lo exaltó y lo estableció en el trono, y además le dio gloria. Usted se preguntará cómo puedo comprobar que José recibió gloria. La prueba está en el hecho de que fue vestido con atavíos hermosos y lo hicieron subir en el segundo carro del faraón (41:42-43). El hecho de que lo vistieran de lino finísimo está en contraste con el hecho de que sus hermanos lo despojaran de su manto de diversos colores (37:23). Cuando la gente lo vio vestido de lino finísimo y sentado en el carro del faraón, debe de haberse percatado de que este hombre estaba en gloria.

(12) Recibió dones

  Cuando José salió del calabozo y fue puesto en el trono, recibió dones (Gn. 41:42). Cristo también recibió dones (Hch. 2:33). Muchos cristianos saben que Cristo resucitó, ascendió y que fue coronado de honra y gloria, pero son pocos los que saben que después de la ascensión de Cristo y de Su entronización y glorificación, El también recibió dones. En Hechos 2:33 se declara que Cristo recibió del Padre la promesa del Espíritu Santo que El derramó. Lo que Cristo recibió del Padre era un don. Antiguamente, muchos siglos antes de Cristo, le sucedió lo mismo a José. Este no sólo fue glorificado, sino que también recibió dones.

  José, al ser glorificado, recibió tres cosas: un anillo de oro, vestiduras y una cadena de oro. El anillo fue puesto en su mano, la cadena en su cuello, y las vestiduras cubrieron todo su cuerpo. Estas tres cosas describen plenamente los dones que Cristo recibió cuando ascendió a los cielos, los cuales El entregó a la iglesia. Cuando el hijo pródigo llegó a casa, recibió los primeros dos dones: el anillo en su mano y el vestido en su cuerpo (Lc. 15:22). En ese momento no recibió la cadena de oro, la cual se le dio más tarde.

  En Efesios 1:13 se afirma que fuimos sellados con el Espíritu Santo. Esto indica que el Espíritu de salvación es comparado con un sello. Sabemos que somos salvos porque fuimos sellados. Hace cincuenta años compré una edición de la Biblia con pasta de cuero y bordes dorados. Tan pronto cayó en mis manos, le puse mi sello para indicar que me pertenecía. Temía que se me perdiera y que no tuviera ninguna posibilidad de comprobar que era mía. Pero después de haberle puesto el sello a mi Biblia, podía demostrar que era mía. Del mismo modo, antes de ser salvos, nosotros éramos gente común. Pero el día en que recibimos al Señor Jesús, fuimos sellados. El sello de nuestra salvación es el Espíritu Santo de Dios. Desde entonces hemos tenido un sello sobre nosotros. Supongamos que mi Biblia dijera: “No me cae bien Witness Lee. Quisiera pertenecer a otra persona”. El sello que le puse le impediría de todos modos pertenecer a otra persona. De igual manera, podemos sentir que no queremos pertenecer al Señor y que nos gustaría seguir a Satanás. Pero todo aquel que ha sido salvo y sellado nunca puede alejarse del Señor. Aun cuando uno pudiese ir al infierno, seguiría llevando este sello.

  Los antiguos egipcios usaban su anillo como sello. Todo lo que sellaban con su anillo era importante para ellos. Por tanto, el anillo, el sello, que recibió José tipifica el Espíritu Santo recibido por Cristo. Cuando Cristo ascendió al trono, recibió del Padre el Espíritu Santo para usarlo como sello y ponerlo sobre todos los creyentes. Cuando alguien le invoca, El le pone este sello.

  Como persona salva, uno lleva un sello vivo sobre sí. Aun cuando uno fuese a una casa de apuestas en Las Vegas, seguiría llevando este sello, lo cual le indicaría que no debe quedarse en ese lugar, porque pertenece a Jesús. Igual que José, Cristo recibió el sello del Padre y nos ha sellado en el mismo. Ahora este sello está en nosotros y sobre nosotros.

  El segundo done que recibió José fue las vestiduras. Nosotros los creyentes necesitamos por lo menos dos vestidos: uno de salvación y otro de victoria, de recompensa. El hijo pródigo que se menciona en Lucas 15 recibió solamente un vestido porque él solamente fue salvo. Todavía no había llegado a ser victorioso. Después de haber sido salvos nosotros y de haber recibido el vestido de justicia que nos justifica, debemos seguir adelante y llevar una vida victoriosa. Si hacemos eso, aparte del vestido de salvación, recibiremos otro vestido.

  He reiterado que la reina del salmo 45 tiene dos vestidos (vs. 13-14): uno corresponde a la justicia objetiva, que se relaciona con nuestra salvación, y el otro con la justicia subjetiva, que tiene que ver con nuestra victoria. El Nuevo Testamento revela que nosotros los creyentes debemos llevar dos vestidos. El primer vestido lo vemos en Lucas 15, y el segundo en Apocalipsis 19. El vestido de salvación nos presenta justificados delante del Padre. Pero si queremos asistir a las bodas del Cordero, necesitamos otro vestido. Ambos vestidos son Cristo. El primero, el vestido de salvación, es el Cristo objetivo. Es Cristo sobre nosotros (Gá. 3:27), Cristo dado a nosotros como justicia (1 Co. 1:30). Cuando el hijo pródigo volvió a casa, no era apto para sentarse con su padre justo. Necesitaba un vestido de justicia que lo cubriese y lo hiciera apto. Este vestido es el Cristo objetivo como justicia nuestra, quien nos justifica delante del Dios justo. Pero después de ser justificados, debemos expresar a Cristo. Cuando expresamos a Cristo, El se convierte en nuestra justicia subjetiva, no solamente como algo puesto sobre nosotros, sino como algo que expresamos. Este es el Cristo subjetivo, el segundo vestido. Cristo nos fue dado como estos dos vestidos.

  Nuestro Cristo es la verdadera justicia delante de Dios. Aparte de Cristo, no hay justicia en el universo. En este universo, hay una sola persona que satisface todos los justos requisitos de Dios; esta persona es Cristo. Aunque no parece lógico, esta justicia le fue dada a Cristo. Usted se preguntará cómo puede El ser justicia y al mismo tiempo recibir esta justicia. Este es el lenguaje bíblico, y nosotros debemos aprender a hablarlo. En este universo la única justicia que existe es Cristo; sin embargo, esta justicia le fue dada a Cristo para que vistiera de ella a Sus creyentes. Cristo es la justicia que fue puesta sobre nosotros objetivamente para nuestra justificación. Esta justicia, que el Padre le dio a El, la ha pasado a nosotros. Además, El se da continuamente a nosotros para que lo expresemos. Este es un don.

  Esto de que Cristo sea justicia y reciba justicia se relaciona con la Trinidad. Si esta justicia no la diese el Padre al Hijo, no sería eficaz legalmente. Aunque la única justicia que hay en el universo es Cristo mismo, sin la justicia que dio el Padre al Hijo, ni siquiera el Hijo tendría derecho a usarla. Por tanto, el Padre la dio al Hijo para que éste la transfiriera a los creyentes, primero como justicia objetiva, y luego como justicia subjetiva.

  Todos recibimos el primer vestido, y no tenemos ningún problema en cuanto a nuestra salvación. Somos salvos, y pasaremos la eternidad con el Señor. Este es un asunto más sólido que una póliza de seguros de una importante compañía aseguradora. ¿Y qué diremos del segundo vestido? Ahora no podemos ser tan determinados como lo somos para el primer vestido, pues puede ser que no hayamos pagado la prima necesaria por esta segunda póliza. Debemos obtener el segundo vestido para recibir la recompensa. ¡Alabado sea el Señor porque el vestido objetivo y el vestido subjetivo son dones! Ambos fueron dados por el Padre al Hijo, y el Hijo nos los ha dado. Si usted me preguntara si tengo estos dos vestidos, contestaría: “Sin lugar a dudas tengo el primer vestido, y el segundo vestido está dentro de mí, en proceso de formación”. Usted también ha recibido el segundo vestido y lo lleva dentro. Ahora usted debe orar: “Señor Jesús, procésate desde mi interior. Señor Jesús, brota de mí y sé mi segundo vestido”. Todos necesitamos este vestido.

  El tercer elemento se relaciona con el segundo vestido; se trata de la cadena de oro colgada al cuello de José. En la Biblia, un cuello con una cadena denota una voluntad sometida. Cuando los hijos de Israel desobedecían, el Señor se refería a ellos como un pueblo de dura cerviz (Éx. 32:9). Sería inapropiado que una persona de dura cerviz llevara una cadena de oro. Pero sería hermoso ver una cadena de oro alrededor de un cuello que se inclina. El cuello encadenado representa una voluntad conquistada y sometida para obedecer al mandamiento de Dios. Cuando su cuello es conquistado y sometido de esta manera, queda encadenado. ¿Ha visto usted alguna vez a una mujer llevar un collar mientras se pelea con su marido? Yo sí lo he visto. Cuando veo eso, pienso: “Debería quitarse ese collar. Por ser dura de cerviz, no debería llevar ningún collar”. Incluso una corbata en un hombre constituye una especie de cadena. Existen muchos refinamientos acerca de llevar esta cadena. La cadena de oro en el cuello representa al Espíritu de obediencia. Hechos 5:32 afirma que el Espíritu es dado a aquellos que obedecen a Dios. Por tanto, el Espíritu es dado no solamente para salvación, sino también para obediencia.

  ¡Cuánto admiro la secuencia de los eventos narrados en la Biblia! Si yo hubiera establecido una lista de los dones que recibió José, habría mencionado el anillo primero, luego la cadena y por último los vestidos. Cuando yo era joven, me molestaba el hecho de que se mencionaran los vestidos antes de la cadena de oro. Sin embargo, la secuencia de los tres dones en el versículo 42 corresponde a la secuencia espiritual. En la secuencia espiritual, primero recibimos el Espíritu para salvación. Este es el sello. Luego recibimos el vestido de justicia, y empezamos a expresar a Cristo. Si queremos expresar a Cristo, debemos tener una cadena en nuestro cuello. Esto significa que nuestro cuello debe ser subyugado, sometido y encadenado por el Espíritu Santo. ¡El Espíritu Santo lo encadenará a usted! Encadenará su dura cerviz, lo ablandará y lo someterá. Muchos santos en la vida de iglesia llevan una cadena en el cuello.

  Lo mismo sucede con algunos de nuestros adolescentes. Cuando yo era adolescente, era duro de cerviz. Mi madre me amaba mucho, pero mi cerviz todavía era muy dura. Muchos de ustedes los adolescentes son así. No obstante, cuando invocan al Señor Jesús, espontáneamente quedan encadenados. El Señor pone Su cadena sobre el cuello de ustedes, y su cuello es ablandado y sometido. A veces su modo de ser puede hacer que usted no esté contento con su madre. Sin embargo, por estar encadenado, su cuello ha dejado de ser duro como solía. Cuando su cuello era tan duro, no había ninguna cadena alrededor de él. Pero ahora usted ha sido encadenado por el Espíritu Santo para que obedezca. Por consiguiente, otros pueden ver en su cuello la hermosura del Espíritu Santo al ser usted obediente y expresar sujeción. Usted ha sido subyugado, y por tanto se somete a su madre y a su padre. Alguien dirá: “Cuando cumpla los dieciocho años, tendré mi libertad”. Ese no es el testimonio de una persona que lleva una cadena de oro. Todo aquel que lleva una cadena en su cuello se somete a sus padres y a sus maestros. Cuando su cuello es encadenado, lleva cierta clase de belleza, la belleza del oro del Espíritu para ser obediente.

  Estos son los dones que recibió nuestro José y que pasaron a nosotros. Puedo jactarme de que en mi mano tengo un anillo, sobre mí llevo un vestido, y que otro vestido se está formando desde mi interior, además de la cadena de oro alrededor de mi cuello. ¡Aleluya, Cristo ha recibido dones y me ha dado todos estos dones a mí! He recibido también dones en El. Todo eso es tipificado por José.

(13) Llegó a ser el salvador del mundo, el que sustenta la vida (el revelador de secretos)

  Cristo por haber resucitado, haber subido al trono, haber sido glorificado y haber recibido dones, es el salvador del mundo. Como tal, El también es el que sustenta la vida y revela los secretos (Hch. 5:31; Jn. 6:50-51). José tipificaba a Cristo en estos tres aspectos, pues estos títulos están incluidos en el nombre Zafnat-panea que dio el faraón a José (41:45). El primer significado de este nombre es salvador del mundo; el segundo es el sustentador de la vida; y el tercero es el que revela los secretos. Todos sabemos que Cristo es el salvador del mundo. Como tal, El sustenta la vida y revela los secretos. Todos estos títulos fueron atribuidos a José. Primero, José fue el revelador de los secretos, luego el salvador del mundo. El llegó a ser el salvador porque sustentó la vida del pueblo.

  En cuanto al hecho de que José sustentó la vida, el relato de la Biblia es maravilloso. El faraón tuvo dos sueños: el primero acerca de las vacas y el segundo acerca de las espigas (41:1-7). ¿Por qué no soñó el faraón con siete tortugas y siete piedras negras? Tanto las vacas como las espigas son comestibles. Hoy disfrutamos al comer filetes, que provienen de las vacas, y el pan, que proviene del grano. Aquí vemos dos clases de vida: la vida animal y la vida vegetal. Debemos disfrutar de ambas clases de vida. Según el mandato bíblico, antes de la caída, el hombre comía solamente de la vida vegetal (1:29). Pero después de la caída, se le dijo al hombre que comiera carne porque era necesario derramar sangre para redención (9:3). Por tanto, después de la caída, el hombre tuvo que recibir su suministro de la vida vegetal y de la vida animal. En realidad, la vida animal debe venir en primer lugar, pues las personas caídas deben ser redimidas antes de poder disfrutar la vida. En la mesa del Señor, vemos el pan y la sangre. La sangre proviene de la vida animal del Señor para redención, y el pan proviene de Su vida regeneradora. En el Evangelio de Juan, el Señor es comparado con un cordero. En Juan 1:29 Juan el Bautista dice: “He aquí el Cordero”. Esta es la vida animal que trae redención. En Juan 12:24 el Señor se comparó con un grano de trigo que cae en la tierra para reproducirse por medio de la regeneración. Esta es la vida vegetal que nos regenera. Se mencionan ambas clases de vida en Génesis 41.

  Al examinar esto, nos damos cuenta nuevamente de que la Biblia es verdaderamente un libro de origen divino. Ningún ser humano pudo haberla escrito. Cuanto más ahondo en las profundidades de la Biblia, más quedo convencido de que su contenido fue revelado de manera divina. Ciertamente es la Palabra de Dios. ¿Aparte de Dios, quién habría podido escribir el capítulo 41 de Génesis? Hoy en día, la provisión de la vida que recibimos del Señor Jesús, como aquel que sustenta la vida, incluye tanto la vida animal, que redime, como la vida vegetal, que se reproduce. ¡Aleluya, día tras día somos alimentados de esta manera! Simultáneamente Cristo es el salvador del mundo y el que sustenta la vida.

  El también es el revelador de secretos, el interpretador de sueños. ¿Ha pensado usted alguna vez cuántos sueños interpretó el Señor Jesús cuando estaba en la tierra? Al hablar de sueños, me refiero a revelaciones, es decir, a los secretos que El nos manifestó. El interpretó por lo menos siete sueños en Mateo 13 y otros en Mateo 24 y 25. Verdaderamente el Señor es el revelador de secretos.

(14) Tomó la iglesia

  En Génesis 41:45 vemos que José tomó por mujer a Asenat, la hija de Potifera, sacerdote de On. La esposa de José era una mujer pagana, una egipcia. José la tomó por esposa cuando fue rechazado por sus hermanos. Esto también es un tipo que describe la manera en que Cristo tomó a los gentiles como esposa cuando fue rechazado por los israelitas. Mientras estuvo con los gentiles, obtuvo de entre ellos una esposa.

  En el libro de Génesis hemos visto tres esposas que representan a la iglesia: Eva, la esposa de Adán; Rebeca, la esposa de Isaac; y Asenat, la esposa de José. Eva como esposa de Adán, describe la forma en que la iglesia procede de Cristo y forma parte de El; tipifica el hecho de que la iglesia es igual a Cristo en vida y en naturaleza, y finalmente llega a ser un solo cuerpo con El. Así, Eva tipifica a la iglesia que forma parte de Cristo, que procede de El, que vuelve a El y que es una sola entidad con El. Rebeca describe a la iglesia como la llamada y la elegida, como la que tiene el mismo origen que Cristo. Isaac vino de una fuente específica, y el siervo de Abraham fue enviado a esa fuente para escoger y llamar una esposa para Isaac y traerla a él. Esta mujer elegida fue Rebeca. Asenat describe a la iglesia tomada del mundo gentil por Cristo cuando fue rechazado por los hijos de Israel. Cuando Cristo fue rechazado se volvió al mundo gentil, permaneció allí, y recibió a la iglesia, la cual proviene del mundo gentil.

  José engendró dos hijos de su esposa Asenat: Manasés y Efraín. El nombre Manasés significa “el que hace olvidar”. Cuando Manasés nació, José dijo: “Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre” (41:51). Esto indica que con el nacimiento de Manasés, José olvidó todas sus aflicciones. Cuando nació Manasés, José parecía decir: “¡Alabado sea el Señor! El me ha hecho olvidar mis aflicciones”. Esto revela que cuando la iglesia sea productiva, Cristo declarará que El ha olvidado Sus aflicciones. Si en las reuniones de evangelización de la iglesia en Anaheim se produce algún fruto, Cristo declara a todo el universo: “¡Manasés! He olvidado Mi aflicción”.

  El nombre del segundo hijo de José fue Efraín, que significa “fructífero” (41:52). Cuando Efraín nació, José dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción”. En el caso de José, en lugar de aflicción, hubo fruto. Cuando predicamos el evangelio y producimos fruto, Cristo se alegra y declara: “¡Ya no hay aflicción. Mirad todos los frutos!”.

(15) Proveyó alimento para el pueblo

  José proveyó de alimentos al pueblo hambriento (41:56-57). Como tal tipifica a Cristo (Jn. 6:35). Hoy en día, ¡cuánto alimento provee Cristo! El proporciona comida al pueblo hambriento.

  Cuando leemos la historia de José, nos damos cuenta de que es inagotable. Podemos leerla continuamente, sin agotar sus riquezas.

Biblia aplicación de android
Reproducir audio
Búsqueda del alfabeto
Rellena el formulario
Rápida transición
a los libros y capítulos de la Biblia
Haga clic en los enlaces o haga clic en ellos
Los enlaces se pueden ocultar en Configuración