Mensaje 37
En este mensaje llegamos a la sección más maravillosa del libro de Génesis: la sección sobre el llamamiento que Dios hace (11:10—50:26). Génesis, un libro de cincuenta capítulos, se divide en tres secciones. La primera sección (1:1—2:25) trata de la creación, la segunda (3:1—11:9) narra la manera en que la serpiente corrompió a la humanidad, y la tercera presenta el llamado de Jehová. Cada sección empieza con una frase especial. La primera sección empieza con las palabras: “En el principio creó Dios”. La segunda sección empieza con la frase: “Pero la serpiente”. La tercera sección empieza con las palabras: “Pero Jehová” (12:1). En estas tres secciones vemos tres títulos: Dios, la serpiente y Jehová. Estos títulos tienen mucho significado para nosotros. Dios creó, luego la serpiente se infiltró para corromper, y luego Jehová vino e hizo un llamamiento. Por tanto, el libro de Génesis narra primordialmente tres eventos.
La Biblia revela que Elohim, la palabra hebrea que se traduce Dios en 1:1, es un título relacionado principalmente con la creación. No obstante, el título Jehová tiene que ver particularmente con la relación que Dios tiene con el hombre en cuanto a la vida. Jehová forma una parte esencial del maravilloso nombre de Jesús, pues Jesús significa “Jehová el Salvador”. Puesto que el nombre Jesús incluye a Jehová, podemos decir que Jesús es el Jehová del Nuevo Testamento y que Jehová es el Jesús del Antiguo Testamento.
En estas tres secciones de Génesis vemos que Dios creó, la serpiente, Satanás, corrompió, y Jehová hizo el llamamiento. Por consiguiente, en estas secciones tenemos la creación, la corrupción y el llamamiento. ¿Cuál de éstas le agrada más a usted? A mí me gusta el llamamiento de Dios. No somos solamente los seres creados sino también los llamados.
La creación revela el propósito eterno de Dios. El propósito eterno de Dios consiste en que el hombre lo exprese a El con Su imagen y lo represente con Su dominio. Nosotros, el linaje humano, estamos destinados a expresar y representar a Dios. El primer capítulo de Génesis revela esto claramente. En el segundo capítulo vemos el procedimiento que Dios sigue para cumplir este propósito divino. Su procedimiento se efectúa por la vida divina. Dios debe forjarse en nosotros como nuestra vida para que cumplamos Su propósito eterno. Así que, en el capítulo uno, vemos el propósito de Dios, y en el capítulo dos, el procedimiento que El usa para cumplir este propósito.
En la segunda sección (3:1—11:9), vemos que la serpiente, Satanás, se infiltró para causar la caída del hombre. La serpiente corrompió al hombre y lo hizo caer en lo más vil. El hombre cayó cada vez más hasta que tocó el fondo. En aquel tiempo, Satanás estaba contento y podía celebrar su éxito. Toda la humanidad se había rebelado contra Dios. En cierto sentido, Dios fue expulsado de la tierra.
Aparentemente Satanás había expulsado de la tierra a Dios obrando en el hombre caído, pero Dios es soberano y no puede ser vencido ni estorbado por ningún tipo de ataque. Todo lo que hace Satanás le proporciona a Dios una excelente oportunidad de exhibir Su sabiduría. Aunque a veces quizá me lamente por ser una persona caída, la mayor parte del tiempo me regocijo, porque fui redimido, regenerado y ganado nuevamente. Nuestra relación con Dios el Padre es más grata y más significativa que si no se hubiera producido la caída. Si usted se detiene a examinar su vida, creo que llorará, no de tristeza, sino de contemplar la hermosura de la obra de Dios, tan llena de sabiduría y de gracia. Cuando entremos en la eternidad, ejercitaremos nuestro espíritu y recordaremos el tiempo que estuvimos en la tierra, y la memoria de ese tiempo será hermosa, agradable y significativa. Dios es sabio. El permitió que interviniera la serpiente. Dios observó a la serpiente y parecía decirle: “Pequeña serpiente, ¿qué estás haciendo? Sigue adelante y sigue obrando. Cuanto más trabajas, más oportunidad tengo de manifestar Mi sabiduría. Pequeña serpiente, haz cuanto puedas. Sigue adelante hasta que quedes satisfecha y ya no puedas hacer nada más”. Finalmente, Satanás tuvo que decir: “Hice cuanto pude. Me he agotado incitando a la humanidad a caer cada vez más. No puedo hacer más. Ya no pueden caer más bajo. He terminado”. Cuando se llegó a este punto, Dios vino, no como Elohim, sino como Jehová, la simiente prometida en 3:15. Nada puede estorbar a Dios, ni vencerlo, ni obligarlo a renunciar a Su propósito eterno. El concluirá lo que se propuso. Nada puede cambiarle. Cualquier interrupción sólo le proporciona la oportunidad de expresar más de Su sabio consejo.
Si Dios no hubiera sido tan sabio, el libro de Génesis habría sido muy corto. Pero Génesis contiene cincuenta capítulos que exhiben la sabiduría de Dios. Los últimos treinta y nueve capítulos y medio son un resumen de todo el Nuevo Testamento. ¿Sabe usted cómo empieza el Nuevo Testamento? Empieza con las palabras: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mt. 1:1). Según la genealogía presentada en Mateo, el evangelio empieza con Abraham. El Nuevo Testamento empieza con las generaciones de Abraham. Esto corresponde a Génesis 12. Casi todo lo que encontramos en el Nuevo Testamento está sembrado como semilla en Génesis. Por consiguiente, los treinta y nueve capítulos y medio que componen la tercera sección de Génesis constituyen la síntesis de todo el Nuevo Testamento.
Como hemos dicho en otras ocasiones, el Nuevo Testamento empieza con la predicación del evangelio del reino. Cuando Jehová llamó a Abraham en Génesis 12, le dio una promesa, y esa promesa era la predicación del evangelio. Gálatas 3:8 lo comprueba: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, anunció de antemano el evangelio a Abraham, diciendo: ‘En ti serán benditas todas las naciones’ ”. La primera predicación del evangelio no se encuentra en Mateo sino en Génesis 12. Cuando se le predicó el evangelio a Abraham, el punto central fue la nación. La nación es el reino. En el próximo mensaje veremos que Dios prometió que haría de Abraham una gran nación, y esa nación es el reino de Dios, que se compone de Israel en el Antiguo Testamento, de la iglesia en el Nuevo Testamento, del reino milenario en la era venidera, y también del cielo nuevo y la tierra nueva. Este es el reino y éste es el evangelio del reino.
Gálatas 3:14 habla de la bendición de Abraham: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. ¿Qué es la bendición? Es el Espíritu. ¿Quién es el Espíritu? El Espíritu es Jesús (2 Co. 3:17). El Espíritu es Jesús, Jesús es Jehová, y Jehová es Dios. Por consiguiente, esta bendición es Dios mismo. Al predicarle el evangelio a Abraham, Dios le prometió que se les daría a Sí mismo como bendición. Esta bendición es Jehová mismo. Jehová es Jesús, y Jesús es el Espíritu que recibimos por medio de la fe en Cristo. Este es el evangelio. Recuerde, Génesis es un libro que nos da un resumen de todo el Nuevo Testamento. ¡Cuánto debemos adorar a Dios por Su sabiduría soberana!
Esta larga sección de Génesis abarca las vidas de tres personas solamente: Abraham, Isaac y Jacob. Cuando Dios se reveló a Moisés, le dijo: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éx. 3:6). Más adelante veremos que esto se relaciona claramente con el Dios Triuno. El Nuevo Testamento es simplemente una autobiografía del Dios Triuno: el Padre en Abraham, el Hijo en Isaac, y el Espíritu en Jacob. Quizás algunos preguntarán acerca de José. Ya veremos que José no queda aislado; él forma parte de Jacob. En el libro de Génesis, la historia de los llamados es la historia de estas tres personas, y todo el Nuevo Testamento es un relato de la Trinidad divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu, experimentados por todos los creyentes neotestamentarios.
Ahora examinaremos el significado del llamamiento que Dios hace. Primero, el llamado de Dios era un nuevo comienzo. Cuando Dios creó al hombre, hubo un principio. Pero ese hombre se corrompió y se arruinó. El hombre que Dios había creado para Sí cayó y rechazó a Dios. Así que, Dios vino y llamó al hombre caído para tener un nuevo comienzo con él. Inclusive en nuestro caso, el llamamiento de Dios ha sido un nuevo comienzo. Todos nosotros tuvimos un nuevo principio. Le doy gracias a Dios porque, después de vivir más de diecinueve años en la vieja creación, tuve un nuevo comienzo antes de cumplir los veinte años de edad. El llamado de Dios es un nuevo comienzo que Dios mismo proporciona. Dios no quería abandonar al hombre. Por el contrario, El vino y llamó al hombre para darle un nuevo comienzo.
El hombre a quien Dios llamó era Abraham. Cuando Dios creó Adán, no creó un hombre solo sino un hombre corporativo. Cuando Dios llamó a Abraham, en cierto sentido, llamó a un hombre corporativo, pero en otro sentido, llamó a una sola persona. Aunque todos los descendientes de Adán fueron creados en Adán, no podemos decir que todos los descendientes de Abraham fueron llamados en Abraham. Aunque ése parece ser el caso, en realidad no lo es, porque Romanos 9:7-8 revela que no todos los descendientes de Abraham son hijos de Dios. El mero hecho de ser judío de nacimiento no significa que una persona tenga un nuevo comienzo con Dios. También los judíos de nacimiento necesitan un nuevo comienzo. Todos nosotros, seamos judíos o gentiles, somos hijos de Abraham, si hemos experimentado un nuevo comienzo por la fe en Cristo (Gá. 3:7). La mayoría de nosotros no somos judíos, pero todos somos descendientes de Abraham por la fe en Cristo. Somos la simiente de Abraham porque tuvimos un nuevo comienzo. Cuando Dios llamó a Abraham, éste tuvo nuevo comienzo, y ahora todos hemos entrado en este nuevo comienzo por medio de la fe. Cuando se habla del llamado de Dios, debe entenderse que Su llamado significa un nuevo comienzo. Nunca podré olvidar esa tarde de 1925 cuando Dios me llamó. Inmediatamente tuve un nuevo comienzo y toda mi vida, mi ser y mis conceptos cambiaron. Este es el llamado de Dios.
Cuando Dios hizo el llamamiento, el nuevo comienzo de Dios para con el hombre constituyó el traspaso a otro linaje. Al llamar a Abraham, Dios indicaba que abandonaba el linaje de Adán y que escogía a Abraham y sus descendientes como el nuevo linaje para que fueran Su pueblo a fin de cumplir Su propósito eterno. Este fue un traspaso de linaje, del linaje adámico, el género creado, al linaje de Abraham, el linaje llamado (12:2-3; Gá. 3:7-9, 14; Ro. 4:16-17). Cuando decimos que el llamamiento de Dios es un nuevo comienzo, debemos entender que este nuevo comienzo es un traslado de linaje. Todos fuimos trasladados del viejo linaje creado al nuevo linaje llamado. Aunque nacimos en un linaje específico, cuando fuimos llamados, fuimos trasladados a otro linaje, el de los llamados.
El traslado de linaje en el llamamiento que hizo Dios es, en realidad, un traslado de vida. Usted puede declarar con certeza que ha cambiado de linaje, pero ¿puede afirmar que ha experimentado el cambio de vida? Aunque tuvimos el traslado de linaje, seguimos en el proceso del traslado de vida. No me atrevo a decir que he tenido un pleno traslado de vida. Tampoco podría decir que no tuve ningún traslado de vida. He tenido cierta medida de traslado de vida, pero este proceso todavía no se ha completado. Todos estamos en el proceso del traslado de vida.
Necesitamos un traslado interior de vida. Aunque fuimos trasladados de linaje, la vida que hay dentro de nosotros también debe ser cambiada. Sin este traspaso interior de vida, seguiremos siendo idénticos al linaje caído. Si pasamos simplemente de una posición a otra, en realidad seguiremos iguales en vida. El traslado en sí no puede cumplir el propósito que Dios tuvo al llamarnos. También debe haber un traslado de vida.
El traslado de vida nos pasa de la vida de Adán a la vida de Cristo; por esta razón, se trata de un traslado de la vida de la vieja creación a la vida de la nueva creación. Debido a la caída del hombre, la creación original de Dios se envejeció y dejó de cumplir el propósito de Dios. Por tanto, Dios necesita una nueva creación, una creación con una vida más fuerte y mejor que la vida creada de Adán. Esta vida más fuerte es la vida increada de Dios, la vida de Cristo. El traslado de vida en el llamado de Dios se efectúa de la vida caída de la vieja creación a la vida más fuerte y mejor de la nueva creación.
Vemos claramente el significado del llamamiento de Dios en los llamados de Dios. En Abraham, Isaac y Jacob, y en los creyentes del Nuevo Testamento podemos ver el nuevo comienzo que Dios provee, el traspaso de linaje y el traslado de vida. Sus vidas pueden ser consideradas cuadros vívidos de lo que significa el llamamiento de Dios.
El cuadro descrito en el caso de Abraham es muy claro. El tuvo el nuevo comienzo, el traslado de linaje, y el traslado de vida, lo cual fue un gran problema para él y para Dios. El nuevo comienzo y el cambio de linaje en él se produjeron inmediatamente cuando fue llamado, pero el cambio de vida en él requirió muchos años. El traslado de vida le llevó varias décadas, y aun en aquel entonces no fue totalmente terminado.
Cuando Dios llamó a Abraham a salir de la tierra corrupta, Abraham no tenía ni hijo ni heredero. Dios era soberano. El no permitió que Abraham tuviera un hijo antes de ser trasladado a otro linaje. Por no tener hijo, Abraham contaba con Eliezer, su servidor, y lo hizo mayordomo de su casa, y le dijo al Señor: “Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí, que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa” (15:2-3). Abraham llamó a Eliezer esclavo de su casa y pensaba que él sería su heredero. Abraham tenía un entendimiento muy natural, así como nosotros hoy. A pesar de haber recibido la promesa, él la interpretó de manera natural. Dios rechazó a Eliezer, y dijo a Abraham: “No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará” (15:4). Dios le dijo a Abraham que Eliezer no sería el heredero de la promesa que El había dado. Un descendiente de Abraham, nacido de Sara, sería su heredero.
Después de que Dios rechazó a Eliezer como heredero, Abraham hizo caso a la sugerencia de Sara de tener un hijo con Agar, y él ejerció la fuerza de su carne para cumplir la promesa de Dios. Así engendró a Ismael. La esposa lo propuso, y con el tiempo fue ella quien se molestó con el resultado de su propuesta. El hecho de que Sara se hubiese enfadado de esa manera fue algo providencial. Por una parte, la propuesta de Sara de pedir que Abraham tuviera un hijo con Agar era de la carne. Por otra parte, su petición de expulsar a Ismael concordaba con la providencia de Dios. Ella le dijo a Abraham que debía echar a Ismael, quien había nacido de la esclava (21:9-10). Esta petición le dolió mucho a Abraham; y le turbó bastante. Entonces Dios le dijo a Abraham: “No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia” (21:12). Esto significa que Dios le dijo a Abraham que hiciera ir a Ismael, pues no era éste quien había de heredar la promesa que le había hecho a Abraham. Isaac había de ser su heredero. Todos debemos entender que en el llamamiento de Dios no puede prevalecer nada de nuestra vida natural. El cambio de linaje no es suficiente. Necesitamos un traslado completo de vida.
Primero, Dios prometió a Abraham que tendría prole y que ésta heredaría la tierra prometida (12:7; 13:15-16). Más tarde, cuando le dijo a Abraham que Eliezer no sería su heredero y que sólo el que naciera de él sería su heredero, confirmó con solidez Su promesa según la cual Abraham tendría descendencia propia (15:2-5). Después Abraham intentó cumplir la promesa de Dios usando su fuerza carnal y produciendo a Ismael. Como respuesta, Dios le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” (17:1). Aparentemente Dios le decía a Abraham: “Lo que hiciste al engendrar a Ismael no es perfecto delante de Mí. Ahora debo transformarte. Tu nombre será cambiado de Abram, que significa padre exaltado, a Abraham, que significa padre de una gran multitud (17:5). Por eso debes circuncidarte (17:10-14) para que tu fuerza carnal sea cortada, a fin de que Yo cumpla Mi promesa, y tú seas fructífero”. Aquí Dios le prometió a Abraham que haría de él un gran padre, el padre de una gran multitud. Esto indicaba que Abraham sería el padre no solamente de sus descendientes según la carne, sino también de los creyentes neotestamentarios conforme a la fe (Ro. 4:16-17). Nosotros los cristianos nos hemos convertido en la simiente de Abraham por la fe en Cristo. Aunque habíamos nacido del linaje de Adán, nacimos de nuevo en el linaje de Abraham.
Cuando Dios cambió el nombre de Abraham y le mandó circuncidarse, le dijo en 17:21: “...Isaac, el que Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene”. Aquí vemos que Dios hizo una cita, estableciendo así el tiempo para el nacimiento de Isaac. En Génesis 18:14 el Señor aludió a este versículo: “Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo”. El tiempo señalado, el tiempo establecido para el nacimiento de Isaac, era “el tiempo de la vida”. La expresión “el tiempo de la vida”, tiene mucho significado. En esta expresión, la palabra “vida” es la misma palabra hebrea usada para aludir al árbol de la vida en 2:9. El tiempo en que Isaac había de nacer era “el tiempo de la vida”. Esto sucedió después de la circuncisión de Abraham, lo cual indica que “el tiempo de la vida” en que Cristo es vida para nosotros viene después de que nuestra fuerza natural es aniquilada.
Antes de que naciera Isaac, Abraham y Sara estaban prácticamente muertos. El vientre de Sara estaba muy muerto, y el cuerpo de Abraham podía considerarse como muerto (Ro. 4:18-19). Lo que él tenía, Eliezer, y lo que intentaba conservar, Ismael, fue rechazado, y su capacidad natural fue aniquilada. Entonces ¿qué podía hacer? Quizás Abraham y Sara hayan tenido alguna conversación desagradable. Tal vez Abraham le haya dicho a su esposa: “Querida, mírate a ti misma. Tu capacidad de engendrar está muerta”. Quizás Sara le haya contestado: “Querido, mírate tú. ¡Qué viejo estás!”. Ambos se encontraban en una condición de muerte. Tal vez Sara haya dicho: “Eliezer es bueno, pero Dios lo ha rechazado”. Abraham pudo haber contestado: “Ismael es mejor, pero Dios tampoco lo ha aceptado. Puesto que Eliezer fue eliminado e Ismael rechazado, todo depende de nosotros, y nos encontramos en una situación lamentable. ¿Qué haremos?”. Pero cuando vino “el tiempo de la vida”, Isaac nació de estos dos seres casi muertos, como por el poder de la resurrección. La vida de ese nacimiento era “el tiempo de la vida”. En términos espirituales, el nacimiento de Isaac fue un nacimiento de vida.
El nacimiento de Isaac se produjo por la visitación de Jehová, por la venida del Señor (18:14). El nacimiento de Isaac no fue un simple nacimiento humano. En ese nacimiento vino Jehová, porque el Señor dijo que en el tiempo señalado volvería, e Isaac nacería y eso sería “el tiempo de la vida”. Cuando se agotó la fuerza natural de Abraham, Jehová vino y produjo el nacimiento de Isaac en “el tiempo de la vida”. Este fue el traslado de la vida. Todo lo que pertenece a la vida natural debe desaparecer. Incluso la capacidad de engendrar debe ser aniquilada. Todo lo que pertenece a nuestra vida natural o a nuestro ego queda excluido de participar en la economía de Dios. Todo lo natural debe ser aniquilado hasta que muramos, seamos aniquilados y nos convirtamos en nada. Entonces, cuando lleguemos a nuestro fin, Jehová vendrá. La venida de Jehová significa vida. Este es “Isaac”. Por consiguiente, el nacimiento de Isaac es la venida de Jehová, y es la vida, el nuevo comienzo, y además es el traslado de la vida. Este es el significado del llamamiento que Dios hace.
Es muy bueno ver que todos nosotros fuimos llamados y tuvimos un nuevo comienzo y un cambio de linaje. Sin embargo, todos debemos reconocer que todavía estamos en el proceso del traslado de vida. Es probable que todavía algunos de nosotros nos aferremos a Eliezer, algunos queramos asirnos de Ismael, y otros hayamos quedado totalmente desilusionados. No obstante, entre nosotros otros han llegado al “tiempo de la vida”. En el caso de ellos, “Isaac” nació. Entre nosotros algunos han experimentado la venida de Jehová, Su visita. Esto es el traslado de la vida. Todos necesitamos este traslado.
Debemos olvidar las enseñanzas superficiales y naturales, como por ejemplo, la de mejorarnos y comportarnos bien. No se trata de conducta, sino de un cambio de vida. Todos debemos cambiar no solamente de linaje sino también de vida.
Cuando Abraham fue llamado a salir de la tierra corrupta, no tenía ningún hijo. El envejeció y todavía no tenía hijo. Por consiguiente, puso su confianza en Eliezer, el hijo de sus posesiones. Dios rechazó a Eliezer. Entonces Abraham ejerció la fuerza de su carne para engendrar a Ismael. Abraham amó a Ismael y quería conservarlo, pero Dios no lo aceptó. El hijo prometido había de nacer de la venida de Jehová, de la fuerza de la gracia de Dios en el tiempo señalado. Cuando llegó el tiempo señalado, Jehová vino a Sara, e Isaac fue producido. En cierto sentido, Jehová entró en Sara, y luego Isaac brotó de ella. Este fue “el tiempo de la vida”. Fue todo un traslado de vida.
En cierto sentido se cumplió el traslado de vida en Isaac, pero no se completó. Lo sabemos por el hecho de que Isaac engendró a Esaú, a quien Dios aborreció (Ro. 9:13). Esto significa que dentro de Isaac todavía permanecía la vida natural. Por consiguiente, podemos decir que en Isaac el traslado de vida no fue completado. Se completó en Jacob.
Al principio, Jacob era el suplantador. Su nombre significa suplantador. Suplantar significa tomar el lugar de otro, u obtener algo, por astucia. Jacob hurtaba secretamente. Por ejemplo, le robó a su tío Labán. Labán pensaba que Jacob lo ayudaba con sus rebaños, pero mientras Jacob le ayudaba se apartaba un rebaño para sí. Este es un ejemplo de la manera en que Jacob suplantaba. Al principio, Jacob no había sido trasladado en vida.
Dios sabía qué hacer con Jacob. El transformó a Jacob, el suplantador, y lo hizo príncipe de Dios. Aunque le tomó mucho tiempo llevarlo a cabo, en cierto momento El dijo a Jacob que su nombre ya no era Jacob sino Israel (32:27-28). De ahí en adelante, Jacob se llamó Israel. Dios hizo con Jacob lo mismo que hizo con Abraham: le cambió el nombre y la fuerza. Cuando Dios vino a transformar a Jacob, éste era todo un suplantador. Inclusive peleó con Dios. El tenía tanta fuerza natural que hasta a Dios le costó trabajo someterlo. No debemos burlarnos de Jacob, pues somos iguales a él. Somos tan fuertes que Dios mismo tiene dificultad para someternos. Cuando Dios viene a transformarnos, luchamos contra El. Aunque a Dios le resulte difícil someternos, al final lo logrará. La lucha de Jacob obligó a Dios a tocar su muslo, la parte más fuerte de su ser, después de lo cual Jacob quedó cojo. A partir de aquel momento Jacob dejó de suplantar. El suplantador se había convertido en un príncipe de Dios. En todos los años que le quedaron, no volvió a robar. Sus manos suplantadoras se convirtieron en manos de bendición. Dejó de suplantar y sólo bendecía. El extendía sus manos para bendecir a quienes venían a él. Incluso bendijo a Faraón, el soberano más grande de la tierra en aquel entonces (47:7, 10). El suplantador llegó a ser el que bendecía, el príncipe de Dios. Aquí tenemos el traslado completo de linaje y de vida. Este es el llamamiento de Dios. Este llamamiento empezó en Génesis 12:1 y seguirá hasta la venida de la Nueva Jerusalén. Todos los suplantadores llegarán a su fin y se convertirán en príncipes de Dios. La Nueva Jerusalén vendrá, no sólo como un traslado de linaje, sino también como un traspaso de vida.
Al principio, la experiencia es la misma en el caso de los creyentes hoy. En ellos, el traslado de vida empieza con la regeneración (Jn. 3:3, 5). Después de ser regenerados, estamos en el proceso del traspaso de vida.
En el caso de los creyentes, el traslado de vida es llevado a cabo por la experiencia de la circuncisión, por el despojo de la carne (Col. 2:11; Gá. 5:24). Hoy en día, Dios nos circuncida, y esta circuncisión dura bastante tiempo. Creo que entre nosotros muchos todavía están bajo la mano circuncidante de Dios. Es posible que usted se aferre a su fuerza natural o a su hombre natural. Esto requiere que Dios venga y corte o circuncide esa parte. Por consiguiente, todos estamos en el proceso de circuncisión. En otras palabras, estamos en el proceso de transformación.
El traspaso de la vida se completará cuando el Señor vuelva. En ese entonces, nuestro cuerpo será plenamente redimido y transfigurado (Ro. 8:23; Fil. 3:21). Entonces seremos los llamados, no sólo por haber sido trasladados de linaje, sino por haber experimentado un traslado completo en vida. En aquel tiempo disfrutaremos de todas las bendiciones que Dios prometió a nuestro padre Abraham. Este es el llamamiento de Dios. El llamamiento de Dios no está dirigido a los descendientes de Abraham en lo natural, sino a los que siguen a Abraham en el ejercicio de la fe que han obtenido, en vivir por Dios y en El, y en experimentar el traslado de la vida por la obra de Dios. Como resultado de este proceso, seremos un nuevo pueblo, un pueblo de llamados de Dios. Entonces disfrutaremos de todas las bendiciones de la promesa de Dios. Todo lo que Dios prometió a Abraham vendrá a ser las bendiciones del evangelio neotestamentario del cual todos participaremos mediante la fe en Cristo.