Mensaje 1
Hebreos es un libro profundo y rico. Es profundo en cuanto a sus conceptos celestiales y es rico en cuanto a su legado celestial. En este estudio-vida de Hebreos nos ocuparemos tanto de estos profundos conceptos como de su legado celestial. Para ello, debemos sumergirnos en las profundidades de este libro.
Si hemos de profundizar en los conceptos y riquezas de este libro, debemos entender el contexto en que fue escrito. Esto es crucial. No es fácil obtener información acerca de la Epístola a los Hebreos, ya que no se nos dice quién fue su autor, ni a quién fue dirigida. Hebreos es una epístola totalmente distinta de todas las demás y posee un carácter peculiar. Por ejemplo, todas las demás epístolas empiezan diciéndonos quién es el escritor y para quién fueron escritas, pero Hebreos empieza diciendo: “Dios, habiendo hablado parcial y diversamente en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo” (1:1-2). ¿Quién escribió este libro? La Biblia no nos lo dice. ¿Para quiénes fue escrito? Esto es un completo misterio, ya que la Biblia tampoco nos lo dice. Es por eso que son muy pocos los creyentes que conocen bien este libro.
La Epístola a los Hebreos, lejos de ser superficial, es extremadamente profunda. Por eso, repito, tenemos que sumergirnos en ella. No nos contentemos con un entendimiento superficial; entremos más bien en sus profundidades y descubramos los tesoros que en ella se esconden. Cada vez que ustedes lean un versículo de esta epístola, deberán considerar también su contexto. Es posible que para entender un solo versículo, tengamos que leer varios capítulos.
Aunque en la Epístola a los Hebreos no se especifica a quién estaba dirigida, se cree que fue escrita para los creyentes hebreos. Los primeros santos que recopilaron los escritos divinos le pusieron por título: “La Epístola a los Hebreos”, lo cual resulta muy significativo. ¿Por qué dijeron “a los hebreos” y no “a los judíos” ni “a los israelitas”?
Por muchos años me intrigó la palabra “hebreos”, y la estudié mucho tratando descubrir su significado exacto. Llegué a familiarizarme con las distintas corrientes de opinión al respecto. Una de ellas afirma que la palabra hebreo se usaba para denotar a los descendientes de Heber, hijo de Sem (Gn. 10:21). Debido a la similitud de estas dos palabras, algunos estudiosos de la Biblia pensaron que los hebreos eran descendientes de Heber. Aunque yo adopté este concepto por algún tiempo, lo hice con muchas reservas. Más tarde, después de más estudios, no pude seguir concordando con esta corriente de opinión, ya que Heber no sólo tuvo un hijo sino dos: Peleg y Joctán (Gn. 10:25), y Abraham fue un descendiente de Peleg. Si decimos que los descendientes de Abraham deben ser llamados hebreos por ser descendientes de Heber, lo mismo debería decirse de los descendientes de Joctán, el segundo hijo de Heber. Así, pues, esta corriente de opinión es ilógica. Además, la Biblia dice que Abraham tuvo dos hijos, Isaac e Ismael. Si los descendientes de Abraham son llamados hebreos por ser descendientes de Heber, entonces todos los árabes, quienes también son descendientes de Abraham, deberían ser llamados hebreos. ¡Pero esto resulta absurdo! Por consiguiente, esta interpretación es ilógica; carece de credibilidad y no es confiable.
Después de más estudios, descubrí que la palabra hebreo fue usada por primera vez en Génesis 14:13, cuando Abraham se disponía a ir a la guerra para rescatar a su sobrino Lot. Génesis 14:13 dice: “Y uno de los que escaparon fue y dio aviso a Abram, el hebreo”. Abraham era un hebreo. Después de estudiar más a fondo, descubrimos que la raíz de la palabra hebreo significa “cruzar”, y más concretamente significa cruzar un río de un lado a otro, para pasar de una región a otra. Por tanto, la palabra hebreo denota a uno que cruza, un cruzador de ríos, uno que cruza ríos. Abraham fue uno que cruzaba ríos. Abraham cruzó el gran río Éufrates (Jos. 24:2-3). El Éufrates es el nombre moderno del gran río que en hebreo se llamaba Perath. Este gran río separaba la región antigua, de donde Abraham salió, de la nueva tierra a la que él entró.
Abraham nació en Caldea, el lugar donde se asentaba la antigua Babilonia, es decir, Babel. Entre la región de Caldea y la buena tierra de Canaán había un gran río que fluía de norte a sur. Esto es muy significativo. Todas las cosas, incluyendo la tierra, fueron creadas por Dios para cumplir Su propósito. Pero la tierra de Caldea se había vuelto satánica, diabólica y demoníaca. Había llegado a ser una tierra llena de ídolos, una tierra totalmente usurpada por el enemigo de Dios y poseída por el maligno. Entonces Dios intervino llamando a Abraham a salir de aquella tierra idólatra, de aquella tierra que había sido usurpada, poseída, envenenada, corrompida y arruinada por Satanás. Dios simplemente llamó a Abraham para que saliera, sin decirle adonde debía ir (11:8). Por ello, Abraham tenía que buscar la dirección del Señor en cada paso que daba, preguntándole: “¿Señor, adónde debo ir?”. Abraham sabía que tenía que salir, pero no sabía adonde debía ir. Finalmente, Dios lo guió hacia aquel gran río, y Abraham lo cruzó. Josué 24:2-3 dice que Abraham habitaba “al otro lado del río” y que Jehová lo tomó “del otro lado del río” y lo trajo por toda la tierra de Canaán. Por lo tanto, un hebreo es una persona que proviene del otro lado de las aguas.
Ahora podemos entender el verdadero significado del bautismo. ¿Por qué todo aquel que se arrepiente tiene que ser bautizado? Porque el mundo en el que vivimos fue usurpado, poseído, corrompido y arruinado por el enemigo de Dios y dejó de ser útil para el cumplimiento del propósito de Dios. La salvación de Dios no consiste meramente en rescatarnos del infierno y llevarnos al cielo. Su salvación consiste en sacarnos de la tierra que fue poseída y arruinada por Satanás. ¿Cómo podemos salir de tal tierra? Siendo bautizados. Cada bautisterio es un gran río Éufrates. Después que uno es bautizado, sale por la otra orilla del río. ¡Aleluya! Yo he cruzado de un lado a otro. ¿Todavía se encuentra usted del otro lado? Quizá usted todavía se encuentre en la orilla opuesta, pero yo ya he cruzado el gran río y me encuentro de este lado. He cruzado el gran río; por lo tanto, soy un hebreo, uno que cruza ríos. ¿De qué nacionalidad es usted: americano, chino, británico, alemán, neozelandés, japonés, filipino o mexicano? Todos debemos declarar: “¡Somos hebreos! Somos hebreos típicos”. No somos judíos, sino hebreos. Somos verdaderos y auténticos hebreos por haber cruzado el río. Todos nosotros somos verdaderos cruzadores de ríos.
Como hemos visto, Abraham fue el primer hebreo, el primero de los que cruzan ríos. Él fue llamado por Dios y cruzó el gran río Éufrates para luego entrar en la tierra donde Dios finalmente edificaría Su templo. Así pues, la tierra en la cual Abraham entró era una buena tierra, una tierra santa; era la tierra en la que habría de edificarse la casa de Dios. Allí Dios habitó en Su casa. Dicha tierra no era Su “hotel”, sino Su habitación en la tierra. En una orilla del río estaban los ídolos, las cosas diabólicas y todas las obras de Satanás; pero en la otra orilla estaba el templo de Dios, donde habitaba la gloria shekiná de Dios. ¿Qué era lo que separaba estas dos regiones? Un gran río.
Mucho antes de Abraham existió uno que también cruzó las aguas: Noé. Noé pasó por el gran diluvio (1 P. 3:20-21). Aquel diluvio lo separó de aquella antigua generación torcida, perversa y maligna, lo separó del mundo diabólico en que se encontraba y lo condujo a una nueva tierra, donde edificó un altar y ofreció sacrificios. Noé pasó por el gran diluvio, y Abraham cruzó el gran río. En ambos casos el principio es el mismo.
¿Qué podemos decir de los descendientes de Abraham? Los hijos de Israel cruzaron las aguas del mar Rojo. El principio es el mismo. Después que cruzaron el mar y llegaron al otro lado, ellos cantaron y danzaron. Ellos podían decir: “Egipto, tú te quedaste en el otro lado, ¡pero nosotros estamos de este lado!”. ¿Qué hicieron ellos después de llegar al otro lado? Edificaron el tabernáculo de Dios. Por un período de cuarenta años no trabajaron; ni siquiera labraron la tierra. Tampoco tuvieron escuelas, santuarios, catedrales, seminarios ni institutos bíblicos. No tenían nada excepto el tabernáculo. ¿Qué había quedado del otro lado del mar? Todas las cosas mundanas de Egipto.
Somos personas que han cruzado al otro lado. ¿Qué tenemos en este lado? ¡El “iglesiar”! Somos aquellos que cruzan las aguas. Somos los hebreos. El agua nos ha separado de todo lo viejo. ¿Qué estamos haciendo aquí? Estamos edificando el tabernáculo, el arca de hoy. Noé, el primero de los antiguos cruzadores de aguas, edificó el arca. Los hebreos, en la época de Moisés, edificaron el tabernáculo. Ahora nosotros, los hebreos de hoy, estamos edificando la iglesia.
Nuestro Dios es “el Dios de los hebreos”. ¿Había usted escuchado este término “el Dios de los hebreos”? Aunque llevo muchos años estudiando la Biblia, sólo recientemente pude ver que nuestro Dios es “el Dios de los hebreos”. Por años he sabido que Dios es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y que Él es el Dios de Israel. Pero el Dios de Abraham es también “el Dios de los hebreos”. Él es el Dios de los que cruzan ríos, de los que han cruzado al otro lado. Éxodo 3:6 dice: “Y añadió: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios”. Estas palabras no estaban dirigidas a Faraón, sino al pueblo de Dios, a los hijos de Israel (Éx. 3:15-16). Cuando Dios habló a Su pueblo, Él se presentó como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Sin embargo, notemos la diferencia cuando Dios se dirige a Faraón: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Entra a la presencia del faraón, y dile: ‘Jehová, el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a Mi pueblo para que me sirva’” (Éx. 9:1, 13; 7:16). Cuando Dios habló a Faraón, Él se le presentó como “el Dios de los hebreos”. Era como si Dios estuviera diciéndole: “Faraón, ¿no sabes que Yo soy el Dios de los hebreos? Yo soy el Dios de todos los que cruzan ríos. Deja ir a Mi pueblo; déjalos cruzar el mar Rojo para que me sirvan en el desierto. Faraón, debes darte cuenta de que Yo soy el Dios de los hebreos”. Nuestro Dios es “el Dios de los hebreos”. Debemos proclamar a todo el mundo que nuestro Dios es “el Dios de los hebreos” y que nosotros somos hebreos, aquellos que han cruzado las aguas. Nosotros, al igual que Noé, Abraham y los hijos de Israel, hemos cruzado las aguas.
Después que los hijos de Israel cayeron en vejez en la tierra de Egipto, Dios les concedió un nuevo comienzo por medio de la Pascua (Éx. 12:1-2). Dios incluso les cambió su calendario, del calendario civil al calendario sagrado. De acuerdo con el calendario civil, la Pascua ocurrió en el séptimo mes del año, pero Dios dijo que ese mes sería llamado el primero de los meses del año. Esto marcó el principio de un nuevo año, de un nuevo comienzo. Como resultado, el pueblo se hizo nuevo y fresco. Ellos cruzaron las aguas y entraron en el desierto, donde como un pueblo nuevo edificaron el tabernáculo de Dios de una nueva manera. Sin embargo, cuarenta años después se hicieron viejos nuevamente y les fue necesario cruzar el río una vez más. Primero ellos cruzaron el mar Rojo, y después cruzaron el río Jordán y entraron en la buena tierra. Cruzar las aguas es algo muy significativo. Después que los hijos de Israel entraron en la buena tierra, edificaron el templo de Dios.
Después de muchas generaciones, los israelitas volvieron a envejecerse. Fueron poseídos por el enemigo, y aun el templo con todos sus utensilios fue usado, usurpado, poseído y arruinado por el enemigo de Dios. Fue entonces que, para sorpresa de los israelitas, surgió Juan el Bautista, diciéndoles que debían arrepentirse (Mt. 3:5-6). ¿Qué era lo que hacía Juan el Bautista? Él los ayudaba a cruzar el río; los ayudaba a salir de su vejez, de la vejez y religiosidad de la tierra judía. Él les dijo que tenían que cruzar el río y ser verdaderos hebreos. Éste era el verdadero significado del bautismo para aquellos judíos y fariseos que se arrepentían. Ellos se bautizaban para salir de su tierra vieja y religiosa, y poder entrar a una nueva región. Ese bautismo constituía una separación. Después de bautizarse, podían decir: “Anteriormente estábamos en la otra orilla del río, pero ahora nos encontramos en la orilla opuesta”.
No muchos entienden así el bautismo. El bautismo nos hace verdaderos hebreos, porque un hebreo es uno que cruza ríos. ¿Ya cruzó usted las aguas? Tal vez usted conteste: “Sí, yo crucé las aguas del bautismo hace veinticinco años”. ¿Pero cómo se encuentra usted ahora? ¿Aún permanece nuevo y fresco? Doctrinalmente, yo no enseño que uno sea sepultado en agua; pero desde el punto de vista de la experiencia, sí les animo a todos a ser sepultados en agua. Después que ustedes fueron salvos y se bautizaron, vagaron en el desierto por muchos años y se hicieron viejos. Por tanto, aunque cruzaron el mar Rojo, aún deben cruzar el río Jordán. Cruzar las aguas de este río es algo muy significativo. Examinemos el caso de los hijos de Israel una vez más. Las primeras aguas que ellos cruzaron fueron las aguas del mar Rojo, lo cual los liberó de Egipto. Después, ellos cruzaron las aguas del río Jordán, lo cual los salvó de seguir vagando en el desierto y los introdujo en la buena tierra. Olvídense de las enseñanzas tradicionales que dicen que los cristianos no deben bautizarse nuevamente y que, de acuerdo con el Nuevo Testamento, uno sólo puede bautizarse una vez. El número de veces dependerá de cuál sea su condición. Si usted nunca ha estado en una tierra poseída por Satanás, entonces no necesita hacerse bautizar, ni siquiera una vez. Si usted siempre ha estado en los cielos, no necesita ser bautizado en absoluto. Pero ya que usted descendió a Egipto, ciertamente necesita cruzar el mar Rojo. Si después de cruzar el mar Rojo entrara inmediatamente en la buena tierra, no necesitaría cruzar el río Jordán. Pero la realidad es que usted no entró en la buena tierra de inmediato, sino que estuvo vagando en el desierto por algún tiempo, después de lo cual se hizo viejo. Ahora, debido a que se ha hecho tan viejo, debe cruzar un río antes de poder entrar en la buena tierra. Usted necesita cruzar el río. Si mientras lee este mensaje todavía se siente viejo, entonces usted necesita renovarse como hebreo que es. Necesita cruzar el río
En Apocalipsis 15:2 encontramos una clase muy particular de mar: un mar de vidrio mezclado con fuego. En este mar no sólo hay agua sino también fuego. Al ejecutar Dios Su juicio sobre la creación caída y condenada, Él primero utilizó agua. Génesis 1:2 revela que el mundo preadamítico fue juzgado con agua. El mundo de los tiempos de Noé fue también juzgado con agua. El agua representaba el juicio de Dios. Después del juicio del diluvio de la época de Noé, Dios dejó de juzgar con agua y empezó a juzgar con fuego. Así vemos que las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron incineradas, no inundadas (Gn. 19:24). Nadab y Abiú, los hijos de Aarón, también fueron juzgados con fuego (Lv. 10:1-2). Finalmente, todas las cosas negativas irán a parar al lago de fuego (Ap. 20:14-15). El juicio de Dios sobre la creación caída, el mundo caído y el hombre caído, será una mezcla de agua y fuego. Es por eso que en Apocalipsis 15 tenemos la visión del mar de vidrio mezclado con fuego. Finalmente, el lago de fuego será la consumación de este mar de vidrio mezclado con fuego.
El mar de vidrio está delante del trono de Dios (Ap. 4:6). En la visión del mar de vidrio mezclado con fuego, los vencedores aparecen de pie sobre el mar. Aquellos que venzan al enemigo de Dios, estarán de pie sobre el mar de vidrio. Eso significa que ellos cruzaron las aguas. Todos ellos habrán cruzado el mar. Por la eternidad ellos serán los auténticos hebreos, que cruzan las aguas. ¿Dónde está usted? Espero que pueda decir que se encuentra sobre el mar de vidrio. Nosotros somos hebreos porque hemos cruzado el mar. Tengo la plena seguridad de haber cruzado las aguas. Yo no me hallo más en la otra orilla. Mi predecesor dejó la otra orilla, y yo le he seguido. Ahora estoy sobre el mar de vidrio, y todas las cosas negativas se encuentran bajo mis pies. Los vencedores estarán sobre el mar de vidrio tal como los hijos de Israel estuvieron a la orilla del mar después de haber cruzado el mar Rojo. Después que los israelitas cruzaron el mar Rojo, ellos miraron atrás y vieron que Faraón y todos sus ejércitos se habían ahogado en el mar. Nosotros, al igual que los israelitas cuando cruzaron el mar Rojo y cantaron el cántico de Moisés (Éx. 15:1), cantaremos el cántico del Cordero (Ap. 15:3). Un día estaremos sobre el mar de vidrio y, al mirar abajo, veremos todas las cosas mundanas sepultadas en el mar. Aunque yo sé que esto sucederá en el futuro, espero que también esté ocurriendo hoy. Todos estamos aquí sobre el mar de vidrio. Somos los hebreos, que cruzan las aguas.
Puesto que nosotros somos los verdaderos hebreos, la Epístola a los Hebreos está dirigida a nosotros. No piense que sólo los creyentes judíos son hebreos. Nosotros también lo somos. Somos hebreos, y esta maravillosa epístola está dirigida a nosotros. Mientras usted siga siendo una persona mundana, está descalificado de recibir esta epístola. Mientras usted se considere a sí mismo un morador de este mundo, no tendrá nada que ver con la Epístola a los Hebreos. Esta epístola fue escrita solamente para los hebreos. Ya que nosotros somos los verdaderos hebreos, en la Biblia tenemos por lo menos una epístola específicamente dirigida a nosotros. Yo no soy ni Timoteo ni Tito, pero sí soy un auténtico hebreo. Todos nosotros somos hebreos. ¡Cuánto debemos agradecer al Señor porque la epístola más profunda y rica del Nuevo Testamento está dirigida a nosotros! Ninguna otra epístola es tan profunda como ésta. Dios ama a Sus hebreos. Nosotros hemos cruzado el río y estamos sobre el mar de vidrio. Ciertamente tenemos la capacidad de entender este libro tan maravilloso, debido a que hemos cruzado el río. Nuestro Dios escribió este libro para nosotros.
La buena tierra para nosotros hoy no es Canaán, sino el Lugar Santísimo. Hoy nos encontramos en el Lugar Santísimo. Después de haber cruzado muchas aguas hemos sido introducidos al Lugar Santísimo. Ésta es nuestra tierra santa. ¿Dónde está esta tierra santa, el Lugar Santísimo? Está tanto en los cielos como en nuestro espíritu. Y entre nuestro espíritu y los cielos se halla la escalera celestial, que es Cristo el Hijo del Hombre, quien une nuestro espíritu con los cielos y trae los cielos a nuestro espíritu. Allí está Bet-el, la casa de Dios (Gn. 28:10-22); allí está la habitación de nuestro Dios (Ef. 2:22). Ésta es la vida de iglesia, nuestra buena tierra.
Consideremos ahora el tabernáculo. Al frente de su única entrada estaba el lavacro, un pequeño mar (Éx. 30:18). También al frente, en la entrada del templo, había un mar de bronce con diez lavacros (1 R. 7:23, 27). Tanto el lavacro delante del tabernáculo como el mar de bronce con sus diez lavacros delante del templo, indican que todo aquel que quisiera entrar en el Lugar Santísimo debía atravesar las aguas. Finalmente, Apocalipsis 15 nos dice que en el universo hay un mar de vidrio delante del templo de Dios. Todo el que entra en la presencia de Dios ha tenido que atravesar este mar. Nosotros somos tal clase de personas. No estamos en el mundo ni en la religión. Tampoco estamos en el judaísmo ni en el catolicismo ni en el protestantismo. Estamos en el Lugar Santísimo. Estamos en la habitación de Dios, la casa de Dios, la cual está tanto en los cielos como en nuestro espíritu, y Cristo es la escalera celestial que los une. ¡Aleluya! Aquí los cielos están abiertos para nosotros. Ahora no sólo el libro de Hebreos nos ha sido abierto, sino que nosotros mismos estamos abiertos al libro de Hebreos. Ahora finalmente estamos listos para explorar las riquezas de este libro.
Los hebreos a quienes fue dirigida esta epístola, habían creído en el Señor, pero seguían aferrándose a su religión judía. ¿Es usted como ellos? ¿Puede declarar categóricamente que no es así? Me preocupa que tal vez usted se esté aferrando a algo. Tal vez usted se aferre a las experiencias positivas del pasado, a algo que no es la buena tierra. Comparado con el universo, Canaán es una región muy pequeña. Así que es posible estar en muchos lugares que no sean Canaán. De la misma manera, usted puede hallarse en millones de lugares y no en Cristo, el lugar apropiado. Mientras no se haya entregado a Cristo de una manera definitiva, absoluta y todo-inclusiva, usted seguirá aferrándose a algo que es distinto de Cristo. Me preocupa que todavía muchos de ustedes sigan aferrándose a algo que no es Cristo. Puede tratarse de algo bueno, incluso de algo muy bueno, pero que no es Cristo. De ser así, ustedes necesitan cruzar el río nuevamente. Crucen el río y sean sepultados.
En el año 63 d. C. Ananías, uno de los sumo sacerdotes de la religión judía en Jerusalén, se levantó junto con los saduceos y fariseos para perseguir a los hebreos. En ese tiempo, los preciosos creyentes hebreos apreciaban al Señor Jesús, pero no estaban dispuestos a abandonar su antigua religión. Finalmente, el Señor en Su soberanía propició las circunstancias que los obligaría a abandonarla. Ya que ellos no estuvieron dispuestos a dejar su religión, tuvieron que ser forzados a hacerlo. Probablemente el sumo sacerdote les dijo: “Si ustedes quieren permanecer aquí con nosotros, deben ser como nosotros. No deben convertirse en cristianos, sino que deben seguir siendo judíos. Deben ser judíos típicos. Mas si quieren hacerse cristianos, ¡van a tener que marcharse de aquí!”.
En ocasiones experimentamos lo mismo. Por una parte, tal vez apreciemos la vida de iglesia, pero por otra parte puede ser que no estemos dispuestos a abandonar las cosas viejas y sigamos donde estamos. Durante el otoño e invierno de 1925 mis ojos fueron abiertos y pude ver la iglesia. Sin embargo, no estaba dispuesto a obedecer esta luz ni lo hice con la debida rapidez. En lugar de ello seguí “vagando”. Dos años después, algunos de los santos con quienes me reunía me dijeron: “Si quieres quedarte con nosotros, tienes que ser igual a nosotros. No debes ser distinto. Y si no quieres ser como nosotros, entonces ¡vete!”. Esto fue para mí una gran ayuda, y me sentí muy agradecido por ello. Así que dejé ese grupo.
Quizá algunos santos vean la realidad de Cristo y se dan cuenta de que es correcto practicar la vida de iglesia; aun así, abrigan un pequeño “pero”. Ese “pero” es como “la cola de una zorra”. Aunque quieren seguir adelante, alguien los retiene como quien tiene una zorra agarrada por la cola. Así que, a pesar de que anhelan practicar la vida de iglesia, hay algo muy sutil que los retiene. No obstante, aun Satanás mismo tiene un límite, un plazo determinado. Él puede retenerlo por su “cola de zorra” sólo por algún tiempo. Finalmente, los religiosos le dirán: “Usted debe cambiar su actitud; de lo contrario, lo expulsaremos. Si quiere quedarse con nosotros, debe ser como nosotros. Pero si no, ¡váyase!”.
Aquellos cristianos hebreos ciertamente sufrieron persecución. Los judíos religiosos los despojaron de sus bienes y aun amenazaron sus vidas (10:34). Esto turbó a los creyentes hebreos, quienes posiblemente pensaron: “Si estamos haciendo bien en seguir a Cristo, ciertamente deberíamos esperar que Dios nos bendijera. Pero esta persecución no proviene de los romanos ni de los paganos, sino del sanedrín, del concilio santo del pueblo de Dios. ¿Podrían ellos estar equivocados? Tal vez somos nosotros quienes estamos equivocados”. Los hermanos hebreos se turbaron y empezaron a vagar en su mente. Por un lado, no podían decir que lo que Pedro y Pablo predicaban era erróneo, pero por otro lado, tampoco se atrevían a decir que lo que provenía del templo, del santuario, estaba equivocado. Por tanto, se encontraban en una dilema y no podían decidir si debían proseguir o retroceder. Fue en estas circunstancias que se escribió el libro de Hebreos.
Mientras los creyentes se hallaban en esta situación y sufrían tal persecución, se escribió la Epístola a los Hebreos, la cual tenía como fin confirmarles la fe cristiana y exhortarlos a no desviarse de la misma, sino que más bien abandonen su religión judía. Esta epístola fue escrita para animarlos a proseguir sin desviarse ni retroceder. Ellos no debían vacilar ni titubear, sino seguir adelante y cruzar el río. Era como si el escritor de este libro les estuviese diciendo: “Ustedes son hebreos; con todo, no están dispuestos a cruzar las aguas. Las aguas están enfrente de ustedes, y tienen que cruzarlas. Cristo no se encuentra aquí, sino en la otra orilla. Él es el Precursor; Él ya ha pasado a través del velo. Ustedes no deben quedarse aquí, sino deben pasar al otro lado. Él es nuestro Capitán y ya ha entrado en la gloria. Sigámosle. Debemos luchar sin descansar hasta entrar en la gloria. Salgamos, pues, fuera del campamento y sigámosle hasta dentro del velo”. Los dos eslóganes vitales del libro de Hebreos son: “fuera del campamento” y “hasta dentro del velo”. Era como si el escritor de Hebreos les estuviera diciendo: “Ustedes no deben titubear entre el campamento y el velo. Deben avanzar y entrar hasta dentro del velo inmediatamente. Jesús no está ni en el campamento ni en el camino. Él está detrás del velo, y nosotros debemos ir hacia Él. Ésta es nuestra meta. ¡Vayamos todos!”. Cristo está detrás del velo. Cuando entramos en nuestro espíritu, cruzamos el río y salimos de nuestras mentes errantes, pasamos a través del velo y entramos en el Lugar Santísimo. La Epístola a los Hebreos fue escrita con el propósito de confirmar a los indecisos creyentes hebreos en la auténtica fe cristiana y para advertirles que no se desviaran de ella. Ellos tenían que abandonar su religión judía.
Este libro, que contiene el concepto de que todas las cosas positivas son celestiales, nos remite al Cristo que está en los cielos. En los Evangelios vemos al Cristo que vivió en la tierra y murió en la cruz para efectuar la redención. En Hechos vemos al Cristo resucitado y ascendido, el cual es propagado y ministrado a los hombres. En Romanos vemos al Cristo que es nuestra justicia para justificación, y nuestra vida para santificación, transformación, conformación, glorificación y edificación. En Gálatas vemos al Cristo que nos capacita para vivir una vida contraria a la ley, la religión, la tradición y los formalismos. En Filipenses vemos al Cristo que es expresado en el vivir de Sus miembros. En Efesios y Colosenses vemos al Cristo que es la vida, el contenido y la Cabeza del Cuerpo, la iglesia. En 1 y 2 Corintios vemos al Cristo que lo es todo en la vida práctica de la iglesia. En 1 y 2 Tesalonicenses vemos al Cristo que es nuestra santidad para Su regreso. En 1 y 2 Timoteo y en Tito vemos al Cristo que es la economía de Dios y que nos capacita para saber cómo conducirnos en la casa de Dios. En las epístolas de Pedro vemos al Cristo que nos capacita para aceptar la disciplina gubernamental de Dios, administrada por medio de los sufrimientos. En las epístolas de Juan vemos al Cristo que es la vida y la comunión de los hijos de Dios en la familia de Dios. En Apocalipsis vemos al Cristo que camina entre las iglesias en esta era, gobernando el mundo en el reino en la era venidera, y expresando a Dios con plenitud de gloria en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. En este libro vemos al Cristo actual, quien está ahora en los cielos como nuestro Ministro (8:2) y nuestro Sumo Sacerdote (4:14-15; 7:26), ministrándonos la vida, la gracia, la autoridad y el poder celestiales, y que nos sustenta para que vivamos una vida celestial en la tierra. Él es el Cristo de ahora, el Cristo de hoy y el Cristo que está en el trono en los cielos, quien es nuestra salvación diaria y nuestro suministro momento a momento. Éste es el Cristo que nos revela Hebreos. Me gusta muchísimo esta descripción de Cristo; por eso, haré todo lo posible por influenciarlos, impresionarlos y, de ser posible, obligarlos a que lo amen.
Quisiera presentarles un pequeño ejemplo. Consideremos los huevos que comimos esta mañana. La parte externa es el cascarón y la parte interna es la realidad del pollo. Lo que usted se come no es el cascarón sino la realidad del pollo que está dentro del cascarón. Cuando los pollitos rompen el cascarón y salen del huevo, dejan el cascarón atrás. Una vez que salen, nadie se come el cascarón ni le presta la menor atención, sino que más bien lo echan a la basura. Éste es un ejemplo del judaísmo. Antes que Cristo viniera, el judaísmo podía ser considerado como un huevo. Pero un día el pollo salió del huevo, lo cual significa que Cristo salió de ese cascarón. Anteriormente, el pollo y el cascarón eran uno. En ese tiempo se justificaba valorar el huevo porque todavía el pollo estaba en él. Pero un día Jesús fue producido, y el pollo salió del cascarón. Ahora este “pollo” no sólo camina sobre la tierra sino que se remonta por los aires. Él está sentado en el tercer cielo. Él está en el cielo, y el cascarón está en la tierra. No sean tan insensatos como para preguntar si debe quedarse con el pollo o con el cascarón. Ciertamente debe elegir el pollo y abandonar el cascarón.
Permítanme decir algo a nuestros amigos judíos que continúan asistiendo a la sinagoga. Lo que ustedes valoran es meramente un cascarón quebrantado y vacío. Olvídense de eso, échenlo a la basura y más bien vengan al pollo. El “pollo” es Cristo. Como el pollo, Cristo es el elemento de la vida, la esencia de la vida y la sustancia de la vida. ¿Por qué era tan precioso el Antiguo Testamento y el judaísmo? Porque Cristo se encontraba allí hasta que vino, hasta que salió del cascarón. Ahora, puesto que Él ya salió del cascarón, usted debe ir al pollo y no debe quedarse con el cascarón.
Este principio se puede aplicar a cualquier asunto religioso. El bautismo es bueno siempre y cuando Cristo esté en él. Pero si Cristo no está presente en el bautismo, ese será un cascarón vacío. Todo lo que tenga carácter religioso, si carece de Cristo es apenas un cascarón. El día del Señor celebramos la mesa del Señor, pero si solamente tenemos una mesa sin la realidad del Señor en ella, no es más que un cascarón vacío. Aun su Biblia o su lectura de la Biblia puede ser un simple cascarón, si no contiene la realidad de Cristo. Asimismo su ministerio, su predicación y la obra cristiana, todos pueden ser cascarones si son meras actividades religiosas sin la realidad de Cristo. Cualquier asunto que esté centrado en las Escrituras, cualquier asunto bíblico y religioso, y en general, todo lo que esté dedicado a Dios, puede ser un cascarón vacío si no tiene a Cristo como su realidad. Hermanas, la práctica de cubrirse la cabeza que ustedes guardan, debe tener a Cristo como esencia y contenido, ya que sin Él, dicha práctica no es más que un cascarón vacío. No piensen que yo estoy condenando sólo una cosa; yo condeno todo lo que no tenga a Cristo como su realidad. Aun mi mensaje es un cascarón vacío si no tiene a Cristo como su realidad. Incluso, todo este estudio-vida si no ministra a Cristo es sólo un cascarón sin contenido.
Todos debemos ver cuán fácil es quedarnos con un cascarón vacío, donde ya no está el pollo. Es muy fácil caer en esto. ¿En qué consiste la religión? La religión consiste en servir a Dios, en adorarlo y en esforzarnos por agradarlo, pero sin Cristo. Sin duda alguna, adorar a Dios, servirle y comportarnos correctamente delante de Él, son cosas buenas; sin embargo, si hacemos estas cosas sin Cristo, serán solamente una mera religión. Tal clase de adoración, servicio y conducta llegará a ser simplemente religión. Únicamente Cristo es la realidad. Todo lo que hagamos y todo lo que seamos puede no ser más que un cascarón. Algunas de estas cosas no son ni siquiera un cascarón, pero aun si lo fueran, no son nada aparte de Cristo. ¡Necesitamos tener a Cristo! ¿Desea usted el cargo de anciano? Eso está bien, mientras que Cristo esté en ello; de lo contrario, tal cargo será solamente un cascarón vacío. Cada vez que esté atesorando un cascarón, debe deshacerse de él cruzando el río y sepultándose allí. Éste es el mensaje del libro de Hebreos.
Hebreos es un libro que nos habla ciento por ciento acerca de Cristo y en favor de Cristo. Dicho Cristo no es el Cristo que se conoce por doctrina, sino el Cristo de hoy, que podemos experimentar. Hebreos 1:1-3 nos dice que Cristo lo consumó todo y ahora está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas. Hebreos 4:14 dice que Él es el Sumo Sacerdote que traspasó los cielos. Él no sólo cruzó el río, sino que traspasó los cielos y entró en el tercer cielo, en el Lugar Santísimo detrás del velo. Ahora Él está allí. Hebreos 6:20 dice que Él es el Precursor; Él corrió la carrera y fue el primero en llegar a la meta. Él fue el primero en entrar hasta dentro del velo. Hebreos 7:26 dice que Él es el Sumo Sacerdote que fue encumbrado por encima de los cielos. Él está en lo más alto del universo. Hebreos 8:1; 9:24; y 10:12 nos dicen que el Cristo que murió está ahora en los cielos y a la vez está presente con nosotros. ¡Oh, cuánto necesitamos tener contacto con Él! ¡Deje a un lado el cascarón! ¡Olvídese del cascarón! Todos debemos tener contacto con este Cristo celestial, con este Cristo actual, con este Cristo de hoy. Él es tan real y tan viviente. Él está ahora suministrándonos la vida, la autoridad y el poder celestiales para que vivamos una vida celestial en la tierra. Él no es solamente nuestra salvación diaria, sino también nuestro suministro momento a momento. Éste es el Cristo que todos nosotros debemos conocer y experimentar. ¡Olvídense de la religión! ¡Tenemos el pollo! Ya no tenemos formalismos ni rituales, sino la realidad misma. Éste es el contenido del libro de Hebreos. A medida que avancemos en este estudio-vida, veremos cuán insondable, profundo y rico es este libro.
El contenido de este libro no es simplemente el Cristo celestial, sino el Cristo celestial junto con todas las cosas celestiales, como son: el llamamiento celestial (3:1), la inscripción celestial (12:23), el don celestial (6:4), las cosas celestiales (8:5; 9:23), los lugares santos celestiales (9:24), la Jerusalén celestial (12:22) y la patria celestial (11:16). Debemos ver todas estas cosas celestiales.
Es bastante fácil reconocer las secciones que componen este libro. Primero tenemos la introducción, la cual nos muestra que Dios nos ha hablado en el Hijo (1:1-3). Al final tenemos la conclusión (13:20-25). Entre la introducción y la conclusión, este libro nos muestra la superioridad de Cristo (1:4—10:39) y también nos revela el camino para tomar y disfrutar a este Cristo, que es el camino de la fe (11:1—13:19). Cristo es superior a todo: a los ángeles, a Josué, a Moisés y a Aarón. El pacto que Él estableció es superior al pacto que hizo con Moisés. Cristo es superior a todo, y la manera de alcanzar a este Cristo, la manera de tomarlo, es por medio de la fe, que es el único camino. De esto trata el libro de Hebreos.