Mensaje 63
En los mensajes anteriores dijimos que según la experiencia de vida, Abraham, Isaac y Jacob constituyen tres partes de una sola persona, una persona completa, y que no debemos considerarlos tres individuos separados. Si conocemos la vida descrita en el libro de Génesis, veremos que, a los ojos de Dios, estas tres personas conforman una unidad completa en la experiencia de vida.
En este mensaje llegamos al segundo aspecto de la experiencia de los llamados: la experiencia de Isaac (21:1—28:9; 35:28-29). Los cristianos tienen dificultades para entender la experiencia de Isaac. Por el contrario, resulta bastante fácil entender los tres aspectos principales de la experiencia de Abraham: fue llamado por Dios, vivió por fe en El y en comunión con El. Pero ¿qué diremos de Isaac? Al leer el relato de su vida en los capítulos del veintiuno al veintiocho, ¿qué vemos de la experiencia de vida? No vemos que él haya sido llamado, ni que haya vivido por fe en Dios, ni en comunión con El. Génesis nos revela que Isaac nació, se casó y engendró dos hijos. Pero es difícil determinar la experiencia de vida contenida en la historia de Isaac.
En el relato de la vida de Isaac, queda implícita la experiencia de la gracia. Lo que experimentó Isaac fue la herencia de la gracia de Dios. La gracia de Dios no se revela en el Antiguo Testamento de manera tan completa como en el Nuevo Testamento, porque la gracia en realidad vino con Jesucristo (Jn. 1:17). Después de la venida de Jesucristo, tenemos la plena revelación de la gracia, y en el Nuevo Testamento, la palabra gracia se utiliza repetidas veces. Incluso el Nuevo Testamento concluye con la gracia: “La gracia del Señor Jesucristo sea con todos los santos. Amen.” (Ap. 22:21). La Biblia empieza en el Antiguo Testamento con la frase: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, y termina en el Nuevo Testamento con la frase: “La gracia de nuestro Señor Jesús sea con todos los santos. Amen”. El relato de Génesis acerca de Isaac no contiene la palabra gracia, pero está implícita. Esta es la razón por la cual a muchos les es difícil comprender la Biblia, ya que ésta puede hablar de cierta cosa sin mencionarla por nombre. La experiencia de Isaac se narra en Génesis, pero es difícil designarla como una experiencia de la gracia.
El Nuevo Testamento afirma en cuanto a la experiencia de vida, que Abraham, Isaac y Jacob no deben ser considerados tres individuos separados, sino aspectos de la experiencia de vida de una persona completa. Abraham representa el aspecto del llamamiento, de vivir por la fe en Dios y en comunión con El. Isaac representa el aspecto de heredar la gracia y disfrutar la herencia de la gracia. Jacob representa el aspecto de ser elegido, de ser disciplinado por el Señor, y de ser transformado en príncipe de Dios. En la experiencia de vida, vemos el aspecto del deleite, la gracia. La mayoría de nosotros ha oído mensajes en los que se nos dice que la vida cristiana debe ser una vida de sufrimiento, de llevar la cruz y de gemir en oraciones. ¿No ha oído usted mensajes en los cuales se dice que éste no es el tiempo de disfrutar, sino de sufrir y de llevar la cruz, y que nuestro deleite empezará cuando vuelva el Señor? No digo que eso sea erróneo, pero sí afirmo que es sólo un aspecto de la vida cristiana. Existe otro aspecto: el aspecto del deleite.
En el sentido bíblico y en nuestra experiencia, la gracia significa disfrute. La gracia es el disfrute que tenemos en la vida cristiana. Nuestra vida cristiana presenta tres aspectos: el aspecto de Abraham, el de Isaac y el de Jacob. En el aspecto de Abraham, no tenemos mucho disfrute. Abraham fue bendecido y engrandecido, pero no tuvo mucho disfrute. El perdió a su padre, y Lot se le convirtió en un problema. Eliezer, en quién confiaba, fue rechazado, e Ismael, el hijo que engendró con su concubina por su propio esfuerzo, fue echado. Después de que nació de Isaac, Dios le exigió a Abraham que lo ofreciera como holocausto. Poco después de recuperar a Isaac, Abraham perdió a su querida esposa. En toda su vida, podemos ver el aspecto del despojo. La Biblia no muestra que Abraham haya sufrido mucho, pero lo perdió casi todo. ¿Es eso la totalidad de la vida cristiana? Si tal es el caso, entonces la vida cristiana es solamente una vida de pérdidas. Las pérdidas constituyen un aspecto de la vida cristiana. Romanos 5:2 no dice: “Tenemos acceso a esta pérdida en la cual estamos firmes”. Lo que dice es: “Hemos obtenido acceso por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes”. Dios no tiene ninguna intención de mantenernos en la pérdida. Su intención es introducirnos en la gracia, en el disfrute.
Dios desea conducirnos a disfrutar la gracia, pero algo estorba esta gracia: el yo. Nosotros mismos constituimos el obstáculo. Cristo vino, y con El la gracia, y nosotros hemos sido introducidos en la gracia en la cual estamos firmes; no obstante, usted y yo constituimos el estorbo más grande para esta gracia. Por lo tanto, antes de que podamos tener la experiencia de Isaac, necesitamos a Abraham, quien representa el primer aspecto de la experiencia de vida. La vida de Abraham revela que si deseamos disfrutar de la gracia de Dios y deleitarnos plenamente en las riquezas de Dios, debemos ser quebrantados, circuncidados y aniquilados. Si Abraham no hubiera sido circuncidado, Isaac jamás habría nacido. Isaac nació después de que Abraham fue circuncidado. Después de la circuncisión de Abraham en Gn. 17, Dios le dijo que Isaac nacería (17:19). Finalmente, en el capítulo veintiuno, nació Isaac. Este vino con la visitación de Dios; nació por la visitación de Dios, la cual corresponde al nacimiento de Isaac. Dios visitó a Sara, y esa visita se convirtió en el nacimiento de Isaac. Esta es la gracia.
Dios vino para ser disfrutado por los que El llamó. Sin embargo, si queremos tener ese disfrute, el yo debe desaparecer. Cuando el yo desaparece, viene Isaac. Eso significa que viene la gracia. No es fácil perder el yo. Nosotros debemos ser despojados para que el yo desaparezca. ¿Está usted dispuesto a perder su yo? No creo que nadie esté dispuesto a perder su ego. No obstante, debemos perdernos a nosotros mismos antes de que pueda venir la gracia. Perder el yo significa estar dispuesto a quedar mal. Cuando guardamos las apariencias, perdemos la gracia. Si queremos recibir gracia, debemos estar dispuestos a quedar mal. Hermanos, frente a su esposa en su vida diaria, deben estar preparados para perder. Si ustedes hacen eso, la gracia vendrá. Después de la circuncisión de Abraham, vino Isaac. Este es el principio. Nuestro ego debe irse, y la gracia vendrá. Primero debemos ser Abraham, y luego convertirnos en Isaac.
No le resultó fácil a Abraham perder su yo. En realidad, Dios lo obligó a perderse a sí mismo. Cuando Dios llamó a Abraham, no dijo: “Abraham, debes perderte a ti mismo y entonces Yo vendré para ser tu gracia y tu deleite”. No, cuando Dios lo llamó, El prometió bendecirlo. La bendición del Antiguo Testamento corresponde en cierto modo a la gracia del Nuevo Testamento. ¿Cuál es la diferencia entre la bendición y la gracia? Aquello que Dios nos da gratuitamente es una bendición. Pero cuando esta bendición es forjada en nuestro ser, ella se convierte en gracia. Dios prometió a Abraham que lo bendeciría. Cuando la bendición fue forjada en Abraham, ésta se convirtió en gracia. El ego de Abraham y su hombre natural constituyeron el mayor estorbo para la bendición de Dios y obligó a Dios a despojarlo.
Sucede lo mismo en nuestra experiencia. Todos fuimos llamados, y Dios nos bendijo en Cristo (Ef. 1:3). No obstante, después de ser llamados, seguimos enfrascados en nosotros mismos, y por nuestro propio esfuerzo tratamos de recibir la bendición de Dios. Cuando yo era joven, me di cuenta de que mi carne no era buena. Cuando me dijeron que la carne fue clavada en la cruz, me alegré mucho. Entonces empecé a tratar de poner la carne en la cruz por mi propio esfuerzo. No obstante, al hacerlo por mi propio esfuerzo, entorpecí la gracia de Dios. La crucifixión de la carne ya se había realizado; no necesitaba valerme de mis esfuerzos. No obstante, yo, mi ego, estaba intentando poner mi carne en la cruz. Este yo era el mayor obstáculo para la gracia de Dios. Me separaba de la gracia. Si examinamos nuestra experiencia pasada, veremos que después de oír las buenas nuevas, a menudo procurábamos obtener por nuestra cuenta las cosas que oíamos en las buenas nuevas. Nuestros propios esfuerzos han sido un estorbo para la gracia de Dios. Por esta razón, Dios se ve obligado a quebrantarnos.
Ser llamados por Dios, vivir por la fe en Dios y vivir en comunión con El tienen la finalidad de que lo disfrutemos a El. Fuimos llamados a disfrutar a Dios; debemos aprender a vivir por la fe en El para disfrutarlo; y debemos vivir en comunión con El para participar de todas sus riquezas. Todo eso tiene como único fin que disfrutemos a Dios. Sin embargo, no vemos este disfrute en Abraham, mas sí en Isaac. Todos nosotros hemos tenido por lo menos alguna experiencia del llamado de Dios, de vivir por fe en Dios, de vivir en comunión con El y de ser despojados. Somos los verdaderos Abraham de hoy. Sin embargo, podemos testificar también que, para sorpresa nuestra, ha habido cierta medida de disfrute en medio de nuestra pérdida. Mientras somos despojados, inconscientemente tenemos cierta medida de disfrute. Cada vez que sufrimos Bajo la mano de Dios, simultáneamente tenemos cierto disfrute. Cuando sufrimos como Abraham, disfrutamos como Isaac. Por esta razón, el relato de Isaac no viene inmediatamente después del de Abraham, sino que se mezcla con el de la vida de éste. Mientras Abraham todavía estaba en la escena, apareció Isaac, pues no eran dos individuos separados en la experiencia de vida, sino dos aspectos de la experiencia de vida de una persona completa. Necesitamos las experiencias de Abraham e Isaac. Quizá usted en la actualidad tenga cierta experiencia y diga: “No sé por qué me sucede eso”. Pero en lo más recóndito de su ser, usted lo sabe. En medio de su pérdida, usted gana y disfruta a Cristo. Esta es la experiencia de Isaac.
Si sólo tuviéramos a Abraham sin Isaac, quedaríamos muy desilusionados con el relato de Abraham. Diríamos: “¿Qué hay de bueno en ser el padre de la fe si sólo se trata de ser despojados?” Pero cuando veamos la experiencia de Isaac, diremos: “Ahora entiendo por qué Abraham sufrió tantas pérdidas. Todas las experiencias negativas de Abraham sirvieron para el disfrute de Isaac”. Todo le sucedía a Abraham por el bien de Isaac. Abraham consiguió muchas cosas, fue bendecido y engrandecido, pero dio todo lo que tenía a Isaac (Gn. 24:36; 25:5). Abraham sufrió para que Isaac saliera ganando. Cuanto más sufría Abraham, más ganaba Isaac. Yo diría: “Pobre Abraham, sólo fuiste una persona sufrida. Todo lo que ganaste con tus sufrimientos no te sirvió a ti, sino a Isaac”. Todos debemos ser conscientes de que ahora no sólo somos Abraham, sino también Isaac. Si usted me dice: “Hermano, tú eres un pobre Abraham que siempre sufre”, yo contestaría: “¿Acaso no sabes que también soy un Isaac? He sufrido pérdidas para poder obtener ganancias. Como Abraham pierdo, pero como Isaac gano. No soy solamente Abraham. Mi nombre es Abraham-Isaac. Por el lado de las pérdidas, soy Abraham; por el lado de las ganancias, soy Isaac”.
Somos tanto Abraham como Isaac. En calidad de Abraham fuimos llamados por Dios, aprendimos a vivir por fe en El y a estar en comunión con El. Al mismo tiempo, en calidad de Isaac, no hacemos otra cosa que disfrutar lo que hemos ganado en la experiencia de Abraham. ¿Qué clase de experiencia valora usted más, la de Abraham o la de Isaac? Sin la experiencia de Abraham no podemos tener la de Isaac. Dios nos está disciplinando como lo hizo con Abraham para que experimentemos lo que vivió Isaac.
El asunto de la gracia ha sido escondido, oculto y velado en el transcurso de los años. ¿Qué es la gracia? La gracia es algo de Dios forjado en nuestro ser, que obra en nosotros y por nosotros. No es nada exterior. La gracia es Dios en Cristo, forjado en nuestro ser para vivir, obrar y actuar por nosotros. Leamos lo que dice Pablo en 1 Corintios 15:10: “Por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo sino la gracia de Dios conmigo”. Este es un pensamiento muy profundo. Pablo no dijo: “Por la gracia de Dios tengo lo que tengo. Tengo un buen automóvil, un buen trabajo y una buena esposa por la gracia de Dios”. Ni siquiera dijo: “Por la gracia de Dios hago lo que hago”. No se trata de actuar, de tener ni de laborar, sino de ser. Por lo tanto, Pablo dice: “Por la gracia de Dios soy lo que soy”. Eso significa que la gracia misma de Dios había sido forjada en su ser, y había hecho de él esa clase de persona. En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Si unimos este versículo con 1 Corintios 15:10, vemos que la gracia no es más que Cristo vivo en nosotros. Ya no soy yo, sino la gracia de Dios, no yo, sino Cristo. La gracia no está fuera de nosotros ni a nuestro lado. Es una persona divina, Dios mismo en Cristo, forjado en nosotros para ser el constituyente de nuestro ser. Por la falta de revelación, los cristianos no han entendido correctamente la gracia y la han interpretado de manera errónea, pensando que es algo que está fuera de ellos. Pero la gracia no es más que el Dios Triuno forjado en nosotros para constituir nuestro ser y para vivir, obrar y actuar en nosotros a fin de que así podamos decir: “Soy lo que soy por la gracia de Dios. Y no yo, sino la gracia de Dios”.
A todos nosotros se nos ha enseñado a tener un buen comportamiento y a amarnos unos a otros. Como resultado, tratamos de comportarnos correctamente y de amar a los demás. No obstante, no importa si amamos a otros o no, pues Dios jamás aceptará nuestro amor. Abraham logró engendrar a Ismael, pero Dios lo rechazó. Dios parecía decir: “No, Abraham, eso no es lo que Yo quiero. Deseo algo que sea forjado en ti y expresado por medio de ti. Has producido a Ismael sin Mi visitación. Yo estaba en los cielos y tú en la tierra engendrando a Ismael. Puesto que él no tiene nada que ver conmigo ni con Mi visitación, jamás lo reconoceré. Un día visitaré a Sara, y Mi visitación producirá a Isaac; sólo lo reconoceré a él”. Si amamos a los demás con nuestro propio esfuerzo, Dios jamás reconocerá este amor, pues no procede de Su visitación. Dios desea visitarnos, entrar en nosotros, vivir por nosotros e inclusive amar a los demás por nosotros. El sólo reconocerá esta clase de amor. El amor de usted es un Ismael; pero el amor por la visitación de Dios es un Isaac. El hecho de que usted sea humilde u orgulloso, perverso o justo no tiene ningún valor. Dios no reconoce nada que proceda de usted fuera de la visitación de El. Lo que no procede de la gracia no es reconocido ni estimado por Dios. Todos debemos decir: “Oh Señor, no haré nada sin Tu visitación. Señor, si Tú no me visitas ni haces nada por medio de mí, yo no haré nada. Ni aborreceré ni amaré. No seré orgulloso ni humilde. Quiero estar en blanco. Señor, sin Tu visitación no soy nada”. La visitación de Dios es la gracia práctica. Cuando amo a los demás y soy humilde por la visitación de Dios, y no por mi propio esfuerzo, estoy en el disfrute de la gracia.
Como ya vimos, Dios desea forjarse en un hombre corporativo para tener una expresión corporativa. Este es el concepto fundamental de la revelación divina de la Biblia. Este es el propósito eterno de Dios. Dios llamó a Abraham con el propósito de forjarse en él, pero Abraham tenía un fuerte yo. Este ego natural constituyó el mayor obstáculo para el propósito de Dios. Sucede lo mismo con nosotros hoy en día. El propósito de Dios consiste en forjarse en nosotros para ser nuestra vida y nuestro vivir, pero nuestro ego natural sigue siendo un estorbo. Por lo tanto, Dios debe quebrantarnos y cortarnos para poder entrar en nosotros y ser el todo para nosotros. Dios no necesita que amemos a los demás ni que seamos humildes para que la sociedad mejore. Si Dios deseara una sociedad mejor, sólo tendría que decir: “Mejor sociedad”, y ésta se producirá. El llama las cosas que no son como si fuesen (Ro. 4:17) y no necesita nuestra ayuda. Dios desea forjarse en nosotros para ser nuestra humildad y nuestro todo. El desea que digamos: “Señor, no soy nada y no haré nada. Sólo me abro a Ti para que entres y hagas Tu hogar en mí, vivas en mí y hagas todo por mí. Señor, vive en mí, y yo disfrutaré Tu vivir. Cada vez que obres en mí, yo diré: ‘Alabado seas Señor. ¡Esto es maravilloso!’ Yo no soy el que actúa, sino el que disfruta, el que aprecia todo lo que haces por mí’ ”.
Hoy en día, Dios desea quebrantar a Abraham para que surja Isaac. El desea romper nuestro ser natural a fin de que podamos experimentarlo plenamente en Cristo, quién se forja en nosotros para ser nuestro deleite. He experimentado la vida matrimonial por casi cincuenta años; he experimentado mucho disfrute y mucho sufrimiento. Antes de casarme, amaba sinceramente al Señor, y le decía frecuentemente cuánto lo amaba. Después de casarme, acudía al Señor y le decía, como expresión de lealtad: “Señor, por el amor que te tengo, quiero ser el mejor marido”. A la larga, fracasé. Acudí al Señor y confesé todos mis fracasos. Después de experimentar la unción, fui consolado e intenté nuevamente ser el mejor marido. Pero volví a fracasar, y esa experiencia de altibajos se repitió continuamente. Más adelante, hasta di un mensaje en el cual dije: “La vida cristiana tiene muchas noches y días. No se desaliente jamás por causa de sus fracasos. Sólo espere algunas horas y la mañana vendrá”. Durante muchos años, pasé días y noches, noches y días. Un día recibí la revelación y dije: “Necio, ¿quién te pidió hacer eso? Cristo está aquí esperando ser tu gracia. Tú debes decir: ‘Señor no soy nada ni puedo hacer nada, y aun si pudiera hacer algo, Tú no lo aceptarías. Ven Señor, y has Tu obra y sé el mejor marido en mi lugar. Esto te corresponde a Ti, no a mí. Tú me exiges, te devuelvo lo que me pides y te pido que Tú lo cumplas. Señor sé el mejor marido, y yo te alabaré por eso’ ”. Cada vez que oré de esta manera, el Señor siempre hizo lo mejor. Esta es la gracia.
La gracia es Dios forjado en nuestro ser para que lo disfrutemos. Hoy en día, Dios no es solamente Dios el Padre, sino también Dios el Hijo y Dios el Espíritu. Además Dios el Espíritu es el Espíritu de gracia (He. 10:29) y esta gracia es la gracia de vida (1 P. 3:7), “la multiforme gracia” (1 P. 4:10), “toda gracia” (1 P. 5:10), y la gracia que nos basta (2 Co. 12:9). El Dios Triuno es esta gracia, y esta gracia se halla ahora en nuestro espíritu (Gá. 6:18). La gracia es la persona divina del Dios Triuno como el Espíritu que mora en nuestro espíritu. Es el Espíritu de gracia que mora en nuestro espíritu para ser nuestro disfrute a fin de que disfrutemos a Dios como nuestra vida y nuestro todo, incluso como nuestro vivir. Esta es la razón por la cual todas las epístolas de Pablo concluyen con las palabras: “La gracia sea con vosotros”. Por ejemplo, 2 Corintios 13:14 declara: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La gracia no se encuentra fuera de nosotros, sino en nosotros. Podemos llamarla el Espíritu de gracia o la gracia de vida, pero es algo vivo y divino que mora en nuestro espíritu. Tenemos esta realidad divina, el Dios Triuno que mora en nuestro espíritu como nuestra gracia y disfrute. Cuando El ama a los demás a través de nosotros, este amor es nuestro disfrute. Cuando El vive y se expresa por conducto nuestro, este vivir también es nuestro disfrute. Día y noche, podemos disfrutar Su vivir en nosotros.
Entonces, ¿por qué sufrimos? Porque el ego, el yo, el hombre natural, sigue ahí y debe ser disciplinado. Alabado sea el Señor porque ninguna disciplina es en vano. Todo azote de parte de Dios quebranta nuestro hombre natural para que nosotros disfrutemos más de Dios como nuestra gracia. Por lo tanto, tenemos a Abraham y a Isaac; tenemos la pérdida y el disfrute de la ganancia. Esta ganancia no es la obtención de bienes materiales, sino la ganancia de aquel que mora en nosotros, es decir, el Espíritu de gracia, la gracia de vida. Una vez más: todo lo que Dios da como don fuera de nosotros es solamente una bendición. Cuando este don se forja en nuestro ser y llega a ser el elemento vital dentro de nosotros, viene a ser gracia. La bendición debe convertirse en gracia. En el Antiguo Testamento, Dios dio muchas cosas a Su pueblo a modo de bendiciones, pero eran simplemente bendiciones exteriores. Antes de la llegada de Cristo, ninguna de estas bendiciones fue forjada en el pueblo de Dios. Cristo no solamente vino para morir en la cruz por nosotros, sino para llegar a ser el Espíritu vivificante a fin de entrar en nosotros después de Su muerte. Por lo tanto, en el Nuevo Testamento, encontramos las expresiones “en Cristo” y “Cristo en nosotros”. Ahora El está en nosotros y nosotros en El. Todo lo que Dios nos da en Cristo se forja en nosotros y llega a ser gracia y deleite. Ahora no estamos simplemente bajo Su bendición, sino también en Su gracia, la cual, a su vez, está en nosotros. ¿Qué disfruta usted ahora, la bendición o la gracia? El Nuevo Testamento nunca declara: “Que la bendición sea con vosotros”, pero sí dice repetidas veces: “La gracia sea con vosotros”.
Después de que la fuerza natural de Abraham y sus propios esfuerzos fueron eliminados por Dios, nació Isaac (17:15-19; 18:10-4; 21:1-7). Esto implica que Isaac nació por la gracia, la cual es representada por Sara (Gá. 4:24-28, 31). El relato de Génesis afirma que eso sucedió en “el tiempo de la vida” (18:10, 14). Cuando cesa el esfuerzo de la vida natural, llega el tiempo de la vida. En el tiempo de la vida nace algo en gracia. La gracia está relacionada con la vida, y la vida acompaña a la gracia. Por lo tanto, la gracia es llamada “la gracia de la vida” (1 P. 3:7).
Isaac fue criado en gracia (21:8). En su historia vemos que él no hizo nada. El nació y fue criado. No digo que creció, sino que fue criado. Así como un campesino cultiva manzanas en su huerto, Dios cultivó a Isaac como un árbol en Su huerto. Isaac fue criado por Dios en gracia.
En 2 Pedro 3:18 se nos habla de crecer en la gracia. Esto indica que crecer significa alimentarse y recibir el riego como lo revela Pedro en 1 Pedro 2:2, y Pablo en 1 Corintios 3:2 y 6. Crecer en la gracia significa crecer en el disfrute de todo lo que Cristo es para nosotros como nuestra comida espiritual y nuestra agua de vida. Todas las riquezas de lo que Cristo es para nosotros son necesarias para nuestro crecimiento en vida. Cuanto más disfrutamos las riquezas de Cristo (Ef. 3:8), más crecemos en vida (Ef. 4, 15).
Isaac también llegó a ser heredero en la gracia (21:9-12). Todo lo que su padre tenía le fue dado a él, pues Abraham dio todas sus riquezas a este único heredero. Del mismo modo, no debemos hallar ningún disfrute en nosotros mismos. La herencia sólo debemos disfrutarla en la gracia.
Isaac también obedeció en gracia (22:5-10). Al leer Génesis 22 anteriormente, no podía entender cómo Isaac, un joven, podía haber sido tan obediente. Finalmente, descubrí que él era obediente porque estaba saturado de la gracia. El estaba totalmente sumergido en la gracia, y obedecía en gracia. Esta obediencia trajo la provisión de Dios. Ocurre lo mismo en nuestro caso en la actualidad. Cuando obedecemos en gracia, recibimos la provisión de Dios.
La gracia de Dios es poderosa, pues nos permite sobrellevarlo todo. Pablo le dijo a Timoteo que se fortaleciera en la gracia que es en Cristo Jesús (2 Ti .2:1). La gracia puede inclusive reinar sobre todas las cosas (Ro. 5:21). No debemos caer de la gracia (Gá. 5:4), sino ser confirmados por ella (He. 13:9). Cuanto más sobrellevamos en la gracia, mayor provisión de gracia recibimos.
Isaac heredó todas las cosas de su padre (24:36; 25:5). Llegó a ser el heredero de las riquezas del padre por la gracia y no por su esfuerzo. No se le exigió nada para heredar las riquezas del padre ni hizo nada para obtener la herencia. Todo fue cuestión de la gracia incondicional.
En el Nuevo Testamento todos los creyentes, a quienes Dios ha llamado, son herederos de la gracia incondicional de Dios. Dios nos llamó y nos bendijo con todas las bendiciones espirituales en Cristo (Ef. 1:3). En Cristo nos puso en la gracia para que seamos herederos de la gracia, y heredemos todas las riquezas de la plenitud divina como nuestro disfrute. Nuestra vida cristiana debe ser como la de Isaac, quien no hizo nada por su cuenta, sino que heredó y disfrutó todo lo que tenía el padre. Al heredar la gracia, debemos dejar de usar los esfuerzos de nuestra vida natural y mantenernos abiertos y disponibles para disfrutar de la gracia.
Isaac no sólo heredó todo lo que tenía su padre, sino también la promesa que Dios había hecho a su padre acerca de la buena tierra y de la simiente, la cual es Cristo y en quien todas las naciones de la tierra serán benditas (26:3-5). Esta promesa en realidad era necesaria para cumplir el propósito de Dios a fin de que El tuviese un reino en esta tierra en el cual pudiera expresarse por medio de un pueblo corporativo. Tanto la buena tierra como la simiente son necesarias para el establecimiento de un reino para Dios en la tierra. En este reino Dios puede ser plenamente expresado en la simiente, en la cual El se forjará y la cual será transformada a su imagen. Abraham recibió esta promesa, e Isaac la heredó. Pero nosotros hoy tenemos el cumplimiento. Ahora disfrutamos al Dios Triuno como nuestra gracia. Al disfrutar de la gracia, el reino de Dios se manifestará, y Dios en Cristo será plenamente expresado por la eternidad.