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Mensajes del libro «Estudio-Vida de Génesis»
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Mensaje 5

Las lumbreras del cuarto dia (un parentesis)

  Antes de estudiar la creación del hombre, debemos considerar, a modo de paréntesis, el asunto de las lumbreras del cuarto día. Génesis 1 relata que en el primer día de la restauración Dios llamó a la luz. El primer día fue un día de luz y esa luz puede ser llamada la luz del primer día. En el cuarto día, Dios hizo algo más en cuanto a la luz. El hizo los portadores de luz: el sol, la luna y las estrellas. La Biblia no dice qué clase de luz había en el primer día, y no necesitamos adivinarlo. La luz del primer día no era muy sólida, ni fuerte ni definida. No se le dio una designación específica; fue llamada simplemente “luz”. No obstante, las luces del cuarto día: el sol, la luna y las estrellas, eran definidas y sólidas, firmes y disponibles.

  Si prestamos atención al relato de Génesis 1, veremos que la restauración que Dios efectuó junto con Su creación adicional se cumplió en seis días. El fin de estos seis días no era la creación original. Dios llevó a cabo la creación original en el versículo 1 de Génesis 1. Después de la creación, se produjo un gran cambio que sucedió en alguna parte del versículo 2 del capítulo 1, y Dios juzgó el universo. Después de ese juicio, transcurrió un largo período. Luego Dios vino a restaurar y a crear algo más. Esta restauración, con su creación adicional, fue llevada a cabo en seis días, que podemos dividir en dos secciones: los primeros tres días son la primera sección; y los últimos tres, la segunda. Cada sección empieza con un día de luz. El primer día tuvo su luz, y el cuarto día tuvo las suyas. En el primer día, Dios convocó la luz. En el cuarto día, restauró el sol, la luna y las estrellas. Esto tiene mucho significado.

  Estos días de luz marcan el comienzo de la creación de vida que Dios llevó a cabo. Toda la Biblia revela que la luz es indispensable para la vida. Una vez más, vemos que la obra creadora de Dios está completamente centrada en la vida. Todo lo que Dios creó e hizo giraba en torno a la vida y tenía como fin la vida. Por consiguiente, la luz es necesaria. La luz y la vida siempre van a la par. Por el lado negativo, las tinieblas y la muerte siempre van juntas. Antes de que Dios hiciera Su obra restauradora, las tinieblas cubrían las aguas de la muerte, lo cual indica que las tinieblas y la muerte eran uno. La muerte es abstracta y nadie puede verla. Por tanto, la Biblia usa el agua para representarla. La profundidad del océano describe la muerte. Antes de que Dios efectuara Su obra de restauración, había solamente dos cosas: las tinieblas y la muerte.

  Dios es vida y luz, todo lo opuesto a la muerte y las tinieblas. El Dios de luz no puede tolerar las tinieblas; ésta es la razón por la cual vino a disiparlas. Del mismo modo, el Dios de vida no puede tolerar la muerte; por eso vino a sorberla. Cuando lea la Biblia, no adopte una posición científica; enfóquela desde la perspectiva de Dios. Si leemos la Biblia desde el punto de vista de Dios, cada línea se llenará de luz y de vida porque la Biblia es un relato del Ser divino, quien es luz y vida. El Dios de luz y de vida eliminó las tinieblas y la muerte.

  En el primer día, Dios mandó que la luz viniese y la luz vino. Luego Dios separó la luz de las tinieblas. Esa separación puso un límite a las tinieblas. El Dios de luz parecía decir a las tinieblas: “Tinieblas, escuchadme. Vosotras prevalecéis desde hace mucho tiempo y llenáis todo el universo. Ahora Mi luz viene para limitaros. Sólo podréis dominar durante la noche. No queda sitio para vosotras en el día. Os pongo límites. Separo la luz de vosotras. Jamás podréis volver a ocupar todo el universo. Pues el universo me debe pertenecer por lo menos la mitad del tiempo”. ¡Aleluya!

  Esto era bueno; sin embargo, era bueno a medias. Todavía queda cierta medida de tinieblas. Dios sigue eliminando esta parte oscura hasta que lleguemos a Apocalipsis 21 y 22, donde leemos la siguiente declaración: “Allí no habrá noche” (21:25b). ¡Aleluya! Vendrá el día cuando no habrá noche.

  Dios limitó las tinieblas el primer día y, según ese mismo principio, limitó las aguas de muerte el tercer día. En Jeremías 5:22 leemos que Dios usó la arena, es decir, las partículas de roca más finas para limitar las aguas de muerte. Dios dijo a las aguas de muerte: “Estos son vuestros límites. No podéis ir más allá”. Por lo tanto, apareció la tierra seca, y separó la tierra del mar. Después del primer día de restauración de la creación, la mitad era luz y la otra mitad tinieblas; después del tercer día, la mitad era tierra y la otra mitad agua. Dios sigue obrando para eliminar la segunda mitad de la noche y la segunda mitad de las aguas de muerte. En los nuevos cielos y la nueva tierra, el mar ya no existirá (Ap. 21:1); en la Nueva Jerusalén, ya no habrá noche (Ap. 21:25b; 22:5). Esto significa que tanto las tinieblas como la muerte serán totalmente eliminadas.

  Examínese a sí mismo. ¿Qué medida de tinieblas tiene usted? ¿cuánta muerte lleva? Usted debe contestar al Señor. Si usted crece continuamente en la presencia del Señor, un día podrá decirle a Satanás: “Satanás, no tengo ninguna noche. Mi día dura veinticuatro horas. No contengo nada del agua de muerte. En toda mi vida cristiana, en todas partes y en cada rincón, sólo se ve tierra seca. El mar ya no está”. Todos debemos ser así.

  Si queremos ser tales, necesitamos las luminarias del cuarto día. La luz del primer día sólo elimina la mitad de nuestras tinieblas y la mitad de nuestra muerte. Las luces del cuarto día nos llevarán a otro mundo donde no hay ni noche ni mar.

  Todas las verdades bíblicas fueron sembradas, como las semillas, en el libro de Génesis, particularmente en el primer capítulo. Génesis 1:14-18 es una semilla maravillosa de la luz revelada en toda la Biblia. Según el principio de vida, las luces del cuarto día no sirven para generar la vida, sino para hacerla crecer. En el tercer día, quizás al final de ese día, después de que el Señor llamase a la tierra seca y que la tierra surgiera de las aguas de muerte, se generó la vida. En aquel entonces había luz, aire y tierra, tres elementos necesarios para generar vida. Después de que apareció la tierra seca, se generó la vida vegetal. Aunque Dios no estaba contento al final del segundo día (El no dijo que era bueno), ciertamente se alegró al final del tercer día cuando vio la luz, el aire, la tierra seca y toda la vida vegetal. Dios vio el pasto, las hierbas y los árboles, y dijo que eso era bueno. Antes de ese momento, no se había creado la vida sobre la tierra.

  La vida fue generada empezando con la vida vegetal. Pero ésta era una vida inferior, la vida con una consciencia de sí muy rudimentaria, incapaz de caminar, de hablar y de entender a Dios. Dios puede hablar a un lirio mil veces, pero el lirio no puede contestarle porque la vida de un lirio es demasiado rudimentaria. Pese a que la vida estaba presente, necesitaba desarrollarse. Se necesitaban las lumbreras del cuarto día para que la vida creciera. La luz del primer día sirvió para generar vida; las lumbreras del cuarto día sirven para fomentar el crecimiento de la vida. En el cuarto día, las lumbreras sólidas estaban preparadas; no se hizo otro trabajo.

  Muchos de los jóvenes aquí presentes han recibido la luz del primer día, pero dudo mucho que ustedes hayan entrado en las lumbreras del cuarto día. Las luces del cuarto día son distintas de la luz del primer día. La luz del primer día era indefinida; las lumbreras del cuarto día son definidas. Ahora debemos ver qué prefiguran el sol, la luna y las estrellas en tipología.

I. EL SOL: CRISTO Y LOS SANTOS

  El sol representa a Cristo y también a los santos, quienes resplandecerán como el sol en el reino. Malaquías 4:2 dice que Cristo es el sol de justicia. Sus alas (es decir, Su resplandor) sanan de la muerte. Sin Su resplandor hay muerte; cuando aparece Su resplandor, se es sano de la muerte. Lucas 1:78-79 revela que el nacimiento de Cristo fue la verdadera aurora de la humanidad. Mateo 4:16 nos dice que cuando Cristo vino al mar de Galilea, El apareció como una gran luz. El pueblo que estaba sentado en las tinieblas vio una gran luz. La luz brilló sobre aquellos que estaban sentados en la región y en la sombra de muerte. Esa luz era Jesús. Mateo 13:43a nos dice que los santos vencedores resplandecerán como el sol en el reino venidero. Aunque podemos ser una estrella hoy en día, es demasiado temprano para brillar como el sol. Tenemos que esperar el día de la restauración para brillar así. En el reino, muchos santos resplandecerán como el sol. Hoy en día Cristo es el sol; mañana los santos vencedores también serán el sol.

II. LA LUNA: LA IGLESIA

  La luna es la iglesia. En el sueño de José, su padre fue asemejado al sol, su madre a la luna, y sus hermanos a las estrellas (Gn. 37:9). La iglesia es la novia, la esposa, de Cristo. Por consiguiente, la luna es un figura de la iglesia (cfr. Cnt. 6:10).

  En Apocalipsis 1:20 se nos dice que las iglesias locales son candeleros. Las lámparas son necesarias por la noche, no en el día. Apocalipsis 1:20 demuestra claramente que la era de la iglesia no es un día sino una noche. La iglesia como candelero brilla en la noche. Pero el candelero mismo no brilla; lo hace la lámpara. Los siete candeleros se encuentran en el capítulo 1 de Apocalipsis y las siete lámparas en el capítulo 4. Las siete lámparas son los siete Espíritus (Ap. 4:5). La iglesia es el candelero, y el Espíritu es la lámpara sostenida por el soporte. Si a la iglesia le hace falta el Espíritu, será un candelero sin luz. En dicho caso se convertirá en una piedra de tropiezo. Pero el candelero con la lámpara brillante es algo maravilloso. Podemos tener la iglesia como candelero, pero ¿qué podemos decir de la lámpara? Necesitamos la lámpara. Algunos dirán: “Tengo el Espíritu Santo como lámpara. No me preocupa el candelero”. Si usted dice eso, está equivocado. Pues la lámpara está sobre el candelero. Si ahora, en la era de la iglesia, usted desea tener la luz de los siete Espíritus, necesita las iglesias. Las siete lámparas están en los siete candeleros.

  Durante la era de la iglesia, está de noche, y durante la noche no tenemos acceso directo al sol, a la luz de Cristo. Necesitamos que nos sea reflejada. Necesitamos que la luna refleje la luz del sol; necesitamos que la iglesia refleje la luz de Cristo. Sin la iglesia sería difícil ver la luz de Cristo. Cuando llegamos a la iglesia y ésta no está menguando, ciertamente recibimos luz.

  Al examinar la historia, vemos que hubo un largo período durante el cual la iglesia estaba menguando. Cuando la luna está menguando, es el momento propicio para que brillen las estrellas. Durante la Edad Media o el Oscurantismo las estrellas brillaron. Martín Lutero era una estrella. Antes y después de Lutero, muchas otras estrellas importantes brillaron debido a que la luna estaba menguando. Hace dos siglos, Zinzendorf y los llamados hermanos moravos practicaban la vida de iglesia. Aunque su luna no era una luna llena, por lo menos era una luna creciente, que le recordaba a la gente que la iglesia estaba presente. Un siglo más tarde, surgieron algunos hermanos en Inglaterra y la luna creciente aumentó hasta llegar casi a ser luna llena. Filadelfia, la iglesia, estaba allí. No obstante, no duró mucho tiempo. Existe un proverbio según el cual la luna empieza a menguar cuando está llena. En un período de setenta años, que abarca el fin del siglo diecinueve y el principio del siglo veinte, podemos ver algunas estrellas como Andrew Murray, la señora Penn-Lewis y A. B. Simpson. Durante aquel tiempo, hubo estrellas sin luna; no existía la vida de iglesia. La luna estaba menguando y las estrellas brillaban.

  ¡Alabado sea el Señor! Hoy en día, si no tenemos una luna llena, por lo menos tenemos una luna creciente. En las iglesias no debemos esperar ver gigantes espirituales. Si hay gigantes, esto significa que la luna está menguando. Cuando la luna aumenta y crece, las estrellas no deberían ser tan visibles. No quiero ser una estrella grande, sino un hermano pequeño. Cuando tenemos la luna, tenemos poca necesidad de estrellas.

  Si acudimos al sol pidiéndole que nos alumbre durante la noche, estamos locos. El sol nos dirá: “No acuda a mí. Vaya a mi reflejo. Vaya a la iglesia si desea recibir la luz que procede de mí. La iglesia refleja Mi luz”. Debemos recordar que es de noche; no ha llegado el día. Necesitamos la iglesia. El Espíritu habla a las iglesias. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap. 3:22). Debemos ir a las iglesias y obtener la luz del sol indirectamente.

  Muchos santos queridos dicen: “No me interesan las iglesias, sólo me interesa Cristo”. Puedo garantizar que todo aquel que diga eso no crecerá. Es posible que los que afirman esto tengan la luz del primer día, pero carecen de las lumbreras del cuarto día. Si usted les pregunta a los santos, ellos le dirán que sólo empezaron a crecer cuando entraron en la iglesia. Cuando volvemos sinceramente nuestro corazón a la iglesia, recibimos indirectamente la luz adecuada de Cristo.

  Como muchos pueden testificar, cada vez que nos incomodaba la iglesia y que la rechazábamos, estábamos totalmente en tinieblas. Cuando usted le vuelve la espalda a la luna durante la noche, su rostro queda en tinieblas. Pero cuando nos volvemos a la iglesia y somos uno con ella, el resplandor llega inmediatamente.

  Algunos dirán que ponemos demasiado énfasis en la iglesia y descuidamos a Cristo. Pero ¿cómo podría brillar la luna sin la luz del sol? Sin Cristo, la iglesia no tiene ninguna luz. El resplandor de la luna durante la noche es simplemente el reflejo de la luz solar. La luz de la iglesia no es más que el reflejo de Cristo. A los que hablan tanto acerca de Cristo sin tener contacto con la iglesia adecuada les resultará difícil obtener la luz verdadera y práctica necesaria para el crecimiento en vida. Para crecer en vida, necesitamos la luz de la luna, la cual constituye una parte principal de los luminares del cuarto día. Cuanta más vida de iglesia tengamos, más Cristo tendremos, más luz recibiremos y más crecimiento en vida experimentaremos.

III. LAS ESTRELLAS: CRISTO Y LOS SANTOS

  Las estrellas son Cristo y los santos. Aunque Cristo es el verdadero sol, El no aparece como el sol durante esta edad nocturna. El resplandece como una estrella, como la estrella resplandeciente de la mañana (Ap. 22:16b). Cristo mismo es una estrella. Los santos vencedores también son estrellas. En 2 Pedro 1:19 se nos exhorta a prestar atención a la Palabra segura hasta que se levante dentro de nosotros la estrella de la mañana, la cual es Cristo. Apocalipsis 1:20 no sólo declara que las iglesias son los candeleros que brillan con el Espíritu, sino que también los ángeles de las iglesias, es decir, los que tienen el liderazgo o los mensajeros, son las estrellas que brillan. Daniel 12:3 afirma que aquellos que vuelven a muchas personas del camino incorrecto a la justicia resplandecerán como estrellas. En Mateo 5:14, descubrimos que los creyentes hoy en día son la luz del mundo; y Filipenses 2:15 dice: “En medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”. Todos estos versículos muestran que los santos que están en el camino correcto y tienen la posición adecuada son estrellas.

IV. GOBIERNAN PARA QUE HAYA DISCERNIMIENTO

  Las lumbreras del cuarto día gobiernan para que haya discernimiento. El discernimiento procede de la luz. Sin las luminarias del cuarto día, resulta difícil discernir los objetos. Todos necesitamos este discernimiento para crecer en vida. Los jóvenes necesitan el discernimiento para saber adónde deben ir, qué deben decir y hacer, qué procede de Dios y qué es de Satanás, qué está en el espíritu y qué está en el alma. Incluso los jóvenes de secundaria necesitan discernir con cuáles compañeros de clase deben relacionarse y a quiénes deben evitar.

  El discernimiento procede de la luz. Cuando la luz resplandece, gobierna. Si estoy en un cuarto oscuro, tropezaré. Sin luz no hay dirección ni gobierno ni discernimiento. Pero si me encuentro bajo el resplandor de la luz, puedo discernir el camino que debo seguir.

  Ustedes los jóvenes que están cursando la escuela secundaria, son diferentes de todos los demás estudiantes porque ustedes son hijos del día. Los demás alumnos siguen en las tinieblas. Cuando usted hable con su maestro, sabrá qué decirle. Usted tiene discernimiento. Para los padres, la mejor manera de cuidar a sus hijos es ponerlos en las manos del Señor. Entonces tendrán la luz, y ésta los gobernará. Esta dirección que les da la luz, proporcionará a los hijos el mejor discernimiento. Nunca caerán en la tentación de consumir drogas. El discernimiento es la mejor protección.

  Repito que este discernimiento procede del resplandor, y el resplandor de la luz no es más que el gobierno. Si usted lee Génesis 1:14, 16, 18 y Efesios 5:8-11, 13-14 y ora al respecto hasta que estos versículos entren en usted y hasta que la luz brille sobre usted, sabrá lo que debe reprobar, lo que debe aceptar, lo que debe recibir y lo que debe rechazar. La Primera Epístola de Juan 1:5-7 constituye una porción que nos indica con claridad que Dios es luz, que si tenemos comunión con El estamos en la luz, y que cuando andamos en la luz conocemos la diferencia entre las tinieblas y la luz. Así, tenemos el gobierno con el discernimiento.

V. COMO SEÑALES: PRINCIPALMENTE AL VIAJAR

  El sol, la luna y las estrellas son señales. Estas señales sirven principalmente mientras viajamos. Antiguamente los marineros navegaban guiados por las estrellas. Hoy en día, conducimos nuestros automóviles conforme a las señales de tránsito. Por lo tanto, las señales sirven para viajar.

  Los fariseos y los saduceos acudieron al Señor Jesús, y le pidieron que les mostrase una señal del cielo (Mt. 16:1-4). El Señor [llamándolos necios,] les dijo: “Al atardecer, decís: Hará buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque el cielo tiene arreboles y está sombrío. Sabéis discernir el aspecto del cielo, mas las señales de los tiempos no podéis”. [Dándoles a entender:] “Yo soy la señal; soy como Jonás. Vosotros no veis la señal porque no tenéis la luz”. Los discípulos también acudieron al Señor en el monte de los Olivos y le preguntaron acerca de la señal de Su venida, la señal del fin de esta era (Mt. 24:3).

  No sólo tenemos estos versículos, sino que también vemos en Apocalipsis 12:1 una gran señal en el universo: la señal de una mujer con el sol, la luna y las estrellas. Para poder movernos apropiadamente por este universo, tenemos a esta mujer como una gran señal. Esta mujer está relacionada de alguna manera con la iglesia. No estoy diciendo que la mujer sea la iglesia, sino que la iglesia constituye una parte importante de esa mujer. Si hemos de conducirnos y actuar en este universo, necesitamos conocer a esa mujer.

  Ella tiene su origen en Génesis 3. En la Biblia vemos muchas mujeres. Satanás entró en el linaje humano por medio de una mujer, y el Señor Jesús también entró en el género humano por medio de una mujer. Finalmente la Biblia tiene su consumación en la Nueva Jerusalén, la cual es una mujer, la novia de Cristo. ¡Aleluya! Todos formaremos parte de esa mujer. Por consiguiente, todos debemos conocer la mujer de Apocalipsis 12. Ella es una mujer bíblica, una mujer universal que abarca toda la Biblia. En realidad, ella empezó en Génesis 2 con Eva, no en Génesis 3, y luego va de Génesis 2 a Apocalipsis 22. Si usted conoce a esa mujer, conocerá las señales. Ella es una señal muy prominente. Constituye una señal para que el pueblo de Dios sepa si debe continuar o detenerse. Por carecer de esa mujer, muchos cristianos no saben qué hacer. No tienen la manera de seguir adelante. Necesitamos una señal, una señal que proceda de las lumbreras del cuarto día.

VI. PARA LAS ESTACIONES: DESIGNADAS POR LA LUNA, ESPECIALMENTE PARA EL CRECIMIENTO

  Las señales sirven para trasladarse uno, y las estaciones propician el crecimiento. Las palabras que el Señor Jesús pronunció sobre la cosecha muestran que las estaciones sirven para fomentar el crecimiento (Jn. 4:35). Eclesiastés 3:1-8 nos dice que hay un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar. Esto se refiere a las estaciones. Las estaciones son necesarias para el crecimiento. Si usted es agricultor, debe conocer las estaciones. ¿Sembraría usted la semilla en invierno o descansaría en verano? Las estaciones nos indican cuándo debemos arar, cuándo sembrar, cuándo cosechar y cuándo descansar. En Apocalipsis 22:2 vemos que el árbol de la vida lleva fruto cada mes. Las estaciones se designan por los meses, y los meses son determinados por la luna.

  Debemos leer varios versículos en Levítico sobre este punto (Lv. 23:2, 5, 6, 24, 27, 34, 39, 41). Estos versículos indican que en el primer mes del año el pueblo celebraba una fiesta. La fiesta se relacionaba también con las estaciones. En el primer mes se celebraba la fiesta de la Pascua. Después venía la fiesta de los panes sin levadura, luego la fiesta de las primicias, y después la fiesta de las siete semanas, llamada la fiesta de Pentecostés. Estas cuatro fiestas se celebraban durante la primera mitad del año. En el primer día del séptimo mes, tenían la fiesta de las trompetas, y en el décimo día del séptimo mes, la fiesta de la expiación. Se celebraba además la fiesta de los Tabernáculos en el decimoquinto día del séptimo mes. Cada una de estas siete fiestas se celebraba conforme a los meses.

  Sin un tiempo de crecimiento, usted nunca podría celebrar una fiesta. Sin crecimiento, ¿qué va a festejar usted? En tiempo de fiesta, el pueblo de Israel traía sus riquezas: vacas, corderos, uvas y todos los productos del crecimiento. La fiesta de los Tabernáculos era particularmente una fiesta en la que se disfrutaba la cosecha. El Señor dijo que debemos reunirnos en Su presencia y disfrutar la cosecha; ésta es una fiesta. La fiesta es el resultado del crecimiento, y este crecimiento está estrechamente relacionado con la luna, la iglesia. Si no tenemos la iglesia, carecemos del elemento de la fiesta. Pocos cristianos celebran la fiesta porque no tienen la luna. No disfrutan plenamente a Cristo como fiesta porque no tienen la iglesia. Necesitamos la iglesia para designar las estaciones que determinarán el crecimiento y las fiestas.

  Números 28:11 habla de la luna nueva, y Números 29:6 menciona los meses. Estos versículos están relacionados con los meses.

  Jeremías 8:7 habla de la cigüeña que conoce el tiempo señalado para volar. También habla de la tórtola, la grulla y la golondrina, que conocen su tiempo, su estación. El Señor dijo que Su pueblo no conoce las estaciones. Es la situación de hoy. Los cristianos no tienen ni verano ni primavera; no tienen la primera luna, ni la última luna; no tienen ninguna luna. No tienen ninguna estación: ni primavera, ni otoño, ni verano, ni invierno. En cierto sentido, pasa lo mismo cada día. Por consiguiente, no tienen ninguna posibilidad de crecer ni de festejar, porque carecen de las lumbreras del cuarto día.

  No obstante, cuando estamos en la vida adecuada de iglesia, la iglesia designará los meses, los meses traerán las estaciones, y las estaciones nos proporcionarán las fiestas. Tendremos todas las fiestas.

VII. PARA LOS DIAS: ESTABLECIDOS POR LA ROTACION DE LA TIERRA A FIN DE CREAR NUEVOS COMIENZOS

  Tanto los días como los años están relacionados con el sol. La tierra pasa por dos clases de movimientos en relación con el sol: la rotación de cada día y la translación de cada año. La vuelta que da en un día es llamada rotación; el movimiento que lleva a cabo en un año es llamado translación. Todos sabemos que la rotación de la tierra se efectúa en un día y que la translación sucede en un año. Las palabras “para días” (Gn. 1:14b) significa que la tierra gira continuamente para crear nuevos comienzos. ¡Aleluya! Cada día es un nuevo comienzo, pues cada día tenemos un amanecer. Cada día tenemos una madrugada. Cristo, como sol, nos da un nuevo comienzo día tras día. Cada mañana, el avivamiento matutino debe ser nuestro amanecer, un tiempo en el cual la luz del alba se levanta dentro de nosotros para que tengamos un nuevo comienzo.

  En Números 28:3-4, descubrimos que cada mañana debemos presentar holocaustos. Cada día es un nuevo comienzo. Lamentaciones 3:22-23 revela que las misericordias y compasiones del Señor son nuevas cada mañana. En 1 Tesalonicenses 5:4-8 se nos dice que no somos hijos de la noche, sino hijos del día.

VIII. PARA AÑOS: ESTABLECIDOS POR LA TRANSLACION ANUAL DE LA TIERRA A FIN DE CREAR COMIENZOS MAS IMPORTANTES

  Las revoluciones anuales de la tierra alrededor del sol producen principios más importantes. Esto es verdaderamente maravilloso. Estamos en Cristo y estamos en la iglesia. Por consiguiente, tenemos el sol y la luna, que nos traen las estaciones, los días y los años.

  Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, el Señor le dijo que ése sería el principio de un nuevo año (Éx. 12:2). Cuando fuimos salvos, aquello también fue el comienzo de un nuevo año, el año de nuestro renacimiento, una verdadera revolución en nuestra vida. Mi primera revolución se produjo en 1925, el año en que fui salvo. La segunda fue en 1931, el año en que fui reavivado. Menos de un año después, en julio del año 1932, tuve otra revolución: vi la iglesia. Eso cambió toda mi vida cristiana. En mi vida cristiana he tenido numerosos años nuevos, además de éstos. Año tras año, Cristo como sol verdadero nos da un nuevo comienzo.

  Ninguna cosecha puede crecer si no ocurren las estaciones, si no transcurren los días y los años. Todas las cosechas crecen mediante las lumbreras del cuarto día. Por una parte, somos la cosecha de Dios; por otra, somos la labranza de Dios. Necesitamos la luna que designa las estaciones para nosotros y necesitamos el sol que designa los días y los años.

  Génesis 8:13 nos dice que Noé volvió a la tierra el primer día del primer mes. El tuvo un nuevo comienzo el primer día del primer mes, otro comienzo en la nueva tierra. Exodo 40:2, 17 revela que el tabernáculo fue erigido el primer día del primer mes, otro comienzo. ¿Por qué Dios no ordenó al pueblo que levantara el tabernáculo en el vigésimo noveno día del cuarto mes, sino en el primer día del primer mes? Para marcar un nuevo comienzo. En 2 Crónicas 29:17 y Ezequiel 45:18 se nos dice que el pueblo purificaba y santificaba el templo en el primer día del primer mes. El regreso de Babilonia empezó el primer día del primer mes, según Esdras 7:9. Todos los cristianos necesitan estos cuatro comienzos: la llegada a la nueva tierra, el levantamiento del tabernáculo de Dios, la purificación del templo de Dios, y el regreso del cautiverio. Todas estas cosas son nuevos comienzos en la vida cristiana, los cuales son necesarios para el crecimiento en Cristo y deben producirse en “el primer día del primer mes”.

IX. SOMBRAS DE CRISTO

  Todos los días, las señales, las estaciones y los años son sombras. Cristo es la realidad (Col. 2:16-17). Cristo es el día santo, Cristo es la nueva luna, Cristo es el día de sábado, Cristo es el comienzo del año, Cristo lo es todo. Cristo es su nuevo comienzo, un comienzo más importante que un año y más pequeño que un día. Cristo es la nueva luna.

X. LAS LUCES FORTALECEN

  En el milenio, la edad del reino, la luz de la luna equivaldrá a la luz del sol, y la luz solar se intensificará siete veces, como de siete días (Is. 30:26). El Espíritu intensificado de Dios llega a ser los siete Espíritus; el sol intensificado se convertirá en la luz solar siete veces intensificada. Esto se producirá durante la edad del reino, el tiempo de restauración, cuando Dios sane a Su pueblo. No obstante, ahora tenemos un anticipo. En algunos santos la luna resplandece como el sol. Para mí, la vida de iglesia es semejante al sol, mucho más fuerte que la luna ordinaria. Tengo una luna brillante, tan resplandeciente como el amanecer, y el sol tiene una luz siete veces intensificada.

XI. FINALMENTE NO HABRA NOCHE

  En la Nueva Jerusalén no habrá noche (Ap. 21:23, 25b; 22:5). En esa ciudad no se necesitará ni sol ni luna ni luminares porque el Dios Triuno será su luz. Si leemos detenidamente el Apocalipsis, veremos que fuera de la Nueva Jerusalén, fuera de la ciudad, todavía habrá día y noche, pero dentro de ella no habrá noche. Tendremos a nuestro Dios Triuno como la luz perfecta y única que brilla sobre nosotros. Los días constarán de veinticuatro horas de luz.

  No obstante, hoy en día necesitamos las lumbreras del cuarto día. Necesitamos particularmente la luna y las estrellas que reflejan la luz del sol. Esa es la manera en que crecemos. Espero que el Señor le hable a usted acerca de su crecimiento, para que su crecimiento en vida se produzca con los luminares del cuarto día. La luz del primer día fue necesaria para generar la vida, para que usted volviera a nacer. Sin embargo, usted necesita las lumbreras del cuarto día para poder crecer.

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