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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 19

Dios afronta la primera caida del hombre

(1)

  En el mensaje anterior, estudiamos la primera caída del hombre y consideramos su causa, su proceso y su resultado. Vimos cuán horrible fue la causa, cuán arduo el proceso, y cuán terrible el resultado. ¡Alabado sea Dios porque Gn. 3 no para allí! Génesis 3 no sólo revela la causa, el proceso y el resultado de la primera caída del hombre, sino también la manera en que Dios afronta esa caída. Lo hace trayendo la salvación, y su mensaje es el evangelio. Estamos predicando el evangelio a todos los que leen este mensaje. La primera predicación en todo el universo se narra en el capítulo tres de Génesis. No piensen que Génesis 3 es un capítulo negativo; al contrario, es muy positivo. Aunque este capítulo empieza con el maligno, la serpiente insidiosa y astuta, fue ésta la que preparó el camino para que viniera la simiente de la mujer. ¡Esto es maravilloso!

  ¿Quién es la simiente de la mujer? ¡Jesús! Jesús nació de una mujer, no de un hombre. Los presuntos críticos modernos, quienes atacan los libros de Génesis y Apocalipsis, afirman que Jesús no nació de una virgen, alegando que nació de José el carpintero. Esta afirmación constituye la blasfemia más grande en contra del Señor Jesús. El Señor no era hijo de aquel carpintero que más tarde fue el marido de la virgen María, de la cual nació Jesús. De modo que Jesús no fue la simiente de ningún hombre; El fue la simiente de una mujer, una virgen, según la profecía de Isaías (7:14), la cual se cumplió en Mateo (1:23), y fue confirmada por Pablo (Gá. 4:4). En Gálatas 4:4 Pablo dice que Cristo nació de una mujer. Por consiguiente, Jesús no fue la simiente del hombre; fue la simiente de una mujer, y nació para cumplir la promesa dada por Dios como evangelio en Génesis 3:15. La primera caída del hombre abrió el camino para que viniera la simiente de la mujer. Este es el evangelio.

4. La manera en que Dios afronta la primera caída del hombre

  Ahora debemos considerar la manera en que Dios afronta la primera caída del hombre. Dios no juzgó al hombre. Inmediatamente después de la caída, tanto Adán como Eva se dieron cuenta de que no eran buenos. Se condenaron a sí mismos, se escondieron y usaron hojas de higuera para cubrirse (Gn. 3:7-8). Adán y Eva se escondieron de la presencia de Dios. Sabían que habían violado la prohibición de Dios de no comer el fruto del árbol del conocimiento y que el resultado de su transgresión había de ser la muerte. Por consiguiente, se escondieron de la presencia del Señor, esperando la condena a muerte. Sin embargo, Dios no vino a condenarlos a muerte, sino a predicarles el evangelio. Dios no pronunció la sentencia de muerte; El anunció el evangelio.

a. Buscó al hombre

  ¿Sabe usted cuál fue la primera palabra de la predicación de ese evangelio? Fue la pregunta hecha en Génesis 3:9: “¿Dónde estás tú?” En los primeros años de mi ministerio usé esta pregunta repetidas veces como tema central al predicar el evangelio. Preguntaba a la gente: “¿Dónde están? Caballeros, ¿dónde están? Damas, ¿dónde están? Jóvenes, doctores, maestros, ¿dónde están? Ustedes deben saber dónde están”. Esta pregunta no es la sentencia de un juicio; es la primera proclamación de las buenas nuevas. Dios buscaba al hombre, preguntando: “¿Dónde estás tú?”

  Después de la caída, el hombre dejó de ser sincero y honesto. Si Adán hubiera sido honesto cuando Dios le preguntó dónde estaba, habría confesado inmediatamente su transgresión, pero no lo hizo. Sin embargo, en su respuesta él reconoció que estaba desnudo (v. 10). Entonces Dios le preguntó: “¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” Adán debía haber confesado el asunto con franqueza: “Sí, Dios, comí de él. Por favor, perdóname”. Sin embargo, en lugar de confesar inmediatamente su propia transgresión, él se quitó la responsabilidad y la echó sobre la mujer. Adán dijo: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (v. 12). Con su respuesta le echaba la culpa a Dios por haberle dado la mujer que le dio el fruto del árbol. Sólo entonces reconoció haberlo comido. Aparentemente Adán decía: “No es mi culpa. Dios, Tú eres responsable por el problema que me causó la mujer que me diste. Si no me hubieras dado la mujer, yo jamás habría comido de ese árbol. Tú me diste la mujer, ella me dio el fruto del árbol, y yo comí”. No obstante, Dios no lo reprendió, porque no había venido para juzgar sino para salvar. Dios vino al hombre en el huerto de la misma manera que Su Hijo había de venir muchos siglos más tarde: El vino a salvar, y no a juzgar (Jn. 3:17).

  Entonces Dios se volvió a la mujer, y le preguntó: “¿Qué es lo que has hecho?” Así como Adán, Eva no confesó inmediatamente su culpa. Ella dijo: “La serpiente me engañó, y comí”. Desde la primera caída del hombre, los seres humanos han actuado de esta manera. Cuando los niños no se comportan correctamente, nunca confiesan su falta, sino que siempre le echan la culpa a alguien o a algo. El niño puede hasta echarle la culpa a un gato, diciendo: “Mamá, si no tuvieras este gato, yo no habría hecho eso. No es mi culpa. La culpa es tuya por tener ese gato”.

  Queda claro que mientras Dios afrontaba la primera caída del hombre, buscaba al hombre perdido como Su Hijo lo iba a hacer muchos años más tarde en Su deseo de salvar al hombre (Lc. 19:10). Dios no buscaba al hombre para condenarlo, sino para predicarle el evangelio.

b. Juzgó a la serpiente

  Cuando Dios se presentó a Adán y a Eva, El les hizo preguntas, pero cuando se dirigió a la serpiente no hizo ninguna pregunta. El condenó inmediatamente a la serpiente. Dios no le preguntó a la serpiente: “¿Serpiente, hiciste eso?” Cuando Dios se presentó a Adán, le preguntó: “¿Dónde estás tú?” (v. 9). También le preguntó: “¿Quién te enseñó que estabas desnudo?” y: “¿Comiste del árbol, de que te mandé no comieses?” (v. 11). Dios también le preguntó a la mujer: “¿Qué hiciste?” (v. 13). Dios les hizo todas estas preguntas a Adán y Eva no porque tuviese la intención de condenarlos, sino para incitarlos a confesarse. Sin embargo, cuando Dios se dirigió a la serpiente no le preguntó nada. Le dijo: “Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (v. 14). Este fue el juicio de Dios sobre la serpiente.

1) Se arrastra sobre el pecho: limitado a moverse en la tierra

  Andar sobre el pecho y comer del polvo todos los días de su vida fue indudablemente una maldición. En esta maldición pronunciada sobre la serpiente, hay algo escondido e implícito. Con el juicio que Dios pronunció sobre la serpiente, limitó la actividad y el mover de Satanás a la tierra. Un ave está libre y puede elevarse por los aires cada que lo desee. Pero la serpiente no tiene esa libertad, sino que está restringida a la tierra. Cuando estamos por encima de la tierra, la serpiente, o sea, el diablo, Satanás, no puede tocarnos. Cuando trascendemos esta esfera, estamos por encima de El. Pero si también nos arrastramos sobre la tierra, estaremos donde él está. Seremos su compañero y nos arrastraremos con él y con todas las demás cosas rastreras. Sin embargo, no nos estamos arrastrando sobre esta tierra; trascendemos este nivel.

2) Come del polvo: limitado a comer cosas terrenales

  La serpiente fue limitada a comer solamente el polvo; éste fue el segundo aspecto de la maldición pronunciada sobre la serpiente. La comida de la serpiente es el polvo. Fuimos hechos del polvo. Si somos terrenales, y vivimos de una manera terrenal, nos convertimos en la comida de la serpiente y ésta nos devorará (1 P. 5:8). Si usted es una persona terrenal que vive con su cónyuge de manera terrenal, se convertirá inmediatamente en comida para el diablo. Muchas familias son completamente devoradas por el diablo porque son muy terrenales. ¿Por qué su vida matrimonial aparentemente es devorada por el diablo? Porque su vida matrimonial es terrenal y está llena de polvo.

  Al condenar a la serpiente, Dios limitó a Satanás: la serpiente no puede moverse por encima del nivel de la tierra y sólo puede comer polvo. Dios creó al hombre con espíritu, alma y cuerpo. El cuerpo y el alma son terrenales, pero el espíritu no lo es. Nuestro espíritu, por no ser terrenal, no es comida para Satanás. A la serpiente sólo se le permite comer del polvo. Nuestro cuerpo y alma caídos constituyen la comida de Satanás, pero nuestro espíritu es diferente. El espíritu humano no es terrenal; por tanto, no es la comida de Satanás. Cada vez que andamos en nuestra carne nos convertimos en una suculenta comida para Satanás, y cada vez que somos anímicos somos comida para el diablo. No obstante, cada vez que nos volvemos al espíritu, olvidando el cuerpo y el alma, Satanás no tiene nada que comer. Cuando nos volvemos al espíritu, Satanás queda limitado. Alabado sea el Señor por los límites que Dios en Su juicio estableció para la serpiente.

  No tenemos que arrastrarnos sobre la tierra y tampoco tenemos que ser terrenales. Hermanas, cuando su marido o sus hijos le causen disgustos, no deben permanecer en la tierra. Pueden ejercitar su espíritu y elevarse inmediatamente a los cielos, y el diablo no podrá tocarles. La “serpiente” está limitada a la tierra y sólo puede comer cosas terrenales. Si usted se eleva al tercer cielo dirá: “Satanás, ¿qué estás haciendo allí? Estás jugando con mi marido y con mis hijos traviesos. Satanás, estoy aquí en el tercer cielo, y tú no puedes tocarme. No puedes devorarme. Puedo aplastarte debajo de mis pies”. “El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Ro. 16:20). Si queremos aplastar a Satanás debemos estar por encima de él. Si nos encontramos debajo de él, ¿cómo puede Dios aplastarlo debajo de nuestros pies? Puesto que “la serpiente” ha sido limitada a la tierra, nos resulta muy fácil pisarla. Alabado sea el Señor porque al juzgar a “la serpiente”, Dios predicó el evangelio. Dios ha limitado la actividad y la dieta de Satanás. Después de pronunciar ese juicio sobre la serpiente, Dios proclamó las buenas nuevas mencionadas en Génesis 3:15.

c. La promesa hecha al hombre

  En Génesis 3:15 vemos la promesa maravillosa que Dios hizo al hombre después de la caída: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”. Ciertamente esta promesa es una buena nueva.

1) El trasfondo

  El trasfondo en el que fue dada la promesa de Dios era que el hombre había sido tentado por la serpiente y había caído en el pecado (v. 13). En aquel tiempo, el hombre temía a Dios, y esperaba su sentencia de muerte (vs. 8, 10). Sin embargo, Dios no lo condenó. El juzgó a la serpiente (v. 14).

2) El contenido

a) Puso enemistad entre la serpiente y la mujer

  En Génesis 3:15 Dios dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer...” No nos gusta la palabra enemistad porque no queremos meternos en luchas ni en conflictos, pero Dios dijo que El pondría enemistad entre la serpiente y la mujer. Dios no abandonó el control de la situación y no permitió que la mujer y la serpiente se defendieran. Aparentemente Dios decía: “Controlaré esta situación. Mantendré Mi control sobre todo. Pondré enemistad entre ti y la mujer”. Pronto veremos quién es la mujer. En Génesis 3:15 Dios añadió que El pondría enemistad entre la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer; que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y que la serpiente heriría el calcañar de la simiente de la mujer. Esto revela que la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer serían enemigas, que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente, y que la serpiente heriría el calcañar de la simiente de la mujer. Herir la cabeza de la serpiente significa destruirla y matarla. Génesis 3:15 nos muestra que la simiente de la mujer destruirá la serpiente, y que la serpiente sólo puede herir el calcañar de la simiente de la mujer.

  Como la mayoría de las cosas mencionadas en Génesis del 1 al 3, Génesis 3:15 es una semilla, una semilla extremadamente significativa del evangelio. En Génesis 3:15 Dios proclamó por primera vez Su evangelio pleno. Por consiguiente, debemos detenernos en este versículo para ver quién es la mujer, quién es la simiente de la serpiente, y quién es la simiente de la mujer. Debemos familiarizarnos con estas tres clases de personas: la mujer, la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer. Primero, veamos quién es la mujer.

  Como dijimos con anterioridad, en Génesis del 1 al 3 casi todo constituye una semilla y también una señal o un símbolo. Por consiguiente, debemos presentar la alegoría de este pasaje de la Palabra santa. Después de leer el mensaje precedente, debemos entender que la posición adecuada de los seres humanos es la de una mujer. A los ojos de Dios, todos tenemos la posición de mujer, aunque seamos hombres. Si proclamamos que somos hombres delante de El, seremos devorados inmediatamente por Satanás. Indudablemente, la mujer mencionada en Génesis 3:15 es Eva, y representa a todo el pueblo de Dios, a los que se mantienen en la posición de mujer, confiando en Dios. Cuando confiamos en Dios, somos Su pueblo, Su esposa. Así que la mujer de Génesis 3:15 es primeramente Eva y en segundo lugar todo el pueblo que depende de Dios y que confía en El. En resumen, la mujer es todo el pueblo de Dios. Por consiguiente, la enemistad entre la serpiente y la mujer es la enemistad entre Satanás y Eva, entre Satanás y todo el pueblo de Dios. Eva representa a todo el pueblo de Dios.

  En Apocalipsis 12:1 vemos la señal de una mujer universal. Esta mujer, una gran señal, está vestida con el sol, tiene la luna debajo de sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Por consiguiente, esta mujer no es una mujer solitaria, local ni individual; es una mujer universal, una señal que representa todo el pueblo de Dios, de Adán a Abraham, de Isaac a Moisés, de Moisés a los apóstoles, y de los apóstoles al tiempo presente. Todo el pueblo de Dios constituye esta mujer y está incluido en ella. Las doce estrellas representan a los patriarcas, tales como Adán, Abel, Enoc, Abraham y Jacob. Estos patriarcas eran estrellas que todavía no formaban una unidad. Después de ellos viene el pueblo de Israel. Por haber vivido en la noche oscura, son representados por la luna. Pero cuando el Señor Jesús vino, el día amaneció y el sol brilló con fuerza. Por lo tanto, el pueblo que conforma la iglesia es representado por el sol. De manera que todo el pueblo de Dios (los patriarcas, Israel en el Antiguo Testamento y la iglesia en el Nuevo Testamento, incluyendo a todos los creyentes) compone esta mujer universal. La mujer universal de Apocalipsis 12 estaba representada por la mujer individual, Eva, mencionada en Génesis 3:15. En Génesis 3 Eva era un símbolo de esta mujer universal.

  En las buenas nuevas que Dios anunció en Génesis 3:15, El dijo que pondría enemistad entre la serpiente y la mujer. Esto significa que en el transcurso de los siglos, Satanás, el diablo, ha luchado en contra de todo el pueblo de Dios. La serpiente no sólo combatió a Eva, sino que también ha luchado contra el pueblo de Dios en cada generación. El asesinato de Abel por mano de su hermano Caín es un ejemplo de esto. En 1 Juan 3:12 se nos muestra que ese asesinato no fue simplemente un crimen perpetrado por Caín, sino algo hecho por el inicuo, la serpiente. La serpiente usó a Caín para matar a Abel. Si no ponemos nuestra confianza en Dios, no somos el pueblo de Dios. Si no somos el pueblo de Dios, nos hallamos en la misma categoría que Satanás, y él no peleará en contra de nosotros. Pero cuando usted se vuelve a Dios y confía en El, la serpiente lo atacará inmediatamente. Esta es la enemistad que existe entre la serpiente y la mujer.

b) Puso enemistad entre la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer

  Adán y Eva esperaban la muerte, pensando estar bajo sentencia de muerte. Por consiguiente, la mención de una simiente vino como buenas nuevas para ellos. Pensaban que les era imposible tener una simiente porque estaban destinados a morir inmediatamente. Cuando Adán oyó que la mujer iba a traer simiente, él le dio a su esposa el nombre de Eva, que significa en hebreo “viviente”. Mientras Adán y Eva esperaban la condena a muerte con temor y temblor, vino la buena nueva: esta mujer tendría una simiente, y Adán dijo espontáneamente: “Viviente, no estás muriendo, estás viva. Tu nombre es Eva. Estás viviendo”. Como vimos en el mensaje diecisiete, cuando Adán vio a Eva por primera vez en Génesis 2:23, estaba emocionado y dijo: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne”. En Génesis 3 Adán también se mostró emocionado. En lugar de recibir la condena a muerte, él oyó el evangelio. Por tanto, Adán llamó a su esposa “viviente”. Todos hemos oído estas buenas nuevas y todos debemos llamarnos “vivientes”. Si ustedes me preguntan cómo me llamo, les contestaré que mi nombre es “viviente”.

  Dios predicó el evangelio en el versículo 15, y Adán reaccionó al evangelio en el versículo 20. Si Adán no hubiera reaccionado al evangelio, habría llamado a su esposa “Muerta”, diciendo: “Pobre mujer, ¿no sabes que eres la causa de la muerte? Tu nombre debería ser Muerta”. Por el contrario, después de oír a Dios predicar el evangelio, Adán estaba contento y le dio a su esposa el nombre de Eva: “Viviente”. Hoy en día el mundo entero está condenado a muerte, y nosotros debemos ir a ellos y proclamar Génesis 3:15. Cuando la gente oiga las buenas nuevas de Génesis 3:15, reciba el evangelio y responda a él, gritará: “Ahora vivimos. ¡Alabado sea el Señor!”

(1) La enemistad entre la simiente de la serpiente y la simiente de la mujer

  La simiente de la serpiente es el pueblo que sigue a Satanás. La Biblia usa varios términos para describirlos. En Mateo 3:7 son llamados “cría de víboras”. En Mateo 13:38 son designados “hijos del maligno”. En Juan 8:44 el Señor Jesús se refirió a ellos y dijo que pertenecían a su padre, el diablo. En 1 Juan 3 el apóstol Juan dijo que todo aquel que practica el pecado es del diablo (v. 8); él también usó la expresión “los hijos del diablo” (v. 10). Todos estos títulos indican que quienes siguen a Satanás son la simiente de la serpiente. El significado es el mismo, que se llamen cría de víboras, hijos del maligno, o hijos del diablo: son la simiente de la serpiente y persiguen al Señor Jesús y a los vencedores y luchan contra ellos.

  La simiente de la mujer es el Señor Jesús. Nació de la virgen María (Is. 7:14; Mt. 1:23; Gá. 4:4). De modo que El es la verdadera simiente de la mujer. El es la simiente profetizada en las buenas nuevas que Dios mismo proclamó en Génesis 3:15. El es Aquel que hirió la serpiente. Existe una gran enemistad entre los que siguen a Satanás y el Señor Jesús.

(2) La simiente de la mujer hiere la cabeza de la serpiente

  El Señor Jesús, la simiente de la mujer, hirió la cabeza de la serpiente. El Señor destruyó a Satanás, aquel que tiene el poder de la muerte. Hebreos 2:14 y 1 Juan 3:8 lo revelan claramente.

(3) La serpiente hiere el calcañar de la simiente de la mujer

  Mientras el Señor Jesús destruía la serpiente en la cruz, la serpiente hería su calcañar. Esto significa que Satanás hirió al Señor Jesús al clavar Sus pies en la cruz (Sal. 22:16).

(4) La enemistad entre la serpiente y los vencedores

  ¿Quiénes son los vencedores? Como ya hemos visto, la mujer de Génesis 3:15 es, en primer lugar, Eva y, en segundo lugar, todo el pueblo de Dios, incluyendo a la virgen María, como lo representa Eva. Por consiguiente, la simiente de la mujer es principalmente el Señor Jesús, quien nació de María. Sin embargo, podemos ver más acerca de la simiente de la mujer en Apocalipsis 12. La mujer descrita en Apocalipsis 12 y representada en Génesis 3:15 es una mujer universal, y dentro de ella se encuentra una parte llamada el hijo varón (Ap. 12:1, 2, 5). En un sentido bíblico, la mujer representa la debilidad, pues la mujer es el vaso débil (1 P. 3:7). El hombre, especialmente el hijo varón, representa la fuerza. La mujer universal que se describe en Apocalipsis 12 tiene dos partes: la parte exterior, que es la mujer misma, y la parte interior, o sea, el hijo varón. La parte exterior, la mujer, es la parte débil; la parte interior, el hijo varón, es la parte fuerte. El pueblo de Dios en su totalidad constituye la mujer, quien es bastante débil, pero entre todo el pueblo de Dios se encuentra una parte fuerte, el hijo varón, los vencedores. En las iglesias, es posible que algunos santos, por ser parte de la mujer, sean débiles, pero otros, por ser parte del hijo varón, pueden ser bastante fuertes. Este puede ser considerado parte de la simiente de la mujer. El hijo varón es la parte fuerte entre el pueblo de Dios. Todo el pueblo de Dios constituye la mujer, y la parte fuerte del pueblo de Dios es el hijo varón. Por consiguiente, el hijo varón también forma parte de la simiente de la mujer.

  Me agrada comparar Apocalipsis 12 con Génesis 3. En Génesis 3:15 vemos tres entes principales: la serpiente, la mujer y la simiente de la mujer. Encontramos estos tres seres en Apocalipsis 12, donde vemos la serpiente antigua, la mujer universal y el hijo varón. ¿Ha visto cómo corresponden estos dos capítulos entre sí? La “serpiente antigua” de Apocalipsis 12:9 es la serpiente de Génesis 3; la mujer universal de Apocalipsis 12:1 es la mujer de Génesis 3:15; y el hijo varón de Apocalipsis 12:5 forma parte de la simiente de la mujer mencionada también en Génesis 3:15. Si usted no entiende Apocalipsis 12, no comprenderá completamente Génesis 3:15. Este pequeño versículo revela tres entes principales: la serpiente, la mujer y la simiente de la mujer. Es difícil entender estos tres seres sin leer toda la Biblia, incluyendo el Apocalipsis. Cuando llegamos a Apocalipsis 12, descubrimos que la serpiente de Génesis 3:15 es el diablo, pues Apocalipsis 12:9 habla de “la serpiente antigua, que se llama el diablo y Satanás”. La mujer no es solamente Eva, sino todo el pueblo que puso su confianza en Dios, incluyendo a la virgen María, pues el pueblo de Dios ocupa la posición de mujer delante de El. Además, vemos que la mujer contiene una parte fuerte llamada el hijo varón. Por consiguiente, el hijo varón de Apocalipsis 12 forma parte de la simiente de la mujer mencionada en Génesis 3:15.

  Algunos preguntarán quién es el hijo varón. Existen varias enseñanzas al respecto en el cristianismo. Algunos afirman que el hijo varón es el Señor Jesús. Estoy de acuerdo con eso en un sentido porque el Señor Jesús es la cabeza, el centro, la realidad, la vida y la naturaleza del hijo varón. No obstante, este hijo varón no es individual, sino corporativo. Puesto que la mujer misma no es individual, sino universal y corporativa, su hijo también debe ser universal y corporativo. El hijo varón corporativo incluye al Señor Jesús como cabeza, centro, realidad, vida y naturaleza del hijo varón. Las Escrituras así lo demuestran. En Salmos 2:8-9 se profetiza que el Señor Jesús, el Ungido de Dios, reinará sobre las naciones con vara de hierro. Apocalipsis 2:26-27 revela que los vencedores que haya en las iglesias reinarán sobre las naciones con vara de hierro. Ahora en Apocalipsis 12:5 vemos que el hijo varón reinará sobre todas las naciones con vara de hierro. Por consiguiente, el relato bíblico revela que tanto el Señor Jesús como Sus vencedores reinarán sobre las naciones con vara de hierro. En consecuencia, el hijo varón mencionado en Apocalipsis 12:5 incluye al Señor Jesús y también a los vencedores que haya en las iglesias. Además, Apocalipsis 20:4 dice que Cristo y los vencedores resucitados reinarán durante mil años. Así que el hijo varón de Apocalipsis 12 no es el Señor Jesús como individuo ni los vencedores separados de El, sino el Señor Jesús junto con los vencedores. Cristo es el vencedor más destacado (Ap. 3:21). Como principal vencedor, El es la cabeza, el centro, la realidad, la vida y la naturaleza de los vencedores. Entre el pueblo de Dios en la tierra hay una parte fuerte que incluye al Señor Jesús y a los vencedores. Por lo tanto, el Señor Jesús y los vencedores componen el hijo varón.

  La enemistad que hay entre la serpiente y la simiente de la mujer mencionada en Génesis 3:15 se manifiesta plenamente en Apocalipsis 12. En Apocalipsis 12 vemos que la serpiente antigua hace todo lo posible por perjudicar al hijo varón y a la mujer (vs. 4, 13-17). Así la enemistad de Génesis 3:15 se cumple cabalmente.

  El Señor Jesús fue un hijo varón; sin embargo, nació de una mujer. ¿Qué significa esto? Esto significa, en la esfera espiritual, que el Señor Jesús nació de una fuente que confiaba en Dios. La mujer es la fuente de la simiente, y la simiente, la cual incluye al hijo varón que vence al enemigo, es más fuerte que la mujer. La fuente del hijo varón es una mujer, no un hombre. Su fuente es el que confía en Dios, y no quien se declara independiente de Dios. El hijo varón es la simiente de una mujer que confía en Dios y que depende de El. El Señor Jesús fue la simiente que provino de esa fuente.

  Del mismo modo, todos debemos ser la simiente de la mujer, la simiente de una fuente que depende de Dios. Si pretendemos ser un hombre delante de Dios, ponemos fin a nuestra relación con Dios y dejamos de pertenecerle a El. Todo aquel que pertenece a Dios debe ser una mujer delante de El. Si los que tienen a su cargo las iglesias dicen: “Sabemos cómo manejar las cosas”, entonces dejan de ser la mujer delante de Dios, y asumen la posición de hombre. Los hermanos que tienen el liderazgo deben decir: “Señor, Tú sabes cuán débiles somos. Dependemos de Ti. Aparte de Ti, Señor, no podemos hacer nada. Confiamos en Ti en todas las cosas”. Si los hermanos que tienen el liderazgo tienen esta actitud, son verdaderamente la mujer delante de Dios. Génesis 3:15 no menciona la simiente del hombre; pues sólo la simiente de la mujer tiene la debida posición delante de Dios.

  Por una parte, somos la mujer; por otra, somos la simiente de la mujer. Somos aquellos que confían en Dios; ésta es nuestra fuente. También somos la simiente de esta fuente que confía en Dios. Por consiguiente, podemos fortalecernos. La simiente de la fuente que confía en Dios es la única que puede ser fuerte, no fuerte en sí misma, sino en Dios. El Señor Jesús fue el primero en ser una persona así. El es la cabeza del hijo varón. Ahora también es el centro, la realidad, la vida y la naturaleza del hijo varón. ¡Cuánto combate el enemigo, Satanás, en contra del hijo varón!

3) El centro

  El punto crucial y central de Génesis 3:15 es el hecho de que la simiente de la mujer, o sea, el Señor Jesús, vendría para destruir a Satanás en la cruz. Esta es la mayor proclamación en la predicación de las buenas nuevas. Una vez más repito que Adán y Eva temblaban bajo la inminente condena a muerte, pero Dios, en lugar de condenarlos, los sorprendió con la predicación del evangelio. Adán y Eva temían a Dios y aborrecían a la serpiente. Por consiguiente, Dios declaró en Sus buenas nuevas que Aquel que era llamado “la simiente de la mujer” vendría para destruir a la serpiente. Este era el evangelio. La promesa con respecto a la simiente de la mujer y a la destrucción venidera de la serpiente era las buenas nuevas proclamadas a la primera generación de pecadores.

4) El cumplimiento

a) En el pueblo de Dios

  La promesa de Génesis 3:15 se ha cumplido a lo largo de las generaciones. Primero se cumplió en todo el pueblo de Dios. Desde que fue dada esta promesa, Satanás ha sido el enemigo del pueblo de Dios. El seguirá siendo el enemigo hasta que sea echado al abismo (Ap. 20:1-3) y finalmente al lago de fuego (Ap. 20:7-10). Antes de ser echado al lago de fuego, él seguirá siendo el enemigo del pueblo de Dios.

b) En todos los vencedores

  Además, esta promesa se cumple en todos los vencedores hasta el tiempo del arrebatamiento. Esto se revela en Apocalipsis 12.

c) En el Señor Jesús

  Esta promesa se cumplió por completo en el Señor Jesús. Primero, se cumplió en el tiempo de Su nacimiento (Mt. 2:13-22). Cuando el Señor Jesús nació, la serpiente suscitó mucha enemistad, y provocó la muerte de muchos niños. Segundo, la promesa se cumplió en la vida terrenal del Señor. Si leemos los cuatro evangelios, veremos que Satanás perturbaba continuamente al Señor Jesús, persiguiéndole y oponiéndose a El. Finalmente, Satanás hirió el calcañar del Señor en la cruz, como se profetizó en Salmos 22:16.

  La promesa hecha en Génesis 3:15 revela que Satanás es el enemigo del pueblo de Dios. Por último, el Señor Jesús vino como la simiente de la mujer para destruir al enemigo. Hoy en día disfrutamos el cumplimiento de esta promesa.

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