Mensaje 83
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Todavía tengo la carga de compartir acerca de la columna. Basándonos en el principio según el cual casi todo lo que consta en el libro de Génesis es una semilla que se desarrolla en los siguientes libros de la Biblia, llegamos a 1 R. 7:13-22, una porción importante de la Palabra con respecto a las columnas. En el llamado de Jacob, el hecho de que Jacob fuese transformado se relacionaba principalmente con la columna. Después del sueño que Jacob tuvo en Bet-el, erigió una columna (Gn. 28:18). Cuando volvió a Bet-el, también levantó una columna (Gn. 35:14). Cuando Jacob erigió la columna la primera vez, dijo: “Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios” (Gn. 28:22). Esto indica que la columna no era solamente la columna, sino que también se convertiría en Bet-el, la casa de Dios. En 1 de Reyes, se menciona el templo por primera vez. Antes sólo existía el tabernáculo, mas no el templo. Las dos columnas eran lo que más se destacaba en el exterior del templo. En el capítulo siete de 1 Reyes, tenemos una descripción detallada de estas columnas. Tengo la carga de que, después de examinar la semilla de la columna en Génesis, veamos ahora el desarrollo de la misma en los siguientes libros del Antiguo Testamento. Más adelante, consideraremos la consumación de esta semilla en el Nuevo Testamento.
Las columnas del templo las construyó Salomón por medio de Hiram, “que trabajaba en bronce” y que “era lleno de sabiduría, inteligencia y ciencia en toda obra de bronce” (1 R. 7:14). Muchas cosas que encontramos en el Antiguo Testamento, tal como el tabernáculo y el templo, son figuras, tipos. Debemos conocer el cumplimiento de todos estos tipos. Salomón tipifica a Cristo, e Hiram tipifica las personas dotada mencionadas en el Nuevo Testamento. Indudablemente, el apóstol Pablo fue una persona dotada; él es el Hiram del Nuevo Testamento. Leamos Efesios 4:11 y 12: “Y El mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos”. Las personas dotadas las da la Cabeza al Cuerpo para que los santos sean perfeccionados. El hecho de que las columnas no hayan sido construidas por Salomón directamente sino por conducto de Hiram, indica que hoy Cristo no edifica las columnas directamente sino por medio de las personas dotadas. Por tanto, debemos someternos a las personas dotadas, así como el bronce fue puesto en las hábiles y dotadas manos de Hiram.
Conforme a 1 Reyes 7:15, Hiram “vació dos columnas de bronce”. En la Biblia el número dos es el número del testimonio. Estas dos columnas se yerguen en frente del templo como testimonio. La columna del libro de Génesis conlleva la idea de testimonio. Después de concluir Jacob el trato con Labán, “tomó una piedra, y la levantó por señal” (31:45); esta columna de piedra fue un testimonio (31:51-52). Indudablemente, cuando Jacob erigió la columna en el capítulo veintiocho, su idea también era de expresar un testimonio. Por inspiración del Espíritu de Dios, él dijo que ese testimonio sería la casa de Dios. El templo del Antiguo Testamento era sin duda un testimonio para Dios. El principio es el mismo con respecto a la iglesia hoy. Según 1 Timoteo 3:15, la casa de Dios, la iglesia, es la columna. Esto significa que la iglesia en conjunto permanece en la tierra para dar testimonio de Dios al universo. Por tanto, las dos columnas erguidas en frente del templo en el Antiguo Testamento eran un firme testimonio del edificio de Dios.
Ahora llegamos a un punto crucial: las dos columnas son hechas de bronce (1 R. 7:15). En Génesis la columna es de piedra, pero en 1 Reyes 7, las columnas son de bronce. Una piedra denota transformación. Nosotros somos barro, pero podemos ser transformados en piedra. ¿Qué representa el bronce? Representa el juicio de Dios. Por ejemplo, el altar que estaba a la entrada del tabernáculo estaba cubierto de bronce, que denota el juicio de Dios (Éx. 27:1-2; Nm. 16:38-40). El lavacro también era de bronce (Éx. 30:18). Además, la serpiente de bronce que fue puesta sobre un asta (Nm. 21:8-9) también era un testimonio de que Cristo fue juzgado por Dios en nuestro lugar (Jn. 3:14). Por consiguiente, en la tipología, el bronce siempre representa el juicio de Dios. El hecho de que las dos columnas fueron hechas de bronce indica claramente que si queremos ser una columna, debemos ser conscientes de que estamos bajo el juicio de Dios. No sólo debemos estar bajo el juicio de Dios, sino también bajo nuestro propio juicio. Igual que Pablo en Gálatas 2:20, debemos decir: “Estoy crucificado. Estoy crucificado porque no sirvo para nada en la economía de Dios. Solamente soy digno de muerte”. Muchos hermanos son inteligentes y hábiles, y muchas hermanas son bastante agradables. No obstante, debemos reconocer que en realidad no somos buenos. No valemos ni un centavo. Unicamente merecemos la muerte. El decir: “He sido desechado, condenado y muerto”, es una especie de juicio de uno mismo. ¿Cuál es el juicio que tiene usted en cuanto a sí mismo? Usted debe contestar: “El juicio que tengo de mí mismo es que no sirvo para nada y que fui crucificado”.
Si usted piensa que está calificado para ser una columna, entonces ya está descalificado. Permítame contarle algo sobre la manera en que el hermano Nee designaba ancianos. El dijo que ninguna persona que ambicione el oficio de anciano debería ser anciano. Por consiguiente, muchos de los que estábamos en la China continental decíamos: “No piense que usted puede ser un anciano ni ambicione llegar a serlo. Si usted ambiciona ser anciano, nunca lo será”. Cuando fui a Shangai por primera vez en 1933, me encontré con cierto hermano. Descubrí más tarde que él anhelaba el puesto de anciano. El hermano Nee me dijo que por el hecho de ambicionar el cargo de anciano, este hermano no estaba calificado para ser anciano. Todo aquel que ambiciona ser anciano se descalifica de dicho oficio. Algunos hermanos pueden testificar que hemos practicado eso en cierta medida durante muchos años en los Estados Unidos. Entre nosotros algunos han procurado el puesto de anciano. Inclusive, se han mudado de un lugar a otro buscando la oportunidad de ser ancianos. Al darse cuenta de que había suficientes ancianos en una localidad dada, se mudaban a otra localidad donde hubiese vacantes. Sin embargo, los que no tienen ninguna ambición de ser ancianos son los únicos que pueden llenar las vacantes. Cuando descubrimos que un hermano ambiciona el oficio de anciano, sabemos que está completamente descalificado por la eternidad. La razón es sencilla: un hermano así no está bajo el juicio de Dios. Todos debemos decir: “No estoy calificado. Soy vil, pecador, soy un ser caído y corrupto”. Además debemos decir: “Señor, soy un ser caído, pecador y corrupto, ¿cómo podría llevar la responsabilidad de ser anciano? No estoy calificado para eso”. En esto consiste experimentar el bronce. Justificarnos a nosotros mismos y considerarnos aptos equivale a no tener relación alguna con el bronce. Aquellos que experimentan el bronce están continuamente bajo el juicio.
Al principio de mi ministerio en China, me preguntaba a veces por qué el hermano Nee era tan estricto en este asunto. Finalmente, aprendí que todo aquel que ambicionaba ser líder en cualquier posición de la vida de iglesia se convertía en un problema. No hubo ni una sola excepción a esta regla. Pero todos los que no pensaban que estaban calificados para ser líderes llegaron a ser de provecho para la edificación de la iglesia. Por el contrario, siempre decían: “No estoy calificado. Soy demasiado vil. No tengo la disposición para eso, y todavía permanezco mucho en mi vida natural. No me considero bueno”. Decir eso no significa solamente estar bajo el juicio de Dios, sino también bajo nuestro propio juicio. ¿Cuál es su evaluación de sí mismo? No diga: “Nadie es más apto que yo”. Cuando usted dice eso, está acabado, y el Señor jamás pondría Su sello sobre tal evaluación. Todos debemos ser conscientes de que somos seres caídos, corruptos e inútiles. Todos debemos comprender que en nosotros, es decir, en nuestra carne, no hay nada bueno (Ro. 7:18). Deberíamos decir: “No soy digno de nada; sólo merezco la muerte. ¿Cómo pueden los hermanos pensar que yo debo ser anciano? Me atemoriza la sola posibilidad”. No digo eso en vano. En años anteriores, algunos dijeron: “¿Por qué el hermano fulano de tal fue nombrado anciano y no yo?” El fue nombrado en lugar de usted porque usted cree estar calificado. El hecho de que usted se apruebe a sí mismo lo descalifica. El Señor jamás escogería a una persona que se considere calificada. Si usted piensa que es apto, entonces no tiene nada que ver con el bronce, y se ha hecho oro en su propia opinión. Experimentar el bronce equivale a estar siempre bajo el juicio de Dios y bajo nuestro propio juicio. Todos nos debemos aplicar esto a nosotros mismos y decir: “Señor, ten misericordia de mí, porque en mí no hay nada bueno”. Esta es la razón por la cual fuimos crucificados. Si pensamos que hay algo bueno en nosotros, somos mentirosos.
En Gálatas 2:20 Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. También podemos aplicar lo que dijo en 1 Corintios 15:10, donde leemos: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y Su gracia para conmigo no ha sido en vano, antes he trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. En Gálatas 2:20 Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”; y en 1 Corintios 15:10 dijo: “Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Pablo parecía decir: “Lo que yo sea, lo soy por la gracia de Dios. Por mí mismo, no soy nada. Por mi propia cuenta jamás podría ser ni apóstol ni ministro de la palabra viva de Dios. He trabajado más que los demás, pero no he sido yo quien lo ha hecho sino la gracia de Dios”. Esto es experimentar el bronce.
En los tipos y las figuras, las dos columnas de bronce que aparecen en 1 Reyes 7 nos dicen que nosotros debemos estar bajo el juicio de Dios y también bajo nuestro propio juicio. Debemos juzgarnos a nosotros mismos como personas que no son nada y que sólo son aptas para ser crucificadas. No solamente digo eso a los hermanos sino también a las hermanas. Ninguno de nosotros sirve para nada. Debemos considerarnos personas que están bajo el juicio de Dios. Si un anciano no está bajo el juicio de Dios, no puede ser un buen anciano, y si una hermana que tiene cierta responsabilidad no está bajo el juicio de Dios, no puede asumir la responsabilidad adecuadamente. Tengo la certeza de que siempre debo estar bajo mi propio juicio para ministrar la palabra de Dios y doy testimonio de ello. Puedo pasar un breve tiempo orando de manera positiva por la reunión, y un largo rato juzgándome a mí mismo como vil, indigno, carnal y natural. A veces hasta suspiro y gimo, diciendo: “Oh Señor, ¿cuándo llegará el día en que pueda ministrar Tu palabra fuera de mi carne?” No se imagine que soy muy bueno por el hecho de pararme al frente de ustedes a ministrar. No, soy muy vil. Mientras estemos en la vida natural y en la vieja creación, seremos viles. Debemos servir bajo el juicio de Dios y ministrar estando conscientes del juicio de Dios. Yo ya he sido juzgado. Mi ser natural, mi carne, y mi yo han sido juzgados por Dios, y yo todavía estoy bajo ese juicio. Si somos conscientes de esto, entonces nos convertiremos en bronce.
Aunque el bronce brilla, no tiene ninguna gloria. Pero sí hay gloria en el resplandor del oro. El brillo del bronce significa que estamos bajo el juicio de Dios. Si un anciano resplandece como bronce, entonces es un anciano que ha estado y sigue estando bajo el juicio de Dios. No es el candelero de oro que exhibe la gloria de Dios, sino la columna de bronce que proclama el juicio de Dios. ¿Desea usted ser una columna, o un líder, entre los hijos de Dios? Si tal es el caso, usted debe someterse al juicio de Dios. Espero que el Espíritu Santo le diga esto a usted. En el templo de Dios no hay ni orgullo ni jactancia propia. Las columnas del templo de Dios son de bronce. Los que llevan la carga son seres que han sido juzgados. Todos los ancianos han estado y todavía están bajo el juicio de Dios. Además ellos mismos son conscientes de este juicio. Reconocen que están bajo el juicio de Dios porque son pecadores, caídos y corruptos, porque no hay nada bueno en ellos y porque no están calificados para la economía de Dios. Yo podría repetirlo continuamente. ¿Sabe usted porque hay tanto conflicto en el cristianismo? Porque no hay bronce. No está el juicio de Dios por ninguna parte. Y todas las “columnas” son de madera. Cuanto más responsabilidad lleve usted en la vida adecuada de iglesia, más debe ser consciente de que se encuentra bajo el juicio de Dios. Usted no es más que bronce bajo el juicio de Dios. No eluda este juicio de sí mismo ni por un momento. Por el contrario, debe estar siempre consciente del juicio de Dios y quedarse con el bronce.
De las columnas leemos que “la altura de cada una era de dieciocho codos” (1 R. 7:15). Como veremos, la circunferencia de cada columna era de doce codos. Dieciocho codos es la mitad de tres unidades de doce codos. En otras palabras, dieciocho es la mitad de tres unidades completas. Las tres unidades representan al Dios Triuno impartido en nosotros. Si queremos ser columnas, primero debemos juzgarnos a nosotros mismos y luego estar llenos, saturados y empapados del Dios Triuno. Yo me preguntaba por qué cada columna medía la mitad de tres unidades completas, y el Señor me dijo: “Necio, ¿no has dado varios mensajes en los que dijiste que cada tabla del tabernáculo medía un codo y medio de anchura? ¿No dijiste que ninguna tabla podía estar en pie por sí misma, sino que debía estar unida a otra? ¿No ves que lo mismo se aplica a las columnas? Así como las dos tablas al estar juntas completaban tres unidades, también los dos columnas forman tres unidades completas”. Entonces dije: “Ahora entiendo, Señor”.
Si usted desea ser una columna, debe estar lleno, saturado, y empapado del Dios Triuno. De todos modos, por muy lleno de Dios que esté usted, sigue siendo sólo una parte. Cuando mucho, usted es una mitad. Jamás podrá tener a Dios completamente. El Dios que vive en usted está también en su hermano. Puesto que usted no es una unidad completa, necesita a los demás como complemento. Todos los gigantes espirituales piensan que pueden ser completos individualmente. Pero la Biblia revela que toda persona es solamente una mitad. Las tablas del tabernáculo eran una mitad (Éx. 26:15-16), y cada una de las columnas del templo era una mitad.
Cuando algunos oigan esto, dirán: “El hermano Lee está usando alegorías para interpretar la Biblia”. Cuando uso alegorías, tengo base para hacerlo. ¿Por qué no dice la Biblia que las columnas medían diecisiete ni diecinueve codos de altura? ¿Sería posible usar alegorías si las columnas tuviesen esta altura? No, no se podría. Pero cuando acudí al Señor, El me mostró que en esta sección de la Palabra, doce es la unidad completa y dieciocho es una unidad y media. Esto indica que a pesar de que estemos llenos del Dios Triuno, El nunca se dará completamente a nosotros como individuos. Por mucho que ganemos de Dios, no seremos la totalidad, sino una parte. Nos necesitamos unos a otros. Yo lo necesito a usted, y usted me necesita a mí. El Señor siempre enviaba a sus discípulos de dos en dos (Mr. 6:7; Lc. 10:1; Hch. 13:2). Yo no soy el número treinta y seis; en el mejor de los casos soy el dieciocho. Por muy alto que usted sea, debe darse cuenta de que sólo mide dieciocho codos y que necesita a los demás. No diga: “Soy perfecto y completo. Todos ustedes me necesitan a mí, pero yo no los necesito a ustedes”. Es insensato decir eso. Cuando mucho, podemos medir solamente dieciocho codos. Algunas hermanas sueñan con estar llenas de Dios. Pero por muy llenas que estén de El, nunca podrían medir más de media unidad. Necesitan a los demás.
Ahora llegamos a la circunferencia de las columnas. Dice en 1 Reyes 7:15: “Y rodeaba a una y otra un hilo de doce codos”. Este versículo está escrito de un modo muy peculiar. En lugar de hablar de la circunferencia, dice que un hilo de doce codos rodeaba a las columnas. Inclusive esta traducción no es exactamente literal, sino una interpretación. Una versión habla de “una circunferencia de doce codos”. Prefiero esta traducción más sencilla. De todos modos, la Biblia no desperdicia palabras, y debemos examinar el significado de la forma en que se escribió este versículo. Habla de usar un hilo para medir la circunferencia de las columnas. El propósito de esto es dejar una impresión de la consumación y la perfección que resultan al ser nosotros mezclados con Dios en Su administración eterna. El número siete representa la perfección y la consumación dentro del mover de Dios en esta era y se compone de cuatro más tres. Es el resultado de una adición. Pero el número doce se compone de cuatro multiplicado por tres, y es, por ende, una multiplicación. Esto indica que la criatura se mezcla con el Dios Triuno y que la mezcla debe ser completa y perfecta en la administración eterna de Dios. Las columnas no son cuadradas ni rectangulares ni triangulares, sino redondas o cilíndricas, lo cual denota su perfección eterna.
Al juntar el bronce, la altura de dieciocho codos y la circunferencia de doce codos, vemos que para ser una columna, debemos estar bajo el juicio de Dios y debemos ser plena y absolutamente saturados de Dios. Debemos ser bronce y medir doce codos de circunferencia. No obstante, por mucho que hayamos sido mezclados con Dios, seguimos siendo una mitad solamente; todavía necesitamos la otra mitad. Si un anciano tiene esta actitud, será un anciano extraordinario. Si una hermana que tiene cierta responsabilidad es así, será una hermana excelente. Esta clase de persona ciertamente puede asumir responsabilidades.
Nuestro problema es que no nos condenamos a nosotros mismos. Por el contrario, nos justificamos, nos reivindicamos, nos aprobamos y nos disculpamos. A menudo decimos: “No es mi culpa, sino la del hermano fulano de tal. Yo siempre tengo cuidado, y no cometo equivocaciones”. Eso es reivindicarse. Después de reivindicarnos, nos justificamos y nos aprobamos. No necesitamos ser puestos a prueba, pues ya nos hemos aprobado a nosotros mismos. Según nosotros, no tenemos ningún problema. Pero a veces nos sorprenden en un error. Entonces nos disculpamos, y quizá digamos: “Cometí ese error porque la reunión fue demasiado larga y yo estaba muy cansado”. ¡Cuántas veces encontramos salidas! Tenemos cuatro salidas notorias: nos reivindicamos, nos justificamos, nos aprobamos y nos disculpamos. Aun cuando nos sorprenden cometiendo un error, nos disculpamos. Por ejemplo, una hermana dirá: “Yo no hago un buen trabajo de mecanografía porque las demás tienen una mejor máquina de escribir y a mí me asignaron la peor”. En el pasado, yo me he reivindicado, justificado, aprobado y disculpado a mí mismo muchas veces.
Escasamente sucede que un marido o una esposa al principio de una discusión diga: “Lo siento. Yo tengo la culpa. Perdóname por favor”. Por el contrario, la esposa dice: “¿Saben por qué soy tan dura con mi marido? Porque llega tarde a todas partes. En nuestro matrimonio, sus retrasos siempre me han mortificado”. Entonces el marido dirá: “Mi esposa no me comprende. Estoy ocupado y tengo mucho trabajo. Con tanto trabajo, ¿cómo espera que llegue a tiempo?” Esto es reivindicarse, justificarse, aprobarse y disculparse. Si nosotros crucificamos a diario estas cuatro cosas, no habrá ningún conflicto en nuestros hogares.
No es suficiente que seamos solamente el número cuatro; debemos ser el número siete, que consta de cuatro más el Dios Triuno. No obstante, ésta es la etapa inicial y no la consumación, la cual es el número doce. Si queremos ser el número doce, debemos estar llenos y saturados de Dios y mezclados con El. Cuando estamos plenamente saturados de Dios y mezclados con El, somos útiles para la administración eterna de Dios. En todo caso, como ya dijimos, aun después de convertirnos en el número doce, seguimos midiendo solamente dieciocho codos de altura, no somos más que media unidad. Si todos fuésemos así, no habría ningún problema. En lugar de pelear con los demás, nos condenaríamos a nosotros mismos, diciendo: “Señor, te necesito. Fui crucificado, y Cristo vive en mí. No soy yo, sino la gracia de Dios conmigo”. Este es el bronce, el juicio y los doce codos, la mezcla de Dios con el hombre. Por ser nosotros una mitad, necesitamos de los demás para satisfacer la economía y la administración de Dios. Si usted ora teniendo en cuenta estos puntos, verá que ésta es la columna que puede llevar sobre sí la responsabilidad en la casa de Dios.
Sobre cada columna se encontraba un capitel de cinco codos de altura (1 R. 7:16). Los capiteles cubrían la parte superior de las columnas. El hecho de que cada capitel midiera cinco codos de altura, y no seis ni siete, tiene mucho significado. Ya hemos hecho notar que en la Biblia el número cinco denota responsabilidad. Fíjese en su mano: el pulgar y los otros cuatro dedos sirven para cumplir responsabilidades. Si sólo tuviésemos cuatro dedos, no podríamos cumplir debidamente las responsabilidades. El número cuatro representa la criatura, y el número uno al Dios único. Cuando Dios es añadido a los seres humanos, nuestro número es el cinco.
Por ejemplo, los diez mandamientos fueron escritos en grupos de cinco sobre dos tablas de piedra, y las diez vírgenes fueron divididas en cinco sabias y cinco insensatas. Por consiguiente, los dos capiteles de cinco codos de altura comunican la necesidad de asumir responsabilidad. Si usted dice que esto es solamente una alegoría mía, contestaría que tengo base para usar dicha alegoría, pues no dice allí que los capiteles midieran cuatro codos y medio ni seis codos, sino que medían cinco codos de altura. La altura combinada de los dos capiteles suman diez codos. El número diez representa la plenitud de la responsabilidad. Tanto los diez mandamientos como las diez vírgenes denotan la plenitud. Por lo tanto, en la Biblia el número diez revela la plenitud de la responsabilidad humana ante Dios. Así lo indican los diez dedos de las manos, que necesitamos para trabajar, y los diez dedos de los pies, que necesitamos para movilizarnos y caminar.
En 1 Reyes 7:17 se habla de trenzas a manera de red, y coronas a manera de cadenillas, que fueron hechas para ser puestas sobre los capiteles que se habían de asentar sobre las cabezas de las columnas; siete por cada capitel. ¿A qué se refieren las trenzas a manera de red, y las coronas a manera de cadenillas? Después de consultar muchas versiones, descubrí que las trenzas a manera de red son como una malla, un emparrado con pequeños hoyos cuadrados diseñados para sostener una viña. Además, la palabra “a manera de” en este versículo alude a un diseño. Por lo tanto, trenzas a manera de red se refiere a un diseño de trenzas, y coronas a manera de cadenillas alude a un diseño de cadenillas. Como veremos, este diseño de trenzas sirve para el cultivo de los lirios. El emparrado está dispuesto para el cultivo de los lirios; en cierto sentido, es una red que sostiene los lirios. Las coronas a manera de cadenillas envuelven el exterior del capitel. Por consiguiente, sobre los capiteles hay redes trenzadas y cadenillas en forma de coronas.
¿Qué significa todo eso? Ya vimos que el número cinco, la altura de los capiteles, denota responsabilidad, y que dos veces cinco indica la plenitud de la responsabilidad. Ahora bien, ¿por qué hay también sobre los capiteles trenzas a manera de red y coronas a manera de cadenillas? Cuando tuve la carga de entender esto, el Señor me mostró que se refiere a la situación complicada y mezclada. La carga y responsabilidad llevadas por las columnas en la familia, en la iglesia y en el ministerio se producen siempre en una situación complicada y confusa. A nosotros nos gusta a menudo solucionar estas situaciones, pero no podemos hacerlo. Si usted resuelve una complicación, se presentarán otras tres en su lugar. Si usted intenta aclarar un asunto, la situación se complicará aún más. Cuanto más intente usted explicar algo, más malentendidos habrá. No diga: “Anoche el hermano fulano de tal se disgustó con su esposa”. Si usted habla así, se estará entrometiendo. Cuanto más intentamos dar explicaciones, más malentendidos se producirán. A través de muchos años de experiencia, he aprendido que la mejor manera de evitar malentendidos es hablar lo menos posible. A veces usted ni siquiera debería decir a su esposa: “Alabado sea el Señor”. Si usted dice eso, ella podría decir: “¿Por qué eres tan espiritual? ¿No te das cuenta de que tu alabanza me condena? Cuando tú alabas al Señor, estás diciendo que tú eres espiritual y que yo soy carnal”. La vida de iglesia es una red rodeada por una cadenilla; un grupo de ancianos es un emparrado bastante intrincado con una fuerte cadena.
Sé de cierto hermano que piensa que dondequiera que esté, todos los que lo rodeen deben portarse como ángeles. Todos deberían ser muy espirituales, acostarse temprano y madrugar a orar-leer la Palabra. Si todos fuesen celestiales, entonces este querido santo estaría contento. Pero en la tierra no hay ningún lugar como el que él desea. En muchos hogares, algunos se quedan hablando hasta bien entrada la noche, y luego duermen hasta muy tarde por la mañana. Al despertar, algunos se quejan de que hacía demasiado frío con la ventana abierta toda la noche, y otros se quejan porque estaban demasiado encerrados y sentían que se sofocaban.
Cada situación que enfrentan los miembros de la iglesia es una trenza a manera de red, un emparrado rodeado por una corona de clavos y espinas. Tengo una familia numerosa y también estoy en una iglesia numerosa. Tengo muchos hijos y nietos, y muchos hermanos y hermanas. Dondequiera que esté, en Taipei o en Anaheim, no puedo escaparme de las trenzas a manera de red ni de las coronas a manera de cadenilla. En cierto sentido, Anaheim es maravilloso, pero está lleno de redes y de cadenas. Hasta los ángeles saben que me encuentro continuamente en situaciones complicadas y confusas. Mis hijos y todos los problemas que me presentan los hermanos y las hermanas de las iglesias crean más redes para mí. Nuestro destino es hallarnos en esta situación. No sólo debemos asumir la responsabilidad en esta situación complicada y mezclada, sino también vivir en medio de ella.
Si queremos asumir la responsabilidad en una situación complicada, debemos vivir por fe en Dios. Leemos en 1 Reyes 7:19: “Los capiteles que estaban sobre las columnas en el pórtico, tenían forma de lirios, y eran de cuatro codos”. El lirio representa una vida de fe en Dios. Primero, debemos condenarnos a nosotros mismos, reconociendo que somos seres caídos e ineptos, que estamos descalificados y que no somos nada. Entonces debemos vivir por la fe en Dios, no por lo que somos ni por lo que podemos hacer. Debemos ser un lirio que existe por lo que Dios es para nosotros, y no por lo que nosotros somos (Mt. 6:28, 30). Nuestra vida en la tierra hoy depende de El. ¿Cómo podemos asumir responsabilidades en una vida de iglesia complicada y confusa? Metidos en nosotros mismos, no lo podemos lograr; pero lo podemos hacer si vivimos por la fe en Dios. No soy yo, sino Cristo, quien vive en mí; a esto se refiere el lirio. No soy yo el que asume la responsabilidad, sino El. Yo vivo, no por mi propia cuenta, sino por El; yo ministro, no de mí mismo, sino por El. Si ustedes hermanas son madres en la vida de iglesia, deben decir: “No soy una madre que está en la iglesia por sus propios medios, sino por El”. En el Cantar de los Cantares 2:1 y 2, la que busca del Señor dice: “Yo soy ... el lirio de los valles”. Entonces el Señor contesta: “Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas”.
¿Qué arquitecto terrenal hubiera diseñado una columna de bronce que llevara encima capiteles de bronce con forma de lirios? Desde el punto de vista humano, eso no tendría sentido, pero en la esfera espiritual, tiene mucho significado. Por una parte, somos el bronce condenado y juzgado; y por otra, somos los lirios vivientes. El bronce significa “no yo”, y el lirio significa “sino Cristo”. Los que son lirios pueden decir: “La vida que ahora vivo la vivo por la fe de Jesucristo”. En todo esto, podemos darnos cuenta de que somos lirios que asumen una responsabilidad imposible en una situación complicada y confusa llena de redes y de cadenas. Los ancianos no deben decir: “Señor, quita estas complicaciones”. Por el contrario, deben esperar más complicaciones. Estoy seguro de que cuanto más ore usted para reducir las complicaciones, más se producirán. Todo el emparrado, la red, es la base, el lecho donde crecen los lirios.
Dentro del contexto, las coronas a manera de cadenillas, por ser coronas, servían de adorno. No obstante, este adorno está lleno de complicaciones. Cuando usted venga a mi casa, no espere que todo allí sea claro y sencillo; si se queda conmigo una temporada, encontrará muchas complicaciones y quejas. Pero todo eso muestra la belleza de mi familia, pues es una guirnalda, una corona. Todos los ancianos esperan que la vida de iglesia sea como un pastel chino de fríjoles, donde cada pedazo se corta de manera cuadrada y perfecta. Ellos quieren que todo en la iglesia sea pulcro y correcto. El único lugar donde eso sucede es el cementerio. La vida apropiada de iglesia, como el caso de Anaheim, es una red cuadriculada y una corona de cadenillas. Este es el lugar donde los ancianos asumen plena responsabilidad. Esto no puede entenderse simplemente al estudiar este pasaje, sino al interpretarlo a la luz de nuestra experiencia.
El versículo 20 declara: “Tenían también los capiteles de las dos columnas, doscientas granadas en dos hileras alrededor de cada capitel, encima de su globo, el cual estaba rodeado por la red”. Aleluya por las doscientas granadas. Alrededor de cada capitel se hallaba una saliente, como un globo. Alrededor de la saliente de cada capitel había dos filas de cien granadas cada una. Esto significa dos veces la expresión céntupla de las riquezas de la vida. Si usted habla con los ancianos que llevan diariamente la responsabilidad en la situación complicada y confusa, verá que expresan las granadas, las riquezas de la vida. Todas las quejas, las insatisfacciones y las llamadas telefónicas problemáticas, forman una saliente llena de granadas. ¡Cuán maravilloso es esto!
El diámetro de cada capitel es de cuatro codos (1 R. 7:19). Esto indica que el número doce, la circunferencia de las columnas se compone de cuatro veces tres. La circunferencia de las columnas mide doce codos, y el diámetro de los capiteles mide cuatro codos. Esto implica que las columnas con sus capiteles son el número cuatro, es decir las criaturas, los seres humanos, que son multiplicados por el Dios Triuno. Al ser mezclados con el Dios Triuno, se convierten en el número doce. Si usted relaciona todo esto, verá que tiene mucho significado. Implica que aquellos que se juzgan y se condenan a sí mismos y que se consideran nada, pueden asumir una responsabilidad completa en medio de la situación complicada, porque no viven por sus propios esfuerzos sino por Dios. Por último, ellos no expresan su pericia ni su aptitud ni su perspicacia ni su entendimiento ni su sabiduría, sino que expresan las granadas, las riquezas de la vida, dos veces centuplicada.
Finalmente, vemos que los nombres de estas dos columnas eran Jaquín y Boaz (1 R. 7:21). Jaquín significa “El establecerá”, y Boaz significa “en ella está la fortaleza”. Estas dos columnas están en el pórtico y dan testimonio de que el Señor establecerá Su edificio y de que la verdadera fortaleza está en el edificio. Aun hoy la edificación de la iglesia da ese mismo testimonio. En los detalles del cuadro de 1 Reyes 7, vemos cómo podemos nosotros ser una columna del edificio de Dios, juzgándonos a nosotros mismos, viviendo por la fe, llevando la responsabilidad y expresando las riquezas de la vida.