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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 25

La segunda caida del hombre

(3)

  En este mensaje, llegamos a los últimos dos versículos de Génesis 4. Hemos visto que casi todos los puntos mencionados en los primeros capítulos de Génesis son semillas que se desarrollan en los libros bíblicos que siguen. A pesar de constituir un pasaje bíblico muy breve, Gn. 4:25-26 contiene una semilla muy significativa. No obstante, antes de considerar esa semilla, debemos abordar otros asuntos.

5. La manera de escapar

  Tenemos la primera caída del hombre en Gn. 3, y la segunda en GGn. 4. Vimos que la manera de escapar de la primera caída consiste en creer en la simiente de la mujer, es decir, en el Señor Jesús, y en seguir el camino de salvación de Dios. Sin embargo, la caída dio por resultado la presencia de Satanás en nuestra naturaleza. Esta fue la principal causa de la segunda caída. ¿Cuál es la manera de escapar de esta segunda caída?

a. Sin la arrogancia debida a nuestros propios conceptos

  Si queremos escapar de la segunda caída del hombre, debemos tener cuidado de no ser arrogantes. ¿Qué significa ser arrogantes? Significa hacer el bien, adorar a Dios y servir a Dios según nuestros conceptos humanos y no conforme a la revelación de Dios. Vimos un ejemplo en el caso de Caín (4:3). Hacer algo por nosotros mismos, por muy bueno que sea a nuestros ojos, es una arrogancia y está unido con el diablo. Como hombres caídos que contenemos a Satanás en nuestra naturaleza, debemos rechazar todo lo que se origine en nosotros. Debemos hacerlo todo según lo reveló Dios a fin de ser preservados del diablo y de seguir cayendo.

b. Vivir para Dios y adorarle según lo dispuesto por El

  Además, si deseamos escapar de la segunda caída del hombre, debemos vivir para Dios y adorarle conforme a lo que El dispuso, como lo hizo Abel (4:2, 4; cfr. 3:21; He. 11:4). Debemos evitar, por el lado negativo, ser arrogantes; y debemos, por el lado positivo, vivir para Dios y adorarle conforme a lo que El reveló y según lo que El dispuso. No se trata solamente de vivir para Dios y adorarlo, sino de hacerlo conforme a Su revelación. Debemos permanecer en el camino de Dios a fin de no seguir cayendo.

c. Ser conscientes de la vanidad de la vida humana

  En Génesis 4 encontramos dos nombres particularmente significativos. El primero es Abel, que significa “vanidad”. Como resultado de la caída, la vida humana se hizo vana. Mire la gente de hoy. A pesar de estar muy ocupada, tiene un vacío en su interior. Las personas sienten un vacío en lo profundo de su ser. Cualquiera que sea su rango social, su fortuna o el éxito que haya logrado, usted sabe que hay un vacío en su interior cuando está solo en el silencio de la noche o temprano por la mañana. Este vacío es la vanidad de la cual estoy hablando. Es exactamente a lo que se refería el sabio rey Salomón cuando dijo: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad ... debajo del sol” (Ec. 1:2-3). Si queremos escaparnos de la segunda caída del hombre, debemos tomar consciencia de que todo lo que somos nosotros, los hombres caídos y carentes de Dios, lo que poseemos y lo que hacemos, está vacío. No somos más que vanidad.

d. Reconocemos la fragilidad del hombre

  El segundo nombre particularmente significativo es Enós, que significa “hombre frágil y mortal”. Después de la caída, no sólo la vida humana se hizo vana, sino que el hombre también se volvió frágil y mortal. Debemos reconocer que somos frágiles, débiles y fácilmente deshechos. ¡Es muy fácil fracasar! El hombre es mortal. Nadie puede jactarse de tener la certeza de que va a vivir una semana más. Nadie sabe lo que le pasará mañana. Si queremos escapar de la segunda caída del hombre, debemos reconocer la vanidad de la vida humana y la fragilidad del hombre. Si entendemos eso, no tendremos ninguna confianza en nosotros mismos y, por ende, no tendremos la arrogancia de apartarnos del camino de Dios.

e. Invocar el nombre de Jehová: el “Yo soy”

  Cuando vemos que no debemos ser arrogantes, y que debemos vivir para Dios y adorarle como El lo ha ordenado y reconocer la vanidad de la vida humana y la fragilidad del hombre, decimos: “Oh Señor, no debo ser arrogante. Debo vivir para Ti y adorarte como Tú has mandado. Señor, mi vida es vanidad. Soy frágil y mortal”. Cuando tomamos consciencia de que nuestra vida es vanidad y de que somos frágiles, espontáneamente invocamos el nombre del Señor. Esta es la razón por la cual Génesis 4:26 dice: “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”. Desde la época de Enós, la tercera generación de la humanidad, los hombres empezaron a invocar el nombre del Señor, al darse cuenta de que eran débiles, frágiles y mortales.

  Nótese que en hebreo se usa “Jehová” para referirse al Señor (4:26; cfr. Éx. 3:14). El título “Dios” se usa principalmente refiriéndose a la relación que Dios tiene con Su creación en Génesis 1. El nombre Jehová se usa principalmente refiriéndose a la relación de Dios con el hombre a partir de Génesis 2. Jehová es el nombre que describe la relación íntima que Dios tiene con el hombre. Por consiguiente, Génesis 4:26 no dice que los hombres empezaron a invocar el nombre de Dios, sino el nombre de Jehová. Los hombres no invocaban al Creador de todas las cosas, sino a Aquel que estaba cerca de ellos, Aquel que estaba estrechamente relacionado con ellos. El nombre Jehová significa “Yo soy el que soy”, es decir, El es Aquel que existe desde la eternidad hasta la eternidad. El es el que existía en el pasado, existe en el presente, y existirá en el futuro y para siempre. El es el Eterno. Cuando los hombres se dieron cuenta de que eran frágiles y mortales, comenzaron a invocar a Jehová, el Eterno, es decir, a invocar el nombre del Señor. Esta invocación empezó desde la tercera generación de la humanidad.

  Cuando no nos interesamos en Dios, no invocamos Su nombre. No obstante, cuando nos percatamos de que debemos vivir para El y adorarle a Su manera, y cuando nos damos cuenta de que somos frágiles y mortales y de que nuestra vida no es más que vanidad, espontáneamente y desde lo profundo de nosotros, no sólo oramos, sino que invocamos el nombre del Señor. Por consiguiente, debemos considerar esta importantísima semilla, la de invocar el nombre del Señor. Se trata de un asunto de lo más trascendente tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.

1) La definición de invocar al Señor

  Primero, necesitamos saber lo que significa invocar el nombre del Señor. Algunos cristianos piensan que invocar al Señor equivale a orar. Yo pensaba lo mismo. Pero un día el Señor me mostró que invocar a Su nombre difiere de la oración. En efecto, invocar es una especie de oración, pues forma parte de nuestra oración, pero invocar no es simplemente orar. En hebreo invocar significa “clamar”, “gritar”, es decir, llamar. La palabra griega traducida “invocar” significa “invocar a una persona”, “llamar a alguien por su nombre”. En otras palabras, quiere decir llamar a una persona por su nombre en voz alta. Aunque la oración puede ser silenciosa, la invocación debe ser pronunciada en voz audible.

  Invocar al Señor significa también gritarle y experimentar la respiración espiritual. “Invoqué Tu nombre, oh Jehová, desde el hoyo más profundo; oíste mi voz; no escondas Tu oído a mis suspiros, a mi clamor” (Lm. 3:55-56). Estos versículos indican que invocar significa también llorar y respirar. El llanto es la mejor respiración. Me han dicho que el llanto es el mejor ejercicio para los recién nacidos. Cuando usted llora, respira espontánea y profundamente. Al llorar y respirar, exhalamos e inhalamos. La inhalación siempre va después de la exhalación. Al exhalar sacamos todas las cosas negativas. Cuando usted exhale las cosas negativas, las cosas positivas del Señor lo llenarán. Permítanme usar el ejemplo de una persona que se enoja. Cuando una persona se enoja, no debe procurar tranquilizarse, sino invocar: “Oh Señor Jesús”. Luego añada una corta oración: “Señor Jesús, voy a enojarme”. Haga eso y vea si sigue enojándose. Al invocar el nombre del Señor usted exhalará su ira e inhalará al Señor Jesús. Exhalará su ira e inhalará al Señor. ¿Quiere ser santo? La manera de ser santo consiste en invocar el nombre del Señor Jesús. Al invocar usted el nombre del Señor, exhalará todas las cosas pecaminosas, malignas e impuras, e inhalará todo lo positivo, las riquezas del Señor.

  El señor A. B. Simpson escribió un himno acerca de respirar al Señor. Leamos algunas estrofas:

  Oh Señor, exhala Tu Espíritu sobre mí,     Enséñame a inhalarte; Ayudame a derramar en Tu pecho     Toda la vida de mi yo y de mis pecados.

  Estoy exhalando mi tristeza,     Exhalando mis pecados; Estoy inhalando, inhalando,     Toda Tu plenitud.

  Exhalando mi naturaleza pecaminosa,     Has llevado todo por mí; Inhalando Tu plenitud limpiadora,     Encontrando toda mi vida en Ti.

  En 1963 presenté este himno a algunos santos en los Estados Unidos. Un día, después de cantar este himno, un querido santo se me acercó y dijo: “No puedo entender ese himno. Respirando, respirando, respirando: ¿respirando qué?” Estaba algo confuso. Algunos años más tarde, después de publicar nuestro himnario, este mismo santo me dijo: “Hermano, mi himno favorito en el himnario es aquel himno que habla de inhalar al Señor”.

  ¿Cómo respiramos al Señor? Inhalamos al Señor al abrirnos a El y al invocar Su nombre. Debemos invocarle y clamar a El, pues, como dijo Jeremías, invocar al Señor significa clamar a El. El invocó al Señor desde el hoyo más profundo. Cuando estamos en una situación lamentable, es decir, en un “hoyo”, debemos invocar el Señor y clamar a El pidiéndole que nos libere de la cárcel y que recibamos más de El en nuestro ser.

  Isaías también nos dice que invocar al Señor es clamar a El. “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es Jah Jehová, quien ha sido salvación para mí. Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel día: ¡Alabad a Jehová, invocad su nombre! ... Cantad salmos a Jehová ... Clama y grita de júbilo, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel” (Is. 12:2-6). En estos versículos, Isaías nos exhorta a alabar, cantar, clamar y gritar de júbilo. Todo eso corresponde a la invocación mencionada en el versículo 4. En el versículo 2, él dice que Dios es nuestra salvación y nuestra fortaleza. Dios lo es todo para nosotros. Sólo debemos sacar aguas de las fuentes de la salvación de Dios. ¿Cómo podemos sacar agua de las fuentes de la salvación con alegría? Invocando el nombre del Señor, alabándole, cantando himnos, clamando y gritando de júbilo. En el versículo 4 descubrimos que la alabanza y la invocación van juntas, y en el versículo 6, vemos que clamar y gritar van juntos. Esto demuestra que invocar al Señor consiste en clamarle y elevar la voz a El. Muchos cristianos no han gritado nunca. Si usted nunca ha gritado delante del Señor, dudo que haya disfrutado ricamente al Señor. Intente gritar delante de El. Si nunca ha proclamado lo que el Señor significa para usted, le animo a hacerlo. Cuanto más clame: “Oh Señor Jesús, Tú eres tan bueno para mí”, más será liberado de su ego y más se llenará del Señor. Usted estará en el tercer cielo. Por consiguiente, Isaías, aun en los tiempos del Antiguo Testamento, exhorta a alabar al Señor, a invocar Su nombre, a clamar y a gritar de júbilo.

  Permítanme compartir una parte de mi testimonio acerca de invocar al Señor. Fui criado en la Iglesia Bautista del Sur. Después de ser salvo, y por mi anhelo de ahondar en la Palabra, estuve varios años con una asamblea de los Hermanos, la cual era muy estricta. Ellos solían permanecer en silencio. No exagero al decir que se podría oír el ruido causado al caer al suelo un alfiler. Fuimos educados de esa manera. Me senté a los pies de los maestros de esos hermanos, y escuché sus enseñanzas. Le doy gracias al Señor por eso. Aunque amaba al Señor y la Palabra, no recibí la ayuda en la vida. La única ayuda que recibí fue el entendimiento de la letra de las Escrituras.

  En cierta ocasión, en agosto de 1931, mientras andaba por la calle, el Espíritu me habló en mi interior y me dijo: “Mírate. Has adquirido mucho conocimiento. Conoces las profecías y la tipología, pero mira cuán muerto estás”. En lo profundo de mi ser sentí inmediatamente sed y hambre. Dentro de mi algo deseaba brotar. Pero mi trasfondo religioso me impidió hacerlo en la calle. Me restringí, sufriendo durante el resto de la tarde y por la noche, esperando que llegase la mañana para poder presentarme delante del Señor. Mi casa estaba ubicada al pie de un pequeño monte. Cuando llegó la mañana, corrí a la cima del monte y solté lo que había en mi corazón. No tenía ninguna intención de clamar, pero algo me presionaba desde dentro, diciendo: “Oh Señor Jesús”. Invoqué espontáneamente al Señor. Nadie me enseñó a invocar al Señor, y no había visto nada al respecto en la Biblia. Sencillamente me brotó espontáneamente. Aunque no disponía de las expresiones “disfrutar al Señor” y “liberar el espíritu”, sí tuve la realidad de ellas. Efectivamente ejercité y liberé mi espíritu e indudablemente disfruté al Señor. De ahí en adelante, casi todas las mañanas subía a la cima del monte e invocaba al Señor. Al invocar, el Señor me llenaba de El. Cada mañana cuando descendía de aquel lugar, rebosaba de gozo. Estaba en los cielos, y toda la tierra con su contenido se hallaba debajo de mis pies.

  Sin embargo, mi trasfondo me impedía enseñar aquello. No animé a nadie a practicar esto. Doce años más tarde, en 1943, fui encarcelado por el ejército japonés que había invadido China. Un día me persiguieron y me golpearon. No podía hacer nada. Clamé espontáneamente: “Oh Señor Jesús”, y dejaron de golpearme. No obstante, mi trasfondo religioso seguía impidiéndome practicar eso todos los días. No sabía que podíamos hacerlo en nuestra vida cotidiana.

  Veinticuatro años más tarde, en 1967 en Los Angeles, hablamos de este asunto de invocar al Señor. En aquel tiempo sentí la necesidad de averiguar la validez de esto estudiando la Palabra. Después de dedicar mucho tiempo a leer en la Palabra todo relacionado con invocar al Señor, descubrí que los santos de tiempos antiguos practicaban esto. Empezó hace miles de años. Con la ayuda de una concordancia encontré muchísimas citas relacionadas con invocar al Señor, y noté los varios aspectos de la invocación. En esa ocasión, recibí confirmación y fui fortalecido no sólo a practicar la invocación al Señor, sino también a enseñar a los demás y a ayudarles a invocar al Señor. Desde 1967 invocar al Señor ha sido uno de los elementos del recobro del Señor. Descubrimos que era la mejor manera de tocar al Señor. En aquel año visité el Lejano Oriente y presenté ese asunto a los santos. Puedo testificar que millares de santos fueron liberados y enriquecidos al invocar el nombre del Señor.

2) La historia de invocar al Señor

  No se imagine que el hecho de invocar al Señor fue inventado por nosotros. No es una nueva invención. Cuando mucho, podemos llamarlo un redescubrimiento o una parte de lo que está recobrando el Señor. Como vimos, invocar al Señor empezó con la tercera generación del linaje humano. Enós, el hijo de Set, fue la tercera generación. Eva dio a su segundo hijo el nombre de Abel, que significa vanidad. Luego Set, el hermano de Abel, llamó a su hijo Enós, lo cual indica que Set era consciente de que la vida humana era débil, frágil y mortal. Al llamar Set a su hijo Enós, quizá le comunicó a su hijo que era débil y frágil. Al darse cuenta éste de la fragilidad de la vida humana, empezó a invocar el nombre del Señor eterno. Por consiguiente, cuando nos damos cuenta de que no somos nada, de que somos débiles y frágiles, ¿qué debemos hacer? Debemos simplemente clamar: “Oh Señor Jesús”.

  La historia de invocar el nombre del Señor continúa por toda la Biblia, y podemos enumerar los nombres de muchas personas que invocaron el nombre del Señor: Abraham (Gn. 12:8), Isaac (Gn. 26:25), Moisés (Dt. 4:7), Job (Job 12:4), Jabez (1 Cr. 4:10), Sansón (Jue. 16:28), Samuel (1 S. 12:10), David (2 S. 22:4), Jonás (Jon. 1:6), Elías (1 R. 18:24), Eliseo (2 R. 5:11), Jeremías (Lm. 3:55). Los santos del Antiguo Testamento no sólo invocaron al Señor, sino que también profetizaron que el pueblo invocaría este nombre (Jl. 2:32; Sof. 3:9; Zac. 13:9). Aunque muchos conocen la profecía de Joel acerca del Espíritu Santo, pocos han prestado la debida atención al hecho de que recibir el Espíritu Santo derramado requiere que invoquemos el nombre del Señor. Por una parte, Joel profetizó que Dios derramaría Su Espíritu; por otra, profetizó que la gente invocaría el nombre del Señor. El derramamiento que Dios trae requiere la cooperación de nuestra invocación. La profecía de Joel se cumplió el día de Pentecostés.

  La invocación del nombre del Señor también fue practicada por los santos del Nuevo Testamento. Comenzó el día de Pentecostés (Hch. 2:21). El día de Pentecostés Dios derramó Su Espíritu, y los primeros santos recibieron al Espíritu invocando el nombre del Señor. Su invocación era una respuesta al derramamiento del Espíritu de Dios. Esteban también invocó el nombre del Señor. Mientras lo apedreaban a muerte, él invocaba el nombre del Señor (Hch. 7:59). El murió invocando el nombre del Señor. Si el Señor demora Su venida y nosotros morimos, espero que muramos invocando Su nombre.

  Todos los creyentes del Nuevo Testamento tenían por costumbre invocar al Señor (Hch. 9:14; 22:16; 1 Co. 1:2; 2 Ti. 2:22). Cuando Pablo era Saulo de Tarso recibió autoridad de los principales sacerdotes para atar a todos los que invocaban el nombre del Señor (Hch. 9:14). Esto indica que los primeros santos invocaban a Jesús. Invocar el nombre del Señor era una señal, una marca, que identificaba a los cristianos. Por tanto, Saulo de Tarso pensó que le resultaría fácil encontrar a los cristianos de Damasco por el hecho de que ellos invocaban el nombre del Señor. No sólo oraban al Señor, sino que lo invocaban. Son muchos los verdaderos cristianos que oran al Señor cada día, pero sus vecinos, amigos y compañeros de clase no saben que son cristianos. Podemos llamarlos cristianos silenciosos. No obstante, si llegan a ser cristianos que invocan el nombre del Señor, su invocación los marcará como cristianos. Tal fue el caso de los primeros cristianos.

  ¿Sabe usted lo que le sucedió a Pablo cuando iba a Damasco con la intención de encarcelar a todos los que invocaban el nombre del Señor? Fue capturado por el Señor y fue cegado. El Señor envió a un pequeño discípulo llamado Ananías a visitar a Saulo y a darle un mensaje de Su parte. Escuche lo que dijo Ananías: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando Su nombre” (Hch. 22:16). Según la gramática, la palabra “invocando” modifica el verbo “lava”. ¿Qué pecado debía lavar Saulo? El pecado de atar a aquellos que invocaban el nombre de Jesús. El lo había hecho en Jerusalén y tenía la intención de hacerlo en Damasco. Todos los cristianos sabían que él era muy malo. A sus ojos, Saulo pecó al perseguir a los santos y al encarcelar a los que invocaban a Jesús. Por tanto, la mejor manera de lavar sus pecados era invocar el nombre de Jesús. Al hacer eso, quedaría claro para todos los creyentes que él verdaderamente se había convertido. El que anteriormente llevaba presos a los que invocaban el nombre del Señor, invocaba ahora ese mismo nombre.

  Algunos cristianos interpretan erróneamente Hechos 22:16, pensando que “lava tus pecados” modifica a “bautízate”. Según la gramática, éste no puede ser el significado. El versículo menciona dos cosas: “bautízate” y “lava tus pecados”, y la conjunción griega kai, traducida “y” en español, las conecta. De modo que una cosa es bautizarse, y otra es lavar los pecados. Saulo fue bautizado y se lavó de sus pecados invocando el nombre del Señor. Saulo de Tarso, quien había perseguido a tantas personas que invocaban el nombre del Señor, fue capturado por el Señor. Entonces Ananías, quien fue enviado por el Señor, le pidió a Saulo que se bautizara y se lavara de sus pecados invocando el nombre del Señor. Si Saulo sólo hubiera sido bautizado, muchos creyentes habrían dudado de la sinceridad de su conversión. Habrían dicho: “Ananías, no deberías haber bautizado a ese creyente silencioso”. Pero cuando Ananías estaba a punto de bautizar a Saulo, parecía decirle: “Hermano, lava tus pecados invocando el nombre del Señor Jesús. Hermano Saulo, has encarcelado a muchos cristianos. Tú eres malo a los ojos de los santos. Intentaste llevar presos a todos los que invocan a Jesús. Ahora, la mejor manera de lavar tus pecados ante ellos es que invoques: “Oh Señor Jesús”. Cuando Saulo invocó el nombre del Señor, todos los cristianos pudieron ver que el perseguidor se había convertido en uno de sus hermanos. El hecho de que invocara al Señor demostraba que se había convertido.

  El mismo Pablo puso énfasis en el asunto de invocar, cuando escribió la Epístola a los Romanos. El dijo: “Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan; porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo‘ ”. (Ro. 10:12-13). En Romanos 10:12 Pablo dijo que el Señor es rico para con los que le invocan, y en el versículo 13, él citó la profecía de Joel según la cual todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo. Pablo también habló de invocar al Señor en 1 Corintios cuando escribió: “Con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Co. 1:2). Además, en 2 Timoteo le dijo a Timoteo que siguiera las cosas espirituales con los que de corazón puro invocan al Señor (2 Ti. 2:22). Todos estos versículos nos muestran que en el primer siglo invocar el nombre del Señor era una práctica bastante común entre los cristianos. Por consiguiente, en todo el Antiguo Testamento así como en los primeros días de la era cristiana, los santos invocaron el nombre del Señor. ¡Qué lastima que la mayoría de los cristianos hayan descuidado esto por tanto tiempo! Creo que hoy el Señor desea recobrar este asunto para que lo practiquemos y disfrutemos de las riquezas de Su vida.

3) El propósito de invocar al Señor

a) Ser salvos

  ¿Por qué se debe invocar el nombre del Señor? Los hombres deben invocar el nombre del Señor para ser salvos (Ro. 10:13). Supongamos que una persona oye el evangelio y empieza a creer en el Señor. Usted le puede ayudar a ser salva al orar al Señor con ella de una manera muy tranquila; yo he visto a muchas personas salvarse así. No obstante, si usted no sólo le ayudara a orar, sino también a invocar el nombre del Señor, la experiencia de salvación que la persona tendrá será mucho más sólida. El primer método, el de orar en silencio, ayuda en efecto a la gente a ser salva, pero no de una manera tan rica. El segundo método, el de invocar en voz alta, ayuda a la gente a ser salva de una manera más rica y más completa. Por tanto, debemos alentar a la gente a abrirse y a invocar el nombre del Señor Jesús.

b) Ser rescatados de las angustias, las calamidades y el dolor

  Otra razón por la cual debemos invocar al Señor es que con ello somos rescatados de las angustias (Sal. 18:6; 118:5; 50:15; 86:7), las calamidades (Sal. 81:7) y el dolor (Sal. 116:3-4). La gente que ha discutido acerca de invocar al Señor lo invoca cuando es afligida por penas o enfermedades. Cuando nuestras vidas no presentan problemas, debatimos acerca de invocar al Señor. Pero cuando llegue un problema, no necesitaremos que nadie nos pida que invoquemos al Señor. Usted lo invocará espontáneamente. Invocar al Señor nos rescata y nos libera. Debemos invocar al Señor cuando estamos en angustia y en aflicciones. Además, en Salmos 116:3-4 se nos dice que invocar el nombre del Señor nos rescata de muchas cosas negativas, como por ejemplo la angustia, el dolor, la muerte y el infierno. Si usted quiere ser librado de esas cosas, debe invocar al Señor.

c) Participar de la misericordia del Señor

  En Salmos 86:5 se afirma que el Señor es bueno, y que está dispuesto a perdonar, y está lleno de misericordia para con los que le invocan. Invocando al Señor podemos participar de Su abundante misericordia. Cuanto más le invocamos, más disfrutamos de Su misericordia.

d) Participar de la obra salvadora del Señor

  El salmo 116 nos dice que podemos participar de la obra salvadora del Señor al invocarle. “Tomaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre del Señor” (v. 13). En ese salmo, se menciona cuatro veces invocar al Señor (vs. 2, 4, 13, 17). El propósito de invocar es la participación en la obra salvadora del Señor. Como vimos anteriormente, se sacan aguas de las fuentes de salvación invocando el nombre del Señor (Is. 12:2-4).

e) Recibir al Espíritu

  Otra razón por la cual debemos invocar al Señor es la de recibir al Espíritu (Hch. 2:17, 21). La manera más fácil y mejor de llenarse del Espíritu Santo es invocar el nombre del Señor Jesús. El Espíritu ya fue derramado. Sólo debemos recibirlo invocando al Señor. Lo podemos hacer en cualquier momento. Si usted invoca el nombre del Señor varias veces, estará lleno del Espíritu.

f) Beber del agua espiritual y comer del alimento espiritual para obtener satisfacción

  En Isaías 55:1 dice: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. ¿Cuál es la manera de comer y beber al Señor? Isaías nos revela esta manera en el versículo 6 del mismo capítulo: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”. Por consiguiente, la manera de beber el agua espiritual y de comer el alimento espiritual para obtener satisfacción consiste en buscar al Señor e invocar Su nombre.

g) Disfrutar de las riquezas del Señor

  Romanos 10:12 dice que el Señor es rico para con los que le invocan. El Señor es muy rico para con todos los que le invocan. La manera de disfrutar de las riquezas del Señor consiste en invocarle. El Señor no solamente es rico, sino que también está cercano y disponible como lo menciona el versículo 8 del mismo capítulo, porque El es el Espíritu vivificante. Como Espíritu, El es omnipresente. Podemos invocar Su nombre en todo tiempo y en todo lugar. Cuando lo invocamos, El viene a nosotros como el Espíritu, y disfrutamos de Sus riquezas. Cuando usted invoca a Jesús, el Espíritu viene.

  En 1 Corintios se habla de disfrutar a Cristo. En el capítulo doce, Pablo nos dice cómo disfrutar al Señor. La manera de disfrutar al Señor consiste en invocar Su nombre (12:3; 1:2). Cada vez que decimos “Señor Jesús”, bebemos de El, del Espíritu vivificante (v. 13). En 15:45 vemos que el Señor ahora es el Espíritu vivificante. Cada vez que invocamos: “Señor Jesús”, El viene como Espíritu. Cuando llamo a una persona por su nombre, si ésta es real, viviente y presente, entonces viene. El Señor Jesús es real, viviente y presente. El está siempre disponible. Cada vez que le invocamos, El viene. Aun en la era del Antiguo Testamento, Moisés dijo del Señor: “Porque ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cercano a ellos como lo está Jehová nuestro Dios siempre que le invocamos” (Dt. 4:7). Cuando invocamos Su nombre, El está cerca (Sal. 145:18). ¿Quiere usted disfrutar de la presencia del Señor y de todas Sus riquezas? La mejor manera de experimentar Su presencia con todas Sus riquezas es invocar Su nombre. Invóquelo cuando conduzca en la carretera o cuando esté trabajando. En cualquier momento y dondequiera que invoque, el Señor está cerca y es rico para con usted.

h) Nos despierta

  Al invocar el nombre del Señor, podemos despertarnos. Isaías 64:7 dice: “Nadie hay que invoque Tu nombre, que se despierte para apoyarse en Ti”. Cuando sentimos que estamos desanimados, podemos elevarnos y despertarnos al invocar el nombre del Señor Jesús.

4) Cómo invocar al Señor

  Ahora debemos considerar la manera de invocar al Señor. Primero debemos invocarle con un corazón puro (2 Ti. 2:22). Nuestro corazón es la fuente y debe ser puro, y buscar solamente al Señor. En segundo lugar, debemos invocar con pureza de labios (Sof. 3:9). Debemos vigilar nuestra conversación, pues nada contamina tanto nuestros labios como una conversación liviana. Si nuestros labios son impuros a causa de una conversación ociosa, nos resultará difícil invocar al Señor. Además de un corazón puro y labios puros, debemos abrir la boca (Sal. 81:10 cfr. v. 7). Debemos abrir nuestra boca e invocar al Señor. Además, debemos invocar al Señor corporativamente. En 2 Timoteo 2:22 dice: “Huye de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor”. Debemos reunirnos con el propósito de invocar el nombre del Señor. En Salmos 88:9 leemos: “Te he llamado, oh Jehová, cada día”. Por tanto, debemos invocarle cada día. Invocar el nombre del Señor no es una doctrina. Es algo muy práctico. Debemos practicarlo cada día y a toda hora. Nunca dejamos de respirar. Todos sabemos lo que ocurre cuando cesa la respiración. Además, en Salmos 116:2 dice: “Por tanto, le invocaré en todos mis días”. Mientras vivimos, debemos invocar el nombre del Señor. Espero que muchos creyentes del pueblo de Dios, particularmente los nuevos, empiecen a hacer una práctica esto de invocar al Señor. Si usted lo hace, se dará cuenta de que es la mejor manera de disfrutar las riquezas del Señor.

  Desde que practicamos este asunto de invocar el nombre del Señor en Su recobro, algunas personas me han preguntado: “¿No está el Señor dentro de nosotros? ¿Por qué necesitan ustedes decir que el Señor está cerca cuando le invocan?” Tengo una pregunta para aquellos que piensan que no necesitamos invocar al Señor puesto que El ya está dentro de nosotros. ¿Acaso no hay aliento dentro de usted? Puesto que el aliento ya está en su interior, ¿por qué necesita seguir respirando? La lógica de esta pregunta es la misma que la de invocar al Señor cuando ya está dentro de nosotros. Aunque parece lógico decir que no necesitamos invocarle puesto que El ya mora en nosotros, eso no es práctico. Nadie practicaría semejante cosa en cuanto a su respiración. Nadie diría que no necesitamos respirar porque el aliento está en nosotros. Debemos seguir respirando para sobrevivir. Del mismo modo, el Señor está en nosotros, pero debemos seguir invocándole y respirándole.

  Otros han preguntado: “¿Por qué invocan ustedes con tanto ruido? ¿Acaso es sordo nuestro Dios? ¿Acaso no puede El oír nuestra oración silenciosa?” Argumentan que nuestro Dios no es sordo, y que, en consecuencia, no debemos hacer tanto ruido al orar o al invocarle. Sin embargo, mire cómo ora el Señor en Hebreos 5:7. “El, en los días de Su carne, habiendo ofrecido ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte y habiendo sido escuchado por Su piedad”. Indudablemente “el gran clamor” en este versículo no es una oración silenciosa. Si usted se queja de quienes invocan al Señor en alta voz, debe preguntarle al Señor Jesús por qué oró El con tanto clamor. Dios no es sordo; así que, ¿por qué oró el Señor de esta manera? Además, por lo menos en dos ocasiones en el Evangelio de Juan, el Señor Jesús dijo que El no estaba solo, sino que el Padre estaba siempre con El (16:32; 8:29). Puesto que el Padre estaba continuamente con El, ¿por qué necesitaba El clamar en voz alta al orar al Padre?

  Además, en los Salmos en varias ocasiones se nos dice que hagamos una alegre algarabía para el Señor (66:1; 81:1; 95:1, 2; 98:4, 6; 100:1). No se habla allí de una voz alegre solamente, sino de una algarabía. Todos sabemos cuál es la diferencia entre hablar y hacer una algarabía. Debemos hacer un alegre alborozo para el Señor, pues a El le gusta oír tal ruido.

  En todo caso, lo importante no es saber si Dios nos oye, sino ejercitar nuestro espíritu, liberando lo que está en nuestro espíritu y en nuestro corazón, a fin de que el Señor como Espíritu vivificante entre en nosotros. No se trata de ser escuchado, sino de disfrutar al Señor y participar de todas Sus riquezas. La carga y la intención que tengo en este mensaje es simplemente citar lo que dice la Biblia acerca de invocar al Señor. Si usted considera lo que dice la Biblia al respecto, quedará convencido de que invocar el nombre del Señor no es una invención reciente. Se trata del recobro de una de las cosas santas de la Biblia. Como vimos en Génesis 4:26, invocar el nombre del Señor empezó hace miles de años, desde la tercera generación de la humanidad.

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